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LA REVELACIÓN


Clers se encontraba en medio de un paisaje distorsionado, una mezcla entre la mansión y un reino de sombras. Los pasillos parecían alargarse infinitamente, sus paredes de un gris opaco pulsaban como si estuvieran vivas. Sus pasos resonaban en el suelo, y el eco parecía perseguirla, convirtiéndose en un murmullo incomprensible. A cada segundo, la atmósfera se volvía más densa, casi sofocante. Había una tensión en el aire que electrizaba su piel.

Clers avanzaba, el corazón martilleando contra su pecho. Los cuadros en las paredes tenían rostros que parecían observarla con una intensidad desquiciante, sus ojos negros brillaban como carbón encendido. La luz de las velas oscilaba, proyectando sombras que se movían como si tuvieran voluntad propia. El aroma a cera quemada se mezclaba con un leve perfume a madera antigua y algo más, algo dulce y peligroso que no podía identificar.

—¿Qué es esto? —susurró, aunque no esperaba respuesta. Su propia voz le sonó lejana.

Doblando un pasillo estrecho, su respiración se detuvo cuando lo vio. Kael estaba allí, apoyado contra la pared, la penumbra acariciando sus rasgos afilados. Vestía de negro, con una camisa desabotonada que dejaba ver la curva de sus clavículas y una sombra de su pecho. Sus ojos, más oscuros que nunca, parecían absorber la poca luz que los rodeaba.

—Clers... —Su voz era un murmullo grave que vibró en el aire como una cuerda tensa.

Ella quiso retroceder, pero sus piernas no le respondieron. Kael avanzó lentamente, como un depredador que acecha a su presa. Cada paso resonaba como un latido profundo, sincronizado con su corazón desbocado.

—Te estaba buscando —dijo, deteniéndose a unos pasos de ella. Su mirada descendía como una caricia incómodamente íntima.

—Esto es... un sueño... —murmuró Clers, intentando convencerse, pero las palabras sonaron huecas.

—¿Un sueño? ¿O tal vez... una verdad que no puedes enfrentar? —respondió él, con una sonrisa ladeada que podía significar mil cosas y nada al mismo tiempo.

Kael levantó una mano, sus dedos rozaron su mejilla. El contacto era caluroso, casi ardiente, y ella sintió un escalofrío que le recorrió toda la columna. Sus ojos se clavaron en los de él, como si una fuerza invisible los atara. Había algo salvaje en su mirada, algo que hablaba de deseo y peligro en igual medida.

—Deberías alejarte —dijo ella, aunque su voz carecía de firmeza.

—Y tú deberías dejar de resistirte. ¿No sientes cómo la oscuridad te llama? —Kael se inclinó hacia ella, tan cerca que pudo sentir el calor de su aliento.

El mundo a su alrededor parecía desvanecerse, dejando solo a los dos. Clers cerró los ojos, intentando recuperar el control, pero su corazón la traicionaba, latiendo con una intensidad casi dolorosa. La oscuridad a su alrededor pareció susurrarle al oído, tentadora y seductora.

Cuando volvió a abrir los ojos, Kael estaba aún más cerca, tan cerca que podía sentir el roce de su pecho contra el suyo. Su mano descendió lentamente desde su mejilla hasta su cuello, donde su pulso latía frenético. Clers tragó saliva, su cuerpo atrapado entre el miedo y algo mucho más profundo, más visceral.

—Dime, Clers... ¿Aún crees que esto es solo un sueño? —preguntó Kael, su voz un susurro cargado de una intensidad que la hacía tambalear.

Abro los ojos de golpe, el corazón latiéndome con fuerza contra el pecho. La oscuridad de la habitación me envuelve, apenas interrumpida por la pálida luz de la luna que se cuela a través de las pesadas cortinas de terciopelo. Todo está en silencio, pero mi cuerpo está tenso, como si algo hubiera seguido conmigo desde el sueño.

