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Capítulo 1

Una rara y hermosa melodía.

Son las cuatro de la mañana y la voz de mi amiga gritándome desde el pasillo que tengo que levantarme hace eco en toda mi habitación. Odio que sea lunes. Odio levantarme temprano, y a veces, odio la voz de Leire por las mañanas.

Trato de hacer mi mayor esfuerzo en levantarme, pero es imposible; me volví a recostar y cerré los ojos. Cuando estoy casi durmiéndome, escuché un golpe fuerte en la puerta. Me sobresalté, me senté en mi cama y me froté los ojos con las manos, tratando de despejar la neblina del sueño.

—Si no te levantas por tu propia cuenta, Kimberly, te despierto yo -grita Leire desde el pasillo.

Maldigo por lo bajo. Leire podrá ser una chica cariñosa, pero a veces se comporta como una madre gruñona y me trata como si fuera una adolescente rebelde.

Es mi primer día de trabajo, y creo que estoy comenzando muy mal.

Me doy una ducha rápida, dejando que el agua caliente me despierte un poco más, y me pongo mi ropa de trabajo. Solo con decirles que tengo diecinueve años me contrataron; el uniforme es una falda de cuero no tan corta y una camisa de tirantes blanca con el logotipo del bar. Al mirarme al espejo, siento un cosquilleo de nervios en el estómago. ¿Seré capaz de manejarlo?

Salí de mi habitación con mi bolsito casi arrastrándolo, bajé las escaleras y me encontré en el comedor a Leire y Julia desayunando. Ambas parecen tan frescas mientras yo apenas puedo mantener los ojos abiertos.

—Primer día de trabajo y te quedas dormida—me dice Julia con una sonrisa burlona, una de mis mejores amigas desde la preparatoria.

—Culpa de los libros—mencionó Leire dándole un sorbo a su café—. Pero también deberías aprender a dormir más temprano.

—Tengo que estudiar para la prueba—replico mientras intento concentrarme en mi desayuno.

Ambas ríen graciosamente.

—La prueba es en un mes, Kim—me recuerda Leire enarcando una ceja mientras frunce los labios.

—Lo sé. Pero es mejor saberlo a tiempo que aprenderte todo a última hora—respondo defensivamente mientras le doy un sorbo a mi café y agarro una tortilla recién hecha.—Vale, llegó tarde a mi trabajo—digo intentando no sonar tan ansiosa.

—Ojalá por el camino te consigas a un hombre millonario para que dejes de desvelarte por las noches—grita Leire entre risas, haciendo alarde de su sentido del humor.

Le saco el dedo del medio mientras salgo de casa, sintiendo cómo se mezcla la risa con mis nervios.

Vivir con mis dos amigas no es tan malo; siempre la pasamos bien.

Leire es la manager de una banda de chicos, pero nunca habla de ellos. Parece que le gusta más ser la "niñera" de chicos. Le pagan bien, y siempre anda viajando para encargarse de sus giras y estar presente en todos los ensayos. A pesar de su apretada agenda, estudia medicina conmigo, aunque no se le da muy bien: a menudo llega tarde a clases porque no tiene tiempo para nada.

Por otro lado, está Julia. Ella es hija única de unos empresarios reconocidos y millonarios. Cuando cumplió dieciocho años, decidió vivir conmigo porque sus padres estaban siempre ocupados con sus negocios.

Llegué a mi trabajo con suerte; todavía no han abierto las puertas.

Discobar es un bar muy elegante. La clientela es bastante sofisticada, todos bien vestidos y con estilo.

El lugar está impecablemente ordenado: las paredes son de un color crema muy elegante, la barra brilla como un espejo y el piso brilla intensamente. Las decoraciones están cuidadosamente elegidas, y hay un piano gigantesco junto a otros instrumentos en un pequeño escenario, listos para los grupos de cantantes que vienen a presentarse cada día.

De repente, una mujer rubia se me acerca con una pequeña sonrisa en el rostro.

