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A las seis de la tarde de ese mismo viernes Haerin se levantó de su cama decidida.

Había llorado un poquito y no contestó los mensajes ni llamadas de nadie. Necesitaba su espacio para procesar y pensar bien qué haría.

Hanni había metido la pata, sí, pero seguía siendo el día de su celebración de cumpleaños y eso ya estaba planeado. No solo había un esfuerzo por su parte y por el de sus amigas, sino de todos los invitados -que bastante eran- que ya habían confirmado su asistencia.

Estaba decidido, la celebración sorpresa seguía en pie.

Pero no dejaría a Hanni libre de su estupidez. Le daría su merecido y un merecido diferente a lo usual como actuaría Haerin.

Si este problema hubiese ocurrido en otra fecha, Hae la habría reprochado con muchos sentimientos y llantos de por medio, y hubieran tenido una larga conversación, muy seria. Pero no, ahora lo que haría sería actuar como actuaría la misma Hanni Pham.

Le tendería una trampa, una pequeña broma para que Hanni se pusiera las pilas de una maldita vez.

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