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doce

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—¡Lo lamento, ¿sí?! —exhaló Hanni, cerrando la puerta del departamento.

Hae no le había hablado en todo el camino.

La menor sintió su ojo derecho temblar y tomó una profunda respiración, aguantando sus ganas de enterrarle las uñas en los ojos a su hermosa esposa.

—Ahora... ahora no quiero hablar, Hanni —respondió, camino a la habitación.

Tomaría una tina caliente para alivianar la tensión de sus músculos. O ese era el plan, pero al parecer Hanni no entiende unas simples palabras y no sabe cuándo parar.

Ambas se encontraban en el cuarto y pronto Hanni rodeó la cama para quedar frente a ella y agacharse sobre sus rodillas, implorando perdón.

—¡Lo siento mucho, mucho, mucho!

—¡Hanni Pham! —Haerin había explotado, elevando a la más baja por la parte posterior de su playera, como si fuese un cachorrito mal portado—, ¡te dije que no quería hablar!

Hanni se apoyó bien sobre sus pies y formó un puchero, logrando hacer a Haerin resoplar por su insistencia.

—Mierda, eres complicada, Pham —restregó su rostro, sentándose en el borde de la cama. Hanni volvió a agacharse para quedar a su altura.

—Perdóname, por favor —suplicó nuevamente.

—Es que —Haerin suspiró, tratando de regular su temperamento—, ¿eres consciente de la estupidez que has hecho? Han, no me importa si ya no podemos volver a esas clases, buscaremos otras, pero, mierda, no puedes atacar a una maldita pareja y menos por una tontería así. ¡Había una embarazada involucrada, Hanni! ¡¿Qué hubiera pasado si la lastimabas?! ¿Te ibas a la cárcel y no verías a nuestro bebé nacer?

—¡Pero solo le tiré el cabello un poquis, no es para tanto!

Supo que hizo una terrible elección de palabras al ver la vena resaltar en la frente de Haerin.

Upsis.

—¡Yah, lo siento, lo siento!

La coreana se dio unos segundos para tranquilizarse y luego tomó sus mejillas, mirándola fijamente.

—Es una exageración, claro, pero Hanni, a lo que quiero llegar, es que te des cuenta de que tus acciones tienen consecuencias y esta vez son mucho más importantes porque estamos por tener un bebé. Somos jóvenes, okay, pero ambas decidimos ser mamás y esto ya no es un juego —habló con tristeza y genuina preocupación—. Hay una vida en camino que depende de las dos y será así hasta el día de nuestra muerte, aún así cuando nuestro bebé crezca y se marche de la casa —se le quebró la voz y tomó una respiración—. Al ser madres, ya no hay vuelta atrás, nuestras prioridades se mudan completamente a este nuevo ser. ¿Puedes entenderlo, ratoncita?

No bastó de mucho para que Hanni rompiera en llanto, sintiéndose desagradablemente culpable y como una boba inmadura. Asintió repetidas veces, sin dejar de disculparse, prometiendo mejorar.

Es increíble que Haerin, siendo menor que ella, parecía tan madura respecto a estos temas.

Como si... como si hubiera nacido para ser mamá.

Se largó a llorar con más fuerza, encantada de su pensamiento y Haerin la acompañó en un sollozo bajito, acariciándole la cabeza.

Estaba bien, esto estaba bien. Las dos sabían que estas cosas eran parte del procedimiento y, al fin y al cabo, estos momentos eran necesarios para aprender.

Porque así es la maternidad, sin importar la edad: equivocarse y aprender, aprender y equivocarse. Hanni y Haerin poseían la suerte de que se tenían mutuamente para apoyarse en los desafíos y balances que con el tiempo lograrían equilibrar.

—Te amo, Rinnie. Gracias por conversar y enseñarme estas cosas —dijo la vietnamita media hora después, cuando habían decidido tomar una siesta—. Gracias por tenerme paciencia.

—Sabes que te amo más —besó su frente—. Y no debes de agradecer, yo tampoco sé mucho de maternidad, pero estoy segurísima que juntas podremos criar al mejor heredero del imperio de todos los tiempos.

Hanni rió con cariño y apagó la luz, abrazándola por la espalda para cruzar el vientre pronunciado de su esposa con su brazo derecho. Cada noche dormían así, Hanni protegiendo a su bebé esposa y a su bebé hijo.

Ya quería tener al pequeño en brazos.

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