3 | Batido de fresa
(Narración: Jimin)
Mentí.
Lo hice sin dudar y, además, en algo gordo. Pero es que no podía permitir que me despidieran. Los recibos de la luz, el agua, el alquiler, la comida, el teléfono y la tarjeta de trasporte me dejan la cuenta bancaria más desierta que las dunas del Sahara pero por lo menos con el sueldo los puedo pagar. No tengo ahorros. Quedarme sin ingresos no es una opción.
¿Estuvo mal? Claro que sí. Aunque en ese momento no valoré las consecuencias. Solo pensé en salvarme el trasero. En eso y en fastidiar, de paso, un rato al maleducado y prepotente del jefe. Se lo merece.
Mi intención era sacarme una foto y después regresar a mi puesto como "becario reparte-bolígrafos" y "todopoderoso líder de la fotocopiadora" pero el gran amo Min armó un escándalo de mucho cuidado. Admito que lo de tirar la cámara fue grave, por supuesto, pero me trató como si fuera un espía infiltrado de Corea del Norte enviado para boicotear su revolucionaria sesión de fotos de Tiffany. ¡Y encima me amenazó con una escoba! ¡Un centímetro más y me pega con el palo en la nariz! ¡Ala, ahí! ¿Y qué iba a hacer luego yo si se me hinchaba y se me ponía roja? ¿Buscar trabajo como muñequito de nieve en un centro comercial?
Además, intenté explicarme. Me esforcé por sonreír y traté de arreglar el trípode y el aparato en cuestión. Incluso estaba dispuesto a ofrecer una aportación económica para su reparación aunque eso supusiera endeudarme a saber por cuánto tiempo. Pero, como buen histérico, Yoon Gi no solo no me escuchó sino que insistió en despedir a toda la plantilla de seguridad por haberme dejado entrar.
De verdad; qué tirano.
Por eso decidí hacerme pasar por el actor que esperaba. No tenía ni idea de cómo era ni de lo que le había ocurrido para retrasarse pero, por si en algún momento aparecía, preparé un brillante e infalible plan: coger mucho aire, sacar lo mejor de mis dotes de corredor persigue autobuses y huir. Mientras tanto, podía aprovecharme.
No necesitaba recostarme pero me senté en el tocador a sabiendas de que poner el culo entre los carísimos perfumes descuadraría al jefe. De hecho, por poco se le salen los ojos de las órbitas. Tampoco tenía calor pero me quejé de su sistema de ventilación con la intención de llamarle roñoso. Ahí se quedó mucho más pálido de lo que de ya de por sí era. Pero, sin duda, su agonía máxima llegó cuando me llevaron a la sala de fotografía, una habitación con telas verdes en la pared, un montón de cámaras por todas partes y una mesa hasta arriba de cremas, sombras y demás útiles de maquillaje y me sentaron en la silla.
—¡Uy, pero qué cutis más espléndido me ha traído hoy, señor Min! —Una mujer ataviada de negro, con un cinturón de brochas en el pantalón y un spray en la mano apareció de la nada, me agarró por la barbilla y me estiró la cara como si fuera de plastilina—. ¡Le felicito! ¡Me encanta!
—No lo he seleccionado yo. —El aludido, hosco como él solo, se cruzó de brazos—. Ni siquiera le había visto. De lo contrario, mi pericia habría calado al segundo su tendencia destructiva y le habría descartado.
Entrecerré los ojos. Su pericia, ya. Dios mío; tratar con él era aún peor que escucharle gritar de fondo sobre el sistema solar, las hormigas y el abecedario.
—Yoon Gi, no digas eso. —Hasta su secretario me defendió—. El joven lo hará bien. Tu solo recuerda las olas del mar.
—No puedo —negó—. Es inaceptable que mi carísima cámara tenga las patas chuecas y la carcasa sacada de un basurero.
Al parecer para ese hombre todo procedía del estercolero. De hecho, me hubiera encantado preguntarle si había algo en su vida que se librara de ese calificativo. Sin embargo, no pude abrir la boca porque el frío del spray me empapó el rostro y la sensación me bloqueó.
¡Ay, no! ¡Me iba a maquillar! ¡Las fotos! ¡Pero si yo no tenía ni idea de hacer esas cosas!
—No te estreses, guapura, que se nota que eres sensacional. —La mujer, amable y cuidadosa, me sonrió, me pasó una gasa y echó mano de sus brochas—. Ahora no te muevas. Cierra los ojos.
