Verdad y engaño
La voz les era familiar pero indistinguible, calmada y suave, con una cadencia casi embelesadora.
—¿Por qué siguen adelante? —insistía—. ¡Esto ni siquiera les incumbe!
Buscaban el origen de esa voz, pero hacía eco en todas partes.
—¡Claro que nos incumbe! —gritó Aurelio con todas sus fuerzas—. O qué, ¿acaso debemos dejar que el mundo caiga bajo el dominio de Hades?
—Han recibido ayuda, me queda claro —añadió esa voz con tranquilidad—. ¿Pero no ha sido demasiado el costo? Todos los que cruzaron palabra con ustedes han muerto y todos aquellos que les esperan morirán.
—¿Intentas hacernos sentir culpables? ¡¡Bah!! —Se mofó Dante con desprecio—. Esos jueguitos psicológicos ya los superamos.
—Además, ustedes mismos están llegando al límite de sus fuerzas —señaló el desconocido—, incluso con esas bonitas armaduras nuevas.
Querían ubicar el origen del sonido, Cannon y Krysta estaban seguros que esa voz y la energía que no los dejaba en paz procedían del mismo ser: Hades.
Una neblina muy fina comenzó a formarse en el lugar, primero alrededor de ellos y después se extendió a cada rincón.
—"Lo invisible puedes verlo a través de lo que en otras circunstancias te cegaría" —recitó Cannon en un tono apenas audible.
Allí, en una de las esquinas superiores del templo, una figura imponente se distinguía. Al notarse descubierto, Él retiró el yelmo de sobre su cabeza y sonrío.
—No han respondido. —Hades descendió y se colocó frente a ellos—. ¿Por qué siguen adelante?
—Creo que haz omitido ese capítulo de la historia. —Dante lo seguía desafiando con impertinencia—. Ya hemos respondido a esa pregunta antes y fue Sora de Virgo quien supo la respuesta. ¿Por qué no le preguntas a él?, puedes hacerlo, ¿o no?
La mirada de Hades se tornó severa por un instante, después cerró los ojos, suspiró y respondió a su propia pregunta.
—Por la justicia. ¡Qué existe más justo que la muerte misma!, que no discrimina y llega a todos por igual.
»Por la vida. Aquella que el ser humano simplemente desperdicia y desdeña al llegar a su final.
»Por la esperanza. ¡Qué es la esperanza sino un montón de sueños inalcanzables, una muleta para la humanidad!
»Por... el amor. ¡Bah! otra falacia ideada por el hombre, sólo para hacer de sus patéticas vidas algo más sobrellevable. La única cura para el mal de la humanidad es la muerte.
—¡No permitiremos que ganes ésta guerra, así debamos enfrentarnos al Olimpo mismo! —Krysta le enfrentó férrea y decidida.
Castor avanzó al frente de todos y detuvo a Krysta que estaba a punto de lanzarse sobre Hades; él habló con determinación y sin temor.
—Ciertamente es justo señor del inframundo —dijo el joven de cabello azulado—, al recibir en el, tanto al pobre como al rico; sin embargo, el genocidio carece del sentido de Justicia del que habla.
»Puede, tal vez, burlarse de la esperanza y de la vida misma pues son cosas que apenas si conoce, pero el amor mismo no podrá negarlo, pues aún usted, "señor del inframundo" ha sido seducido por él.
»Es por ese amor, a una persona —dijo señalando a Krysta—, o a varias —enfatizó con la mano sobre su pecho—, o a toda la humanidad —exclamó señalando la estatua de Palas Atenea que resplandecía entre las tinieblas por sobre el horizonte—, ¡es por ese sentimiento, más grande que uno mismo que no nos daremos por vencidos y seguiremos adelante!
El rostro de Hades se mostraba apacible, mas sus ojos centelleantes de odio en contra de aquél que hablaba con la verdad. Pues en su tiempo amó a Perséfone con locura, y recientemente el amor por Pandora aún le carcomía las entrañas.
—Ya me cansé de ustedes. —Hades desapareció de delante de ellos.
