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El camino al inframundo


A las afueras de la casa de Géminis...

Los ocho diamantados habían llegado a la entrada de la casa de Géminis y se preparaban para entrar.

—¿Qué es ese sonido? —cuestionó Fobos.

Procedente del interior, se escuchaban murmullos y gritos que hacían que al pobre Fobos se le pusieran los pelos de punta.

Ilitia se había puesto el lazo alrededor de la cintura y estaba haciendo lo mismo con cada uno de sus compañeros, entrarían unidos por el hilo glacial y guiados por ella para no perderse dentro del laberinto.

—¡Quieres quedarte quieto Fobos! —recriminaba Ilitia al no poder terminar su labor por que su amigo estaba tan nervioso que cambiaba de posición constantemente—. ¡Listo! Ahora solo faltas tú Cannon.

—Una vez dentro, ¿cómo sabremos por donde ir? —Aurelio tenía un gesto de incredulidad mientras veía alternadamente a Ilitia, el hilo glacial y la entrada.

—Ilitia nos guiará —Dante sonaba muy seguro de ello.— El cabello del santo de Aries nos dará algún tipo de señal que estoy seguro que ella sabrá interpretar.

Con Ilitia a la cabeza, se internaron en la casa de Géminis. El hilo glacial parecía brillar más intensamente señalando el camino que debían seguir.

—Esas voces, ahora suenan más claras. —Los nervios de Fobos parecían estabilizarse.

—Deben ser espectros que quedaron atrapados dentro del laberinto —aseguró Dante con tranquilidad.

—¿Qué haremos si nos cruzamos con uno? —preguntó con cautela Aurelio.

—Acabar con él antes de seguir adelante. —Por el momento, Dante parecía tener todas las respuestas.— No podemos permitir que nos sigan.

—Cannon —solicitó Krysta—, avísanos si alguno comienza a seguirnos.

Después de un rato, alcanzaron a ver un destello de luz que señalaba la salida de la casa de Géminis. Siguieron adelante apresurando el paso, seguros de que podrían salir, sin embargo, chocaron entre sí, pues Ilitia se detuvo sin aviso. Frente a ellos se encontraba la imponente figura del caballero dorado de Géminis; la luz que habían visto no era otra cosa sino el brillo de su armadura. Parecía un gigante y se encontraba bloqueándoles el paso.

—¿Quiénes son ustedes y con qué derecho sortean el laberinto de mi recinto? —Su voz se escuchaba como un eco ensordecedor.

—Somos caballeros de diamante pertenecientes al ejército del Sol y la Luna —contestó Dante sin vacilar.

—Hemos venido desde el Palacio del Invierno a ayudar en ésta Guerra Santa —añadió Krysta—. Yo conocí al santo de Aries hace muchos años, él nos dio una guía para seguir adelante y no quedar atrapados. Por favor, confía en nosotros y dejamos pasar.

La figura frente a ellos se cruzó de brazos. La voz del guerrero sagrado de Géminis ahora fue escuchada por cada uno dentro de sus mentes. Era incómodo tener a alguien urgando en tu cerebro, los diamantados se quejaron un poco, pero la intromisión no duró mucho, solo unos cuantos segundos.

—Muy bien, los dejaré seguir adelante, no por que confíe en ustedes —enfatizó el de Géminis—, más bien, porqué he visto que son poderosos y tenerlos de nuestro lado es una ventaja; no obstante, sepan de antemano que si hacen algo en contra de este santuario yo seré quien termine con sus vidas.

Todos asintieron al tiempo que la figura frente a ellos reducía su tamaño hasta quedar a su altura. Se aproximaron a él, pero se desvaneció ante sus ojos, diciendo: "Espero conocerlos en persona en la casa de Libra"

—Entonces, él no está aquí —precisó  Aurelio.

—Parece que solo está reteniendo a los espectros, y así se reduzca el daño que puedan causar al santuario —Dedujo Björn con acierto.

