7 | Invitación
(Narración: Jimin)
He tratado de cumplir con el horario de la cita aunque al final ha sido imposible porque, después de la llamada de la agencia, he tenido que registrar los camerinos, localizar la peluca pelirroja y buscar en los percheros ropa bonita que no fuera demasiado llamativa.
¿Por qué lo he hecho?
No lo sé; supongo que la perspectiva de que descubran que usurpé el lugar de otro y el temor subsiguiente al despido y a los números rojos del banco siguen siendo más fuertes que mi conciencia. Porque, ¿cómo mantener mi trabajo después de haberme reído en la cara de Min Yoon Gi? Con lo intransigente y rígido que es. Uf; si se entera me matará. Y más después de haber provocado que el verdadero actor se haya caído a la basura.
Así que, con el miedo metido en el cuerpo, he vuelto a convertirme en Eun J y he llegado al despacho de la dirección veinte minutos más tarde de lo acordado. Lo he hecho tan concentrado en repasar la pose de artista triunfador que, como la puerta estaba abierta, se me ha olvidado llamar. Después he saludado según mi guión y, claro, al histérico del jefe solo le ha faltado echar chispas por las orejas de la rabia. Hasta me ha llamado algo así como "indecoroso".
¿Indecoroso? ¿Qué tendrá que ver el decoro con no llamar a una puerta y más si ya está abierta, digo yo? De verdad, está loco. Muy loco.
Por eso se la devolví. Abandoné la habitación y llamé como requería. Ahí aproveché para soltarle lo del estatus y después me esforcé en quedar por encima haciéndole ver que se equivocaba en todo lo que trataba de adivinar. Me quejé de frío pese a que en realidad sí tenía calor (por haber corrido por los pasillos). Luego le comenté sobre las calorías de los caramelos aunque amo esa marca de dulces hasta decir basta. No me importa el azúcar ni, por supuesto, la obesidad pero no quise prescindir del toque de divo.
E iba bien. De hecho, muy bien. Yoon Gi lucía tenso y yo más feliz que un pececillo liberado en el mar. Pero entonces llegó el asunto de las cláusulas y ahí mis aletas se congelaron. Fue un zas en toda regla.
Me dolió leer que me marcaba una orden de alejamiento como si yo fuera el brutal asesino descuartizador y él la inocente víctima a batir. Pero lo que más me escoció fue que aludiera a lo del batido porque eso lo había hecho con buena voluntad. ¿Pero por qué tenía que ser tan rancio? No pude evitar que las lágrimas se me escaparan. Era de rabia, aclaro. Aunque un poco de culpa por mentir tanto también había. Y, claro, al final, mi verdadero carácter salió y le pedí perdón.
Cogí varios pañuelos de papel. Me pareció que Yoon Gi se revolvía en asiento. Me temí lo peor. La catástrofe. Mi hundimiento definitivo. La ruina. El infierno del destierro.
—Toma. —Contra todo pronóstico, el gran jefe suavizó su actitud y me tendió un pañuelo de tela—. Es más suave que esas porquerías de supermercado que dejan pelotitas por el suelo. Tus ojos lo agradecerán.
¿Eh?
—¿Quieres que te traigan algo de beber? —continuó—. Así en plan natural al máximo, a tu estilo, para que te quites el nudo de la garganta.
¿Ah?
—Yo... Esto... —Rayos; ¿por qué me trataba tan bien? ¿Le había dado ya la locura completa? No era propio de él—. No... Gracias...
—Por cierto, tu sesión salió fenomenal —añadió—. No te lo quería comentar porque estaba molesto pero la verdad es que el equipo de Tiffany me ha dicho que les está costado elegir las fotos porque todas son buenas. —Ladeó la cabeza—. Lo has hecho bien.
Parpadeé, con la nariz congestionada y seguramente más roja que la bolitas postizas de un payaso, sin atreverme a respirar, no se me fuera a escapar algún hipo.
—¿Quieres dar tu opinión para seleccionarlas?
¿Se podía hacer eso? Yo... Pues...
—¡Sí, por favor, sí! —Di un bote en la silla—. ¡Me encantaría!
Yoon Gi arqueó ambas cejas. Uy. No, no, no.