—¡Vaya! no creí que a Hades le pudieran ganar con un discurso hermanito. —Sé burló Björn.
—¡No sean tontos! —reprendió Cannon—. Él sigue aquí, aún puedo sentirlo.
—No importa si llegan con Atenea o no, morirán de todas formas. —Se escuchaba la voz de Hades resonando por todo el templo—. La pregunta es, ¿cuánto tiempo vivirán una vez que envié sus destinos a las Moiras?
Mientras aún hablaba, sintieron como si una ventisca helada rodeara sus almas; una sensación fría se apretaba cada vez más contra ellos tratando de estrujar sus vidas y privándoles del aliento. La incomodidad duró sólo un instante, justo cuando comenzaban a temer por sus vidas un remolino de colores y luz los envolvió, alejando las frías manos del hades de sobre de ellos. ¡Esa era la manifestación visible de sus chakras que les defendía!
«¿¡¡Qué significa esto, es que acaso son inmortales!!?» Pensaba Hades al tiempo que miraba estupefacto como había fallado en su intento de condenarlos a la muerte.
—No me siento inmortal —respondió Krysta a las preguntas que rondaban la mente de Hades—, no creo serlo, no obstante, mi vida no es sólo mía, compartimos una sola alma con un claro objetivo y por eso estaremos unidos hasta que te derrotemos.
Al tiempo que pronunciaba estas palabras Krysta avanzó hasta estar delante de todos, mirando fijamente a Hades, quien pese a portar su casco de invisibilidad era claramente visible para ella; sus ojos grises se cruzaron con los aqua marinos de Hades haciendo una advertencia férrea, más bien una promesa, de que fuera como fuera acabaría con él.
La energía generada por sus chacras en combinación con sus Cosmos estaba haciendo retroceder a Hades, obligándolo a salir de la casa de Escorpión; por primera vez, algo parecido a miedo se refleja en el rostro del dios del inframundo y supo a ciencia cierta que, si no acababa con esos niños de una vez y para siempre ¡serían su perdición!
En cuanto la presencia de Hades se desvaneció, así también lo hizo la manifestación de sus chacras. El grupo de jóvenes guerreros exhalaron con pesadez, al no estar acostumbrados a tal poder cayeron al piso débiles y algo mareados.
—No sé porque siento que Hades sólo se divertía con nosotros —quejaba Dante mientras se sobaba la cabeza.
Poco a poco se fueron poniendo de pie, ayudándose unos a otros.
—Quizá al principio, pero ahora realmente quiere vernos muertos — corrigió Aurelio.
—Y tal vez lo logre —admitió Krysta desviando la mirada de el resto.
Ella no se había levantado, continuaba incada en el piso, ignorando a Cannon que le extendía la mano y carente de una confianza que hasta hace unos instantes había demostrado al enfrentarse a Hades. Todos le miraron incrédulos e incluso algo molestos, tomó la mano de Cannon y al ponerse de píe continuó diciendo:
—Hemos incrementado nuestro poder, sí, pero no hemos tenido descanso alguno. Aún cuando no ha transcurrido más de medio día desde que llegamos, recorrimos más de medio día de viaje para venir y en el Inframundo, fue como si hubiésemos transitado en el por un día entero, son más de un día y medio —enfatizó ella—. Ciertamente, estamos cansados, prueba de ello es que nuestros cuerpos no son capaces de soportar nuestro propio poder.
Sus palabras llenas de razón los dejaron pensativos por un momento, nadie dijo nada, sólo se dirigieron a la salida con paso firme. Cástor fue el primero en echar a correr para llegar a la casa de Sagitario y tras de él, el resto, en silencio.
Al mismo tiempo, en el recinto de los dioses de la Observación...
Hipnos y Thanatos que habían entrado en el Palacio del Invierno revisaban cada una de las habitaciones en busca de algo.
—Esta habitación también esta vacía. —Hipnos estaba molesto—. Para haber insistido tanto, creí que habría algo más valioso en este lugar, hermano.
