¡Ataque! El palacio del invierno.
Un poco antes ese mismo día -al mismo tiempo que Hades se encontraba en la casa de Libra-, en una tierra rica y basta, ubicada mucho más al norte del santuario, la vida transcurre con normalidad. Es casi mediodía y las actividades propias de la mañana ya han concluido; las personas hacen una pausa en sus diferentes actividades y se preparan para almorzar, los que están en el campo se resguardan a la sombra de algún árbol, mientras otros, en sus casas, se sientan alrededor de la mesa para consumir algún refrigerio en compañía de los suyos. Su monótona existencia parece que jamás será quebrantada.
Entre los árboles de un bosque cercano, que se destacaban sobre una colina, lo que parecía ser una sombra, se movió.
—¿Cuánto tiempo más estaremos aquí? —dijo una voz.
—Últimamente pierdes la paciencia con facilidad hermano —respondió una segunda voz cuyo dueño observaba con atención el horizonte desde el otro extremo de la colina.
—No es eso, es solo que... —replicó el primero, sin embargo, la frase no fue concluida.
En dirección a ellos y desde ese punto en particular en el horizonte, obscuras nubes como de tormenta avanzaban con gran velocidad. En cuestión de minutos todo el valle se vió cubierto, hasta las colinas cercanas quedaron en penumbras, todo cuanto se podía observar eran sombras y obscuridad. Los rostros de todas las personas que allí vivían se dirigieron al cielo, observaban incrédulos como éste se oscurecía y relámpagos rojos cruzaban sin cesar de nube a nube, era como si el fin de todo hubiera comenzado.
—Esa es nuestra señal —afirmó uno de aquellos que se ocultaban en las sombras—. Vamos hermano, hay trabajo que hacer.
Con esas palabras Thanatos e Hipnos descendieron de la colina donde se hallaban y caminaron con tranquilidad por las polvorientas calles de aquél poblado. Sus habitantes se hallaban expectantes, algunos miraban congelados el cielo y con temor en sus miradas abrazaban a sus seres queridos; otros corrían a refugiarse dentro de sus casas, atrancando puertas y ventanas tras de si, como quien se prepara para recibir una tormenta. Nadie advertía la presencia de los dioses gemelos, únicamente un aire helado que soplaba con intensidad, daba mudo testimonio por donde ellos pasaban.
—Sea lo que sea, será mejor estar dentro de la casa —decía un padre y llamaba a su familia a resguardarse tras sentir el soplo helado que acompañaba al dios de la muerte—. ¡Niños, dense prisa!
—Padre, ¿quienes son esos hombres? — preguntó una pequeña de ojos oliva señalando a los dioses gemelos desde la entrada de su casa.
Había cruzado frente a ellos mientras se dirigía a casa en respuesta al llamado de su padre. Hipnos miró directamente a la pequeña, sus ojos se cruzaron, un cosmo incipiente existía en el alma de esa niña.
—¡Allí no hay nada, Myria, entra ya! —Su padre tuvo que jalarla acia el interior y cerró la puerta.
—¿Que hacemos con ellos? —inquirió el dios del Sueño.
—¿Te preocupa una niña? —cuestionó su hermano—. Haz lo que te plazca Hipnos.
El dios del sueño desenfundó su espada y golpeó con ella el suelo, su poder se extendió como ondas por toda la región y al instante, todo ser vivo cayó en un profundo sueño; un sueño del que jamás despertarían, sin importar cuanto tiempo pasara, continuarían durmiendo hasta que ese sueño se confundiera con el dulce descanso de la muerte.
Ambos prosiguieron su camino impasibles y sin distracciones, solo una pequeña interrupción: una densa arboleda que se extendía frente a ellos, demasiado grande como para rodearla y muy densa como para atravesarla sin perderse, sobra decir además, que sus arboles habían sido colocados allí por otro de los dioses. Pasando este obstáculo se hallaba su destino: una enorme construcción -un castillo en pocas palabras- que sobresalía entre las copas de los árboles.
—¿Alguna sugerencia para cruzar?
—Simplemente, despejemos el camino — respondió Thanatos apoyando su mano sobre el árbol más cercano, éste al instante se marchitó y no sólo eso, comenzó a podrirse tan rápido que se volvió polvo.
Al mismo tiempo en el Olimpo...
Helios irrumpió exaltado en el Gran salón del Olimpo donde únicamente Zeus permanecía observando los sucesos del santuario.
—¿¡Qué es lo que estás tramando ahora!? —inquirió de Zeus en una forma demandante, pocas veces usaba ese tono.
Zeus no respondió, ni siquiera volteó a verlo pese a su falta de respeto. Su semblante estaba serio, tenía la vista clavada en el espejo y, sin embargo, una tenue línea de preocupación surcaba su frente.
