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"Change is a powerful thing, People are powerful beings
Trying’ to find the power in me to be faithful
Change is a powerful thing,
I feel it comin’ in me"

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           La noche tenía una esencia a lavanda y la luz resplandecía como si la luna usara una capa de brillantina. Lulú no se lo explicaba, poco le faltaba a la luna iluminar el bosque con la intensidad del sol, y si toma en cuenta el peculiar fenómeno de la aparición de las estrellas titilando, estaba segura que era un regalo de la naturaleza para Sol.

Sale del balcón cuando siente el cabello seco, cierra las ventanas y aún con la toalla enrollada en el cuerpo, se sienta frente al vanity a cerrar el diario que estuvo llenando, había retomado el pasatiempo, y se dispone a responder mensajes atrasados.

Ciro le facilitaba unos apuntes de la última guía de su clase de ética, Shirley le enviaba una foto de Nelson masticando un pedazo de pizza, Randall le comentaba sobre la última actualización de los drivers para sus tarjetas gráficas, por último, tecleó un ‘espérame en la salida, llevaré un vestido blanco y un gorro lila’ y se concentró en decidir que ponerse.

Desde que el señor Ulrich insistió en hacer una fiesta sorpresa a Sol, dudaba en escoger dos vestidos. Uno verde y uno azul. El azul le hacía sentir cómoda y fresca, pero el verde le hacía destellar.

 En un chasquido, se visualizó usando su collar de mariposa. No lo pensó más, tomó el vestido verde y lo lanzó a la cama.

Esperaba encontrarse con Helsen esa noche. Sentía que entre los dos transcurrieron años desde los últimos toques y solo habían pasado diez días. Pero Lulú quería más y estaba decidida a conseguirlo, tenía no una, miles de corazonadas que le susurraban que estaba lista, podía tomar vuelo.

Su celular se prende, notificando un mensaje nuevo. Lo toma enseguida, su sonrisa crece en desmedida al leer ‘yo me pondré un gorro naranja’. Lulú le preguntó su talla de zapatos, no lo quiso deducir, la última vez que vio a Luciano, media lo mismo que ella, sería un muchacho alto.

Invirtió parte de su quincena en un par de zapatillas y un videojuego, su favorito, Resident Evil Village y, al notar la hora, saltó de la silla con la ganas de cumplir una hazaña: prepararse en veinte minutos, hora de la llegada de la familia de Sol.

Su instinto la arrastró a la puerta en busca de Hera, pero recordó que Maxwell estaba con ella y Jäger, no la necesitarían para mucho, así que se quitó la toalla de encima y con el frío de la noche, rebuscó en el cajón de ropa interior a ciegas, se metió en el vestido y después de batallar un rato con el delineado, decorarse las clavículas con la mariposa y recorrerse de pies a cabeza con la mirada en el espejo para asegurarse que no le falte nada, salió de la habitación, en el instante que Hera, apoyada del brazo de Maxwell que no sostenía al bebé, lo hacía de la suya.

A Hera todavía le costaba caminar por sí sola, se desplazada arrastrando los pies y entre respiraciones hondas, ese detalle no disminuía ni un poco lo hermosa y radiante que se miraba con ese collar de perlas, vestido de seda rosa y sandalias bajas atadas a los tobillos.

—¡Qué hermosa!—exclaman al unísono, Hera se toma las costillas y aspira aire evitando reír.

Lulú le ofreció el brazo, bajar las escaleras con el bebé y ella atados a Maxwell le ponía de los nervios.

A mitad de camino al recibidor, oyeron la puerta principal abrirse y la caminata de al menos cinco personas, seguido de risas y la mezcla de voces y acentos. Lulú reconoció a la familia de Sol, su estómago se contrajo de pura emoción. A ella le parecía divertidísimo ese encuentro, dos familias unidas por un matrimonio recién disuelto, era como el final de una comedia romántica de inicio del siglo.

—Qué gusto conocernos finalmente—la voz imponente de Ulrich resuena en las paredes.

—Eso es muy cierto—le concedió con severidad la mujer de cabello caoba—. Si fuese por Sol, nos vemos las caras en el nacimiento del…—Isis volteó a ver a Martín—, ¿cómo se dice nieto?

—Nieto.

Ella asiente y vuelve la vista a Agnes.

—Nos vemos en el nacimiento del nieto.

Agnes compartió risas con ella, antes de saludarse con un abrazo cálido. 

—Y por Eros, es un miedoso aunque aparente lo contrario—bromeó Agnes, apartándose lo suficiente para señalar a Ulrich—. Este es el padre de mis hijos hermosos, Ulrich.

El hombre confiado estrechó manos con la mujer que pronto volvió la vista a su esposo.

—Este es Francisco, el papá de mis criaturas—Isis palpó el brazo de su hijo—. Y este es Martín, mi hijo mayor. Anda, saluda.

Martín no entendía el jaleo de la situación, pero por complacer a su mamá, dio todo de sí para no lucir obligado. Por añadidura, saludó a Hera y a Lulú con un movimiento de la mano.

—Francisco—pronuncia Ulrich con dejo de nostalgia, sellando la presentación con un agarrón de manos—. Mi señora madre se llamaba Franziska, siento una profunda pena que nos falte esta noche tan especial, pero vamos a disfrutar como si estuviese entre nosotros.

—Lo está—rectificó Agnes, y después de saludar a Francisco, se agachó para sacar a los niños del escondite detrás de sus piernas—. Y estos son Eroda y Helios, tienen un año y tres meses, suelen ser curiosos y gritones, pero buenos chicos la mayor parte del día.

Isis creyó que se derretiría de ternura. Aguardando una distancia considerable, les tomó las manos a los niños que la miraban con precaución. Era una desconocida al fin y al cabo.

Lulú se aproximó con Hera, Maxwell las siguió de cerca sintiéndose fuera de lugar. Él nada más quería pasar tiempo con su bebé recién conocido y a quedado atrapado en medio de aquel repertorio de gente que nunca antes había visto, pero se dijo que si a los Tiedemann les agradaban, cosa singular para ser una familia exageradamente  quisquillosa, entonces podía estar tranquilo.

Las presentaciones y saludos siguieron camino al living, Isis se quejaba de que todas eran pequeñas, Ulrich decía que eso acabaría con Eroda, la niña era más alta que Helios. Agnes ofreció vino y aperitivos, esperarían a que el bufete esté listo para cenar a la luz de la luna y el calor de las brazas de la chimenea.

Hunter y Jazmín se unieron poco después, él vestido de negro de pies a cabeza y ella con su infaltable vestido de lentejuelas combinado con el color púrpura del cerquillo. Repartieron flores para todos, porque a Sol le gustan y ofrecieron una botella de vino.