—Y lo hay —afirmó Thanatos—, sólo que aún no lo encontramos. Algo más grande están ocultando.
Alguien se ocultaba al fondo del pasillo. De un momento a otro, las paredes se congelaron por completo, el piso crujió bajo de ellos y estalló con un gran estruendo. Una enorme luz siguió a ese veloz ataque desintegrando los escombros alrededor de los dioses gemelos.
—Estos niños no entienden. —Thanatos sacudió el polvo de sus hombros.
Tras despejarse el polvo, vio a un grupo de tres jóvenes frente a él. Con un ademán los envió lejos dejándolos inconscientes.
—Vayamos por ahí. —Señaló Thanatos en dirección a otro de los pasillos.
—¡Quieres por lo menos decirme qué estamos buscando! —exigió Hipnos un tanto desesperado.
—Un libro. —Fue la breve respuesta.
—¡Ay, por favor!, ¿si sabes que ésto es una biblioteca? —espetó Hipnos—. ¡Hay millones de libros aquí!
—Este libro es diferente, está hecho de piedra.
«Así que eso es lo que buscan» Una silueta femenina los espiaba de cerca tratando de no ser vista, sin embargo, Thanatos la descubrió y en un segundo se colocó detrás de ella inmovilizado sus manos.
—¡Vaya, vaya! La señora del Palacio, si no me equivoco. —Thanatos tenía a Lady Krysta inmovilizada y contra el muro.
Ella podía sentir el aliento del dios de la muerte en su cuello; la cadencia y sensualidad de su voz le erizaba la piel. Para tratar de zafarse creó espinas de hielo alrededor de sus muñecas y su espalda, pero éstas se rompieron contra la armadura de Thanatos y sólo lograron incomodarlo un poco.
—No, no, no, no, no. Esa actitud no es propia de una Lady, por que no, mejor te comportas y me muestras en que lugar de esta biblioteca está lo que busco.
Thanatos aflojó su agarre y Lady Krysta se giró a verle. Sus ojos reflejaban un fuego abrasador, una determinación férrea era su actitud en general.
—No les esperaba tan pronto —dijo Lady Krysta—. La batalla en el Santuario aún no termina.
—Cierto —admitió Thanatos—, pero sólo estamos en una misión de reconocimiento.
—El libro que buscan ya no está aquí —informó Lady Krysta—. Hace tiempo que se perdió.
—¡Se perdió! —reclamó Hipnos—. ¿Y cómo es eso posible?
A diferencia de su hermano, Thanatos continuaba tranquilo.
—Se hallaba bien resguardado —precisó Lady Krysta—, pero ese día tuvimos un ataque; derribaron el ala este del Palacio, incluso una joven estudiante falleció y después de ese día no volvimos a ver el libro.
—Supongo que tu curiosidad está saciada hermano, volvamos al santuario —insistió Hipnos—. No me agrada estar aquí.
—Regresa tú —ordenó el Dios de la muerte—, yo debo verificarlo.
—Bien, si ese es su objetivo —añadió suspirando Lady Krysta—, no puedo negarle el conocimiento a un Dios; pero, si es otra su intención yo misma lo detendré así me valga en ello la vida.
—Trato hecho —asintió Thanatos—.
Hipnos, por lo tanto regresó al santuario; a la casa de Escorpión para ser exactos, allí donde Hades había fallado en su intento de destruir a los diamantados. Entre tanto, Lady Krysta escoltaba al dios de la muerte a cada una de las habitaciones repletas de libros, rollos y manuscritos del Palacio y finalmente a las secciones de la Gran Biblioteca.
—¿Está satisfecha ya su curiosidad? —Lady Krysta observaba desde la entrada mientras Thanatos escudriñaba en los estantes.
—¿Sabes lo que contenía ese libro? —inquirió de ella el dios de la muerte.
—Nadie nunca fue capaz de leerlo —respondió, un tanto sorprendida por la pregunta—, pues no había quién pudiera sacarlo de su lugar.
—Entonces desconoces su origen y su propósito.
