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Verdades expuestas

Giró en una esquina, mirando con cuidado sobre su hombro, sintiendo que el corazón se detenía con cada paso que daba. Encontrar a Norrine había sido la parte más fácil de todo aquello, más fácil que el colarse incluso. Conocía demasiado bien aquella parte del palacio, siempre con una cara diferente, y, aunque le molestara a sus hermanas, le había venido muy bien conocer los pasillos. Avanzó con la mayor seguridad que podía usar, gruñendo cuando uno que otro guardia le dirigía una mirada que bien podría ser demasiado larga o incómoda. Por suerte, la mayoría parecía estar o demasiado asustados de los attor o no tenían interés en su presencia, cualquiera de las dos razones le era útil.

A medida que avanzaba entre las celdas, observaba a sus ocupantes, los cuales empezaban a mostrar aspectos cercanos a los de un cuerpo al borde de la muerte. Los gemidos de dolor y movimientos lentos eran lo único que indicaba que todavía había algo de vida en ellos. Notaba los ojos vidriosos con las pupilas cada vez más y más desteñidas, a veces creía distinguir un anillo azul cerca de sus bordes, pero no podía saberlo. «No corras, no aceleres el paso, no hagas ningún gesto que revele el miedo», se decía una y otra vez en su cabeza, temiendo ver el interior de la celda de la que provenía el olor de Norrine.

Una inhalación de sorpresa se escapó de su fachada. Lo que había frente a ella era... Ni siquiera Bajo la Montaña se había visto tan muerta. Un ligero movimiento de su pecho, el cual parecía estar subiendo y bajando con mucha dificultad. Las cadenas que la ataban emitían un pulso que iba en sentido contrario al que debía fluir, como si la tierra estuviera absorbiendo su esencia.

Tan distraída estaba con su contemplación que casi saltó al escuchar el susurro.

—¿Feyre? —logró susurrar ella con voz rasposa, apenas consiguiendo mover los labios. El miedo mordió sus entrañas al ver que los ojos castaños se cerraban y el pecho parecía caer por completo.

—¿Has comido? No importa, ya te sacaré de aquí —dijo en un susurro, mirando a los alrededores de la celda y tratando de mantener el pánico lejos de su cabeza. Los barrotes estaban encastrados en la pared, la puerta seguramente reaccionaba con algo de magia del Rey. Se relamió los labios, casi perdiéndose la respuesta de Norrine.

—No...

Se mordió el labio inferior, sintiendo que los nervios empezaban a crecer dentro de ella a medida que seguía observando y su mente empezaba a trazar las runas en donde creía que iba a necesitarlas. Tomó una bocanada de aire, sintiendo un olor dulzón que amenazó con darle arcadas y empezar a tambalear todo su mundo. Estaba por empezar con su trabajo cuando sintió un ligero vibrar en sus alas. Se enderezó, afinando el oído al tiempo que retrocedía hasta quedar parcialmente sumergida en las sombras de un nicho abandonado.

—Pensar que había algo así en esas tierras de los imbéciles.

—Sí, una locura. Deben estar demasiado desesperados como para confiar en las hembras de esa manera —rio uno de los guardias. Feyre sintió que el pulso se le aceleraba y se sumergió un poco más en las sombras, casi sintiendo que su cuerpo desaparecía por completo. Cerró los ojos, rezando a la Madre para que no se les ocurriera mirar hacia donde estaba ella.

—Vaya desperdicio. Una humana convertida en una burla —comentó el primero que había hablado cuando pasaron cerca de la celda—. Seguramente un entretenimiento del Señor ese que mencionó el Rey.

Feyre inclinó la cabeza, sintiendo que su cabeza empezaba a dividirse en dos. Miró de nuevo hacia Norrine, a los guardias que se marchaban, murmurando algo sobre que habría una sorpresa. Mordió el interior de la mejilla mientras pensaba y se volvió a acercar a los barrotes, arrodillándose y trazando la primera runa con la punta del dedo.

«Luego averiguas lo de los guardias», sentenció en su cabeza, enfocando toda su atención en el sortilegio que empezaba a escribir por encima del hechizo de Hybern.

No tenía idea cuánto tiempo pensaba Rhysand que iba a tardar en recibir una respuesta del Príncipe Mercante, pero definitivamente no la esperaba en menos de un día. Leyó la breve nota con los ojos todavía incapaces de terminar de creer lo que había frente a ellos. Había una fecha, hora y dirección, junto con una rápida mención sobre el contenido que él había escrito. Leyó varias veces la carta, como para terminar de confirmar que era real, antes de convocar al resto en el salón de la Casa del Viento.

—Tendremos que ir a la Corte del Verano para la reunión dentro de dos días.

El silencio que había en el salón cuando entró fue absoluto. Sus hermanos tenían expresiones vacías, podía incluso sentir la tensión de sus cuerpos, por mucho que mantuvieran las alas relajadas. Morrigan y Amren intercambiaron una mirada que solo podía significar que estaban con una pieza nueva en aquel inmenso tablero. Al parecer, Feyre se había adelantado a ellos. Una parte de sí se preguntó si los problemas que ella había mencionado estaban relacionados a la respuesta tan pronta.