Conversaron sobre lo apresurado del matrimonio, ninguno estaba de acuerdo, por supuesto. Lulú supuso que la familia de Sol no conocía el reciente cambio estado civil de su amiga, nadie mencionó nada al respecto tampoco. Intercambiaron opinión sobre la mudanza de Sol, más extraño que un matrimonio de la nada, era una mudanza a solas.

Son otros tiempos’ decía Francisco, ‘No los entiendo’ respondía Isis, ‘yo tampoco’ concordaba Ulrich, ‘al menos se quieren y comprenden’ intercedía Agnes.

Hablaron sobre el atentado de, en pocas horas, dos años atrás y el de Hera lo tocaron de manera superficial, las fibras seguían sensibles.

Isis pidió cargar a Jäger luego de que Hera lo amamantara, y ella y Agnes quedaron fascinadas cuando la mujer de impactantes ojos verdes, les enseñó una técnica que en poco tiempo vació de gases al bebé.

—Como si manejaran bicicletas, muy suave…

Los vellos de la nuca se le erizaron a Lulú al sentir la llegada del auto de Helsen. Reconocía el de Sol, Eros, el de Agnes, Ulrich y los de seguridad. Helsen no era la excepción.

Las voces pasaron a segundo plano, enfocó el oído en la puerta y pronto en las pisadas. El corazón le latía raudo, los nervios agudos fluían en sus venas como descargas eléctricas. Se contuvo de ir con él tan pronto Gretchen lo guió al living.

La compostura la perdería a solas con él, en una habitación.

—Buenas noches.

Helsen sonaba forzado. Era evidente que no estaba teniendo su noche no era nada buena.

—Es mi hermano, Helsen—intervino Ulrich, terminando con el silencio—. Acércate, hombre, ven a conocer a la familia de Sol.

Lulú no perdió detalle de su rostro neutro, partido por la sonrisa que se obligaba a bosquejar. Lo conocía un poco para saber que era falsa, no era ni una pizca parecida al gesto que le regalaba a ella.

Helsen tenía ganas de arrancar la botella de la mesa y subir a la habitación de invitados. No era que aquel bulto de desconocidos le causara jaqueca, era que esa noche no tenía espíritu festivo. Si fuese por él,  estaría en su recámara a mirando algún documental sobre la edad media, mientras bajaba una botella de la vinoteca.

Tratar con la familia de esa muchacha era trabajo de Eros, ¿por qué tenía él que presentarse?

Retracta el pensamiento al tener la certeza de que Franziska le hubiese zurrado gritándole ‘¡Educación!’.

—Eros parece el protagonista de la telenovela, pero usted—Isis no paró de zarandear su mano, Helsen prestó especial atención—,  usted sería el perfecto villano.

El corazón de Lulú saltó de alegría al ver el bosquejo de la primera sonrisa auténtica en el rostro de Helsen.

Era en excelencia, miembro de una familia acusada de comercializar con la muerte sin sufrir daño moral. Encajaban en el molde y estaban que rebosaban de orgullo por ello.

—Lo recibo como un halago—dijo en respuesta, haciendo reír a la mujer.

Helsen recorrió con la mirada el resto de asientos ocupados, sus ojos cayeron del verde en la mirada de Lulú, al de la mariposa adornando su cuello y cuerpo. No le fue indiferente, pero prefirió rescatar su respiración y tomar asiento entre su sobrina y Jazmín, recibiendo sobre su regazo a Helios, que le enseñaba ilusionado los mocasines azul marino que estrenaba.

Lulú se mantuvo estática, con una mano entre las rodillas y otra sosteniendo la copa de vino. Se volvió en espectadora de la charla, el intercambio de acentos, confusión de palabras y risas se convirtió en otro de sus sonidos favoritos, después del chasquido del fuego, el pitido del horno cuando ha terminado su ciclo y la risa destartaladas de sus amigos.

Minutos después, Gretchen se acercó a Agnes y ella, rojiza por el vino y las risas, asintió y rebuscó en los bolsillos del pantalón de Ulrich por su celular.

—La cena pronto estará lista, ¿nos movemos al patio?—Lulú no pasa desapercibido el tono no tan sobrio de Agnes—. Llamaré a Eros ahora mismo.

Todos se ponen de pie, recogen la segunda botella de vino de la noche, las copas, los niños y se encaminan a la zona trasera de la residencia. Agnes con el celular en la oreja esperando que Eros descuelgue, comenta que está ansiosa porque Sol mire lo que le espera. ¿Y cómo no? Se encargó de cuidar cada detalle de la decoración, por supuesto, nada estrambótico pero que no pasara pecara de simple. Justo como Sol.

Lulú se hinca las uñas en las palmas, era ese momento o nunca… no, bueno, o tendría que esperar a que termine la celebración y por lo que había oído hasta ese instante, la noche sería eterna.

Así que se infló el pecho de valentía y estiró la mano, deteniendo la caminata de Helsen.

Él quería lucir sorprendido, pera las miradas nerviosas de reojo que le ha lanzado la muchacha, las sentía como pinchazos en la cara. Era evidente que se mordía la lengua, quería decirle alguna cosa con fatigosa insistencia.

Se mantuve en silencio, esperando que ella tome la palabra, pero ella sentía que la lengua se le había perdido garganta abajo.

—¿Podemos hablar por…—inhaló corto, mirando al tumulto de personas tras la puerta de cristal que da al patio—, ahí? No le quitaré mucho tiempo.

Helsen afirmó con recato. ¿Le dirá que sí se acostó con Daek Bok y ya no le interesa compartir nada con él? ¿Qué una cita le bastó para caer rendida ante ese tipo? ¿Qué lo suyo fue un error que quisiese borrar y prefería que la ignorase?

Por poco se echa a reír.

No, él sabe cuando no es bienvenido en la vida de alguien, sobre todo en las mujeres, se nota de inmediato. Una cruzada de brazos, una sonrisa forzada de cortesía, que miren a cualquier lado menos a él… No tiene una idea de lo que necesite decirle Lulú, pero obviamente, son buenas noticias para él.

Lulú lo guía al frente de la casa, lejos del festejo de risas, la música y el ruido del cristal.

—¿Cómo está?—formuló ella, Helsen comparó su tono con el de un gato que pide alimento.

—¿Cómo estás tú?—devolvió él, sumiendo las manos dentro de los bolsillos del pantalón.

Lulú se mastica la lengua hasta que el dolor le cala. Sabía que quería hablar con Helsen, pero no el que, no puso sus objetivos sobre la mesa. O sí, pero no tenía ni un vestigio de idea de cómo enunciarlo.

Sabía lo que quería, acostarse con él, sentirlo, tocarlo, que la toque y disfrutarlo. Quería tener sexo, pero con él, porque no veía esa posibilidad con nadie más en ese momento.

