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"My old man is a bad man, but
I can’t deny the way he holds my hand
And he grabs me, he has me by my heart"
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    ‘Envíame muchas fotos, muchas’ le había dicho Hera con Jäger en brazos. ‘Quiero verlas a todas’.

Lulú besó dulcemente la cabeza poblada por unos pocos mechones oscuros del bebé, la mejilla de Hera y con cartera en mano y el cuarzo apretado entre los senos, salió de la habitación, de la residencia y pronto, después de un recorrido lleno de música y un intercambio de mensajes, Caleb estacionó en la entrada de ese local texano y ella desembarcó del auto, avistando a su amigo Ciro parado bajo el nombre Dolly’s  Station tallado a lo largo de un tronco de madera falso.

Antes de cerrar la puerta, le confirmó a con un asentimiento a Caleb que le avisaría cuando este lista para regresarla sana y salva a casa.

Lulú aún no se acopla a la dinámica de ser parte de una familia y ser tomada en cuenta, como un miembro más.

—Hola, ¡Ciro!—exclamó, brazo en lo alto, taconeando las botas de diseño exclusivo de mariposas que Hera le regaló para la noche—. ¿Qué haces aquí parado solo.

El muchacho de tez morena y ojos tan puros como el chocolate derretido, se encogió de hombros, contemplando con disimulo el vestuario, desde el sombrero lila, pasando por la camisa a cuadros púrpura y negros anudada al pecho y el pantalón claro cadera baja que exponía el abdomen abultado de Lulú y las botas blancas y negras de las que nada más veía la punta.

Ciro no había visto a nadie más, pero supo que nadie lucía mejor que su amiga. No lo dudó.

—Te estaba esperando.

Lulú le da una ligerísima palmada en el brazo y lo invita a caminar a su lado.

—Hubieses pasado, ¡le dije a Christine que añadiera tu nombre a la lista!—le recordó—. Los conoces a todos.

Era cierto, Lulú invitaba a Ciro a cualquier fiesta, era un chico solitario, como ella en la universidad. Ninguno atendía a la promesa de ser el alma en las celebraciones ni festivales, la gente desconocida le ponen los pelos de punta.

—Bueno, pero ya estás aquí—su sonrisa se esfumó al voltear el rostro y dar de frente con un animal de su tamaño—. ¡Ay, una vaca! Me asustó.

Ciro se echó a reír al verle la expresión de terror de Lulú disiparse, dándole paso a la curiosidad.

—Se llama Dolly—le informó el guardia de seguridad, apuntando a la figura, donde una campana con el nombre inscrito en negro le cuelga del cuello.

Lulú percibió un peso en el pecho mientras detallaba al animal. Era terrorífico lo real que se miraba, tanto, que se abstuvo de pasarle una mano por la cabeza para acariciarle los pelos.

—Hola, Dolly, das miedo, bonita—su risa tembló. Trasladó la atención al sujeto—. Buenas noches, Lulú Fernandes y Ciro Quispe.

El tipo pasó un ojo a la lista, curvó una ceja con sospecha.

—¿Identificación?

E

lla se puso nerviosa, como si tuviese que temer u ocultar, pero los interrogatorios jamás le han parecido reconfortantes, Lulú dudaba que a alguien se lo parezca.

—Sí, la tengo…

Ciro y ella se palpaban los bolsillos, él enseguida sacó su billetera, pero los dedos de Lulú se tropezaban dentro de la cartera.

—¡Lulú, amigo de Lulú!—el grito de Christine le hizo soltar el documento de regreso al desastre de cosas—. Pasen, vengan, ¿qué hacen ahí?

Lulú miró de reojo al seguridad, volvió a respirar al notar que se apartó, dejándole la puerta libre.

La temperatura la recibió con un cálido abrazo, se apuró a revisar ventanas, puertas y rostros, el ambiente campestre le resultó cómodo.

—Ciro tenía vergüenza de entrar solo—bromeó, el muchacho la empujó juguetonamente del hombro, haciéndole reír.

—Quería lucirse entrando contigo—tantea Christine, guiándoles a una mesa repleta de licores—. ¿Tequila de bienvenida? ¡¿Dónde está tu sombrero?! Estás rompiendo el código de vestimenta—ladró al chico, mirando a todos lados—. Quedan blancos, no me importa si no es tu color, te lo pones o te largas.

Ciro compartió una mirada con Lulú, pidiendo ayuda, no quería usar ese disfraz, pero Lulú torció los labios avisándole que se diera por vencido, Christine podría ser una cruel dictadora si le diesen ese poder.

La rubia consiguió un sombrero de plumas blancas y brillos, se lo tiró sin problema a la cabeza, satisfecha con tener a todos los invitados cumpliendo con la temática. Sol estaría contenta.

Ciro se lo quita fastidiado por el polvo que las plumas desprendían. El sombrero le cuelga a la espalda, la tira constriñéndole la garganta. Christine abre la boca para gritarle, Lulú se lo acomoda de tal manera, que no lo lastime.

—Él se lo va a poner así, mira—le dice, desdoblando la cuerda del cuello y centrándolo en medio de los omóplatos—. Se le ve bien.

