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        |LEER LA NOTA AL FINAL|



     "Mañana es noche de chicas, les pido encarecidamente que sean puntuales. La puerta se cerrará a las nueve de la noche y no volverá abrirse hasta la mañana, tomen precauciones."

El mensaje de Hera fue el resplandor que necesitaba esa noche, demasiado oscura para la ajetreada Nueva York. Debía ser que, a pesar de tener la mochila llena de ropa y demás cosas colgando en la espalda, el peso real lo tenía adosado en el corazón.

—Adiós —se despidió a gritos—. ¡Adiós, Shirley! No escucha, debe estar besuqueándose con Nelson en el almacén.

Randall le sonrío ameno y le hizo un gesto para que saliera primero después de sostener la puerta para ella. Lulú se apuró a pasar debajo de su brazo sin necesidad de agachar la cabeza, afuera, se fijó que esa noche el tránsito de personas seguía activo. Se notaba enseguida que el verano había llegado.

—¿Te acompaño? —sugirió su amigo, ella, recordando la última vez que estuvieron en esa posición y contando las veces que captó como su rostro se fruncía de disgusto al verla salir, dudó.

—Eh...

Él emitió una risa genuina que a ella le supuso un respiro de gracia. Desde hacía la celebración del cumpleaños de Sol, varios meses atrás, la comunicación entre los dos se volvió perezosa, incluso incómoda si no había nadie más presente.

Lulú no quería herirlo más y a él tampoco le apetecía más que ser cordial. Era culpa suya, no debió empujarla a ese punto tan precario, pero cada vez que la miraba sonreírle al celular antes de salir prácticamente corriendo del local, sentía que quería vomitar.

Tenía que asumir que Lulú ni siquiera decidió, puesto que jamás lo contempló como opción.

—¿Te ayudo con eso? Se ve pesado —señaló su bolso, manejando el silencio que se formó.

Ella miró segundos, escrutando desde su cabello teñido completamente de negro, hasta su postura relajada. Nada parecida a la tensión que se le veía antes. Su respuesta fue suspirar y cederle la carga. Se sentía como el chico que conoció años atrás y no el de los reclamos sobre su vida personal.

—Gracias, Randall.

Caminaron juntos a la salida, resumiendo en una charla los meses que se dieron la espalda.

Estuvieron esperando minutos a que el vehículo negro apareciera entre la marea de autos que despachaban y recogían personas. Lulú tomó de vuelta su mochila y tras despedirse con un gesto de la mano, se subió ansiosa al carro de Helsen. Se lanzó al asiento sin pensarlo, si lo hacía, si recordaba lo que pasaría, correría lejos para evitar lo que, en su perspectiva, era imposible evadir.

—Hola —le saludó, como siempre lo hacía. Esa noche la presión endureciendo sus músculos redujeron el volumen de su voz.

Helsen lo presintió de inmediato. Es que cuando Lulú ingresaba al auto, cambiaba, mejoraba la energía que lo envolvía radicalmente, casi creía que las ondas de su voz evaporaban el cansancio que su trabajo le adjudicaba.

La vio colocarse el cinturón de seguridad y permanecer derecha esperando que arrancase. Tensa como una varilla de hierro. Quiso creer que la culpa era de Randall, no suya, pero ella seguía sin mirarle a él.

—Hola —le respondió, hundiendo el pie en el acelerador—. Te ves alterada, ¿pasó algo?

Pasaba de todo. Sentía una revolución de sentimientos en su interior que se contenía de siquiera respirar para no quebrarse y dañar lo que quería, fuese una noche preciosa que ameritase recordar con cariño y no dolor.

Aunque para eso tendrían que pasar al menos mil lunas y mil soles.

—Es que tengo mucha hambre.

—¿Te parece si vamos a...

—A su casa —le interrumpió—. Quiero cenar comida china en el piso de su recibidor, con esos rollitos de primavera y vino, para recordar nuestros primeros momentos, ¿no le agrada la idea?

Helsen ladeó la cabeza, tratando de recordar haber hecho o dicho algo que le causara molestia. Nada encontró en los registros de su memoria, ni un vestigio, ni una pista. Tendría que ser culpa del desgarbado Randall.

Carraspeó y se reacomodó detrás del volante.