En pocas palabras, quería sexo y lo quería con él.

—No me acosté con Arthur—revela y su cara se envuelve de calor al verle ladear el rostro para ocultar una sonrisa pretenciosa—. Sí, bueno, puede reírse, le doy permiso.

Helsen se estruja la nariz. Quería estallar en carcajadas.

—No me quiero reír—mintió, incluso Lulú se fijó en ello, porque no dejaba de sonreír—. ¿Qué te hizo cambiar de opinión?

—Que lo besé.

Su sonrisa se esfumó.

Carraspeó, esta vez arrugando la nariz, tornando explícito su profundo desagrado.

—Mi vida era más saludable en el desconocimiento de ese hecho.

¿Para qué se lo dijo? ¿No le había pedido que le mintiera? Su noche iba en decadencia, las ganas de irse a su casa y hacer nada más que dormir, luchaban por ganarse el puesto a lo más atractivo que Helsen sopesaba en el instante.

Lo primero, era el cuello de Lulú.

Esbelto, pálido, de venas moradas y finas. ¿Cuán etéreo luciría con unas marcas delebles? No le dolería, un poco de presión con los dientes…

Detuvo su imaginación cuando creyó que sonaba como un puto vampiro.

—Pero fue desagradable—continuó Lulú, vergüenza atestándole el pecho como un río de flamas subiendo a su cara.

—¿Tenía mal aliento?—bromeó Helsen con amargura.

Ella negó con la cabeza.

—No eran sus labios—confesó y antes de salir corriendo lejos, levantó el mentón, firme y decidida—. ¿Tiene algo que hacer el viernes? Digo el viernes porque el sábado es la fiesta de Sol.

Para Helsen, no había propuesta más explícita que esa seguridad que le empañaba la voz. Lulú tenía impreso en las pupilas dilatas lo que atravesaba su mente, lo leyó como a un documento de tres palabras en francés, no necesitaba traducción.

 Por Dios y sus muertos que no quería alimentarse la cabeza con imágenes que le punzaban la polla de calor, menos en ese momento, pero como detenerse, si solo pensar en aplastarle las tetas prominentes y sudorosas con el pecho mientras ella trataba de rodearle las caderas con esas piernas gruesas y cortas, le acababa de arreglar la jodida semana de mierda que ha tenido.

Aprovechó l escondrijo de sus manos y se arregló el inconveniente que comenzaba a repuntar.

—¿Paso por ti a tu trabajo?—cuestionó, a Lulú le aceleró los latidos el dejo animado—. Conozco un restaurante en la quinta ave…

—No—le interrumpió, esa noche quería intimidad en todos los sentidos—. Me acercaré a su casa, si no le molesta.

De molestarle algo de ella, sería saber que la última boca que tocó, no fue la suya.

Y como él prefería vivir su vida sin molestias, no dudó en tomarla de la cara y plantarle un beso en la boca, casi desesperado, como un sello de posesión que a Lulú le fascinó.

La impresión pronto desapareció, por Dios, lo que le gustaba besarle no era lógico, quizá tampoco sano, pero se había privado de demasiado para reparar en algo más de lo que su boca exigía, y era aquella con sabor a vino.

El aire fresco se asentó en las piernas desnudas de Lulú, era chistoso y hasta paradójico como es que su piel expuesta se erizaba del frío, cuando por dentro se derretía de calor.

De mucho, mucho calor.

Lulú no supo cuanto tiempo transcurrió hasta que el ruido del auto de Eros los hizo separarse. De no ser por eso, es posible que la luna mutara de fase, el verano llegase y los labios se le desgastasen y ella estaría encantada de continuar inmersa en aquella emocionante ronda de besos.

No le costó apartarse, pues tenía la certeza de que el viernes, obtendría más que una rutina de besos.

—¿Usted cocinó?

Lulú estaba segura que no, esos rollitos de primavera eran gemelos de los que habían consumido antes, pero no supo que otra cosa decir cuando Helsen la recibió, la llevó hasta la cocina y de ahí extrajo la cena del horno ya servida.

Helsen se echó a reír ligero, espera a tragar los tallarines con verduras y pasarlo con un trago de vino.

—No, pero me tomé la tarea de servirlo.

La adorable mujer que cuida de su cocina, se ocupa de la limpieza y todo lo que conlleva vivir en la decencia y a él no le da tiempo ni mucho menos ganas de atender, se ha tomado el día libre para irse de viaje el fin de semana, Helsen se ha quedado sin cena, tuvo que improvisar… pidiendo la comida de siempre a domicilio.

 ‘Lulú, Helsen cree que las mujeres existen para hacerle comida, puedes hacerlo mejor…

Lulú sacudió la cabeza. Eros tenía que arruinarle la cabeza, esas frases jamás se le borrarían de la memoria.

—¿Alguna vez ha cocinado?—sonaba más a reclamo que pregunta.

—Por supuesto—Helsen encoge los hombros, denotando inseguridad—. Que pueda ser masticado es otro tema.

Lulú culpó a la risa que le hizo tronar el pecho de que un arroz se le fuese a la nariz, el terror la acechó cuando por poco lo devuelve al plato. Se tuvo que girar y limpiarse con la servilleta disimulando el bochorno.

Y ni siquiera fue un chiste tan bueno.

—Señor, perdone—pudo pronunciar entre tosidos y risas—, pero que inútil.

Helsen no pudo hacer mucho más que reír con ella. Bebió un trago de vino, contemplando el dulce sonrojo producto de la tos en las mejillas y cuello de la muchacha. Paladeó el sabor, admirando sus labios manchados por los escasos tres tragos que ha consumido. Los contó.

Helsen no tiene recuerdos de la última ocasión, fuera de Lulú, que le provocase disfrutar la cena y no tragársela a bocados de animal hambriento para comerse a la mujer que le acompaña. No las culpaba, a ninguna, no podría porque conversación había, el problema era él, que no le interesaba.

—Eros de verdad se metió en tu cabeza—Helsen negó con la cabeza, obstinado—. ¿Si sabes qué él tampoco cocina?

Lulú se mantuve en silencio, los músculos del rostro inamovibles, ni siquiera pestañeó.

—Es que a mí quien me interesa que cocine usted, no Eros.

Las mejillas de Helsen comenzaban a entumecerse, hacía mucho una sonrisa auténtica le duraba tanto rato.

—Me creas problemas y no me brindas soluciones, Lulú, ¿dónde has dejado olvidada tu cortesía?—la mofa mezclada al fingido tono de acusación le arrancaron una sonrisa a Lulú.

—Pude convertir a Agnes, que el agua se le quema, en repostera—Lulú se quitó el mechón de cabello que le cayó en el rostro de un manotón—, creo que podré con usted.

