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Una nueva guerra

(En adelante entiéndase como santo o Saint al"guerrero sagrado" que lucha por algún dios)

Tres años han pasado desde la partida del santo del Cisne al santuario; una nueva Guerra Santa daría inicio, como cada 250 años aproximadamente Hades descendería entre los hombres, apoderándose de un alma pura que llevara su divinidad y fuera su encarnación en la tierra.  Los espectros se levantarán a la orden de su señor y como cada vez, su objetivo será quitar a Atenea del camino para sumir a la tierra en un reinado eterno de obscuridad y muerte.

Esta vez, el santuario se sentía más preparado, gracias a la gran biblioteca del Palacio del Invierno, ahora contaban con los conocimientos necesarios sobre su enemigo. Como buen estratega, Atenea había instruido a sus santos para que fueran capaces de derrotar a su enemigo sin sufrir tantas bajas como en las ocasiones anteriores. Una Atenea madura, de unos 25 o 28 años humanos se encontraba en la sala del patriarca, ataviada con su armadura y cetro.

—Esta vez tenemos la ventaja — hablaba Atenea mientras veía el atardecer—, gracias a "Aquel que todo lo ve" hemos podido adelantarnos al enemigo al conocer sus movimientos.

—Ciertamente, las crónicas que nos fueron traídas por el santo del Cisne han sido de utilidad —concordó el patriarca—. Aún no entiendo por qué en el santuario no teníamos conocimiento de la existencia de ese palacio.

—Es un recinto perteneciente a los dioses de la observación —explicó la diosa—. No forma parte del santuario y sus armaduras no forman parte alguna de mi ejército.

—Creí que ese lugar era sólo para elegir al nuevo Saint, el de el Cisne. —Ambos voltearon a ver a Bóreas, santo de Aries, que hasta ahora había permanecido en silencio—. ¿Es decir que hay más de un ejército de caballeros?

—Solo los dioses principales del Olimpo cuentan con un ejército propiamente dicho —aclaró Atenea—, como Poseidón, Artemisa o Hades, incluso el mismísimo Zeus.

—Nos caería bien la ayuda de cualquiera de ellos —añadía con un tono ensombrecido el de Aries.

—No funciona así —enfatizó Atenea como si le pesara—, cada ejército obedece a los intereses de su creador. No se inmiscuirían en una batalla como ésta.

—¡Dioses...! —suspiró Bóreas con pesadez—. Será mejor que vuelva a mi puesto, el que la primera casa esté desprotegida no pinta bien.

La diosa de la guerra había dispuesto a sus santos todo en derredor del santuario, cubriendo un amplio perímetro previniendo la aparición de los espectros. Los caballeros de plata formaban la primera linea de defensa junto con un puñado de los santos de bronce, la segunda línea la conformaban las doce casas con sus guardianes y el resto de los de bronce distribuidos a lo largo del camino que conduce a la Villa de Atenea.

El Guerrero Sagrado de Pegaso, quien en ésta encarnación era un joven franco de cuna noble, se hallaba esperando a su maestro en la primera casa.

En el palacio del invierno...

Sus ocupantes se encontraban observando el atardecer que ya daba paso a la obscuridad de la noche; era una noche sin luna, únicamente las estrellas resplandecían con una intensidad que las hacía parecer más cercanas, daba la impresión de que los cielos también se preparaban para la batalla.

—¡Mañana, el cielo se tornará rojo con la sangre de los santos que protegen a Atenea! —exclamó Lady Krysta sin más, dejando un gesto de desconcierto en los jóvenes caballeros.

—Él... ¿se encontrará bien? —musitó  "Ella" preguntándose mientras miraba el anillo en su dedo, deseando estar contemplando aquellos ojos azules.

No había vuelto a saber nada de su amado desde el día de su partida ya que se restringía toda comunicación con el santuario. Una voz la sacó de sus pensamientos y la hizo estremecerse.

—Muy pocos sobreviven a una guerra santa. Y por lo general solo algunos de oro y un puñado de los otros. 

Quien hablaba era Cannon, uno de los mayores con 23 años y 1.80m de estatura. Lo habían traído de las tribus bárbaras de germania, era Bardo y por mucho el más insensible de todos. Su carácter inexpresivo y frío lo volvía muy analítico y un líder por naturaleza. Se podría decir que era de los apuestos del lugar; sus rasgos eran finos, nariz respingada, piel clara y ojos azules, llevaba el rubio cabello largo y por debajo del hombro; su complexión delgada y atlética, pero con la musculatura bien definida, lo hacía blanco de las miradas femeninas.

