El ocaso de la última rosa
(En la imagen, Bellatrix de Piscis)
La dama de Piscis yace entre los brazos del gigante nórdico en el centro del jardín de rosas.
Hades y sus espectros se han retirado del lugar, no parecen advertir que sus enemigos siguen con vida, por tanto, continúan su camino hacia la Villa de Atenea.
—¿Ustedes se conocen? —indagó Cástor por la tierna escena frente a ellos.
—Fue... hace mucho tiempo... —pronunció débilmente Bellatrix, mientras acariciaba el rostro de Björn y enredaba su mano por entre los rojizos cabellos.
—Ella fue quien me encontró entre la nieve —explicó Björn—, casi al borde de la muerte y me llevó al Palacio del Invierno. En realidad, nunca supe su nombre, sólo recordaba su rostro. Llegué a pensar que era la mismísima Hella quién me había encontrado.
Mientras hablaba, no dejaba de ver a la dama de Piscis con gran ternura y sí, porqué no, con amor.
—Qué curioso... —sonrió ella y tosió un poco—. Así me llamaban en mi aldea: Hella, encarnación de la muerte, y todo por lo negro de mi cabello. A mi madre y a mí nos habían expulsado, estábamos al borde de la muerte cuando conocimos a tu padre.
Una enorme sorpresa se plasmó en el rostro de Björn tras escuchar esas palabras.
—¿También conociste a mi padre?
Bellatrix sonrío recordando aquel hermoso día.
—Yo era sólo una niña y él, un apuesto joven y futuro lider del lugar —relataba con dificultad—. Él... me ocultó en una carreta y me llevó hasta el Rus de Kiev... en uno de los viajes de intercambio comercial. Me acogieron en una aldea cercana al Palacio, allí... conocí a Vladimir quien también era un buen amigo de tu padre. Lo demás... es historia.
—Entonces, ¡tú provienes de las tierras más allá del Aust Mar al igual que Björn! —declaró Fobos con sorpresa—. No lo pareces.
—Nací con el cabello negro como la noche y no dorado o rojizo. Condenándome al exilio por considerarme un mal augurio, aquella que trae la muerte, la hija de Hella —suspiró—. Y realmente la muerte está en mi sangre, igual que en todos los que portamos la armadura de Piscis.
Los ojos de Bellatrix se anegaron en lágrimas mientras su mano se detenía sobre el corazón de Björn.
—¡Cuánto lo siento!... No me percaté que tu corazón se hallaba tan débil —se disculpaba entre lágrimas—, ahora, en lugar de ayudarte a cruzar a salvo mi jardín, he sellado tu muerte.
—¿De qué estás hablando? —tartamudeó Castor.
—El último ataque de Bellatrix no fue un error —concluyó Cannon y explicó—: Fue una inoculación; una microdosis del veneno contenido en su sangre, para que pudieramos cruzar y así seguir nuestro camino, sin en cambio, para Björn resultó contraproducente.
—No te culpes —dijo Björn, tomando su mano entre la suya—, tú no podías saberlo, además, gracias a eso es que puedo estar junto a tí y agradecerte por haber salvado mi vida.
—No fue nada. Tu padre salvó la mía, se lo debía —respondió con una hermosa sonrisa—, sólo le devolví el favor, no fue fácil hallarte y al final... he fallado. Mi querido, querido Björn...
La última exhalación de la dama de Piscis fue tras pronunciar el nombre de aquel que amó como a un hijo o tal vez, como algo más.
Gruesas lágrimas recorrieron las mejillas de Björn. Cástor se acercó a él, colocando una mano sobre su hombro; es la primera vez que lo veía llorar de esa manera. El joven nórdico sostuvo el cuerpo sin vida de Bellatrix y le abrazó con fuerza contra su pecho; sus lágrimas cayeron impregnado el cabello de la áurea. Pronto, su cuerpo se desvaneció y su armadura fue enviada a su lugar en la Villa de Atenea junto a las de sus demás compañeros caídos.
—Debemos seguir —le instaba Cástor a levantarse.