A Helsen la idea de cocinar le producía una pereza inaguantable, pero por tenerla cerca impartiendo sus conocimientos con él, podía tragarse los bostezos a besos.

—Que fortuna, atragantarme el mismo día con tus postres y tu…—Helsen se mordió la lengua reteniendo la palabrota—, bonita sonrisa.

Lulú presionó los labios, el tenue sonrojo concentrándose en su rostro. Lo había comprendido sin necesidad de oírlo, pues Helsen lo tenía calcado en la expresión. Se llenó la boca de comida, porque no supo que contestar algo distinto a ‘yo también espero que me coma el coño otra vez’.

Helsen la observaba comer a gusto, quiso preguntarle cómo va en lo académico, en el trabajo, en el ámbito sexual. ¿Cada vez que se estimulaba y guiaba al orgasmo, lo hacía pensando en él? Helsen sabía que era así, si la pillaba mirándole de aquella forma tan primitiva, cuando creía que él no se daba cuenta.

Pero su necesidad de conocer a ciencia cierta que ocurrió con Kim Dae Bok, eludiendo la mención del beso, pisaba cualquier otra materia en ese instante.

—¿Por qué fuiste a esa cita?—cuestionó, la acidez que le embargaba filtrándose en su dejo—. ¿No te sientes cómoda conmigo? ¿Es eso o algo más?

Lulú casi se ahoga con un trozo de pollo agridulce. ¿No podía esperarse a que termine de comer? Helsen a veces le resultaba enfadoso. Solo a veces.

—No, ocurre lo contrario y quise probarme pero—tragó completo antes de seguir hablando—. Verá, descubrí que quizá, es posible, sea demisexual.

Aguardó a la reacción de Helsen con el cubierto encajado en el arroz.

Él hundió el entrecejo, verdaderamente descolocado.

—Perdona, ¿es un trastorno o un fetiche?

Lulú agradeció tener la boca vacía, porque le hubiese escupido a la cara de la impresión. No supo si reírse era lo correcto, pero era la respuesta nerviosa que obtuvo.

—Es una orientación parte del espectro asexual—explicó—. No soy capaz de intimar con alguien si no forjo un vínculo emocional antes, o en mi caso, de confianza y seguridad. Usted provoca eso en mí, ¿recuerda que se lo dije en Francia?

Helsen se considera un anticuado en causas sociales actuales, veía, leía y escuchaba, en ocasiones en contra de su voluntad, otras tantas colocaba un documental y trataba de seguir la corriente, pero a veces se sentía sobrepasado o perdido. Para él, eso que Lulú le decía no necesitaba etiqueta, era solo una manera de ser, algo inherente de su personalidad o un resultado del trauma, pero, ¿quién era él para contradecir un sentimiento que no le pertenece?

Por lo que se mantuve en su suelo y siguió la corriente.

—¿Y tú idea de besar a Kim Dae Bok era confirmar que te sientes así solo conmigo?

Helsen maldijo en su mente, no quería pensarlo menos imaginarlo, pero le comía la cabeza y si no lo desechaba, lo seguiría haciendo hasta… no sabe hasta qué, pero no le gustaba ese qué y ni siquiera lo conocía.

Lulú afirmó.

—Sí.

El mutismo se asentó en el comedor unos segundos que a Lulú le supieron extensos. Helsen volvió la vista al plato, removió su comida sopesando lo que considera un atentado, con la nariz arrugada y el ceño fruncido.

—Trato de sentir el fresco del alivio, pero no me alcanza.

Lulú revoleó los ojos, Helsen lo notó.

—Usted y yo acordamos no ser exclusivos, no tiene derecho a reclamarme sobre nada—sentenció severa.

En las paredes retumbó el ruido del cubierto estrellándose contra la cerámica del plato.

—¿Y qué pasa si ya no deseo ese acuerdo?

—¿Usted sería capaz de sostenerlo?

Helsen tensionó la mandíbula. Entendía las dudas de Lulú, sabe cómo se mira desde afuera y adentro también, carajo, lo había jodido cientos de veces, lo aceptaba, pero, ¿por qué sentía que no era merecedor de otra oportunidad?

Parece que si muestras genuino arrepentimiento, te perdonan un embarazo y matrimonio forzado, pero no es suficiente respecto a una infidelidad.

Varias infidelidades.

Tenía que corregirse si quería demostrar que no era un crío hambriento de sexo, era un hombre centrado en todos los sentidos. Podía ser fiel sin problema, si era lo que quería recibir.

—Lo he estado haciendo desde que te entregué las pruebas, he respetado esta interacción—profirió entre dientes, como si le hubiese reprendido.

Lulú no perdía su postura rígida.

—¿Por qué quiere o por factores de tiempo y trabajo?—se escuchó preguntar, se sorprendió, no lo filtró.

—Por ambos—Helsen reconoció—. Mi intensión no es limitarte, ¿bien? Pero no me siento cómodo con la posibilidad de que salgas con otros, no me parece armonioso.

Lulú estuvo tentada por el fantasma de la irreverencia a contestarle ‘no estoy aquí para tocarle armonías’, pero eso si lo pensó mejor, porque exclusividad con Helsen era, en teoría, una relación, ¿no es verdad? Ese es el concepto de un nexo entre dos personas, lo cual le era alucinante, el estómago se le abarrotaba de cosquillas de pensar en tener a Helsen solo para ella, para acariciarle, besarle y enseñarle a mezclar ingredientes.

El miedo de aceptarlo y sufrir una decepción estaba presente en el comedor y en su interior, como un espíritu maligno a la caza, pero Lulú se dijo y reiteró que nadie moría de amor y menos si aún no lo sentía.

Los riesgos le empezaron a saber a tentación, sobre todo, si se miraban así de bien.

—Considerando que no tengo ganas de hacerlo, puedo ceder—Lulú se encogió de hombros, como si no se estuviese conteniendo de brincar y chillar—. Pero un fallo de su parte y preferiría acabarlo, no quiero exponerme a ninguna enfermedad ni dramas innecesarios, me gusta la calma de mi vida, me costó mucho conseguirla, ¿de acuerdo?

Helsen se sintió respirar a todo lo que le daban sus pulmones.

—De acuerdo—encajó la mirada precavida en la de la muchacha—. Pero te advierto, Lulú, no te enamores de mí.

Ella no pudo hacer más que reír. En la boca de Helsen sonaba a advertencia, cuando ella sabía, era premonición.

—Señor, eso pasará—era un decreto—. Me estoy preparando para abordarlo en paz.

Eso para Helsen fue un guantazo de realidad. Terminó su trago, indagando en ella un signo de perturbación, horror o nervios, no se topó con nada más que un rostro apacible.

