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10 | Becario


(Narración: Yoon Gi)

Jimin ha vuelto a darme las gracias. Y dos veces, una tras lo de Kaisoo y otra al despedirnos.

¿Por qué lo hace? ¿Qué pretende? ¿Enternecerme? Y, ¿a qué ha venido eso de que no sabría lo que habría hecho sin mí? Ese tipo de comentarios me deja como un idiota, embelesado por completo, y me niego a sentirme así.

No.

Tengo que tener presente que antes se ha largado del coche con el motor en marcha, dejándome gritando como loco en plena avenida. Me he visto obligado a aparcar mi vehículo en un estacionamiento público, uno estrecho lleno de curvas de los que sales sí o sí con un espejo retrovisor menos, y después he tenido que meterme una carrera épica por todo el barrio en su busca y otra de regalo porque no ha querido que golpee al tipo que le estaba molestando. Y, claro, después de convertirme en el campeón del atletismo con zapatos de vestir, al día siguiente me he levantado hecho un auténtico asco.

Nada más poner los pies fuera de la cama he descubierto que me he transformado en un cyborg de los que caminan rígidos, a pasitos. Me duelen las piernas. Me duele la cadera. Me duelen los pies. Me cuesta hasta levantar la tapa del w.c.

—Señor Min, ¿desea que le ayude? —se ofreció una de mis asistentas al verme en pijama, con la puerta del baño abierta, tratando de quitar la maldita tapadera con el palo de la escoba—. Se la subo en un momentito.

—¡No! ¡No quiero momentitos! —La irritación me salió sola—. ¡Es una simple tapa! ¡Y esto es por culpa de Jimin! ¡Por su culpa!

Añado que tardé tres cuartos de hora pero la levanté, que es lo que importa.

Sin embargo, la sensación de triunfo duró poco. Diez minutos después descubrí que el dolor en los talones me impedía ponerme mis zapatos así que me tocó rescatar las deportivas. Ello conllevó cambiar mi traje por una sudadera y unos pantalones de andar por casa. Total, que salí a trabajar hecho un pordiosero. Por culpa de Jimin, que no se olvide.

—Pues yo te veo mejor. —Tae Hyung, como no podía ser de otra forma, sacó su positivismo innecesario—. Luces juvenil. Desenfadado.

—No sé que tiene eso de bueno. —Me recargué en la ventana—. Soy un empresario de prestigio. Mi imagen se va a ir por el desagüe.

—Siempre puedes argumentar que se trata de un cambio de estilo para inspirar un espíritu actual —objetó—. Es más, Yoon Gi, es que te noto incluso más contento.

¿Contento? ¿Yo?

En absoluto.

Jimin no me escucha. No sigue mis consejos ni me presta la debida atención. Se ve que su complejo de emperador le produce una severa sordera ante mis indicaciones y una ceguera también ante mi presencia porque de otra forma no lo entiendo. Y eso me exaspera casi tanto como sus dramas telenoveleros. ¿Cómo voy a estar contento con esta situación? ¿Y con esos cambios de personalidad que luego saca y que me convierten en un blandengue? Si se comporta dulce me vuelvo un estúpido.

—¿Qué agenda tengo hoy? —preferí cambiar de tema.

—Primero supervisar la obra de la sala nueva de grabaciones, que ya está terminando. —Mi asistente echó mano del teléfono, en donde apuntaba por doble lo que marcaba en la de papel—. Después una entrevista con unos guionistas que desean que valores su proyecto, una comida con una agencia de música, la revisión de los escenarios de...

—No hay nada que tenga que ver con Jimin, ¿no? —le corté—. ¿Sabes si tiene algo agendado en la empresa?

Tae Hyung levantó la cara de la pantalla, con los ojos como dos platos.

—No pero si quieres le llamo para que venga igual que ayer —contestó.

El recuerdo del paseo que dimos tras a abandonar Kaisso, de regreso al estacionamiento del coche, se me vino a la cabeza. Fue agradable hablar sin altercados. Incluso acepté su invitación a helado en una cafetería con necesidades de limpieza urgente. Y eso que detesto los locales que no están higienizados como Dios manda y tampoco soy fan de los helados. Pero me tiró de la mano. O, mejor dicho, me dio la mano y después tiró de mí con una sonrisa bajo el argumento de que tenía que darme las gracias de alguna manera por no dejarle solo.

Fue un gesto bonito y...

¡Y nada! ¡Es un individuo incívico!

—No —carraspeé—. Déjale.

Mi interlocutor parpadeó varias veces.

—¿Qué te pasa? —se interesó—. Es la primera vez que me preguntas por la agenda de otro. ¿Te gusta ese chico?

Poco faltó para que me ahogara yo solo con mi propia respiración de la impresión.

