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A las puertas de la muerte


Krysta estaba de pie al umbral de la cuarta casa, uno a uno, sus compañeros se reunieron con ella. Dentro de la casa de Cáncer no se alcanzaba a ver nada, había una espesa bruma que no dejaba pasar la luz; allí de pie, los diamantados sintieron como el frío aliento de la muerte pasaba frente a sus rostros, por un momento se quedaron sólo observando al vacío, como aquel hombre que ha decidido saltar desde una cornisa, pero al llegar, contempla el vacío con indecisión. Pues bien, dar un paso más significaría para ellos un suicidio. No tenían idea de cómo cruzarían a salvo o cómo las piezas de la  armadura que ahora portaban les ayudarían a volver a través de las puertas del inframundo.

—¿Comprenden que este es el único camino? —inquirió Krysta de sus compañeros—. Una vez que entremos no hay vuelta atrás y es probable que no todos logremos salir de allí.

—Saldremos con vida, no te preocupes —comentó Aurelio siempre optimista.

—En realidad, eso es lo que le preocupa —especificó Ilitia en un tono serio que rayaba en lo sombrío—, sólo aquellos que han despertado el octavo sentido pueden caminar con sus cuerpos físicos por el inframundo.

—Quieres decir entonces...

—Nuestras almas con vida son las que cruzarán —precisó Krysta—. Nuestros cuerpos se quedarán aquí, esperando hasta que logremos salir y sellar la apertura al mundo de los muertos.

—Con cada minuto que pasemos allá —comentó Ilitia—, iremos perdiendo poder y así mismo nuestros cuerpos se irán debilitando.

—Podríamos hibernar —sugirió Dante.

—¡¿Cómo!? —preguntaron más de uno al unísono.

—Al disminuir nuestra temperatura corporal al mínimo —explicó Dante—, nuestro metabolismo se ralentizará, permitiendo que nuestro cuerpo sufra el menor daño posible por la separación, eso nos permitirá tener más tiempo.

—Bien, si alguien no tiene una mejor idea, que así sea —dijo Cannon pasando al frente y extendiendo la mano a las chicas.

Los ocho se tomaron de la mano y comenzaron a emplear una técnica que podría protegerles. Guiados por Dante que parecía conocer muy bien el procedimiento para un desprendimiento, se prepararon y cuando sus cuerpos estuvieron listos avanzaron unidos al interior de la casa, uno, dos, tres pasos dieron adentrándose en la bruma pestilente del lugar cuando sus cuerpos se desplomaron, allí yacieron sus cuerpos inmóviles, esperando por el pronto regreso de sus almas.

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"Ella" abrió los ojos con dificultad, se hallaba boca abajo en el piso, era rocoso y todo alrededor estaba lleno de luces fatuas. Frente a ella distinguió una figura familiar.

—¡Al fin reaccionas! —habló la persona frente a ella.

No era capaz de reconocerlo pues su vista aún estaba algo borrosa, frotó sus ojos y se levantó del suelo haciendo un notorio esfuerzo.

—¿Dónde, dónde están los demás? —preguntó algo mareada.

Krysta avanzó hasta esa figura familiar, al tenerlo a su lado le reconoció, se trataba de Cannon.

—No estoy seguro pero deben estar cerca. Debimos separarnos al cruzar.

En un punto cercano a ellos...

—¡Hey! No se siente tan mal, creo que hasta me siento más ligero.— Cástor como siempre rebosaba de energía, se estiraba brincoteando y haciendo alarde.

—No malgastes energías, no sabemos cuanto tiempo estaremos aquí — reprendió Fobos aún aturdido y  sentado en una roca cercana—. ¡Así que ese es el monte Yomotso! —exclamó mientras se ponía de pie y miraba a lo lejos.

—Todas esas almas van camino al otro mundo —Björn se encontraba cerca de ellos también, observando el monte Yomotso y las interminables filas de almas que caminaban hacia el borde—. Ellos parecen...  —Su vista se fijaba en un grupo lejos de las filas principales.

—Vamos debemos hallar a los demás —exhortó Fobos y comenzó a caminar delante de ellos—, no es bueno que estemos separados.

—¡Hey Björn! —gritó Cástor—, ¿vienes o qué?

—¡Sí, claro!

* * * * *

—¡Mami, mami, mira lo que te traje!

Una pequeña niña de cabello rubio platinado corría con un ramillete de flores hacia una casa a las afueras de una villa.

—¿Mami?

Al abrir la puerta, todo esta obscuro y solo puede distinguir a un hombre enorme sentado en la mesa de su casa(...)

* * * * *

En la cima del Yomotso...

—Es inútil, no logro hacer que despierte —Aurelio sostenía a Ilitia por los hombros, moviéndola para que reaccionara.

