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Siguen los combates


Eos era fuerte, había entrenado con su hermano Helios, y logró dominar el uso de la gladius, el aspis y la xiphos; no obstante, claramente era superada por Eris y poco a poco fue cediendo terreno ante ella, quien disfrutaba mucho arremetiendo golpe tras golpe, además de que usaba una spatha, arma que era del doble de tamaño de la espada de Eos.

El sonido de los aceros chocando llenaba el aire. Eos ya tenía ligeros cortes en brazos y piernas, apenas eran rasguños, pero, si consideramos el hecho de que su oponente se hallaba ilesa, bueno, era más que obvia su desventaja. Eris, en un rápido movimiento logró desarmarle lanzando la gladius por los aires, acto seguido, arremetió con furia contra su oponente, que no podía hacer otra cosa que resguardarse tras el escudo y tratar de resistir los continuos ataques. Entonces, a Eos se le ocurrió una idea.

—Oye Eris... dime, ... de verdad... crees que nos eligieron... creyendo que alguna tendría... una oportunidad de ganar —hablaba con dificultad pues debía detener cada golpe con el escudo.

—Tú, no tienes ninguna —respondió sin dejar de atacar—; yo, por otro lado...

—Yo... creo que... querían evitar... otra escena como la de Troya. —Eris la había hecho retroceder hasta casi estar espalda contra la pared.

—¿¡Que tratas de insinuar?! —Por un instante Eris dejó de atacar.

—¡Nada!, sólo digo que aquí, al parecer nadie quiere que ganemos.

Eris bajó la guardia, miró a su alrededor y cayó en cuenta de que en todo ese tiempo, nadie había vitoreado su nombre. Aunque era claro que llevaba la ventaja, nadie, había pronunciado su nombre. Nuevamente se sintió ofendida, excluida; en su interior se formaba un nudo de emociones, un montón de ideas para hacerlos pagar por su insolencia.

Eos aprovechó su desconcierto para correr y tomar una lanza que había cerca, se alejó lo necesario para que, aunque Eris reaccionara, ella tuviera el tiempo suficiente para atacar. Apuntó a la cabeza y lanzó con todas sus fuerzas, el golpe fue certero y tan fuerte que le derribó el casco y la dejó aturdida; Eos corrió hacia ella y saltó asestando un golpe con todas sus fuerzas directo al pecho de Eris, el golpe resultó tan fuerte que rompió la coraza y clavó a la diosa en el suelo.

Eris se quedó allí, petrificada, con los ojos mirando a la nada. Bien podría haberse levantado y continuar, pero, darse cuenta de su realidad, la destrozó; cerro los ojos, recordó el juicio de Paris y todo el dolor que le siguió. Ella, no, no quería ser odiada, debía inspirar; crear discordia para ser mejores. Apretó los labios, sentía que el pecho le dolía.

«¿Será por el golpe? No, no fue tan fuerte»

Sentía que le aplastaban, no podía respirar.

«Duele, ¡duele mucho!»

Apretó los ojos y los puños en un intento de contrarrestar ese dolor. Entonces, gruesas lágrimas comenzaron a derramarse por su rostro, humedeciendo su cabello y la arena debajo.

Solo habían pasado unos segundos desde el golpe que la derribó, sin embargo, para ella había sido una eternidad; su garganta quemaba, reprimiendo un grito ahogado; ya no podía resistirlo. Abrió los ojos y un agudo grito desgarró el aire, al igual que su voz. Se abrazó a sí misma tratando de detener ese maldito dolor que le aplastaba. Todos los presentes interpretaron su agonía como ira por saberse derrotada. ¡Qué lejos estaban de comprender el dolor que le aquejaba! Incluso Eos, que estaba parada frente a ella, no lograba entender la causa de tanto dolor, sí, ella supo que era dolor y no ira. Ese mismo dolor que ella llevaba dentro desde hace tanto.

Solo tres de los hijos de Eris, Ponos(pena), Lete (olvido) y Algos(dolor), entendieron la situación. Se acercaron a ella en forma de humo y la desaparecieron, llevándola a un lugar donde pudiera recuperarse. Acto seguido, Eos fue declarada vencedora.

