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"Take the dead of the sea
And the darkness from the arts"
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Lulú se tomó unos segundos, sumida en un profundo mutismo, para sentir a pecho abierto la reacción de su psique y cuerpo al escuchar el tono altivo y nada considerado de quien le dio la vida.

Años atrás, esa voz le causaba cientos de puntadas de agujas de pies a cabeza, la oía como un crujido, como una interferencia rústica en el suave sonido del viento. Se piel se erizaba de disgusto, le provocaba náuseas y un malestar que se desvanecía cuando se alejaba.

Esa noche se tuvo que tocar el pecho y palmar la piel de brazo, pues no sintió más que repudio y lástima. 

Repudio hacia Silvia y lástima por su hermano, no tenía la culpa de la clase de padres que le tocó.

Lulú quiso salir de la recámara para evitar alterar a Hera, al bebé, pero se llenó de palabras, reclamos y gritos tan pesados que le adhirieron los pies al suelo. No pudo hacer más que aspirar sonoramente aire y voluntad para no romper la bocina con sus gritos, una faceta desconocida para ella, que adoraba la tranquilidad del silencio.

—Es mi hermano, claro que tengo derecho sobre él—escupió brusca, acción que levantó a Hera de la cama—. Tú y tu asqueroso marido se encargaron de hacerme la vida un infierno, ahora que estoy lejos, ¿siguen con sus desaires? ¡¿No están contentos con arruinarme la vida?!

Falló, todo lo que alguna vez escribió en sus extensos diarios, llenos de tachones y manchones de tinta y lágrimas, lo tenía al borde de la garganta, rasgándole las cuerdas vocales.

Se lo tenía que decir, tenía que gritárselo. Era una necesidad, no un capricho.

—¡Pero es mi hijo! ¡Yo decido quien puede visitarlo y quien no!—gritó de vuelta la mujer, rabiosa como siempre—. ¡¿Qué mentiras le dijiste?! ¡Por tu maldita culpa no quiere salir de su habitación!

Lulú empuñó las manos, clavándoselas en la palma y arañándose la piel de oreja.

—¡Nada! ¡Pero cómo te atrevas a negármelo, se lo contaré todo, le diré que su papá es un violador! ¡Y su mamá está tan enferma como él!

—¡Hazlo! ¡Quiero ver a quien le va a creer!—vociferó Silvia, probando que más que una persona dañada, era una energúmena—. Eres una malagradecida, Lucía, todo te lo dimos, ¡jamás tuviste ninguna carencia! ¡Y así nos pagas!

Hera colocó una almohada al costado del bebé y caminando lo más rápido que pudo desde el incidente, se acercó a Lulú quien al verla y sentir su mano, atrayéndola a la cama, recobró la compostura.

Nunca en su vida había demostrado en gritos lo colérica, iracunda y desaforada que se sentía. Traspasó hojas, partió puntas de lápices, golpeó almohadas y luego escondió gritos en ella, pero jamás se fue contra nadie de esa manera.

Era porque no tuvo la oportunidad. Ahí se cuestionó porque no lo hizo antes, si era inmensamente liberador.

—Iré a verlo a casa y si te atreves a dejarlo salir, te juro que doy media vuelta y me dirijo al departamento policial a inducir una denuncia contra Henry Spitter y contra ti, por saberlo y quedarte callada—la amenaza no sonó como ella, borde y con tintes agresivos, pero sí que lo sintió en ella—. Eres tan basura como él.

Lulú procuró recuperar el aire perdido, mientras oía a Silvia hacer lo mismo. Ninguna emitió ni una palabra, la tensión traspasaba la línea, superaba barreras, Lulú sentía que la tenía a menos de un metro de distancia.

Jäger se quejaba, sus ruiditos de enojo a Lulú le sirvieron de apoyo, eran un acompañamiento. 

—Te quiero, Lucía, contra todo lo que pienses, te quiero—el corazón de Lulú se saltó un latido—. Pero de estas amenazas nada bueno saldrá. Mantente lejos, por tu bien y el nuestro, aquí no eres bienvenida nunca más.

La llamada finalizó y los hombros de Lulú decayeron, como si el hilo que la mantenía erguida se cortase de un tirón.

Te quiero. Repetía las palabras, pero su significado jamás le llenó el corazón, no le rozó ni una emoción. Contra todo lo que pienses, te quiero. Eso no era una declaración, era una justificación, una manipulación.

Silvia nunca la quiso, ¿por qué lo haría ahora? No tiene ni una pizca de coherencia. Lo que busca es causar sentimientos en ella, en ablandarla, como la hacía antes, cuando iba con ella moqueando, sollozando, y la mujer, su madre, le limpiaba las lágrimas y besaba la frente, reiterando la misma oración de siempre: estabas soñando.

