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"I got a taste for men who are older

It’s always been, so it’s no surprise"

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   —Respira conmigo, otra vez.

Lulú tenía que recordarse cada cinco minutos lo que ha pasado en veinticuatro horas, para recordarse que ha sido real y no una pesadilla con retazos de felicidad.

Detrás de sus orejas resonaba el trío de estallidos, delante de sus ojos, como el reflejo de una película, transcurrían las imágenes de Sol aterrada sentada en el piso, el llanto de los niños, su piel replicaba las sensaciones escalofriantes de visualizar el frío terror encerrado en los ojos de Hera.

Y luego, el momento de calma, como un breve regalo del universo por todo lo que habían padecido.

—Inhala. Exhala—seguía repitiendo Hunter, de rodillas frente a Hera en el espacio reducido entre los asientos—, inhala. Exhala…

Era extraño y hasta satírico, como todos tenían un indicio de tensión en el cuerpo o rostro, viajando a lo que debería ser, una noche para disfrutar.

—No puedo llorar, no puedo llorar, no puedo llorar…

Hera temblada de pies a cabeza, Lulú tenía el miedo de que terminara afectando al bebé, la última transfusión le fue bien, pero simplemente no tenía que ocurrir.

—Nadie mencionará un carajo, no se arriesgarán a que los boten como viles estropajos—menciona Eros, un intento por ayudar a su hermana.

—Lo sé, no lo dirán ahora, lo harán después—solloza ella—. Todas esas revistas con mi nombre y mi imagen, señalándome de irresponsable, de estúpida, de…

—Hera, ¿cuándo te ha importado lo que diga el resto?—le interrumpe Eros.

Ella le abrió un agujero en medio de las cejas con la mirada.

—Desde que estoy embarazada y no he cumplido veinte años, Eros, mierda.

Se hallaban dentro de esa van distribuidos de tal forma que cada uno tenía un espacio cómodo, pero la presión fatigosa en el aire no les permitía sentir ni un poco de eso.

Lulú colocó su mano sobre el hombro gélido de Hera, oprime los dedos, transmitiéndole la paz que pudo recolectar en lo que llevan de camino.

—Toda acción desencadena una reacción—le dijo—. Y toda reacción bifurca su camino, la corriente buena y la mala, solo tú decides con cual fluir. Tu reacción es la única que tiene que valer para ti, nadie vive a través de la boca de los demás.

Hera respiraba pausadamente a través de la boca, no lo sabía pero Hunter por supuesto que sí, que le tenía la piel de las manos lastimada por el pico de sus uñas, de tan fuerte que lo sostenía.

Aquello era real, era su hijo, suyo y del hombre que amaba. A Hera no le importa lo que digan los demás, jamás lo hizo, menos ahora, tratándose de algo tan suyo como su embarazo. A ella lo que le tenía los nervios desgastados y el corazón apresurado, era otra cosa a la que pronto le daría un cierre y hasta esa mañana, se sentía segura y confiada.

Hasta esa mañana.

—Gracias, Lulú—le respondió, trazando una sonrisa genuina que le iluminó los ojos a la de cabello oscuro.

—Me lo ha dicho el terapeuta—aclaró, no queriendo robarse el crédito—. No tengo tanto ingenio para esas palabras.

El espacio se llena con la cálida risa de Sol.

—Claro que sí, solo eres más práctica.

 


 

—¡Ah! No puedo creerle a mis ojos, necesito sentirlo, ¿puedo?

A Lulú todo aquel alboroto le ponía los nervios de punta. Era revivir esa noche que ha tratado de eliminar de sus recuerdos, pero nada de lo que hace le da resultados. La orquesta, la gente de pinta fastuosa, las risas reales, muchas otras cargadas de hipocresía… era mucho para descifrar en tan poco tiempo.

El embarazo de Hera tuvo la reacción que prevenían.

Un centenar de miradas sobresaltadas, jadeos de exagerada sorpresa que no tenían ni la mínima intención ser disimulados, sonrisas rígidas como una varilla de madera que parecían más un rictus que una mueca de amabilidad.

Lulú presionó los labios, salivando para disolver la acidez, producto del espeso calor de la rabia colándose en su estómago. Tanto derroche de dinero y ninguno muestra el costo barato de la educación básica y cortesía.

Se acercaban a Hera a saludarle, Lulú no conocía a nadie, pero distinguía los sinceros y los que solo buscaban picar un pedazo de información, cualquiera podría separarlos como seleccionar que es el sal y el azúcar de una probada. Ahí, en la entrada de la sala, abrazada del brazo del centro de atención, entendió el porqué Hera se guarda así misma dentro de su cascarón. Todos quieren adentrarse a el para revelar lo que esconde.

Dijo su nombre unas seis veces, sonreía de vez en cuando, asentía en otras, no tenían ni diez minutos en ese sitio y ya quería largarse a la comodidad de su hogar.

Trataba de no pisar el largo vestido de tul rosa clarísimo de Hera, se perdía en el contraste de su piel pálida, caía sobre su barriga como una cascada de agua mansa y , junto a los detalles dorados de sus aretes, brazalete y tacones bajos, Lulú no podía evitar compararla con el retrato de una diosa mística, algo mágico, una belleza sublime, delicada, que podía ensuciarse al primer toque de las manos incorrectas.

Cada metro que recorrían, eran en promedio, cinco personas que conocía. Lulú se preguntaba cómo era posible que Hera sea un alma tan solitaria si sabía el nombre de todos en esa multitud, al oír las escuetas preguntas dirigidas únicamente a su embarazo, obtuvo una respuesta.

No les importaba ella, le interesaban lo que traía consigo.

—Vas a explotar de belleza—chillaba de emoción esa muchacha de cabello castaño y mechones dorados oscuros—. ¿Sabes qué es?

Hera le sonrió sin fingir. Lulú así lo percibió, porque fue como si el gesto se lo regalase a ella.

—Es un niño, grande y muy sano.

La chica le abrazó con cariño.

—Felicidades, Hera, el embarazo te ha sentado de maravilla, estás preciosa, radiante.

Hera no respondió a ese halago. Carraspeó y retrocedió un paso, dando vista a sus acompañantes.

—Guida, espero que recuerdes estos chicos o estaré molesta contigo otros cinco años más—le acusó Hera en tono de broma que escondía toda la verdad.

—Jamás podría, Lulú y Hunter—Guida les ofrece besos de saludo—. Chicos, parecen sacados de una revista de la alta moda.

Hunter se reacomodó el moño que tenía ni un defecto. Lulú rodó los ojos con gracia, nada más quería hacer un performance de esos gestos de ‘actitud de lujo’ que estuvo practicando frente al espejo.

Estaba lleno de sí mismo.

—Tu boca es una máquina de verdades, que impresionante.

Hera apoyó la mano en su brazo, retomando su lugar.

—Necesito sentarme pronto o los tobillos no me dejarán caminar el resto de la noche—avisó, Guida dirigió la atención a ella, como si temiera perderla de vista.