—Bueno, me agrada invitarte a estas citas fuera de casa, así mis deseos de tenerte a solas todo el tiempo posible no parezca tan evidente —bromeó y por primera vez, Lulú le miró.

—Me ha descubierto —le contestó ella, esbozando una pequeña sonrisa—. Deseo lo mismo, señor.

Pasaron por el restaurante a comprar comida para la cena y la madrugada, Lulú no tenía planes de irse hasta que la mañana llegara.

Apenas percibió el arma a sándalo y madera del lugar, corrió a refrescarse con una ducha rápida, mientras Helsen acomodaba la comida en la mesa del recibidor, la misma que tuvo que mover, así podría estirar las piernas y no derrumbar el vino, como había ocurrido.

La cena transcurrió en armonía, la conversión marchaba... bien. Qué hicieron esos días sin verse, como le trataba el trabajo, los planes que tenían para la semana, a Lulú siempre le parecía una locura lo, en extremo bien planificada que era la vida de ese hombre, sabía que tenía que hacer ese día en tres años más. Pero como una mosca fastidiando el ambiente, Helsen tuvo la necesidad de acabar con la molestia. Pasó el último bocado con un largo trago de vino y la estudió unos segundos, mientras ella, abstraída en su mente, masticaba lentamente.

Intuía lo que pasaba, ¿qué más podía ser? Aquella muchacha le había confesado sus sentimientos más de una vez, en más de una manera, lo que reducía un tema serio para los dos, en dos opciones: un embarazo y una ruptura.

Se relamió los labios y dejando la copa en el piso, le tocó el hombro con parsimonia, no quería sacarla de su mundo de un tirón. Lulú parpadeó repetidas veces y le miró, lo hizo tan intensamente, que le removió raíces que, en ese punto de su vida, creía muertas.

—Dime lo que te ocurre, Lulú —le pidió y ella, frunciendo los labios para no soltar una verborrea, inspiró por la nariz y asintió, dándose fuerza.

—¿No ha pensado cuál es el objetivo en su vida? —musitó, le costaba decir aquello—. ¿Una familia le haría sentir lleno? Que completó su ciclo, digo, como persona realizada. He pensado mucho en que quiero estos días, he visto a Hera con su bebé, a Sol y Eros, y me causa mucho pánico pensar en tener algo como ellos lo viven, y me descubrí un poco más.

» No todo el tiempo seré feliz, no cuando conozco lo que es haberme revolcado en la miseria, una vez que la conoces, nada vuelve a verse igual, de verdad, a veces me quedo dormida recordando esos momentos y así es como va mi vida, por momentos, como un tablero de ajedrez, algunos blancos, otros negros y todos los vivo yo, nadie más que yo, a solas, porque me gusta curarme mis heridas, incluso si no me las causé yo.

Bebió un trago de vino y antes de que Helsen, el confundido Helsen, le contestara, ella le preguntó:

—¿Usted me quiere?

El rostro de Helsen no cambió. Se mantuvo sereno, tan distinto a ella, que tenía las mejillas rojas de solo sentir y sentir.

—Te aprecio...

—Yo le amo más de lo que usted podría ofrecerme —le cortó de tajo, como un reproche—. O no lo sé, puede que este equivocada, pero eso nunca lo sabré, porque soy como le dije, como una pieza de ajedrez que busca esquivar los cuadros negros, es por eso que esta noche piso uno por voluntad propia para despedirme.

» Se lo dije esa noche en París, no busco una historia de amor, pero de cierta manera me la dio, me cumplió, me enseñó lo que es temblar de placer en manos que no sean las mías, pero también me hizo darme cuenta lo que es sentir el corazón lleno de calor al recordar su sonrisa. Usted nunca sonríe y quiero que sepa que lo he visto mucho, de lejos, de cerca, desde todos los ángulos, pero cuando me ve, no puede evitar hacerlo.

Se limpió con brusquedad los restos de vino de los labios con el dorso de la mano. Y siguió hablando...