Christine no nadaba en seguridad, pero no le quedo de otra más que encoger un hombro y seguir con su vida.

—Como quieras, pero no te lo quites o…

—Me largo—completó Ciro, Lulú sonrió.

Qué fácil era tratar con Christine cuando cedes a lo que quiere.

—Sí, que rápido aprendes—se rascó la cabeza ofuscada por algo—. ¿Dónde demonios está Sol? ¡¿Se cree la reina de Inglaterra o qué?! Me va a dar un infarto del maldito estrés, alguien páseme un trago de tequila…

Lulú huyendo al ajetreo de su amiga, se movilizó al grupo de chicas en el límite opuesto del salón, sirviéndose cerveza de un barril, charlando libre de las preocupaciones de la rutina, riendo.

Le ofrecieron un vaso de vidrio ámbar a ella, a Ciro. Consumió la mitad del contenido cuando Shirley, Nelson y Randall emergieron de la puerta de entrada y pronto se acercó a saludarles, como si las horas que pasaron atendiendo el local juntos horas atrás, fuesen parte de una fantasía.

La música pronto tronó en los altavoces, los ánimos reverberaron, el calor se asentó con tremenda evidencia. Lulú odió vestir pantalón, le restan estatura y tener encerradas las piernas le desagradaba, pero esa noche si pretendía subirse al juego, tenía que hacer el esfuerzo.

Hunter arribó sin Kamal, no supo porque aquello le sorprendió, si Kamal y Sol declararon la guerra y el muchacho ese no tenía planes de dar a conocer su relación por lo pronto, o eso era lo que Hunter le dijo. Pero atisbar un punto de luz en la mirada miel de su amigo, le dijo que esa noche o se olvidó de Kamal o el chico finalmente se decidió sacarse la máscara.

Quiso cuestionarle, pero el abrazo efusivo, los besos en las mejillas y la alegre bienvenida de todos, le hizo morderse la lengua. No era el momento.

Minutos más tarde, abandonó el vaso vacío en la mesa y se alejó de la manada, percibiendo la vibración del celular dentro de la cartera.

Lo sacó a las prisas, ansiosa por saber que decía, sabía quién era el remitente.

Mi noche no es ni remotamente parecida a la que espero sea la tuya. Nada interesante que acotar más que me las nutrias de mar son las mascotas del infierno en la tierra’

El texto le absorbió el rostro de una sonrisa.

Intercambiar mensajes con Helsen se volvió costumbre. Bueno, antes pasaban días sin que ella recibiera una simple notificación con su nombre, ahora a diario, sobre todo al mediodía, su nombre ocupaba la pantalla del celular.

No era un ávido conversador, le preguntaba cómo le fue en el trabajo, si algún cliente fue molestoso, le recomendaba libros que a ella de leer el título le atraía el sueño y le recordaba que estudiar funcionaba mejor si cultivaba las clases recibidas el mismo día que la tuvo, luego siete días después y por último un mes. El conocimiento se quedaría con ella siempre, pues las siembras más prósperas, necesitan atención para crecer, del abandono no nacen cosechas.

Lulú a veces sentía que charlaba con su profesor, no el hombre que estuvo dentro de ella y la vio llorar de placer por eso.

Si Helsen sería normativo, entonces ella tendría que romper el cascarón con un contundente golpe de calor.
Aspiró profundo y recordándose que no tenía nada de malo, pulsó letra por letra con los mofletes cosquilleando de vergüenza:

En ese caso, podría pensar en mí como medio de entretenimiento

—¡Lulú!—Paula gritó detrás de ella—. ¿A quién le escribes?

El celular se le resbaló de las manos, logró atajarlo antes del encontronazo con el piso. Se pasa el dorso de la mano por la mejilla, como si eso diluyera la sangre estancada en ella.

—A Hera, le comentaba de Dolly, la vaca del terror—mintió con soltura.

Paula asintió de acuerdo, rascándose el brazo. Todos tenían comezón, el heno rozando la piel no se sentía como nubes de algodón, precisamente.

—¿Verdad que se ve muy real?—rechistó y Lulú afirmó. La muchacha se le acercó con el amago de contarle un secreto—. Oye, ese Ciro, ¿es tu novio?

Los ojos de Lulú se movieron a lo ancho del loca, encontró a su amigo aún con el sombrero blanco colgando en la espalda, conversando con Hunter y sus compañeros de trabajo.

—No—contestó, extrañada por la pregunta.

—¿Tienes algo con él o te gusta o lo que sea?—insistió Paula, hambrienta de respuesta—. Porque me ha puesto a latir la vagina y quiero que la detenga con la lengua.

Los ojos de Lulú saldrían rodando por el suelo después de oír esa confesión tan explícita. Se recompuso, ajustando el sombrero cubriéndole la cabeza. 

—Pero…  ¿y Drew?

Supo que la pregunta fue una inmensa metedura de pata cuando el semblante de Paula se descompensó, una mueca de ira se apropió de su mirada.

—Me fue infiel con su profesor, lo dije por el grupo hace semanas—se cruzó de brazos, desviando la mirada con desdén—. Gracias por recordármelo.