—Pero si él es eliminado, ¡los espectros aquí, podrán abandonar el laberinto sin problemas! —enfatizó Ilitia, siempre preocupándose de más.

—Es la segunda casa, tardarían en avanzar —Como era costumbre, Aurelio le tranquilizaba—. Además, con suerte ésto terminará antes de que tengamos que preocuparnos por unos cuantos espectros rezagados.

—Es cierto, una vez que Hades sea detenido, sus espectros ya no significarán ninguna amenaza —confirmaba Cannon lo dicho.

—¡Pues apresuremos el paso! —gritó entusiasmado Cástor, empujando a Björn y haciendo que éste chocara con Krysta—. Ya quiero conocer a tan poderoso guerrero. ¡Imagínense, es capaz de mantener las iluciones de la casa de Géminis desde lejos!

—Sigue siendo un pequeñuelo  —murmuró Aurelio en el oído de Ilitia, haciendo que ella soltara una risita, sin embargo, todos lo escucharon.

—¡Oye! Ven y dímelo en mi cara "señor madurez" —replicó Cástor—. Yo no soy el que quería un autógrafo del santo de Acuario.

Al oír esas palabras, Ilitia volteó a verlo incrédula y Aurelio dió un respingo.

—¡CIERRA LA BOCA! —Fue lo único que atino a decir.

—¡Qué!, ¿acaso temes que tu novia se ponga celosa? —espetó Cástor.

Ahora fue Ilitia la que respingó y miró a Aurelio de reojo que ya tenía toda la cara sonrojada.

—¡¡QUÉ CIERRES LA BOCA!! —dijeron ambos al unísono.

Esa pequeña discusión provocó una sonora carcajada por parte del resto y que ambos terminaran con el rostro como tomates. Krysta solo sonrió disimuladamente con una mezcla de alegría y nostalgia. Sin darse cuenta, ya habían salido de la casa de Géminis. El hilo glacial que los mantenía unidos brilló intensamente antes de desvanecerse. El último vestigio del cosmo de Aries se juntó en una pequeña esfera, depositándose un instante en las manos de Krysta -era una despedida- para después salir disparada hacia el final de las doce casas.

—Allá es a donde debemos llegar —informó Cannon señalando en dirección a la brillante esfera y colocándose al frente del grupo—. ¡Apresurémonos! Aún nos falta mucho que recorrer.

En la Villa de Atenea...

En tan solo unos minutos, Marian fue testigo de como todos y cada uno de sus amados guerreros caían sin remedio en el sueño eterno de la muerte; aquellos heridos de gravedad sufrían hasta su último aliento, por otro lado, los que habían llegado por su propio pie, con apenas una leve herida, morían de un instante a otro sin previo aviso. Todos los cuerpos fueron acomodados a las afueras por los soldados de la Villa, cuyos rostros apagados y carentes de esperanza se confundían con aquellos lívidos y sin vida.

En las afueras de la Villa de Atenea, se encontraban los únicos guerreros que seguían con vida: el Cisne, Philip de Pegaso, Carlo de Delfín y el patriarca Immanuele, antiguo caballero dorado de Libra. Los cuatro, habían salido a petición de Atenea, quien requería un momento a solas para procesar lo ocurrido y decidir que camino tomar.

—Esto es perturbador —comentaba el patriarca—, aquellos que seguían en pie y parecía serían la guía de generaciones futuras, simplemente se... "apagan".

—Y aquellos que con cuidados y reposo podrían salvarse —añadía el del Cisne—, agonizan empeorando a cada segundo, hasta que pierden la esperanza y mueren.

—¡Maldito Hades! —gritaba un furioso Pegaso mientras golpeaba una de las piedras—. ¿Qué es lo que tiene en mente?

—No es obvio Philip —respondía tranquilamente el del Cisne—, él pretende ganar esta Guerra Santa, pero si acaso pierde, sus acciones le garantizan borrarnos de la faz de la tierra.

