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CAPÍTULO 9


Clers

El eco de mis pasos resuena como un susurro en el suelo de mármol de la biblioteca, un sonido que se multiplica y devuelve una sensación de intranquilidad. Todo en la mansión parece diseñado para intimidar. Las paredes altas, las estanterías abarrotadas de libros antiguos, el aire cargado de polvo y secretos.

El Codex Nosferatu pesa más de lo que espero, no solo por su tamaño, sino por lo que contiene. Esa única palabra, despierta, aún palpita en mi mente como un recordatorio de que algo más profundo y oscuro se está gestando a mi alrededor.

Lo siento antes de verlo. Una presencia. Un cambio en el aire, una corriente helada que me obliga a detenerme. Las lámparas tiemblan, y mi mirada se mueve rápidamente por la habitación. No hay nadie, pero... no estoy sola. Lo sé.

Me aferro al libro, apretándolo contra mi pecho, como si eso pudiera protegerme de lo que sea que esté aquí. No es Kael. Su presencia, aunque desconcertante, nunca ha tenido este efecto en mí. Esto es diferente. Es algo que no puedo ver, pero sé que está observándome.

Mis ojos recorren cada rincón, cada sombra. La luz de las lámparas se vuelve más tenue, como si las sombras se extendieran poco a poco, acercándose a mí con una intención deliberada.

Entonces lo veo.

No una figura, no un rostro, sino algo que apenas puedo describir. Un destello entre las sombras, un movimiento que es demasiado rápido para seguir, pero lo suficientemente claro como para que mi corazón comience a latir con fuerza. Un sonido bajo, como un susurro mezclado con un crujido, llega desde una de las esquinas de la sala.

Quiero gritar, preguntar quién está ahí, pero las palabras mueren en mi garganta.

No hay respuesta, pero algo cambia. Una sensación pesada, como si la misma mansión estuviera respirando conmigo, como si las paredes tuvieran ojos y supieran cada pensamiento que cruza por mi mente.

El aire está helado, y mis pies no se mueven. Piensa, Clers. Piensa. Pero mi mente es un caos. La lógica me dice que todo es un juego de luces y sombras, el producto de mi imaginación en un lugar extraño y hostil. Pero algo más profundo, más visceral, me dice que esto es real.

De repente, una de las lámparas se apaga, y un frío tangible me golpea como una bofetada. El parpadeo de las luces restantes proyecta sombras que parecen moverse solas, contorsionándose en formas que desafían toda explicación.

Mi respiración es corta y rápida, mis manos tiemblan. No puedo quedarme aquí, pero tampoco puedo moverme. No mires atrás, me digo, aunque no sé exactamente por qué.

El sonido vuelve, más fuerte esta vez. Como un roce de uñas contra la madera, un crujido que me obliga a girarme bruscamente hacia la puerta de la biblioteca. Nada. Absolutamente nada.

Pero entonces, el libro comienza a arder contra mis brazos, no con calor, sino con una energía que parece pulsar en respuesta a lo que hay en la habitación conmigo. Es como si estuviera vivo, consciente, y no estuviera dispuesto a quedarse callado.

—Clers...

La voz, un susurro bajo y gutural, llega desde detrás de mí. Giro tan rápido que casi pierdo el equilibrio, pero no hay nada. Solo sombras y el leve parpadeo de la luz.

Y entonces, lo sé. No estamos solos en la mansión.

El crujido cesa, las sombras se detienen, y el aire se vuelve pesado otra vez, como si lo que sea que está aquí hubiera decidido que ya ha hecho suficiente. Pero no es un consuelo. Es una advertencia.

Corro hacia la puerta, con el libro firmemente sujeto contra mi pecho. Mi corazón late con fuerza mientras me alejo de la biblioteca, sintiendo que las sombras me siguen, que algo se ha despertado y que no va a dejarme en paz.

Cuando finalmente llego a mi habitación, cierro la puerta con fuerza y apoyo la espalda contra ella. Mis manos aún tiemblan, y el libro parece vibrar débilmente, como si todavía estuviera conectado con lo que ha ocurrido allá abajo.

Kael tiene razón. Este lugar no es seguro, pero no porque esté lleno de secretos. Es porque esos secretos están vivos. Y uno de ellos acaba de decidir mostrarse.