—Hola, tú debes ser Kimberly Curie—me dice.

Miro su gran vestido azul, hermoso, con un escote elegante y brillantes que capturan la luz. Su rostro está perfectamente maquillado.

—Eh... Sí, hola—respondo mientras extiendo mi mano. Ella la estrecha amablemente.

—Mi nombre es Elissa de Pascual y soy la encargada del local—dice mientras vuelve a sonreír cariñosamente—. Mi esposo te contrató; me dijo que te ves como una chica buena y no se equivocó porque seguro que lo eres. Ven, te presentaré a tus compañeros.

Mientras caminamos por el lugar, me doy cuenta de lo impecable que está todo: velas encendidas, un olor agradable y música suave de fondo. Es todo tan maravilloso.

—¿Te comentó mi esposo que los lunes se trabaja corrido?—me pregunta.

Asiento y ella sonríe nuevamente.

Continuamos hacia un pasillo alejado del bullicio principal, hay puertas a ambos lados identificadas con letreros elegantes.

—Bueno, esta es la sala donde tú y tus compañeros tendrán su hora—dice mientras nos detenemos frente a una puerta marrón que tiene letras en francés que dicen "Salle de repos".

«Sala de descanso»

Abrió la puerta lentamente y entramos al lugar.

No es tan llamativo como el resto del local: es una simple sala de descanso con una mesa, un juego de muebles cómodos, una cama y un armario.

Las paredes son del mismo color crema que el resto del lugar, aunque aquí la pintura parece algo desgastada.

En una de las camas hay una chica recostada concentrada en su móvil, en un sillón hay otra chica dormida, o eso creo, y en el sofá hay un chico mirando televisión mientras mastica chicle distraídamente.

—Chicos—anuncia Elissa—todos dan un salto e inmediatamente se incorporan frente a ella—. Ella es Kimberly y será su nueva compañera. Espero que la traten bien y le enseñen algunas cosas. Sin más que decir, me retiro—finaliza mientras me mira—. Cualquier duda solo búscame.

Asiento nuevamente mientras ella se retira dejándome sola con mis nuevos compañeros.

—Bienvenida al club del desastre, ¿en qué te puedo ayudar, lindura?—mencionó el chico con una sonrisa pícara en su rostro-.

Sonreí.

—Mi nombre es Nicolás y seré a partir de hoy tu nuevo admirador—tomó una de mis manos y la besó con un gesto encantador.

Me pareció un gesto tan bonito de su parte que no pude evitar soltar una risa. Su cabello rubio y el montón de pecas en su rostro le daban un aire tierno y juvenil.

—Ya, principito de Inglaterra, la vas a espantar —interrumpió una de las chicas.

Su cabello era negro, demasiado corto y tenía mechas color rosa, lo que le daba un toque único. Su nariz era respingada y lucía un piercing en el labio inferior.

—Mi nombre es Adara, pero me dicen Dara. Y no le pares al principito, él es así con todas, no te ilusiones.

Elevé ambas cejas, sorprendida por su sinceridad.

—Un gusto—esbocé una sonrisa.

—Hola, soy Sofía—dijo la otra chica mientras estrechábamos nuestras manos—. Por lo que veo, tenemos algo en común.

Sofía era rubia, con cabello muy liso y cejas gruesas. No entendía a qué se refería con "algo en común", pero decidí no preguntar para evitar incomodidades.

Los tres eran muy jóvenes y en el pequeño rato que llevaba aquí me habían contado casi parte de sus vidas mientras me enseñaban algunas cosas sobre el trabajo.

Me sentía cada vez más adaptada a este nuevo empleo. Mi tarea consiste en anotar y llevar la cuenta de cuántas bebidas se preparaban al día. Como los chicos dicen que aún no estoy lista para ser mesera, tal vez la próxima semana comienzo con mi trabajo de mesera.

—Y así fue como el principito de Inglaterra logró ganarse la confianza de los jefes. ¡Chúpate eso, tía!—exclamó Dara con entusiasmo.