—Siéntate, bebe esto—le pidió Hera, Lulú miró a todas direcciones, no sabía en que momento se puso de pie—. ¿Qué quería? ¿Qué dijo?

Hera le tendió un vaso de agua con esfuerzo, entre tomar la pierna del bebé y estirar el brazo, la molestia en el pecho le entumecía los músculos de la zona. Lulú se negó, tenía la garganta cerrada, apenas le salían las palabras.

—Llamaron de la escuela de Luciano para avisarle que se subió a un auto desconocido, me reclamó por ir a verlo, ¿puedes creerlo?—sacudió la cabeza, indignada—. Le dije que iría a casa a visitarlo, si no lo dejaba salir iría a interponer la denuncia.

La realidad era que Lulú poco quería saber sobre procesos legales. Sol se enfadaría por siempre con ella, Hera y Hunter también, esa férrea afirmación se escapó de su boca sin filtrar a través de los pensamientos.

—¿Ir a su casa?—Hera chilló, descolocada—. Lulú, habrá otras vías más que esa, créeme, comprendo las ansias de pasar tiempo con tu hermano, pero ir hasta allá no me parece la idea más lógico o siquiera sano, podemos esperarlo afuera del colegio sin necesidad de escondernos, ya lo sabe, no haces nada malo.

Lulú frunció el ceño y se mordió la lengua, pues tenía la réplica bailando en el borde de los labios y no le caería como un beso de buenas noches.

A Hera le dejaba pasar de todo, incluso cuando no era ella misma, cuando era una sombre gris de la Hera que parecía coloreada en rosa, decidió nunca orillarla hablar, pero era la última persona que podría reclamarle sobre alguna decisión.

Lulú sorbió aire por la nariz y ladeó el rostro, conectando con ese par de ojos azules.

—¿Te puedo contar algo?

Hera, quién acariciaba a su bebé como tratamiento contra los nervios furiosos que le atacaban, asintió una firme vez.

—Lo que quieras.

Lulú se haló el lóbulo de la oreja, la pesada y acalorada tensión le hacía zumbar los oídos, era como si todas sus alarmas se encendieran. Se refregó los brazos, tratando de apaciguar la desconcertante sensación.

—Me da terror caminar por las calles y pensar que puedo conseguirlo en la misma acera, o en la del costado—reveló, su voz cuarteada por la angustia—. Necesito verlos a la cara una vez más, una última vez para estar en paz. Quiero dejar de tener miedo, quiero parar las ganas que me dan de llorar cada vez que camino y creo que cada persona que va detrás de mí, es él. Lo necesito.

Lulú se rascó la garganta, le ardía y cosquilleaban las ganas de llorar, pero no se lo permitió. Ella confiaba que compartir su cuerpo con alguien más era lo más complicado de su recorrido, claro, porque nunca sopesó encontrarse de nuevo con ellos.
Lulú comenzaba a ver el camino demasiado extenso.

Le consolaba saber que tiene pies resistentes.

Hera la comprendía como nadie y era por ello que tenía la objeción pendiendo de la lengua.

Pero era Lulú, a pesar de ser Sol la cabeza dura, Lulú ocupaba el segundo puesto con ella, con Hera. No le quedo de otra más que extender el brazo que no se ocupaba del bebé y enlazar la mano en la muñeca de su amiga.

—Está bien, pero voy contigo y Caleb vendrá con nosotras—Hera no sugería, ella lo avisaba—. No es necesario que te enfrentes a todo sola, está bien pedir ayuda, te lo digo yo, que el silencio me llevó al matadero.

Lulú no supo que responder, o no tenía nada que decir, el trato le brindó el alivio que necesitó. Desechó el aire que le quemaba en los pulmones y se puso de pie. Estaba decidido.

Se acomodó el cabello y sonriéndole a Hera, se refregó las manos. Un cansancio repentino le invadía, el peso del día le caía sobre los hombros.

—Es hora de dormir.

Hera, el doble de agotada, no tuvo con que refutar.

...


Lulú observa su reflejo en la pantalla del celular. ¿Debería decirle a Hunter? Se preguntaba. Se miró así misma negar con la cabeza. Reaccionaría mal, esto es lo más sensato.

Guarda el dispositivo en el bolsillo del abrigo y se toma la manga con los dedos, cerrando la salida de la daga escondida bajo la tela cubriéndole el brazo. Vacilaba al sopesar si debería cargar con eso, puede que en un sobresalto se le caiga y quede en evidencia, pero tampoco le apetecía salir sin la seguridad que le proporcionaba.