Lulú no supo escapar del hoyo de la vergüenza. Recordó leer el mensaje, incluso en el momento exacto que lo hizo, estaba ocupada en una partida en línea con Randall, tomó el celular para silenciarlo porque la lluvia de mensajes no le permitía concentrarse.

Y luego, se le olvidó.

—Lo lamento, no te merecía de todos modos, eres mucho—enderezó los hombros y alzó la barbilla, firme en su postura—. En todos los aspectos.
Paula quiso reír. Conocía el mismo discurso básico en distintas voces. No quería extenderlo más.

—Lo sé, pero el sufrimiento me daba energía—respondió agitada—. Entonces, Ciro…

—Supongo que tienes vía libre—atajó Lulú—. Es solo mi amigo.

Lulú comenzaba a plantearse si ella trataba a sus amigos de maneras que al resto les daría por asumir que son pareja.

Para sus compañeros de clases, Ciro era su novio o casi novio. Para los conocidos del mall, lo era Randall. Dos años atrás, bailando con Helsen en su cumpleaños y el de Hera y Sol, los cuchicheos de una conexión entre los dos tomaron fuerza, hasta que ocurrió la tragedia y todo lazo entre Eros y Sol públicamente se fracturó.
Pero ella estaba segura que no era así, porque nunca sintió ninguna especie de atracción por ninguno de sus amigos y su trato físico se reducía a cero, eso lo sabía muy bien ella, que los pelos se le ponían de punta cuando sentía un abrazo inesperado.

No era problema de ella, era problema del resto.

Paula chasqueó los dedos frente a los ojos de Lulú. Se perdió en su mente.

—¿Segura?—cuestiona desconfiada—. No me quiero entrometer, habla ahora o calla para siempre.

Lulú rebotó la cabeza, esbozando una furtiva sonrisa.

—Segura.

Paula aplaudió una vez, una celebración.

—¿Me veo bien?—cuestionó, ajustándose los senos sin recato—. ¿Qué tal mis tetas? ¿Se ven jugosas? ¿No te provoca agarrarlas?

Lulú no supo que responder por unos buenos extensos segundos, menos, cuando el celular le notificó un mensaje nuevo. Perdería el conocimiento de tantas ganas de saber que decía ese texto.

—Perfectas—repuso con la voz vibrando de risa nerviosa—. Casi te tocan la barbilla.

—¿Verdad? Es mi nuevo sujetador con push upPaula irradiaba júbilo con esa acotación. Le da un golpecito en el hombro a Lulú y se acerca a susurrarle—. Voy a la caza, nos vemos por ahí.

Con su amiga su amiga lejos, le dio la vuelta al celular entre sus manos, puso su huella y el chat con Helsen se mostró.

Tu descaro es embriagador, ¿por qué no paso por ti al término de la fiesta? Prefiero tenerte a manos llenas, que llenarme solo una mano’

Se tuvo que morder la lengua, la urgencia de gritar y saltar de la emoción que le puso a temblar las entrañas eran una insolencia catastrófica. Respiró una vez, percibiendo una onda de calor explotar en su pecho y expandirse a sus hombros y rostro.

Afincó los dedos en el dispositivo y se dispuso a responder.

Caleb espera por mí afuera, él puede acercarme’

Jamás apartó los ojos del chat. El mensaje fue recibido al instante y la nota de escribiendo… le generaba unas peculiares cosquillas en el estómago.

‘No te estoy pidiendo vía delivery, Lulú. Voy por ti’

—Lulú.

El celular aterrizó en el suelo.

—¡Dios!—el grito de Lulú resonó en cada esquina de la estancia—. Hola, de nuevo, dime.

Era Randall. El chico alto de ojos grises y cabello, en ese momento, completamente negro. Se veía muy atractivo, lucía como todo un rockstar, con sus hebras revueltas, mirada filosa y labios finos.

Lulú pensaba que encaja en una banda de rock indie, lo visualizaba como el miembro más aclamado por los fanáticos. Ella tenía mucha imaginación algunas veces.

—Te vi apartada del resto y quise venir hacerte compañía—expresó el muchacho, recogiendo el celular por ella—. ¿Tu novio no vendrá?

Lulú verificó que el aparato estuviera en perfectas condiciones, suspiró al no encontrar rayón ni estrellón, el heno en el piso debió amortiguar el golpazo.

—No tengo novio y no—replicó con desazón—. Sol lo sacaría a patadas, no se llevan bien.

Randall anotó enviarle flores a Sol.

—Tampoco parece un ambiente de su estilo—comentó como si nada, cuando las intenciones estaban claras—. Sería como el punto negro en el cuadro de colores.

Lulú recibió el comentario como insulto hacia ella, como un recordatorio despectivo que no era buena escogiendo con quien acostarse, porque claro, todos tenían sus opiniones y ella tenía que tomarlas y asentir.

Era desgastante sentir que tenía que rendir declaraciones a cada cosa que se diga. Eros, Hera, Sol, el mismo Helsen al inicio de todo. ¿Por qué no se meten en sus asuntos y la dejan a ella con los suyos? Todos repiten lo mismo, en el camino del aprendizaje, los errores no son obstáculos, son oportunidades de saltos.