—Esperemos que la información que les enviamos ayude a reducir las bajas —recalcó Ilitia, mientras le dirigía a  una mirada asesina a Cannon—. No te preocupes, él volverá como te lo prometió.

En el tiempo que había transcurrido, Ilitia se había vuelto como una hermana para Ella. Todos sabían de su unión con el santo del cisne pero nadie hablaba al respecto, incluso Lady Krysta prefería ignorar el hecho de que su sucesora se había desposado, faltando así a toda norma establecida.

—Estén atentos —indicó mi lady antes de volver a entrar al palacio —, caballeros de diamante, cuando sus armaduras reflejen el color del sol, será el momento de empezar a escribir una nueva crónica.

En el Olimpo...

Zeus había convocado a los 12 a una reunión en el gran salón, para por primera vez presenciar la guerra entre Hades y Atenea.

—¿Y que hace esta batalla diferente a las demás padre? —inquiría Apolo mientras ambos se dirigían al gran salón.

—Que será la última que mi hija deba librar contra Hades.

—¿De que hablas? —preguntó, sorprendido por tal declaración.

Apolo se detuvo en seco y su expresión cambió pronto a una incomoda y algo apenada por la escena frente a él: Hera que había sido la primera en llegar, se hallaba recostada en una pose muy sugerente frente al trono de Zeus.

—Ésta maldita gema que cargo desde hace siglos ha comenzado ha quemarme la piel —quejaba Hera mientras pasaba un hielo por su pecho tratando de disminuir el ardor y de paso captar la atención de Zeus.

—¡¡Ajm!! —carraspeo Apolo, cuando Hera le notó, se incorporó un poco molesta y se sentó en su trono.

—Los humanos han caído en una decadencia total —declaró Zeus sin prestar atención a su esposa—. Creo que las acciones de Hades serán un buen castigo para ellos.

—¡Por fin harás algo! —agradecía Hera con una gran sonrisa.

—Yo no, Hades lo hará.

—Pero la humanidad, padre —decía Apolo algo angustiado —, ¡¡ellos han comenzado a hacer avances, en artes, medicina, ciencia!!  A...aademás, si permites que Hades gane ¿qué pasará con Eos?. ¡Es de entre la humanidad que debe resurgir, no es así?

—Dudo que entre toda esta escoria alguien surgiera para darle vida —respondió Zeus contristado.

—Pero, Ella, la humanidad, merecen una oportunidad —clamaba Apolo cada vez con más ahínco, tratando de doblegar el corazón de su padre.

—Comienzas a sonar igual que mi hija. Los hombres volverán a surgir a su tiempo, pero esta generación esta acabada —puntualizó Zeus, terminando con todo alegato.

—Entonces esa es la razón de que estemos aquí —afirmó "La doncella" que se disponía a ocupar el lugar que antes le correspondía a Hades, su esposo—. Presenciar el fin de la humanidad.

—Atenea y sus santos siempre le han derrotado, no entiendo porque esta vez será diferente —replicó Artemisa que parecía aburrida al conocer, según ella, de ante mano el resultado.

—Ésta vez no tienen oportunidad —declaró Zeus con autoridad—, son tres dioses y tres ejércitos los que marchan en contra del santuario. ¡Hipnos, Thanatos y Hades!

Una exclamación de incredulidad e impotencia surgió entre los dioses mientras veían aparecer en escena a los dioses gemelos.

En el santuario de Atenea...

Durante la última vigilia, una serie de explosiones en los linderos del bosque alertaron a los santos de Atenea de la llegada del enemigo. Los caballeros dorados observaban con atención la penumbra, sintiendo con su cosmo la batalla que daba inicio, de pronto, los doce junto con Atenea quedaron helados en su lugar.

—Vaya, finalmente dan la cara ese montón de sabandijas. ¡Hey, Bóreas, apresurate o te perderás la diversión!

Pegaso le hacia señas al caballero de Aries, quien apenas se acercó a su lugar, se quedó como piedra al sentir tres cosmos gigantescos dirigirse al santuario.

«¡Ésto!¿Qué significa?»

—¡¡¡Deja aun lado esa estupida sonrisa y presta atencion niño!!! — reprendió al jóven y comenzó a hablar sombriamente—. Son tres cosmos enormes y no uno. Hades, no viene solo.

El jóven pegaso prestó ahora más atención y entonces pudo sentirlos. La presencia de tres seres con un poder semejante al de Atenea se hallaban rodeando el Santuario. Podía sentir como avanzaban, ellos, junto con un ejército espectral cada uno; conforme avanzaban y cruzaban su camino con los que custodiaban el perímetro, iban dejando una estela de muerte y destrucción.