—Debemos movernos, estamos demasiado cerca del borde del Yomotso —advirtió Dante observando desconfiado en todas direcciones, dirigió una mirada seria e intrigada a Ilitia que yacía inmóvil en el piso—. Tendrás que cargar a tu novia —dicho esto dio media vuelta y comenzó a caminar sin esperar respuesta.

Aurelio levantó a Ilitia y comenzó a llevarla en brazos al estilo nupcial mientras rodeaban el borde de la montaña, tratando de encontrar el mejor camino para descender, extrañamente, en poco tiempo se sintió cansado, así que la colocó sobre su espalda. Dante quien no disminuía el paso, pronto notó que su compañero se rezagaba, al mirar hacia atrás vio que Aurelio avanzaba con dificultad, se notaba que le temblaban las piernas a cada paso y estuvo a punto de perder el equilibrio.

—¿Qué te ocurre?

—Ilitia, pesa demasiado —quejaba Aurelio de pie a la distancia, incapaz de poder dar un paso más—. Es decir, más de lo normal, tal parece que a cada paso que doy su cuerpo se vuelve más y más pesado.

—No debería pesar —Dante retrocedió hasta estar frente a él—. Estrictamente hablando, es su alma lo que cargas y no su cuerpo. Déjame a mi, yo la llevaré un rato.

Cuando pasó los brazos de Ilitia alrededor de su cuello, se sorprendió de lo pesada que era, y al sostenerla completamente sobre su espalda, no pudo evitar que sus rodillas se doblaran por el peso.

«¡Esto, nhn no, no es normal, pesa como una tonelada, no puedo moverme» pensó Dante mientras sentía como el peso aumentaba con cada paso hasta que ya no pudo sostenerla; trastabilló soltando a Ilitia y, sin embargo, ella cayó al piso tan ligera como una pluma, ante la mirada sorprendida de sus compañeros. Entre los dos le tomaron por los hombros y los tobillos pero les fue imposible levantarla.

* * * *

(....)El hombre en la mesa se gira a verla, tiene en sus manos dos objetos, uno de los cuales la pequeña reconoce como su muñeca.

—¿En dónde está mi mami? —pregunta temerosa.

—Tu mami fue muy grosera, ¿sabes? —dijo el hombre con voz gruesa mientras limpiaba algo sobre la pequeña muñeca—. Dime, ¿qué haría tu mami si tú fueras grosera con un invitado?

—Ella... —respondió la pequeña con timidez— me daría un castigo.

—Bueno, yo tuve que castigar a tu mami —declaró el hombre fríamente.

Se levantó y avanzó hasta ella, la pequeña abrió sus ojos con horror mientras dejaba caer el ramo de flores al piso, allí, en el suelo, estaba su madre sobre un charco de sangre y con la ropa desgarrada.

—Toma, creo que esto es tuyo —dijo el hombre poniéndole en las manos la pequeña muñeca en donde había limpiado el cuchillo ensangrentado.

Los ojos de la pequeña se nublaron de lágrimas, dirigió su mirada a la muñeca manchada con la sangre de su madre, después al cuerpo inerte frente a ella, concentrándose en su rostro. A su corta edad debía procesar el homicidio de su madre, simplemente se quedó estática con la muñeca entre sus manos.

—¡¿Quién es usted, qué hace aquí?! — gritaba un joven campesino desde el jardín, la pequeña reconoció la voz de su padre.

—¿Papi? —murmuró volteando lentamente en dirección a la puerta, el aludido distinguió la muñeca ensangrentada entre las manos de su pequeña y su instinto protector salió a flote.

—¡¡Usted, alejese de mi hija!! —gritó mientras avanzaba con el azadón en las manos para enfrentar al extraño que aún estaba dentro de la casa.

El homicida no se inmutó ante la amenaza, pasó junto a la pequeña y clavó su cuchillo en el pecho del joven padre, la sangre emanada de la herida bañó el rostro de la pequeña. La aterrorizada niña pasó de un estado catatónico a uno lleno de furia, sujetó al hombre de la pierna mientras lloraba y gritaba con todas sus fuerzas, el asesino tiró al padre de la pequeña al piso ignorándola por completo y riendo sonoramente;  pronto dejó de hacerlo, sintió una presión inusual en su pierna y un doloroso grito salió de su garganta al escuchar y sentir como sus huesos eran triturados por los pequeños brazos de la niña. Desesperado, comenzó a tirar de ella de los cabellos, pero tuvo que soltarla porque era como cojer acero candete entre sus manos.

—No te lo perdonaré —murmuró la niña con voz sombría.