—Claro que no, Dara—respondió Nicolás, negando decepcionado de lo que ella había dicho.

—Bien entonces no le creo a los dos—dije con una sonrisa traviesa.

Antes de que Nicolás pudiera decir algo más, apareció Sofía con nuestro almuerzo. Ambos nos apresuramos a ayudarla a servirlo.

—Chicos, me dijo la jefa que hoy habrá música en vivo con los chicos que se iban a presentar el miércoles—anunció mientras se servía jugo.

—Joder, eso es increíble. Así podré decirle a la jefa que me dé la oportunidad de fotografiar el evento—comentó Nicolás con un brillo especial en sus ojos—. Aunque no creo que sea una buena idea—hizo una mueca pensativa.

Su actitud juvenil y despreocupada hizo que sonriera aún más.

—Otra cosa que no sabías del principito es que está estudiando para ser un fotógrafo profesional—dijo Dara con la boca llena, provocando una mirada fulminante de Nicolás hacia ella.

—¿Ustedes estudian?—la pregunta salió de mi boca sin poder evitarlo.

Los chicos dejaron de comer y se miraron entre ellos con expresiones curiosas. A veces, yo misma me pregunto por qué soy tan terca y arruino el ambiente con unas simples palabras.

Comenzaron a reírse graciosamente, como si les hubiera contado el mejor chiste del mundo.

—Si estudiamos -respondió cariñosamente Sofía, la que menos se rió—. Por ejemplo, Nicolás estudia fotografía, Dara química, y yo también estoy en la misma universidad.

—Lo siento, la pregunta sonó, digamos que un poco estúpida.

—Tranquila, no pasa nada, las personas siempre nos preguntan eso.—dijo Nicolás con la boca llena, tratando de restarle importancia a mi torpeza.

—¿Y tú?—preguntó Sofía, dándole un mordisco a su hamburguesa.

—¿Eh?..—fruncí el ceño, un poco confundida por el cambio de tema.

—¿Qué estudias?—esta vez fue Dara quien insistió, su mirada llena de interés.

—Ah sí... —me ruboricé un poco.—Estudio medicina...

—¡¿Medicina?!—exclamó Nicolás sorprendido, interrumpiéndome sin dejarme terminar la frase.

—¿Será que puedes comer y dejar hablar a Kimberly?—Dara lo fulminó con la mirada, como si pudiera hacer que se tragara su comida al instante.

Él se encogió de hombros y miró hacia otro lado, un gesto que me hizo sonreír.

—Sigue, no le prestes atención—me animó Sofía con una sonrisa cálida.

—Estudio medicina con una amiga—continué, sintiéndome un poco más cómoda al hablar de ello.

—La que me va a curar de mi mal de amor —intervino Nicolás otra vez con su humor característico.

No pude evitar reírme a pesar de la interrupción. Sin embargo, cuando Dara le dedicó otra mirada fulminante, él cerró la boca rápidamente y se concentró en su comida.

—¿Y cómo haces para pagarla?—me preguntó Sofía cariñosamente, ignorando las travesuras de los chicos.

Sabía que les sorprendía porque la universidad no es pública, es privada y es la única en la ciudad que dan Medicina.

Es muy costosa y siempre me incomoda hablar de mis padres en este contexto.

—Mis padres la pagan—respondí encogiéndome de hombros.

La incomodidad me invadió al mencionarles. Mis padres son complicados, siempre que me preguntan por ellos, una sombra de mal humor me envuelve.

Los chicos notaron mi cambio de actitud y rápidamente cambiaron el tema hacia algo más ligero.

Después de que pasó la hora de descanso, nos pusimos a ordenar todo para la música en vivo.

Mientras enviaba un mensaje de texto a Leire, quien no me había respondido las llamadas, seguro debe estar ocupada, guardé mi teléfono y agarré una de las cajas de copas.