Aún no digerían todo esto cuándo alguien atravesó la primera casa a toda velocidad.

—¿Qué ha sido eso? —Abría los ojos un perplejo Pegaso—. ¿A..acaso, ha sido el enemigo?

—No seas tonto, no lo habría dejado pasar. Es el santo del Cisne —precisó Bóreas —, él estaba en el frente junto con Águila y Lyra. Mmmm, esto no me gusta, parece que lleva un mensaje para Atenea.

En la villa de Atenea, cerca del amanecer...

—¡¡Señorita Marian!! —Irrumpía el Cisne en la habitación.

—¿Qué haces aquí? —Fue recibido al interior del recinto con un golpe en el estomago que freno su carrera en seco—. ¡¡Cómo te atreves a abandonar tu posición!! —increpó el patriarca.

—¡Basta! —interrumpió Atenea antes de que el jóven fuera golpeado nuevamente—. No creo que halla querido desertar Immanuel, déjalo que hable antes de juzgarlo.

—¡Señorita Marian!, es decir, diosa Atenea, le traigo terribles noticias, todos sus caballeros del ala este y norte han sido... —Su rostro se deformaba a causa del coraje y la impotencia que sentía—. Nada pudimos hacer, el enemigo nos superó por demasiado —Lágrimas de ira recorrieron su rostro mientras apretaba los puños y caía de rodillas—. ¡¡¡¡Todos están muertos!!!!

—Si todos han muerto a causa de este temible enemigo, ¿por qué tu sigues con vida? —inquirió el sumo pontífice déspotamente.

Mientras aún hablaba, otra persona irrumpió en la sala. Al llegar, se dejó caer a los pies de Atenea sollozando desconsolado. La escena conmovió a la diosa que levantó al muchacho, su nombre era Carlo de Delfín de apenas 16 años, él escondía el rostro lleno de vergüenza.

—Yo... yo... lo... siento. No pude hacer nada, mis amigos, mis compañeros —sollozaba desesperado—, todos los que resguardaban el oeste, cayeron muertos apenas ese hombre se acercó. Yo, me petrifiqué, creí, creí que también moriría —El rostro del chico era terror puro—. Entonces pude verlo, sus ojos, esa mirada apagada, sombría; su armadura negra como la noche y su voz, esa voz que aún resuena en mi cabeza, proveniente del mismísimo infierno: "Dí a Atenea lo que viste"; y me dejó ir.

Mientras el del Cisne escuchaba la descripción, se levantó y fue hacia donde se encontraba la diosa; estaba como ido, con la vista fija en el de Delfín.

—Dime, ese hombre ¿llevaba una estrella de cinco picos grabada en la frente? —habló sin expresar emoción alguna.

Al escucharlo Atenea se crispó y abrió los ojos como platos, retrocediendo unos pasos y dejando al jóven Carlo incado frente a ella.

—¡¿Qué has dicho?! —inquirió la diosa al caballero del Cisne, pero él nada respondió.

"Él" cogio al de Delfin por el brazo, levantandolo y alejándolo de la diosa.

—¡¡Responde!! —demandó sujetándo al pobre niño del pecho mientras le exigía una respuesta—. Ese hombre, llevaba una armadura negra como la noche, una estrella de cinco picos grabada en la frente; sus ojos fríos e inexpresivos y tanto su cabello como el brillo en su armadura eran dorados como los rayos del sol —El chico asintió temeroso, entonces lo soltó dejándolo caer.

—La descripción es así, solo que sus ojos eran negros como dos pozos sin fondo —aclaró Carlo —; su cabello y el brillo en su armadura eran como la plata a la luz de la luna.

Al escucharlos, Marian retrocedió, su rostro reflejaba temor y desconcierto, sin darse cuenta había dejado caer su cetro, sus ojos estaban desencajados.

— ¡Hipnos y Thanatos! —pronunció con voz trémula y apenas audible.

Entonces otro caballero hizo su aparición, era Philip de pegaso, estaba herido en un costado (nada de gravedad) al ver a los otros dos, por un momento olvidó a lo que venia. Después de un instante, comenzó a hablar, sin prestar atencion a Marian que se había dejado caer en su trono y cubría su rostro con una mano.

—Me temo que Hades estará aquí pronto —declaró sin preámbulos —, a diferencia de otras veces, avanza al frente de su ejército de espectros, a estas alturas ya deben haber pasado la primera casa.

En el palacio del invierno...