Llegó la hora del quinto enfrentamiento entre Yanira y Cloris, ambas ataviadas con hermosas armaduras plateadas con engastes en turquesa y azafrán.

Cloris y su esposo Céfiro

La Nereida Yanira

Como eran sumamente vanidosas, le pidieron a Hefesto que también fabricara para ellas un par de máscaras de marfil para protegerse el rostro. Llevaban escudos clípeos que sujetaban con el brazo izquierdo, una xiphos como arma principal y una pequeña daga oculta en el antebrazo.

Comenzaron a pelear demostrando ambas gran habilidad. Pero los espectadores se enfrentaban a un problema: ¿quién era quién? El único que conocía las armaduras era Hefesto, y aun para él resultaba difícil distinguirlas, pues para que las diosas no sintieran envidia de la armadura de la otra, habían pedido fuesen iguales, a excepción de un diseño en filigrana en la coraza, pero desde lejos no se apreciaba. Así que vitoreaban por igual a una o a la otra, cada que una lograba asestar un golpe o esquivar otro, era aplaudido por igual.

Al cabo de un rato, una de ellas terminó tirada en el piso, sin su espada, con el escudo quebrado y tan solo con la daga para defenderse. La otra se acercó con paso seguro mientras la primera se arrastraba en reversa tratando de recuperar su espada.

—Y bien, ¿te rindes? —dijo inclinándose sobre ella y apuntándole con la espada en el cuello.

Como respuesta recibió un profundo corte en el muslo que la hizo caer de lado soltando la espada.

—Mejor dicho, tú eres la que debería rendirse, ¿no lo crees? —corrigió la aludida.

En un instante se invirtieron los papeles, la que antes estaba en el piso, ahora se encontraba a horcajadas sobre la otra con la punta de su daga amenazando con clavársela en el cuello; en ese momento sonaron unos aplausos solitarios.

—Bien, bien —aplaudía Zeus—, ¡excelente combate! A decir verdad, no esperaba que esto fuera a ocurrir.

Al escuchar la voz, quien tenía la ventaja se retiró y ayudó a levantarse a la otra.

—Es claro que tenemos ya a una vencedora —continuó Zeus—; ahora, descubran su rostro para saber de quien se trata.

Ambas retiraron la máscara que iba unida al yelmo, dejando caer su cabello en el proceso. La vencedora fue la bella Cloris.

El sexto y último combate estaba a punto de comenzar, ya había cinco contendientes que pasarían a la ronda definitiva, ahora era el turno de ver a Orión enfrentarse a los hijos de Hefesto, los gemelos Pálicos.

Para obtener la victoria debían pelear como uno solo, atacando a la vez para así poder derrotar al hijo de Poseidón. Dicha estrategia había sido pensada por su padre, quien los entrenó para que estuvieran listos para el combate. La idea era que a un oponente débil lo vencieran sin problema, y en caso de enfrentarse a alguien como Enio, Thanatos u Orión, pudiesen ofrecer una buena batalla y tal vez, tendrían una pequeña oportunidad de ganar; sin embargo, a la hora de ponerlo en práctica resultó un verdadero problema, ya que ambos demostraban ser egoístas, enfocados en sus propios intereses, tratando de sobresalir cada uno por su lado en sus ataques. Así fue en el entrenamiento y así también sobre la arena.

Orión había sido un formidable cazador en la tierra, al grado de que Artemisa le pidió ser su compañero. En la arena se presentó armado con arco y flechas, una labrys y una xiphos en la cintura.

El combate dió inicio con una clara ventaja para Orión, pues por su tamaño y fuerza, superaba con creces años hijos de Hefesto. Logró, en poco tiempo, herir a ambos jóvenes con su hacha,  además de quebrar cuánta lanza le enviaban. Ellos, en lugar de atacar al unísono como su padre les había instruido, ¡estuvieron empujándose el uno al otro todo el tiempo!