—Imagino que iremos Azriel y yo contigo —dijo Morrigan de repente, sacándolo de sus pensamientos. Rhysand lo consideró por un momento, podría hacerlo, especialmente considerando que Morrigan era quien tenía mejor dominio de las relaciones externas. Sopesó las opciones antes de negar con la cabeza.

—Si luego de la reunión nos reunimos con Tarquin, estaremos quizás más tiempo de lo esperado fuera de la Corte —empezó—. Desconozco el estado de la Ciudad Tallada, y no tengo dudas de que Kier está esperando cualquier oportunidad para señalar una "incompetencia" de mi parte. Un pequeño recuerdo de que estoy atento a sus movimientos debería bastar, por ahora. —La sonrisa en el rostro de su prima era el único indicio de que estaba pensando en una buena forma de recordar por qué era la rama Rihanna la que gobernaba—. Azriel, tú vienes conmigo. Amren...

Ella sacudió una mano vagamente, asintiendo con la cabeza.

—Vaya, y averigua todo lo que necesite.

Rhysand asintió, murmurando un "gracias" mientras conjuraba su magia y se enfocaba en la Corte del Verano. El calor y la luz hizo que soltara un ligero bufido de molestia. Sacudió sus alas, como si así pudiera apartar algo del calor sofocante, tan distinto al frío invernal que había en su propia Corte en ese momento. Miró sobre su hombro, encontrándose con su hermano parpadeando para poder acostumbrarse a la luz.

—¿Busco una posada?

—No, ese problema lo resolveremos más tarde —dijo, al tiempo que sacaba la carta de su bolsillo—. Lo primero, es averiguar dónde está la casa y, de ser posible, algo sobre el Príncipe Mercante y su conexión con este sitio.

Azriel hizo un asentimiento de cabeza luego de leer la dirección y volver a desaparecer entre las sombras. Dejó salir un suspiro mientras caminaba fuera del callejón en el que estaba, creando un glamour para que su presencia no fuera notada. Frunció cuando dejó de estar entre los edificios que daban algo de sombra y el sol le dio por completo. Una parte de sí, una bastante primitiva, quería regresar a las sombras, a donde sabía que tenía la ventaja, pero no lo hizo. Observó con cuidado las reacciones de los faes que pasaban a su alrededor, vestidos con ropas ligeras que volvieran soportable el estar vestidos con aquel calor húmedo que se volvía sofocante. Lamentaba profundamente no haberse cambiado por un atuendo más acorde a la estación, pero incluso el verano era fresco en su Corte.

Recorrió las calles, admirando los puestos, cuando un movimiento a su izquierda llamó su atención. Una hembra de cabello rojo como el fuego caminaba junto con una elfa de cabellera rubia, casi blanca. Vestían como parte de la Corte, pero las siguió con cuidado, manteniéndose a una distancia prudencial mientras su mente recordaba lo que le había contado Azriel poco después de su visita a la Prisión.

Una sonrisa de medio lado se dibujó en sus labios al ver que entraban al palacio de Tarquin, retrocediendo hasta regresar a las calles más pobladas. Miró en todas las direcciones hasta encontrarse con un cartel que rezaba "La Ola del Oeste" en ogam, recortado de tal forma que parecía imitar el movimiento de las olas que rompían no muy lejos de donde estaba. Diciéndole mentalmente a Azriel dónde estaría, entró en el lugar, alterando su apariencia ligeramente.

Las mesas estaban llenas, jarras de cerveza ocupaban las manos de los clientes y las risas todavía no eran tan fuertes como probablemente lo serían al caer la noche. Caminó entre aquel laberinto, procurando no rozar siquiera con la punta de sus alas a las sillas. Llegó al mostrador, donde una hembra de cabellos castaños y negros, de grandes ojos negros y manos ligeramente palmeadas, lo atendió. Contuvo las ganas de hacer una mueca cuando el aliento a mariscos le dio de lleno en la nariz cuando le preguntó qué buscaba.

—Dos habitaciones simples, si es posible —dijo, estirando la mano hacia la bolsa de monedas que colgaba de su cinto. La hembra lo miró con aquellos ojos eternamente sorprendidos antes de asentir con la cabeza e ir hacia la otra punta del mostrador, donde sacó dos llaves.

—Tres piezas de cobre por noche.

En cuanto dejó el pago, ella le indicó con la cabeza que la siguiera. Subieron unas escaleras que le obligaron a plegar más las alas contra su espalda, casi como si quisieran que las retrajera por completo. Contuvo un gruñido de dolor ante un ligero calambre que le hizo apretar los dientes. Estaban en un segundo piso, con vista al Palacio de Adriata, asomándose sobre el resto de la ciudad, como si emergiera del mar mismo. Murmuró un gracias a la hembra, quien le entregó ambas llaves con una mirada curiosa antes de marcharse sin decir nada, dejándolo solo.

Ni bien echó llave a la puerta, además de unos cuantos encantamientos a lo largo de la habitación, se dejó caer en la cama, arrancándole un quejido a la madera. Dejó que el glamour se desvaneciera mientras se quitaba la túnica y luego las botas, quedando solo con los pantalones. Sus ojos volvieron a recorrer las calles, como si pudiera encontrar a Feyre caminando por allí, pese a que ella parecía capaz de esquivar incluso la diferencia de poder con alguien de su calibre.

Metió las manos en sus bolsillos, esperando.