Caminé hacia el sótano, pensando en lo mucho que me gusta este bar, todos son muy respetuosos con los trabajadores, algo que se agradece, ya que algunos clientes tienden a comportarse agresivos.

Ustedes entienden, esos que se comportan como unos capullos de repente.

Mientras caminaba, tropecé torpemente con lo que sea que estuviera en mi camino. La caja estaba muy pesada y debí pedirle ayuda a Nicolás.

Pero... Soy muy orgullosa.

Justo cuando pensé que podría caerme, resbalé por culpa de un charco de agua, resultado de que alguna persona dejó el filtro abierto.

Finalmente llegué al sótano y coloqué la caja en el suelo. El aire olía a humedad y la luz era un poco tenue.

Estaba a punto de marcharme cuando escuché una voz masculina cantando con una leve melodía que resonaba maravillosamente.

Mi curiosidad se despertó al instante y seguí la voz hasta el balcón.

¿Porqué suena jodidamente bien?

A medida que me acercaba, la melodía se hacía más clara. Subí las escaleras y abrí la pequeña puerta justo a tiempo para escuchar:

—Y la luna es testigo de lo que te digo...

Traté de acercarme para disfrutar del momento, pero perdí el equilibrio y me enredé con mis propios pies, cayendo al suelo con un estruendo. Los chicos que estaban tocando detuvieron la música y me miraron confundidos.

Mierda.

Uno de ellos se acercó rápidamente y me extendió su mano con una pequeña sonrisa.

—¿Estás bien?—preguntó mientras me ayudaba a levantarme.

Agaché la cabeza, sintiéndome avergonzada por lo que acababa de ocurrir. Deseaba que la tierra me tragara entera. Los cuatro chicos, muy jóvenes, me miraban entre burlones y confundidos.

Vaya, increíble, que mala suerte tengo.

Da las gracias, Kimberly

—Eh... sí... gracias...—respondí torpemente.

—Kyler, ¿qué hace una chica aparte de maléfica aquí arriba?—dijo uno de los chicos con tono burlón.

Él que me ayudó que ahora se que se llama Kyler, fulmina con la mirada al chico que acababa de hablar.

Kyler, es un chico un poco mayor, su brazo izquierdo esta cubierto de tatuajes coloridos y tiene una mirada gentil que contrasta con su apariencia ruda. Sus ojos café son cautivadores y su cabello castaño estaba lleno de rulos desordenados.

—Debería irme—mencioné todavía avergonzada.

—Espera—me detuvo Kyler—. ¿Tienes prisa?

Dudé un segundo en responder mientras él desviaba su mirada hacia mi camiseta y elevaba ambas cejas al ver el logotipo del bar.

—¿Por qué carajos no los escuché ensayando?

Espera, ¿qué?

Fruncí el ceño y miré a la persona que habló.

Mis ojos se abren de par en par al reconocerla.

—¿Kimberly?

Esto tiene que ser una broma.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Pasando vergüenza.

—Increíble pregunta, Leire—respondí con un tono de desdén, como si su confusión fuera obvia.

—No pensé que este fuera el lugar donde trabajas.

Fruncí el ceño.

—Sabía que era tu primer día, pero no aquí—explicó en voz baja, mirando a su alrededor para asegurarse de que los chicos no prestaran atención.

Leire nunca me habló de la banda de chicos en la que trabaja y, aunque no me sorprende enterarme que es manager de una banda, tampoco imaginé que estaría en este lugar.

Nunca se la pasa en casa.

Leire se acercó a los chicos y les dio una orden que no logré escuchar.

Mi mirada se centró en uno de ellos: un chico recostado en la pared con una expresión de aburrimiento mientras fumaba un cigarrillo.

Mi corazón dio un vuelco cuando su mirada conectó con la mía.

Era él pianista.

Todos estaban ocupados en sus lugares y el pequeño piano estaba vacío. Era alto y delgado, pero se le notaban unos músculos bien trabajados. Tenía un piercing en la nariz y me observaba con el ceño fruncido, aunque luego rodó los ojos con desdén.