—¿Y acaso usted me lo dirá?
—En el se esconde la salvación o condenación de este mundo —declaró Thanatos, ella le miraba sorprendida—. Tu deber era protegerlo hasta que "ella" volviera. Ahora sé, que falta poco para su regreso.
Thanatos se volvió hacia Lady Krysta caminando hasta ella con tranquilidad, una interrogante estaba dibujada en el rostro de la señora del palacio.
—Falta poco, para que ya no seas requerida...
De vuelta en el santuario.
Los diamantados se habían internado en la casa de Sagitario.
—Este ambiente desolado me da escalofríos —se quejaba Björn.
—El caballero al que vimos morir en el techo de la casa de Libra era el áureo de esta casa —recordó Cástor con pesar—. Aún no puedo creer lo que ocurrió.
—Los espectros son realmente temibles —añadió Ilitia.
—Hablando de ellos, ¿a dónde se fueron? —preguntó Björn—. No logro sentirlos, ni a ellos ni a Hades y no creo que se nos hayan adelantado tanto.
—En la siguiente casa es donde Adam dijo que estarían reunidos el de Escorpión, Capricornio y Acuario. Tal vez a estas alturas ya fueron capaces de frenarlos de una vez por todas.
Un sonido muy fuerte y agudo -como las cuerdas de una guitarra eléctrica- se escuchó por todo el lugar. Ellos se cubrieron los oídos, pero era tan estridente que frenaron su avance por el dolor que les provocaba el sonido. Sólo duró unos segundos y después, un resplandor acompañado de una voz desconocida les puso en alerta.
—Esperaba que aparecieran malditas escorias.
El piso de la casa de Sagitario se sacudió con furia, grandes grietas se abrían aquí y allá. Todos saltaron para no caer por un precipicio, al segundo siguiente una serie de ataques que venían de todas direcciones -las cuales eran similares a medias lunas de luz- los obligaron a dispersarse.
—¿¡Qué rayos está pasando?! Cannon, ¿logras ver algo, dónde está esa sabandija?
—No te va a gustar la respuesta Aurelio, no se trata de un espectro. —Cannon señaló hacia arriba.
Allí, hincada en lo alto de una columna ornamental estaba su atacante. Esbelta y aguerrida; con su largo cabello rojizo recogido en una gruesa trenza que se confundía con el ornamento de su yelmo; Astra de Escorpión les miraba desde lo alto, igual que a diminutos insectos que sólo merecen ser aplastados.
—Pero, ¿que está ocurriendo aquí? —Aurelio fue el único que pudo articular lo que todos estaban pensando.
—Tú debes ser Astra —gritó Fobos que estaba al fondo—. Esto es una confusión, nosotros no hemos venido a pelear contigo, estamos aquí...
—¡Ahorrense sus burlas! —interrumpió Astra, poniéndose de pie con el puño frente a su rostro—. ¡No permitiré que avancen más, esta casa será su tumba!
Y con esas palabras se lanzó contra ellos, atravesando la distancia con la velocidad de una flecha luminosa. En un segundo su rostro estaba frente al de Cannon; él sólo distinguió unos ojos escarlata, de inmediato salió despedido hacia atrás por un golpe en el pecho que lo estampó contra los muros de lugar. No hubo tiempo para nada más, Astra cambió de dirección y de una patada lanzó lejos a Castor y a Dante. Aurelio logró detener un puñetazo de la áurea, pero a cambio recibió un rodillazo en el estómago y después su cabeza corrió con la misma suerte. Ilitia y Krysta corrieron juntas para sujetarla, gracias al hilo glacial, la lograron inmovilizar lo suficiente como para empujarla contra una pared.
—¡No somos tus enemigos, Astra! —repetía Krysta tratando de razonar con ella, mientras la empujaba contra el muro—. Hemos venido ayudar al Santuario, somos...
Astra se removía insistentemente bajo el argarre; su rostro estaba parcialmente cubierto por una media careta que sólo dejaba ver sus ojos.
