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5 | Eun J


(Narración: Jimin)

Retiro lo dicho sobre lo de sentirme culpable: Yoon Gi se merece mi peor actitud.

Le ofrecí batido. No creo que eso esté mal. Es decir, ya que se ha esforzado en ir hasta la recóndita tienda que le he indicado, quería    congraciarme un poco con él. Pero, al parecer, el amo y señor Min desconoce la existencia de esa palabra.

Noté que la cosa no iba bien cuando me miró como si me quisiera asesinar solo porque se me cayó un poco de líquido al suelo.

"¿Es que no valoras el azulejo por el que pisas? ¿El cemento? ¿El edificio? ¿La ciudad? ¿El país? ¿El mundo?"

Seguro que pensó algo parecido. Y seguro también que estaba dispuesto a decírmelo todo como una ametralladora así que insistí en ofrecerle la bebida para que se relajara y captara mi buena voluntad. No sirvió. Y después su respuesta, seca y acompañada de ese tono dictatorial, me sentó fatal.

De ahí que decidiera hacer las dos cosas que creí que más le golpearían   en el ego. La primera, guiñarle el ojo y llamarle jefazo. La segunda, ignorarle y atender a los demás. Después de todo, escudado en una identidad falsa, no tenía nada que perder y sí un gran rato que disfrutar. 

Y funcionó.

Me sentí todo un triunfador cuando se quedó plantado como un espantapájaros, con el batido en la mano y cara de no procesar la situación, mientras yo me preparaba para filmar la que sería mi primera sesión de fotos. Y la cima de mi satisfacción fue detectar por el rabillo del ojo cómo su rostro adquiría poco a poco un gesto contraído, fruncía el ceño y se largaba.

—¡Chao, Yoon Gi! —Alcé la voz para despedirle—. See you soon!

Ni me contestó.

Qué exitazo.

Hubiera sido épico terminar así. Porque, a parte de devolverle un poquito del estrés que tanto le gustaba repartir, me encantó la experiencia de modelar.

Estaba muy perdido pero el equipo me trató fenomenal. Me indicaron dónde tenía que mirar, el concepto que buscaban e incluso me dieron varios descansos en los que me mostraron las instantáneas por ordenador y las variaciones que me animaban a realizar. Fue un trocito de mi sueño hecho realidad. Y, aunque todo terminó al regresar al camerino y recuperar mi identidad, me sentí muy afortunado.

Pero, claro, ya sabemos que mentir termina siempre en problemas y el primero de ellos apareció al día siguiente, mientras me daba a la tarea de repartir almuerzos y me topé con el auténtico Eun J. 

Dios mío.

—¿Cómo que no lo sabes? —bramaba, indignado, ante la mesa de Kim Nam Joon, uno de los responsables de contabilidad—. ¡Soy el actor que vais a contratar!

Me quedé congelado en el sitio, con una caja de rotuladores de colores en una mano y el café que estaba por servir en la otra. 

Ay.

Era cuestión de segundos que se dieran cuenta de que le habían suplantado. Abrirían una investigación interna. Y yo había estado ausente de mi puesto justo a esas horas. Me descubrirían. Yoon Gi me echaría a patadas. Sería mi muerte económica. Las dunas del Sahara en materia de pobreza eterna. La guerra de Troya telefónica con mi madre. El final de los finales.

Despedido.

Des- pe- di- do.

¡No, no, no!

—Revisa mi ficha ahora mismo. —El joven, que curiosamente llevaba el cabello tintado de rojo y un traje similar al que había usado yo, se inclinó sobre la mesa, con un talante de lo más hosco—. Eun J. —Golpeó la madera—. ¡Soy Eun J!

Nam Joon se limitó a subirse las gafas, despacio. Demasiado despacio, de hecho. De todos los miembros de la administración, aquel chico de veintitantos, cabello castaño e IQ por encima del resto de los mortales era el único con la suficiente entereza como para no inmutarse ante las exigencias de nadie. De nadie que no fuera el todopoderoso Min, matizo.