El interior del castillo era como si hubieran quitado las piedras del mismísimo fondo del océano. Podía notar caracolas de todos los tamaños, formas y colores, tallados que buscaban captar la gracia de las olas y ventanales que dejaban pasar la brisa marina. Nesta apenas podía mantener una expresión vacía de emociones. Su estómago se retorcía con el olor a algas y su humor amenazaba con ser pésimo; sentía que su piel se pegaba a las finas telas, odiaba sentir que estaba sudando y la incomodidad absoluta. Gwyneth caminaba junto a ella con una túnica más ligera que la que solía usar, sus ojos miraban en todas las direcciones, captando cada detalle.

Entraron a lo que Nesta reconoció como el salón del trono, el cual era una galería con un techo de cristal que coloreaba la luz que pasaba por su techo. Columnas talladas hasta parecer criaturas marinas sostenían aquella bóveda, mirándolas con sus ojos peligrosos, advirtiéndoles un castigo si no se comportaban como correspondía. El Señor del Verano las esperaba en la otra punta del salón, sentado en lo que parecía la unión de tres inmensas caracolas terminadas en punta.

—Bienvenidas al Palacio —dijo cuando ellas hicieron una reverencia. Nesta aguardó un instante antes de volver a enderezarse—. Han mencionado que desean tener acceso al Libro de los Alientos —empezó y Nesta asintió despacio con la cabeza. Los ojos imposiblemente celestes del Señor se dirigieron hacia Gwyenth—, con fines de estudios sagrados.

Fue el turno de asentir de su amiga. De no ser porque ya estaba más cerca de ser un charco andante, Nesta habría estado transpirando de los nervios que retorcían sus entrañas con cada momento que pasaba. Gwyneth mencionó que todo Templo y Biblioteca tenía un ejemplar que contuviera fragmentos del texto del Libro, pero las traducciones no eran lo suficientemente útiles como para poder interpretar las palabras de la Madre misma.

—¿Y por qué la hija del Príncipe Mercader está involucrada en esta investigación?

Nesta enderezó su espalda y levantó la barbilla.

—Simple interés personal.

Mantuvo la mirada con el Señor del Verano, cuya piel morena se veía más oscura con el blanco de su cabello. Él pasó la mirada una vez más entre ellas antes de tomar una bocanada de aire.

—Podrán acceder a la mitad del Libro de los Alientos, siempre y cuando lo mantengan en la biblioteca del palacio —ofreció y Nesta esperó a la segunda parte de aquel trato—. Juren por la Madre y el Caldero que lo mantendrán allí.

Contuvo un bufido y las palabras salieron de su boca al mismo tiempo que una marca empezaba a aparecer en el dorso de su mano izquierda. No le dedicó ni siquiera una mirada, ni siquiera cuando las llevaron a la biblioteca escoltadas por dos guardias. Recién cuando se sentaron es que echó una mirada, encontrándose con unas olas que amenazaban con ahogarla si no tenía cuidado.

—¿Crees que pueda verlo completo? —preguntó en un murmullo Gwyneth, sus ojos fijos en la madera frente a ella, sus dedos blancos de tanta presión que estaba utilizando. Por un momento no supo qué decir, tampoco si estaban hablando en código o era otro de los ataques de pánico que tenía. Un movimiento de sus manos terminó de aclarar sus dudas—. ¿Crees que podemos escabullirnos en la torre? —decían sus manos.

—Tal vez —dijo al final, acomodándose mejor en la silla, tratando de tener una postura más digna. Gwyneth se mordió la uña del dedo pulgar, volviendo a encerrarse en lo que sea que estuviera pasando por su cabeza—. Atenta.

Ni bien terminó de decir aquello con un simple movimiento de sus dedos, las puertas se abrieron, dejando a la vista al Señor Tarquin, quien las seguía mirando con cierta sospecha. Mantener la mirada en él y no bajarla al objeto que tenía entre las manos, resultó casi imposible, un esfuerzo monumental para no mostrar ninguna necesidad, que él no tenía nada que pudiera hacerle perder la cabeza. Ambas contemplaron el pesado libro que el Señor dejaba en la mesa con sumo cuidado. Los huesos de Nesta empezaron a molestarle, su piel se sentía tirante y su cabeza amenazaba con dar vueltas. Clavó sus ojos en Gwyneth, quien ya se encontraba estirando los dedos y rozando la tapa con la yema de sus dedos.

Una última mirada hacia Tarquin bastó para saber que no iba a ser posible pedirle por las buenas que entregara el Libro, mucho menos a una organización de la que no tenía idea. Volvió su atención al libro de tapa, argollas y hojas de un metal que parecía reunir todos los tipos posibles, desde el hierro hasta uno que quizás solo podía ser nombrado en el ogam como "metal sagrado". Había un ligero brillo turquesa, del mismo tono que la magia que canalizaba Gwyneth, quien contemplaba las páginas con los ojos abiertos de par en par.

Tomaron un poco de papel y tinta que les prestaron, anotando algunas observaciones que la Sacerdotisa iba realizando, siempre con el Señor atento a cada uno de sus movimientos, no dejándolas solas ni siquiera un momento. El tiempo pasó tan rápido como lento, Nesta podía sentir el calor volviéndose un poco más intenso a medida que avanzaba la tarde, derritiéndose en sus ligeras ropas. La piel de Gwyneth parecía estar al borde de volverse transparente, como pasaba cuando se metía en el agua.