Obedecí aunque, eso sí, temblando por dentro. Sentí pinceladas en los párpados, la frente, la nariz y de nuevo en los párpados. Luego algo cremoso. Una esponja húmeda. Más pinceladas.
—¿Cuál es tu nombre, cielito?
—Soy P... —¡No, error! —. Eun... —corregí—. Eun Jimin.
—Tienes un nombre tan bonito como el aura que desprendes.
Me sonrojé. Noté las mejillas abrasadas y un entusiasmo extraño. Aunque fue uno que se volatilizó en cuanto abrí los ojos y me encontré con la cara de Yoon Gi pegada a la mía.
—Óyeme bien. —Su gesto de malas pulgas me sentó fatal—. Necesito que luzcas perfecto. Espléndido. Que enamores a todos. Que brilles. Que dejes al mundo boquiabierto. Y no quiero ni un error. Ni uno solo. Cero. No, cero no. Menos diez. ¿Lo entiendes? ¡Menos diez errores!
Ya...
—Yoon Gi, me bloqueas los chakras. —No sé cómo me las arreglé para mantener mi actitud de divo—. Por favor, abre distancia, que me agobias. Y tráeme un zumo, que creo que se me está bajando la glucosa.
—¿Me ves cara de asistente o qué? —La mandíbula de Yoon Gi se desencajó—. ¿Y tu equipo?
—Enfermos de gastroenteritis —improvisé—. De hecho, no quería venir solo pero mi agencia insistió en que eras un CEO muy amable y que me proporcionarías todo lo que precisara. —Le dediqué una mueca de afectación—. No se equivocaban, ¿verdad? Dime que no o grito y me muero aquí mismo.
Me pareció que contenía la respiración. Ya le había sacado de sus casillas otra vez.
—Me gustaría de fresa —añadí—. Sin semillitas negras y cremoso pero no demasiado lechoso.
Pensé que protestaría. Incluso preparé un contraataque. Pero, en lugar de eso, se volvió a su secretario, que nos miraba con la mandíbula apretada, como si se preparara para la eclosión de un volcán.
—Tae Hyung, baja a la máquina.
—No, no, no. —Me apresuré a negar antes de que al aludido le diera tiempo de asentir—. De la máquina no, que esos tienen mucha calorías.
—Ya veo, ya. —Los ojos de Yoon Gi me taladraron—. De la cafetería entonces.
—No, no, no —repetí la operación—. De la cafetería no, que los ponen demasiados fríos.
—¿Y de dónde rayos lo saco entonces? —resopló.
—En la tercera avenida, cruzando el semáforo y después a la izquierda, hay una tienda de libros que lleva a otra calle, a la derecha —expliqué—. Después se sigue de frente, se atraviesan tres calles más, asegurándose de ir siempre girando a la izquierda, atraviesas tres rotondas y en la esquina se encuentra una maravillosa tienda especializada en batidos naturales.
Sus pupilas rasgadas me revisaron varias veces, como si no dieran crédito. Le devolví una sonrisa.
—No tiene complicación —finalicé—. Es facilito.
—Claro, por supuesto, facilito. —Se dirigió de nuevo a su asistente—. Tae Hyung, dame esa tila nauseabunda.
El aludido se la entregó. Yoon Gi dio cuenta de ella de un solo trago, se atusó el cabello y la chaqueta, murmuró un "seguid" y se largó. Ahí pensé que había podido con él y que ya no le vería más pues sus mocasines negros desaparecieron a tanta velocidad que ni siquiera su secretario logró seguirle.
No imaginaba que un rato después, coincidiendo con el fin del maquillaje, fuera a regresar y, ni mucho menos, que lo hiciera con el susodicho batido, servilletas y un vaso de repuesto que me dejó caer en el tocador.
—Aquí está —murmuró, entre dientes.
Fue ahí cuando bajé la guardia. Es decir, era un neurótico de primera categoría pero, en el fondo, me pareció considerado. Y eso me hizo sentir bastante culpable de mi mala actitud. Yo no era para nada así.
—Gracias. —Tomé el vaso sobrante, serví en él la mitad de la bebida y se la ofrecí—. Pruébalo tu también. Creo que te gustará.
N/A: pues nada "facilito" jajaja Me resulta muy simpático este Jimin. Me he divertido bastante mientras editaba y re escribía. 😂
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