Paso una mano temblorosa por mi rostro y me incorporo lentamente en la cama. Las sábanas están húmedas de sudor, pegándose a mi piel. Cierro los ojos un momento, intentando calmar mi respiración, pero las imágenes siguen ahí: los ojos de Kael, su toque abrasador, las sombras que parecían llamarme por mi nombre.

"Solo un sueño," me repito, pero su voz vuelve a resonar en mi mente: ¿Aún crees que esto es solo un sueño?

Mi cuello hormiguea, una sensación demasiado real para ignorarla. Llevo la mano al lugar, esperando encontrar solo mi piel, pero noto algo. Es una marca, apenas perceptible, pero lo suficiente para que un escalofrío me recorra de pies a cabeza.

Me levanto de la cama, buscando algo que me haga sentir anclada al presente. La alfombra bajo mis pies es suave y fría, pero no logro tranquilizarme. Camino hacia la ventana y aparto las cortinas con cuidado. Desde aquí, el jardín de la mansión parece un océano de sombras. Los árboles se mecen suavemente con el viento, pero en este momento, cada rama me parece una mano extendida hacia mí.

—Estoy perdiendo la cabeza —murmuro, intentando convencerme de que nada es real.

Un movimiento en el borde de mi visión me hace girar bruscamente hacia la esquina de la habitación, donde las sombras son más densas. Podría jurar que algo se desliza entre ellas, pero cuando parpadeo, no hay nada. Mi respiración se acelera, y el miedo comienza a pulsar dentro de mí. Necesito luz.

Con dedos temblorosos, enciendo la lámpara sobre la mesilla. La cálida luz baña la habitación, dispersando las sombras, pero no la inquietud que me oprime el pecho. Todo parece estar en su sitio: los muebles antiguos, el espejo de marco dorado frente a la cama, la silla junto al tocador donde dejé mi chal anoche. Y, sin embargo, no puedo deshacerme de la sensación de que no estoy sola.

El espejo atrae mi mirada. Mi reflejo me observa desde el cristal, pálido, descompuesto. Pero hay algo más. Me acerco, inclinándome para mirar con más atención. Por un momento, no veo nada fuera de lo normal, pero entonces, en el borde del espejo, algo oscuro y fugaz se desliza como un destello. Retrocedo un paso, con el corazón en un puño.

—No es real —digo en voz alta, como si pronunciarlo pudiera hacer desaparecer la sensación de peligro.

Un golpe seco resuena en la puerta. Me quedo congelada, incapaz de moverme. Es un sonido suave, pero firme, lo suficiente para llamar mi atención sin alarmarme del todo. Intento ignorarlo, convencida de que es mi imaginación jugándome una mala pasada.

Pero el golpe se repite, esta vez más fuerte.

—¿Clers? —La voz es baja, grave, inconfundible.

Kael.

Mi corazón se detiene por un instante y luego comienza a latir con tanta fuerza que parece que va a romperme el pecho. Dudo, atrapada entre el instinto de abrir la puerta y el impulso de quedarme donde estoy. ¿Cómo podría ser él? ¿Cómo llegó hasta aquí?

Finalmente, me acerco, mis pasos son lentos, cautelosos. Poso una mano sobre el pomo de la puerta, sintiendo el frío del metal contra mi piel. Respiro hondo, cierro los ojos un instante y, reuniendo toda la valentía que tengo, giro la manija.

La puerta se abre con un leve chirrido. El pasillo está vacío.

No hay nadie.

Me quedo de pie, inmóvil, en el umbral. Mi piel se eriza. Siento que alguien me observa desde la oscuridad del pasillo. Un escalofrío me recorre la espalda, y el aire a mi alrededor parece enfriarse. Entonces lo noto: una pequeña mancha oscura en el suelo frente a mi puerta.