—Eso impediría que surgiera una nueva generación para recibir a Atenea y pelear por la tierra —murmuró Immanuele, que sin darse cuenta pensaba en voz alta.

—Gane o pierda, la humanidad quedará sin esperanza. —El joven caballero de Delfín se había sentado en el piso y abrazaba sus rodillas hundiendo la cabeza, sintiéndose totalmente derrotado.

—¡¡¡Jamás!!! Me reuso a perder la esperanza, ¡me oyes! —Philip de Pegaso se había parado frente a Carlo—. ¡Seguirá viva mientras yo respire y aún más allá! Si ustedes quieren darse por vencidos, es su problema, pero entonces aléjense de mi que no quiero contagiarme de su apatía —sentenció,  les dio la espalda y comenzó a caminar hacia el interior del lugar.

—Oye, no seas así, nadie se está dando por vencido. —El del cisne lo alcanzó y puso la mano sobre su hombro—. Aunque el futuro no pinta muy bien, aún hay posibilidades, además, nosotros seguimos vivos, ¿o no?

Philip le dio una de sus clásicas y confiadas sonrisas, de pronto ambos quedaron serios sintiendo un cosmo familiar que se aproximaba.

—Esto es... —dijo pegaso poniéndose serio y al instante siguiente una alegría inmensa le invadió—. ¡Es Bóreas! Lo ven, no todo está perdido, si él ha llegado hasta acá seguramente ganaremos.

Sin pensarlo dos veces echó a correr hacia donde estaba Atenea. Carlo se levantó de donde estaba y le siguió, el único que no se movía era el del Cisne, se había quedado pensativo.

«¿Bóreas?, es verdad, no obstante, este cosmo se parece mucho al de...»

—¿Te quedarás allí? —habló el patriarca mientras pasaba a su lado haciéndolo salir de sus pensamientos.

Ambos caminaron para encontrarse con Philip y Carlo que ya habían llegado a las puertas del lugar.

—¡Philip espera! —Le detuvo el de Delfín antes de empujar la puerta.

—¡Eh!, ¿qué ocurre Carlo?

—Es solo que, no quiero que nos hagamos falsas esperanzas, aunque fuese Bóreas, tú mismo dijiste que se quedó luchando contra los espectros, y bueno... —Dejó de hablar pues Pegaso le reprendió con la mirada.

—Sí, lo se, todos han muerto, pero hablamos de un dorado, tal vez, a ellos no les afecte.

Miró al joven Carlo con una sonrisa y este se la devolvió, Pegaso realmente tenía un don para hacerte recobrar la esperanza.

Los cuatro entraron a la vez al salón,  pero, no había nadie en el lugar a excepción de Atenea que se encontraba sentada sobre su trono y miraba atenta una esfera de luz que sostenía entre sus manos. Philip avanzó primero algo extrañado, podía sentir claramente el cosmo de su amigo y maestro en el lugar, pese a eso, no veía a nadie más. Detrás suyo avanzaron los demás; el del Cisne parecía ausente, mirando en todas direcciones como buscando algo. Al estar frente a Marian notaron lágrimas que recorrían su rostro y también, una ligera sonrisa surcaba sus labios.

—¿Qué ocurre señorita Atenea? —preguntó el patriarca con algo de inquietud.

—En donde, ¿dónde está Bóreas? —preguntó Pegaso confundido mientras miraba en todas direcciones.

—El guerrero sagrado Bóreas de Aries —declaró Atenea con tranquilidad—, ha muerto.

Esas palabras paralizaron a Philip quien no pudo evitar que sus ojos se nublaran ante tal declaración.

—¡Maldición! —murmuraba apretando puños y dientes con indignación.

—Y sin embargo, nos ha enviado un mensaje, ¡con su último aliento nos ha traído esperanza y ayuda! —enfatizó la diosa.

