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Cambio de planes (Arco de los mortales)

(A partir de aquí me referiré a los personajes principales solo como "Él" el chico de ojos azules y "Ella" la chica de ojos grises. Aún no es tiempo de que conozcan su nombres)

En el Palacio del Invierno...

Mientras "Ella"terminaba de leer las últimas líneas, escuchó que alguien llamaba tras la puerta.

—Ptss, psst, ¿estas despierta?—susurraba una voz.

Ella no respondió pues sabía bien de quién se trataba y que, dijera lo que dijera de todas formas entraría. Terminó su lectura al mismo tiempo que el intruso entraba, recargó su cabeza en la pared y miró hacia la puerta, el intruso cerraba con cuidado y echaba el cerrojo. Ella suspiró.

—¿Por qué no dejas de venir a hurtadillas? Nos meteremos en graves problemas —decía mientras el chico de ojos azules se acercaba y acomodaba junto a ella en la cama.

—Es que es divertido colarme sin que nadie se de cuenta —sonreía travieso—, además no podía dormir y por lo visto tu tampoco.

—Si, pero si se enteran... —Él la silenció con un beso.

—Pronto lo sabrán, yo mismo se los diré. En otro lugar te habría desposado hace años (en esa época se casaban siendo aún adolescentes). Pero aquí, hay que esperar a que seamos nombrados caballeros, entonces nadie podría impedir lo nuestro. No recuerdo ninguna ley que dijera que un caballero de éste lugar no puede casarse, ¿o si?

—No... yo... tampoco... recuerdo... ninguna —Apenas si podía hablar, pues el chico de ojos celestes le daba pequeños besos en los labios. Se detuvo al observar lo que ella sostenía entre sus manos.

—¿Mmmmm? Sigues con esa piedra, de verdad no se que le ves.

— ¡¡Que no es una piedra!!

—¡¡Shhhh!!, ¡no grites! ¿quieres que nos echen? —reprendió él entre murmullos.

—Lo siento —Se encogió de hombros aceptando el regaño.

Ambos se quedaron quietos y atentos unos instantes para asegurarse de que nadie hubiese oído nada, al final soltaron un suspiro.

—No es una simple piedra —repuso ella—. ¿De verdad tu no lo vez?

Levantó el libro y lo puso a la altura de su cara sosteniéndolo con ambas manos. El chico lo miró por todos lados y después la miró a ella por encima de "la piedra" y la bajó; la miraba arqueando una ceja. Ella suspiró, al parecer era la única que podía ver la historia de ese libro.

—Bien, no importa, de todas formas el final es muy triste y parece ser de una sola lectura —Ella colocó el libro frente a ellos y volvió a recargarse con los brazos cruzados.

Él no comprendía , pero no quería pensar que estaba loca; a decir verdad, había conocimientos que él no poseía ya que desde tiempos ancestrales el guardián de ese palacio debía ser mujer y por lo tanto a ellas se les instruía en campos que a los varones no. Al verla un poco decepcionada, tomó "la piedra", bueno el libro y volvió a mirarlo con detenimiento; esta vez algo llamó su atención, sacó una navaja que llevaba oculta en sus botas y comenzó a rascar la superficie.

—¿Qué haces? ¡¡lo arruinarás!! —susurró alarmada.

—Dijiste que era de una sola lectura, ¿o no? —decía mientras se esforzaba por extraer algo de el.

Después de un poco de esfuerzo, logró liberar un par de piedrecillas brillantes que estaban incrustadas en la roca. Las miró contra la luz de la luna que se colaba por una pequeña ventana, admirandolas, la primera era totalmente azúl y la otra tornasolada.

—¿En verdad, no las habías notado? —preguntó mientras guardaba la navaja, ella negó con la cabeza—. Antes de venir aquí, yo trabajaba como aprendiz de un anciano orfebre —siguió hablando mientras buscaba algo entre sus ropas—. Mi familia nos había entregado a mi hermano y a mí para pagar una deuda (clásico de esa época).

—Tú... ¿tienes un hermano?

—Tenía, eramos gemelos, él nació débil y no pudo aguantar mucho tiempo el trabajo con el viejo, que también nos hacia trabajar en su casa, murió poco antes de que me trajeran aquí.

Ahora se puso de pie y seguía buscando algo, comenzó a desesperarse por no encontrar lo que buscaba, Ella solo miraba espectante.

—El punto es que aprendí a trabajar la joyería —Él se tumbó al piso, se quitó ambas botas y comenzó a examinarlas—. ¡¡¡¡Ajaaaaaa!!!! —dijo triunfante sacando algo de entre las botas.

—¡¡¡¡Shhhhhh!!!!