—Pareces una caricatura en blanco y negro—Lulú se sobresaltó al sentir la mano de Hera en su hombro—. Y estás tan fría como la noche más dura del invierno. Piensa con cordura un instante, ¿estás segura de querer hacer esto? Encontraremos maneras de solucionar...

Lulú se alegraba de tener la compañía de sus amigas, no tenía que indagar muy hondo en su mente para adivinar que jamás se atrevería a ir sola aquella casa, podría ser ingenua en muchas ocasiones, pero no era estúpida... solamente deseaba que se abstuvieran de opinar, a pesar de saber que ningún comentario nacía de la mala intención, estaba agotada de oír toda clase de sugerencias, cuando ella ya tenía claro lo que tenía.

Era frustrante.

—Hera, eres la última persona que podría darme ese consejo—resolvió y enseguida una punzada de arrepentimiento le tocó el corazón. Volteó a los asientos traseros para mirar la expresión congelada de Hera—. Perdona, tengo muchas cosas en la cabeza.

Sol se frotaba una ceja, echaba miradas atrás, asegurándose que el auto con Caleb—el hombre que tenía prohibido mencionar a dónde fueron a parar—y Francis estuviese cerca, y a los lados, por costumbre.

Además, Henry podría tener buenos ingresos, pero nunca salió de aquel barrio lejano, colindando con la zona costera de la ciudad, Lulú dedujo que le agradaba la soledad y el vacío de vida. Y ellas montadas en el despampanante auto nuevo de Sol, eran un punto blanco y más a esas horas de la noche, se convertían en el foco de la atención.

—Te lo digo por algo, ¿no crees?—Hera se removió dentro del abrigo, arrimándose al centro entre los asientos delanteros—. Hay un reducido número de personas que me importan, Lulú, y esto más que por ti lo hago por egoísmo, porque verte llorar es hacerme sufrir. Volvamos a casa, charlemos con Andrea para barajar de qué manera legal podemos proceder. Es tu hermano, no puede quitarte de su vida como si fueses nadie.

Sol arrugó el rostro, aunque trataba de permanecer tranquila, la oscuridad y el vacío de la calle le recordaba a esas escenas post apocalípticas, medio esperaba que en cualquier momento o aparecían asesinos o zombies.

—Legalmente sí que pueden, Luciano está bajo su tutela, son sus padres y lastimosamente, no tienen ni siquiera una multa vehicular, están tan limpios que da asco—rezongó—. En cambio, si Lulú decide proceder con la denuncia...

Ella dejó la sugerencia al aire, Lulú se quitó el cinturón de seguridad, comenzaba a asfixiarla.

—Pero no hay pruebas, hace años que no...

Se interrumpió, le costaba nombrarlo, le hacía sentir que un huracán le atravesaba el estómago.

El ambiente cayó en un silencio compacto. Hera se tenía que encajar las uñas en las rodillas para aguantarse las ganas de desbordar lo que realmente pensaba, Sol, por su parte, buscaba las palabras exactas, conocía a Lulú, no actuaba bajo presión, lo tomaba como hostigamiento.

—Los delitos sexuales no prescriben, Lu—manifestó con dejo cuidadoso—. Tienes el respaldo de la psicóloga, las fotos que tomamos esa noche, el llamado policial de la tarde que estuvo rondando la propiedad de los Penderghast, el testimonio de Jazmín, los mismos Penderghast. Tu jamás le dijiste ni una palabra de esa situación a tu papá, ¿verdad? Porque no comprendo cómo pudieron negarle tú tutela.

Lulú se rascó el cuello. A veces se preguntaba si Sol asistía a clases por entretenimiento, ella no conocía a fondo esa carrera, pero para ella, su amiga sonaba como una profesional harta de repetir lo mismo todos los días.

—Sol, no es sencillo decirlo—intercedió Hera.

Sol suspiró, apoyando el codo en el respaldo del asiento para saltear la vista entre las dos chicas.

—No estoy diciendo que lo sea, digo que la justicia suele ser... ilógica y bastante estúpida.

Las dos asintieron, tuvieron que estar de acuerdo con ella.

Lulú se mordía el labio y estrujaba los dedos, ansiosa hasta los tuétanos. Ese tema en específico le descomponía entera, lo pensaba ocasionalmente, cuando sentía que superarse así misma, a las circunstancias, no era suficiente.

Pero siempre daba con un pero.

—Luciano es menor todavía, no tenemos más familia que puedan hacerse cargo de él—su voz fina estaba a nada de quebrarse—. Si introduzco la denuncia, si los envían a prisión, ¿quién se quedará con él?