Hincado sobre las rosas, Björn permanecía inmóvil, únicamente dejó caer los brazos mientras sus lágrimas poco a poco se detenian. En un espasmo involuntario, un poco de sangre salió desde su boca, salpicando las hojas y los pétalos de las rosas alrededor.
—No creo poder avanzar más hermanito —dijo mientras intentaba contener la tos y la sangre en su boca.
—¡Cannon, haz algo por favor! —exigió Cástor con desesperación al ver la condición de su hermano—. Ayúdalo como lo hiciste con Aurelio.
Cannon solo negó con la cabeza. Aunque su técnica de curación es muy poderosa, nada puede hacer contra el veneno de las "Espinas Carmesí" de Piscis. Cástor y los demás se ven obligados a aceptar que poco a poco la vida de Björn se extinguirá.
—Apresurense a llegar con Atenea. No pierdan más tiempo —exhortó el joven nórdico y tratando de dibujar una sonrisa en su rostro, añadió—: Yo resistiré aquí.
Más allá del templo de Piscis, en la entrada de la casa de Acuario, Dante puede sentir a Björn sentado sobre la hierba. Un vínculo muy especial les une –tal y como Sora les había dicho–, así que, utilizando aquella vía de comunicación que Cástor abrió mediante el Vishuddha, Dante se comunicó con él.
«Cástor, no te preocupes. Tú y los demás sigan adelante —dijo—. La vida de Björn la he anclado a la mía, al igual que la de Ilitia y la de Aurelio; a través del Muladhra y la tierra bajo nuestros pies, su vida no se desvanecerá antes de que llegar con Atenea y enfrentarnos a Hades»
—De acuerdo —resopló Cástor con una sonrisa forzada y dando la media vuelta, él y sus tres compañeros se dispusieron a dar caza a Hades.
A la distancia, Philiph de Pegaso estuvo a punto de gritarles; el santo del Cisne de nuevo le cubrió la boca y lo escondió tras los matorrales.
—¿Qué crees que haces? —reclamó indignado—. ¡Van en dirección contraria!
—Shhhh...
El santo del Cisne, más cauteloso y sabio, creó mariposas de hielo que envió con ayuda de una ventisca helada hacia "Ella".
Cuando Krysta alcanzó a verlas, se detuvo, los demás, que iban al frente también lo hicieron. Vieron las mariposas revoloteando a su alrededor y después de llamar su atención, estas volvieron hasta donde "Él" y Philiph se encuentraban. Una vez cumplido su objetivo, las mariposas se desvanecieron y los dos santos de bronce se pusieron de pie, mostrándose al fin.
"Ella" y "Él" se observan a la distancia, no podían ocultar su alegría y, sin embargo, con la misma intensidad la amarga realidad les paralizó. ¡En qué broma cruel del destino habían caído, pues ahora que por fin han vuelto a encontrarse, la muerte les amenaza! El silencio, hace que la distancia entre ambos se vuelva aún más grande.
—¡Escuchen! —llamó Philiph para romper el silencio—. Atenea nos envío para guiarlos ante ella. —Los diamantados se acercaron hasta ellos—. Hay que darnos prisa, pronto anochecerá y si de día éstas tinieblas no nos dejan ver, no quiero estar aquí cuando obscuresca.
—¿Cómo estás tan seguro de qué hora es?, si como has dicho, ¡no se vé nada! —replicó Cástor.
—Por el reloj de las doce casas —explicó el del Cisne, rompiendo el contacto con la mirada que hasta ese momento había sostenido con "Ella".
En todo el tiempo que habían estado en el santuario, los santos de Diamante no habían prestado atención a la enorme torre que representaba las doce casas y al igual que un reloj marcaba el tiempo con enormes flamas.
—Hades y su ejército atacaron cerca del amanecer, en ese momento el reloj apenas se había encendido —continuó explicando—, ahora, la llama en la casa de Piscis casi se extingue, eso significa que han pasado doce horas aproximadamente desde su arribo al Santuario. El invierno está cerca y los días comienzan a acortarse, es por eso que sabemos que pronto anochecerá.
—¿Solo han pasado doce horas? —se lamentó Fobos con voz sombría—. Juraría que ha sido más tiempo.
