
-18-
Lulú ese día, el día que dio comienzo a uno de los hechos más importantes en su vida, desde sus ojos, se sintió un alma vieja o como bromeaba con Helsen, un alma vintage.
Aquello era algo impresionante, debe ser que su carrera no tiene relación directa a esa rama de la medicina, pero, como dijo Sol, sobar los óvulos para hacer que produzcan más ovocitos y el pensar en extraerlos, era una completa locura para ella.
Las doctoras y encargadas del proceso le estuvieron explicando cada detalle con imágenes que le removieron sensaciones extrañas, por lo visto, tu cuerpo sufría pequeños estragos cuando lo conocías por dentro de manera tan descriptiva, y qué maravilloso era.
Al salir de esa charla informativa, estuvo días siendo demasiado consciente de cada paso que daba, recordaba que tenía músculos cubriendo los huesos que sostenían su peso y le impactó reconocer que no sentía dolor.
Pasó las últimas dos semanas recibiendo pinchazos, presentando pruebas genéticas, biológicas y psicológicas que le drenaron la energía, pues la universidad no paraba y el trabajo tampoco, pero al recibir la llamada de la clínica de fertilización informándole que todo había salido perfecto y podrían proceder, colgó después de confirmar la fecha de la cita y enseguida le marcó a Sol y le pidió que le acompañase.
Al colgarle a su amiga quiso abofetearse, se la pasaba mencionando que era una mujer en todas sus letras, sin embargo, ante cualquier acontecimiento, su primer pensamiento era: buscar a Sol.
Era más instintivo que racional, pero era Sol, una mente resolutiva por naturaleza, así que estaba bien.
—Veremos cómo avanzas —le dijo la doctora—. En diez o doce días cuando los folículos estén maduros programamos la punción, ¿te parece?
Los ojos curiosos de Lulú viajaron un momento a Sol, como si preguntase su opinión.
—Si a usted le parece a mí también —respondió, mostrando una sonrisa nerviosa.
—Perfecto, ¿Qué te parece si pasamos a la primera inyección? —la amable doctora se puso de pie y la guió a la pequeña habitación donde encontró una camilla, aparatos de ecografías y demás materiales—. Tenemos dos opciones aquí, o puedes venir todos los días para que nosotras te la apliquemos o puedes hacerlo tú en casa, te daremos todo lo necesario para que lo realices sin mayor inconveniente, ya nos dirás como te sientes más cómoda. Recuerda programar una alarma para que no te pases las horas y llenar el formulario, ¿tienes otra pregunta?
Sí que la tenía, pero la vergüenza le impedía soltar palabra exacta, por lo que se desvió un poco.
—¿Puedo hacer ejercicio?
Ignoró la mirada confusa de Sol quién estaba enterada que Lulú era más perezosa que ella, incluso. A su amiga no le fue complejo captar le verdad oculta tras esa interrogante.
Mientras Lulú se acomodaba encima de la camilla y Sol permanecía a su lado como un halcón, mirando cada movimiento de la doctora, la mujer se colocaba los guantes.
—Nada de mucho impacto, es decir, yoga, pilates, nadar —le arrojó una mirada que a Lulú pronto descifró. Le había comprendido también—. Las relaciones sexuales no están permitidas, el riesgo de un embarazo sabrás que está en su punto más alto.
Casi, casi se retracta del procedimiento al escuchar la respuesta. Sol se acercó a su oreja mientras la doctora se aproximó a un pequeño refrigerador.
—De desilusión también se llora—le susurró y Lulú hizo un mohín de fingido enfado que se rompió con una risita.
Frente a Lulú apareció lo que ella mentalmente describió como un bolígrafo para una mano tan grande como la de Helsen.
Se había acostumbrado a usar sus medidas como cálculo para situaciones sencillas, como por ejemplo, para alcanzar la jalea de frambuesa de las gavetas más altas del almacén, tendría que estar con las piernas enrolladas en sus caderas, como cuando la llevaba entre besos y caricias a su habitación.