Sol no movió ni un músculo de la cara los segundos que le sostuvo en vilo la mirada.

—¿Tú?

Lulú abrió los ojos en desmesura.

—¡Es verdad! —chilló Hera, asomando la cabeza entre los puestos.

—Tú eres su familia, eres mayor de edad, estás estudiando, trabajas y estoy segura que el dinero no es problema—continuó explicando Sol—. Mientras Luciano te tenga, no estará solo.

Lulú se tocó el pecho, el corazón palpitando raudo, alebrestado ante la nueva perspectiva.

¿Cómo no lo pensó antes? ¿Cómo no se le ocurrió? Era una carga inmensa, ella no quería ser madre, la idea le erizaba los vellos de puro rechazo, pero si le hacía feliz vivir con tres bebés, ¿no lo sería el doble, cuidando de su hermano, su propia sangre? Pero, ¿sería ella buena en ese rol? No convivía las veinticuatro horas con los niños, tampoco era la figura principal a cargo de su cuidado, ¿realmente estaba cualificada para tomar esa responsabilidad?

Sí, no, sí, no... no lo sabía, la inseguridad latía en su pecho, le ensordecía. Es criar un niño, ella, ayudarle con las tareas, hacerse cargo de su alimentación, de su ropa, de darle amor a todas horas y fundamentos morales. No era una decisión que podría tomar a un minuto de escuchar la sugerencia.

Pensamientos, ideas, perspectivas, todo se le aglomeró en la cabeza, le mareaba querer analizar cada punto y no poder, porque se distraía con otro.

—Pero él los quiere, son buenos con él, ahora lo son. Es quitarme un peso a mí para pasárselo a él—dijo, casi se arranca la uña cuando se fijó que se la mordía—.Y yo no sé si pueda, ¿qué si lo hago mal? ¿Qué si un día estoy cansada y no quiero ver ni hablar con nadie, como siempre me pasa? ¿Qué haré? ¿Qué haré si respondo mal?

Eso era ella, volátil, se conocía muy bien. Le gustaba encerrarse en sí cuando el mundo le abrumaba.

De repente quiso llorar, pues se sintió pésima hermana al deducir que no le gustaría poner en riesgo sus buenos ratos de soledad.

Hera notando su disyuntiva le apretó la mano, no necesitaba escucharla para saber lo que le atormentaba, su cara lo mostraba en esa mueca de horror.

—Mira, piénsalo unos días, háblale a la luna y luego a Sol—Hera mantuvo el tono de calma que su rostro expresaba—. Primero eres tú antes que nadie más, el egoísmo es más válido que la lástima, que no se te olvide.

Luego de meditar si Lulú se encontraba acorde, Sol avanzó las dos cuadras que las separaban de la residencia número trescientos dos.

Lulú dejaría la marca de las uñas en el asiento de cuero rojo, más no era consciente de ellos, la vista del pequeño jardín si vida, la fachada blanca, simple y las manchas de aceite afuera del estacionamiento cerrado le amontonaron recuerdos.

¿Cuántas veces no anduvo ese corto camino de adoquín? ¿Cuántas mañanas no esperaba el transporte del barrio que la acercaba a la estación del tren, por que el instituto en el que pudo ingresar quedaba a casi una hora de casa? Ni Silvia ni Henry se preocupaba en llevarla a clases, les daba pereza manejar en el caos de la ciudad.

Dejaría marcada también la suela en la alfombra, la presión que ejercía sobre sus pies era extenuando, de no anclarse al suelo, saldría del auto para echar a correr lejos.

Sol no apagó el motor, lo dejó encendido por precaución. Ninguna se atrevió abrir la puerta hasta que los dos hombres que le acompañaban las esperaron cerca del auto.

—¿Puedes caminar?—le preguntó Hera a Sol, una mofa con la intención de aligerar el ambiente pesado.

La muchacha revira los ojos, poniendo los pies en el pavimento.

—Desde hace días, sí, gracias.

Lulú salió del vehículo y enseguida aspiró la sal en el aire. La playa, desolada, oscura y gélida se hallaba a menos de un kilómetro, nunca le gustó mirarla, le provocaba una tonta nostalgia inexplicable.

Comenzó a temblar de frío, nervios y una ansiedad que le trancaba la respiración.

Percibía las presencias del resto flanqueando sus costados. Miró a su izquierda, la postura defensiva de Sol contrastaba con la chica ocupando su lado derecho. Hera desprendía un aire de relajo y superioridad que la desconcertó.

Hera se dio cuenta de la mirada de Lulú, una sonrisa un tanto tétrica le estiró los labios.

