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El perfume de las rosas

En el Olimpo...


La diosa de la luna, Selene, se encuentra en el balcón de sus aposentos observando el cielo. Sus ojos han enrojecido debido al llanto. Ha permanecido inmóvil desde el medio día, desde que el Palacio del Invierno sucumbió ante un adversario poderoso.
En el firmamento -que desde el Olimpo da igual si es de día o de noche-, contempla a tres estrellas que titílan débiles, una cuarta trata de refulgir, pero su brillo es intermitente; observa atenta, mas con angustia en su mirada cómo su luz amenaza con extinguirse.

—Una vez más los designios de Zeus han cobrado un precio demasiado alto —dice, al tiempo que dos lágrimas de plata caen sobre su regazo—. No, ésta vez, ha sido demasiado. —Corrige apretando los puños—. ¡Hoy habrá una luna de sangre! —declara sin dejar de observar los cielos.

—Creí que por tu dolor habría una luna azul —comenta confundido Apolo, que ha permanecido a su lado—. Además, ¿qué no había luna nueva?

—No en todo el mundo —aclara—. Y es mayor mi molestia que mi tristeza.

—¿Son esas las estrellas que salvó Zeus?

—No las salvó. Sólo impidió que sus almas se perdieran en esta guerra; de esa forma renacerán cuando sean tiempos mejores.

—Y entonces, ¿a quiénes pertenecen?

—Son las estrellas de los niños que crecieron en el palacio que Helios se empeñó en construir —explica Selene—. Pero están muriendo y cuando una estrella muere lo hace de dos formas: colapsa sobre sí misma, sumiendo todo a su alrededor en oscuridad...

—Se vuelve un agujero negro —interrumpió Apolo, que para ese momento ya se había acomodado en una de las sillas y degustaba lo que asemejaba una apetitosa manzana.

—Exacto. O explota con su último aliento, llenando al universo de luz y permitiendo que otras estrellas surjan de sus escombros.

—¡Una supernova! —escupe Apolo junto con trozos de aquella fruta, después de tragar, añade—: Lo que dará origen a una nebulosa y a su vez a nuevas estrellas.

—Me pregunto, ¿cómo acabarán esas estrellas? —Selene levanta una mano como si pudiera tocarlas.— ¿Será vida o muerte; obscuridad o luz, lo que dejarán tras de sí?


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El trayecto hacia la casa de Piscis es surcado con velocidad por los cinco guerreros de Diamante que aún siguen en pie: Cannon, Castor, Fobos, Krystal y Björn. Como estrellas fugaces llegan en un parpadeo a pocos metros del templo. Conforme se aproximan, perciben el aroma a rosas que impregna el aire. Ya pueden ver la entrada, sin embargo, Cannon se detiene.

—Algo no está bien —Cannon hizo que los demás se detuvieran—, éstas rosas deberían estar a espaldas de la casa de Piscis y no rodeándola.

—¿Cuál es el problema? —preguntó Fobos con desdén— Son sólo rosas, crucemos y ya.

—Si te adentras en ese jardín, de seguro morirás —declaró Cannon señalando al frente.


Allí, iluminado de cuando en cuando por los horribles relámpagos del Hades, un poco más adelante de dónde estaban parados y prácticamente cubierto por las rosas, se distinguía el cuerpo inerte de un espectro; la oscuridad inconfundible de su sapuri contrastaba con el delicado color rojo de las rosas.

Allá hay otro —añadió.

Un rastro de cadáveres de espectros podían distinguirse formando un camino hasta llegar a los primeros escalones del templo de piscis. El perfume tóxico de las "Rosas demoníacas reales" había sellado el destino de los últimos espectros de Hipnos y Thanatos. Muy probablemente, sólo Hades y quizá algunas de sus ciento ocho estrellas malignas, pertenecientes a su ejército y que aún siguieran con vida, podrían tal vez haber cruzado el jardín para enfrentarse con Bellatrix.

—¿Y ahora, qué haremos? —preguntó Krysta.

—Lo único que podríamos hacer es rodearlo —sugirió Cástor.

—Y, ¿por dónde sugieres hacerlo? —se burló Björn—; ¿por la ladera de la montaña o por aquellos lindos riscos al otro lado?

—Intentaré algo —avisó Fobos—, si resulta, tal vez no tengamos que perder tiempo en rodearlo. ¡Atrás! —ordenó colocándose al frente de todos—, no quiero lastimarlos por error.