—Y mire, nadie nunca me había hecho replantearme mi existencia entera, me ha puesto a pensar que quiero cargar bebés y que puedo calentarle un hogar, ¿cómo haré eso? Apenas con su familia conozco esa clase de amor y me aterró pensar en que podría hacer eso cuando siempre quise lo contrario, ¿tanto le quiero? Sinceramente no —decretó, tuvo que tocarse el pechó y empuñar la tela para contener el llanto—. Al final deduje que te amo no solo por ser tú, Helsen, con todos tus cuadros blancos y negros, también adoro lo libre que me haces sentir, pero me asusta que este sentimiento juegue con mi cabeza de esa manera. Es cruel.

» Sería injusto cambiar de color mis piezas para jugar desde tu lado, solo por ser tuya y seguir recibiendo sonrisas. Eres sin dudas el hombre más atractivo que he conocido, pero tengo que ser realista, seguro dejarás de parecérmelo cuando quiera dormir a solas y descubra que compartimos habitación, o recuerde que me dejaste en casa con un bebé en brazos pensando que te acuestas con tu secretaria porque me he puesto a tus ojos espantosa, ¡me volvería loca!

Helsen la observó como tal, como si hubiese perdido la cabeza.

—Jamás te pediría tal cosa, Lulú —aseguró—. Conozco tus deseos, también conozco que nada tienen que ver con los míos, no en esta etapa que comienzas a vivir, la que yo pasé diez años atrás.

Eso fue una puñalada más a su corazón. Lo quería con locura, pero odiaba darle la razón.

—Lo sé, lo sé, por eso quise venir aquí esta noche a agradecerle el tiempo que estuvo a mi lado, créame, nadie más me veré llorar porque no puedo alcanzar un orgasmo —su voz flaqueaba debido a la sobrecarga de emociones escociendo en su pecho—. Dejas una huella imborrable en mí y eso me hace tan feliz y así quiero recordarlo siempre. En este momento, es el cuadro blanco más intenso que alguna vez pisé.

El silencio reinó segundos, muchos. Se cumplió un minuto dónde él no pudo hacer más que callar para asimilar, sopesar lo que esa retahíla significaba y rellenar las copas de más vino.

—Por esto no has respondido el correo de Catherine —la desilusión abarcaba su tono grave.

El gesto de Lulú se contrajo.

—No, en realidad es porque me causa lástima como la pone en esos aprietos —replicó, recordando los ojos de amor con que Catherine le miraba a él.

Esa pobre mujer o era muy tonta o le gustaba el sufrimiento. No había manera en el mundo que se quedase a tratar con él todos los días y mucho menos reservar una habitación donde desordenaría la cama con otra.

De pensarlo que le revolvía el estómago. Incluso lo odió un poco en ese momento, nadie más que él conocía los sentimientos de esa mujer y no hacía nada para menguar su dolor.

Bebió un trago más que le supo agrio. Era definitivo, tendría que tomar ese año en la universidad en Melbourne que vio en el programa de intercambio. Tendría que poner tierra y océanos en medio de los dos para recuperarse del golpe tan severo que sería perderlo.

—Debo admitir que no esperaba que esto pasara tan pronto —reconoció él y ella, como consuelo, le apretó el brazo con cariño.

—Me estoy cuidando de un corazón roto, señor, tendrá que comprenderme.

Su risa ronca le envolvió de calor y aleteos el corazón a Lulú. No le bastaba con la mariposa que le regaló, le provocó un sinfín más que, por el capricho de no querer olvidarlo, se negaba a espantar.

—Maldita sea, Lulú, ¿cómo te veré a la cara sin que sepas que en ese momento te querré meter en mi cama?

Ella pensó que era una broma, pero todo rastro de gracia se esfumó de su rostro. Ella inspiró y botó el aire como si le hubiesen atestado un puñetazo en el pecho.

—El tiempo apagará el fervor, tengo fe.

Helsen rio amargamente.

—No lo creo, no soy hombre de fe.

El calor del llanto aglomerado en la garganta se volvió intenso, incontrolable. Lulú acabó con su segunda copa de vino.

—Quizás en otra vida —susurró ella, percibiendo una angustiando presión en el cuello—. Quizás en otra vida podremos converger en un solo camino.

A Helsen aquella idea además de poco probable, no le sonaba nada esperanzadora.

