CAPITULO II
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La lluvia no cesaba y era sofocante para él no poder huir lejos por la posición de Kaburamaru, la serpiente no puede estar bajo agua fría constantemente; se enfermaría. Por eso no piensa mover un solo dedo de aquel lugar con tejado, sin importar que a lado de él estaba la persona que menos quería ver en su vida.
Podía explicarle está situación a cualquiera, ya sea civilizadamente o a golpes pero Tomioka no era cualquiera, era un estúpido ególatra que seguramente hablaría barbaridades de él cuando se vaya. No valía la pena hablar y menos golpearlo si volvía a molestar, pelear entre Pilares está estrictamente prohibido y no quiere otra raya en el expediente imaginario del Patrón sobre su comportamiento.
El peleonero era Sanemi, no Obanai.
Se mantuvo recto, quieto como estatua intentando no aparcar mucho espacio en aquel lugar, no era pequeño, pero sentía que si se movía una situación incómoda con Giyū volvería a suceder y no estaba preparado para eso.
Odiaba verse sumamente humillado, mostrarse de esa manera tan ridícula ante el mundo y de paso, que la primera persona con la que se haya topado sea el Pilar del Agua reafirma lo que pensó hace una hora.
Dios lo había abandonado, otra vez.
Aunque ahora que lo había pensando con serenidad, su vida era una maldita tragedia tras otra, ¿Alguna vez Dios estuvo con él en un principio?
No quería un maldito debate existencial en este momento, solo quería mantenerse caliente para traspasar ese calor al cuerpo larguirucho de su querido compañero.
Se fijó de reojo en Giyū, el tonto no podía disimular peor su incomodidad por más que quisiese, estaba parado a tal vez un metro de distancia de él, con su mirada estoica pero con manos inquietas y sus ojos fijándose "sutilmente" en él, específicamente en su cuerpo... no, cuerpo no, su ropa. Estaba viendo su ropa. Maldijo mentalmente por tener esa sensación ególatra; nadie le vería el cuerpo, menos un hombre.
Se empezó a sentir incómodo ante la mirada obstinada y callada de una persona aborrecible pero se sentiría peor si alguno de ellos habré la boca.
Agradece que Tomioka sea un narcisista de primera que no quiera nunca hablar con nadie salvo él mismo, ¿Verdad?
¿Verdad?
—Lamento intentar darte el haori.— Habló, y Obanai no quiso ni siquiera preocuparse en respirar por la sensación pesada y asquerosa que bajaba de su garganta y se mantenía en su estómago. No quería escuchar ni una palabra del mayor.— P-perdí una apuesta con Kochō, no intentaba burlarme de tí.
Iguro hizo una mueca extraña con su boca, aunque fue ocultada por sus vendas, después miró a Giyū con una expresión genuinamente incrédula ante esa declaración.
—Debía buscar plática con la primera persona que viese al salir, aún con lluvia.— Obanai evito el impulso de bufar ante ese estúpido reto, hablar era la cosa más fácil en el mundo, sobretodo para una persona tan empedernida sobre si misma; como Giyū.— Te ví y bueno... pensé que eras una mujer, consideré que intentar calentarla seria buena idea para iniciar. Lo siento si te ofendí.
Iguro mantuvo su postura aún cuando aquella última declaración le hirió en lo más profundo de su ego. Obanai Iguro no parecía una mujer, debe estar jugandole una retorcida broma.
De todas formas, aunque sintiese que la apuesta que tuvo Kochō con ese imbécil fuese una completa estupidez, no negaría que simpatizaba en algo mínimo por su causa.
La lluvia parece ir para rato largo y Obanai prefería hablar con ese cara de rata que mantenerse perdido en su propia mente recibiendo insultos despectivos de su cerebro.
—Yo...— Comenzó, con voz dudosa pero ganándose la atención de Tomioka. Carraspeo para aclarar su garganta temblorosa.— Yo también perdí una apuesta el día de hoy; por eso estoy vestido así, no será para siempre.
—Oh, que pena.— Dijo Tomioka.
Allí terminó la conversación.
Muy grata conversación.
Obanai se maldijo por intentar entablar una pequeña conversación con un sujeto como él, el enojo lo hizo dejar de preocuparse por ocupar espacio y se relajo notablemente con Kaburamaru en brazos, concentrado en su serpiente haciéndole suaves caricias en la cabeza con la yema de sus dedos.
Ignoraba el silencioso ruido que significaba tener a Tomioka a un lado, aún mirándole, pero prefiero hacerse el desentendido y fingir demencia ante la situación actual.
La lluvia no era el único problema en este momento, las fuertes brisas chocaban contra sus piernas descubiertas y cerro un poco más las rodillas intentando que se calentaran entre ellas, pero por alguna razon lo hizo sentir desnudo, la piel mojada y humeda ante la vista de todo el mundo lo considero inadecuado.
Aún así, espero una hora más mientras era acompañado por el Pilar de agua, demasiados consumidos y llenos de sus pensamientos ansiosos e incómodos como para percatarse del sonrojo que se formaba en el rostro contrario cada vez que sin querer intercambiaban miradas.