—Digo... —Mi cerebro trató de buscar la forma de matizar mi inadecuado entusiasmo—. No estaría mal que contaran conmigo a la hora de elegir las que van a salir. —Saqué un poco el pecho—. En mis trabajos se me suele otorgar libertad completa. Ya sabes, soy alguien bastante excepcional.
—Ajá.
Parpadeó, sin dejar de escudriñarme. Le sostuve la mirada con el pañuelo hecho una bola en el puño. Volvió a parpadear. Esbocé una sonrisa que pretendí que fuera de autosuficiencia pero que se me quedó por la mitad. Dios mío, qué incomodidad. Menos mal que sonó el teléfono porque de lo contrario hubiera terminado huyendo de allí con cualquier excusa. El corazón se me había puesto a saltar como un loco; necesitaba aire.
—Sí... —Aproveché que contestaba para husmear en el bol de los caramelos. Quería aprovechar y agenciarme unos cuantos—. Espera, ¿cómo dices? ¿Mis oídos están escuchando bien?
Me daba que se avecinaba tormenta con algún pobre individuo. Cogí el de sabor a sandía. Otro de naranja. De manzana. De piña. De menta también. Revolví en busca del de fresa. Juraría haberlo visto.
—¡Pero cómo va a anular la comida sin avisar con el necesario tiempo de antelación de veinticuatro horas! —La exclamación de Yoon Gi retumbó entre las paredes—. ¿Fiebre? ¡No me hagas reír! Por fuerza se tenía que encontrar mal ayer pero como es un director toca pelotas se cree que puede hacer y deshacer como le parezca. No valora mis días ni mis horas ni mis minutos...
Ni los segundos ni los microsegundos. Ni los micro de los micro de esos. Y yo sin encontrar el sabor fresa. En fin.
—Anula la reserva del restaurante —continuó—. No, Tae Hyung, no me da la gana de ir solo aunque el chef sea famoso y tampoco voy a llamar a nadie para que... ¿A Jung Kook? Nunca. Entiendo que te guste pero no me utilices como excusa para contactarle. La última vez que accedí a tus peticiones no te hizo caso y, para colmo, se puso a cantar en medio de mi maravillosa degustación de ensalada con pato y nueces.
Removí con más fuerza el bol, a fin de llegar al fondo. Estaba abajo del todo. El de fresa. Solo quedaba uno. Hice ruido. Fue casi imperceptible pero, al parecer, nada se le escapaba al todopoderoso Min porque torció el cuello casi al instante, como un ave rapaz, fulminante y al acecho.
—¿Qué haces?
Ups.
—Nada —respondí con la mano llena de los dulces que había logrado recopilar.
—¿Nada? —repitió.
—No. —Los dejé caer de nuevo en el recipiente—. Solo confirmaba que los sabores contienen el mismo número de calorías.
—¿Y eso para qué?
—Porque me está entrando un hambre de esas que si no ingiero algo me voy a desmayar.
—Ya, claro, cómo no. —Regresó la atención al aparato—. Tae Hyung, no canceles la mesa. Voy a llevar a Jimin.
La mandíbula se me desencajó de la impresión.
Mi jefe, el tipo maleducado, histérico y prepotente que gritaba por el polvo de un sacapuntas y montaba el drama por no emborrachar una planta con agua, ¿me iba a llevar a comer? ¿Es que el mundo había cambiado? ¿Estaba en una dimensión paralela o algo?
—El sitio parece estar bien y tiene una lista de espera de un año —me dijo, al colgar—. A tu estomago le gustará y el mío agradecerá no quedarse solo. ¿Te parece?
—Sí, está bien. —Enrojecí. Lo supe por el calor que me subió a las mejillas—. Gracias por invitarme.
Podría haberme negado pero, la verdad, ni me lo planteé. Me hacía ilusión poner los pies en un lugar exclusivo. Me moría de curiosidad por saber cómo comían las personas con altos ingresos. Y también me apetecía conocer un poco más esa faceta amable de Min Yoon Gi que acaba de descubrir y que, con franqueza, jamás hubiera imaginado que tendría.
¿Fue un error?
Por supuesto. Ahí comenzó el verdadero problema.
N/A: lo de los caramelos es real. Soy yo jajaja Antes en las bolsas buscaba uno de cada sabor. No me juzguen.😆🤣
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