Fobos estaba junto a Cannon ayudándole para incorporarse -él había corrido a auxiliarlo de inmediato-, pues por la fuerza con que impactó, toda una pared se había venido abajo encima de él.
—No creo que ella vaya a escucharnos. —Cannon se incorporaba con dificultad, auxiliado por Fobos—. ¡Sus ojos se mueven igual que los de una persona que sueña! —gritó para que Krysta le oyera.
—¿Qué?, pero sus fuerzas, ¡ella está consciente! —Krysta la miraba incrédula, los ojos de Astra se movían con velocidad y en todas direcciones—. ¡Astra, Astra!, reacciona por favor, no somos tus enemigos —insistía.
Los rojizos ojos de Astra se detuvieron y miraron fijamente a los consternados ojos grises frente a ella. La media careta que cubría su rostro se retrajo hacia los lados de su yelmo. Unos labios delgados y rojos aparecieron y una tenue sonrisa se dibujó en ellos.
—Todos ustedes morirán aquí —sentenció Astra con voz apagada.
Krysta sintió una sombra sobre su cabeza; al mirar arriba vió que la larga trenza de Astra se hallaba levantada ¡como si fuese la cola de un escorpión de verdad!.
El yelmo de Astra no sólo le protegía la cabeza y servía como adorno para su rojizo cabello, además, este terminaba en un aguijón enorme y afilado que podía manipular como arma. Al hallarse inmovilizada por Ilitia, este aguijón era el único miembro que podía mover.
Al percatarse, Krysta se alejó de Astra con velocidad hacia un lado, evitando ser atravesada por ese aguijón, aún así, recibió un profundo corte en su costado. En cuanto se vio libre del agarre de Krysta, Astra se volvió en contra de Ilitia que aún le sujetaba a la distancia, no podía mover los brazos pero sí correr. Y corrió hasta ella para atacar. Ilitia lanzó un ataque para sujetarle los pies, Astra saltó justo a tiempo y asestó una poderosa patada en el rostro de Ilitia clavándola en el piso y dejándola fuera de combate; al instante el hilo glaciar se volvió escarcha.
Cannon estaba de pie estoico, atento a todo lo ocurrido.
—¿Crees que alguien la este manipulando? —preguntó Fobos.
—No podría ser el caso, según sé, los áureos de Atenea son muy poco vulnerables ante el control mental —explicó Cannon—. Más bien, parece no saber quiénes somos.
—Pero, según Sora de Virgo ya todos sabían que estábamos aquí.
—Observa y dime qué crees. —Fobos se quedó observando la batalla que ocurría a la distancia.
Björn se había interpuesto entre Astra y sus amigos Cástor y Dante que seguían aturdidos en el piso y peleaba contra ella cuerpo a cuerpo. La velocidad de Astra era impresionante, pese a eso...
—Sus golpes son fuertes —concluyó Fobos—, pero me atrevería a decir que tal vez son imprecisos y su velocidad... A menos que sólo esté jugando es inferior a la que un áureo acostumbra.
—No está luchando cien porciento consciente —añadió Cannon, dió un suspiro y avanzó sin prisas.
Cruzando el salón llegó hasta donde Krysta estaba, se había quedado incada en el piso sujetándose el costado. Un dolor muy fuerte le impedía ponerse de pie, Cannon examinó la herida, era apenas un rasguño, pero comenzaba estriarse hacia los lados.
—Parece veneno —advirtió—, quédate quieta, veré si puedo extraerlo.
Cannon juntó sus manos sobre la herida y una luz verde-azulada envolvió sus manos.
—Ahora, ya no tengo dolor —dijo Krysta sorprendida—, dime, ¿qué fue eso?
—Una técnica de curación que aprendí hace tiempo. Sólo sirve para heridas leves, así que ten más cuidado.
—¿Crees que podamos hacerla reaccionar?
—Más bien debemos despertarla —corrigió Cannon—, solo que para eso hay que localizar el origen del sueño.
—Hipnos —susurró Krysta.
—Si ese es el caso, hasta aquí llegamos.
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