Me inclino para verla mejor, entrecerrando los ojos. Parece tinta negra, pero no tiene sentido. Es justo en ese momento cuando lo siento. Una presencia detrás de mí.

—Te lo dije —susurra Kael, tan cerca que casi puedo sentir su aliento en mi nuca.

Me giro de golpe, pero no hay nadie.

El aire se congela a mi alrededor. Me quedo inmóvil, con los latidos del corazón martilleándome en los oídos. Miro a mi alrededor, los ojos recorriendo cada sombra, cada rincón de la habitación. Nada. Pero la sensación persiste.

La lámpara parpadea, apenas un destello, pero lo suficiente para que mi piel se erice. Cierro los puños con fuerza, clavándome las uñas en las palmas. "Esto no está pasando," me digo, aunque mi voz interior apenas se sostiene.

Retrocedo hasta la cama y me dejo caer en el borde, con la mirada fija en la puerta abierta. El pasillo sigue vacío, pero siento que algo me observa desde las sombras que se extienden más allá de donde alcanzo a ver. Me inclino para cerrar la puerta, pero algo me detiene.

Un susurro.

Mi nombre.

—Clers...

La voz es tenue, casi imperceptible, como si se deslizara desde los confines del aire. Me pongo de pie de golpe, con el cuerpo rígido, los músculos tensos como cuerdas a punto de romperse.

—¿Quién está ahí? —pregunto, mi voz suena quebrada, lejos de la firmeza que intento proyectar.

El silencio me responde. Solo el eco de mi propia respiración llena el espacio. Me acerco a la puerta con pasos lentos, cada movimiento pesado, como si el aire se hubiera vuelto más denso. Al asomarme al pasillo, las sombras parecen moverse ligeramente, jugando con mi mente.

Cierro la puerta de golpe, mi respiración acelerada. No sé qué me asusta más: lo que acabo de escuchar o la posibilidad de que realmente no haya nada.

La lámpara vuelve a parpadear, y esta vez, se apaga por completo. Me quedo a oscuras, con solo la luz de la luna para alumbrar la habitación. El espejo frente a la cama atrapa mi atención de inmediato. Algo se mueve en el cristal.

—No mires, no mires, no mires... —susurro para mí misma, pero mis ojos ya están fijos en la superficie dorada.

Mi reflejo está allí, pero no se mueve al mismo tiempo que yo. Parpadeo y noto el cambio: mis ojos en el espejo son más oscuros, más profundos, como pozos sin fondo. Una sonrisa se dibuja en mi reflejo, una sonrisa que yo no hago.

Retrocedo, tropezando con la cama.

—Esto no puede ser real...

El reflejo levanta una mano, apuntando hacia la puerta detrás de mí. Me doy la vuelta instintivamente, pero no hay nada. Cuando vuelvo la mirada al espejo, mi reflejo ya no está solo. Kael está detrás de "mí" en el cristal, con esa sonrisa ladeada y esos ojos oscuros que parecen devorar todo a su alrededor.

—¿Crees que puedes escapar? —dice mi reflejo, su voz una versión distorsionada de la mía.

Me llevo las manos a los oídos, cerrando los ojos con fuerza. No quiero escuchar más, no quiero mirar más.

Pero entonces siento un calor en mi espalda, como una presencia justo detrás de mí.

—Te lo advertí, Clers... —susurra Kael, su voz grave resonando en el aire cargado.

Me giro con un grito ahogado, pero no hay nadie allí. El calor desaparece, dejando solo el frío que me cala hasta los huesos. El espejo, sin embargo, sigue brillando en la penumbra. Me acerco, casi sin querer, como si una fuerza invisible tirara de mí.

Cuando estoy a solo unos pasos, la superficie del espejo comienza a ondularse, como si fuera agua. Mi reflejo extiende una mano hacia mí desde el otro lado, con la misma marca negra que vi en el suelo momentos antes.

—Ven conmigo... —dice, y su voz es un eco dentro de mi cabeza.