Ella quería saltar, los obstáculos y sobre Helsen también, ¿y qué?

Se cruzó de brazos, su rostro modelando una expresión de seriedad poco usual en ella.

—¿Cuál es tu problema?

Randall se sintió ferozmente intimidado por ese tono seco, más no se permitió flaquear.

Lo había dicho, no podía retroceder, la cerveza corriéndole por las arterias le brindó una chispa de voluntad.

—¿Puedo ser sincero?—sondeó, Lulú le pidió que continuara con un simple gesto de la mano—. No me gusta que salgas con alguien de su edad, es demasiado mayor para ti, Lulú, eso no terminará bien, están en niveles distintos, ese tipo está en edad de querer formar una familia y tú…

La muchacha, con la garganta en llamas por el fluir de emociones nocivas, estrechó los ojos brillantes de desafío en él.

—¿Yo qué?

Randall no se permitió doblegar.

—Apenas tienes veinte años.

Lulú lo señaló, altiva y demasiado soez para su gusto.

—¿Con quién debería salir? ¿Contigo?

Randall permaneció firme y con toda confianza, contestó:

—Sí, lo creo, creo que deberías estar conmigo.

Lulú no supo como sentirse. Ella lo sabía, lo sentía, era indiscutible la tensión entre ellos cuando estaban a solas, sentía su mirada en la nuca, ella era buena reconociendo esa clase de sensaciones, era muy perceptiva, pero quiso creer que con el tiempo y los límites que ella claramente establecía, Randall lo dejaría pasar por el bien de su amistad, le quitaba un pedacito de corazón saber que no era así.
Quiso llorar de desilusión, la misma que sentía Randall en el corazón.

—Randall, ¿en algún momento te di una muestra o señal que te hiciera desviar nuestra dinámica?—interrogó con la voz grumosa.

Él negó una vez.

—Nunca.

Ella estaba más confundida.

—¿Entonces?

El chico arrastró las manos por su cuero cabelludo. Se arrepentía de dar rienda suelta a sus sentimientos, pero no podía detenerse ahora.

Adelantó un paso, temiendo que alguien más que ella le escuchase.

—Eres tú—manifestó contundente, sus pupilas dilatadas ganándole espacio al iris claro—. Eres hermosa, amable, inteligente aunque no te lo creas, te apasionan los videojuegos casi tanto como a mí, tienes la sonrisa más bonita que he visto y unos ojos tan brillantes que no puedo verlos por mucho tiempo. Eres tú, no lo que crees que haces conmigo.

El corazón de Lulú tembló… por un sentimiento desolador.

Sus hombros decayeron.

Su vida era más tranquila un minuto atrás, cuando ambos pretendían no saber los sentimientos de él y la obvia respuesta de ella. Por mucho que ella pensase que podría, algún día, no esa noche, no en la mañana ni la siguiente, darse una oportunidad con él, su rostro se arrugaba, pues era como besar a un familiar en la boca.

Además, a ella le gustaba el roce de una barba y Randall lucía un rostro impoluto. No era compatible a sus gustos.

—¿Puedo ser sincera yo?—preguntó a media voz. Él asintió y ella se acercó un paso más—. No quiero gustarte de esa manera, quiero agradarte como una amiga más. Dices que te guste por ser… yo, pero no cambiaré mi esencia por dejar de gustarte, no quiero sentirme incómoda cerca de ti porque te aprecio, de verdad lo hago, me gusta pasar tiempo contigo, pero no quiero darte esperanzas que jamás prosperarán y no tiene que ver contigo, eres guapo, tienes un corazón inmenso y adoro tus flores, pero entraste a mi corazón como un amigo y de ahí no puedo sacarte. Lo lamento.

Randall movió la vista al techo, percibiendo el filo de una daga rajarle por dentro.

Debió intuirlo, era claro que esa sería su respuesta, ella nunca dio señales de algo más que una amistad, tendría que haberse mordido la lengua y evitarse el bochorno del inminente rechazo y la incomodidad de ella. Pero no pudo, la rabia de saber que esa sonrisa y mejillas sonrosadas, eran por ese hombre y no por él, le jugaron una mala pasada y ahora pagaba las consecuencias de su inusitado arranque de celos.

Se pasó una mano por la boca, exhalando un suspiro desalentador.

—Está bien, aprecio que seas honesta—dijo, asintiendo repetidas y cortas veces—. Es una de tus muchas cualidades, es justo que la apliques conmigo.

—¡Lulú, ven!—el chillido y pronta aparición de Lourdes rasgó de un tirón la escena entre los dos—. Hay que tomarnos fotos con Dolly, ¡Hera nos está gritando por nota de voz que quiere ver a la vaca infernal esa!

Lulú apenas pudo modular un hablamos después, aunque fuese una vil mentira. No quería tratar el tema nunca más, quería volver a la ignorancia impuesta, donde los dos no eran felices, pero si coincidían en tranquilidad.

Lourdes la arrastra del brazo a la salida, donde el resto se dirige entonando y bailando Ho Hey de The Lumineers. 