—Entonces te prometo nacer doce años antes —concedió, con un tono afligido que intentó enmascarar con un trago más—. Eres una mujer excepcional, Lulú, que te quede claro que no existe nadie como tú. Hacer esto, me demuestra que yo tengo la edad, pero tú la madurez. Si todo este asunto recayera únicamente en mí, pasaría hasta la última noche de mi vida persiguiéndote para darte esos momentos blancos que tanto te gustan.

Lulú no tuvo más que reír, reír hasta que la piedra atorada en la garganta bajase y dejara de martirizarla.

Pese haber sufrido momentos espantosos, peores que eso, esa noche soltar a quien amaba para continuar su camino, conocer y descubrir más allá de lo que una relación de ese tipo podría ofrecerle, era terroríficamente doloroso.

—Eso suena bastante raro, Helsen.

—Es la primera vez que me tuteas —puntualizó él—. Es claro que este es el final.

—¿Se pierde la magia?

Él la contempló un momento fugaz antes de terminarse la segunda copa. Lo que le jodía verla y saber que esa era la última vez que la tendría a solas en su espacio. Si es que se adhería a su faceta de hombre correcto que respetaba sus deseos.

No sabría cuanto le duraría la promesa.

—No se puede perder algo que es tuyo por inherencia.

El silencio que abrigó el ambiente recargado de un sentimentales ajeno para los dos. Ninguno había experimentado algo como eso, una ruptura cuando se seguía deseando. Era como cortar un capullo. Les dejaba sin esperanzas de florecer.

—¿Te puedo pedir algo?

—Lo que sea —replicó él sin vacilar.

—Hazme el amor —su voz sufrió una fractura—. Quiero que esta noche me toques como si me amaras sinceramente, como si no pudieses caminar en este mundo sin mí, ¿crees que puedes hacerlo?

Era un pedido con sabor a súplica. El pensamiento de que esa noche sería la última vez que la tuviese de manera carnal en sus brazos le resultó una amenaza, se sintió acorralado ante esa probabilidad a niveles que, en un respiro, se replanteó el sentido que quería darle a su vida por estar unas cuantas más con ella.

Y en otro más, como acababan, en unos años, cuando el tiempo ensanchara la brecha entre los dos, convirtiéndose en perfectos conocidos que no tenían nada en común más el rencor de no haber actuado en frío. Ninguno de los dos estaba hecho de sueños e ilusiones, aunque el inicio se sentía como un cuento de la más pura y querida fantasía.

—Si lo hago, Lulú, corres el riesgo de no querer deshacerte de mí —resopló una bonita y melancólica risa que a ella le extendió una sonrisa.

—Esa consecuencia ya la sufrí.

Cuando la luz de la mañana reverberó en la recámara, Lulú, con los sentimientos rotos anidados en pedazos en el hueco dónde debía estar su corazón, salió con sigilo del abrazo de Helsen, rendido entre las sábanas echas un desastre, un verdadero y hermoso desastre.

No quiso ducharse, se negó a despertarlo con el ruido, huía a la despedida, no pensaba darle la espalda sintiendo sus ojos en ella, y quería tener los rastros de su aroma en su piel un rato más.

Se vistió y recogió sus cosas, tras guardar unas y sacar el sobre relleno de papeles, se regaló el placer de darle un último vistazo que grabó en su memoria a detalle. Parada bajo el dintel de la puerta, con una mano apresando su cuello, murmuró una última vez:

—Adiós...

Salió de la casa sin mirar atrás, de haberlo hecho, de haberse dejado vencer por su instinto, habría visto a Helsen al pie de la escalera, con el susurro de su último adiós ceñido en la memoria.

εїз

Lulú bajó del taxi cuando el sol se ponía. Estaba a salvo de la amenaza de Hera de dejarla toda la noche aporreando la madera para que le abriese.

Encontró la casa echa un revuelo. El personal iba de un lado a otro, siguiendo las estrictas ordenes de Hera. Se quedó de pie bajo el inmenso candelabro colgando en medio del recibidor. ¿Todo aquel ajetreo por una noche de vino, nacho, arepas y películas de solo chicas?

Hera no era de las que hacía las cosas a medias, estaba claro.

Aprovechó que no veía a su amiga por ningún sitio cerca, subió las escaleras a la carrera. Sabía que estaría enojado por responder su llamada con un simple mensaje de estoy bien, me hospedo en este hotel, volveré para el final de la tarde. Lo último que necesitaba y quería, era llorar sabiendo que en cualquier momento le tocarían la puerta.