—¿Puedo acompañarlos?—cuestionó agitada y algo apenada—. No tengo a nadie con quien hablar, las charlas de mamá no son las más entretenidas.

Hera, quién esa noche revivía el pasado con fervor, no dudó en acceder. Compañía extra que no le asfixiaba con preguntas de doble filo le vendría bien.

Lulú caminó con ellas, Guida relataba que ingresó a estudiar ingeniería robótica en California, pero tuvo que pausar el semestre para recuperarse del ataque, noche fatídica que le dejó heridas más graves que las físicas.

Lulú oía atenta la decadencia psicológica de Guida. Se vio así misma en ella, aterrada, con la confianza rota entre los dedos y sin poder hacer más que lamentarse por verla cayendo al suelo, rasgándole la piel. Mirar con ojos de lupa a quien conoces, preguntarte que intenciones tiene contigo, ¿será sincero? ¿Me hará daño? ¿Es pasajero? Era agotador, al punto que prefieres cerrarte al mundo y solo ser tú.

Guida le agradó, porque no tenía pretensión de inmiscuirse en su vida, le ahorró el trabajo de cuestionarse si volvería a fallarle a Hera, como ya lo había hecho.

A esa mesa la visita un desfile de personalidades que Lulú no toma en cuenta porque no tienen nada que a ella pueda interesarle, no porque no quiera, solo no está de humor. Chicas altas, esbeltas, de pechos y traseros delgados, seguro no pelean contra el jean para usarlo, es por eso que ella ha desistido de los pantalones, ninguno se le ajusta a la cintura, y si lo hace, tendría que ocurrir el milagro de pasarle de las caderas y ni hablar del largo.

Eran chicas fascinantes, de vidas que no aburrirían a nadie, viajando todas las semanas, ocupadas en eventos donde ellas deslumbran como las estrellas principales. Mujeres de belleza definida, algunas exóticas, pero todas hermosas, viviendo su sueño, cumpliendo sus fantasías.

Y ella estaba ahí, saludándoles esa noche que para ella era extraordinaria, pero para ellas, era una simple fiesta más.

Lulú en ese momento, se definiría horripilantemente aburrida, un sinónimo de poco interesante. ¿Qué tenía para contar más allá de sus tragedias? ¿De su rutina vacía? ¿Qué perdía horas sustanciales frente a un monitor jugando con personas a los que no les veía la cara y conocía por sus usuarios? Lo más atrapante en un relato sobre su vida, era el listado de desgracias que aún batallaba por sanar.

No supo como taponar el agujero que tenía en el medio del torso, ese que se tragaba sus emociones y por gusto soez, le dejaba unas tremendas ganas de llorar que apenas podía retener.

Chillidos eufóricos le rodeaban, ella no entendía el desastre de voces, hasta que escuchó su nombre en medio de la algarabía.

—Lulú.

Pasó saliva, sorbió una bocanada de aire por la nariz y pestañeó deprisa, despejando la vista de lágrimas sin derramar.

—Hola—su voz era un susurro dolido—. Feliz cumpleaños.

Se encontraba en blanco, había estado buscándole desde que llegaron y ahora no estaba sabía si le apetecía tratar con él, porque, ¿qué querría un hombre como él con una mujer como ella? ¿Qué pueden tener en común, más allá de los gustos musicales? Y no lo tomaría en cuenta por ser algo tan básico y genérico.

Él, que se rodea de gente exitosa de estrato alto, un hombre acostumbrado a tener todo, a tocar cuerpos delgados de mujeres que podrían aplastarle la boca a besos sin necesidad de subirse a una silla o pedirle que se ajuste a su estatura. Mujeres seguras, tan seguras como solo ella soñaba ser.

¿Qué veía en ella más que un rato de placer?

No tenía respuesta y la garganta le ardió al comprender que eso era lo que ella buscaba, un momento carnal, pero ahora, mirando el cortejo de bellezas de todos los tonos, se preguntaba cómo era posible que se fijase en ella, que no tenía nada más para darle que un cuerpo de curvas pronunciadas llenas de baches, caderas gruesas rasgadas de líneas y estómago abultado que temblaba de terror cuando una mano le acechaba.

Era pequeña, pero se sintió diminuta cuando le llenaron la cara de besos, frente a todos, destilando confianza para hacerlo y ella, que le había masturbado hace apenas un par de días, ni siquiera le había mirado a los ojos.

Ella ni siquiera tenía el valor de verlo a los ojos. Esa Lulú de Francia a la que no le importaba lo que dijesen los demás, se quedó abandonada en ese prado de medianoche, porque ahora tenía pánico de las habladurías, de que él entrase en razón y la dejase, aún no lo había sentido en su interior.

—¡Helsen!—exclama una muchacha de largos mechones rubios claros, casi blancos—. Felicidades, guapo.

Ella tomó la atención de Lulú, pues de todas, se atrevió a plantarle un beso de lleno en la boca.

Lulú desvió tan rápido la mirada de la escena, que no se dio cuenta del retroceso de Helsen.

Da igual, se dijo, no somos exclusivos, no tiene porque molestarme, yo podría hacer lo mismo.

—Hebe, buenas noches—enunció Helsen cortante.

No había nada que lo irritase más que se tomaran ciertas atribuciones en público, sobre todo si son tan sacadas de la manga como esa.

—Estás muy arisco—se quejó ella formando un puchero.

—Estoy ocupado—cortó el tema, ofreciéndole una mano a Lulú—. ¿Puedes venir un segundo?

Por ese instante que Helsen tuvo el brazo extendido, Lulú, atrajo todas y cada una de las miradas en torno a esa mesa, para sacudírselas, accedió a ir con él, pero se negó a tocar su mano, no porque no quisiera, más bien para evitar los cuchicheos malintencionados que daban justo en el clavo.

La bolsa de regalo pesa en su muñeca, era tarde para arrepentirse, Helsen ya la había visto. La guió a un espacio apartado, lejos de las cientos de voces y segundas miradas.

Helsen después de una hora, pudo respirar.

La vio llegar, ataviada en ese vestido negro traslúcido, ceñido a su cuerpo como un guante, realzando la silueta de sus pechos aunque sabía que su propósito era disimularlos. Su cabello rebota en ondas flanqueando su rostro pequeño en forma de corazón, labios de un tono rosa casi beige, resaltando el delineado grueso de su mirada.

Helsen es un hombre de detalles, y Lulú, los tenía todos.

—Te ves…—comienza hablar, pero no da con un término adecuado—, magnífica, Lulú.

Y tremendamente sensual. Pero eso se lo quiso guardar para después.

—Gracias—contestó ella, percibiendo la emoción aflorar en su pecho—. Usted también, me gusta como se ha peinado hoy.

Helsen quiso reír, no se había hecho más que pasarse el peine lleno de gel.

—Perdona, no pude acercarme antes, he estado hasta las narices de trabajo.

No sabía porque lo decía, pero no quería que se sintiese dejada de lado, esa noche la tenía complicado, porque aparte de ser el festejado, era el que más vínculos tenía que atender.