—¿¡Me puedes explicar qué significa toda esa penumbra!? —Helos volvió a alzar la voz exigiendo una respuesta.
Por fin Zeus levantó la mirada y con un ademán le invitó a acercarse a observar en el espejo... ¡una oscuridad total, igual a densas columnas de humo, era lo único que se observaba!
—Toda la tierra ha sido cubierta por la oscuridad del inframundo —La voz de Zeus sonaba como si se arrepintiera de haber conspirado contra el santuario de Atenea.
—¡¿De verdad fuiste tan ingenuo como para creer que esta guerra concluiría con la caída del Santuario!? La ambición de esos tres no se detendrá con la muerte de Atenea —Helios le habló directo, con preocupación en su voz mas con autoridad y en un tono severo—. ¡Si el santuario cae, el Olimpo le seguirá! ¡Caerás!, ya sea por sus manos o....
—¡¡Estás amenazándome acaso, Helios!! —interrumpió el dios del Rayo a la defensiva mientras se ponía de pie.
—¡Limpia tu propio desastre! o ciertamente olvidaré el acuerdo de la gigantomaquia y arrancaré tu reinado de los cielos y la tierra —sentenció con seguridad el fios del sol al tiempo que le daba la espalda a Zeus, disponiéndose a salir —Como Titanes, sabes que no tienes otra opción.
—¡¡Tú sólo contra el Olimpo!!? —se burló Zeus
—El Olimpo ya no está contigo —afirmó y con esas últimas palabras Helios abandonó El Gran Salón dejando atrás un Zeus pensativo.
Desde la traición de Hera, el Olimpo se había fragmentado, la guerra Santa contra Hades era sólo una de tantas que se habían sucedido sin parar. Si perdía a Atenea y a la tierra ¿quién quedaría para pelear a su lado?
Inmerso en sus pensamientos, se sentó de vuelta en su trono y quedó dubitativo, observaba sin prestar atención el negro espejo frente a él y allí, entre las tinieblas, una luz pálpito. ¡Sin duda, era la misma, sí, no podía estar equivocado! aquella luz se hallaba presente desde el inicio, él ya la había visto pero decidió ignorarla, ahora, esa diminuta luz podría ser la única oportunidad del Olimpo de sobrevivir o ¿sería su ruina? Helios ya antes le había dicho que debía prestarle más atención.
«Ellos no eran tan insignificantes después de todo» -pensó-. Y ahora, ¿cómo jugaría esa última carta? Sólo cerca del final decidiría, por ahora, permitirá que las cosas sigan su curso, qué otros se ensucien las manos por él. Si su propósito inicial se llevará a cabo, o si uno nuevo surgirá en consecuencia a los sucesos que ocurran a continuación -tanto en el santuario de Atenea, como en la Biblioteca de los Dioses de la observación- sólo el tiempo lo dirá.
De vuelta en la Tierra, al interior de ese Palacio...
Un joven de cabello rojizo y pecas en la cara, entra a una habitación que parece una biblioteca y espera en la entrada haciendo una reverencia -está ataviado con una armadura de diamante idéntica a la de Cannon y los otros-. Sostiene en sus manos un grupo de documentos que extiende a la mujer que está adentro.
—Aquí está el reporte que solicitó, Lady Krysta.
Junto a las estanterías al fondo de la habitación, una figura femenina, alta y esbelta, de hermoso cabello plateado, se encuentra revisando y acomodando varios libros. Lleva puesto un vestido azul cielo ceñido en el tronco, largo y suelto de la parte inferior; una capa de tul cuelga desde sus hombros dividiéndose en la cintura hacia cada lado y sujetada a sus manos por un anillo de oro.
—Gracias Lucca, déjalo en el escritorio y retírate —ordena sin siquiera mirarlo.
El joven obedece pero se queda de pie frente al escritorio, indeciso, titubea un poco antes de volver a hablar.
—Si me permite, hay algo más que debería saber con urgencia —Ella detiene su labor y le mira con tranquilidad, entonces él continúa diciendo—. El cielo se ha cubierto por extrañas nubes de tormenta hasta dónde alcanza la vista, no sabemos que ocurre pues el sol se ha ocultado por completo; sin embargo, es clara la presencia de un poderoso cosmo maligno que se extiende en todas direcciones.
Tras escuchar esas palabras, Lady Krysta termina de colocar los últimos libros en el estante y se voltea hacia el muchacho.
—Vuelve a tu puesto —ordena—, diles a todos que se preparen para la batalla.
El rostro de Lucca se llena de desconcierto, no atina a responder y ni siquiera es capaz de moverse.