Qué maleducado.

—¡Chicos!—exclamó Leire con voz chillona— Ahora que tengo tiempo, les presento a Kimberly, mi mejor amiga y compañera de casa.

No terminó de hablar cuando la voz del que supongo que es el cantante resonó desde su lugar frente al micrófono.

—Ella... —me miró con los ojos muy abiertos—. No pensamos que Kim era tan hermosa.

¿No pensaron?

Carraspeé falsamente para romper la tensión.

—Un gusto conocerlos en persona—dije mientras miraba al chico del micrófono—. Cantas bien.

Y era cierto, su voz es muy cálida.

Leire nunca me habló de ellos y yo no he escuchado su música. La susodicha carraspeó falsamente y hizo una mueca que dejaba claro lo incómoda que estaba con la situación.

—¿Cantas?—repitió mi palabra el pianista, acercándose un poco más esta vez, ahora a unos dos metros de distancia.

—Sí, exacto—respondí sonriendo, tratando de ocultar mis nervios.

—Esto es increíble—murmuró él, soltando una risa.

No sé a qué se refería con lo último, pero lo que sí sé es que ahora puedo verlo de cerca, y es aún más guapo que a distancia.

El piercing en su nariz le da un toque jodidamente hermoso, un detalle que lo distingue de sus compañeros, quienes lucen tatuajes a la vista. Él, en cambio, parece ser un enigma, un libro cerrado que despierta mi curiosidad.

¿Cómo es posible que nunca supe de estos chicos? Si mi mejor amiga es la manager.

Mi mente da vueltas mientras me doy cuenta de que me he quedado como una estúpida observándolo. Carraspeo, recordándome a mí misma que tengo que volver a mi trabajo.

—Tengo que volver—mencioné, dando unos pasos hacia la puerta.

—Un gusto en conocerte Kim—me dice el tal Kyler.

—Gracias a ti, por ser el único en moverse a ayudarme.

Y era cierto.

Seguí caminando pero al sentir una mirada sobre mí, me detuve en seco.

Era él, él pianista; me miraba intensamente antes de desviar rápidamente la vista hacia su piano.

Puedo jurar que sonrió y negó con la cabeza como si encontrara la situación divertida. No sé qué le hace gracia; seguro es uno de esos chicos rudos, engreídos y egocéntricos.

Salí de allí confundida, con la mirada del odioso pianista grabada en mi mente.

Regresé con los chicos que me iban a matar por desaparecer un buen rato.

Lo bueno es que me caen súper bien. Aún estoy pensando en el pianista, lo cual es un poco extraño. ¿Por qué pienso en él? No lo sé, pero su imagen sigue rondando mi mente.

—Va a comenzar el concierto—expresó Nicolás con un tono algo aburrido.

—¿Concierto?—pregunté confundida, tratando de recordar si había escuchado algo al respecto.

—Los Invencibles son los que se van a presentar—me respondió, levantando una ceja— ¿No sabías? Adelantaron su presentación aquí. Pensé que escuchaste a Sofía cuando lo comentó.

Los Invencibles...

He oído hablar de ellos, pero nunca imaginé que Leire era la manager y que su pianista es tan sexy.

—Oye, Nicolás—lo llamé con curiosidad, sintiendo que debía saber más.

—¿Sí?—me miró con una expresión entre divertida y desconcertada.

Dudé un momento en hablar, pero finalmente me decidí a preguntar.

—¿Cómo se llama el pianista?.

—¿Es en serio? Nunca ha escuchado su música, son una banda un poco famoso en la ciudad—me miró raro, como si no pudiera creer mi ignorancia.

—Vale, nunca escuché de su música—admití, sintiéndome un poco avergonzada.

Y era cierto.

—Me lo imaginaba—se encogió de hombros—. En fin, el pianista se llama Agu...—hizo una pausa dramática—. Brad, se llama Brad y es uno de los más idiotas de la banda.