En las afueras del local, Christine se quejaba a toda voz de la tardanza de Sol, despotricaba que no saldría en las fotos oficiales de su propia fiesta y que Hera se enojaría por eso.

Ese desastre de chicas regodeándose en risas y alegría, a Lulú le sirvió como ungüento al corazón.

—¡¿Eso es una rata?!—gritó Troy, del disgusto casi salta sobre la vaca.

—Es la mascota del local, sean cuidadosas por donde caminan—avisó el grandulón hombre de seguridad.

El flash de la cámara la cegaba, pero no tumbó su sonrisa. Ese momento no sabía de Randall, tampoco de Helsen. Era ella recibiendo abrazos y apretujones de un montón de chicas que compartían el mismo sentimiento que ella.

Poco después, Hunter se les unió. Olía a cigarro y a loción, su sonrisa destellaba más que la luna oculta tras las luces de los rascacielos y la luz del celular.

—Abran un espacio para mí, la estrella que más alumbra—exigió, metiéndose entre Meredith y Stella.

—¡Quítate ese cigarro de la boca!—Irina hizo el ademán de hacerlo por él, él fue más rápido y lo subió sobre su cabeza.

—¡No me toques, sanguijuela!—bramó—. Échate para allá, en el centro tengo que estar yo.

Empujó y empujó, hasta alcanzar a Lulú.

—¡Qué pesado eres!—se quejaba Irina.

—Y eso que no me has tocado la verga—vociferó orgulloso—. ¡Digan whisky!

Su brazo cubrió los hombros de Lulú y ella, sonriendo y finalmente venciendo la sensibilidad de sus ojos, aportó una sonrisa y mirando arriba, a su amigo…

—¡Whiskey!

…el grandulón capturó la imagen del amor puro, en una sola toma única y perfecta.

Las horas transcurrieron sin que realmente lo hicieran, o eso creía Lulú, se sentía tan ligera, que por primera vez en su vida, encajaba con su estatura.

Luego de contestar un par de preguntas sexuales que ni siquiera recordaba y una rápida lectura del tarot que no le dijo nada especial, pero se llevó la sorpresa de obtener una mariposa que a Sol le aterró y un augurio de un cambio, ella sabía que no era lo que venía, era lo que estaba atravesando.

Se sentía liviana, eso era. Es que ella estaba acostumbrada a sentirse una diminuta hormiga oprimida por la montaña de emociones de bajo matiz, porque poco más que nada conocía la libertad de vivir la felicidad, esa que no pesa, que no obstruye ni embarga a la fuerza.

Oh, lo feliz que era en ese momento, despidiendo lágrimas de risa, tocándose el abdomen adolorido. Guardó esa noche en su memoria como un tesoro, había pasado diecisiete años de su vida sobreviviendo de la mano del miedo, era el momento de soltarse y bifurcar caminos, aprendió lo suficiente.

—¡Lulú, Lulú!

El coro de invitados aclamaban su nombre mientras se aferraba a las cuerdas del juguete, estaba empeñada en ganar. El animal se sacudía con fuerza, se quedaba sin aire por el bestial movimiento y las risas que le provocaba.

No obtuvo el primer lugar, pero el número dos le gustó más, combinaba con su edad.

—Oigan, ¿y Sol?—preguntó Kayla, arreglándose la peluca que se le cayó en el rodeo.

Lulú supo la respuesta, al no encontrar a Eros por ninguna parte y Christine se dio cuenta de eso, un instante antes de levantar el sombrero rosa encima de la mesa.

—¡Se fue la desgraciada!

Lulú se preguntaba qué era lo extraño, si era lo que esperaba.
Porque ella estaba a punto de hacer lo mismo.

—‘La despedida de las pajarracas corre a mi cuenta’—leyó Irina. Procedió a aplastarse el papel contra el pecho—. Bueno, nuestra amiga es muy bondadosa, la queremos mucho.

—Aprovecha y pide una despedida en Las Vegas—instó Stella.

—No tenemos edad—le recordó Christine.

—¡Tampoco para casarse y  ahí van de burras!—intervino a gritos Paula, tan ebria, que Lulú supo que esa noche, Ciro no se iría con ella.

—La quiero en…

—En el bar de la esquina—le interrumpió Paula molesta—. ¡No seas abusadora!

—¡No estoy hablando contigo! ¡Si ella quiere lo paga si no pues no!—gritaba Christine de vuelta.

—¡Si se lo dices se va a ver obligada!
—¡La envidia te arruga, Paula!—ladró Irina.

Lulú sintió un tirón en el vientre cuando su celular se alumbró al recibir una notificación.

‘Estoy afuera’

—¡Con razón pareces una pasa!

—¡No te voy a invitar a mi boda, ya verás!

—¡Que me importa, igual me voy a colar!

Aprovechando el griterío, advirtió que Hunter se entretuviera contando sus anécdotas a Nelson, Randall, Ciro y otros más que no conocía, se camufló entre el resto de invitados y con cartera en mano y sombrero en la cabeza, salió del local, alterada por la movida de la noche y saber que estaba a unos escasos metros de reencontrarse con Helsen, desde esa mañana, después de esa noche.