—Creo que es suficiente por hoy —dijo Tarquin, dando un paso hacia adelante, haciendo que ambas levantaran la cabeza y asintieran una vez. Su amiga pelirroja esbozó una sonrisa amable, pese a que sus dedos temblaban ligeramente cuando se apartó del Libro. Nesta guardó las notas en el cinturón de su vestido, sintiendo todo el sudor acumulado bajo aquellas pocas capas de tela.

Sin nada más que hacer allí, las escoltaron de regreso a la entrada y emprendieron el regreso a la casa con cierta prisa. Intercambiaban silenciosos gestos.

Es un idioma en el que no estoy muy versada, necesito más tiempo y referencias.

Nesta no dijo nada después de aquello, sintiendo que su garganta se cerraba ligeramente ante la palabra "tiempo". Irónico que era lo que necesitaban para ir ganando algo de ventaja contra Hybern, ahora que habían eliminado al intento de Nueva Reina de Prythian, era lo mismo que no tenían. Entraron a la casa y Nesta se quitó con algo de dificultad los lazos del vestido ni bien estuvo encerrada en su cuarto, haciendo que una tormenta helada estallase dentro de las cuatro paredes. Su piel dejó de molestarle en cuanto el aire se volvió tan frío que su aliento parecía ser fuego. Disfrutó de la sensación antes de ponerse un nuevo conjunto de ropa, igual de ligero pero menos elegante, y empezó a colgar algunas dagas en los sitios donde podía disimularlas.

Respiró hondo, disfrutando del frío antes de absorberlo con un movimiento de su mano, dejando la habitación como si nunca hubiera pasado nada. Se miró al espejo, sin reconocerse en aquellas ropas que ya empezaban a humedecerse con el calor que volvía a colarse en el cuarto. Salió al pasillo, encontrándose con Gwyneth quien parecía lista para ocultarse en la primera esquina que encontrara.

Resultaba tan raro y normal verla así, como si fuera un cazador esperando a que su presa dejara de prestar atención a los alrededores. Sus ropas eran casi negras, habían algunos destellos de azul, pero bien podía ser cosa de las luces y el calor haciendo estragos en su mente. Gwyneth la miró con una de esas sonrisas que alumbraban al mundo, marcando más aquel contraste, y se acomodaron junto a unas puertas. Pronto caería la noche, no que la ciudad de Adriata se fuera a dormir temprano, pero al menos sería más fácil para ambas pasar desapercibidas.

Dibujaron unas runas de glamour sobre sus brazos desnudos por las dudas y, recién cuando sintieron que la magia empezaba a actuar es que abrieron la puerta trasera, dirigiéndose a casi toda velocidad en dirección al callejón más cercano.

Avanzaron por ellos fluidamente, evitando cuanto posible ruido se encontraran. Si bien Nesta estaba centrada en el movimiento de sus pies, en intentar mantener todo su ser oculto de las luces, Gwyneth parecía moverse con más gracia de lo usual, encontrando un sitio donde esconderse con absoluta facilidad, como si el mundo se amoldara a ella y no al revés.

Siguieron avanzando hasta que estuvieron en la costa que se suponía que daba a la torre parcialmente sumergida.

—Me adelanto y veo cómo despejar el camino —dijo Gwyneth, contemplando el mar que rugía por debajo de ellas, retándolas a saltar por el acantilado.

Echó una mirada hacia el frente, asintiendo con la cabeza a la vez que le murmuraba que tuviera cuidado, cosa que era realmente innecesaria. Con eso, su amiga se acercó más al borde antes de tomar un pequeño envión y saltó al agua justo cuando una ola rompía contra el acantilado en el que estaban.

Observó el agua turbulenta por un tiempo, rezando para no encontrar ninguna mancha roja que... Sacudió la cabeza, apartando aquel pensamiento, y se sentó a esperar.

Las aguas oceánicas eran definitivamente mucho más que las tranquilas y dulces aguas de los ríos y lagos. Lo notaba en el rugido de las olas, en las corrientes que le cantaban en tonos graves sobre una magia mucho más salvaje, tan antigua como el cielo y la tierra. Sus ojos se abrieron al mismo tiempo que sintió el cambio en sus piernas, firmemente unidas por tiras de magia que formaban una aleta mucho más ancha. Contempló sus manos, ligeramente palmeadas con esa membrana que solo ella podía notar, y empezó a nadar.

Debajo de ella, a unos cuantos pasos, podía distinguir unas piedras de colores brillantes, desde los rosas claros hasta azules profundos, un camino que irradiaba magia de un Señor de Prythian. Lo siguió, sintiendo que sus ropas tiraban hacia atrás, amenazando con dejarla desnuda en cualquier momento. Llevó una mano hacia su muslo, sintiendo la conocida textura del mango de su daga, calmando ligeramente sus nervios. Sobre ella, como si quisiera ver lo que pasaba, estaba la luna, brillando en todo su esplendor, echando un halo blanco sobre su espalda, dibujando su silueta sobre la arena.