Se preguntaba si Lulú le daba sentido a lo que decía o sencillamente era así de indiferente y descuidada por naturaleza. ¿No le removía ni una emoción la idea de enamorarse de él? Ella misma fue la que dijo que el amor si no es correspondido, te aniquila en vida, ¿ha cambiado de opinión o está muy segura de que no será un lazo unilateral?

—Suenas a que ya lo estás—murmuró, precavido.

Lulú picó el último rollito que le sobraba.

—No, pero me conozco—contradijo—. Después de esta noche, se me hará cuesta arriba no dibujar corazones alrededor de su nombre.

Lulú saboreaba el bocado de arroz, un trozo del rollito y el pollo, mientras Helsen se quedó colgado analizando lo que dijo.

—¿Escribes mi nombre?—formula, la sorpresa tiñendo su voz.

Lulú paró de masticar.

—No…

Y siguió en lo suyo, devorando el resto de comida, huyendo de los ojos invasores de Helsen, quién no podía dejar de sonreír al imaginarse sus iniciales dentro de un corazón.

—¿Tienes un diario, Lulú?—sondeó, rellenándose la copa, sus labios delineando una sonrisa pretenciosa.

—Es por fines psiquiátricos—se justificó ella—. Es un desahogo, no cartas de amor.

Helsen removió el vino, disfrutando de la vista placentera de Lulú tratando de enfocarse en que llevarse a la boca y no en él.

—¿Y qué escribes sobre mí?

Lulú quiso bufar y decirle que no se creyera tan importante, pero la hipocrecía no era una de sus cientos de características.

Abandonó los cubiertos y se dedicó a mirarlo con altanería.

—Que tiene un pene precioso—confesó, en la estancia se oyeron los golpes que Helsen se daba en el pecho. Era su turno de ahogarse.

—No escribiste eso—profirió, incrédulo e insólitamente… fascinado.

—Lo hice y lo dibujé con sus ocho venas y la peca que tiene en la mitad—barboteó Lulú sin pena—. ¿Es muy vulgar, verdad? ¿Le incomoda?

Helsen recuerda el affair que tuvo con una artista de talento innato, preciosa y agraciada, fue su musa principal innumerables veces, Helsen no sabe cuántas casas de mujeres solteras decoran esas pinturas.

Lulú dibujando su polla tenía una pizca de peculiaridad extravagante, de esos que a él le atraía tanto, porque era él la inspiración.  

—Para nada—respondió, acercándose la copa a los labios—. Es gratificando que tus manos repliquen lo que tuvieron entre ellas, ¿lo recordabas dentro de tu boca cuando trazabas las venas, como lo hacías con la lengua?

Lulú no se permitió bajar la mirada, aunque su sangre le ebullía en las mejillas.  

—No, se me ha olvidado la exactitud, creo que debería recordármelo.

Helsen estaba harto de no ganar una partida. Lulú de una forma u otra, se reía de él en su cara.

Se bebió el trago de un sorbo, percibiendo el errante y sólido pulso viajar del pecho a la entrepierna.

—Arte de mi arte.

—Arte vintage.

Lulú cubrió su boca con la mano, avergonzada sin razón, pues a Helsen la ofensa le saltó sobre un hombro.

Las carcajadas le hicieron reposar contra el respaldo de la silla y tender las manos sobre la mesa, flexionando los brazos. Se sentía tan ligero que le preocupaba haber perdido peso en músculo.

 Lulú apartó los platos y se dispuso a servirse ella misma su segunda copa. Necesitaba deshacer nudo por nudo la cuerda prensada que le atravesaba el cuerpo.

Desde los pies, que le impedía dar pasos largos, Lulú sentía que avanzaba con la caminata de un pingüino. Pasando por el del vientre, de todos los que había desatado en ese sitio, le faltaba el más renuente. Siguiendo con el pecho, el que protegía un sentimiento que nunca experimentó, uno de libertad plena y completa, continuando con el que le toma la garganta, la inflexible ansiedad de no tener idea de cómo reaccionar y el miedo de no poder cumplirse, terminando en el más complejo, el de su mente, el que comanda el resto.

Si se deshacía de ese, el resto saldría como trenzados con mantequilla.

—Estás muy nerviosa—puntualizó Helsen.

—Sí—le concedió, inclinando la copa sobre su boca.

—No te voy a tocar en esas condiciones.

Bajó el trago y solo consiguió remojarse los labios.

—Le estoy pidiendo…

—Y te lo estoy negando—decretó Helsen, ceñudo—. Quédate conmigo esta noche, mañana sin prisa,  puede que las cosas tomen su curso.

Lulú vivía con la inescrupulosa sensación de perder, de no ser suficiente, de no poder, de que las náuseas la superen, el sudor frío se duplique, de que a su piel vuelva a cubrirse de esas escamas asquerosas y el dolor de todo aquello le haga retroceder.

Si estaba nerviosa era por temor a ella misma, no dudas de que fuese con él.

Lulú apoyó la copa sobre la mesa y se puso de pie, exudando confianza y aplomo, una advertencia final al nudo alrededor de sus tobillos. El ruido de sus pasos traspasaba sus oídos como si fuesen unos embudos, el pálpito enérgico de su corazón repleto de sentimientos absorbía toda su atención, era extraordinario como una decisión altera el funcionamiento vital de su cuerpo.

Helsen procuró aferrarse a la serenidad que perdía en cada respiro cuando Lulú se inclinó hacia él y atrapó su boca, atropellando su falso porte de hombre recatado, con la patente convicción de su lengua trazando la curva de su labio inferior.

Lulú pugnaba por sacudirse el pudor, quería perder la compostura, quería sentirse una mujer sexual, no como obligación, como un derecho que le habían mancillado y robado cruelmente y ella estaba en proceso de arrancarlo para volver a sentirlo suyo.

Besó a Helsen con las ganas de atraer el placer, lo conseguía con una facilidad que le calentó la sangre. Se sentía atraída por el instinto como esa fábula del flautista que cautivaba a esos animales con el bello entonar del instrumento, ella lo hacía consigo misma, con el suave vaivén de sus besos.

Lo besó con la urgencia de acoplarse a su yo primitivo, el que exigía contacto y piel ajena, lo sentía florecer en el centro del torso, una llama naciendo, un fervor que creció significativamente en el momento que siguiendo sus deseos, se subió al regazo del hombre que empujó la silla hacia atrás y la recibió sin peros, sus manos escabulléndose bajo el vestido.

Lo besó probando el sabor del vino en su lengua, en sus labios, percibiendo la erección clavada en su entrepierna hinchada, caliente y húmeda. Vergüenza y modestia se situaron por encima del incontable fluir de sensaciones, supuso que Helsen lo percibió, porque la impulsó más contra él, un suspiro le asaltó al sentir la contracción de su sexo al deslizarse a través de la longitud marcada en el pantalón.