Mientras tanto, Hades ha llegado a su destino: la villa de Atenea. Dentro de ella, en la sala del patriarca, yacen incrustadas en los muros las cajas de Pandora que contienen las armaduras de los caballeros dorados caídos hasta ese momento. Hades contempla el lugar, en ese momento una estela luminosa cruza enfrente del rey del Inframundo. Bellatrix de piscis acaba de morir y su armadura ha llegado a ocupar su lugar frente al trono del patriarca, junto al resto de sus compañeros caídos.
—Atenea y los otros ya se han marchado —dijo una voz entre las sombras.
—¿Han huido? Y, ¿a dónde? —preguntó Hades.
—Yo cómo voy a saberlo —resopló Hipnos con desinteres saliendo de detrás de una columna—, pero supongo que los que te vienen pisando los talones van hacia ella.
Un gesto de molestia se marcó en la frente del poderoso Hades, estaba seguro que esos molestos diamantados habían muerto al interior de la casa de Piscis. Su cosmo había desaparecido y no hubo rastro de ellos en todo el camino.
—¿Tú qué haces aquí? —reprochó con molestia.
—Esperándolo, por supuesto.
—¿Y en dónde está tu hermano? Ustedes dos siempre están juntos.
—Thanatos ha estado actuando un poco extraño desde que fuimos a esa biblioteca —criticó—. No tengo idea de lo que pasa por su cabeza.
—Sí —reconoció Hades y cerró los ojos—, pude sentirlo. Hizo un buen trabajo destruyendo ese lugar —elogió finalmente—. ¿Ah, no lo sabías?
Hipnos estaba desconcertado, no podía creer que su hermano hubiese destruido aquel lugar, al que parecía tenerle respeto, incluso se había contenido para no matar a sus habitantes.
—La verdad es que me despidió poco antes de que encontrara lo que sea que haya ido a buscar.
—Tal parece que jamás estarás a su altura —recalcó, sólo para molestarlo.
Tras la breve conversación, Hipnos desapareció de la presencia de Hades.
Entonces, él envió a uno de los tres espectros que le acompañaban a perseguir a aquellos que se habían burlado de él y burlado de la muerte misma.
«¿Qué es lo que Thanatos esta planeando?» Se repetía para si mismo. Claramente traía algo entre manos a espaldas suyas y eso le inquietaba.
Con parsimonia, caminó y se sentó en el trono de la sala del patriarca, desde allí miró a su alrededor con tranquilidad. Tenía tantas ganas de romper el cuello de Atenea, pero al parecer, sus planes debián posponerse un poco todavía.
Por fin había logrado exterminar a los doce caballeros dorados, los únicos que en cada Guerra Santa se habían interpuesto entre él y su destino. Al ver las armaduras incrustadas en la pared, una ira indecible le recorrió todo el cuerpo; recordando humillaciones pasadas y previniendo cualquier desenlace futuro, decidió poner fin a esas odiosas armaduras. Con un despliegue enorme de su cosmo hizo explotar la cámara del patriarca junto con todas y cada una de las nueve armaduras doradas que allí se encontraban, reduciéndolas a polvo, del mismo modo que había pasado con la armadura de Leo.
De entre los escombros, los dos espectros restantes esperaban tranquilos las órdenes de su señor, mientras que lo único que había quedado en pie era el trono de piedra sobre el que Hades permanecía sentado.
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El combate final está cerca, los doce caballeros dorados han fallecido a manos de Hades y sus espectros; ahora incluso sus armaduras han desaparecido.
Sus aliados, aquellos que llegaron a socorrer al santuario, han sufrido a causa de heridas y cansancio; ahora, los que quedan, estan recorriendo el sendero que los llevará ante Atenea, antes de que sus últimas fuerzas se agoten.
El tan añorado encuentro entre "Ella" y "Él" estaba siendo opacado por las circunstancias; se miraron al estar frente a frente más no habían cruzado palabra alguna hasta el momento. Al avanzar, "Él" se encontraba al frente, guiándolos por el estrecho camino en la montaña, justo detrás de él avanzaba Krysta y trás de ella, Cannon. Pegaso, sintiéndose un poco fuera de lugar, se deslizó por un costado retirándose con los otros.