Durante un breve momento de lucidez trabajaron en equipo. Lograron acorralar y atacar por ambos lados a Orión, que al no tener experiencia en la guerra, terminó perdiendo el hacha y con la espada en la mano derecha se enfocó en atacar a uno de los Palicos, olvidándose del otro, que hábilmente subió por su espalda.

Orión buscaba quitárselo de encima con desesperación, como si de un bicho indeseable se tratara. Al encontrarlo lo tomó por el cuello y lo envío lejos, sin embargo, había perdido de vista al otro. De pronto una gran cantidad de arena le fue arrojada en los ojos.

En ese momento el combate parecía decidido, Orión trastabillaba de un lado a otro quejándose de dolor y maldiciendo a los hijos de Hefesto.
«¡Eso es! Ahora, ataquen a las piernas y derribenlo; después crucen las espadas sobre su cuello y esperen a que se les dé la victoria» Pensaba Hefesto, orgulloso del aparente resultado.

Lo que en realidad ocurrió fue muy diferente. Al estar lado a lado, los hermanos de nuevo comenzaron a empujarse y a discutir sobre quién daría el último golpe.

Debido a su ruidosa discusión, Orión pudo ubicarlos con facilidad,  lo que derivó en que ambos salieran volando de un golpe que el gigante les propinó. Uno de ellos tuvo la mala suerte de caer sobre un trozo de su propia lanza –que Orión había quebrado al inicio del combate– atravesándose la pierna, un grito de dolor y rabia fue todo lo que pudo hacer, pues ya no fue capas de levantarse. Poco pudo hacer el que quedaba, Orión había recuperado la vista y dejó caer sobre él una lluvia de flechas,  al principio pudo esquivarlas hasta que, ya cansado, trastabilló y fue alcanzado por una flecha que lo dejó clavado por el hombro en uno de los muros, igual que un insecto en un exhibidor. Una carcajada burlona fue la celebración por parte de Orión y una mueca de desaprobación por parte de su padre, hizo que los gemelos se sintieran aún más humillados por su tontedad.

Para la segunda ronda, Zeus decidió hacer un pequeño cambio en las reglas. Se les permitiría a cada uno de los dioses hacer uso no sólo de su fuerza física y astucia, sino también de sus dotes divinos. Por ejemplo si Zeus peleara podría usar su rayo o Hades el casco de invisibilidad. Era su principal interés el conocer hasta donde podía llegar la luz interior de Eos.

El primer enfrentamiento sería entre Enio (la Destructora de Ciudades) y Selene, la diosa de la Luna (hija de la observación y la vista) quien fue cubierta por el manto de obscuridad que Nix, la noche, le ofreció.

En el velo profundo de la obscuridad de la noche, Selene se movía con presteza, rodeando a Enio, como un león al acecho, observándola con atención. Enio por su parte, no lograba ver nada, era una obscuridad total: sin luna, sin estrellas. Enio se encontraba en guardia, atenta a cualquier sonido, con su escudo al frente y su espada desenfundada, caminaba en círculos concéntricos tratando de detectar en donde se encontraba su oponente; pese a que en esa obscuridad, no lograba ver ni sus propias manos. Sin aviso, un fuerte golpe en el costado derecho hizo que instintivamente se girara en esa dirección, pero recibió otro ataque que venía de sus espaldas; movió su espada de derecha a izquierda tratando de cortar aquello que no veía, como si de un enemigo invisible se tratara, justo entonces recibió otro fuerte golpe en el mismo costado que la hizo arrodillarse por el dolor, la impotencia y el miedo. El escudo le era inútil, siguió recibiendo un golpe tras otro sin ser capaz de incorporarse, protegerse y mucho menos devolver los ataques. Por primera vez durante un combate estaba sintiendo miedo, ¡era igual a estar ciega!, sus fuerzas mermaban al mismo tiempo que su confianza.

Los espectadores tampoco lograban ver nada, el centro de la arena parecía un agujero negro incapaz de dejar pasar luz alguna. Sólo escuchaban gemidos y el sonido de algo cortando el viento.