—¡ACASO NO ME ESCUCHASTE! —reclama con un gesto más severo.
—Sssiii... ¡Si, Lady Krysta! —después de una reverencia, Lucca se retira y echa a correr con premura y preocupación.
Lady Krysta se aproxima al escritorio, toma asiento con tranquilidad y coge los documentos para leerlos detenidamente. No hay expresión en su mirada o gesto alguno en su rostro, sólo sus ojos se mueven siguiendo línea por línea hasta la última página. Cuando termina, deja los documentos de vuelta sobre la mesa y recarga su espalda.
—¿Qué es lo qué ocurrirá ahora, oh dioses? —suspira profundamente y una súplica apenas audible sale de sus labios—. Helios, dios del sol; Selene, diosa de la luna; Eos, diosa de la Aurora y madre del cosmos: ¡por favor guíenos en esta batalla!
Al levantarse de su asiento un resplandor azul llena la habitación, ella sale y cierra la puerta tras de sí. Lleva sobre su cuerpo una hermosa armadura plateada con engastes dorados; en sus caderas cuelga una espada xiphos y en su espalda un escudo clipeo y una lanza hacen juego. Avanza cruzando los pasillos hasta salir al balcón principal frente al patio central del palacio. Allí en el patio, setenta y tres soldados ataviados con armaduras de plata se hayan formados al centro de la explanada; detrás de ellos, los veintitrés maestros de Diamante aguardan firmes, serios y vigilantes. Por último y ubicados al frente, dieciseis jóvenes guerreros portan las armaduras más recientes, entre ellos están AGerda y Lucca.
—La guerra Santa contra Hades ya está sobre nosotros —declara Lady Krysta sin temor—. Ustedes, han sido testigos y cronistas de los sucesos del santuario desde un inicio —Hace una pausa y tratando de no quebrar su voz continúa—. Me equivoqué, creí que esté recinto estaba fuera de la contienda, pero en una batalla por el control de la tierra y su supervivencia ningún lugar puede permanecer neutral. ¡¡El enemigo vendrá por nosotros, en cuanto el santuario caiga o tal vez antes, y es nuestro deber pelear y defender el conocimiento para generaciones futuras!! «El secreto de este Palacio será hoy revelado» —murmuró al final mientras desprendía de su armadura una de las joyas incrustadas en la coraza.
Miró a los maestros y con gesto decidido, extendió su mano derecha hacia ellos y cerró el puño triturando aquella joya.
—¡¡Por Helios Hiperión!! —exclamó con una voz llena de autoridad.
Al abrir su mano, un fino polvo dorado y rojizo voló desde su mano y se depositó sobre los maestros y ¡las veintitrés armaduras parecieron estallar como si fueran de cristal! Ante sus ojos anonadados, los trozos cayeron al piso como escarcha revelando bajo ellos una nueva Cloth de un color dorado muy tenue, similar al oro blanco o como los primeros rayos del sol en el horizonte.
Aún no salían de su asombro, cuando ella hizo lo mismo con la segunda joya, extendió de nuevo su mano -ahora la izquierda- apuntando a los setenta y tres soldados.
—¡¡Por la brillante Selene!! —exclamó.
De nuevo pequeñas chispas doradas y rojas volaron desde su mano hasta las armaduras de plata, éstas, estallaron en su totalidad y se re-configuraron ante sus ojos. Cuando estuvieron de nuevo sobre sus cuerpos, los portadores observaron que aún eran de plata pero brillaban con una intensidad similar a la luz de la luna en una noche clara; algunas tenían un brillo casi rojo como la luna de sangre de otoño o ligeramente anaranjadas; otras eran casi negras como las noches sin luna y algunas más, destellaban en un brillo azulado como la luna de las frías noches de invierno.
Antes de proseguir, Lady Krysta hizo una breve pausa, miro al horizonte, justo en dirección al lugar en donde esas nubes se habían originado; una lágrima solitaria rodó por su mejilla y volviendo el rostro en dirección a los dieciseis jóvenes guerreros frente a ella, tomo la última de las joyas entre sus manos, la trituró y extendió ambas manos hacia el cielo.
—¡¡Por Eos, madre del cosmos!! —gritó triunfante.
Los dieciseis jóvenes que habían estado entrenado con Cannon, Krysta y los otros, vieron brillar intensamente sus armaduras. ¡El brillo era tan intenso, que un haz de luz ascendió a los cielos y alejó por un instante las nubes sombrías que cubrían el palacio!
—¡Ahora están listos! —declaró mirando al ejército de los dioses de la observación. Lady Krysta elevó su voz hasta los cielos— ¡¡¡Por una esperanza para el futuro, pelearemos y ofrendaremos nuestras vidas!!!
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