No estaban en Alemania, dónde Ulrich era la cabeza de la jerarquía, allí él tenía la batuta.

—¿Trabaja en su cumpleaños?—le preguntó ella, una risa encapsulada en si tonillo.

—En mi cumpleaños es cuando estoy más saturado de trabajo—le confesó—. Esto es una esfera gigante de negocios, míralo como una oficina extendida con protocolo que pinta amistoso, pero que es más una competencia de poderes.

Bueno, si lo dibujaba de ese modo, si era un tanto abstracto.

—Debe sentir mucha presión—masculló, finalmente, levantando el rostro.

Hacía segundos se desmoronó en inseguridades, ahora que trata con él y ha comprendido la raíz de esta fiesta, pudo recuperarse un poco, pues de todas las guapas mujeres andando de aquí para allá, él había decidido tomar un momento para hablar con ella.

A Lulú le gustó en gran medida sentirse única y querida, pero no por mucho, porque la vocecita preventiva en su mente, le dijo que aquello no era más que falsa seguridad, pues no era resultado de sus acciones, pero sí de las de Helsen.

Helsen se relame la boca, contemplándole, notando lo evasiva que está. Se cuestiona si ocurre algo que él no conoce o ha sido el desprevenido beso de Hebe.

—Me gusta la competitividad—pronuncia en un murmuro.

Lulú hunde el ceño, con las mejillas empapadas de color, extrae una caja de terciopelo de la bolsa negra.

—A mi no mucho—modula ella, ofreciéndole el regalo con la vergüenza salpicándole la mirada de brillo—. No sabía que regalarle a alguien que al parecer lo tiene todo, así que le doy un poco de lo que soy.

Helsen intrigado por eso, abrió la pequeña caja, dando con un brazalete semejante a los suyos, de eslabones medianamente gruesos, de oro reluciente. Lo levanta no para tomarle el peso, lo hace para apreciar a detalle la minúscula ala de mariposa colgando del broche, tan pequeña, que de lejos podría pasar por un triángulo.  

»Sé que no es común ver hombres usar mariposas y menos en joyas, pero en el proceso de aprenderse y reconocerse, en los fallos, las derrotas, las partidas que ganamos, nuestras fortalezas, no hay género que valga—farfulla, evitando mirarle a la cara, se sentía expuesta—. La vida de una manera u otra nos empuja y obliga a vivir procesos de transformación y eso lo apreciamos en la metamorfosis de una mariposa. Un cambio que impulsa a otro y a otro, hasta que nos sentimos armados y completos lo suficiente para… despegar.

Helsen comprendía a que se refería, a las circunstancias de ella, pero no a las suyas, porque sentía que su vida estaba hecha de pedazos rotos que nunca formaron un cuadro sólido.

Nunca selló etapas, todas quedaban a medias. Una madre que no lo era, un papá que nunca estaba, un hermano que lo dejó en el olvido, un sobrino que no quiso, un único noviazgo mal habido, que acabó en un compromiso roto.

Lo único completo que Helsen poseía, eran unos cuantos títulos que lo dejaban en la cima, pero mientras más subía, menos espacio para alguien más había, más solo se sentía.

Helsen había recorrido lo suficiente para tomar vuelo, pero no tenía la fuerza para despegar, porque no tenía dirección fija. Y eso, a sus treinta y tres años, le parecía un fallo tan inmenso que sintió vergüenza de sí mismo.

—¿Despegar? ¿A dónde?—cuestionó perdido, realmente perdido.

Lulú suspiró con fuerza, riendo en el final.

—Me gustaría darle una respuesta, pero aún trato de definirme—se lamentó ella—. Espero sea de su agrado, como lo es su presencia en mi vida, señor.

Esa última frase le costó un tirón doloroso de bochorno en el corazón. Sonó como una declaración.

—Lulú, levanta la cara—demandó con dulzura impropia de él Helsen—. Te quiero ver a los ojos, no la cabeza.

Lo hizo, como si tuviese el cuello forjado en hierro.

—Sé que no es mucho, así que, considerando lo que he aprendido, lo quiero hacer y lo que sé, usted desea—recibe una descarga de fuerza de voluntad al llenarse los pulmones de aire—, me gustaría que apartara un momento de su noche para mí. En privado.

Lo había dicho sin tapujones ni vacilación. Lo sopesó un día entero al no sentir que nada era suficiente para un regalo, quedó satisfecha al dar con ese añadido.

Helsen no pudo contener la sorpresa. Su noche había tomado un giro interesante.

—¿En privado?

—Al parecer la ceguera le agudizó el oído—se burló ella, para calmar la oleada de nervios.

En privado. Se repetía él una y otra vez, tratando de traducir el mensaje implícito en lo que escuchaba como una promesa.

No lo logró, pero si los involucraba a los dos a solas, no tenía mucho que pensar, sabía que no lo decepcionaría.

—Debo decirte que me has dado una razón para despachar a toda esta gente antes de lo planeado—ella sonríe de lado, casi mordiéndose el labio. Helsen toma su regalo y no lo devuelve a la caja, se lo engancha a la muñeca, Lulú por poco sufre una combustión espontánea—. Esto ha sido el regalo más valioso, no por lo que cuesta, pero sí por lo que vale, por la enseñanza que lleva con el. Puedo superarte en edad, Lulú, pero en sabiduría emocional, soy yo quien tiene que aprender de ti, de tu resiliencia e indudable fortaleza. Gracias.

El corazón de Lulú estallaría de tanto que colectaba.

Ella era la que buscaba ejemplo en los demás, la que trataba de simular procesos que no le pertenecían, en un intento por dar con la fórmula mágica, para componer su vida.

Ella jamás era el arquetipo, era la prueba de descarte por error.

Esa vez fue una de las escasas veces que la hicieron sentir como pauta, no como un calco mal hecho.

—Lo veo pronto—fue todo lo que su corazón, atorado de la emoción en la garganta, le permitió decir.

Lulú pudo darse la vuelta, pero no dar un paso, Ulrich ocupaba su visión.

—Lulú, hija, ven acá—movió la mano instándole acercarse a él—. Vamos a jugar a yo te presento unos cuantos asnos trajeados y tú te grabas las caras y nombres, ¿te parece divertido?

¿Era literal o metafórico? No importaba, si él le decía que era un juego, ella ganaría.

—Si me deja tres vidas de oportunidad en caso de fallar, sí.

Ulrich se masajea el mentón, inspeccionando cara por cara. Dejó a Sol en manos de Andrea, Helsen y Eros se ocupaban de sus asuntos, ese muchachito con pinta de Casanova no se quitaba del lado de Hera, todo iba bien, de acuerdo al plan.

—Te ofrezco siete, como los malditos gatos—le contestó y Lulú estuvo de acuerdo—. Lulú, te diré una verdad que todos conocen pero a nadie le gusta asumir: el eje de la tierra, es el dinero, ¿quién fuerza la rotación? El poder y las influencias, ¿quién lo mantiene girando? Una absurda diminuta cantidad de subnormales con saco y corbata postrados en sus malditos tronos.