En algún momento después de al menos acostumbrarse a la mirada intensiva de su "acompañante" una brisa estruendosa golpeó contra el lugar, Obanai sintió su falda desplegarse llenándose de aire, alzándose hasta más allá de sus rodillas mostrando sin querer los muslos ante los ojos de Giyū.
Rápidamente tomo a Kaburamaru de un brazo y con su otra mano se encargó de sujetarse el dobladillo de la falda, intentado por todos los medios mantener la tela en su lugar.
—¡No, no, no! ¡Maldito viento!— Exclamó Iguro con vergüenza y voz suplicante, ya se sentía sumamente incómodo ante la situación como para tener que soportar esto.
Cuando el momento de viento pasó se encargó de mirar recelosamente al Pilar del Agua, agradeciendo silencioso el como el hombre se había cruzado de brazos y propuesto a mirar a otro lado en ese momento.
Su rostro estaba irradiando calor y Obanai pensó que era por tener su cara pintada en una vergüenza pura y en gran parte era por eso, también por el frío del lugar.
Volvió a retraerse y miró hacia abajo, observando sus pies con facilidad y notando como la falda se había secado. Movió disimuladamente una de sus piernas viendo el movimiento constante y fluido de la tela sobre él. Se dió cuenta que estaba bastante jodido.
¿En media batalla que haría?
¿Daría saltos y correría por todos lados sin preocuparse de exhibirse de una manera inadecuada?
¿Qué clase de persona desvergonzada haría eso tan a la ligera?
Se le vinieron a la cabeza un par de nombres, quitando a su querida amiga Mitsuri de la ecuación porque sabe que ella no lo hace con segundas intenciones, simplemente es demasiado Kanroji para su propio bien.
No quería verle la cara por un largo tiempo a la mujer, la Pilar del Amor entendería fatal la situación y lo invitaría a sus secciones de belleza cada semana, Obanai no quería sentirse más femenino de lo que se veía.
Volvió a cohibirse por el pensamiento de mostrarse tan a ligera con estas prendas al enemigo, aunque este seguro que su afán de terminar rápidos las misiones para encerrarse en su mansión le jugaría a favor y no perdería el tiempo innecesariamente.
En medio de su lluvia de pensamientos y vergüenzas no deseadas el aguacero cesó, dejando en su lugar todo el sitio lleno de lodo y mojado junto a una suave brisa helada por el ambiente.
Aún así había dejado de llover y la ropa se había secado lo suficiente como para permitirle a Kaburamaru volver a su lugar preferido mientras sacudía su haori y se lo colocaba.
Ni se preocupo en mirar a Tomioka cuando dió un paso para irse, sintiendo sus músculos relajándose cuanto más tiempo pasaba, sintió como Giyū sujetaba el manga de su haori, estando peligrosamente cerca de tomar su mano al agarrarlo.
La misma sensación viscosa en su estómago lo obligó a alejarse rápidamente, girando su cuerpo y dando una especie de salto hacia atrás con enojo y miedo... ¿Miedo? ¿Por qué Obanai le tendría miedo?.
—¿Qué te pasa? No me toques, déjame en paz.— Supo disimular bien su temor inicial, arqueó las cejas y miró molestamente al hombre.
Tomioka retrocedió apresuradamente, como si de alguna manera se hubiese acercado por un impulso escondido y no por una orden de su cerebro. Abrió la boca y lo observo un largo segundo, de pies a cabeza, regalandole la sensación de ser comido con la mirada a Iguro.
Secretamente, la mirada intensa de Tomioka encendió algo en Obanai, un sentimiento extraño que no pudo descifrar.
—Te ves muy bien.— Aseguró Giyū incapaz de quitarle los ojos de encima, Iguro estaba en ese instante más ocupado en bajar la sensación de su pecho que percatarse de los labios relamidos de Tomioka y de aquel brillo extraño en los ojos azules.
Iguro quedó petrificado, quieto y sin moverse de su sitio como golondrina y esperando que lo dicho por el mayor fuese una broma, en su lugar Giyū se complació internamente por la actitud arisca y a la vez dócil de Obanai y se fue dando media vuelta.
Obanai se quedó allí, con su corazón latiendo miles de veces por minuto y su calor incrementandose por la rara vergüenza que podía sentir en su estómago, la sensación pesada y viscosa dejo de sentirse desagradable.
No pudo divisar a Tomioka más en el camino, parpadeó un par de veces abrazándose a si mismo calmando la sensación de su cuerpo.
—Tomioka es un bicho raro.— Aseguró para si mismo.
Se sintió halagado por las palabras de Giyū.
Irónicamente se enfado con el mayor, "odiandolo" aún más.
—¡Ese marica! ¿Por quién me toma para decirme esas bobadas?
Sin decir más y tambaleándose de vez en cuando por su experiencia emocionante con el Pilar del Agua el hombre serpiente termino por irse, caminando con la paranoia de encontrarse con alguna otra persona.
