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XIV No hay plazo que no llegue... ni promesa que no se pague

Héctor se fue unos minutos antes, Clare jugaba con el conejo y con todos los peluches que estaban en la sala, aprovechó su distracción y fue en busca de Leonardo. Lo encontró acostado en su cama lanzando una pelota de plástico hacia el techo y atrapándola en la caída con una mano.

—Amor, ¿podemos hablar? —preguntó Elena parándose en el marco de la puerta de la habitación de los niños, pero Leo se giró en su cama y le dio la espalda. Aun así, ella entró—. ¿Estás enojado?

No respondió, Elena se acercó hasta sentarse en la cama pasando sus dedos sobre el cabello del niño.

—Me dijiste que tú y papá estaban ocupados con sus trabajos y que por eso no podían estar juntos.

—Es verdad.

—¿Pero sí puedes tener otros novios?

A Elena se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Leo...

—No. Tú me prometiste que papá iba a volver.

Sí, se lo había dicho, se lo dijo cuando él tenía seis años y su papá se fue. Y al parecer esa vaga promesa lo había mantenido esperanzado por años.

—Papá... él tiene mucho trabajo, mi amor.

—No es así, cuando yo estoy con él siempre vamos a los parques y al zoológico. Papá nunca está trabajando, tú sí.

—Papá no trabaja los días que te ve —que eran sólo tres, cada dos semanas.

—Si ya tienes tiempo para tener novio, ¿por qué no le hablas a papá?

Elena se mordió los labios sintiendo las lágrimas ceder a su autocontrol.

—Mi amor... así no funcionan las cosas.

—Papá dice que algún día tú y él van a estar juntos de nuevo.

Elena negó con la cabeza, como siempre, Ernesto la convertía en la mala del cuento.

—No, Leo, no va a ser así. Papá tiene mucho trabajo y no... no tiene tiempo para estar conmigo, pero... tiene tiempo para ser tu papá y eso es lo más importante —le acarició el cabello castaño a su hijo—, Héctor es un buen amigo.

—Es tu novio —dijo el niño girándose y clavándole sus ojos azules con enojo por la mentira.

—Sí, pero también es mi amigo.

—Papá va a enojarse —le advirtió Leonardo.

—Yo tengo derecho a vivir mi vida, Leo. No voy a quedarme aquí a esperar a que papá tenga tiempo para ser mi novio. Y me gustaría que pudieras entenderlo. Pero también quiero que sepas que tú y Clare siempre serán mi prioridad. Nadie más. Mi amor por ti es lo más importante para mí. ¿Lo entiendes?

Leonardo negó con la cabeza con terquedad.

—Me gustaría que le dieras una oportunidad. Sólo una, ¿sí?

—Y si no me agrada, ¿qué?

Elena contuvo el aire antes de decir las palabras.

—Entonces no saldré con él, ¿sí?

—Bien.

Una palabra que la tendría temerosa hasta que Héctor consiguiera ganarse a Leonardo.

Elena tenía dos hijos. Lo había tomado con la guardia baja, pero en retrospectiva consiguió salir triunfante de aquello. Más o menos. Miró hacia su brazo derecho donde Clare le había pegado pegatinas de unicornios en el par de minutos que Elena fue a su habitación a vestirse con ropa casual para quitarse la pijama.

¿Divorciada? ¿Soltera? ¿Separada? ¿Viuda?

No, no era viuda, se respondió. Si lo fuera el pasillo tendría fotos de su difunto esposo, no borraría de la memoria de sus hijos a su padre. Creyó que era divorciada o separada. No pensaba que Clare y Leonardo fueran de padres diferentes. Había algo en el rostro de ellos que no había logrado encontrar en el de Elena, pero que los hermanos compartían entre sí.

Llegó a su casa y abrió una de las dos puertas de madera de la entrada principal para ser recibido por el silencio. Era domingo y tenía que visitar a Laura, fue por eso que se fue, cualquier otro día de la semana habría alargado aquella reunión familiar hasta el anochecer. Caminó con pasos largos hasta la puerta del jardín trasero, bajó el par de escalones, cruzó el espacio diseñado para una sala de patio, aunque estaba vacío y anduvo sobre el camino de piedras que lo llevó a las flores que tenía para Laura. Tomó las tijeras de la mesita de acero y comenzó a cortar.

Tenía una cita a la que no podía faltar.

Una hora después estaba frente a la tumba de Laura.

Siempre le hablaba a Laura, le contaba de su semana, del ajetreo, de las reuniones e inversiones, en voz alta expresaba sus dudas e inquietudes, creer que le hablaba a ella facilitaba que pudiera tomar decisiones. Pero ¿de qué le hablaría?

¿De Elena? ¿De cómo fue de un restaurante a otro con Hugo hasta que la encontraron? ¿De la cena donde estuvo riendo y escuchando con atención a la mujer que brillaba al sonreír? ¿De cómo se armó de valor y subió esos tres escalones frente a la puerta y luego sin preguntar entró a la casa para pasar la noche con una mujer luego de más de una década?