Marian se levantó mostrando la esfera entre sus manos y elevándola sobre su cabeza, al hacer esto, la esfera se desplegó en un millón de chispas que formaron la imagen de ocho guerreros. Cinco eran varones, sus armaduras eran idénticas unas a otras: cubrían por completo sus cuerpos de pies a cabeza, con amplias hombreras y cuellos altos; las piernas y brazos terminaban en triángulo a la altura de las rodillas y codos, el pecho tenía un curioso diseño de líneas curvas que se unían al centro, en donde carecían de protección, otra línea similar bajaba rodeando la pierna desde la cadera hasta el tobillo; el casco era similar al de Acuario, con amplias aletas a los lados, pero en vez de cubrir la frente, pasaba por arriba de la cabeza como una gruesa diadema; el cinturón era ancho y parecía estar cubierto por diamantes. Si prestabas atención, en el dorso del guantelete, las esquinas del cuello y la gema central del cinturón, podías distinguir un sol y una luna en eclipse grabadas tenuemente.

Las otras dos figuras eran femeninas, el diseño de la armadura era similar a las anteriores, pero carecían de hombreras y el cinturón era más delgado, además, eran diferentes una de la otra, al contrario de las de los varones. Una de ellas (la de Ilitia) llevaba el antebrazo desnudo, carecía de protección en los muslos y en su lugar llevaba una especie de faldón corto que terminaba en puntillas decoradas con cristales que semejaban copos de nieve, el casco también era mas pequeño, tanto en la diadema como en las aletas de los lados. La otra armadura era completa, sin hombreras y sin casco. Todas ellas parecían hechas de cristal.

—¿Quiénes son ellos? —preguntó el patriarca.

—Ellos son nuestra ayuda —respondió Marian y volteando a ver al del Cisne, continuó diciendo—: ¿Por qué no nos dices quiénes son?, tú debes conocerlos bien, ¿no es así?

Todas las miradas ahora estaban sobre el santo del Cisne que miraba asombrado, reconociendo a sus antiguos compañeros en las imágenes enviadas por el cosmo de Bóreas. Comenzó a señalar las imágenes mientras decía sus nombres:

-—Cannon, Fobos, Björn, Ilitia, Dante, Aurelio, Cástor y... "Ella"  —Esa ultima palabra la dijo casi en un murmullo.

—¿Quién exactamente es "Ella"? —exigió Immanuele con severidad, haciendo que el del Cisne se crispara.

—Eeella —tartamudeó, trago grueso y suspiró antes de continuar—, ella es la nueva Krysta del palacio del invierno. — «¡¿Por qué abandonó su lugar?!» pensaba preocupado—. Ellos deben haberla acompañado, sin duda, para ayudar al santuario.

—Así es —confirmaba Atenea mientras salía al balcón—. Ellos se encuentran a las puertas de la casa de Cáncer y vienen hacia aquí. Pronto se cruzaran con el enemigo que ya entró a la casa de Leo.

—¿Qué hay de los otros caballeros dorados? —preguntó el joven Carlo con impaciencia. Atenea negó con la cabeza.

—Solo puedo sentir débilmente a Fausto de Cáncer y de Leo en adelante.

Esas palabras helaron el corazón de Carlo, la poca esperanza que aún guardaba su corazón se esfumó, sus piernas flaquearon, hasta parecía olvidar que refuerzos se hallaban corriendo tras los espectros.

Frente a la casa de cáncer...

Sentado sobre las escalinatas de la casa de Cáncer, se encontraba Fausto, de cabello corto y negro; con semblante serio miraba el cielo tranquilamente.

—¡Vaya, por fin han llegado! —expresó poniéndose de pié y avanzando hasta los diamantados.

Poco antes de llegar hasta ellos trastabilló y se dejó caer en el piso respirando con dificultad, esto alarmó a los ocho que corrieron a su encuentro. No parecía tener ninguna herida de gravedad y hasta su armadura se veía intacta, sin embargo, su cosmo disminuía rápidamente.

—¡Maldito Hades!, mi vida terminará antes de lo previsto —murmuró con molestia.