Fobos expandió el fuego del Manipura desde su pecho hasta varios metros alrededor suyo. Las alas de fuego en su espalda se extendieron como las de un águila en pleno vuelo. Con cuidado, avanzó adentrándose en el jardín de rosas. Poco a poco las rosas fueron quemándose ante su presencia, parecía posible abrir un camino hasta el templo, sin embargo, no era suficiente, el aroma tóxico de ellas aún permanecía en el aire. Antes de que su toxicidad le afectara, extendió sus brazos al frente, creando una barrera de fuego de unos tres o cuatro metros delante suyo.

—El simple aroma de éstas rosas es mortal. El fuego nos protegerá, siempre y cuando permanezcan dentro de él.

—¡Estás demente! —reclamó Cástor—. No quiero volver a estar en medio del fuego.

—No teman. Yo jamás los dañaría, confíen en mí y estarán bien.

Krysta fue la primera en acercarse al fuego, las alas de Fobos estaban extendidas hacia atrás, formando una especie de burbuja; ella extendió la mano y las llamas se volvieron azules al contacto. Sacó su mano y comprobó que no había daño alguno. Entonces entró en el fuego, detrás de ella los demás.

Fobos avanzaba con cautela, asegurándose de que cada rosa fuese arrasada por el fuego antes de seguir. Al llegar al templo ingresaron a el todavía envueltos por las alas de fuego. Ya en el interior las flamas volvieron dentro de Fobos y él, exhausto, cayó de rodillas al piso.

—¿Te encuentras bien? —inquirió Cannon mientras le ayudaba a levantarse.

—Sí, sólo... necesito un respiro.

—Todos lo necesitamos —dijo Björn—. Por desgracia es un lujo que no podemos darnos.

Björn apresuró el paso, cruzando el lugar en un instante. Al salir, vió en medio del jardín a Hades con unos cuantos espectros aturdidos y frente a ellos al último Santo Dorado: Bellatrix de Piscis. Björn quedó embelesado con su belleza, pues su negro cabello que ondeaba con la brisa y su blanca piel, resaltaban maravillosamente entre la oscuridad del inframundo que por ahora cubría la tierra. En el horizonte destacaba la Sala del Patriarca y más allá la estatua de Palas Atenea.

—¡Retrocedan! —advirtió Bellatrix en cuanto todos llegaron junto a Björn.

Los ojos de Hades viajaron rápidamente hasta ellos y una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro.

—¡Estas rosas no cederán! —añadió la de Piscis—. ¡Permanezcan atrás, en lo alto de las escaleras, o morirán!


Una potente carcajada salió de voz del dios del inframundo mientras los diamantados retrocedía las escalinatas y se colocaban a la entrada del templo.

—Ahora o después, ¿cuál es la diferencia? —declaró con desprecio—. Será por tus rosas o por mi mano, de cualquier forma morirán, ¡ése es su destino!

Adentrarse en el jardín significaría su muerte y permanecer a la espera no les agradaba, no obstante, por el momento, los diamantados no podían hacer otra cosa sino observar el combate que estaba por desatarse frente a ellos.

—No sé si seré capáz de detenerlo, temible Hades —dijo la áurea—, pero, a la escoria que le acompaña ciertamente no la dejaré pasar.

El apacible rostro de Hades se endureció ante tal afirmación, entonces, desde atrás de él, tres espectros que apenas se mantenían en pie corrieron a enfrentar a Bellatrix.

—¡Rosas piraña! —exclamó la dama de Piscis.

Extendiendo una de sus manos en dirección a sus imprudentes atacantes cientos de rosas negras se estrellaron contra los pobres infelices; sus sapuris se quebraron por completo y sus cuerpos sin vida fueron arrojados a los pies de Hades. Por fin, los últimos espectros que le acompañaban habían caído o eso creyeron; de entre las sombras y a la luz de un relámpago cercano se distinguieron tres siluetas intimidadantes. El temible señor del Inframundo había guardado a sus espectros más poderosos para el final de la contienda, transportados desde la casa de géminis hasta su lado, ahora los cuatro se encargarían de exterminar al remanente de los Santos de Atenea, comenzando con la hermosa Bellatrix.