La crónica de ese día había dejado de escribirse, simple y sencillamente no podían seguir describiendo a la muerte encarnada. "Ella" discutía con Lady Krysta la posibilidad de enviar ayuda al santuario.

—¡Atenea ha pedido que todos los caballeros se reúnan en su villa como un último bastión!

—¡¡¡He dicho que no!!! Tu obligación no es con el santuario, si no con éste palacio. "El que ignora su pasado está condenado a repetirlo" —recitó Lady Krysta—. ¡Ésa es tu tarea, evitar que olviden!

—Soy un guerrero sagrado de éste palacio, porto una armadura —objetó "Ella" —. Fuí nombrada como Dama del ejército del Sol y la Luna. ¡¡No soy una bibliotecaria!!

—Por última vez Krysta —reiteró Lady Krysta—, ¡¡he dicho que NO!!

—¡¡Deja, de llamarme así, ese no es mi nombre!! —reclamó "Ella" al escuchar ese titulo que se había vuelto su nombre desde hacía 3 años.

—¡Lo es ahora, y lo será hasta el último de tus días! —recalcó Lady Krysta y se marchó dando por terminada la conversación.

A la habitación entró Ilitia, que había estado escuchando al otro lado. Ella era una joven romana de piel muy pálida de 1.60m de estatura; sus rasgos finos, ojos grandes casi ambarados y labios delgados, aunados a su cabello semi ondulado y de un rubio platinado que llevaba hasta media espalda, le daban una belleza casi divina. Tenía ya 19 años y se había convertido en una férrea guerrera, aunque se intimidada con facilidad; su carácter suave y amable le granjeaba la amistad de muchos, incluida la de Krysta.

—Krysta, ¿qué vas a hacer? —Ilitia le miraba consternada, podía notar una decisión en su mirada.

—¿Tu también, me llamas así? —quejándose miró a su amiga con molestia y decepción.

Salió apresurada de la habitación en la que estaban, dirigiéndose al patio principal por uno de los pasillos, con Ilitia a su lado.

—Ha sido tu nombre desde el momento en que te pusiste esa armadura, te guste o no —reiteró su amiga —. ¿Acaso, piensas ir al santuario? —preguntó al ver el gesto en el rostro de su amiga.

—No voy a quedarme de brazos cruzados. Si el santuario de Atenea cae, este palacio ya no servirá para nada.

—Si vas tu sola morirás seguramente —aseveró Cannon quien también había estado escuchado todo —. Y probablemente él ya esté muerto.

—Gracias por los ánimos —recriminó "Ella" —. ¡Crees que no lo se!, aun así... No voy a quedarme aquí, "un grano de arroz puede inclinar la balanza", un caballero puede ser la diferencia entre la victoria y la derrota.

—¿Aún no entiendes verdad? No sé porqué tú llevas esa armadura —comentó Gerda, contándole el paso al escuchar sus intenciones—. No debes intervenir, si es voluntad de los dioses que el santuario caiga, entonces que así sea.

—¿¡Los dioses!? —exclamó—. En verdad eres tan... agggg, ¡¡nooo!!. Mi vida la decido yo, ¡¡¡no los dioses!!!.

—Entonces, iremos contigo.

—¡¡Fobos!! —dijo "Ella" (Krysta) sorprendida al verlo salir de detrás de una columna.

—Yo hablaré con el resto —insistió Fobos—, Björn, Dante, Cástor y Aurelio, estoy seguro que querrán acompañarte.

—Bien, entonces —añadió Cannon —, pues me uno al suicidio colectivo.

—Yo también voy contigo —dijo Ilitia.

—A mi ni me vean, yo no pienso seguirlos en su locura —replicó Gerda dándoles la espalda.

—Pero si nadie te estaba invitando de todas formas —contestó Cannon haciendola rabiar.

—¿Y cuándo partimos? —preguntó Fobos.

—Ahora mismo —especificó Krysta —, si nos damos prisa llegaremos a Grecia antes de que amanesca.

—¡Iré por los otros! —Fobos salió corriendo mientras su armadura se iba colocando sobre su cuerpo y él recogía su largo cabello en una coleta para la batalla.

Una vez estuvieron todos reunidos fuera del palacio salieron corriendo hacia el santuario. Debían recorrer miles de kilómetros en unas pocas horas, así que elevaron su cosmo al máximo, de lejos parecían estrellas fugases surcando la tierra.

«Por favor, no mueras aún. ¡¡Resistan!! Atenea, guerreros, ¡¡¡resistan!!!» —Imploraba "Ella" a cada paso, esperando hubiera alguien escuchando.

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