Cerró los ojos un instante, un segundo. Por Dios, cuánto extrañaba el trato de sus manos, el tacto de su piel, sus besos como desastre natural que le barrían los sentidos y removían emociones, consistentes y muy, muy profundas emociones que no podía controlar ni aunque quisiera o pusiera su mayor esfuerzo.
Tuvo que suspirar y obligarse a enfocar en la explicación de la doctora en cómo funcionaba aquella singular jeringa, cómo debía colocarle una aguja pequeñita, el lugar de la inyección y lo que debía hacer para que no tuviese problemas.
—Esta inyectadora tiene dosis para cuatro días, ven al cuarto día para revisar que todo marche bien y darte una segunda jeringa —luego de limpiarle la zona cerca del ombligo, le presionó la piel y la miró—. Sostén la respiración, inserta, presiona y suelta.
Y todo aquello lo hizo en menos de cinco segundos.
—¿Dolió? —le preguntó Sol, husmeando la piel del abdomen de la muchacha.
Lulú negó, confusa y sorprendida. Le dolía más cuando Helsen le estrujaba la piel de las caderas mientras se hallaba ocupado embistiendo en medio de sus muslos.
Era un verdadero éxtasis.
—No lo sentí —contestó y Sol estrechó la mirada.
—Mentirosa.
Ambas compartieron una risa y pronto la cita finalizó.
Lulú saltó a la camioneta de Sol con los brazos llenos de panfletos informativos y toda la parafernalia que tendría que usar con excesivo cuidado. Tampoco quería que sus óvulos explotaran porque se inyectó una dosis de más.
Esos días que estuvo yendo y viniendo de la clínica, observó y conoció una gran cantidad de mujeres que asistían por acto de altruismo, por su propia reserva de crioconservación, otras tantas por resolver un apuro económico y en el tope del pastel, parejas buscando una solución.
Era tan ajeno a ella esa última perspectiva. Un hijo, por favor, se orinaría encima de pensar en verse crecer y expulsar un humano de su cuerpo para pasar toda una vida tratando de convertirlo en un ser de bien, pero sin ser tan intrusiva porque sería imponerse, pero en el caso de que no fuese suficiente y cometiera actos propios de una mala persona, ¿la falla recaería en ella por darle espacio a que desarrollase sus propias opiniones?
No, era un trabajo demasiado enrevesado para ella que buscaba disfrutar la vida ligeramente. Vivía con un bebé y dos niños, sabía que no te hacían la vida más sencilla.
Estaba bien así.
—¿Cómo te sientes? ¿Nerviosa? ¿Inflamada? —Sol maniobraba el volante como una experta—. Eres como una planta con fertilizante, no permitas que Helsen te pode, ¿bien? O te saldrán hijitos.
La comparación le sacó una risa con ganas. Se encogió de hombros, jugueteando con la tira del cinturón de seguridad aplastando sus pechos.
—Es un sentimiento raro, no lo sé... —se arrimó unos centímetros más cerca a ella—. Es como si me hirvieran cosquillas en el estómago.
—Puede ser ansiedad, así me siento yo cuando pienso en lo que puede pasar —le da una palmadita comprensiva en el brazo que Lulú apreció tremendamente—. No te preocupes, lo que haces es un gesto hermoso. Esa criatura será bendecida, tendrá a Hunter de papá y la belleza de su tía Lulú.
Lulú sonrió y se removió al sentir el revoleo de su corazón, como si tuviese alas y vagabundeara por su torso, rozando todo en su camino.
—Pero yo no lo pienso cargar en mi vientre, eh, tendrás que hacerlo tú —le advirtió a Sol y su amiga casi pierde el control del vehículo.
—¿Perdona? —chilló a la defensiva—. Hera puede hacerle el favor, yo colaboraré dándole masajes en los pies.
El auto se llenó de risas y una hora después, con el estómago repleto, Sol la acercó al trabajo y Lulú ingresó al mall, con la promesa de Sol de volver por ella.