Me quedo unos segundos inmóvil, con la espalda contra la puerta y los ojos cerrados, intentando controlar mi respiración. El eco de lo que acabo de vivir aún retumba en mi mente. ¿Qué demonios acaba de pasar ahí abajo?

El libro en mis manos sigue emitiendo esa extraña vibración, casi imperceptible, como si tuviera un pulso propio. No sé si es mi imaginación o si realmente estoy sosteniendo algo que no debería. Lo coloco con cuidado sobre una de las mesas que hay a cada lado de la cama, como si un movimiento brusco pudiera desencadenar algo peor.

La habitación está en silencio, pero no es un silencio tranquilizador. Es como si cada rincón estuviera conteniendo la respiración, esperando que haga el siguiente movimiento.

—No puede ser real... —murmuro para mí misma, aunque no estoy segura de a quién intento convencer.

El reflejo en el espejo junto a la ventana me devuelve mi propia imagen, pero algo está mal. Mi rostro luce pálido, mis ojos están abiertos de par en par, y por un instante, casi juro que hay algo detrás de mí. Me doy la vuelta rápidamente, pero no hay nada.

El miedo me está jugando malas pasadas, pero no puedo ignorar lo que sentí en la biblioteca. No estoy loca. Alguien o algo estaba allí conmigo.

Me acerco al libro de nuevo, pero esta vez no lo toco. Lo observo como si fuera una criatura salvaje a punto de atacarme. Las letras en la portada parecen más oscuras, más profundas, como si estuvieran absorbiendo la poca luz de la habitación.

La puerta cruje detrás de mí, y mi corazón se detiene por un segundo. Me giro de golpe, con los ojos fijos en la cerradura. Está cerrada. Estoy segura de que la cerré, pero el sonido...

Me acerco lentamente, cada paso pesa como una losa. El aire se siente más frío cuanto más me aproximo. Coloco la mano en la manija, intentando no dejarme llevar por el pánico, y la giro con cuidado. La puerta se abre sin resistencia, revelando el pasillo vacío.

Nada. Absolutamente nada.

Pero esa sensación de ser observada sigue ahí, envolviéndome como un manto invisible. Quiero gritarle a Kael, exigirle respuestas, pero algo me detiene. Este no es el momento. No puedo demostrarle que tengo miedo.

Cierro la puerta otra vez y me apoyo contra ella, como si eso fuera suficiente para mantener lo que sea que esté afuera lejos de mí. Pero en el fondo sé que no importa cuántas puertas cierre; la amenaza no está solo afuera. Está en esta casa.

El libro, aún en la mesa, parece mirarme. Su presencia llena la habitación como un faro oscuro, atrayendo todo mi miedo hacia él. No quiero abrirlo, pero sé que no tengo elección. Lo que sea que está ocurriendo, este puede tener todas las respuestas que necesito.

Mis dedos dudan antes de posarse sobre la portada, y una vez más siento esa energía pulsante, como si estuviera viva. Tomo aire, cierro los ojos y lo abro.

La primera página está cubierta de símbolos que no reconozco, líneas y formas que parecen moverse si las observo demasiado tiempo. Paso la hoja rápidamente, mi corazón latiendo con fuerza, hasta que algo llama mi atención.

Un dibujo, trazado con tinta negra, ocupa toda la página. No estaba antes. Es la silueta de una criatura humanoide, alada, con ojos que parecen atravesar el papel y clavarse directamente en mí. Pero no es el dibujo lo que me asusta. Es la inscripción debajo de él.

"Ellos te observan."

Mi cuerpo entero se congela. Esas palabras no son una coincidencia.

De repente, las luces de la habitación parpadean y un golpe seco resuena en la ventana. Corro hacia ella instintivamente, apartando la cortina con un movimiento brusco, pero solo veo la oscuridad del jardín. Nada se mueve, salvo las ramas de los árboles meciéndose por el viento.

—¿Qué quieres de mí? —pregunto en un susurro, sin saber si me estoy dirigiendo a la casa, al libro o a esa presencia invisible que parece seguirme.

El eco de mi voz se pierde en el silencio. Pero no obtengo ninguna respuesta. Solo el parpadeo de las luces, el frío helado que sigue recorriendo mi cuerpo, y la certeza de que esta noche será larga.