Héctor miró sus rodillas donde descansaba el ramo de flores.

—Cuando tú me hables, yo voy a escucharte, Héctor. Será como si estuviera ahí —le dijo Laura alguna noche para darle tranquilidad.

Pero en ese momento no le tranquilizaba que Laura pudiera oírlo decir esas palabras. Se quedó en silencio mirando sus rodillas, frunciendo el ceño, sin saber qué contarle a su mujer.

—Lo siento, Laura —sentía no poder hablarle de su semana, sentía no poder contarle de la mujer que se había hecho espacio en su corazón, sentía incluso pensar que Laura ya no era la única mujer con la que había compartido cama.

Sus ojos se desviaron a su brazo donde estaban aun pegadas las figuras de unicornios y arcoíris. Miró a las letras talladas sobre la piedra, las letras que eran el nombre de su esposa, de la mujer que quería llenar la casa de niños, que soñaba con un jardín grande donde tener una familia feliz jugando cada tarde; de la mujer que le dijo que estaba embarazada sin análisis solo porque tenía los síntomas y se sentía cansada. La mujer que planeó en voz alta su embarazo camino a la cita con el ginecologo. La mujer que le aseguró al doctor que estaba embarazada y que ya tenían los nombres tanto si era niña o niño. Su esposa sólo alcanzó a apretarle la mano mientras escuchaban las desgarradoras noticias.

Laura lloró a solas esa noche en el baño más por no estar embarazada y no tanto por saber que tenía un tumor.

—Se parece a Anita, un poco más ocurrente, pero me recordó a ella. ¿Qué edad tendrá ya?, ¿quince años?, ¿catorce? No he sido un buen tío para Ana. Hablé con tus padres hace unos meses y mencionaron que Ana estaba por terminar la secundaria. No se debe acordar de mí —ni de ti, pensó Héctor con horror, y volvió al tema anterior—. Se llama Clare, tiene tres años, aunque está por cumplir cuatro.

Y siguió hablando de Clare, de su tarde con ella y las fotos de Clare en las paredes, porque Laura había soñado con ser madre, pero Héctor también compartió aquel sueño. Y cuando el médico le dijo que su esposa tenía un tumor no sólo el mundo real se le vino abajo, el sueño también se desmoronó. Los planes que tenían, los nombres que deseaban para su retoño, todo se cayó. Se quedó al final con lo único que pudo cumplir a destiempo: la casa de Laura, pero el jardín grande estaba tan silencioso como el interior de su hogar.

Cuando Héctor terminó de hablar se hincó frente a la lápida a dejar las flores. Pasó sus dedos por encima del nombre de Laura donde se había juntado algo de polvo.

—En otra vida, Laura.

—En otra vida, Héctor, tú y yo estamos envejeciendo juntos.

Esas palabras lo habían acompañado día a día a lo largo de los años. En su cabeza fantaseó por horas con la vida imposible que nunca tuvieron, torturándose a sí mismo. Pero lo cierto es que esa otra vida no era esta. Y ya había perdido una década, no podía permitirse más tiempo.

—Te habría gustado para mí —fue todo lo que le dijo poniéndose de pie y sin permitirse más comentarios sobre Elena inclinó la cabeza como gesto de despedida y caminó en silencio hasta llegar a su vehículo.

En el asiento del copiloto estaba el celular. Había un mensaje de Elena.

Gracias por lo de esta tarde.

Héctor escribió:

Gracias a ti.

Y dándose un poco de ánimos después de tan triste despedida de un minuto antes envió otro mensaje:

¿Cuándo podré verte de nuevo?

Elena estaba terminando de limpiar el desorden de juguetes de la sala cuando vio el mensaje, sonrió. Si Clare no lo ahuyentó, nada lo haría. Se armó de valor y escribió hincándole un diente a su labio inferior.

Llevo a los niños a la escuela temprano. Estoy libre hasta medio día. Cualquier día de la semana está bien para mí.

Y espero con el celular en su mano, esperanzada y ansiosa. Ni bien habían pasado treinta segundos envió un segundo mensaje.

El sábado por la tarde mi niñera está libre.

Héctor respondió:

¿Y qué haces el sábado por la mañana? Tengo una semana ajetreada con reuniones.

El siguiente fin de semana Leonardo se iría con su papá, ella se quedaría con Clare en casa todo el día. Su hermana no podía cuidar a la niña temprano y sus niñeras tenían trabajos de medio tiempo por las mañanas.

No tengo niñera para el sábado por la mañana.

Elena continuó limpiando sin prisas, aunque corrió por el celular que dejó en el sillón cuando sonó de nuevo.

Podemos encontrar un restaurante con juegos.

Elena sonrió.

¿Seguro? Solo tendré a Clare ese fin de semana, es doble dosis de inquieta sin su hermano.

Héctor respondió de nuevo, aun sentado en su automóvil frente al cementerio.

Es una cita.

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