Lulú afirmó.

—Usted entre ellos.

Helsen no tuvo que contestar unos segundos.

—Sí, pero a mí las corbatas me asfixian, no cuento completamente—se excusó—. ¿Sabes por qué te digo esto?

—¿Por qué está aburrido?

Él miró hacia abajo, una sonrisa asediándole los labios.

—Porque eres parte de mi familia y debes ser reconocida como tal. Mi Hera no ama a cualquiera, cuando ama, lo hace a consciencia y yo confío en su sentido estricto de querer—repuso con la boca repleta de una sinceridad que a Lulú le llenó los ojos de lágrimas—. Pongo mi confianza y apellido en tus manos, Lulú, úsalo como arma y escudo.

Eso significa que la quieren, ¿eso la hace parte de su familia? Para ella era contradictorio, porque así lo deseaba, ser parte de un núcleo de amor y calor de un hogar, pero, por otro lado, Helsen…

Sacudió la cabeza, no pensaría en eso, son casos diferentes. Eso quiere creer. Se recompuso, con las manos unidas al pecho percibiendo el retumbar de su corazón, le devolvió la mirada a Ulrich.

—Lo aprecio con exageración, señor, prometo…

—No prometas, si pudiese, le patearía el culo a las promesas. No hay juramento más inamovible que los hechos, las promesas son palabras, insulsos sonidos con intención, nada más—Ulrich sentía un odio furioso a las promesas, desde que no pudo cumplir con la única que hizo, más de veinte años atrás—. Agnes debe estar encantando gente por allí, pero también te llevará con ella, seguro te irá mejor, pero conmigo el tiempo no perderás.

Lulú se divertía, le costaba al inicio presentarse pues Ulrich tiene una personalidad demasiado dominante, en el sentido que persona que saludaba, persona que se redimía a lo que él manifestaba, dejaba a la gente a la orden de lo que él demandase.

Se sentía como una niña acompañando a su papá a una reunión de trabajo, le gustó ser partícipe, que la tomaran en cuenta. Lulú se definiría, como una pieza igual de importante que el resto de los integrantes del cuadro familiar, no la renegada que movían a una esquina y el portarretrato escondía.

Dieron con Agnes y Sol en una de esas caminatas, conoció arquitectos, diseñadoras que ni siquiera había soñado con encontrarse, a fin de cuentas, la suerte pasaba de ella.

Lulú se tuvo que recordar una y mil veces que la querían, que sí valía e importaba, que no la lastimarían luego, sacándoles todo aquello en cara. No sentía que encajaba como pieza nueva, más bien, era como volver al lugar seguro del que nunca tuvo que salir.

—Lulú, este gran hombre de acá es Frank Rigster, co propietario de Rigster Industries, compañía número uno en extracción de petróleo del mundo—presentaba Ulrich—. Frank, Lulú Fernandes, tómala como mi tercera hija.

Lulú sintió su sangre juntarse en la punta de sus pies.

Frank Rigster era Frankie, el Frankie de Irina y Christine, lo recuerda muy bien, esa noche Eros regresaba de Alemania y se encontraba con ellas en ese club de muchachas acompañadas de señores.

Por la suspicacia alumbrando las pupilas del hombre, ella no era la única que lo recordaba.

—Yo a ti te he visto antes, ¿dónde será?—tanteó el susodicho, escrutándole de manera indecorosa.

—No lo sé, señor, pero es un gusto conocerle—atajó, sin ofrecerle la mano.

La tensión era tan palpable, que traspasó la muralla de indiferencia de Ulrich.

—Yo sé que te he visto, esa carita jamás la olvidaría.

Lulú por instinto retrocedió al advertir la mano del tipo acercarse a su rostro, no pasó a mayores, Ulrich la recibió y zarandeó una vez antes de soltarla cerca del torso del hombre.

—Fue bueno verte, Frank, continúa disfrutando la noche, voy un momento a platicar con Eros una cuestión y regreso.

Regresan por donde salieron, aunque Ulrich tenga la pregunta vacilante en la lengua, prefirió tragársela, pero antes de decidir a quien más pegarle una visita, un dedo le toca el hombro.

Ulrich gira el rostro, dando con un muchacho de ojos rasgados que reconoce como el sobrino del vicepresidente de la principal compañía coreana que les provee acero y hierro.

—Perdona, ¿puedo…?

Se calla, solo paseó la vista a Lulú, esperando que Ulrich capte el mensaje.

—¿Qué?—le instó el hombre, sin paciencia—. ¿Puedes qué? ¿Hablarle? ¿Saludarla? ¿Puedes qué?

Como le jodían los infumables que no terminan una jodida oración y esperan que él se convierta en un experto lector de mentes.

—Conocerla—finalizó.

Ulrich busca los ojos de Lulú, ya anclados en el rostro del interceptor.

—¿Tú quieres?—le cuestionó, ella probándose a sí misma, asintió—. Pues ve y diviértete, que el ogro está en el pantano.

Es guapo, muy guapo, se decía Lulú, y está interesado en conocerme.

Esa no era la primera vez, pero tampoco eran sobradas las veces que tuvo interacción de ese tipo con un chico que le era agradable a la vista.

Si Helsen podía, ¿por qué ella no? ¿Quién se lo prohibía? ¿Él? Que ella recordase, lo que pactaron fue no ser exclusivos, pero sí precavidos. Lulú desea que Helsen le muestre las virtudes del sexo, lo hacía de maravilla, eso que se desataba entre ellos era una explosión de células que provocaban tsunamis de sensaciones en su piel y la ponían a vibrar de placer, pero…

Lulú le temía a una vía: la dependencia.

Se daba cuenta que todo su placer provenía de él, ni siquiera de ella, no le producía la cantidad de satisfacción que Helsen sí, era un orgasmo momentáneo.

¿Será igual con otro? No con Randall, no con Ciro, no ninguno de los tontos de su universidad que no se cansan de tocarle la falda. Con alguien que no produzca en ella un sentimiento de fraternidad.

Alguien como el hombre de cabello negro, como el de ella, labios pequeños, curvos y ojos que desaparecían al sonreírle como lo hacía justo en ese instante. Lulú creía haberlo visto en un drama coreano, le producía un cosquilleo en el estómago que la tomó desprevenida.

—¿Te apetece bailar?—le ofreció una mano que ella no dudó en recibir.

Le encaminó a la pista de baile, ella no podía dejar de verle, ¿estaba en una película de romance contemporáneo? Era surrealista, Lulú no se conocía por ser desagradable a la vista, ella se considera hermosa, pero no tanto como las mujeres que asistieron a la gala esa noche.

Era considerablemente alto, despidió de su mente la intrusiva comparación con Helsen, no tenía nada que ver con él, era solo ella y un chico interesado en ella.

El brazo del desconocido reposa en su espalda, se encarga de levantar sus brazos, unidos por las manos y dar pie al suave movimiento.

—¿Puedo saber tu nombre, ojos verdes?