✞✞✞✞✞✞✞✞✞✞

El libro permanece sobre la mesa, intocable, como un desafío que no estoy lista para aceptar. Me alejo de él, pero la sensación de vigilancia persiste, el eco de esa voz sigue vibrando en mi cabeza. Sé que quedarme aquí no servirá de nada. Necesito moverme, ocupar mi mente con otra cosa, aunque sea explorar cada rincón maldito de esta mansión que parece contener más secretos de los que jamás podré desentrañar.

Abro la puerta y salgo al pasillo, iluminado solo por el tenue resplandor de los candelabros antiguos. El silencio aquí no es natural, como si las paredes mismas lo hubieran absorbido durante siglos. Camino despacio, mis pasos resonando en el suelo de madera.

El aire es más denso a medida que avanzo. Cada cuadro, cada estatua, parece mirarme con ojos inertes, pero llenos de intención. No sé cuánto tiempo pasa antes de que una figura familiar aparezca al final del pasillo: Kael. Está apoyado contra la pared, con los brazos cruzados y la mirada fija en mí, como si supiera exactamente dónde estaría.

—¿Qué haces aquí? —pregunta, su voz grave y un poco áspera.

—Intento no volverme loca —respondo, con un tono que suena más desafiante de lo que pretendo.

Kael arquea una ceja, pero no dice nada. En cambio, se aparta de la pared y comienza a caminar hacia mí, sus pasos tan firmes como el latido que retumba en mis oídos.

—¿Y tú? —añado, cruzándome de brazos mientras intento ignorar el efecto que su presencia tiene en mí.

—Pensaba en lo que nos falta —dice, deteniéndose a unos pocos pasos de distancia. Sus ojos claros me estudian con una intensidad que me hace querer apartar la mirada, pero me obligo a mantenerla.

—¿Qué nos falta exactamente? —pregunto, aunque ya sé la respuesta. Es solo una forma de llenar el silencio que amenaza con tragarnos.

Kael suelta un leve suspiro, como si fuera evidente que debería saberlo.

—El cristal de sangre es lo siguiente que he podido averiguar de los acertijos —responde.

El tono de su voz es frío, pero hay algo más detrás, algo que no consigo descifrar. Me doy cuenta de que ha dado un paso más hacia mí, acortando la distancia entre nosotros.

—Nada fácil de conseguir, por supuesto —añado con una sonrisa amarga.

—Nada en esta maldición es fácil.

Sus palabras son un golpe de realidad. Ambos estamos atrapados, y aunque nuestras razones sean distintas, el peso que cargamos es igual de opresivo. Miro hacia los pasillos oscuros, intentando evitar la intensidad de su mirada.

—¿Alguna idea de dónde empezar? —pregunto, aunque parte de mí ya sabe que la respuesta será desalentadora.

Kael da otro paso, su cercanía haciendo que el aire parezca más pesado.

—Quizás el cristal de sangre podría estar vinculado al altar en la capilla abandonada. Pero ir allí...

—...sería una locura —termino por él.

Kael sonríe, pero no es una amable. Es desafiante, casi cruel, como si disfrutara viendo cuánto puedo soportar.

—¿Eso te detendría? —pregunta, inclinándose ligeramente hacia mí.

La tensión se forma entre nosotros como una cuerda tirante, cada palabra, cada gesto, añadiendo más peso a un equilibrio que está a punto de romperse. Su pregunta queda suspendida en el aire, un desafío silencioso que me niego a aceptar. No aparto la mirada, aunque mi respiración se acelera. Kael está tan cerca ahora que podría contar cada pestaña, sentir el calor que irradia de su cuerpo, un calor extraño para alguien tan ligado a la oscuridad.

—No —respondo, mi voz baja pero firme.

Sus ojos se entrecierran ligeramente, como si intentara leer algo más en mi respuesta. La distancia entre nosotros es mínima, apenas un suspiro, y ninguno de los dos parece dispuesto a dar un paso atrás.

—No lo hará —añado, con un leve temblor en mi voz que odio no poder controlar.

Kael sonríe de nuevo, pero esta vez hay algo más en su expresión. No es burla, ni crueldad, sino algo más oscuro, algo que no sé si quiero comprender.

—Entonces habrá que hacerlo juntos —dice finalmente, su tono más bajo, casi un susurro, desafiante.

Mi corazón da un vuelco. Su mirada se mantiene fija en mis ojos, y la tensión que crece entre nosotros es casi insoportable. Pero ni él ni yo cedemos, como si el simple acto de retroceder fuera una rendición que ninguno está dispuesto a conceder.