—Tranquila, que estamos protegidas—murmuró, echando el abrigo a un lado para mostrarle el arma escondida en el bolsillo de la prenda.

A Lulú la sangre se le congeló. Si antes los nervios le carcomían, ahora le devoraban. No le impresionaba el arma, sabía que los acompañantes de seguridad estaban equipados con una, pero verlo en Hera era otro tema.

Sol dio un paso al costado, aproximándose a la rubia.

—Esconde eso, de verdad dudo que tengas permiso de porte—le chistó entre dientes y Hera blanqueó los ojos.

Esperaron en silencio, nadie discutió nada más, la brisa acallaba las respiraciones, aguardaron a que sea Lulú la que tomase el primer paso.

Y ocurrió.

A ese primero le siguió un segundo y tercero, corto, pero decisión a ninguno le faltó.

Los hombres les pisaban los talones, a las tres en cualquier otro momento les irritaría, esa noche esas presencias altas de espalda y brazos frondosos les daban confort.

Era jodido y bochornoso necesitarlos a ellos, un revolver y una daga para sentirse al menos un poco seguras.

—¿Hace cuánto no pasa una nube gris por aquí?—se quejaba Hera, ojeando las ramas y pasto seco—. Esto es un cementerio de flores, que poca clase.

Los acompañantes de la muchacha de cabello corto se detuvieron una baldosa detrás. Ella anduvo los siguientes cuatros pasos y sin pensarlo, ni dudarlo, oprimió el timbre una vez.

En la cuadra no se oía más que el ladrido de un perro, alguien extraño a la zona pensaría que el reloj se averió y en realidad fuese la medianoche, no las siete menos cuarto.

Pronto, el sonido sigiloso de alguien arrastrando los pies se unió a la orquestas de respiraciones, en menos de lo esperado, la imagen de una mujer baja, regordeta y de cabello mal teñido a un rubio escandaloso, se filtró a través de la fina ranura de la puerta.

Lulú retrocedió un paso, impresionada, consternada. Aquella mujer que por años llamó mamá, que amó y miles de veces defendió de ella misma, no era la misma que dirigía su mirada vacía y escueta hacia ella. Silvia abrió la puerta y bloqueó la vista con su cuerpo. Lulú en un vistazo la detalló, su aspecto desaliñado sobre unos pies de uñas largas y sucias.

Nada, en esos ojos verdosos no tenía más un profundo vacío, tan opaco como su piel y cabello.

—Tú no eres testaruda, Lucía, eres estúpida—escupió la mujer, a punto de echarse a llorar—. ¿Cuál es tu maldito empeño? ¿Qué quieres? Te dije claramente que no te quiero cerca de Luciano, somos felices, estamos en paz, ¿no te das cuenta que tu presencia lo arruina?

Lulú no consiguió su voz, se hallaba abrumada por dar con su madre, una mujer hermosa y alguna vez radiante, pudriéndose en vida.

—Lucía—la llamó Luciano, sacándole del mundo de divagaciones.

—Vuelve a tu habitación—le chistó Silvia al niño, que trataba de asomarse entre la cintura de su madre y la puerta.

¿A qué fue? Lulú sacudió ligeramente la cabeza y disolvió el gesto de sorpresa. El impacto la dejó pasmada, rígida como una figura de piedra.

Tomó un paso al frente y la mujer retrocedió como si le hubiesen amenazada con un cuchillo. Lulú se fijó que los hombres se acercaron un paso más, ella levantó las manos como si tratara de explicarse pero las palabras no encontraban el camino fuera de su boca.

—Un abrazo es todo lo que quiero darle—dijo en medio de un suspiro.

La cara de la mujer se contorsionó como el de una víctima de posesión, una ira filosa e irracional se reflejó en su mirada. Lulú tuvo la intención de darse cobijo con un abrazo, pero los músculos no le respondían.

—Lárgate, ¡vete!—ladró la mujer y su voz desafinó al añadir con frialdad—. No necesitamos un problema más.

Silvia cerró la puerta de un golpazo que despertó el sentido de movilidad de Lulú.

Se lanzó a aporrear la puerta con los puños, furiosa con ella, con Silvia, con el piso, con todos. No se comprendía, en ese instante era un revoltijo de emociones interconectadas con pensamientos que a su vez, carecían de coherencia.

Actuaba y luego analizaba.

—¡Déjame verlo!—gritó al tiempo que los ladridos del perro se descontrolaban—. ¡Silvia! ¡Abre la puerta!

Lulú oía los pasos, los bramidos dentro de la casa. De pronto, una mano le agarró del abrigo y la haló hacia atrás cuando la puerta se abrió y por poco la envía contra el cuerpo que tenía a un palmo de distancia.