Pronto pudo distinguir con claridad las paredes de piedra recubierta de sal, iguales a las que rodeaban al palacio. Dio un par de brazadas, sorteando sin dificultad la muralla con una verja, y empezó a rodear la construcción. Sus pulmones empezaron a arder y su nariz amenazaba con inhalar el agua, obligándola a emerger con cuidado. Ni bien sacó la cabeza entre las olas, tan implacables como lo eran en la costa, respiró el aire nocturno, moviendo sus piernas para mantenerse por encima de las olas.

Volvió la atención hacia la construcción frente a ella, calculando la distancia y cuánta fuerza podría llegar a necesitar. Apenas pudo contener las ganas de llevarse una uña a la boca al mirar hacia las olas. Una sonrisa se extendió por sus labios al notar una ola particularmente alta que se iba formando. Nadó un poco más, trepando la ola hasta que pudo aferrarse a una saliente y treparla.

Su corazón latía con fuerza, podía sentirlo contra sus costillas, acelerando sus respiraciones. Estuvo un momento así, dejando que la magia de sus piernas se deshiciera, permitiéndole caminar de nuevo. Había acabado en lo que parecía una saliente, apenas más ancha que ella, completamente vacía. No necesitó mirar hacia la pared para notar las marcas de los hechizos y runas antiguas que protegían al lugar. Poniéndose de pie, contempló la orilla, probablemente a unos dos kilómetros de distancia. No tenía idea cómo haría Nesta para ir a la torre, una mirada rápida a las aguas le hizo notar cómo éstas parecían estar retirándose.

«A ponerse en marcha», pensó, pegando su espalda a la pared y recorriendo con cuidado la superficie rugosa. Tanteaba las marcas con la yema de sus dedos, ignorando la incomodidad y la sensación áspera, concentrada en las corrientes de magia que fluían por todo el edificio, como un remolino. Avanzaba despacio, atenta a cada ventana que encontraba, echando vistazos cuidadosos al interior, tan oscuro que apenas era iluminado por la luz de las antorchas que había dentro. Le recordaba a las cavernas que había cerca del Templo Sangravah.

Había dado quizás un cuarto de vuelta cuando decidió que no iba a poder entrar si seguía caminando en cualquier dirección. Apoyó la palma de su mano, cerrando los ojos, concentrándose en el flujo que se movía a través de ella, tratando de simular lo más posible aquel torrente. Se sentía familiar, el mismo rastro mágico que recordaba del Templo, pese a las diferentes naturalezas. Respiró hondo, presionando un poco más hasta que sintió un ligero chasquido en lo más profundo de su mente. Abrió los ojos, acercándose a una de las ventanas, oteando al interior.

Distinguió la silueta de estanterías que parecían estar llenas de objetos que se veían antiguos, valiosos, más o menos poderosos, pero sus huesos vibraban con cada centímetro que avanzaba. En cuanto estuvo sentada dentro, atenta a cualquier cambio que delatara su presencia, entrecerró sus ojos, tratando de distinguir lo que podría haber debajo de ella. Respiró hondo, tratando de aflojar sus músculos a medida que iba separándose de la pared, sintiendo que su estómago se cerraba ligeramente ante la sensación previa a la caída.

Se concentró en las runas de resistencia de sus piernas, notando el ligero brillo de su magia como única luz en todo el sitio. Cayó y sus rodillas habrían cedido de no tener las runas brillando en sus muslos. Respiró hondo, dando un tembloroso paso hacia atrás antes de enderezarse y concentrar la magia en su mano, creando una pequeña esfera turquesa que le permitía distinguir las siluetas de sus alrededores. Echó una última mirada antes de dirigirse hacia la puerta que parecía dar al exterior.

Dejó que la luz se consumiera antes de que su mano se posara en el picaporte y espió el pasillo frente a ella. «Ya me parecía que era demasiado fácil todo esto», pensó al distinguir un ligero destello metálico bajo la luz de la luna. Podía escuchar perfectamente los pasos del guardia, el ligero entrechoque de las placas metálicas con cada paso que daba, así como el ligero tuc que acompañaba la marcha. Aguardó, cerrando casi del todo la puerta, confiando por completo en su herencia paterna al afinar los oídos antes de volver a asomarse. Le pareció reconocer unas aletas que sobresalían del casco, así como el olor a pescado que lo seguía.

Sus pies se movieron sin siquiera causar el más mínimo sonido, las mismas sombras parecían querer ocultarla. Cerró la puerta con una ligera ráfaga de viento en cuanto estuvo detrás de una columna, llamando la atención del guardia, quien soltó unas cuantas oraciones a la Madre por lo bajo. «Lo siento», pensó Gwyneth antes de dejarlo inconsciente de un golpe y, para estar segura, con una runa, contemplando a ambos lados del pasillo antes de seguir adelante. Miró hacia afuera, notando que el agua ya había bajado hasta la mitad de la ventana.

Avanzó con pies ligeros por los pasillos, manteniéndose pegada a las paredes, moviéndose con tanto cuidado que nadie parecía oírla, dando golpes certeros y tratando de dejar la menor cantidad de marcas posibles con cada guardia que incapacitaba. El último tramo lo hizo corriendo, sabiendo que no había nadie y sintiendo el pulso mágico de Nesta cada vez más cerca. Abrió la puerta justo al mismo tiempo una ráfaga helada pasaba junto a ella, revelando a la elfa una vez estuvo dentro.