Se detuvo una segunda vez a mitad del pasillo. ¿Era una seña para buscar su espacio? Un apartamento, sería demasiado costoso, pero podría buscar un monoambiente, estaba bien con ella. Se sentía cómoda viviendo con Hera, pero ella ya tenía una familia y la gente crece. Ella también lo haría.

Se dio una ducha y volvió a llorar bajo el agua, no se preocupó por hacerlo, cada lágrima derramada era un desahogo, pero cuando el llanto se convirtió en un torrente, no supo que hacer con la marea más que flotar en ella.

Así que escribió, ensuciando con manchones de tinta las hojas por culpa de las lágrimas. No pudo terminar sus confesiones, Hera abría la puerta y corría hacia ella. La abrazó y Lulú, siempre independiente, por instinto rechazó el abrazo, pero Hera intuyendo lo que ocurría, calló y no la soltó.

—Está bien, llora, llora todo lo que puedes —le dijo, apoyando la barbilla sobre la cima de su cabeza—. ¿Recuerdas lo que dijo la abuela? Tu alma necesita limpiarse.

No creía que pudiese hacerlo con ella ahí, Lulú estaba acostumbrada a encargarse de sus heridas a solas, por su propia mano, que no supo como responder cuando por primera vez pudo dejarse ver adolorida con alguien más presente.

No era nadie extraño, era ella, Hera y quién le prometía que, si quería caer, ella la atraparía.

Lloró hasta que los ojos la vista le ardía y la sentía la garganta desgarrada, y aunque el corazón lastimado le latía lento, ya no tenía más que el silencio después de la hecatombe que sentía, había pasado por su pecho.

Hera la dejó a solas un rato, Lulú se preparó para recibir a sus amigas con abrazos y sonrisas. Se animó viendo sus caras, sus sonrisas y pudo sonreír cuando las vio bailar alrededor de los aperitivos, descoordinadas y felices.

Bromearon con que estaban allí para ver un maratón de las Barbies, pero la conversación, la comida y el alcohol era más entretenido. Paula planeaba irse a California y le pidió consejos sobre la Ciudad a Lulú, las chicas planeaban la despedida de solteras en Miami, Hera ingresaría en la escuela de diseño de modas cuando Jäger cumpliese un año y Sol, ella tenía muy presente en inaugurar un club sobre algo al que ella no le prestó atención, porque el sabor del vino le recordó donde estuvo la noche anterior.

Luchó por secar las lágrimas que se le acumularon, pero falló, y aunque las miradas se negaban a creerle que lloraba por lo feliz que se sentía de tenerles allí, con ella, disfrutando una noche de domingo, era parcialmente verdadero. Estaba tan sumida en la melancolía y la felicidad, que, por efecto de la borrachera, se miró la piel gris.

Así se percibía. Como los días de lluvia sin sol. Preciosos, pero nostálgicos.

Y estuvo bien con eso.

εїз

Miércoles. Mitad de semana y Lulú no dejaba de darle vueltas a ese asunto que le causaba un sentimiento nauseabundo.

La comunicación con su hermano se limitaba al chat del videojuego, le habían quitado su celular la misma noche del inconveniente con Helsen y los oficiales. Desde entonces, las alternativas no le daban descanso.

Lulú renunció al hombre que se había labrado el camino a su corazón, pero perder contacto con su hermano, no era opción para ella.

Recordaba las veces que el niño, inocente de lo que ocurría a metros de su habitación, la consolaba hasta que ella ya no podía llorar más. Las veces que pidió a su padre que no la reprendiera más, o esas ocasiones dónde intervenía en los golpes. Pedía que se los diesen a él, no a su hermanita.

Y pensó. Pensó en lo que Sol le había dicho, una denuncia y sacaría a ese monstruo de las calles. Bajo la influencia de un mundo idónea que comenzaba a crearse, todo eran ventajas. Con Henry en prisión, dejaría de interponerse en la vida de su hermano, de ser un peligro latente para Luciano y el resto de la población, para ella misma, aunque sentía repulsión y no terror cuando le veía, al verle a los ojos, evocaba los recuerdos de las veces que lo pilló mirándola de lejos.