Despidió el aire a través de los dientes, deshaciendo la pérfida sensación de invasión y suspenso. El ardor de rabia y decepción en su pecho pronto fue reemplazado por la brisa helada que le azotó al notar que quien tenía a dos pasos, era a Henry y no a Silvia.

Era el clímax de una película de terror, su propia película de terror. Quizá era una tontería descomunal comparar la situación con el encuentro inevitable de la protagonista y el villano, porque ella sí que se sentía el personaje principal de su vida, pero a ese sujeto de mandíbula gruesa y ojos hundidos, jamás le daría un papel tan importante.

Le miró las manos, la guerra le dejó una severa psicosis y le quitó la mitad del dedo anular de la mano derecha. Lulú evoca el recuerdo de ese año que volvió a casa con la mano vendada, recuerda pensar que era una lástima que haya sido el dedo y no la mitad del torso o él mismo entero.

—No creciste en una manada de animales, ¿o sí, Lucía?

Lulú torció la cara, de súbito recordó porque detestaba ese nombre.

—No, a mi me criaron un par de bestias—replicó y señaló a la puerta—. ¿Por qué tanto miedo? ¿Cuál es la necesidad de apartarnos? ¿Creen que le contaré algo?

Henry adelantó un paso y ella no lo retrocedió, muchas veces lo hizo, se hartó de ser ella la que bajase la guardia, así que se pasó el rechazo a la fuerza y mantuvo la cara alzada.

—Te fuiste de esta casa y jamás regresaste, echaste a tu familia a un lado, ¿qué te hace pensar que puedes venir hasta acá acompañada de este circo a perturbar la tranquilidad de mi hogar?—la voz de Henry no cambió nada, seguía sonando agria, putrefacta—. ¿Sabes que puedo imponer una orden de alejamiento por acoso y hostigamiento?

Lulú se acomodó las manos en las caderas y hundió los dedos en el hueso, deteniendo el leve temblor que la sacudía de pies a cabeza.

—No hables de denuncias, porque saldrás perdiendo.

El sujeto ladeó la cabeza, Lulú quiso esconderse detrás de sus amigas cual animalillo asustado ante el repugnante escrutinio de su mirada.

—¿Y qué se supone qué hice, Lucía?—el reto impregnado en su tono bajo—. Dímelo, aquí frente a toda esta gente, ¿qué te hice?

Su mirada se colmó de lágrimas cuando el llanto le rasgó la garganta. Tensa, vulnerable y colérica, Lulú se apretó la garganta con la mano, como si quisiese arrancarse la piel para no sentir más las ganas de echarse a llorar.

No podía seguir permitiéndole dictar sobre su vida, que unas cuantas palabras sencillas con solo ser entonadas por esa repulsiva voz le cause escalofríos y necesite correr lejos, porque no soporta el terror.

Estaba allí para cerrar una herida, ¿cómo esperaba ser inmune a un poco de dolor?

—Me violaste, Henry, abusaste desde que mi edad tenía un número hasta esa noche que saliste corriendo como el cobarde que eres cuando miraste la punta de un revólver—pese al temblor de su cuerpo, su voz mantuvo su estabilidad—. Eso fue lo que hiciste.

La carcajadas del hombre resonaron en toda la vecindad. Agitó la cabeza como si acabase de oír la incoherencia más grande de su miserable vida.

—¿Si te fijas? Estás lunática—espetó tocándose la cabeza con dos dedos—. ¿Cómo piensas que voy a dejar a mi hijo a solas contigo? Hazte un favor y vuelve de donde saliste.

Henry abrió la puerta y puso un pie dentro de la casa, a Lulú poco le interesaba lo que él pensara de ella, pero estaba allí por más que una razón, antes de que volviese a cerrarle la puerta en la cara, habló con decisión.

—Si no me dejas, entonces voy a pedir la ayuda de organismos mayores—sentenció, dando un paso al frente con las manos en puños—. Estoy segura que les va a encantar oír que un niño vive con un pedófilo como tú.

Lulú contuvo las urgidas ganas de retroceder al aspirar el olor a sudor y perfume rancio de Henry untado en la brisa. Arrugó la nariz dispersando la vomitiva fragancia, hecho que Henry advirtió, ella lo supo al sentir la mirada repelente del individuo tornarse macabra.

—Hazlo, ¿quién eres tú? Una llorona malagradecida—expresó, endilgando todo el coraje de su mirada a su tono de voz—. Yo soy un mayor del ejército de este país, condecorado con veintiún bandas honoríficas. La justicia no está de mi lado, yo soy la justicia.

Unas carcajadas infestadas de mofa y sadismo retumbaron detrás de Lulú.