De evocar el recuerdo, los nervios le cortaban el fluir de la sangre.

El toc toc toc de las botas raspa el hormigón de la acera, su pecho se expande, brindándole más plaza al corazón ferviente.

Helsen abre la puerta para ella desde adentro y el mundo se reduce a la cabina del vehículo cuando ya está adentro.

El aroma conocido la envolvió, junto a la imponencia característica de Helsen.

—Buenas noches, señor—pronunció quedo, acalorada de nervios y la tirante tensión bailando entre los dos.

El hombre la observa con ojos presuntuosos cruzarse los pechos con el cinturón, estudiando con descaro la singular vestimenta de la muchacha. 

—Buenas noches, mocosa.

Una risa fugaz se precipitó fuera de los labios abiertos de sorpresa de Lulú. El apodo no le ofendía, no, era reconocerse débil ante las provocaciones de esa palabra dirigida a ellas por su voz ronca, lo que le hace pensar que es como se siente él, cuando ella le llama señor.

No quería comprender porque le fastidiaba tanto que llamase a Ulrich de ese modo, pero… a ella también le enojaría escucharle llamar de ese modo a otra que no fuese ella.

Compartieron una sonrisa de algo más profundo que sencilla cortesía, él puso el auto en marcha y ella, antes de que permitirse embaucar por su presencia, extrajo el celular de la cartera y tecleó mensajes avisando que se había ido y otro al grupo con los chicos, informando con quien.
Subió la rodilla izquierda al asiento, enfrentando su perfil. Se retiró el sombrero de la cabeza y el aire tibio le sopló en el cuero cabelludo, enviando un escalofrío por su columna.

—¿Cómo la pasó esta noche de primavera?

Helsen se abstuvo de bufar. La pasó fatal, meditando si seguir en la compañía, conociendo de antemano que el puesto por el que tanto se esforzó caería en manos de Eros, era lo que quería para su vida.

La pasó malhumorado, rechazando invitaciones privadas. Hacía mucho tiempo que no practicaba el recato de una relación que ni siquiera lo era, a fin de cuentas, era extraño adaptarse a la rutina no tan nueva para ese entonces, lo compensaba el hecho de saber que era tan único para ella, como ella lo es para él.

—Hundido en un hoyo de incertidumbre, pero eso no viene al caso—repuso, removiéndose en el asiento—. Cuéntame tu como te fue, parece que mucho más interesante.
Esos ojos verdes plagados de destello no los veía tan a menudo como quisiera.

—¿De qué tiene dudas?

Él sacudió una negativa.

—Cosas del trabajo, no quiero hablar de eso.

Ella lo respetó. Apoyó el costado de la cabeza en el asiento, relajando la tirantez que sentía.

—Bien… pues, la pasé genial, me tomé muchas fotos con una vaca que aparecerá en mis pesadillas, bebí tres shots de tequila, me leyeron el tarot y obtuve una mariposa, en resumen fui feliz—contestó, Helsen descubrió un tonillo eufórico en su voz—. Usted se hubiese divertido.

La extrañeza tomó sintió en las facciones del hombre.

—No creo.

Lulú lo miró fijamente varios segundos.

—¿Por qué?

Helsen no halló vocabulario también por unos segundos.

—No es un ambiente que encaje conmigo—fue toda su contestación.

La muchacha entornó los ojos en el rostro perfilado de barba media, oscura y espesa, como las largas pestañas curvas rodeando su mirada.

—Usted no es un viejo—rezongó descolocada. Le sorprendía que alguien se restara vida por el número que marca su identificación.

Helsen respiró el aire impregnado del ligero aroma a lavanda de Lulú.

Desde un inicio supo que problemas de esa índole le vendrían. Es un hombre reservado, comparte lo justo para tener una vida social y evitarse el título de ermitaño y lo necesario, para que su nombre circule en las altas esferas de poder.

Lulú querría salir a divertirse, bailar, beber, disfrutar una noche con sus amigos y él no, porque no soporta a sus amigos, ni el ruido de esas noches que él ya vivió.

—En lo absoluto—respondió, pulsando el volante con el pulgar—. Pero hay etapas y la de salir los fines de semana a fiestas de adolescentes entrando en la adultez que sienten que consumir drogas, beber hasta la inconsciencia y gritarse a la cara les parece fantástico porque no saben el daño que se hacen, ya la viví.

Lulú bajó la rodilla del asiento con cuidado, se sintió señalada y acusada por alguna razón.

—Usted fue parte de eso alguna vez y por lo que sé, era el resumen del libre albedrío—contradijo, incapaz de alzar la voz y aquello no le gustó.

Helsen chirrió los dientes para él mismo y se abstuvo de mostrar vestigio de irritación, lo último que deseaba esa noche era entrar en una discusión con ella. Ni esa noche ni cualquier otra.

—Y por esa razón te lo digo—dijo, su voz pacífica, necesitada de desviar la conversación—. ¿Te apetece comer algo?

No, quiso gritarle Lulú. Su pecho se abría en dos, permitiendo a su corazón sufrir los daños sin algo en que amortiguar. No le agradaba esa sensación de inferioridad, de sentirse reprendida por algo tan banal como salir de fiesta, sobre todo cuando ese alguien que la apunta de inmadura, fue peor.