Le costaba dar el paso, padeció entrevistas y experticias que no dieron resultados, solo la perjudicaban.

Pero Lulú no era la niña temerosa de entonces, era una mujer a quién le costó noches y días reconstruirse. No permitiría que la volviese a dejar en escombros.

Tenía que proceder por su hermano, por la seguridad de cualquier niña que se cruzara en su vida y por la Lulú que no alcanzaba los diez años y vomitaba cuando el monstruo se daba la vuelta y la dejaba desecha.

Ese miércoles, a cuatro días de salir de casa de Helsen, de su siempre suyo Helsen, detuvo a Sol al filo de las escaleras.

Su amiga le contempló esperando que hablase. Algo tan simple le suponía un esfuerzo gigante.

—Estoy lista, creo—murmuró, entrelazando sus manos sobre su vientre.

—¿Para qué?—formuló Sol con delicadeza.

Lulú intuyó que ya conocía la respuesta, los años habían afilado los sentidos de la bella Sol.

Así que levantó el rostro y reparó en su mirada, transmitiéndole lo que sentía escaldando su interior.

—Para la denuncia contra Henry—dijo, denotando firmeza, como si cometiese un acto de rebeldía—. Me siento lista.

Perplejidad y sorpresa asediaron el rostro de Sol. Escucharle decirlo era completamente distinto a imaginarlo.

Sol Tomó sus manos unidas por inercia y presiono la sien en los nudillos de Lulú. La soltó segundos después para captar sus ojos pequeños, de un verde profundo, rodeado del rojo del llanto.

—Está bien sentir miedo, está bien, pero quiero recordarte que no estás sola, nos tienes a todos nosotros y cientos de personas que ni siquiera conoces, pero que te entienden, porque se sienten como tú—susurró con voz rasposa—. Te lo recuerdo, porque estoy tan segura como que te adoro con todo lo que soy, que lo sabes tanto como yo.

Un sollozo fuerte, uno distinto, cargado de poder, rabia y resiliencia saltó de su boca como un disparo. Lulú sollozó el pecho de su amiga. Permanecieron juntas, echando raíces, creciendo como capullos regados por esas lágrimas, hasta florecer en un sentimiento vehemente de cuidado y protección.

—Esta es la última vez que tiene mis lágrimas, Sol—decretó—. Es la última vez.

Y de esa manera lo fue.

εїз

Seis de julio. El seis de julio se acercaría a la comisaria a interponer la denuncia en compañía de Sol y del adorable Andrea, un hombre que le explicó el proceso que atravesaría. Pese a ser uno lleno de baches, obstáculos y especulaciones, Lulú no dudaba en llevarlo hasta el final y no se cansaría hasta lograr ver su nombre bajo una sentencia a prisión por el resto de su vida.

Se negaba a ser un caso olvidado más, se negaba a darle la paz de que nadie supiese su hombre y la clase de ser repugnante que era.

En algún momento del día se detenía a pensar sobre eso, ¿de verdad lo haría? ¿De verdad sucedería? Tomar el paso le resultaba impresionante, en un inicio creyó que sus emociones caerían drásticamente, que el miedo tan conocido la vencería, sin embargo, ocurrió lo contrario: nunca se sintió tan enfocada en lograr algo.

Pero para eso faltaban dos días. Esa noche, cuatro de julio, el ambiente festivo se hallaba en su punto álgido, era noche de doble celebración: día de la independencia y finalmente, la esperada despedida de solteras de Irina y Christine.

Pensar en ellas la sacó rápidamente del vehículo. Hera le pidió estar en casa antes de las ocho de la noche, eran las siete, el retraso se la comería viva si no se apresuraba a buscar a Luciano, quedaron en encontrarse en la feria, comer hot dogs y subirse a uno que otro juego. A Lulú le pareció perfecto, no tendría que ir a su casa y, pese a que tendría la compañía de Caleb, pisar ese sitio sin Helsen no le agradaba ni un poco.

—Será rápido, no quiero retrasar el vuelo con las chicas. Espera aquí, ¿bien? —le dijo al hombre que la llevaba a todas partes, pero se quedó confusa cuando le vio bajar—. ¿A dónde vas?