—Ay por favor, ¿qué justicia serás tú?—bramó Hera, tratando de contener la risa—. No puedes siquiera escribir tu nombre porque se te cae el lápiz, tu lo que eres es un asqueroso abusador y manipulador, no escales categorías.

Henry dio un paso al frente, obligando a Lulú a caminar sobre sus pasos y a los guardias adelantarse lo suficiente para que la muchacha de ojos verdes se estremeciera de ansiedad y puro temor.

Las confrontaciones le seguían acongojando.

—Acércate—le apremió Hera—. Tengo el tambor lleno de balas rosadas, para decorarte de pies a cabeza.

Esa afirmación activó alguna emoción baja en el sujeto, pues aunque trató de pasar a Lulú para irse contra la rubia, los guardias lo empujaron del hombro contra la puerta.

Sol empujó a Lulú hacia atrás de nueva cuenta con el paso que Henry adelantó. Caleb y Francis hicieron el amago de volver a estrellarlo contra la puerta, el individuo levantó una mano y con un dedo los acusó despectivamente.

—Me ponen una mano encima y los corro a balazos, hijos de puta—la amenaza salió como un escupitajo.

—No estoy interesada en arruinarle la vida a Luciano, tu problema, tu descarga era yo, eso lo entiendo—intervino Lulú apresurada, la situación comenzaba a rebalsar su reducida capacidad de aguante emocional—. Déjame verlo y nos evitamos idas a la corte. Tú puedes ser un militar de alto rango, pero revisa el nombre del arma que empuñas en cada combate. Tú tienes justicia de tu lado, yo el poder.

El viento sopló furioso, arrastrando el pasto seco y las flores marchitas a los pies de las muchachas.

Lulú no supo de donde nació esa gallardía, esa certidumbre, pero jamás dudó de lo que de su boca salió. Lo dijo Ulrich, lo dijo Agnes días atrás, el mundo se mueve por los hilos que tiran un grupo de asnos trajeados y ellos eran parte de esa selección.

'Pongo mi apellido en tus manos, úsalo como arma y escudo'.

Al parecer funcionó, la amenaza aterrizó en el punto clave que hizo a Henry quedarse inmóvil, su mirada fija en el semblante pálido de Lulú. Ella no quería verle a los ojos, no veía más que agujeros negros, en las pesadillas que el atormentaban gusanos se les asomaba en las cuencas, pero no se permitió flaquear, así doliese, así quemase.

No le volvería a bajar la cabeza nunca más. No era una promesa, tampoco un juramento, era un hecho.

—Ven a verlo el último día del mes, quince minutos, no más—concretó el tipo, las arrugas de su cara desapareciendo cuando el relajo le invadió las facciones—. Silvia o yo estaremos presentes, ven sola, no quiero ninguno de estos payasos pisando mi residencia.

Lulú le miró ceñuda y sacudió la cabeza negando. No logró vocalizar la queja, Hera lo manifestó por ella.

—La seguridad no está en discusión.

Henry soltó una risa grave destilando burla.

—¿Quién te crees tú, su maldita madre?

—Lo soy.

—Mi decisión tampoco está en discusión—contradijo, volviendo la vista a Lulú—. Mucha suerte, Lucía, la vida te ha tratado de maravilla, que sigan la buena racha.

Sin más, desapareció detrás de la puerta como un espectro.

Los cinco personajes invadiendo el umbral fueron devorados por las penumbras cuando la solitaria luz se apagó y adentro, el ruido de pisadas subiendo escalones y cuchicheos colmaron el silencio que se asentó.

Fue un intercambio particular, extraño, nada agradable y por mucho aterrador de cierta manera que bien sabían explicarse. Lulú que parecía contenerse durante toda la conversación, se sintió caer cuando el peso de lo sucedido le puso a tambalear las rodillas. No se lo creía, era inconcebible, pero real.

Estuvo frente a ellos y no se echó a llorar.

Hera se palpaba el pecho, las costillas le dolían y poco podía respirar. Francis le ayudó a caminar de regreso al auto, mientras Sol tocaba el brazo de Lulú y le hacía una seña con la cabeza. Es hora de irnos.

—No vendrás sola, fin del asunto—sentenció Hera cuando Sol cerró la puerta tras ella—. Te va a doler lo que diré, pero prefiero que no veas a Luciano los siguientes seis años antes que acceder a ese asqueroso trato.

Lulú aún meditabunda por los últimos hechos, prensó los labios al no tener respuesta. Sí que le dolió.