—Si piensas que voy a depender de ti para resolver esto... —comienzo.

—No lo pienso —me interrumpe. Sus palabras cortan el aire como una daga, y su voz tiene un filo que me hace estremecer.

El silencio que sigue es aún más opresivo que antes. Su rostro está tan cerca del mío que puedo ver la sombra de algo que intenta ocultar, algo que lucha por no mostrar. Pero justo cuando creo que va a decir algo más, se aparta de golpe, como si mi cercanía lo hubiera quemado.

—No tenemos tiempo para dudas, Clers —dice mientras se da la vuelta, dejando tras de sí un vacío que siento como un golpe físico—. La capilla está al otro lado del ala sur. Si queremos tener todos los materiales para el ritual con tiempo, tenemos que seguir ya.

Su voz resuena en el pasillo mientras se aleja, sus pasos firmes desapareciendo en la distancia. Me quedo allí, congelada, con la sensación de que algo se ha roto y, al mismo tiempo, algo más ha empezado a tomar forma.

El aire aún está cargado de su presencia, y aunque odio admitirlo, una parte de mí siente su ausencia como una pérdida. Respiro hondo, intentando calmar mi mente. No puedo permitirme distracciones.

Miro hacia el pasillo oscuro por el que Kael acaba de desaparecer, y sé que no tengo otra opción. Con un último vistazo a las sombras que parecen seguirme, empiezo a caminar. La mansión tiembla levemente bajo mis pies, como si respondiera al cambio en el aire, como si supiera que la verdadera prueba aún está por comenzar.

La mansión parece crecer a mi alrededor mientras avanzo hacia el ala sur, como si las paredes mismas se alargaran y los pasillos se multiplicaran en una danza macabra. Cada paso resuena en el suelo de mármol, pero el eco que me devuelve no es el mío. Es como si algo o alguien caminara a mi lado, invisible, acechando, pero demasiado astuto para ser visto.

Mi respiración es irregular, y la tensión en mi pecho aumenta con cada giro que tomo. El ala sur es desconocida para mí, y la sensación de estar cruzando un límite invisible es innegable. Las lámparas en las paredes parpadean, proyectando sombras que se retuercen como si tuvieran vida propia.

Al final de un largo corredor, una puerta de madera oscura se alza como un guardián silencioso. Está decorada con grabados en relieve: símbolos que reconozco vagamente por las páginas del Codex Nosferatu. Un círculo rodeado de espinas y, en su centro, una luna partida, el mismo emblema del linaje Khaz'rak.

Dudo un momento antes de empujarla. La madera cruje bajo mi mano, pero no se abre del todo. Hay resistencia, como si la puerta misma se negara a dejarme pasar. Es entonces cuando escucho la voz de Kael, fría y cortante, detrás de mí.

—Tienes que hacerlo con intención. No te dejará entrar si dudas.

Me sobresalto y giro rápidamente. No lo había oído acercarse, pero ahí está, parado a escasos metros de mí. Sus ojos brillan con esa intensidad que parece perforar cualquier defensa que intento construir.

—¿Qué significa eso? —pregunto, mi tono más desafiante de lo que debería.

Kael se acerca, sus pasos lentos y seguros, como si este lugar no le afectara en lo más mínimo. Se detiene a mi lado, su presencia una mezcla de amenaza y seguridad.

—Significa que esta mansión siente tus miedos. Y, créeme, si entras ahí dudando, no saldrás igual.

Sus palabras son un susurro cargado de advertencia, pero también hay algo en su tono que me irrita. No sé si es la seguridad con la que habla o el hecho de que siempre parece saber más de lo que está dispuesto a compartir.

—No tengo miedo —miento, apretando los dientes.

Kael no responde de inmediato. En cambio, alarga una mano hacia la puerta, pero no para abrirla. Sus dedos rozan los grabados, como si estuviera conectándose con algo más profundo, algo que no puedo ver.

—Esto no es un simple hechizo, Clers —dice finalmente, sin mirarme.

Kael finalmente gira su cabeza hacia mí. Por un momento, sus ojos parecen más oscuros, más peligrosos. El silencio que sigue es casi insoportable. Pero en lugar de alejarse, Kael da un paso más cerca, tan cerca que el espacio entre nosotros desaparece casi por completo. Mi espalda roza la puerta, y su mirada me encierra, como si no hubiera escapatoria.