Caleb cerró el vehículo y se dispuso a seguirla.

—Tengo órdenes de no alejarme demasiado, señorita.

Ella se rascó la cabeza. No sabía si enfadarse porque tomasen decisiones sin consultarle o estarle agradecida.

Esa noche no tenía espacio para rencillas, lo tomó como lo que fue, un acto de cuidado que le abrigó de cariño el corazón.

—Si, claro, bueno, te compraré un helado para que no te aburras, ¿o prefieres un hot dog?

El hombre sonrío.

—Estoy bien así, no se preocupe.

Lulú bufó, revisando el último mensaje en su celular. Luciano, desde su número, le avisaba que se encontraba cerca de la casa del terror. Ahí Lulú podría entrar, la medida mínima era la suya.

Guardó el aparato en su pequeña cartera y le sonrío.

—Ay, Caleb, eres un hombre muy serio—bromeó ella y señaló hacia el montón de personas, puestos de comida, juegos y carpas que tendría que atravesar—. Iré a la casa del terror y luego andaré por allí, hay mucha gente, así que todo bien.

El hombre asintió y ella, tras regalarle una última sonrisa, se introdujo a la desastrosa multitud.

Recordaba el sitio como si no hubiesen pasado años desde la última vez que asistió. Tendría que haber tenido menos de quince años, pudo escaparse de casa para ver los fuegos artificiales perderse en el océano. Recorrer el lugar con su hermano y crear recuerdos nuevos, como un nuevo comienzo.

Lulú compró tiquetes y atravesó los metros extensos de la feria, la casa del terror estaba al final de esta, a la orilla del mar. Era su atracción favorita, no le causaba sustos, pero sí risas, pues los disfraces eran de tan baja calidad que no parecían espectros sangrientos, lucían como payasos mal pintados.

El ruido de la gente, los gritos de los niños y la música se desvanecía tras ella, era común, pocos querían entrar a una atracción tan pésima. Lulú empujón la lona de la entrada, la mesa de quien debía recibir los tiquetes no estaba, supuso erróneamente que por la fecha carecían de personal, así que siguió a interior.

No había fila esperando su turno y de su hermano no había rastro. La recibió nada más que la oscuridad.

Su instinto le exigió salir de ese sitio, ella, con los vellos erizados y un vacío en el pecho, dio media vuelta y hundió la mano en su cartera. Pero antes de poner un pie fue de las penumbras, una mano le agarró del cabello y robó un grito de puro horror que le rasgó la garganta y se disolvió en el ruido de la noche.

Lulú cerró los ojos, imaginando, como solía hacer en su habitación, cuando luego de clavar la daga, el mundo se desvaneció.

🦋🦋🦋

Hola, quisiera aclarar algunas cositas:

Si usted no se siente bien leyendo la historia, la que dije desde un inicio en las advertencias, que sabía que no les gustaría el final, entonces por favor, déjelo hasta aquí, porque esto lleva a la segunda cuestión.

Repito, lo puse en las advertencias de TRW, no me gusta que me digan como escribir mis libros, por algo salen de mi cabeza, por algo tomo mi propia experiencia y la relato y comparto. Si a usted no le agrada, escriba la suya propia.

"Es que ella no debió..." esa es la idea de la historia, demostrar que el mundo, la vida, no va como queremos y está, además de corrupta, bastante podrida.

He perdido a dos de mis amigas por las mismas circunstancias de la misma manera, escribo a Lulú para no irlas a buscar, y me ha dolido que jode, las he llorado a ellas y a mí, más estos dos últimos años, que los pasados.

Y botarlo todo acá, en estos personajes, me ha hecho desahogarme a mi manera.

Esta es mi forma de sobrellevarlo, relea los primeros capítulos e imagine el final que a usted le parezca. Eso hago yo cuando no me gusta un final.

Y por último, tenía pensado escribir un final alternativo, pero tampoco les gustaría, porque en esta vida, Lulú y Helsen en ninguna posibilidad, quedarían juntos.

Con el epílogo se cierra de una manera muy bella la pareja, así que, puede esperar a que lo suba y saltarse el resto.

Voy lento con este final, me tomo mi tiempo, pero para mañana tengo el siguiente capítulo.

Nos leemos,
Mar.

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