—Nadie pidió mi opinión pero la diré—terció Sol, achicando los ojos, la ruta a la ciudad se hallaba hundida en la oscuridad—. Una demanda aclarará el panorama, no lo sé, quizá estoy loca, pero me parece que la única opción que debes tomar es ir por el camino legal.

Lulú añoró la protección de su habitación. Se sentía del tamaño de un grano de arena ante la inmensidad de las decisiones de ese calibre.

No quería, el rechazo que le producía tener que llenar formularios, rememorar todo lo que ocurrió una y otra y otra vez, responder preguntas incómodas, que le miren con duda o no le crean... pasó un infierno en el proceso de la demanda de la custodia, pensar en el proceso le hacía negarse de inmediato.

Pero por otro lado, Luciano...

Desvió la vista a la ventana, en el reflejo del vidrio contemplaba las olas del mar.

—Me lo pensaré—farfulló, Sol estuvo de acuerdo.

Su celular vibró en el bolsillo del abrigo. Tuvo el cuidado de sacar la daga con disimulo hasta introducirla en la mochila y con el calor de la calefacción derritiendo el frío de sus dedos, revisó el celular.

'De saber que irías a la casa de esa gentuza te hubiese llevado yo mismo, ¿no te dije una vez que avisaras a donde irías?'

Lulú arrugó el entrecejo.


'¿Usted cómo sabe dónde estaba?'


'Francis no recibió el memo de Sol porque se lo ha dicho a Eros hace un minuto. ¿Tienes ocupado el domingo?'.

—¿Cómo te sientes?

La pregunta de Hera la desconcentró de la conversación. Le contestó con un escueto no y procedió a hundir el celular entre los muslos.

Suspiró, reconociendo que en realidad, no sabía descifrarse. Tenía que escribirlo para desmenuzar sus sentimientos. Era rutina.

—Liviana, como si caminara sobre las nubes—se limitó a responder—. Yo seguí mi camino, pero una bestia siempre será una bestia, aunque trate de domesticarse.

Hera le aprieta el hombro con cariño, Lulú recibe la presión con río de calor fundiéndose en su pecho.

—Estoy orgullosa de ti, ¿no es verdad, Sol?

Sol le mira por un segundo, en la oscuridad de la noche, Lulú percibe su sonrisa.

—Muchas veces he dudado de mí que me creo conocer, pero nunca de ti—dijo y se aclaró la garganta—. Y añado que te quiero, Lu, pero tendrás que decirle tú a Hunter a donde fuimos.

Lulú se tocó la frente. En definitiva, eso de tomar decisiones no era su mayor fuerte, le gustaría tener una bola de cristal que agitar cada vez que se halle en ese inconveniente.

—Que mala amiga eres—bromeó.

La risa de Sol pasó a segundo plano, en la pantalla inteligente en el panel el nombre de Eros apareció y el ruido del celular notificando la llamada resonó en los altavoces.

Ella se inclinó a presionar el botón como la buena copiloto que era.

—Hoy sí—aceptó Sol—. Es Eros, cuélgale.

Lulú se atragantó con la saliva.

—Ya presioné...

El grito furioso de Eros les rompió los tímpanos.

—¡Sol Herrera...!

—¡Estoy manejando no quiero distracciones, hablamos en casa, adiós!—exclamó Sol antes de pulsar el botón rojo y actuar como si nada hubiese ocurrido—. ¿Cenamos pizza? Yo invito. Le daré una hora para que se le quiten las ganas de discutir.

Por ese grito, Lulú dudaba que la cena transcurriera entre ellas y nadie más, pero Sol parecía confiada y ella confiaba Sol.

Y confiaba que el queso y unos trozos de champiñones le ayudasen a volver a la vida, pues sentía que lo que ocurrió minutos atrás, era parte de una muy detallada y realista alucinación.

Hera bostezó y se reclinó en el asiento. En casa a veces sentía que su nueva y permanente etapa de madre le quitaba tiempo de calidad con sus amigos, pero cuando tenía la oportunidad, solo pensaba en volver a casa con su hijo.

—Pero mastiquen rápido, no me gusta alejarme de Jäger tanto tiempo.

El resto del camino los problemas, incertidumbres y miedos se mantuvieron lejos del vehículo. El resto del camino eran unas simples muchachas de veinte años debatiendo un único inconveniente: de qué color esmaltarse las uñas.

Esa noche cenaron sin armas escondidas en la ropa y sin más causa de asfixia, que las risas que colmaron de armonía la calidez del local.

Holi😇

Espero se encuentren bien.

La verdad subo este capítulo a las prisas, no me dejó muy feliz pero estos días ando baja de ánimos y nomás pienso que luego corregiré 😂

Cuídense, nos leemos,
Mar💜

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