Aquellos espectros, apenas visibles, mantenían en su rostro unas sonrisas repletas de maldad. El veneno de las rosas no parecía tener efecto alguno sobre ellos, al igual que Hades pues de algún modo se mantenían en pie en medio del jardín de rosas venenosas.

Y ahora, ¿a quién atacarían primero? ¿Sería a Bellatrix o a los Diamantados en el interior del templo? Hades ya no estaba dispuesto a perder más tiempo en ese lugar y es por eso que en lugar de enviar a sus espectros, Hades mismo fue quien inició un ataque directo en contra de Bellatrix.

Sin hablar y a la velocidad de la luz, se colocó frente a la dama de Piscis; la sorpresa de aquel inesperado movimiento impidió a la áurea reaccionar con prontitud —pues su atención estaba puesta en los misteriosos espectros—. Hades le golpeó en el estómago y en el rostro lanzándola hacia un lado. Una vez apartada del camino, siguió avanzando intentando salir del jardín. Bellatrix no tardó en recomponerse y enviando un ataque de rosas piraña en contra de Hades, logró frenarlo.

La armadura que porta el dios es una sapuri más dura y resistente que la de la mayoría de sus espectros, aun así, una de las rosas logró alcanzarlo haciendo un diminuto corte en su rostro, es por eso que se detuvo.

—Hasta ahora, sólo uno había sido capaz de herirme —menciona Hades llevando la mano hasta su mejilla—. ¡Y ahora tú te atreves a rasguña mi rostro con tus insulsas rosas!

Una rabia indescriptible se dejó entrever en su hasta ahora imperturbable semblante, deformándolo por un breve momento.

—¡Nadie que cometa la osadía de atacar a un dios quedará sin castigo! —amenazó desenfundando su espada.

Tras cerrar los ojos y recuperar su temple, giró iniciando un despiadado y feroz ataque con ráfagas de energía obscura contra ella. Los primeros ataques fueron frenados gracias a las "Rosas piraña" que ahora funcionaban como un escudo; pero no fueron suficiente, Hades rompió la defensa de Bellatrix devolviendo además el ataque en su contra.

Los espectros ahora observaban con un gesto divertido la escena, mientras los cinco Guerreros del Sol y la Luna se sentían impotentes y llenos de rabia por no poderse acercar.

Tras recibir el ataque de sus propias rosas, Bellatrix se levantaba con dificultad lista para seguir luchando, sin embargo, Hades no estaba por ninguna parte. Ella miró a su alrededor, podía sentirlo. Estaba cerca. Demasiado cerca. Hades la tomó por el cabello y la levantó por los aires, ella pataleó tratando de librarse del agarre.

—Quiero que me mires mientras tomo tu vida —dijo quitándose el casco de invisibilidad—. Voy a romperte el cuello al igual que hice con ese guerrero que se atrevió a encerrar a mi ejército; pero antes...

Hades golpeó el rostro, el abdomen y el pecho de Bellatrix repetidamente quebrando su armadura y algunas costillas. El gesto en el rostro de Hades era temible.

—¡Esto ya es demasiado, hay que hacer algo! —exigió Björn ante semejante escena viendo como poco a poco las gotas de sangre se iban acumulando debajo de Bellatrix.

Y sin embargo, ninguno se movió. Se sentían frustrados, sabían que incluso si corriesen en su ayuda, morirían antes de llegar, ya fuese por las rosas o a manos de los tres espectros que como estatuas se habían plantado entre el templo y su señor.

Entonces Hades colocó la mano en el cuello de la áurea y, soltandola del cabello, se dispuso a quebrarlo.

—¡¡Polvo de...

Se escuchó desde el templo, pero la frase no fue completada, uno de los espectros giró en dirección a ellos enviando un ráfaga de energía obscura a manera de advertencia.

—No es sensato interrumpir al señor Hades mientras se divierte —dijo con lúgubre voz.

—Tal vez ustedes no puedan hacer nada —musitó Cástor—. ¡Pero yo sí!

Cástor encendió su cosmo más allá de sus límites.

—¡Les dije que no intervengan! —fúrico uno de los espectros se giró dispuesto a atacarlos.