—Si quieres sobrevivir —continúa, su voz baja y cargada de algo que no puedo descifrar—, tendrás que confiar en mí. Aunque no quieras.

—¿Y si no lo hago? —pregunto, mi voz apenas un susurro.

Kael inclina ligeramente la cabeza, sus ojos nunca apartándose de los míos. Su proximidad es abrumadora, como una tormenta que amenaza con destruir todo a su paso.

—Entonces esta mansión te destruirá primero.

No sé qué me enfurece más: la arrogancia de sus palabras o el hecho de que probablemente tenga razón. Pero antes de que pueda responder, su mano, aún sobre la puerta, presiona ligeramente. Un sonido bajo, como un suspiro largo, emana de la madera, y la puerta finalmente se abre.

La capilla se revela ante nosotros, bañada en una luz fría y sobrenatural que parece emanar de ningún lugar en particular. Las paredes están cubiertas de inscripciones antiguas, y el aire está cargado de una energía densa que eriza mi piel. Todo en este lugar grita peligro, pero no puedo retroceder. Kael entra primero, como si la oscuridad lo llamara, como si fuera parte de ella.

—¿Qué es esto? —pregunto, mi voz apenas audible, porque incluso hablar parece un sacrilegio aquí.

Kael no responde de inmediato. Sus ojos recorren el espacio, calculadores, estudiando cada rincón como si buscara algo específico.

—Es un ancla —dice finalmente, deteniéndose frente a un altar central. Sobre él, una figura de mármol negro parece retorcerse en un dolor eterno—. Uno de los puntos que mantiene activa la maldición.

Me acerco, aunque cada paso se siente como caminar sobre hielo quebradizo. El altar emite un calor extraño, casi sofocante, y mi instinto me dice que no debería estar aquí.

—¿Y cómo lo destruimos? —pregunto, sintiendo la urgencia crecer dentro de mí.

Kael se gira hacia mí, y algo en su expresión cambia. No es burla ni superioridad esta vez; es algo más profundo, algo que casi parece... preocupación.

—No podemos destruirlo sin antes conseguir lo que falta —dice, señalando las inscripciones en las paredes—. Este lugar es un recordatorio de que el tiempo corre. Cada uno de estos símbolos representa los materiales que necesitamos. Si fallamos, la maldición se volverá permanente.

Me acerco al altar, mis ojos enfocándose en las inscripciones que Kael señala. Son palabras antiguas, pero puedo reconocer algunas gracias al libro. Sangre de luna. Llama eterna. Polvo del primer amanecer. Cada palabra suena más imposible que la anterior.

—Esto es... —Me detengo, porque lo que quiero decir es "una locura", pero no quiero darle la satisfacción de oírlo de mí.

Kael parece adivinarlo de todas formas.

—Difícil. Pero no imposible.

Su tono de voz y la forma en que lo dice me irrita. La facilidad con la que habla, como si ya tuviera todo resuelto, como si yo fuera la única que tiene dudas o miedos.

—¿Siempre eres así de insoportable? —espeto, cruzándome de brazos.

Kael sonríe, pero no es una sonrisa amable. Es el tipo de sonrisa que te hace querer golpear a alguien.

—Solo contigo.

Doy un paso hacia él, mi paciencia agotándose.

—¿Y qué se supone que hago con eso, Kael? ¿Reírme? Estamos atrapados en esta maldita mansión, persiguiendo cosas que podrían ni siquiera existir, y tú estás aquí actuando como si fuera un juego.

Él también da un paso, cerrando la distancia entre nosotros. Sus ojos son un desafío abierto, y puedo sentir la electricidad entre ambos, cargada, amenazante.

—Esto no es un juego para mí, Clers. Cada segundo aquí es una sentencia. Si me ves tranquilo, es porque no tengo otra opción. Si pierdo el control, perdemos los dos.

Estamos tan cerca ahora que puedo sentir el calor de su respiración en mi rostro. Sus palabras son duras, pero no retrocedo. No puedo. Es como si su presencia me retara a igualar su intensidad.

—Entonces deja de actuar como si tuvieras todas las respuestas —digo, mi voz firme, aunque mi corazón late con fuerza.

Kael inclina ligeramente la cabeza, su mirada fija en la mía. Por un momento, creo que va a decir algo más, algo que podría cambiarlo todo. Pero no lo hace.

Sus ojos bajan un segundo, como si evaluara la distancia entre nosotros, antes de volver a mis ojos. Ninguno de los dos se mueve. Ninguno cede.