La pequeña levantó su carita ensangrentada y bañada en lágrimas, miró al asesino de sus padres directamente a los ojos, en ese momento le soltó la pierna y él avanzó con dificultad fuera de la casa, casi arrastrándose, presa de un temor que jamás había experimentado. Quieta en su lugar, la pequeña le observaba con una mirada vacía, ausente. Desde el exterior, el asesino pudo notar una luz azulada que rodeaba el cuerpo de la pequeña, esto hizo que se aterrara aún más y tratara de huir arrastrándose por el jardín.

—¡¡NUNCA, VOY,  A PERDONAAARTEEEEE!!! —gritó llena de desprecio.

En el interior de la cabaña, se halla una pequeña niña llorando desconsolada ante los cuepos sin vida de sus padres. Un hombre le toca la cabeza, ella voltea a verlo, su mirada es dulce y su aura transmite tranquilidad. La pequeña deja de llorar y se abraza a éste hombre que carga una extraña caja dorada, él la saca cargando de la casa sin decir nada, afuera, sobre el pasto, la pequeña ve algo inusual y que le parece hermoso: una enorme formación de hielo que destella con la luz del atardecer.

* * * * *

Dante y Aurelio se habían sentado junto a Ilitia sin saber qué hacer, cuando para su sorpresa ella se levantó y comenzó a caminar.

—¡Vaya! Despertaste, nos tenías preocupados, debemos...  —habló Aurelio, pero pronto se percató de que ella parecía ignorarle—. Ilitia ¿qué te ocurre?.

No recibió respuesta, ella simplemente avanzaba alejándose de ellos, intrigados por su actitud, la alcanzaron y en vano trataron de detenerla.

—Sus ojos, ¡Aurelio fíjate en sus ojos! — llamó Dante a su compañero.

Aurelio se colocó frente a Ilitia, caminando de espaldas pues ella no se detenía; los ojos claros de ella estaban en blanco, su alma era igual a todas aquellas que caminaban hacia el borde, el color en su piel y su cabello lentamente iban desapareciendo, transformándola en una sombra sin vida.

—Dante, ¿qué está ocurriendo, por qué se ve así?

—Su alma ha perdido la voluntad de vivir, ella...

Dante abrió los ojos alarmado, sin darse cuenta habían retrocedido hasta el borde del Yomotso.

—¡Aurelio cuidado! —advirtió.

Lo siguiente ocurrió en un parpadeo: Dante sujetó a Aurelio por el brazo, quien al ir caminando de espaldas tratando de frenarla no vio que estaba a punto de caer por el borde, al sujetarlo, éste último giró y vio como Ilitia se dejaba caer hacia la entrada del Inframundo; rápidamente él la sujetó de la muñeca, pero fue jalado hacia abajo debido al peso del alma de Ilitia, quedando boca abajo sobre el borde.

Se escuchó un tronido, seguido de un quejido por parte de Aurelio; al estrellarse contra la roca sintió como si se hubiese roto las costillas contra el piso. Su brazo sujetaba a Ilitia cuyo rostro miraba hacia abajo. La roca debajo de él crujía y comenzaba a desprenderse del borde como si realmente estuviese sosteniendo un gran peso.

—¡Dante, ayúdame, no puedo sostenerla, va a desgarrarme el brazo!

Dante se inclinó sobre el borde y trató de ayudarle a subir a Ilitia pero su peso era aún mayor, además parecía estar siendo jalada hacia el interior. Con gran esfuerzo, lograron levantarla lo suficiente como para sujetarla del otro brazo.

—¡Debes hacerla reaccionar o los tres caeremos por el borde! —instó Dante a Aurelio al notar cómo a cada instante se desprendían trozos cada vez más grandes de la roca bajo ellos.

—¡Ilitia! ¡Ilitia! —Comenzó a llamarla desesperado.

—¿No se te ocurre otra cosa mas que gritar su nombre? —reclamó Dante—. ¡Piensa en algo más!, tú la conoces, fueron llevados al mismo tiempo al palacio del invierno, prácticamente se criaron allí.

Aurelio quedó pensativo unos instantes, tratando de recordar algo que le indicara por qué Ilitia había perdido la voluntad de vivir. En eso estaba, cuando desde el fondo del Yomotso distinguió a una mujer muy parecida a Ilitia que emergió susurrando y se aferró a ella.

«Esa mujer debe ser, ¡la madre de Ilitia!» -penso Aurelio-.

—¡Ya sé lo que sucede! —exclamó con esperanza—. Llegar a éste lugar debió haber hecho que ella recordara la muerte de sus padres, ellos han estado esperándola todo este tiempo, son ellos quienes la llaman.

—Entonces es el amor por sus padres lo que provoca su desesperanza —añadió Dante—. ¡Pronto, hazle ver que no está sola!