Cannon que se había aproximado a ayudarle, lo levantó y colocó en una roca para que se sentara.

—Estúpido Mizar —masculló—, por sus malditas dudas ya no me quedan suficientes fuerzas. Quién lo diría, hace siete años yo era el que estaba levantándote de entre el lodo.

Krysta abrió con sorpresa los ojos y fijó su vista en el dorado, reconociéndole como uno de los cuatro que se encargaban de llevar prospectos hasta el palacio de invierno.

En la Villa de Atenea...

—Entonces, ni siquiera los dorados son capaces de sobrevivir al ejército de Hades —hablaba Philip, mas con desprecio y no con desesperación.

—Y sin embargo, tú sigues con vida —enfatizó el patriarca—. Fuiste el primero en toparse con Hades y sus espectros, llegaste aquí herido...

—Es cierto, todos los que fueron heridos ya han muerto —admitió el del Cisne—, por otro lado tú sigues vivo e incluso tu herida ya ha sanado.

—Mmmmm —dijo Philip recordando lo ocurrido—, ahora que lo mencionas...


En ese momento Philip procedió a relatarles lo ocurrido en la casa de Aries:

—¿Qué ha sido eso? —Abría los ojos un perplejo Pegaso, viendo como pasaba alguien a toda velocidad frente a él—. ¿Aaacaso, ha sido el enemigo?

—¡No seas tonto, no lo habría dejado pasar! —respondió Bóreas—. Era el santo del Cisne, él estaba en el frente junto con Águila y Lyra. Mmmm, esto no me gusta, parece que lleva un mensaje para Atenea.

—¡Philip, presta atención y no bajes la guardia!

El dorado de Aries se veía tenso, un sudor frío empezó a recorrerle la espalda.

«No es posible, no logro sentir ningún cosmo, ¿qué ha sucedido, en dónde están todos?»

Como si los hubiera invocado, frente a él aparecieron cinco espectros que sonreían con sorna; ataviados con surplices que iban desde el azul profundo y el morado, hasta el negro. Detrás de ellos, una figura cubierta de pies a cabeza llamo la atención de Bóreas.

—Así que tú eres uno de los tres que dirigen a los espectros de Hades —hablo el dorado—. ¡Muéstrate!, ¡¿quién eres?!

—Tan ansioso estas de morir caballero —declaró aburrido.

El aludido avanzaba colocándose al frente de los espectros, en un movimiento se despojó de la capa que lo cubría, los espectros se arrodillaron.

—¡Contempla, al dios del Inframundo! —declaró Hades con potestad.

—Así que tú eres el maldito de Hades, que valiente eres para mostrar tu cara por aquí —Philip hablaba con  total falta de respeto—; gracias a eso será más fácil enviarte de regreso.

Hades le miró con semblante serio, desenfundó su espada y le señaló con ella.

—Tú serás quien parta al inframundo en este instante, no estoy dispuesto a soportar tu insolencia una vez más —sentenció Hades.

Con un movimiento de su espada, Hades lanzó un poderoso ataque, sin embargo, fue repelido por el "Muro de Cristal" que Bóreas había desplegado.

Con una seña lanzó a sus espectros contra Bóreas mientras él se dirigía a atacar a pegaso.

Los ataques de los espectros fueron devueltos por el Muro de cristal, derrotándolos así por su propio poder y dando tiempo para que Bóreas llegara hasta donde Philip se encontraba. Justo a tiempo se interpuso entre él y Hades, Philip apenas recibió una décima parte del poder enviado por la espada, haciéndolo volar contra las columnas de la casa de Aries.

—¿De verdad crees que podrás detenerme? —interrogó Hades a Bóreas clavando sus profundos ojos en él.

Bóreas había detenido el ataque de su espada con un brazo, en realidad no era mucho el daño recibido. Empujó al dios del Inframundo para separarse y se puso en guardia, Hades no se inmutó, con calma enfundó su espada y avanzó hacia él con los ojos cerrados. Philip alcanzó a ver como Hades pasaba a través del caballero de Aries y proseguía con su camino.