La tensión es casi insoportable, como si el aire mismo nos empujara uno hacia el otro. Pero justo cuando creo que algo va a suceder, Kael da un paso atrás.

—Vamos —dice, su voz más fría de lo que esperaba—. Tenemos que empezar a buscar lo primero.

Siento una mezcla de alivio y frustración. Él se gira y comienza a caminar hacia la salida de la capilla, pero yo me quedo un momento más, mirando el altar, mirando los símbolos, y sintiendo el peso de lo que viene.

Finalmente, lo sigo, pero no puedo evitar sentir que algo cambió en ese momento. Algo que ninguno de los dos está dispuesto a admitir todavía.

Kael camina hacia la capilla, pero yo me quedo atrás por un segundo, procesando lo que acaba de ocurrir. La tensión entre nosotros es palpable, como si algo hubiera roto, pero todavía no pudiéramos entender qué.

El aire aquí es denso, cargado con una energía oscura que parece envolverme a cada paso. Me apresuro a alcanzarlo, mis pies resonando suavemente en el suelo frío. Kael no se detiene, pero no parece apresurarse. Hay algo calculador en su ritmo, como si estuviera observando y analizando todo a su alrededor, incluso sin mirar. Me pregunto si esta es su forma de lidiar con el miedo o si realmente está tan acostumbrado a este tipo de lugares que ya no le afectan.

—¿Qué más necesitamos a parte de lo que buscamos ahora? —le pregunto, tratando de mantener la voz firme, aunque sé que su silencio sobre el altar me ha dejado más inquieta de lo que quiero admitir.

Kael no responde de inmediato, sus ojos fijos al frente, como si la respuesta fuera una carga que no quisiera compartir.

—Un fuego eterno y polvo de la primera luz —dice al fin, su voz casi sin inflexión, como si estuviéramos discutiendo algo trivial.

Mi mente procesa las palabras, pero de inmediato una idea surge.

—¿Y el espejo? —pregunto, levantando una ceja. Recuerdo a la perfección cómo lo conseguimos y el enigma que tuvimos que resolver para obtenerlo.

Kael me mira de reojo, su expresión seria, pero reconociendo la importancia del objeto.

—El espejo es solo el principio —dice, sin detenerse—. La clave es saber lo que cada objeto representa. El espejo nos muestra la verdad oculta. Cada uno de estos elementos tiene un propósito, y todos deben estar en su lugar exacto.

Mi mente se activa al instante. Recordar el enigma que resolvimos para obtener el espejo me hace pensar que aún tenemos que descifrar los acertijos de los demás objetos. No será tan fácil como ir a buscarlos y encontrarlos.

—¿Has descifrado alguno de ellos? —pregunto, mi voz más confiada ahora, como si de repente las piezas del rompecabezas se encajaran un poco más.

Kael se detiene, mirándome con algo cercano a la aprobación, aunque no lo diga en voz alta.

—Aún no, pero estoy en ello —responde, sacando una pequeña hoja de su bolsillo, donde tiene anotadas las pistas que hemos ido reuniendo—. Cada uno viene con un enigma. Pero cada uno será más difícil. Los objetos no son solo cosas; son parte del equilibrio. Si fallamos, la maldición se fortalecerá.

Mis ojos se desvían hacia la hoja que me muestra. Las pistas están ahí, aunque parecen más enigmáticas de lo que esperábamos.

—¿Y si no conseguimos todo? —pregunto, mi voz más grave, porque la presión de lo que está en juego me comienza a aplastar.

Kael se queda en silencio un momento, y cuando finalmente habla, su tono es más grave que nunca.

—Si no lo conseguimos, nos quedaremos atrapados aquí.

La gravedad de sus palabras cae sobre mí como una losa. No es solo una cuestión de estar enfrentándonos entre nosotros y retrasar los objetos. Es una cuestión de salvarnos a los dos.

Nos detenemos frente a una segunda puerta de madera gruesa que deja en el altar, que Kael abre sin dudar. En cuanto cruzamos el umbral, el aire se vuelve aún más espeso. El espacio se abre ante nosotros, revelando una antigua biblioteca, aunque no es una biblioteca cualquiera. No como la principal, la que yo conozco. Las estanterías están llenas de libros, pero también de objetos raros, frascos que brillan débilmente, reliquias cubiertas de polvo, y extraños artefactos que no me atrevo ni a tocar.