—¿Puedo tocar por aquí?

Helsen introdujo la mano más abajo, más adentro. Lulú afirmó, encerrando las caderas de él en medio de sus muslos.

—¿Y por aquí?

Apenas podía hablar, la boca de Lulú no tenía contención. Levantó la prenda, Lulú no se molestó en asentir, balanceó las caderas, posicionando los dígitos de Helsen en el sitio indicado, pero no hizo nada, no movió los dedos, se mantuvo quieto, por lo que ella paró de besarle.

—¿Qué ocurre?—preguntó con temor.

Helsen postró una mano sobre la cadera de ella y la removió.

—Complácete, muévete, llévate al final como si yo no estuviese aquí.

La movió un poco más, incitándole a tomar su mano como se le antojase.

Lulú atinó a negarse, ¿cómo podía hacer eso? La cantidad de vergüenza que sentía era absurda. Pero, pero… un pezón repuntaba sensibles contra la tela del vestido, el otro expuesto esperaba ser cubierto por la calidez de una boca, la presión ardiente alrededor pedían un comando y no lo sopesó, actuó por su naturaleza y volviendo a los labios de Helsen, se permitió disfrutar, porque estaba bien.

El vestido se le descompuso, las tiras caían a los costados, exponiendo sus senos sensitivos, inflados. Helsen se contuvo de bajar la cabeza, no hacía más que sentir con gusto la lubricación mojándole los dedos y el pantalón, el ruidito que hacía cuando soltaba su boca para tomar aire, mientras se satisfacía así misma a toda plenitud.

Lulú cabalgó la mano de Helsen sin pena ni raciocinio de por medio y por Dios, como le gustaba aquello. El placer se diluía en las papilas como caramelo derretido, salivaba demás. No le importaba más que restregarse de forma obscena, sin control y no podía estar más dichosa por ello.

Quería que le incrustara los dedos, como esa vez encima del mueble en el recibidor, quería que le mordiera los pechos también, como esa vez que le dejó marcas que tardaron días en desaparecer.

Quería mucho, lo quería todo, no se contuvo, porque estaba bien. Se tomó los senos con una mano, los estrujó y amasó, satisfaciéndose, al tiempo que con la otra le enterró las uñas en la nuca, siguiendo el ritmo del frenesí, adelante y atrás, resbalando con una facilidad desconcertante, extrayendo desde las profundidades de su interior un calor salvaje que no amansó con la llegada del primer orgasmo de la noche.

Lulú cayó adelante, cubierta por una ligerísima capa de sudor como una segunda piel por el esfuerzo. Presionó la frente contra el hombro de Helsen, apaciguando el temblor de las piernas de tan fuerte que presionaba los muslos.

Una vez recuperó el aire perdido, se lanzó a devorar la boca de Helsen, porque no era suficiente.

Ella colocó la mano sobre su miembro bajo su sexo, dándole leves apretones de abajo hasta la punta. No sabía lo que hacía, le tocaba como si fuese una extensión de su cuerpo y el resultado fue un grato sonido bajo que le erizó los vellos de la nuca. Siguió, alternando fuerza, provocándole estremecimientos cuando arrastraba las uñas sobre el pantalón.

Le sorprendía lo duro que estaba, le preocupaba, sentía que si lo ceñía con fuerza demás, lo partiría a la mitad.

Helsen podía soportar la curiosidad de Lulú, sus toque que comenzaban tímidos, como explorando un campo minado, pero al estallar la primera bomba, el ruido más que asustarle, le provocaba ir a encontrar las demás, pero al tocarle el cinturón, supo que tenía que devolver la atención a ella. Un contacto de su mano caliente contra la piel de la polla y no duraría mucho más. Se podía permitir sentir la verga encendido en brasas hasta que los testículos le triturasen el esperma, pero jamás padecer una eyaculación precoz.

Con la premura de la excitación, empujó los platos atrás, ella se sobresaltó al escuchar la vajilla chocar, la queja se disgregó en su boca, Helsen la tomó de la cintura, sentó en el borde de la mesa y le sacó los zapatos y calcetas. Lulú sentía sus venas del doble de grueso, mucha sangre corriendo por cada rincón de su cuerpo, acumulándose en su intimidad al verle separarle las piernas con una mano, cazar su ropa interior hasta dejarla colgando de su tobillo y desabrocharse con apuro los primeros botones de la camisa blanca con la otra.

Las palabras sobran cuando la boca ocupa la piel. Todo lo que Helsen pudo decirle, se lo inscribió en los muslos, con besos, chupones y lamidas, fundiendo un recorrido de idas y venidas al centro febril de Lulú, que gimió como nunca cuando se sintió cubierta por la boca de Helsen.

Helsen la recorría con apetito, divagando entre sus pliegues con la punta de la lengua, causándole estremecimientos cuando atinaba a plasmarle el ancho y largo del músculo encima y arrasar con la humedad hasta arriba, donde masajeaba con diligencia y fervor.

Las rodillas de Lulú temblaban del esfuerzo que hacía al mantenerlas separadas y elevadas, Helsen lo notó, le bajó los pies al filo, exponiéndola en su totalidad, sin abandonar la estimulación. La vergüenza de sentirse empapada y a la vista de un ángulo tan próximo hizo que Lulú quisiera taparse la cara, el movimiento le hizo derramar el vino sobre la mesa, en un intento por levantar la copa, Helsen le tomó del brazo que no la sostenía con el torso arriba y afincó los dedos en su mata de cabello oscuro.

La copa terminó hecho trozos en el piso, el vino le mojó el vestido y el trasero, pero Helsen le hizo olvidarse de eso y de la pena de ser devorada, al esgrimir la lengua con experticia, trazando su nombre, el de ella, sobre su clítoris que en poco volvió a languidecer ante la dulce tortura del placer, arrastrándola a las profundidades de un orgasmo tan agresivo, que le abarrotó los ojos de lágrimas, porque hizo temblarle las piernas y el nudo en la mente.

Lulú estrechó una mano en su pecho, como si esa barrera encerrase el aleteo de un nuevo sentimiento de emancipación y albedrío. Era el primer orgasmo que no se disipaba con sus suspiros, se quedó con ella, latente y predominante, como puerta abierta a lo desconocido.

—Vamos arriba—pidió, yendo contra el bochorno de verse sobre una mesa, mojada de vino, con los senos al desnudos y el vestido arrebujado en la cintura.

Helsen empuñó las manos, demasiado extasiado.

—¿Estás segura?—tanteó con caución—. ¿Completamente segura?

Lulú afirmó no una, tres veces, su boca dibujando una sonrisa ebria de placer.