Odiaban esa sensación, la aborrecía, porque reducía el alto nivel que Helsen alcanzó en su vida la última vez que lo tuvo entre sus piernas y no hay nada más que odie ella, que perder una partida.

—¿Le molesto, señor? ¿Le parece que soy estúpida por salir a divertirme?—formuló, sumida en un lapsus de discordia que le aguijoneaba la razón.

Helsen se refregó una mejilla, tratando de mantenerse acorde a la situación.

A fin de cuentas, el mayor era él, tenía que comportarse como tal.

—No hablo por ti, no eres como…

—Oh, no, soy como ellos, soy exactamente como ellos—le interrumpió, conociendo lo que diría—. Quise drogarme, emborracharme hasta desmayarme y vomitar por probar, conocer, como quise acostarme con usted, ¿eso le parece inconcebible? Aprender algo desconocido justo ahora, ¿le parece una pérdida de tiempo? Señor, déjeme decirle, que en la duda se encuentra la evolución.

Helsen no detuvo el tamborileo del pulgar en el volante, ansioso y con un sentimiento de encontrarse en un impasse. ¿Desde cuándo tenía que filtrar cada cosa que pretendiese desbordarse de su boca? Conoce la sensibilidad de Lulú, pero no podría contenerse todo el rato por ella, no es sano.

—Lulú, trato de decir que no es mi lugar, es el tuyo y no tiene nada de estúpido, te digo una verdad, la vida se compone de etapas, ¿te ves tú yendo a fiestas de pre adolescentes? ¿Te sentirías acorde en ese ambiente?—ella hizo el amago de contestar, él no se detuvo—. No me sentiría cómodo, así como jamás te pediría acompañarme a un sitio lleno de viejos decrépitos y pedantes que solo hablan en cifras y no palabras, es apagar la llama de vida que derrochas frente a las miradas vomitivas de una jauría de degenerados.

La llama que ella sentía avivarse en su interior se aplacó un poco con ese ejemplo, bien, lo comprendía, pero no dejaba de ser un insulto y muy aparte de eso, le creó una duda nueva.

—¿Y su lugar?—pronunció incisiva—. ¿Cuál es su lugar?

Helsen quiso lanzarle del auto.

—¿De qué me hablas?—intentó mantener la voz neutra, pero se esputó de su boca como un siseo cansino.

—Pues menciona que no encaja en mi grupo y por lo que dice, tampoco en el que usted dice, es el suyo—la rodilla de Lulú volvía al asiento, cargando de intensidad su discurso—. ¿Si quiera saber cuál es su sitio o lo asume por conveniencia?

Helsen cruzó a la calle siguiente, no sabía cuál era, tampoco a donde llevaba, pero necesitaba parquear el auto o perdería el juicio que esa noche le quedaba.

Lulú se atragantó con el aire cuando el vehículo se detuvo paralelo a la acera y Helsen se restregó las manos por la cara, suspirando largo y tendido antes de dirigir su cuerpo al de ella, encarándola con un brillo de sátira en su semblante adusto y severo.

El aire era denso, pero a la muchacha le costaba más digerir su mirada impetuosa que el simple hecho respirar.

No le temía, le causaba un cosquilleo en el estómago que no se supo explicar.

—Mi sitio es mi hogar, una copa de vino al atardecer, la melodía de un piano afinado y justo ahora, las tetas de una mocosa que no para de cuestionarme donde infiernos me siento cómodo, porque no asume la obvia distancia de vida entre los dos.

Lulú quiso llorar, abrazarlo y abofetearlo a la misma vez.

Sentía el filo de la llama más alta de la fogata encendida en su vientre rozarle la garganta, lo miraba, lo siguió mirando, negada a ceder al instinto de desnudarse la camisa para mostrarle los senos y pedirle que le demostrara si aquello que dijo, era cierto.

—Pues yo hago parte de ese grupo que usted repele, señor—profirió ese último término como un apelativo peyorativo, acción que le hizo reír a Helsen, porque la molestia creció y seguiría creciendo dentro del pantalón…

—Es cierto, pero a mí no me interesan ellos, a mi me conciernes tú, mi atención la tienes tú y mis deseos de cortar ese montón de barrabasadas a besos, también es tuyo—espetó, inclinándose un centímetro más hacia ella—. Quema tus etapas siendo tú, no siendo tú y yo, los límites están establecidos, tu vida sexual es mía y la mía es tuya porque así lo decidimos. Drógate, ensúciate la sangre de alcohol y cerveza barata, vomita a mis pies las veces que se te ocurra, no interfiero en eso, pero eso, Lulú, es tu vida y yo no soy parte de ella.

Es Lulú quien se aproximó más a él.
Parece que viven en dimensiones distintas que se entrecruzan en la cama, porque fuera de ella, los planos se diferencia abismalmente.

—Se equivoca, sí que lo es—decretó, denotando la firmeza de su voz en su mirada—. Puede que no lo vea, pero en mi memoria siempre será el primer hombre que me tocó porque quise, como quise y en el momento que lo quise y eso ni usted ni nadie lo cambiará. Usted es parte del mapa de mi vida, además, ya escribí su nombre en mi diario, si algún día los publico, su nombre será resaltado.