—Brad... —murmuré para mí misma, dejando que el nombre se asentara en mi mente como un eco.

—Si, Brad, es él pianista y cantante de la banda.

—Espera... ¿Qué?

—Que es él cantante de la banda, él pianista y un idiota.

—¿Él otro chico no canta también?

Nicolás asintió.

—Si canta, pero es el cantante principal, él que lleva la nota es Brad.

Así que es el cantante...

Jodida voz tiene.

—¿Pasa algo con algunos de ellos?—preguntó Nicolás inquieto, notando mi interés repentino.

—No, solo es curiosidad—respondí rápidamente—. Ahora vamos a trabajar; Dara y Sofía necesitan ayuda.

El bar estaba repleta de gente, nunca pensé que esos chicos fueran tan famosos en la ciudad.

Ayudé a Jonás, quien se encargaba de preparar las bebidas mientras yo hacía mi trabajo de mesera. A medida que servía las mesas, no podía evitar escucha conversaciones sobre los Invencibles y sus presentaciones pasadas.

Cada vez que alguien mencionaba a Brad, sentía una mezcla de curiosidad y nerviosismo. Me preguntaba si realmente era tan encantador como todos decían, o tan idiota, como lo decía Nicolás.

Mientras servía una ronda de tragos a un grupo cercano al escenario, vi cómo la multitud comenzaba a agitarse.

Las luces parpadeaban mientras el grupo se preparaba para salir. Mi corazón latía con fuerza, quizás esta noche sería diferente. Quizás esta noche podría conocer a Brad y descubrir si había algo más detrás del sexy pianista que me había dejado intrigada.

—¡Buenas noches!—La voz de uno de los chicos resonó en el lugar, llenándolo de energía.—Esta noche será inolvidable.

Los aplausos estallaron en un torrente de emoción, contagiando a todos con su entusiasmo.

—Bien, os presento a nuestro cantante principal, Matteo.

Con un salto lleno de vitalidad, Matteo él cantante principal, salió al escenario, saludando al público con una sonrisa que iluminó su rostro.

—¡Y ahora, nuestro guitarrista, Kyler!—continuó él chico que había estado hablando, señalando a Kyler él chico sexy que con amabilidad me había ayudado a levantarme.

Su guitarra colgaba en su hombro como un fiel compañero.

—Y por último, pero no menos importante, ¡nuestro líder, pianista y cantante, Brad!

Cuando Brad apareció en el escenario, una ola de gritos y aplausos lo recibió.

Saludó a todos con una pequeña sonrisa que hacía que su atractivo se intensificara aún más. Se sentó frente al piano y sus dedos comenzaron a deslizarse lentamente sobre las teclas.

Él baterista le hizo una señal a Brad; él asintió con confianza. En un instante, las luces del bar se apagaron.

La melodía comenzó a fluir suavemente en el aire. Era una canción que me sonaba familiar, una melodía perfecta y cautivadora.

Un faro de luz se centró en Brad, quien absorbió toda la atención del público. Algunas chicas murmuraban cosas sobre lo guapo que es, pero yo no podía apartar mis ojos de él.

Hello I know you are there.

Su voz resonó con una claridad impresionante mientras comenzaba a cantar. Sus ojos estaban cerrados, completamente inmerso en la música.

Era la voz que escuché en el balcón.

Seeing me as you saw me before,
a night where the moon... where the sea is a witness...
just... I would like to kneel down and tell you how much...
but how much I love you in a song
and show you the world holding hands.

Mi corazón latía con fuerza al escuchar cada nota, su voz era pura magia. En las partes más intensas de la canción, sus ojos permanecían cerrados y parecía tan adorable que casi me perdía en sus expresiones.

—And the moon is witness to what I tell you...

El público estalló en aplausos y vítores cuando terminó la canción. El bar retumbaba con el eco de la ovación mientras sonreía y aplaudía junto con todos los demás, pero en un instante sus ojos se encontraron con los míos.