Enio, podía escuchar el viento al moverse su oponente, pero era incapaz de calcular de donde vendría el siguiente ataque. Se quedó quieta, escuchando, calculando la dirección, la velocidad, tratando de prever el siguiente movimiento de Selene. Ya estaba muy cansada por el dolor -otro en su lugar ya hubiera sucumbido ante las heridas infringidas por la luna-, tenía cortes profundos hechos por la espada en brazos, rostro y piernas, además de múltiples golpes en el rostro y torso; ¡si no hacía algo pronto terminaría desmayándose!, ya que algunas heridas sangraban copiosamente. De pronto vislumbró ¡un pequeño brillo!, sus ojos, entrecerrados por el dolor, alcanzaron a divisar un tenue camino luminoso que surcaba la obscuridad, éste era trazado por las correrías de Selene que iba de una dirección a otra; al mirarlo con atención se dio cuenta de un posible patrón en sus movimientos y así pudo deducir de dónde vendría el siguiente ataque.

Selene corría en dirección a Enio dispuesta a asestarle el golpe definitivo cuando vió con sorpresa cómo ésta se incorporaba y giraba en dirección a ella, pudo ver con claridad cómo los ojos de Enio se clavaban en los suyos, como si de verdad pudiera verla. Al notarse descubierta Selene trató de frenarse y cambiar de dirección, pero ya era tarde, sintió cómo el acero le atravesaba el estómago.

La densa obscuridad que les rodeaba se fue disipando poco a poco, dejando ver a los espectadores lo ocurrido. La escena, era para muchos impactante: una Enio exhausta, con la armadura quebrada, las ropas rasgadas y cubierta por su propia sangre, aún de pie, sostenía su peso contra Selene a quien tenía atravesada por su espada. En un solo movimiento sacó la espada del abdomen de Selene empujándola hacia atrás, ésta dio un paso tratando de sostenerse, para luego caer de rodillas al piso. Helios y Apolo brincaron a la arena alarmados y corrieron a auxiliarla; la espada no había tocado su corazón, por tanto la estocada no era mortal para un Dios, pero se veía muy aparatosa pues desde su abdomen caía gran cantidad de sangre al piso.

Enio, retrocedió tambaleándose y con las pocas fuerzas que le quedaban, levantó su espada en señal de victoria para luego dejarse caer de rodillas apoyándose en su espada. Un atronador aplauso fue lo que siguió, declarándola vencedora y merecedora de seguir al combate final.

Ahora, tocaba el turno a Eos, había una gran expectación. Su hermana Selene ya había sido derrotada contra todo pronostico en el último instante y ahora, ella debía enfrentarse al mismísimo Thanatos, el dios de la muerte e hijo de Nix.

Notas finales

Resulta que existen varios tipos de espadas y cada una tiene su nombre, ubicándonos en el primer siglo escogí estas espadas.

Gladius: espada de hoja recta y ancha de doble filo. Media entre 60 y 85 cm de largo. Era la espada que usaban las legiones romanas.

Xiphos: espada corta de aproximadamente 30 a 50cm de largo. Era el arma secundaria (la principal era la lanza) de los ejércitos griegos llamados hoplitas. Era utilizada por los espartanos en combates cuerpo a cuerpo.

Spatha: Evolucionó a partir del gladius y se le considera el eslabón ente ésta y la espada medieval. Su largo era de entre 70 a 100cm, se creo para uso de la caballería romana. Permitía tener una mayor distancia con el enemigo y era más de atacar dando tajos.

Aspis: literalmente escudo en griego. Hace referencia al hoplon de la época minoica de aprox. 1metro de diámetro, cubría desde la barbilla hasta la rodilla, era el clásico escudo espartano.

Los aspis clípeos eran más pequeños y se sujetaban al brazo por una banda diametral, de metal, madera o cuero, a la cual se fijaban barras metálicas cruzadas en formando la letra X. Una banda de cuero colocada en la periferia del escudo permitía un perfecto dominio de esta arma defensiva.

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