Helsen lo tomó como una amenaza… y le gustó, más se exigió centrarse en la conversación y no la sensación ególatra que escuchar eso le ha dejado impreso en la coraza.

—Mírame—le pidió, escabullendo una mano en la nuca de ella para levantar su rostro—. No me parece estúpido lo que haces, simplemente no es lo que aspiro y eso, Lulú, viene con esta enorme brecha de doce años entre los dos y no lo puedo cambiar—el último párrafo preparado en su mente le costó desprenderse de su boca—. Perdóname si te ofendí, no fue mi intensión, nunca lo sería. Perdóname.

Lulú no respondió al instante, ni al instante después del primero. No le gustaba que de una manera u la edad reluciera, como si cometiese un pecado o peor, un crimen de lesa humanidad.

Entendía su postura, lo que quería decir y le enojaba hacerlo, porque le estaría dando la razón a Randall, pero a ella, poco le importaba, no dejaría que ni los celos de Randall ni las etapas de Helsen fastidiaran la primera interacción que tiene con un hombre, sería egoísta y no los tomaría en cuenta, era su turno de ser la que lleve las riendas.

Relajó las facciones y apoyando la cabeza de nueva cuenta en el asiento, sonrió, como si nada hubiese ocurrido.

—¿De verdad me quiere besar?

Helsen despidió el aire contenido en una leve risa.

—Siempre.

—¿Y qué espera? ¿Un permiso firmado, señor empresario?

Helsen le quitó la mano del cuello, percibía el pulso alterado, similar al suyo.

—Llegar a casa, mocosa insolente—sentenció, la sorna asomándose en su tono mandón—. Es tu castigo.

Lulú le miró ceñudo.

—¿Por qué?—cuestionó altanera.

—Porqué soy el mayor y me da la gana, ¿qué te parece?—le tentó.

Lulú no iba a dejarle llevarse el mérito, no. Los dos argumentaron y los dos tenían razón y desvaríos, así que bajó la rodilla y devolvió la vista al frente, en tanto Helsen retomaba el control del vehículo.

—Me parece que Randall me dijo que le gusto por ser yo.

El hombre reviró los ojos y retorció los labios. Ese maldito nombre de lagarto le causaba una amargura tan insólita como insondable.

—Randall es un imbécil con mucha razón—se limitó a decir.

Lulú escondió los labios, cortando la sonrisa que le punzaba por salir.

—No me gusta Randall—le aseguró, sintiéndose mal por usar a su amigo a conveniencia.

—Lo sé, no me preocupa Randall—Helsen le tocó el grueso muslo con la mano abierta—. Me preocupa verte usando pantalón.

Lulú sonrió grandemente, le había prestado suficiente atención para conocer ese detalle suyo. 

—Es que me subí al toro mecánico—explicó—. Fue entretenido, créame.
Helsen ni se inmutó en crear toda una escena en su cabeza, la desviaría y no estaba para eso, aún no, le faltaban al menos veinte cuadras que recorrer hasta llegar a casa.

—¿Cuánto duraste arriba?—preguntó con ronquera.

—Trece segundos, quedé de segunda, Stella me ganó por uno—relató Lulú, entusiasmada—. Paula dijo que es porque tiene experiencia montando cosas y eso me hizo pensar…

Se mordió la lengua con demasiada fuerza, descubría que la pared de vergüenza con Helsen, comenzaba a perder grosor.

Helsen se remojó los labios con la punta de la lengua, presionando el pie en el acelerador. Una cuadra menos.

—Quiero oír que lo pidas, dilo—le retó.

Lulú presionó los muslos juntos, la tensión acumulada en ese punto de nervios le agitaba la presión arterial.

—Que quiero montarlo a usted—confesó, saltando del recato a la liberación.

La tensión creció en ella y se extendió del sofocón en su vientre al resto de su piel sensible. Deseaba la travesía de sus manos, la calidez de su aliento impregnando su piel, la sensación de sentirle moverse dentro suyo y estrellarle las caderas contra los muslos con el ímpetu de un necesitado.

Ella perdía el sentido de la vergüenza y adoraba que fuese cierto.

—Quién diría que al final de la noche tu recuerdo no me mantendría ocupado con una mano—pronunció Helsen, una mofa que le encendió la cara de calor a ella—. Lo harías tú con las tuyas.

Lulú se hundió y fundió en el asiento, perdiendo la templanza de comportamiento correcto.

Cualquier opción le sabía a victoria, porque el resultado de la ecuación era el deseado: ella, él y sus fuertes manos.

Holi😇

DIOS MÍO SE PUDO, mis celulares, dos que no hacen un buen celular completo, se me jodieron hoy y las laptops no agarraban wifi.

Pero x pude actualizar.

¿Qué tal? Espero les haya gustado, si no, pues también que bueno, al menos les provocó algo😏👌🏻

Gracias por sus comentarios y votos, no me pagan pero me hacen sentir acompañada🌟

Nos leemos,
Mar💜

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