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No recordaba que Shinazugawa estaría en su finca esperándolo para entrenar.
El albino al ser su amigo fue la única persona a la que acudió para conversar sobre la apuesta, Sanemi sabía de la posibilidad de tener al azabache vestido como mujer durante todo el mes, pero inclusive él tenía fé sobre ver a Obanai librado de aquella humillación.
Es por eso que el rostro desencajado del Pilar del viento era tan sincero, con sus pequeños iris encogiéndose aun más y su boca abierta en desaprobación mientras veía indiscretamente al más bajo.
Obanai estaba parado al frente de él, con su uniforme húmedo estando levemente pegado a su cuerpo con aquella falda cubriendo su parte inferior. No era corta como lo imaginó en un principio y agradecía que por lo menos Uzui fuese consiente de la situación.
De todas formas, Sanemi tenía que ser completamente sincero con su amigo.
—Oh, Iguro.— Calmó su sorpresa pasando una mano por su rostro como si estuviese cansado.— ¡Te ves como la puta mierda!
Ahí está, la sinceridad tan poco sutil de Shinazugawa.
—No estás pensando durar todo el mes viéndote tan ridículo, ¿O si?— El silencio de Obanai junto con la forma en la que cruzó sus brazos y miro a un costado fue suficiente respuesta para él.— ¡Ay, Dios mío! ¿Dónde carajo quedó tu orgullo como hombre? ¡Ya suficiente castigo tienes con tu apariencia habitual!
Obanai lo miró mal, casi lo mató con la mirada sintiéndose más ofendido por ese comentario que por los anteriores, al menos está vez sabía que se veía patético pero ¿Antes? ¡Ese tarado de Shinazugawa nunca dijo mada!
—Perdí una apuesta, mi orgullo como hombre estaría aún más destruido si no acepto que perdí sanamente.— Fue la explicación que Iguro se dió así mismo y al mayor, aún sin quitar la expresión ofendida y su mirada enojada.— Deja de quejarte como si fueses tú el afectado.
—¡Es que también estoy siendo afectado, Iguro!— El nombrado rodó los ojos sobando el tabique de su nariz buscando paciencia.— ¿Qué crees que pensaran todos cuando te vean así? Seguramente dirán que te cojo en los entrenamientos o qué se yo ¡Es asqueroso!
—¡Entonces deja de entrenar conmigo, imbécil!
—¡Pero eres el único que acepta hacerlo!
—¡Ya deja de quejarte como un marica!
—¡No me digas así con ese aspecto!
—¡Vete a la mierda!
Sanemi explotó en furias para si mismo y Obanai se quedó callado refunfuñando maldiciones por todos lados, miró al Pilar del Viento como si fuese el culpable de todos sus males y camino hasta los escalones de su propia finca para sentarse en ellos.
No quería hablarle por ahora a Shinazugawa y se supo por la manera en la que cerro las piernas, acuno su cara en su palma e ignoró la presencia del más alto, pensando en cosas mucho más importantes que soportar los berrinches de un niño grande.
Entre esas cosas importantes estaban las palabras de Tomioka, odiaba estar pensando en ese ser pero no podía evitar recordar la mirada intensa con la que lo vió, sobre todo la forma tan fuera de lugar con la que le dijo que se veía bien.
Debió haber sido una broma.
Pero se escuchó tan sincera y algo provocativa, Iguro sintió sus rodillas temblar en el momento.
Maldita sea.
La falda le está comenzando a afectar el cerebro, el gusto en su pecho y la sensación de su estómago es simplemente por lo bochornoso de todo.
Llevo sus manos a las rodillas, intentando que la tela cubra más de lo que puede pues la posición le obliga a mostrar sus piernas de una manera que considero muy femenina, pero tampoco quiso abrir las piernas para sentarse con más libertad por la estúpida sensación de estar exhibiendo.
Obanai no tenía el autoestima ni la moral de Shinazugawa para andar siempre con el uniforme abierto, es más, a veces tiene la leve sensación de que Shinazugawa es un indecente por aquello.
Una pequeña brisa helada lo obligó a cruzar las piernas sin querer.
Sanemi se percató de aquello.
—¿La apuesta era solo la falda o el paquete completo? ¡Siéntate como un hombre!
—¡Se me levanta la falda!
—¡¿A caso eres una niñita o qué?!
—¡Tú no conoces la vergüenza!
—¡Pero sí sé lo que es comportarse como un hombre, afeminado!
Bueno, al menos Obanai puede estar seguro que Sanemi aún con todo y regaños estará con él por todo este mes sin importarle tanto su apariencia. Si de veras sintiera la enorme repulsión que dice tener se fuese ido al nomás verlo.
Shinazugawa se sentía asqueado, un poco por la actitud de Iguro pero sobretodo por lo horrible que le quedaba la falda, para él los hombres disfrazados de mujer son ridículos y por eso le duele en el ego ver a su amigo humillarse de tal manera por metiche.
Aún así, se quedaría a su lado porque mentiría si dijera que no le gusta joder y colmar la poca paciencia de Obanai.
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