La sangre se deslizaba como una cascada roja por cada corte que había en mi piel, no sentía dolor, sentía como cada lágrima recorría mi rostro y terminaba absorbida por mi camisa ahora llena de lágrimas y sangre. Mi respiración iba haciéndose cada ves más pesada y mi corazón sonaba como miles de tambores. Lentamente fueron pasando frente a mi recuerdos de mi vida. Recuerdos de niño cuando jugaba con mis padres y mi hermano todos los momentos buenos que habían pasado hasta el tuyo. Tu recuerdo estaba ahí con esa sonrisa que tanto amaba con cada perfecta imperfección de tu rostro, tus ojos color miel y hasta el castaño de tu cabello eso y mucho más recordaba y no estaba arrepentido de nada de lo que habíamos pasado. Te amaba con todo mi ser y hasta el día de hoy lo hago esto es lo más estúpido que alguien podría hacer, pero no puedo vivir con la idea de que ese día después de nuestra discusión salieras por la puerta y no te haya dicho cuanto te amaba.
La sangre que ya no corría por mis venas estaba por toda la habitación, invadiendo con su olor a hierro mis pulmones. Poco a poco mi cuerpo se fue quedando sin fuerza hasta quedar tendido sobre el mar de sangre que había en el suelo para luego lentamente cerrar mis ojos para siempre.

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Historia de Agostina 
Alumna de la EES N°4