Sin perder ni un segundo más, corrieron derecho hacia la bóveda por la que Gwyneth había entrado, empujando las puertas y volviendo a invocar una esfera de luz, esta vez con más intensidad mientras empezaban a recorrer las estanterías. Su corazón latía con fuerza, sintiendo que habían ojos en las sombras, captando todos los movimientos que hacían, listas para ir a alertar a Tarquin de su presencia.

—Deberías unirte a la División de Feyre —dijo Nesta en un murmullo, justo cuando revisaba una estantería llena de libros. Gwyneth casi sintió que su alma salía de su cuerpo del sobresalto.

—Dudo mucho que alguna vez pueda hacer lo que hacen allí, además de que tengo un pelo bastante llamativo —replicó, sabiendo que eso era una excusa pobre, incluso para sus oídos. Sí, la División Illyriana estaba hecha mayormente por hembras de Illyria, pese a que no faltaban los mestizos de las Furias Nocturnas. Gwyneth podía contar con los dedos de una mano esos casos, y estaba segura de que le sobraban dedos. Nesta no le dijo nada más y siguieron recorriendo el sitio.

No podía dejar de maravillarse ante los objetos de casi todos los tamaños, colores y formas. Habían joyas, piedras, perlas, atuendos, cofres que vomitaban oro, libros que parecían estar vivos...

El Libro de los Alientos las esperaba sobre un atril, en la parte más alejada de aquel cuarto. Algo recordaba Gwyneth de sus clases en Sangravah, pero siempre estaba la diferencia entre el recuerdo o la idea y la realidad de algo. Las ilustraciones no hacían ninguna justicia a lo que tenía frente a ella: páginas hechas con aquel metal que había sido tratado de tal manera que parecía una hoja, con letras en un idioma antiguo que no reconoció de inmediato, una lengua más antigua que el sirílico o el antli. Tres anillos de oro mantenían las tapas unidas y parte de sí tenía la impresión de que estaba vivo, con un poder que aguardaba el momento para ser liberado, palpitando bajo la superficie como lo haría un corazón debajo de las costillas. Miró a Nesta, quien empezaba a emanar un aire helado por su boca, sus huesos brillando bajo la piel cada vez más translúcida, los ojos brillantes y aquellas marcas que siempre aparecían en su piel cuando.

—Prepárate para correr, Gwyn —le dijo, con una voz ligeramente más cavernosa, helada. Gwyneth asintió, mordiéndose el labio al tiempo que echaba una última mirada al Libro.

Nesta avanzó despacio, las manos relajadas, acelerando ligeramente el pulso, ¿o era su propio corazón el que latía hasta hacerla ensordecer? Vio cómo los dedos se apoyaban con cuidado sobre las esquinas, levantando el Libro con cuidado. Se contemplaron entre sí un instante antes de salir corriendo hacia la puerta, como si en cualquier momento fueran a cerrarse.

Hubo una explosión de magia segundos antes de que Nesta empezara a correr a través de la puerta, dejando un rastro de hielo que se evaporaba al instante. Gwyneth no pensaba en nada cuando la siguió, estirando sus piernas cuanto podía y tratando de no ceder tan pronto al uso de las runas.

Atravesaron los pasillos cuando algunos guardias empezaban a gemir. Notó que Nesta aceleraba su paso, sus piernas emitiendo un brillo azul plateado, dejando una piel traslúcida. Corrieron como si la muerte misma las estuviera persiguiendo, apenas logrando pasar por la puerta principal que se cerró con un tronar a sus espaldas.

Corrieron por el camino, Gwyneth lanzando un hechizo de camuflaje que debería ocultarlas momentáneamente hasta que llegaran a alguno de los tantos escondites que había visto en la caminata que habían hecho al comienzo de su salida. Con suerte, ambas podrían ocultarse en un callejón, unirse al gentío hasta que pudieran escabullirse de nuevo en la mansión donde estaban parando.

Sus ojos ardían y estaba a punto de matar a quien sea que la perturbara en ese momento. Sentía que la cabeza palpitaba y estaba segura de que sus dedos empezarían a sangrar de la presión que estaba poniendo. ¿Era la runa de las cadenas la que estaba dibujando? ¿O era la de nulidad?

Podía sentir que se acercaban más guardias y las piernas de Feyre ya empezaban a doler de tanto que avanzaba, se agachaba y luego retrocedía hasta quedar parcialmente sumergida en las sombras del nicho. Su cuerpo estaba exigiendo un descanso tras dos días de andar exigiendo ir más allá de los límites. Entre el hechizo que parecía estar cambiando constantemente, la sensación que iba aumentando, haciendo que sus dedos se volvieran temblorosos y tuviera que parar más seguido para no hacer trazos temblorosos. Intentaba no dejar que la vista de Norrine, quien parecía estar más cerca de la muerte con cada momento que pasaba, le afectara, pero el temblor de sus manos parecía decir lo contrario.

Intentó mover las alas, apartando la sensación hormigueante de ellas, parpadeó en un intento de volver a enfocar la vista al frente. Se sentía arder y temblar de frío a la vez. Podía sentir su corazón latiendo con fuerza contra las costillas, como si estuviera recordándole que seguía allí.