La tensión de Lulú se aglomeró en su cuello, de repente, estaba rígida. Solo es tu nombre, se tranquilizaba, no te pide matrimonio.

—Lulú—logró responder—, ¿y tú?

—Kim Dae Bok—pronunció con demasiada rapidez—. Pero puedes llamarme Arthur.

—¿Arthur?—preguntó ella, girando sutilmente sin soltar su mano—. ¿Qué te hizo escoger ese nombre? Si puedo saberlo, es muy curioso.

—Fue el primero que encontré en esas listas de internet—enunció, presionándole contra su pecho—. Lulú, debo confesar que desde que entraste a esta sala, no he podido quitarte los ojos de encima, voy a pecar de directo y sin filo, pero, ¿estás comprometida en alguna relación? Porque te advierto que esto no es amabilidad, es flirteo.

Era un hecho, se le saldría el corazón.

Lulú traga el nudo de nerviosos enterrado en la garganta, su cuerpo presionado al del hombre mientras se balanceaban a la cadencia de la música, le ponía la cara colorada y la piel hormigosa.

Estaba perdida, Helsen la había engatusado tan bien que no se veía en esas situaciones con otra persona, pero si era lo que quería evitar, tenía que empujarse, aventurarse a romper el molde y Arthur, parecía estar dispuesto a eso.

—Bueno, no, no lo estoy—le dejó saber ella, tan pasmada que no pudo atribuirle una sonrisa.

Ella acaricia la textura del saco, aspirando el aroma fuerte de su perfume. Era más alcohol que esencia.

—¿Tienes algo qué hacer en un par de horas?

¿Tan pronto pasaría? No, no podía dejar a Hera sola, ¿qué si en su ausencia, al bebé le daban ganas de nacer? Lulú jamás se perdonaría perderse ese momento, la marcaría para siempre.

—Descansar de estos tacones—desvía ella la charla.

Arthur se cierne sobre ella, aproximando su rostro al suyo.

—¿Sería muy atrevido ofrecerte mi cama para tu descanso?

Lulú gritaba por dentro, era emoción, expectativa, miedo, una mezcolanza que ese matiz libidinoso que su voz desprendía le generaba, porque le ofrecía de todo, menos una noche descanso.

Y no supo como sentirse al respecto.

—Vaya, si ha sido muy directo—masculló, riendo nerviosa.

Él enarca una ceja, interrogativo.

—¿Te ofende?

—No, no, solo no estoy acostumbrada.

—Eso es una gran me mentira.

—¡Es verdad!—exclama ella, riendo con fuerza—. No me molesta, en serio, pero ya tengo el resto de mi noche ocupada.

Arthur forma un mohín de tristeza que no le quitó la sonrisa de la cara a ella.

—Eres una mujer de horario apretado.

—Soy una mujer de horario exclusivo—afirmó, levantando un hombro con juguetona indiferencia.

El muchacho la miraba abstraído en ella. La directa y imponente atención comenzaba a florecer en su vientre con un calor que en un segundo, la cubría de pies a cabeza.

—Quiero invitarte un café, Lulú, ¿podrías regalarme una hora de tu semana?

Un café, es solo un café. Se repetía para infundirse ánimo.

 —Tendría que revisar mi muy ocupada agenda—siguió apegada al coqueteo que la mantenía en su zona segura.

—¿Qué te parece si me regalas tu número celular?

Lulú retorció los labios, planeando extender el coqueteo, pero el recuerdo de no saberse más de los tres primeros dígitos, le tumbó el semblante.

—No me lo sé y… no lo tengo conmigo—se lamentó, abochornada.

¿Quién no se sabe su número celular?

Millones, seguramente.

—Yo te doy el mío—Arthur resolvió, sacando una pluma del bolsillo interno de su saco—. ¿Puedo?

Ella comprendió a lo que se refería cuando después de asentir, él tomó su brazo y escribió la tanda de números en la línea de su brazo.

Ese gesto le contrajo el estómago de emoción, era como vivir una escena de cómo los protagonistas de una película de romance acuerdan salir. La cuestión es que, Lulú, no es de leer romance, sabía tanto del amor romántico, como el funcionamiento del motor de un auto.

—¿Prometes escribirme, Lulú?—la pregunta sonó más como un reto que una duda.

¿Lo haría? ¿De verdad saldría de su conocida comodidad?

El miedo la invadía de pies a cabeza, pero nadie ganaba la batalla contra sus temores, si no lo peleaba.

—Las promesas son sonidos con intención—contestó resuelta—. Si te digo que te escribiré, es porque así será. Voy con mi amiga, seguro me necesita.

Arthur ladeó la cabeza, tomando un vistazo profundo y meticuloso de ella.

—¿Me dejas tan pronto?—expuso afligido, a Lulú eso le pareció tiernísimo.

—Es para añadirle misterio, lo hace más interesante—repuso ella, se sorprendió por el manejo tan natural con que ha tomado el asunto.

Él hizo una corta reverencia.

—Nos vemos, entonces.

—Nos vemos—se despidió Lulú.

Solo cuando le dio la espalda, su rostro se partió en dos por la sonrisa inmensa que le conquistó. Buscó a sus amigos, para su gran vergüenza, ellos, acompañados por Patricia, una de las tres hijas de Andrea, unas chicas más y Meyer, ya la miraban y quiso desmayarse al divisar la sonrisa de Hera y los pulgares arriba de Hunter.

¿Había sido demasiado obvio?

Ella adelantó un paso más, pero una sombra se atravesó.

—Lulú, demonios, por fin alguien que puedo ver a los ojos—Dalila, la encargada de relaciones públicas de la familia, respiraba agitada y tenía el copete pegado a la frente por la leve capa de sudor—. Helsen me ha pedido que te diga que te espera ya mismo, en la habitación ciento doce del segundo piso.

Helsen, por un momento se le olvidó.

Y se desconoció.

¿Quién diría que coquetearía, obtendría el número de un chico atractivo y luego subiría a encontrarse con ese hombre que la ha tenido dos años soñando con un beso y ahora tiene carta libre para cosas más íntimas que eso?

Lulú en esa noche, comprendió que cada vez le faltaba menos para despegar.

—¡Gracias!—chilló, tropezando con un camarero al voltearse al camino de las escaleras.

Dalila casi llora del estrés.

—Cuidado te caes, ¡Jesús! Qué estará haciendo Eros…

Era la misma casa de antaño de esa vez que bailaron por primera vez. Ella tenía dieciocho, él cumplía treinta, el tiempo pasó volando para unas facetas, pausado para otras,

Esa noche anhelaba besarle, Lulú recordaba el picor insistente en los labios, era la primera vez que lo sentía, le descolocó y le hizo sentir tanta vergüenza por desearle de eso modo, que estuvo a nada de llevarla a las lágrimas.

Ese cuatro de abril subía las escaleras como si danzara sobre ellas. Iba liviana, libre de cuerdas, de temores, repleta de un manantial de deseo, de ese, el más lúbrico que existía, ella lo sentía todo.