Un arco dorado había aparecido en las manos de Cástor y una flecha dorada silvó en el aire asestando en el hombro del espectro. Antes de que el dios lograra matar a Bellatrix otra flecha luminosa surcó el jardín hasta donde se encontraba. El inmenso cosmo de Hades la detuvo antes de que lograra alcanzarlo, la flecha fue pulverizada en el acto; molesto, giró en dirección a los Diamantados, arrojando el cuerpo inconsciente de Bellatrix sobre un charco de sangre. Con un ademán despachó a dos de los espectros en contra de los jóvenes.

Desde el umbral del templo una lluvia de flechas doradas eran arrojadas en contra de los espectros impidiéndoles avanzar. El arco de Sagitario, ahora manipulado con destreza por el joven de ojos azules, para asombro de sus compañeros y para molestia de Hades, les recordaba la escena cerca de la casa de Libra. Los espectros comenzarían un ataque en conjunto en contra de los cinco y ellos se preparaban para responder.

—Espinas... carmesí... —Se escuchó a la distancia.

Los espectros giraron en el aire listos para recibir el devastador ataque, pero éste pasó de largo. El ataque del Santo dorado de Piscis golpeó a los Diamantados lanzándolos de espaldas contra el templo. Pétalos rojos quedaron revoloteando en el aire. Bellatrix había agotado sus últimas fuerzas y dejando caer su rostro sobre la tierra.

—Qué patético intento —se burló Hades—. Estando al borde de la muerte haz errado tu última oportunidad. Ahora, ¿me pregunto si debería agradecer tu servicio? Muere en paz, no arrancaré de tí tu alma.

Desde unos matorrales a la distancia, a unos metros del jardín de rosas, Philip y el del Cisne observaban estupefactos lo ocurrido.

—¡Maldición! —mascullaba Philip apretando puños y dientes. Con dificultad estaba resistiendo el impulso de salir y enfrentar a la escoria que tenían enfrente.

—No hagas una tontería —pidió su compañero—. Si nos acercamos más el veneno de las rosas acabará con nosotros. Además, recuerda lo que Atenea dijo, por ningún motivo debemos enfrentarnos cara a cara con Hades.

Y así observaron con impotencia como Hades y sus últimos espectros daban la media vuelta y cruzaban el jardín de rosas dispuestos a seguir su camino hasta la cámara del patriarca.

—¿Y qué haremos ahora? —farbulló el de Pegaso—. Se suponía que tus amigos eran la esperanza del santuario. Y ahora…

El caballero del cisne cerró los ojos, intentaba con todas sus fuerzas sentir el cosmo de sus amigos, sentirla a “Ella”.

Justo en el momento en el que habían decidido volver a informar a Atenea lo ocurrido, los cinco guerreros del Sol y la Luna recuperaban el conocimiento tras haber sido golpeados. Sus cuerpos y sus armaduras se encontraban en perfecto estado. Aturdidos y desorientados se pusieron de pie.

—Aggg, mi cabeza —se quejó Fobos—. Siento el estómago revuelto.

—Es extraño, el ataque de Piscis dió de lleno contra nosotros —analizaba Krysta—. Sentí el veneno atravesar mí cuerpo...

—Y sin embargo no hay un solo rasguño en nuestras armaduras —añadió Cannon.

—¿Alguien me explica que pasó? —Cástor fué el último en reaccionar—. Ni yo tengo tan mala puntería.

—¡Hades y sus espectro se han ido! —advirtió Björn que se había dirigido a las escaleras— ¡No!

Él echó a correr en dirección al cuerpo de Bellatrix que yacía boca abajo entre las hermosa rosas.

—¡Björn, cuidado! —gritó asustado Cástor e intentó detenerlo—. ¡El veneno...! —Krysta puso una mano en su hombro y lo miró con gesto tranquilo.

—¿Acaso no lo sientes? El aroma de las rosas, ha cambiado.

Con cautela, los cuatro decendieron las escaleras y aún con desconfianza, entraron al jardín. Las rosas seguían siendo las mismas, no obstante, su tóxica esencia parecía no afectarles más. Los Santos de Pegaso y del Cisne observaban a la distancia la asombrosa resurrección de los diamantados que continuaron avanzado hasta llegar donde Björn sostenía a Bellatrix entre sus brazos.

—Lo sabía, eras tú —sollozaba Björn—. Nunca supe tu nombre, pero jamás pude olvidar tu rostro.

Al escuchar su voz, Bellatrix abrió los ojos, en ese momento llegaron los demás.

—Björn —susurró con ternura—. Mi querido, querido Björn



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