—No digas bobadas —soné ofendido—. ¿Cómo me va gustar si no le soporto?

Tae Hyung abrió la boca pero no llegó a replicar porque entonces una notificación en el móvil captó su atención. Y, tres segundos después, andaba como un poseído dándole like a todas y cada una de las fotos que Jeon Jung Kook había subido a la red con sus respectivos "me encantas", "te amo", "te adoro", etcétera, etcétera, etcétera.

—Deberías confesarte —aproveché para redirigir la conversación hacia él—. Esconderte tras una cuenta anónima de Internet no te va a llevar a ningún lado.

—¡Oh, Dios! ¡Dios, Dios, Dios! ¡Mira, mira, mira! —Me mostró la pantalla, exultante—. ¡Me ha contestado! ¡Aquí! ¡Mira! ¡Aquí!

—"Gracias por tu apoyo"—leí—. A ver, Tae, que es un artista. Esa contestación es impersonal, ¿entiendes? —Señalé de nuevo al teléfono—. Además, mientras sigas con ese nombre de usuario vas mal.

—¿Por qué?

El coche frenó. Bajamos. Mejor dicho, bajó él. Yo me tuve que tirar como un rollito. Insisto que todo por culpa de Jimin.

—¿Qué es incorrecto, Yoon Gi? —Mi secretario, ajeno a mis esfuerzos por ponerme recto y caminar sin parecer un anciano, siguió a lo suyo—. ¿Qué tiene de malo mi usuario?

—¿"Jungkook_teamo_eresperfecto"? —lo repetí mientras le daba al botón del ascensor—. Suena a acosador nivel dios.

El elevador abrió sus puertas. Entramos en el cubículo. Los números marcaron el ascenso. Tae Hyung se guardó el teléfono, en silencio, se acomodó las gafas, que llevaba en el bolsillo y rebuscó en la mochila la libreta y el envase de tila.

Tres.... Dos... Uno...

—Brisa y olas —me recordó, ya metido en su papel de asistente—. Luego me cambio el nombre de usuario pero ahora vamos a intentar que el día sea como un camino repleto de hermosos cerezos en flor.

—Soy alérgico a los cerezos.

—Ay, Yoon Gi, por favor, no seas así. Pon de tu parte.

Fue curioso que lo hiciera sobretodo porque no tuve que esforzarme. Salió solo. Nada más entrar noté las miradas de todos, entendí que por mi aspecto, pero pasé de largo y me encerré en el despacho. Cumplí con las primeras tareas de la agenda. Di una vuelta por la administración. Ignoré las macetas, el polvo y las carpetas mal puestas. Kim Nam Joon se me acercó, más cuadrado que un soldado en el servicio militar, y me preguntó si todo estaba bien.

—No pero hay cosas peores —respondí, con la mente en Jimin—. Da igual.

Lo que ya no me dio tan igual fue comer con los de la agencia de música. Al servirme en el plato me acordé de la sonrisa tierna de ese actor al intentar hacer lo mismo. También le recordé al revisar las imágenes de los escenarios de rodaje, muy parecidos a las calles de Kaisso, al ver al director con un batido de fresa en la mano y al detectar por el rabillo del ojo a un grupo de guionistas repartiéndose helados.

¡Pero vamos a ver!

—Tae Hyung, dame la tila. —Se la pedí ya de regreso al despacho, a última hora de la tarde—. Y consígueme también unos analgésicos porque creo que me estoy poniendo enfermo y...

La frase se me quedó a la mitad. La recepción de la administración se había transformado en una marabunta de carpetas de colores agolpadas de cualquier forma, cajas de bolígrafos, grapadoras, rotuladores y un sin fin de utensilios de oficina que, por descontado, no tendrían que estar ahí.

—¿Y este caos en mi primorosa encimera de roble blanco? —Mis ojos, henchidos en molestia, se toparon con los de la encargada de la telefonía—. ¿Quién ha sido? Nombre. Apellido. Ahora. Ya. Para ayer.

—Esto... —La mujer se echó a temblar—. No sé... Son las cosas que ordena el becario... Pero... Es que...

—¿Hay un becario? —la interrumpí, antes de girarme en redondo en busca de Kim Nam Joon—. ¿Cómo es que no se me ha informado de que hay un becario? —El aludido abrió la boca pero no le di pie a responder—. ¿Quién es? ¿Dónde está? Dime. Ya. Ahora.

—Creo que se encuentra en las fotocopias, señor Min.

Fui hasta la máquina. Estaba retirada, en una habitación al otro lado del área llena de cubos de reciclar y de taquillas para guardar trastos, pero me dio igual. Había un trabajador en mi empresa al que no conocía y que, para colmo, había formado un desastre.

Eso no se podía consentir.

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