En ese instante, el rostro de Bóreas se tensó al sentir como era atravesado por Hades, al mismo tiempo, el Muro de cristal se derrumbó y todos los espectros se abalanzaron contra él y contra Pegaso, quien apenas se había puesto de pie y ya estaba recibiendo una serie de golpes en el estómago a manos de un espectro.

—¡METEOROS DE PEGASO!

Al instante el espectro fue lanzado lejos y Bóreas pudo confirmar que la  surplice de este, era destruida.

—¡A dónde crees que vas maldito! —espetó el de Pegaso a Hades al ver que se disponía tranquilamente a cruzar la casa de Aries.

—¡Philip, no te le acerques! —advirtió Bóreas al ver sus intenciones.

Él ya se hallaba enfrascado en una batalla; viendo que Hades había cambiado de dirección hacia donde Philip se encontraba y sabiendo que no le haría caso...

....................


—Cuando pude darme cuenta Bóreas ya me había enviado detrás de la casa de Piscis —concluyó su relato—. Así que corrí hasta aquí a advertir a Atenea de la presencia de Hades.

—No lo entiendo. —Carlo estaba realmente confundido—. Fuiste golpeado por un espectro ¡pero no has muerto!

—Creo que yo podría tener una idea.

Todos voltearon hacia la entrada, allí, oculto tras una columna se hallaba un caballero de plata, él había sido de los últimos en llegar, sus dos compañeros ya habían muerto y él, pese a tener una herida en la pierna seguía con vida. Se trataba de Argo de Perseo.

Con el caballero de Cáncer...

—¿Qué es lo que te ocurre? —preguntó Ilitia—. No pareces estar herido.

—Ese maldito de Hades ha encontrado la manera de arrastrarnos a todos al inframundo —Miró a Krysta y la llamó—. Parece que tú y tus amigos han llamado la atención de Hades, ahora será imposible que crucen la casa de Cáncer.

—Pero, ¿de qué estás hablando? —reclamó Aurelio con molestia—. ¡No hemos venido hasta aquí para nada!

—Como Shang de Tauro y Mizar de Géminis se encargaron de mermar su comitiva —explicó Fausto—, él decidió abrir la conexión entre la casa de Cáncer y el inframundo para traer a sus espectros, no había ningún problema, pero después de darse cuenta que venían pisándole los talones, el muy maldito la abrió permanentemente, por lo que si entran, irán a parar directamente al monte Yomotso y dudo que puedan salir de allí por sus propios medios.

—¿Y ahora? Thanatos e Hipnos están cerca, ¿qué haremos si no logramos llegar hasta Atenea? —murmuraba Fobos.

—¿De verdad creen que pueden hacer algo? —objetó Fausto de Cáncer levantando una ceja.

—¿Nos estas menospreciando? —reclamo Krysta—. ¡Es cierto que no somos caballeros de Atenea pero no significa que seamos inferiores!

—No, no, lo sé. El poder de algunos de ustedes es equiparable a un santo de oro —insinuó con naturalidad— y además poseen técnicas bastante interesantes, ¿no es así Fobos?

El aludido no supo que contestar y sólo miro al dorado con intriga y después con extrañeza cuando éste comenzó a reír.

—Desde que los dejamos en ese palacio sentí una enorme curiosidad —confesó Fausto—, así que me mantuve vigilándolos.

—Pero, ¿cómo? —preguntaron más de uno.

—Ah, yo tengo mis medios, y después, aunque me entristeció la muerte de Daniele; ¡ah!, era una verdadera belleza; su alma me contó muchos detalles interesantes y se mantuvo así hasta hace poco.

—¿Retuviste su alma? —reclamó Ilitia con dolor—. ¡Tú te atreviste...!