Alcanzó la puerta inmensa de madera, tocó un par de veces e ingresó, pero no había nadie a la vista y eso le asustó.

—¿Señor?—llamó a la nada, el ruido de unos pasos provenientes de la puerta cerrada junto a la tremenda cómoda también de madera y un espejo ridículamente grande, le robó un brinco de susto.

—Aquí—habló Helsen, saliendo del baño, deteniéndose en seco al verle la cara—. Joder, estás rojísima, ¿tienes fiebre? ¿Te sientes bien?

Lulú suspiró, soltando tensiones en el gesto.

No podía sentirse mejor en aspectos como él y ella encerrados en esa recámara sacada del siglo pasado.

—No, solo…—no supo que decir, solo sonrió—. ¿Ha disfrutado su noche?

Helsen no la miraba a los ojos, tenía su objetivo calculado.

—Estoy a punto de hacerlo.

Lulú sintió el despertar presuroso de sus terminaciones nerviosas, cuando Helsen tomó su boca con un apetito voraz.

Lo extrañaba, añoraba el contacto de su boca tibia, ansiosa y exigente contra la suya, pero no sabía a qué grado, hasta que se encontró devolviéndole el beso con la misma avidez, dejando pasmado a un Helsen mal acostumbrado a llevar las riendas de cualquier situación.

Lulú solía fluctuar en medio de un océano de indecisión, pataleando con el agua al cuello, temiendo que si seguía la corriente, se perdiera en ella y, si se estancaba en ese punto, se hundiría cuando las fuerzas ya no le rindiesen. Esa noche aprendió de una tercera norma, la suya, la que decretó al despegar los labios de la boca altamente adictiva de Helsen para descender  y solo permitiéndose fluir de acuerdo al ígneo dictamen de sus sentidos, fungió como orden irrevocable: la de gravitar sobre el agua a sus anchas.

El aroma a sándalo y madera le impregnaban la nariz, le colmaban los pulmones de férrea confianza, reconocerlo le brindaba el empuje que requería para subir las manos al cuello de su camisa, rodeado por el moño desecho, para a soltar los botones, uno por uno, ensimismada en el cosquilleo en su intimidad y el calor prendiendo su interior.

Helsen no habló, temía romper el ritual que Lulú ejecutaba con él, en él. Contemplaba la incertidumbre, el resquicio de miedo y la seguridad despuntando en su mirada clavada en las ondulaciones de su abdomen. Oprimió los dientes cuando la punta de dedo de la muchacha retozaba entre los relieves de sus músculos sobresalientes, erizando los vellos de su nuca, halando de la polla como si llevase un hilo amarrado a la punta.

La temperatura subía gradualmente, cada centímetro recorrido, conquistado por las manos curiosas de Lulú lo elevaba y mantenía arriba. Las manos de Helsen picaban por tomarla de la nuca y presionarla contra la erección, la ansiedad le comía la cabeza y golpeaba los testículos, pero se mantuvo impasible, con el torso repleto del pulso de su corazón recio.

Pronto, Lulú se levantaba sobre sus rodillas, luego de halar la camisa para sacarla del pantalón, tomaba la hebilla del cinturón con los dedos temblando.

—¿Puedo?

Helsen se llamó ridículo en su mente, al lastimarse la piel de la mano con las uñas, asegurándose que ocupaban el plano real.

—¿Este es mi regalo?—cuestionó, atolondrado.

Ella le quitó las manos de inmediato, la mirada explayada y el corazón bombeando con demasiada fuerza.

—¿Le parece poco?—devolvió, vergüenza colándose en su voz.

Helsen se preguntaba si tener la polla tan dura como un bloque de concreto al calor, no le era suficiente indicio.

—Abarca el de este y los treinta y tres años siguientes—le garantizó, bosquejando una pequeña sonrisa encantadora que rompió con la pared que seguía conteniendo a Lulú.

Ella saca el broche y tarda de resolver el acertijo del botón invisible del pantalón, Helsen le ofrece ayuda, soltando las piezas de metal atravesadas una con otra. Lulú no quiso parecer sorprendida, nunca había visto nada como eso, así que continuó bajando el cierre, mordiéndose el interior de la boca.

Por medio segundo no supo qué hacer, ¿sacarlo o bajarle la ropa interior? ¿Bajárselo y sacarlo? No, porque si se lo baja primero, ya estaría expuesto…

No había hecho nada, ni uno toque piel contra piel, ni lo había rozado con intención, nada más que el beso inicial, y ella ya sentía el fluir de la lubricación en su ropa interior al removerse, buscando un alivio.

El sofocón de vergüenza le atenaza el vientre y expande como raíces robustas al resto de sus extremidades, volviéndoles tensas, duras. Recordó que era normal, natural y esperado, sin eso, el contacto no sería placentero; mientras introducía con minúscula pena la mano en el bóxer, se maravillaba al caer en cuenta que su propio cuerpo le impele a disfrutar del placer carnal, ¿cuán impresionante era eso? A Lulú aún le costaba asimilar que el sexo era para causar disfrute, no dolor.

Helsen soltó una exhalación de entre los dientes presionados cuando Lulú ensortijó los dedos alrededor de su erección, apretó con leves movimientos por toda su extensión, recordando las ocho venas marcadas que había contado y memorizado la primera vez.

Al tenerlo libre, la ansiedad por sentir su boca y contemplar esos labios tomándole, le comía la cabeza con irritante desesperación.

Pero Lulú no hizo nada, antes de perder la valentía, levantó la mirada apenada.

—No sé cómo hacerlo—farfulló—. ¿Podría guiarme esta vez también?

Helsen mantuvo las manos apoyadas en las caderas, mirándole desde su impresionante altura.

—Solo métetelo a la boca una vez y déjalo allí—le contestó tapando la urgencia con una calma bien fingida—. Necesito comprender la situación antes de proseguir.

Lulú lo intentó, abrió la boca y estiró el cuello, sacó la lengua para tocarle, pero no lo alcanzó.

La situación era embarazosa para ella, un deleite divertido para Helsen, que no pudo ahuyentar la sonrisa de su rostro.

—Creo que debería sentarse—le pidió, él accedió de buena gana, ¿cómo no?

El colchón se hundió bajo su peso, Lulú encargando su peso a sus rodillas, se acomodó en medio de sus muslos macizos y regresó la mano al pene. Lo tomaba como un palo para defenderse, tensa, perdida en un laberinto de posibilidades, pero de las que no conoce el inicio ni fin.

—Perdón, es que…

—Lulú—Helsen pronunció su nombre como un rezo de calma—. Si no te sientes cómoda…

—Es que no sé cómo, el que…—reponía sin verle a la cara.

Helsen le calló, cubriendo la mano de ella con la suya.

—Te aseguro que no hay nada más sencillo que esto, ¿sabes por qué?—le dijo, delineando el labio inferior con la punta de la polla.

En el cuerpo de Lulú no había ni un nervio dormido, todos, absolutamente todos, la masacraban de la manera más delirante, acumulándose bajo su pequeña panty negra.

