Prólogo: Un nuevo comienzo
¿Sabes? Cuando era pequeño, la idea de vivir en un pueblo, pues me hacía su gracia. Una vida tranquila, sin preocupaciones, sin el ruido de las obras que te despierta a cada mañana con ganas de tirarle un zapato a los obreros, hasta que recuerdas que ellos no tienen la culpa y te calmas. Todo eso, suena muy bien, ¿verdad? Así era como lo veía de pequeño. Pero desde que mis padres me habían dejado, desde que me dieron la noticia de que tendría que vivir en el pueblo con mi tía Beatriz, creo que esas ilusiones se esfumaron.
Aunque, puede que tenga algo que ver con como ha sido mi vida desde que cumplí los 12.
Solitaria.
Es la única palabra que se me ocurre para definirla. No soy especial, no soy distinto, no soy nada. Solo un chico normal y corriente con una vida aburridísima y que, por supuesto, sigue soltero. Bueno, sigo sin amigos. Al menos desde que me mudé a Cystal, el pueblo en el que, a partir de hoy, viviré mi vida.
Bueno, aún mantengo contacto con mi mejor amiga (más bien mi única amiga); Hearth.
Una chica genial.
Admito que estuve pillado por ella un buen tiempo, pero se me pasó al cumplir los 14.
Actuálmente, tengo 16.
Hace ya un mes que me notificaron de la muerte de mis padres, y la única persona con la que hablé de ello fue con Hearth y sus padres. De hecho, me quedé todo el mes en casa de sus padres, ya que Beatriz tenía algunos asuntos pendientes antes de recogerme.
Fueron muy majos.
Al fin puedo divisar por la ventanilla del coche el paisaje del nuevo lugar que me estaba esperando; un pueblo simple, aunque lleno de pequeñas casas y construcciones en general. Beatriz aparca el coche en la gasolinera, indicándome con un gesto de manos que me baje. Por supuesto, le hago caso.
- ¿Cómo llevas el trayecto? ¿Te has mareado o algo? - Pregunta la joven mujer.
- Un poco. - Respondo distante. Socializar nunca ha sido mi punto fuerte.
- ¿Por qué no te vas a dar una vuelta por el pueblo mientras lleno la gasolina? Así te vas haciendo una idea y se te quita el mareo. - Su sonrisa es muy notoria, el hecho de que un nuevo habitante llegue al pueblo es una gran noticia para todos los habitantes, era algo que ya me imaginaba, pues no era un pueblo muy recurrente.
- Buena idea, vuelvo en un rato. - Reálmente no me hacía mucha gracia la idea de ir por el pueblo como si nada en mi primer día, pero necesitaría acostumbrarme, así que tan pronto como bajé del coche abandoné la gasolinera.
Las casas eran pequeñas, habían algunos edifícios de no mas de tres o cuatro plantas, todo construido con piedra y la más antigua de madera. Era una realidad, a partir de hoy viviría allí. Solo podía pensar que, si en una ciudad, llena de gente, no era capaz de socializar, aquí definitívamente moriría solo.
No habían muchas cosas que destacar, exceptuando la gran iglesia que se encontraba en el centro del pueblo. Ya me habían avisado de que todos allí eran muy, pero que muy religiosos, así que, aunque yo no creyera en Dios, tendría que acostumbrarme.
Recordé haber visto el instituto al que iría próximamente llegando al pueblo en coche. Era bastante pequeño, pero estaba en medio entre este pueblo y otro de pueblo vecino. Ya me habían avisado que las cosas allí funcionaban de manera muy distinta a otros institutos, como que por ejemplo solo había una clase por curso en la que todas las materias eran impartidas (como se hacía en primaria e infantil).
Entre otras estructuras que me llamaron la atención, se encontraban varios bares y restaurantes, un skatepark, algunas tiendas (bastantes eran de recuerdos)... Era un pueblo muy vacío, pero era lo que tocaba. Decidí volver a la gasolinera, donde mi tía Beatriz me estaba esperando.
- ¿Todo listo? - Preguntó la simpática mujer, esbozando una sonrisa. Yo solo solté un suspiro y asentí, dando por hecho lo que, a partir de hoy, me tocaría vivir.
Mi nombre es Darek, y esta será mi vida a partir de ahora.
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