Nicolás estaba tomando fotos de los chicos que posaban locamente para la cámara. Yo estaba allí, como una tonta mirando a Brad desde la barra. En cada foto que Nicolás tomaba, Brad sonreía perfectamente.

Saqué mi teléfono para revisar un mensaje de Julia.

Julia: Voy a pedir pizza para cenar ¿qué dices?, le mandé un texto a Leire no me ha respondido.

Yo: Genial.

Guardé mi teléfono y seguí viendo a los miembros de la banda.

—¿Cuál de ellos te llamó la atención?—me pregunta Dara, con una pequeña sonrisa.

Salí de mi increíble concentración y la miré.

—Ninguno, solo me sorprendió mucho, cantan muy bien.

Ella frunció el ceño y miró nuevamente hacia los chicos.

—Hoy solo cantó, Brad y Matteo.

Vale, si, lo sé.

—Si es que el ritmo, la nota, la melodía, es cautivadora.

Ella sonrió burlona.

—Mirad pues, Brad es un capullo y Matteo es un poco problemático. Elige bien.

Hice una mueca y ella me dió con la pañoleta en mi brazo.

Solté un chasquido y comencé a limpiar la barra.

Seguramente mi cara delató lo fascinada que estaba viéndolos, o mejor dicho, viéndolo a él.

—¿Puedo pedir algo?

Me volteo rápidamente para atender a un cliente y me quedé perpleja.

Madre mía.

Brad está mirándome con esos ojos hipnotizantes que tiene, lleva una camiseta blanca donde puedo ver sus músculos bien trabajados y un pequeñito tatuaje.

—Sí, claro...-respondí torpemente.

—Una cerveza—pidió en voz baja, su voz es un poco ronca, lo que me da escalofríos.

—¿Algo más?—pregunté tratando de no sonar nerviosa, aunque no sé por qué lo estoy.

Claro que se porque lo estoy.

—No, gracias.

Sus manos golpean suavemente la mesa, se le ven las venas marcadas en los brazos.

Dios, qué jodidamente hermoso y sexy.

Me doy vuelta para darle su pedido; no sé qué rayos me pasa, pero mis manos están sudadas y casi se me resbala la cerveza.

—Su cerveza.—la dejé en la mesa y en vez de tomarla, me miró.

Sus ojos son negros, del mismo color de su cabello, es de tez blanca, pero se ve bronceado Tiene un perfil perfecto; su apariencia es tierna, pero sé perfectamente que no lo es.

Me giré para marcharme porque su mirada es penetrante. Sus ojos son muy llamativos y si mantengo más la mirada, me va a hipnotizar. Cuando estoy a punto de dar dos pasos más, vuelve a hablar.

—Kimberly—mencionó en un susurro. Su voz sigue siendo ronca; no sé si es porque está hablando en susurro o es su voz natural.

Vaya manera en como pronuncia mi nombre...

Partes de mi cuerpo empezaron a sudar. Respiré profundamente y me volví a girar hacia él. Su presencia es intimidante.

—¿Disculpa?

—Eres francesa ¿no es así?

Lo miré con los ojos entrecerrados.

—Y tú también ¿no es así?

Sonrió, negando con la cabeza. No sé qué le parece gracioso, pero no quiero estar cerca de él.

—Correc—dijo en francés.

«Correcto»

—¿Deseás algo más?

—Sí quiero otra cosa, pon la cuenta a nombre de Kyler.

Fruncí el ceño.

—¿Algo más?—repetí.

Se levantó y tomó un sorbo de la cerveza.

—Lo demás lo pediré en otra ocasión.—caminó pero se detuvo de golpe.—Y Matteo no es el único cantante de la banda, Curie.

—De na...

Me quedé muda al escuchar la última palabra; no me dio tiempo ni de responder cuando ya se había ido. ¿Cómo carajos sabe mi apellido?

Leire, más tarde se las va a ver conmigo.