—Claro que no, yo no puedo hacer eso —aclaró de inmediato—, ella no se quería ir, se sentía culpable por haber sucumbido a su temor, así que decidió ayudarles y así encontrar su descanso. En fin, no me queda mucho tiempo, pensaba guiarlos a través de la casa de Cáncer para que no quedaran atrapados en el inframundo, pero ahora... —Su semblante se había ensombrecido—. ¡Escuchen, presten atención, hagan lo que hagan, no dejen que Hades se les acerque!

En la villa de Atenea..,

—Tú, creímos que... —exclamó Carlo perplejo,

—Sí, yo también creí que caería muerto en cualquier momento, así que salí y me recosté junto a mis amigos antes de que tuvieran que sacarme cargando, pero, aquí estoy —explicó Argo de Perseo—. Entonces entré y escuche tu relato, algo similar ocurrió cuando mis compañeros y yo nos topamos con Hades en la casa de Tauro, él se multiplicó de pronto, pero no nos atacó, sólo paso a través de cada uno. Tratando de evadirlo, me moví unos segundos antes y lo que él atravesó fue mi proyección astral. Mis amigos están muertos, pero yo sigo con vida.

Con el caballero de cáncer...

Todos escuchaban atentos el descubrimiento que Fausto había hecho, estaban indignados y al mismo tiempo su ira contra el enemigo iba en aumento.

—De alguna forma, Hades se lleva un trozo de tu alma enviándolo hasta las Moiras —explicaba Fausto—, modificando así tu destino, una vez que Aisa corta el hilo de la vida, es ahí donde interviene Thanatos, llevándose la vida de aquellos que en otro caso podrían seguir viviendo; del mismo modo, las Keres encuentran a los heridos de gravedad y devoran sus almas enviándolos al inframundo.

—¿Entonces no hay manera de salvarse? —inquirió Björn.

—Si Hades atraviesa tu cuerpo, hagas lo que hagas, invariablemente morirás —reiteró.

—Entonces le deberemos inmovilizar antes que logre atacarnos —Dante hablaba muy seguro—. Podríamos congelarlo.

—¿Congelarlo? ¡Estamos hablando de un Dios —replicó Fobos—, no de un espectro cualquiera!

—Ya hallarán que hacer —aseguró el de Cáncer—, pero ahora, lo primero es solucionar cómo atravesarán la casa de Cáncer, yo moriré de un momento a otro.

Al decir estas palabras su armadura se desprendió de su cuerpo -a excepción de su yelmo- y de no ser por que Cannon otra vez lo sostuvo  habría caído de nuevo.

—Ponme en el suelo —solicitó con voz débil—. Creo que mi cloth quiere ayudar, ¡tomenla! ¡Crucen a salvo y venzan a esos tres Dioses bastardos!

La cloth de Cáncer flotaba frente a ellos y en un parpadeo se desplegó adhiriéndose a cada uno. Cannon recibió el brazo derecho, Fobos el izquierdo; Cástor la pierna izquierda y Aurelio la derecha; Ilitia tenía la coraza sobre su pecho y espalda; Björn la parte del cinturón y Dante las hombreras. Fausto pidió a Krysta que se acercara y ella se arrodillo a su lado, su voz era muy baja por lo que debió inclinarse para poder escucharlo.

—Tu destino... está mas allá... de este mundo, manténganse... unidos —Se despojó del yelmo y se lo entregó—. Renace y prevalece, pequeña Ma...

Antes de poder pronunciar su nombre, murió.

Krysta se levantó con el yelmo de Cáncer en la mano, -su armadura no poseía un casco como la de los otros, en vez de eso, portaba una diadema sobre la frente a manera de corona- se retiró la tiara de sobre su frente para poder colocarlo en su cabeza. Observó decidida el templo frente a ellos, y sin decir nada, avanzó internándose en lo que ahora eran las puertas del inframundo, los demás le siguieron, dejando atrás el lugar donde falleció el guerrero sagrado, Fausto de Cáncer.

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