El mundo daba vueltas, su vista volviéndose borrosa pese a que apenas estaba intentando ver más allá de su nariz. Sus alas seguían doliendo y levantarlas se sentía como una tarea abrumadora. Estaba casi segura de que todo era resultado del sortilegio que seguía escribiendo, leyendo la magia con cuidado a medida que iba creando lo contrario, pero... Había utilizado más magia en otras situaciones y un sortilegio, si bien podía ser lento y agotador, no era tan extenuante.

«Puta madre», pensó cuando creyó escuchar los pasos a poca distancia, seguido de un silencio y un grito que la arrancó del suelo, haciendo que sus piernas la empujaran hacia la sombra. Sus ojos captaron el cuerpo de Norrine, quien no había siquiera movido un dedo en reconocimiento de su presencia.

Trastabillando y justo antes de que una mano metálica la alcanzara, obligó a las sombras a tomarla, sumergirla en la oscuridad más profunda. Sabía que debía ir a un sitio seguro, cercano, donde pudiera recuperar sus fuerzas.

No tenía idea en qué de todos los sitios que podía pensar como seguros terminó, pero el griterío a su alrededor le hizo desear que Rhysand estuviera cerca. Al menos para poder despedirse silenciosamente de él.

La casa del Príncipe Mercader era lujosa, casi tanto como la de un Señor, pero se podía notar algo de modestia en el diseño. Azriel le había dicho que tenía las mismas barreras que la casa de Feyre en su Corte, haciendo que una sonrisa de medio lado se dibujara en sus labios. Por lo menos podían estar seguros de que estaban en el lugar correcto. Respiró hondo, dando un ligero tirón a sus ropas, las cuales eran... no las más formales que tenía en su guardarropa, pero seguían teniendo los intrincados patrones que le encantaban. Azriel, a su lado, iba con la armadura de cuero illyriana, los Sifones azules reflejando la luz del sol y el ceño ligeramente fruncido, la única señal de que estaba incómodo.

Cuadrando los hombros, tomó la aldaba sencilla y la dejó golpear contra la madera. Hubo un eco a lo largo de lo que podría haber sido una casa vacía, haciendo que sus alas se tensaran y sus labios se apretaran en una fina línea. Intercambió una mirada silenciosa con su hermano, quien seguía sin mostrar ni un ápice de emoción, y volvió la vista al frente. Estaba por llamar de nuevo cuando el picaporte empezó a moverse. Ni siquiera había escuchado los pasos antes de que la puerta se abriera de par en par, dejando a la vista a un pequeño de ojos verdes abiertos a más no poder, cabellos dorados y quizás tan alto que le llegaría quizás a la cadera de Rhysand. El niño los miró con ojos cada vez más grandes, más brillosos antes de empezar a brincar sobre sus pies.

Rhysand se encontró intentando saber si sonreír o sorprenderse.

—¡Guerreros illyrianos! ¡Mami, mami, mira, guerreros como Fey! —chilló antes de empezar a corretear entre ellos, rodeándolos a una velocidad de vértigo. Rhysand no pudo contener la risa divertida al verlo, contrario a Azriel que parecía estar a punto de salir volando al mínimo roce. Cuando estuvo satisfecho, volvió al frente de ellos, abrazando con fuerza la figura de madera que llevaba entre sus brazos—. Mi hermana es la mejor guerrera illyriana.

—¿Ah, sí? —preguntó Rhysand, agachándose y conteniendo una carcajada al ver que el pequeño sacaba pecho y asentía con solemnidad.

—Sí, es la mejor. Es capaz de ganarle a cualquiera —afirmó antes de mostrarle el juguete, una figura tallada que era, a todas luces, un guerrero illyriano en pose de combate con espada; las alas estaban ligeramente extendidas y una espada de simple filo era sostenida por ambas manos.

Abrió la boca para seguir preguntando cuando una segunda voz interrumpió todo aquello.

—¡Andrew! Disculpe, su Alteza, mi hijo es pequeño, no sabe medir sus palabras —dijo una hembra, de ojos de un verde oscuro, largo cabello castaño y piel blanca. Pese a que el vestido era sencillo, inmediatamente había enderezado la espalda y levantado la barbilla al hablar—. Pase, mi esposo lo estaba esperando —añadió, tomando al pequeño por la mano a la vez que hacía un gesto para indicarle el camino.

—Ma... —se quejó el pequeño, alargando la vocal cuanto pudo—. Son illyrianos, como los que me talló Fey.

Rhysand casi podía sentir que sus orejas se paraban ante aquello. De repente, tenía muchas ganas de observar una figura que había sido hecha por ella. Contuvo una risa al recordar una de las primeras cosas que le había dicho el pequeño; ya le haría la pregunta cuando la volviera a ver.

—Sí, tesoro, pero está mal decir cosas así frente a invitados importantes.

—No me molesta, señora... —dijo, mirando directamente a la señora de la casa.

—Omrenne, Alteza. —Rhysand asintió con la cabeza antes de volver al pequeño Andrew, esbozando una sonrisa entretenida mientras se agachaba hasta quedar a su altura.

—Así que, ¿a tu hermana Fey le gustan mucho los illyrianos?

Los ojos verdes ardieron de emoción, su mano firmemente cerrada sobre la figura de acción.

—¡Sí! Fey es una illyriana, a veces viene a visitarnos y me lleva a volar.