—¡Hola!, por cierto, mi nombre es Philiph de pegaso y ustedes son...
«Pero, ¿¡qué es lo que he hecho!?»
Es la pregunta que se repetía en la mente de Krysta una y otra vez. Cannon, intuyendo lo que pasaba por su cabeza se acercó hasta quedar junto a ella.
—¿Qué he hecho? —lamentó en voz alta, llevando una mano hasta su rostro para intentar contener el llanto que amenaza con brotar—. Les he arrastrado a este lugar de muerte sólo porque no estaba dispuesta a dejarlo morir.
—No te culpes por lo que está ocurriendo —le respondió tranquilo—. Cada uno de nosotros decidió por sí mismo acompañarte, no nos obligaste.
—¡Y ahora están muriendo! Aurelio, Ilitia, Björn y probablemente Dante también. —Desvió la mirada con pesar y remordimiento—. ¿Por qué?, ¡por mi culpa! No podría perdonarme jamás si de verdad llegasen a perder la vida en este lugar.
—Escuchame bien. —Cannon se detuvo frente a ella y la sujetó del mentón con suavidad—. Mírame y entiéndelo: tienes que dejarnos ir.
Esos hermosos ojos grises ya no pudieron retener las lágrimas.
—No puedes cargar con el peso de nuestras vidas sobre tus hombros —continuó diciendo—; debía ser así, desde el inicio nuestras almas estuvieron conectadas, incluso en el Palacio o ¿es que ya no lo recuerdas? Ahora, juntos lucharemos para librar al mundo de Hades y tú eres, de entre todos, quién deberá sobrevivir y cada uno de nosotros te ayudaremos a llegar al final.
—¿Qué estás diciendo? —replicó "Ella" limpiando sus lágrimas—. Yo no soy nadie, no soy diferente a ninguno de ustedes.
—Eres más importante de lo que crees, pequeña Krysta, pero debes aprender a aceptar tu destino.
—Destino... —pronunció con desdén y apartándose de él prosiguió el camino. Ahora habían quedado al final—. ¿Acaso no podemos ser dueños de nuestro propio destino?
—Yo no sé qué responder a eso —pronunció Cannon contristado—. Lo único que sé es lo que Sora dijo, que debes “dejar atrás los lazos mundanos que te atan a esta existencia y te separan de tu verdadero ser”. Solo así podrás desplegar tu verdadero poder y derrotar a Hades; y además, lo que el maestro Vladimir me pidió...
Ella le dirige una breve mirada.
—Me pidió protegerte —continuó— y ayudarte a comprender que tu destino está más allá de este lugar .
—Todos me dicen lo mismo —protestó algo cansada—, ¿exactamente qué significa eso?
—Creo que eso es algo que tú tendrás que descubrir, seguiré junto a tí hasta el final, te lo prometo, pase lo que pase estaremos juntos, aún cuando estemos al borde de la muerte no te dejaremos sola.
Ahora, Krysta podía sentir en su corazón la vida de sus compañeros que habían dejado atrás. Era capaz de sentir, a cada paso que daba, la respiración tranquila y débil de Aurelio que permanecía a las afueras de la casa de Capricornio; el amor de Ilitia y la fuerza de Dante en la casa de Acuario y el gran corazón de Björn que, aunque débil, continuaba palpitando, allí en el jardín de "Rosas demoníacas reales" en la casa de Piscis.
Una débil sonrisa se dibujó en su rostro.
—Ahora deja de perder el tiempo y mejor vé a hablar con él —instó Cannon empujándola por la espalda—. No sabemos lo que nos espera, así que será mejor que aproveches cualquier momento que puedas tener a su lado. ¿No lo crees?
Krysta se sonrojó y sonrío un poco por la sugerencia de su amigo y apresuró el paso para alcanzar al Cisne que llevaba la delantera junto con Fobos; sin embargo, algo frente a ellos cayó desde el cielo obligándolos a separarse. Krysta cayó de espaldas como si una ráfaga le hubiese golpeado. Fobos se mantenía de pie a la distancia, protegiéndose a sí mismo y a los demás con las alas de fuego, pues al parecer, lo que había caído estaba envuelto en llamas.
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