εїз
Tenía el pecho inflado de expectativa, emocionada hasta la médula.
Se imaginaba en el futuro, conociendo un retoño que ella ayudó a formar, un pedazo de ella que vería crecer bajo el cuidado de alguien que le amara con todas sus fuerzas y que sí estuviese dispuesto hacerlo.
Luego de nueve días había completado el ciclo, tras una última inyección la noche anterior, esa diferente al resto, pues la tuvo que preparar como si fuese un brebaje, esa mañana cumplió con el proceso de punción.
Nada fuera de lo normal más que estaba a punto de explotar, según la doctora, los ovocitos crecieron más de lo normal y aquello le causó una inflamación que disminuyó luego de una dosis de medicamentos que a pesar de hacerle sufrir náuseas, le ayudó a pasar el día tranquila.
Era cosa de las hormonas saberse enloquecida de deseo íntimo, alcanzaba el punto de las ganas de llorar de pura frustración. Mucho esfuerzo le costó contenerse de usar sus dedos y no marcarle a Helsen para que, por amor a Dios, le ayudase con su divino problema.
Y él, con sus invitaciones, no le hacía la tarea sencilla. Lo esquivó la semana con la excusa de estar metida de cabeza en la universidad. Era una mentira a medias, porque sí se encontraba estresada por las clases, pero el estrés no le reprimía las ganas de una noche fuera de casa, como le había dicho.
Nos vemos el viernes, le respondió él, Agnes me invitó a pasar la cena en casa, ten unos minutos para mí.
Era ese viernes, por fin. Acababa de devorar el pollo al horno con verduras y degustar una copa de vino, evitando la insistente mirada del hombre que la tuvo presionando los muslos de puro ansiedad sexual. No le apetecía formar un espectáculo en la mesa con niños presentes.
Cuando tuvo suficiente y la alta temperatura le advirtió que tenía que resolver ese conflicto entre sus piernos, se levantó y frente la mirada de todos, se disculpó y subió a su recámara a refrescarse y cambiarse de ropa interior.
Terminaba de perfumarse el cuello cuando dos toques en la puerta sonaron. Se refregó las manos en el vestido, dispersando el aroma y se acomodó los mechones de cabello rebeldes.
No era él, lo sabía, era Agnes. Escuchó los pasos de sus tacones afilados desde que subía las escaleras.
—Lulú, ¿puedo pasar?
Rápido, tomó el abrigo del respaldo de la silla y carraspeó.
—Sí, adelante.
La mujer de apariencia impecable y gesto que danza entre la dulzura de una sonrisa y el rigor de una mirada, le escrutó en un segundo, preguntándose si había pasado algo que ella pasó por alto.
—¿Todo está bien? —cuestionó, el interés sembrado en su voz.
La prenda por poco resbala de las manos de Lulú. ¿Habría notado algo en la mesa? Por favor, que no, por favor. Suplicó en silencio, ahogada en la vergüenza.
Apretó el abrigo con más fuerza y se lanzó a preguntar.
—Sí, lo estoy, ¿puedo preguntar por qué lo duda?
¿O sabrá algo de lo que ha estado haciendo esos días? Trataba de ser buena llevando el tratamiento en secreto, no quería que nadie más que Sol se enterase, quería que fuese una sorpresa, pero Agnes parece ser una mujer que sabe guardar secretos.
Y cuando estuvo a punto de revelarlo, la mujer se adelantó.
—Te has ido de repente de la cena y apenas servían el postre y pensé que te sentías mal del estómago —mostró una bella sonrisa—. Nunca te pierdes el postre.
Lulú movió la muñeca en un gesto de que nada pasaba con ella. Nada que ella quisiera que Agnes supiese.
—Solo vine a buscar un abrigo, es que quiero ir a dejarles de comer a los animalitos, como no estuve en la tarde —se justificó y el ceño de Agnes bajó.