Voy en camino a casa. Todo el largo camino lo pasé pensando en lo que ocurrió hoy. El trabajo me gustó, mis compañeros son muy amigables y el lugar es sencillo, pero algo dentro de mí se sentía inquieto, la voz y la mirada de ese chico.

Al llegar a casa, fui directo a la habitación de Leire.

Sabía que ella tenía que darme una explicación. Toqué dos veces la puerta y la abrí bruscamente. Ella estaba sentada frente al espejo, quitándose el maquillaje, mientras su habitación era un auténtico desastre: ropa esparcida por todo el piso, zapatos por doquier.

—¡Hola, hermosa! Pensé que salias temprano, por eso me vine a casa—saludó sin dejar de mirarse en el espejo.

Hola—respondí cortante, con los brazos cruzados.

Leire notó mi tono y se giró hacia mí, elevando ambas cejas en señal de curiosidad.

—¿Y a ti qué te pasó?—preguntó, intrigada.

—Sabes muy bien lo que tengo, Leire—respondí, entrecerrando los ojos con desconfianza.

Ella frunció el ceño, como si no entendiera del todo.

—Conocí a Brad -mencioné de repente, tomando toda su atención.

—¿Brad? -repetía como si aquel nombre le sorprendiera más de lo que esperaba.

—Un buen chico, la verdad -comenté mientras me dejaba caer en su cama. Pero a pesar de mis palabras, no podía evitar sentir una mezcla de emoción y nerviosismo al mencionar su nombre.

—¿Eh?—frunció el ceño confundida

—¿Cómo sabe mi apellido? -pregunté de la nada.

Quizás sonó estúpido, pero me choca la idea de que él sepa mi apellido. Sé que tarde o temprano se va a enterar, pero joder... soy francesa y mi apellido no es común en absoluto. La idea de que lo pronuncie correctamente me da un maldito escalofrío.

Y no es el simple echo de que él sea francés, es que... Lo pronuncias demasiado bien.

Leire puso un rostro burlón y se encogió de hombros.

—Se lo dije desde el primer día que hablé de ti y de Julia—recalcó.

No sé qué me molesta más: si el simple hecho de que sepa mi apellido o su actitud engreída.

—Brad tiene la personalidad de un engreído y odioso. Quizás te llamó por tu apellido solo para hacerte enojar—me miró de arriba abajo con un aire burlón— Y parece que lo ha logrado.

Me quedé en silencio por un momento, reflexionando sobre sus palabras.

¿Realmente era tan engreído como parecía? O quizás había algo más detrás de esa fachada arrogante... Sin embargo, no podía dejar que eso me afectara tanto. Tenía que mantenerme firme y no dejarme llevar por las emociones.

Leire sonrió al ver mi expresión pensativa.

—Sea, lo que te haya dicho, no te acerques mucho a él, es un poco idiota.

¿Porqué todos me dicen lo mismo?

Julia entró a la habitación con dos pizzas en la mano, y no pude evitar sonreír al verla tan contenta. Sus padres son iguales que los míos, y siento que eso nos une más.

Ambas ríen y disfrutan de sus pizzas mientras yo solo pienso en Brad.

La verdad es que no puedo dejar de pensar en él. Tomé mi teléfono y abrí Instagram, con la esperanza de encontrar alguna señal de su vida privada. Tal vez una foto, un comentario.

Revisé todos los perfiles posibles y me encontré con una frustrante realidad: no conseguí nada.

Solo había perfiles falsos con su nombre, que parecían más bien cuentas de fans o imitadores. Incluso revisé el perfil de la banda, pero ahí también solo encontré publicaciones sobre conciertos y momentos grupales. Nada sobre él.

¿No se supone que es famoso? ¿No debería tener una cuenta donde sus seguidores puedan seguirlo y ver lo que hace?

Es tan extraño pensar que alguien tan talentoso como él pudiera estar tan fuera del radar.

¿Será que está tratando de mantener su vida privada a toda costa?

O quizás simplemente no le interesa compartir nada en las redes sociales. Me siento atrapada entre la curiosidad y la frustración.

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