—¿Usted lo está?

No dudó. Evitando que camine descalza sobre los vidrios, la deslizó de regreso a la orilla de la mesa y se la echó al hombro con el cuidado de no romperle las costillas. Lulú ni siquiera pudo reír por las cosquillas que subir las escaleras le inducía, tenía el aire comprimido entre el pecho y el hombro de Helsen.

Arriba, Helsen cerró de golpe tirando la puerta con el pie y la dejó caer con sutileza sobre la cama, desprendiendo un beso sobre su cabeza. Lulú se acomodó en el centro, sobre sus codos, apreciando prenda por prenda ocupar el suelo. Un pellizco de pena le corrompió el pecho al verle sacar un condón de la mesa de noche, apartó la mirada y cerró los ojos, solo pudo oír el envoltorio rasgarse, inquietando el pulso y temperatura de su cuerpo.

Su cuerpo entró en tensión al sentir la cama ceder bajo el peso de Helsen. Dejó de respirar cuando le acarició las piernas, el abdomen, levantando el vestido para sacárselo.

Lulú se dejó caer de espaldas sobre las sábanas, Helsen se inclinó sobre ella, su pecho desnudo tocando sus piernas encorvadas, protegiendo la vulnerabilidad de su pecho. En ese instante, Lulú quiso tocarse el corazón, el miedo lo capturó y como una amenaza, lo sacudía contra sus huesos.

Estaba bien, eso estaba bien. La luz estaba encendida, el aroma estaba lejos de ser putrefacto y el frío no era más que un recuerdo ingrato.

No quiso hablar, su voz se hallaba bajo los cimientos del miedo. Helsen colocó una mano en su pierna, pero Lulú no lo reconoció, el tacto le escupió un recuerdo de bordes negros, no era una palma con anillos, era una garra.

La mano de Lulú voló a ese sitio, la burbuja negra se resquebró al tocar los anillos, el beso cálido que Helsen confirió en su mejilla, la hizo aterrizar de vuelta a la cama que ella había escogido.

No apartó la mano, agrupó los dedos encima de los tres anillos y aspiró el aroma a madera humedecida en sándalo y con ligeros toques de tabaco adherido a la piel de Helsen, quién prosiguió las caricias a sus rodillas, a la intimidad de sus muslos, encima del monte de Venus, percibiendo los músculos suavizarse a medida que descendía los besos por la ruta directa de su boca, al mentón, la garganta, consiguiéndose con su mano al tomar el peso de un seno, que veneró con besos.

Lulú tomó un respiro al sentirse flotar entre besos y caricias que le adoraban, y, cortando las cuerdas del nudo alrededor de sus tobillos, separó los pies y los muslos.

Su corazón se retorcía ansioso al tener el cuerpo robusto de Helsen sobre ella, en medio de sus piernas, desnuda de pies a cabeza en más del sentido literal. La sensación de las caderas del hombre rozando la piel de sus muslos le erguía cada vello y la delicadeza del miembro reposando sobre su intimidad, aceleraba el bombeo de sangre.

Respiró hondo, recargándose del aroma conocido, de valor. Estaba bien.

Helsen tomó sus manos y le hizo presionar las palmas contra su pecho, ella lo meditó con los dedos, su cuello, su rostro. Tomó los vellos de la barba, delineó la línea del mentón, estrujó sin fuerza los bíceps y se ancló al cuello.

—Abre los ojos, mírame, tócame, siénteme—murmuró, hundiendo las manos de Lulú en su piel con fuerza—. Soy yo, Helsen y tu palabra se acata de inmediato.

Lulú abrió la mirada, acuosa, las pupilas dilatadas infestada de emociones.

—Si me ve llorar no se detenga—le pidió.

Porque arrancarse el miedo duele. Eso, estaba más que bien.

Lulú tiró de él, quería besarlo como hacía unos minutos, cuando el deseo la embargaba y rebasaba hasta que no le importó más que tocar el pico del placer.

Helsen consumió su boca como quien disfruta del último trozo de dulce, lento, paladeando el sabor, impregnándose las papilas gustativas con el. Sus codos hundidos en el colchón le dieron estabilidad al balancear las caderas, retozando con suavidad la erección encima de la humedad de Lulú. Ella suspiró sobre su boca y oprimiendo la punta de los pies en las piernas de él, le indicó que podía proceder.

Helsen atento a su expresión, se posicionó en la entrada y empujó las caderas solo un centímetro, y dentro de Lulú, la cuerda de nudos se estiró.

Reminiscencias con olor a azufre y aspecto de pantano saltaron del cajón de memorias. Por un instante no estaba en la cama, flotaba en las aguas negras. El dolor físico, lo recordaba, pero no era comparable a la malvada sensación de invasión, de desapego, de corrupción.

El llanto le atravesó la garganta como una daga al fuego, temblaba y temía, pero el siguiente movimiento, lo tomaron sus caderas.

Un sollozo más y volvió a empujar, tensando el nudo del vientre. Otro poco más, el tenue dolor del miembro abriéndose en su interior camino le asustó, pero no se detuvo, lo hizo de nuevo, y una vez final, al sentirse repleta de Helsen, se soltó a llorar, porque eso, más que estar bien, se sentía como rozar el paraíso con la punta de los dedos.

Estaba llena carnalmente por el miembro de un hombre, no sus dedos, y no tuvo ganas de vomitar. Lloró, porque no quería apartarlo, y siguió llorando, porque el nudo del vientre se rompió con la primera embestida que le hizo vibrar de satisfacción.

—Está bien, todo está bien—repetía Helsen, su frente unida a la de ella—. Respira, es normal que moleste al inicio, pronto pasará.

Lulú, respirando agitada, le miró directo a los ojos y susurró:

—Lo quiero, quiero correrme, lo quiero…

Helsen iba a perder la cabeza. Ondeaba las caderas en pausas, esperando que ella se adapte a él y él a ella. Lulú tomaba nota de los detalles que captaban sus sentidos. El arrastre del torso de Helsen contra su piel, el aroma de los dos, de sudor, de lubricación, a sexo, del sonido de las sabanas, del gusto que le han dejado los besos en la lengua, de la prensión de los músculos de Helsen bajo sus manos.

Era una experiencia nueva, un deleite que más que secarle el fluir de sentimientos de los ojos, se desbordaba más y más. Eso era suyo. No Helsen, no el tenerlo clavado dentro de su sexo, lo era el placer que conlleva ese hecho, el que su cuerpo responda con fruición a cada estocada, que tenga la necesidad de hincarle las uñas para que acelere el choque de caderas, le causaba mayor placer que el acto en sí.