—Aquí es donde lo tenemos que encontrar —dice Kael, señalando una mesa de piedra en el centro de la sala, donde hay varios objetos dispuestos de forma ordenada, pero al mismo tiempo caótica.

Me acerco, mi mente trabajando rápidamente. Entre las cosas que se encuentran sobre la mesa, noto una caja de madera que parece desentonar con el resto de los objetos. Está decorada con símbolos de un estilo antiguo, los mismos que ya hemos visto en las paredes del lugar. Pero lo que realmente llama mi atención es un cuenco de cristal negro, con finos detalles dorados alrededor del borde, y que parece brillar con una luz propia.

—¿Qué es esto? —pregunto, mi voz llena de curiosidad.

Kael se agacha junto a la mesa, ignorando mi pregunta por un momento mientras examina el cuenco. La tensión en el aire aumenta. Algo en la forma en que lo maneja, como si fuera extremadamente frágil, me hace pensar que este objeto es más importante de lo que parece. Finalmente, Kael levanta la mirada, y aunque sus ojos son tan fríos como siempre, puedo ver un destello de misterio en su expresión.

—Es el recipiente que necesitamos—dice, sin darme más detalles.

—¿Para qué exactamente? —insisto, mis ojos fijos en el cuenco. Siento una creciente necesidad de entender, de saber por qué este objeto es tan relevante y que importancia puede tener en el ritual.

Kael me observa con una expresión distante, como si estuviera evaluando si debo o no decirme la verdad. La tensión entre nosotros se incrementa a medida que el silencio se alarga.

—No lo sabrás hasta que lo necesitemos —responde al fin, y su tono es tan definitivo que no hay espacio para más preguntas.

Mi frustración crece. No sé si debo insistir o si es mejor dejarlo en paz por ahora, pero el cuenco me intriga. Puedo sentir que hay algo más detrás de sus palabras, algo que no está dispuesto a compartir conmigo.

—¿Por qué este cuenco en particular? —pregunto, incapaz de dejar la pregunta sin respuesta—. ¿No podemos usar cualquier cuenco?

Kael suspira, volviendo a poner su atención en el cuenco de cristal negro. Su mirada se suaviza ligeramente, pero no hay consuelo en ella.

—Este cuenco es el único que puede contener lo que necesitamos —dice, pero su voz se vuelve aún más sombría—. No es fácil de conseguir. Y no todo el mundo es capaz de manipularlo sin consecuencias.

El aire a nuestro alrededor se carga de una tensión palpable, como si el cuenco mismo estuviera esperando algo. Yo me quedo en silencio, contemplando las palabras de Kael. Siento una presión creciente, como si el peso de lo que estamos a punto de hacer se estuviera apoderando de la habitación.

—¿Qué consecuencias? —pregunto, ahora con más cautela, consciente de que cada palabra que sale de su boca parece tener un propósito más allá de la simple respuesta.

Kael no responde de inmediato. En cambio, se aparta del cuenco y comienza a revisar los otros objetos sobre la mesa, sus dedos rozando cada uno con una rapidez calculada, como si estuviera buscando algo más.

—Lo sabremos pronto —murmura, sin mirarme directamente.

De repente, la atmósfera se vuelve aún más densa. Un estremecimiento recorre mi columna vertebral, y cuando miro alrededor, me doy cuenta de que no estamos solos en la sala. Algo en las sombras parece moverse, aunque no hay nada allí cuando miro directamente.

Kael parece no notar nada, pero yo siento que algo está por suceder. El cuenco, con su brillo débil y su aura misteriosa, parece ser el catalizador de algo que no estamos preparados para enfrentar.

—Tenemos que salir ya, es una zona de las plegarias a quienes vivían en la mansión —dice Kael, levantando el cuenco con cuidado, como si fuera el objeto más valioso que hemos encontrado hasta ahora.

Mientras seguimos su camino hacia la salida, el cuenco en sus manos se convierte en el centro de toda nuestra misión. El eco de nuestros pasos resuena en la quietud de la biblioteca, pero dentro de mí, la sensación de que estamos caminando hacia algo mucho más grande, mucho más peligroso, se vuelve casi insoportable.


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Hola hola, nuevo capítulo en navidad ;)

Vaya, vaya... esto está que arde entre Kael y Clers jeje

Veremos como avanza la cosa en los siguientes capítulos :)

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