—¿Y cómo hago eso?

—¿¡De verdad eres tan idiota!? — contestó Dante—. ¡Ahora es cuándo, confiesa tus sentimientos por ella o la perderás para siempre!

Aurelio reflexionó, su corazón había amado a Ilitia casi desde el momento en que la vio por primera vez cuando eran niños, pero ahora debía decírselo, convencerla de que ella lo era todo para él.

—Ilitia, yo sé que en estos momentos solo deseas reunirte con tus padres, ellos te han estado esperando pero, yo no, ¡no puedo permitir que te vayas! —expresó con todo su corazón—.
¡Yo, yo te necesito, necesito tu sonrisa, tu mirada dulce, quiero despertar a tu lado todas las mañanas durante el resto de nuestras vidas! Por favor, yo se que los extrañas, pero sé que ellos más que otra cosa desean verte feliz, ¡déjame hacerte feliz Ilitia!, déjame protegerte, sostenerte, quiero que me permitas... no, necesito que sepas, que te amo, te he amado cada día desde que te conocí. ¡Te amo Ilitia! ¡Me escuchas!, ¡TE AMO! Debí decírtelo hace tiempo; cuando supimos de la unión de ellos, tú te alegraste y me dijiste que te gustaría que alguien te amara tanto como para romper las reglas por ti, en ese momento debí decírtelo, pero no tenía suficiente valor, ahora ya no tengo miedo, ni dudas, te amo y permaneceré a tu lado sin importar qué, pero por favor vuelve con migo. Por favor...

La última frase fue un susurro que dejo escapar un par de lágrimas de sus ojos que se depositaron suavemente en el cabello de Ilitia.

El espíritu de la madre de Ilitia miró el rostro angustiado de Aurelio, un hilo de sangre corría por entre su armadura, sus músculos se estaban desgarrando por el peso y aún así estaba decidido a no soltarla.

«Te amo, Ilitia, por favor reacciona». Ése, era el pensamiento constante en la mente de Aurelio, el espíritu vió la sinceridad en su corazón y sonrió antes de desvanecerse en el fondo del monte Yomotso.

Poco a poco, los ojos de Ilitia recobraron su color ambarado como la miel, su rostro recobraba su brillo, entonces levanto la cabeza y sus ojos se cruzaron con los de Aurelio, un breve instante de felicidad sacudió sus corazones para dar paso al desastre.

La roca bajo Aurelio se desprendió de un tajo, haciendo que él cayera y quedase colgando sostenido ahora por Ilitia; Dante trató de soportar el peso de ambos, pero el alma de Ilitia aún pesaba demasiado por lo que su mano se resbaló de las de Dante quién observó impotente y horrorizado como sus amigos caían a la obscuridad del inframundo. Casi de inmediato un brillo cruzo delante de Dante, ¡era el hilo glacial de Ilitia!, con rapidez lo tomó y comenzó a halarlos a la superficie, al principio con dificultad, pero poco a poco el cuerpo de Ilitia fue aligerándose y entonces logró subirlos. Una vez estuvieron fuera de peligro, Ilitia aún desconcertada, miraba apenada a sus dos  compañeros.

—Yo, nn... no... no se que sucedió, siento mucho haberles causado problemas. Discúlpenme —pidió Ilitia, volviendo el rostro—. ¡Aurelio, tu, tu brazo! —Caminó hasta su amigo preocupada—. Te lastimaste por culpa mía.

Se sentía culpable al ver que el brazo izquierdo de Aurelio estaba  desgarrado y goteando sangre.

—Hubiera sido útil tener los brazos de la armadura dorada —protestó Dante mientras masajeaba su cuello y hombros.

Aurelio no habló, sólo la miraba con ternura, como si contemplara la imagen más hermosa de todo el universo. Sin decir palabras, acunó el rostro de Ilitia con su mano derecha y acortó la distancia entre ellos recargandola sobre su pecho. Ilitia se sonrojó, sentía que su corazón iba a desbordarse por la cercanía, espectante levantó la vista buscando sus ojos. Aurelio se separó un poco y sin dejar de mirarla, confesó: "Te amo" y depósito un suave beso en sus labios. Lágrimas de alegría brotaron de los ojos de Ilitia que se abalanzó sobre él abrazándolo por el cuello, tornando ese beso en uno más profundo.

—¡Hey!, tortolitos —interrumpió Dante haciendo que ambos sonrieran y voltearan a verlo—. Debemos bajar pronto, miren hacia allá, estoy seguro que esos tres son Castor, Björn y Fobos.

Bajaron rápidamente para reunirse con los otros.

Al otro lado del Yomotso, Cannon y Krysta avanzaban hacia donde sentían en el cosmo de sus compañeros.

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