—Lo siento —susurró él—, ¡pero lo encontré!

—¿Qué cosa?

Él no respondió, volvió a sentarse en la cama y ahora trabajaba con unas finas herramientas que sacaba y metía en la suela de sus botas.

—Había pensado en hacer unos anillos idénticos para mi hermano y para mí —relató mientras trabajaba—, así poseeriamos algo y podríamos, no se, sentirnos menos solos, pero nunca conseguí una piedra adecuada para ponerles, y después, ya no tubo caso, él era lo más importante que tenía.

Ella miraba curiosa su trabajo.

—¡¡Listos!! —Levantó un par de anillos en los cuales había engastado las piedras.

Ambos miraban las joyas y cómo resplandecían a la luz de la luna. Él la miró por el rabillo del ojo y se sonrojó sin que ella lo notara.

—Ajm, bueno... —exclamó y de un momento a otro se puso de pie.

Ella pensó que ya se iba, pero se sorprendió al verlo adoptar una pose muy caballeresca (erguido, serio, una mano en la espalda y la otra extendida hacia ella) invitándola a levantarse, aceptó su mano y se puso frente a él, algo nerviosa por no saber que pasaría.

—Hemos prometido que permaneceríamos juntos —, ¿no es asi?

—Por supuesto —respondió ella.

—Entonces, que estos anillos sean testigos de nuestra promesa. Ahora tú eres lo más importante en mi vida —dijo mientras le colocaba el anillo tornasol.

—Y tú, lo único en la mía —respondió ella haciendo lo mismo con el anillo azúl.

Se besaron sin prisas, con ternura,  aún tomados de las manos; al final se abrazaron y ella recargó la cabeza en su hombro –él no era muy alto, apenas 1.70 m pero le sacaba a ella casi una cabeza– y él le acariciaba el dorado cabello.

—¿Te quedarás? —Una petición más que una pregunta.

—Si así lo quieres —respondió tranquilo.

Ella levantó la vista y le miró, (le fascinaban aquellos ojos azules), él volvió a besarla y ambos se acomodaron en la cama, ella frente a él dándole la espalda, él la rodeo con sus brazos uno bajo su cuello y el otro rodeándole la cintura apegándola a su pecho, entrelazaron sus manos y así abrazados, se quedaron profundamente dormidos.

.....

Abrió sus ojos grises sobresaltada, enfocó sus sentidos y pudo escuchar un gran alboroto en el pasillo. Se giró quedando frente a frente

—¡Despierta! —dijo moviéndolo con fuerza.

—Mmmmm..... Noooo, mejor vuélvete a dormir —murmuró abrazándola y apegandola a él.

—¡No! —Comenzó a golpearlo en el pecho— ¡¡Tonto!!, es una revisión, nos mataran si nos encuentran juntos.

—No nos matarán —decía entre sueños— solo nos expulsaran, y ya...

Ella lo llamó por su nombre y entonces reaccionó.

—¡¡¡Dijiste una revisión!!! —Se puso de pie como resorte y se acercó a la puerta, la abrió y atisvó con cuidado—. ¡Diantres, ya están muy cerca!

—Se habrán dado cuenta que no estas.

—No —volteó a verla—, no parece que estén buscando a alguien, mas bien "algo".

Ambos se crisparon, "El libro/la piedra" murmuraron al unísono. Él volvió a asegurar la puerta y buscaron "el libro", sabía que si lo hallaban allí sería un problema menor comparado con encontrar esa piedra en manos de ella. Revisaron por todas partes, pero lo único que encontraron fue un montoncito de arena sobre la cama. Se miraron y rápidamente sacudieron la manta para desaparecer al rastro y lo esparcieron bajo la cama, también ocultaron sus nuevos anillos.

La habitación de ella estaba al fondo del pasillo, pero en el grupo solo había cuatro mujeres, así que no tardarían mucho en llegar a ella.

—También revisan las habitaciones vacías —murmuró él tras volver a espiar.

—¿Qué haremos?, aun sin el libro, tú... —Ella empezó a temer al grado de querer llorar.

—Shhhhh, vamos —habló él con ternura—, ¿qué no eres de las más fuertes de aquí?

Se aproximó hasta ella atrapando con su dedo una lágrima que amenazaba con caer.

—El que sea fuerte no significa que sea de piedra —replicó limpiándose el rostro.

—Sí, aún la piedra se desmorona...

Podían escuchar los pasos acercándose, una sombra se dibujaba bajo la puerta, sonó el cerrojo, él le dirigió una tierna mirada y una suave sonrisa, a lo que ella asintió. Se quedaron de pie firmes ante la puerta, no se esconderían, que pasara lo que tuviese que pasar.

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