—No, señor.

—Porque estoy combatiendo las ganas de correrme como un jodido precoz—le confesó entre dientes, abriéndole la boca con la erección—. Hazme lo que se te antoje, ya yo estoy adaptado a ti.

Lulú, sin remover la vista de esos ojos celestes profanos, bajó la cabeza cubriéndole la punta entera. Helsen hundió los dedos en el colchón, siseando una palabra que ella no comprendió, pero que repitió a medias cuando la lengua de ella se arrastró en la cima de la erección, llevándose la gota transparente saliendo del diminuto agujero.

Tenía un pene en la boca, se dijo, y sabe a… pene.

No sabía a qué específico tenía sabor, no era desagradable en lo más mínimo, no se lo esperaba de un hombre tan higiénico como Helsen, pero si ella tenía sabor, ¿por qué él no?

Era como un pedazo de carne caliente hecho de agua, sin sabor especial, era aburrido a comparación de ella, que tenía un tenue dulzor. Entonces recordó que su sabor provenía de sus fluidos, se preguntó si su intimidad seca también le sabría a nada.

El sexo era una cuestión extraña con tanto por descubrir, por tocar y probar, que una sesión no le alcanzaría para sentirse llena de él.

—Pasa la lengua alrededor del frenillo en círculos—le guió, ella obedecía al pie de la letra—. Llévala hasta abajo, si, carajo, justo así.

Helsen tenía agudizado el tacto, cada lamida, cada mínimo roce precavido y no tanto de los dientes, incluso los movimientos bruscos al inicio que le arrancarían la polla los disfrutó y gozó, no recordaba sentirse tan excitado, con la piel sensible, los vellos erizados, los dedos de los pies encorvados y las manos avariciosas por tomarla, tumbarla en la cama y…

Lulú se atragantó, lo llevó demasiado lejos, demasiado profundo. Tose escupiendo baba, hilos de saliva desprendidos de su boca cuelgan pegados a la polla. Las arcadas le tomaron por sorpresa, ni siquiera había probado la mitad, pero eso no la detuvo, al contrario, conocía sus límites, lo siguiente, era empujarlos.

Sentía las piernas de Helsen sufrir espasmos ocasionales, cuando ella se tocaba el cielo de la boca, presionaba sus dedos, los deslizaba con paciencia o rodeaba con la lengua. Era divertido, lo veía como un juego, recorría con la lengua las venas, las percibía como obstáculos contra la lengua, de recompensa, su ansiedad sexual se llenaba más y más con los gruñidos bajos y ronco que Helsen profería.

Tenerlo hundido hasta la entrada de la garganta le provocaba aquel montonal de sensaciones, le incitaba a presionar los muslos juntos y robaba jadeos de éxtasis puro, ¿cómo era posible si ella no recibía nada? Lulú descubrió el intrincado enigma del porque Helsen accedió tan pronto a enseñarle el arte del placer sin obtener nada él, es que ofrecer satisfacción, era igual de grandioso que recibirlo.

Cedió al pedido de él de bajarle las tiras del vestido, desnudando sus senos, mismos que no tardó en tomar en sus manos y amasarlos con codicia. Lulú selló los ojos y gimió al percibir caricias en sus pezones erguidos, sensitivos. Cada presión le escurría el sexo, era como magia, como la tocaba allí y ella sentía los ecos de placer en medio de sus piernas.

Su cabeza subía y bajaba a ritmo medio, succionaba la punta como él hizo antes con sus pechos, tenía la mano llena de saliva, sentía como bajaba a sus testículos, aquel desastre le parecía tan atractivo, que si seguía sin parar, ella tendría su final.

El corazón de Lulú dio un vuelco de expectación al sentir el descenso sutil pero confiado de la mano de Helsen, luego de pellizcar levemente su pezón.

Lulú sabía a dónde y a qué se dirigía, más que causarle ese revuelo nervioso, fue una ola de alivio lo que le recorrió de pies a cabeza al separar las piernas, regalándole espacio, y sentir los dedos hurgar el trozo de tela, invadiendo el límite más íntimo en su cuerpo.

Ella tuvo que detener su trabajo en él para sentir a cabalidad las intensas descargas que el contacto enviaba a sus puntos sensibles.

Helsen tuvo cerrar los ojos y afincar el mentón en la cima de la cabeza de Lulú, respirando brusco, toqueteando con fervor la caliente humedad.

—Estás empapada—decretó en un siseo que le removió fibras a Lulú—. Lo disfrutas tanto como yo, ¿no?¿Quieres que te ayude con eso? ¿Quieres que te toque hasta qué termines?

Lulú, empalada hasta la garganta, asintió, causándole retorcijones inclementes en el fondo de los testículos a Helsen.

En sincronía perfecta, se llevaban al límite de las sensaciones, cada toque, presión, caricia y estrujo, A Lulú las rodillas le dolían, la mandíbula también, la posición de Helsen no era la más cómoda, pero separarse de los pliegues tibios y pulsantes hundidos en fluidos de Lulú, no le era opción.

—Hazlo así—le pidió, colocando la pequeña mano de ella en la base de la polla, indicándole como masturbarlo—, ¿puedo correrme en tu boca?

Lulú volvió a asentir luego de sumirlo hasta donde podía, solo liberándolo cuando las arcadas le irrumpieron. Notó lo mucho que le gustó.

El estímulo de Helsen se concentró en ese bulto hipersensible, Lulú sudaba no por el esfuerzo, si no por las llamas que tenía encendidas en su interior, que desprendían redadas de ardor y energía, que la alzaban cada vez más liviana, cada vez más necesitada.

 La tensión los arropó, un pitido la silenció del mundo cuando el orgasmo la atravesó como una daga prendida en fuego. Su cabeza giraba, vueltas y vueltas, un ciclo que la mareaba, no le quedo más que cerrar los ojos y arrastrarse a través de la bruma, vibrando de placer, subiendo y bajando su mano mojada de su saliva con precisión, una y otra vez.

Helsen apoyó una mano en la nuca, no empujó, la dejó allí, sellando los párpados, soltando las cuerdas que le contenían, para descargarse contra la garganta de la muchacha casi un minuto después.

Lulú, con la mandíbula adolorida y las rodillas lastimadas, cayó de culo al piso, jadeando por aire, con las mejillas repletas de saliva y rastros de semen que no pudo tragar.

Lo escupió por mero impulso al suelo, cuando iba a limpiarse con el brazo, se detuvo al atisbar el número de Arthur marcado en su piel.

Bajó el brazo de inmediato, impresionada por lo que acababa de hacer y lo que querría hacer después.

Helsen se restregaba la cabeza sin importar lo despeinado que se vería después, no sentía los huevos, la corrida fue una liberación tan necesitada y abrupta, que lo ha dejado sin nada.