Rhysand asintió con la cabeza, haciéndole una que otra pregunta más sobre el juguete y su hermana, quien parecía ser la que más tiempo pasaba haciendo de compinche. Una parte de sí quería imaginar a Feyre haciendo todas las locuras que estaba escuchando a medida que avanzaban por el pasillo. Habían llegado a la puerta que daba al salón y la madre lo mandó a que fuera a su habitación, cosa que no le hizo ni un poco de gracia. Sintiendo que había ganado algo de respeto y lealtad del pequeño, le preguntó si podía ir a buscar a los otros soldados con los que jugaba y luego se los enseñaba. El brillo en aquellos enormes ojos pareció alumbrarlo todo antes de que saliera corriendo hacia la escalera, subiendo de dos en dos los escalones con sus cortas piernas, Omrenne soltó un suspiro, pidiendo disculpas e invitándolos a pasar a la sala de estar.

Los rumores sobre el Príncipe Mercante se solían enfocar en sus tratos, en cómo parecía saberlo todo de todos los que vivían en Prythian, quizás incluso más allá. Rhynsand había imaginado alguna clase de ser antiguo, del estilo de Amren, pero lo que encontró no fue sino la versión adulta del niño que lo había recibido. Delgado, vestido con ropas elegantes y el cabello prolijamente apartado de su rostro. No se le escapó la mirada de adoración que el Príncipe le dirigió a Omrenne antes de que esta se sentara junto a él.

«¿Qué puedes averiguar de casa y de ellos, Azriel?», le preguntó mentalmente mientras caminaba hacia la silla que el Príncipe le indicó, sentándose con cuidado para que sus alas no estorbaran.

«No mucho», respondió su hermano, parándose detrás de él, firme pese a que su cuerpo parecía estar relajado.

—Supongo que mi hija no te ha dicho nada —empezó el Príncipe, haciendo un gesto para que una sirvienta de piel pálida y brillante saliera de la habitación. Rhysand sonrió, tratando de mantener los hombros relajados mientras decía que era complicado conseguir información de alguien como él, considerando que era el Octavo Señor de Prythian, pese a no tener una Corte. El Príncipe se rio con ganas ante sus palabras—. Vaya, realmente no te dijo nada. Nuestra pequeña ha aprendido a manejar información.

—Dudo que sea eso, querido —respondió Omrenne con un tono dulce. El mercader hizo un gesto para restarle importancia con la mano, justo cuando la sirvienta regresaba con una bandeja con quesos, vino y tres copas. Sirvió las tres y se las entregó. Rhysand contempló momentáneamente la bebida antes de darle un educado sorbo.

—Como sea —estaba diciendo el elfo—, no estamos aquí para hablar de mi pequeña, por mucho que me gustaría —dijo, soltando un suspiro dramático que hizo arquear la ceja de Rhysand. Vio cómo el Príncipe daba también un trago, acomodándose en su lugar, casi imitando la postura de Rhysand, mirándolo con unos ojos verdes que brillaron incluso en medio de tanta luz—. Quieres hablar de negocios, ¿no es así? Supongo que tendrás una buena oferta que hacerme.

Rhysand se tomó un momento para saborear otro sorbo del vino. No se parecía a ninguno que hubiera probado, ni siquiera de la colección de Morrigan. Se tomó su tiempo, como si estuviera pensando sus palabras.

—No solo de negocios, sino de lo que podría ser el futuro de Prythian. —Aguardó un momento, dejando que las palabras se asentaran en la mente del Príncipe, quien no parecía sorprendido en lo más mínimo—. Supongo que tienes tus fuentes.

—Por supuesto —asintió él, dando otro sorbo y sonriendo con cierta picardía que le recordó a Feyre.

Pasó un instante en el que sopesó sus palabras, moviendo cuidadosamente la mano con la copa. Abrió la boca para decir algo cuando el sonido de pasos y una sensación de que el aire no podía pasar por su garganta. Sintió a Azriel moverse a su lado, así como la tensión que se había apoderado de la habitación. Tenía que levantarse, tenía que moverse...

Salió al pasillo quedándose congelado ante lo que veía frente a sí. Tirada en el suelo, con las alas apenas moviéndose y la respiración pesada. Sus pies se movieron de nuevo sin que él terminara de comprender qué estaba pasando.

—Quítale el collar —escuchó que alguien más decía. Su cabeza daba vueltas, y su cuerpo entero parecía estar listo para saltar a la acción. Era como cuando había estado Bajo la Montaña, poco más de dos meses atrás. Se agachó cerca de su cabeza, sosteniéndola cuando la movieron hasta dejarla boca arriba.

—Fey... —logró murmurar al mismo tiempo que ella soltaba un gemido apenas audible. Tenía ropas desgastadas, se veía aterradoramente pálida y podía notar en su pecho cómo el corazón latía cada vez con menos fuerza, dejando un frío donde instantes antes hubo un calor abrasador. A lo lejos, como si estuviera bajo el agua, escuchaba una voz que entonaba cánticos, veía manos con huesos plateados que congelaban la magia que amenazaba con escaparse de Feyre.

Escuchó que alguien decía algo, pero todo lo que pasaba por su cabeza era «Feyre, Feyre, Feyre, Feyre...»

La vio sacudirse por la tos, vomitando algo negruzco que se había concentrado en su pecho antes. Pasó una eternidad hasta que sintió que el corazón de ella empezaba a latir con fuerza, y otra eternidad hasta que su mente por fin comprendió la situación.



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