Mis piernas tiemblan, pero no puedo moverme, no puedo apartar la vista. El reflejo sonríe de nuevo, y entonces, un par de manos salen del cristal, extendiéndose hacia mí con movimientos sinuosos.

Grito y retrocedo, tropezando con la silla junto al tocador. Las manos se detienen justo antes de alcanzarme, y el espejo se quiebra con un sonido ensordecedor.

Caigo al suelo, jadeando, el corazón a punto de explotar. Cuando levanto la vista, el espejo está intacto, como si nada hubiera pasado. Pero yo sé que no estoy loca.

El grito me rasga la garganta mientras caigo de espaldas al suelo. La habitación entera parece desmoronarse a mi alrededor, y las sombras, las voces, el espejo... todo se mezcla en un caos indescriptible. Me siento atrapada, como si la oscuridad me envolviera por completo, apretándome hasta que no puedo respirar.

Y entonces, de repente, abro los ojos.

Un rayo de luz cálida me golpea la cara. Parpadeo, desconcertada, y me encuentro en la cama, las sábanas desordenadas y pegadas a mi piel. El techo de la habitación me resulta extrañamente familiar, con las molduras talladas y los colores suaves que recuerdan a un amanecer.

Mi respiración es un torbellino, rápida y entrecortada. Llevo una mano al pecho, tratando de calmar el ritmo frenético de mi corazón. Poco a poco, el mundo a mi alrededor empieza a tener sentido otra vez. La luz del sol se cuela por las ventanas, tiñendo la habitación de un tono dorado. Todo está en su sitio. No hay sombras moviéndose, no hay manos saliendo del espejo.

Fue un sueño. Una pesadilla.

Me dejo caer contra las almohadas, con el cuerpo tenso y agotado a la vez. La sensación de peligro, aunque diluida, todavía flota en el aire, como el eco de un recuerdo demasiado reciente. Paso una mano por mi rostro y trato de convencerme de que todo fue producto de mi imaginación. Pero la intensidad... la forma en la que sentí el calor, el frío, las voces... nunca había experimentado algo tan real.

Desvío la mirada hacia el espejo frente a la cama, temiendo lo que podría encontrar. Pero está en su lugar, perfectamente normal, reflejando el desorden de mi cama y mi figura desaliñada. Mi reflejo parece cansado, pero es solo eso: yo.

—Solo un mal sueño —murmuro en voz alta, como si decirlo pudiera disipar los rastros de esa pesadilla.

Me incorporo lentamente y dejo que los pies cuelguen del borde de la cama. El suelo está tibio bajo mis pies descalzos, un pequeño consuelo en medio de mi agitación. El olor a madera antigua y a los rayos de sol recién nacidos llenan la habitación, devolviéndome un poco de calma.

Miro la ventana y veo el jardín de la mansión extendiéndose ante mí, bañado por la luz del día. Todo parece tan pacífico, tan... normal. Pero mi mente sigue reproduciendo los fragmentos del sueño: la voz de Kael, las sombras, las manos saliendo del espejo.

Me levanto y camino hacia la ventana, empujando las pesadas cortinas a un lado. El paisaje es hermoso, como siempre, y el viento juega con las hojas de los árboles, llevándose consigo mis pensamientos más oscuros. Respiro profundamente, llenando mis pulmones con el aire fresco del nuevo día.

Pero incluso en este momento de calma, algo en el fondo de mi mente susurra que esto no ha terminado. Que aquello que vi, que sentí, no era solo una pesadilla. Algo está cambiando, algo que no puedo explicar.

Mis ojos se dirigen directamente hacia una zona en concreto del patio, como si tuviera que centrarme solo en esa parte. El corazón aún me late acelerado por el sueño, pero cuando me concentro lo suficiente como para pensar en el por qué de no poder apartar la mirada de ahí, lo entiendo.

Ya sé donde tenemos que hacer el ritual.

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