—¿A esta hora? —la preocupación le avasalló el rostro cuando Lulú asintió—. Ve con Helsen, ¿bueno? De noche los bosques pueden ser tenebrosos.
Las dos salieron juntos de la recámara. Agnes siguió al comedor en compañía de su familia y a Lulú poco le faltó para escupir el corazón en el piso al notar a Helsen recargado en el marco de la pared separando los ambientes con una copa en la mano.
Había olvidado ligeramente lo que tenerle cerca le hacía sentir. El bullir de las emociones recorriéndole las venas, el corazón acelerado, el calor naciente en la nuca, expandiéndose bajo su piel como un río tibio.
Apretó las mangas del abrigo y moviéndose sobre sus talones, rompió la barrera de los nervios con una sonrisa.
—Hola —musitó y Helsen reflejó su sonrisa en sus labios manchados de vino.
—Hola —le contestó, admirando el brillo de su mirada al posarse en él.
El sonido de las risas y la charla le llegaba desde el comedor como un ruido de fondo. No era privacidad suficiente, Lulú necesitaba más.
—¿Me acompaña a dejarle comida a los animales? —soltó como si fuese una propuesta inocente, pero Helsen rápidamente captó lo que quería.
A fin de cuentas, él también buscaba lo mismo, casi como un completo desesperado.
Se terminó el trago sin quitarle los ojos de encima.
—Voy por una linterna.
Lulú no sabía calcular en métricas la distancia separando el corazón del bosque y el jardín trasero de la residencia. Tampoco en pasos, perdió la cuenta una tarde luego de tropezarse con una rama. Había pasado los quinientos y la pereza le hizo maldecir y continuar hasta que el temor a no saber por dónde regresar le nubló las ganas de aventura.
Por las tardes la multitud de árboles gigantes de ramas extensas y hojas frondosas le parecía un sitio de paz, idóneo para, como echarse una siesta mientras contaba las pequeñas flores asomándose entre las ramas caídas y el cantar de los pájaros le arrullaba.
Esa noche andaba a la par de Helsen, cargando la cesta llena de sustentos, siguiendo la luz de la linterna reflejada en los troncos de los árboles. Qué diferencia marcaba el sol, en su ausencia, el croscitar de los cuervos y el aleteo de las lechuzas invadían de un aura siniestra lo que ella recordaba como un campamento de ensueño.
Al menos tenían a la luna llena de guardián.
—¿Qué llevas ahí? ¿Ratones, arañas, larvas? —preguntó Helsen, dando por perdido sus zapatos de cuero italiano sucios de tierra y maleza.
Lulú le miró de reojo con cierto horror.
—No, tengo semillas, fruta, cereales y bellotas —comunicó, levantando la canasta—. Son para los pájaros, las ardillas y los ciervos. Hay búhos, lechuzas y a veces salen gallinas negras, pero el señor Ulrich dice que no comen eso, que mejor le lancemos al vecino.
Helsen detuvo su andar un segundo para verla como si hubiese perdido un tornillo y ella llenó los cuencos que veía cerca con comida que el encargado del jardín instaló. Entonces recordó la vieja mascota de su hermano, un cuervo de un ala. Le llamó gallina negra, no hacía más que croajar por comida.
—Cuervos.
—Sí, cuervos —confirmó ella, sonriendo y continuando el recorrido—. ¿Cómo ha estado estos días? Tenga cuidado, por ahí hay una madriguera.
Helsen estuvo a nada de pedirle que regresen y dejen a los pobres animales cazar su alimento en paz. Se contuvo al sentir la energía fluyendo de ella, le apasiona llenarles el estómago y con eso era suficiente para tenerlo contento.
Además, en casa tendría a su hermano vigilando que no cometiese ningún acto impúdico bajo su techo, el desgraciado se creía con el único derecho a esos placeres.
—No estuvo mal —repuso, apartando con el brazo una rama para que no le tocara el rostro a la muchacha—. Tú presencia habría mejorado el panorama si no me hubieses esquivando toda la semana.