Ninguno pronunció ni una palabra durante un largo minuto. Lulú se echó al piso, subiendo los brazos sobre su cabeza, estaba agotada, quería dormir por un día entero y solo…

Helsen le tomó de la mano, ella abrió los ojos de golpe cuando sintió el arrastre del pulgar sobre su piel. Se soltó del agarre temiendo que los números hayan desaparecido, los había difuminado, pero seguían visibles. Tenía que pasarlos al móvil antes de perderlos.

Helsen rió sin comprender, volvió a tomarle el brazo dispuesto a quitarle el sucio.

—Tienes el brazo manchado con…

—¡No lo borre!—casi chilló ella—. Es un número.

Lulú volvió a sentarse, aún con la cabeza dando vueltas, a diferencia de Helsen, que esa afirmación le sentó los pies en la tierra.

—¿De quién?—cuestionó tranquilo.

Lulú frunció el ceño, se hallaba pegajosa, no le gustaba para nada. Quería disfrutar los espasmos y el placer de lograr un nivel más, pero él se lo ha arruinado con sus preguntas entrometidas.

—Arthur—respondió sin problema—. Bueno, es su nombre americanizado, porque es asiático.

A Helsen no le importaba en lo más mínimo de donde era.

—¿Arthur?—articuló, asombrado más por lo que sentía que por lo que ocurría.

Lulú captando la tensión en su voz, levantó la mirada al hombre que se encontraba de pie a dos pasos de ella, aún con la polla a media erección afuera de los pantalones.

—Sí, Arthur.

—¿Qué te dijo?—replicó él.

Lulú presionó los labios, un peso se asentó en su pecho, no le gustaba el tono del interrogatorio.

Ella dudó y Helsen, lo notó

—Que me quiere invitar un café.

Él esperó ansioso a que agregara algo más, pero se mantuvo en silencio, mirando fijo a la cama.

—¿Solo eso?—insistió, por su pecho, un calor nada relacionado al sexo esparciéndose a velocidad peligrosa.

Ujum.

—¿Qué más te dijo?—comenzaba a enojarle que ella luciera tan apacible, cuando él tenía un huracán por dentro.

Ella se peinaba, pasando del cuestionamiento.

—¿Antes o después?

—Antes y después, Lulú—bramó, atrayendo la mirada enojada de la muchacha a él.

¿Qué le ocurría? Él podía recibir besos de otras chicas, ¿y ella no podía salir por un café con un chico? No le gustó su tono, tampoco su mirada de molestia, acusándole de algo que ella no tiene ni idea.

No eran pareja como Sol y Eros, tampoco como Hunter y Kamal, al menos ellos acordaron ser exclusivos, ni mucho menos una conexión como la de Hera y Maxwell, no tenía ningún derecho de mirarla de ese modo tan cruel y burdo porque le ha dicho que iría con un chico a beber café.

Era una estupidez que ella no se quedaría a oír.

Se puso de pie de mala manera, yendo al baño a asearse.

—Nada más—escupió, pasándole por un lado.

Pero Helsen le tomó de la muñeca marcada, levantándole el brazo.

—¿Y te dio su número por?

Lulú no tiró del brazo para no dañar los dígitos, quitó dedo por dedo, sin dejar de mirarle con fiereza.

—Por el café que me prometió—respondió con brusca obviedad.

Entró al baño creyendo que ahí acabaría la discusión, pero no pudo cerrar la puerta, Helsen, con el pecho contraído por los celos la empujó de vuelta contra la pared, llenado el espacio con su presencia.

Un café, pensaba con ironía, Kim Dae Bok no invita a ninguna mujer solo por un maldito café.

Porque tenía que ser él, claro que lo era, el imbécil que estudió con la maestría en finanzas con él en Francia. Allá se hacía llamar John, aquí Arthur, ¿o solo era para Lulú? Además, ese pelele era un año mayor que él, ¿cómo no se dio cuenta?

—¿Te verás con él? ¿Huh?

Arthur, John, Dae Bok. Con el nombre que lleve, seguía siendo nada comparado con él, ¿por qué Lulú querría ir a beber café con él? No tiene ningún jodido sentido.

—Sí, señor, ¿por qué? ¿Le molesta?—tanteó ella con ironía, arreglando sus senos dentro del escote.

No creía que le contestaría.

—Sí, ¿te molesta que me moleste?

Ella se quedó sin palabras un instante. Subió las tiras del vestido, compartiendo mirada con él en el reflejo del espejo.

—Sí y mucho—afirmó sin bajar la cara.

No podía cambiar las reglas del juego ahora que recién comienza la partida, es injusto.

Helsen aspiró todo el aire que pudo, acomodando sus ideas. La hizo enojar, su rostro y toda ella denotaba molestia y por Dios y su madre que la comprendía, si él estuviese en su lugar, hace mucho habría abandonado la habitación, pero como no era él, podía ser egoísta, solo un poco.

—Yo no puedo decirte que hacer o que no, Lulú—enunció, acercándose a la espalda de la muchacha—. Pero ese café que tanto quieres, puedo dártelo yo.

Lulú baja el pedazo de papel con el que se limpiaba los restos de labial en su barbilla, suspirando con pesadez.

—Señor, creí que acordamos que no seríamos exclusivos—le recordó ella y para Helsen, fue como recibir una patada en los huevos.

—Lo sé, solo que pensé que… no sé qué mierdas estaba pensando cuando accedí—reveló, la presión en sus hombros rozando su punto máximo.

Si sabía, sabía que él no era un hombre de centrarse en un solo coño, Lulú no era la excepción, pero el pérfido pensamiento de tener que compartir su tiempo, sus besos, sus tetas… no, le sobrepasaba y no se quedaría callado si podía evitarlo, atrasarlo hasta… no sabe hasta cuándo y eso le puso de un humor del carajo.

—No es que busque, es que se me presentó la oportunidad y quiero saber….

—¿Saber qué?—le interrumpió, urgido.

Ella lo miró atenta unos segundos.

—Si puedo acostarme con alguien más que usted.

 Helsen no contestó, no tenía respuesta, tampoco voz. El sofocón de las emociones perversas le atravesaron la garganta como lanza, en su cabeza, ideas terribles le aparecían una tras otra, ir a amenazar a Dae Bok, golpearlo un poco, borrarle el número a la fuerza, presentarse en esa insólita cita para reivindicar su lugar en la vida de Lulú, pero no tuvo la oportunidad de darle rienda suelta a ninguna idea, afuera, los golpes insistentes a la puerta despertaron sus alarmas y el grito de Dalila que tronó, le congeló el alma.

—¡Helsen, Hera no está! ¡Hera desapareció!

Lulú, aún pegajosa y un Helsen que apenas pudo guardarse la polla, corrieron desbocados a la salida.

Ese café podría esperar un día más.




Holi😇

¿Qué tal Helsen, metiche? 🙄

No uno, dos cafés le recibo al guapote de Kim Dae Bok.

Lulú este capítulo fue un abanico de emociones, pero supo reponerse. Aquí todos están dañados, de una manera u otra, yo a todos les respeto su dolor, incluso a los que no actúan de buena manera.

Gracias por sus votos y comentarios, nos leemos pronto,

Mar💙

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