—¡Que lo mires, inútil! —El actor enfureció—. ¡Tengo una sesión de fotos que mi agencia solicitó retrasar a esta hora! ¡Búscalo en la maldita agenda! ¡He tenido que venir solo, por si no te has dado cuenta! ¡Y detesto esperar!

Aquellas formas me hicieron espabilar. Menudo déspota. No podía a permitir que por culpa un tipo así mi vida se fuera por el desagüe. De ninguna manera.

—Con permiso. —Me acerqué y dejé el café y los rotuladores en la mesa, con la sonrisa propia de un anuncio de dentífrico—. Yo soy el responsable de la sesión fotográfica de Tiffany. —En fin. Verdad era, después de todo—. ¿Le importaría acompañarme?

La mandíbula de Nam Joon se descolgó hasta el suelo. Estaba alucinando, obvio. Me conocía. Sabía que lo mío eran las fotocopias y el apasionante mundo del "no quiero el lápiz verde sino el rojo". Por eso agradecí tanto que se mantuviera en silencio y me permitiera llevarme al tal Eun J a la terraza, el único lugar en donde nadie podría escuchar mi mentira.

Porque sí, mentí otra vez. Mal, ya. Muy mal.

Me inventé que Yoon Gi había contratado a otro actor porque no soportaba los retrasos, aunque eso muy lejos de la realidad tampoco estaba, y le pedí perdón en nombre de la empresa por las molestias. No conté, claro, con que fuera a ponerse histérico. 

—¡Pero que me estás diciendo, rubito estúpido! ¡A mí nadie me cancela! ¡Nadie!

Muuuuy histérico.

—¡Voy a hundir esta empresa! —Echó mano del teléfono—. ¡Me ocuparé de  dejar en evidencia a tu jefe, vas a ver! —Se dirigió al aparato—. Sí... Buenas tardes, soy Eun J y les llamo para lanzar una exclusiva de prensa sobre el maltrato de un CEO que...

¿Qué? ¿Cómo? Vale, Yoon Gi podía ser muchas cosas pero, ¿acusarle? ¡Y por mi culpa!

Me faltó tiempo para abalanzarme sobre el teléfono. Se lo quité y colgué. El actor trató de recuperarlo así que adopté el modo "la grulla alzando las patas al sol". O algo así se llama lo de ponerse a la pata coja con los brazos estirados hacia arriba (sepa Dios para qué lo de la pata coja). La cosa fue que cuando Eun J volvió contra mí se golpeó solito contra mi rodilla en el estómago.

—¡Ay! —Retrocedió a la velocidad del rayo—. ¡Me has agredido!

No me dio tiempo a advertirle de que la barrera que tenía detrás y que nos separaba de la calle era de papel porque la terraza era nueva y los de la empresa de aluminios estaban de huelga. Solo me quedó verle caer directo a los enormes contenedores de basura que estaban debajo.

¡Wow! 

Me asomé. Su cabello rojo pataleaba en medio de los restos orgánicos, balbuceando algo sobre maldiciones y Prada que no llegué a entender porque apareció el camión recolector y se lo llevó. Mejor dicho, volcó el recipiente, le vi deslizarse en medio de una ola de desperdicios que olía que daba miedo, cayó en el cubículo trasero del vehículo y luego se lo llevó.

Uuuuuy. Qué asco. Hasta me dio lástima y todo. Fue entonces cuando el teléfono que aún tenía en la mano sonó.

—Eun J. —La voz de una mujer desconocida saltó al descolgar—. El señor Min Yoon Gi desea tener una entrevista personal contigo. Ya le hemos dicho que estás en la agencia. Acércate a su despacho, ¿de acuerdo? Te está esperando.

Yo... Esto...

De... ¿Acuerdo?

Uf; qué lío.

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