Lulú se permitió recorrer la longitud de la espalda de Helsen, sus dedos saltando montañas y relieves, consumiendo las sensaciones que sentirse colmada le regalaban. Una de sus rodillas tocaba las sábanas, sus manos presionaron la espalda del hombre, apremiándole, el orgasmo cociéndose en su vientre, lentamente descendiendo como un río caliente que pronto cubrió a Helsen y dejó su huella como salpicaduras en la sábana.

La mano de Helsen ocupó el lateral de su cuello, manteniéndola firme mientras su longitud la atravesaba y volvía a colmarle los ojos de lágrimas, porque no le brindó un simple orgasmo, esa noche se bajó el firmamento, con la luna y sus estrellas y se lo encajó en el pecho como un cuadro perenne e inamovible.

Lulú sollozó, de gozo, de alegría, porque la densidad del cielo rasgó el nudo del pecho y haló la cuerda tan fuerte, que le arrancó el que le sobraba de la mente.

No tenía corazón, no eran pálpitos lo que sentía, eran aleteos contundentes lo que saturaron sus sentidos, era el cosquilleo de la autonomía, de la liberación, de explorar sus miedos y estancar una bandera de independencia, porque finalmente, tuvo un orgasmo a través del sexo, con un hombre, y le fascinó, lo hizo tanto, que mientras Helsen seguía bombeando para alcanzar su cúspide, otro orgasmo le removió fibras y le hizo arquear la espalda de puro deleite.

Helsen con el juicio nublado, no pudo retenerlo más. Escondió la cara en el cuello de Lulú y salió de ella, descargándose dentro del condón.

Y el mundo dejó de girar a destiempo.

Helsen expulsó la bruma de la post eyaculación, se quitó el condón, no le intereso que cayera sobre su alfombra, ni siquiera recordaba la alfombra, enfocó a Lulú tendida sobre la cama, con las piernas sufriendo cortos espasmos.

Lulú se sentó de sopetón, el movimiento repentino le causó un mareo que la llevó de vuelta al colchón, pero renuente, volvió a sentarse, llevando sus piernas contra su pecho.

Acababa de tener sexo, con Helsen. Sexo, sexo que implica sentir su pene en su interior.

Hizo un conteo de cómo se sentía. Ciertamente algo agotada, no estaba acostumbrada, era nuevo para ella. Tenía la certeza de que al despertar le molestarían las caderas. Era una extenuación liberadora, como si hubiese desterrado un peso milenario del cuerpo. Era una fatiga comparable a fumarse un porro de marihuana, sí, justo como eso.

—¿Cómo te sientes?

La voz de Helsen le hizo virar el cuello, buscándole a su costado, su miembro cubierto con la sábana.

Lulú venía conociéndose en el sexo, uniendo piezas, esto le gusta, esto no, esto se hacía así, esto así. Le gustaba, era divertido, un juego de manos y boca, podía con eso.

Ella sabía que el verdadero monstro la atacaría cuando estuviese a alguien encima.

Siempre tuvo el sexo como una contrario que le retaba a una guerra, a que le demostrase que esos años de terapia valieron la pena y el precio. No costaron eso, lo hicieron por mucho, mucho más que unos miles de dólares y horas sentada en un diván, reviviendo lo que nadie jamás querría volver a contar.

Hace dos años no soportaba que un hombre más que Hunter le abrazase, solo ahí, desnuda, con el sexo latente por los orgasmos, supo que más que quitarse la cuerda de los tobillos, se quitó una venda de los ojos. Ella no daba pasos como pingüino, los daba de acuerdo al largo de sus piernas, a lo que su estatura baja alcanzaba, porque era ella, era su etapa.

 Un sollozo quebró el silencio, pero en sus labios temblorosos, una pequeña sonrisa se asomó.

—Completa—le respondió.

Carecía de otro término.

Helsen no sabía calmar, consolar, ¿quién lo sabe realmente? Así que hizo lo que pensó sería correcto: la tomó del brazo y atrajo a su pecho.

—Ven acá, recuéstate conmigo un rato.

Lulú se dejó arropar, y acariciar el cabello, y el brazo, y la espalda. Estaba en un limbo sin dimensiones, un auténtico paraíso en la tierra. Vivía el éxtasis post orgásmico.

—Señor—barboteó luego de un buen rato, cuando el sueño le amenazaba con apagarle la consciencia—. Gracias por no soltarme.

Helsen trasladó las caricias desde el mentón hasta la base de su garganta.

—Agradécete a ti por no pedirlo, de ser así, lo hubiese hecho—su voz expresaba pasibilidad—. Dime algo más básico que aportar en el sexo que un pene, en cambio tú, me has dado la vulnerabilidad de tus instintos, eso no lo tiene cualquiera.

Lulú guardó silencio. Cerró los ojos, percibiendo el movimiento de esa galaxia encerrada en su pecho.

—Sí, tengo razón—farfulló con pesadez.

Helsen le tocaba con recato la mandíbula.

—¿En qué, esta vez?

—Comenzaré a dibujar corazones alrededor de su nombre.

Helsen se echó a reír. Puso la palma bajo su mentón y lo elevó, enlazando su mirada a la de ella.

—Te consideraré mía, cuando los reemplaces por mariposas.

Lulú sonrió y volvió a recostar la cabeza en su pecho. Se quedó ahí hasta que el sudor se secó y las ganas de vaciar la vejiga la obligaron a encerrarse a solas en el baño.

Esa noche Helsen la acercó a casa casi entrada la madrugada luego de mirar una película juntos, esa noche le apetecía dormir a solas. Caminó a su habitación sin hacer ruido, feliz de oír el llanto de Jäger calmarse con los pedidos de Maxwell.

Antes de meterse a la cama, sacó el cuadernito del buró y tras describir a detalle la experiencia de sentirse llena física y emocionalmente de acuerdo al sexo, y al sexo con Helsen. Es distinto, escribió, uno es mío, el otro, de los dos.

Finalizó la entrada con un corazón en encima de nombre de él y unas alas alrededor del suyo.

Con amor,
     
ઇ‍Lulúઉ.

Holi😇

Espero estén bien.

Me he tardado en actualizar por una emergencia familiar que tuve el último día de abril. Tuve que viajar de Perú a Venezuela y aquí el Internet no es nada bueno.

Estos días he estado emocionalmente por el piso, escribir esto fue recordar todo ese proceso otra vez, nunca había tardado tanto escribiendo un capítulo de este libro, pero me ha gustado el resultado.

Porfa, si sienten que necesitan ayuda, no tengan pena en pedirla, uno lucho sus batallas consigo mismo a solas, porque nadie te más que tu tiene el poder de sanarte, pero para luchar batallas y guerras, se necesitan instrumentos.

Muchas gracias por votar y comentar, nos leemos,
Mar💜

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