Aquello comprimió de emoción el pecho de Lulú, quién se restregó los labios, mermando la sonrisa luchando por mostrase.
—Mi cabeza traduce eso como que me extrañó —bromeó.
—Lo hice, ¿no recibo el mismo trato de tu parte?
Sentía los latidos martillándole detrás de las orejas. Apenas soportaba su mirada, ¿cómo decía esas cosas? Le podría detener el corazón un día de esos.
Se encargó de varias los restos de fruta en el último cuenco y devolvió las bolsas en la canasta, para sacar una botella de agua y enjuagarse los dedos pegajosos del néctar.
—Me ofende que lo dude, claro que lo hice, solo que estos días estuve ocupada y se lo dije, la universidad me consume —le repitió y levantó un hombro despreocupada—, pero lo prefiero así, porque tendré el verano libre.
El croar de una rana, sapo o qué sabría ella, le instó a adelantar un paso más cerca a él. Eso, porque aún rodeados de nada más que penumbras, le costaba asumir que tenerle cerca se sentía como encarar dos piezas magnéticas opuestas.
Tenía pánico de colisionar y no poder volver a sentirse cómoda siendo ella un ente completo, era eso, le temía a sentirse demasiado cómoda siendo un complemento de un todo.
—¿Tienes planes para esas fechas? —quiso saber Helsen, notando el labio inferior de la muchacha temblar levemente.
—Me gustaría visitar Rio de Janeiro, quisiera zambullirme al menos una vez en la vida en la playa de Copacabana, estará a reventar de gente pero es algo que he querido hacer hace mucho —suspiró y se sintió intimidada al fijarse que él no dejaba de verle los labios—. ¿Y usted? ¿Cuáles son sus planes? ¿Hibernar en una la cima de una montaña en alguna parte del mundo?
Fue Helsen quién tomó un paso más cerca y ella retrocedió, aterrada no de él, pero sí de que presentía y se asomaba sobre su mente y corazón como una sombra de advertencia.
—Acompañarte —respondió él con sencillez, como si fuese obvio y lo esperado.
Lulú tragó el nudo creciendo en su garganta al retroceder dos pasos más.
—¿Me comprará piñas coladas? —murmuró, la brisa fresca contrastando con la tibieza de su piel, indicio de la chimenea que sentía ardiendo por dentro.
Helsen pretendía mantener a flote la conversación, carajo, en casi dos semanas sin verla quería saber que pasaba con su vida, con ella, que le apetecía hacer y si podría incluirlo aún cuando desde un inicio tenían fecha de vencimiento.
Pero sus defensas bajaron, rozaron la tierra bajo sus zapatos y tras apagar la linterna y lanzarla al piso, la tomó de la nuca y susurró:
—Te compraré Copacabana entera si te da la gana.
Y la besó.
Lulú casi lloriqueó por culpa del estremezón tan recio y salvaje que acabó por encajarle los sentimientos indefinidos en sus títulos y diferentes conjugaciones.
Él, su boca, las manos apartando el abrigo, navegando por las líneas de su cintura, presionando los dedos en su piel como si buscase marcarle las huellas, todo era lo mismo, pero tan distinto a la vez que Lulú tuvo que cerciorarse que era Helsen soltando la canasta para palparle el pecho y bajo su palma sentir su corazón latiendo a la misma cadencia que el suyo.
El ardor le alcanzó la mirada cuando no lo sintió como Helsen, el adusto vicepresidente. Esa noche era su Helsen, el hombre que no le tuvo aversión a un cuerpo que bajo sus manos, estaba lleno de espinas y escamas.
—Sabes a sirope de chocolate —murmuró él sobre sus labios.
Ella con las manos temblando de tan fuerte que apretaba su camisa, apretó con más vehemencia los párpados.
—Usted a...
Se calló y él esperó y esperó. Pero ella en silencio rememoraba los miles de sabores que había paladeado, pero ninguno se acercaba a esa clase de amor.
Tan dulce como un postre recién hecho, tan amargo como saber que tenía muy pocos días de vida.
Así que no lo desperdició, enganchó los dedos en el cuello de su camisa y lo atrajo con ferocidad hacia ella. Se permitió consumirlo lento, probarlo, reservarlo como algo que podría decir era suyo, al menos por esa noche.
Con gusto se dejó bajar las tiras delgadas del vestido, creyó espantar a los animales cuando gimió al recibir la humedad de su boca abarcar su pezón, morder la piel de su pecho.
No le importó la rugosidad del árbol incrustarse en su espalda, a través de la ropa cuando la presionó contra el tronco y escabulló una mano bajo la falda del vestido.
Tampoco percibió el bochorno que la embargaba cuando sus dedos tocaban su ropa interior, esa vez fue se sintió colmada de una fuerte sacudida de satisfacción cuando movió a un lado la tela mojada y sus huellas rozaron su clítoris hinchado y no se contuvo a levantar la rodilla y posicionarla en su cadera cuando el orgasmo más que aliviarle, arrastraba un segundo.
—Me jode que te contengas —le reprochó Helsen, afianzando la segunda mano en su cuello—. Tengo más de dos semanas sin escucharte, necesito oírte gemir.
La risa petulante de Lulú no se concretó pues la arremetida de dos dedos en su interior la dejaron sin respiración.
Sentía el corazón acelerado al punto de arrebatarle la regularidad de los respiros y no era culpa de la mano que la mantenía contra el tronco, era más bien como si el montón de mariposas tratasen de escapar de su estómago.
Cuán irónico era que el mismo Helsen les cortaba el camino a la salida.
Las piernas le fallaron cuando el orgasmo le atravesó el cuerpo con brutalidad. La misma que sintió contra la espalda de nuevo, pero no era el árbol contra su piel, eran las pequeñas ramas en el piso ocultas bajo el saco de Helsen que él dispuso para ella.
A los dos les dejó de importar un carajo dónde se encontraban, que las sombras del corazón del bosque se los tragaban, que la tierra les ensuciase la ropa y el cabello, Helsen lo que deseaba era recorrer la línea de su abdomen, esa que guiaba a su pubis y desembocaban en el sexo brilloso de lubricación de Lulú y ella, volver a correrse, confiándole a la luna que estaba enamorada.
Pero no pudo, en ese momento no pudo. Y aún vibrando de placer cuando Helsen le subió una rodilla y la llenó de una estocada hasta robarle un gemido que espantó a los cuervos de las ramas más altas, presionó los labios conteniendo aquellos soniditos de éxtasis y las palabras que tenía en la punta de la lengua, listas para convertirse en testimonio.
Helsen tuvo un momento de miedo cuando la miró a los ojos brotados de lágrimas, ojos verdes como la naturaleza debajo ella. Qué iba a saber él que en ese instante Lulú se sentía una con ella, salvaje y en libertad.
Entonces Lulú sonrió, una sonrisa apretada de perdón pero sin arrepentimientos y Helsen lo comprendió y se maravilló por ver en sus pupilas dilatas una expresión cruda de amor y la luna reflejada.
El orgasmo disolvió los sentimientos aprisionados en la garganta y tras un gemido roto, un sollozo de pura felicidad resonó y se dispersó en el bosque.
Helsen poco después se descargó en el condón. Lo sacó y rodó hasta tocar la maleza con la espalda, atrayéndola a su pecho y por un tiempo indefinido, esa noche, Lulú lloró hasta cansarse, porque aún a oscuras, podía contemplar la recta final.
Holi😇
Había dicho que actualizaría pronto pero la corrección de TGW dijo NO, dame toda tu atención.
Y se me atravesaron Agnes y Ulrich🙄
Pero aquí estamos, lloré escribiendo este capítulo, me hizo recordar la primera vez que me enamoré😩
Porfa, no hagan spoilers en los comentarios, hay personas que saltan de TRW para acá o simplemente leen solo este libro.
Nos leemos,
Mar💜
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