Una reina en otro reino
Norrine debería estar contenta, satisfecha, ¿verdad? Prythian le había dado una respuesta definitiva luego de dos meses de idas y vueltas: no pertenecía allí, por mucho que en ese momento quisiera quedarse, rogándole a Tamlin de rodillas que la dejara estar allí. Estaba en el cuarto, sola, con las mismas ropas de cuero con las que había llegado y un par más, a pedido de Tamlin, en una pequeña bolsa de viaje. Miraba a la luz de la luna que se colaba por la ventana, su única compañía. Intentaba, pero era incapaz de conciliar el sueño, como si una parte de ella quisiera ver incluso aquellas últimas horas. Llegó a pensar que había voces que le decían que se quedara, que saliera por la ventana.
—Ey, buen día —dijo alguien mientras le sacudían por el hombro. Parpadeó, algo confundida de ver al sol en el cielo, en lugar de un cielo oscuro y estrellado—. Así que... partes de regreso —comentó Faye, sentándose a un lado y dándole una mirada que Norrine no supo cómo interpretar.
—Tamlin dice que es lo mejor. —Las palabras se sintieron vacías, como si hubieran querido explicarlo todo, pero quedaron en nada.
Faye tomó aire, incluso sus ojos parecieron brillar con determinación, pero cerró la boca y tosió antes de soltar una maldición por lo bajo. Todavía bajo el pequeño ataque de tos, empezó a llevar una mano hacia el costado de su vestido, levantando las faldas.
—Entonces, ten, quiero que te lleves esto —dijo, sacando un pequeño saco de cuero que podría haber tenido atado a su pierna, si se guiaba por lo cálido que estaba al tacto. Miró a Faye y luego bajó la vista al saquito mientras deshacía el nudo que lo mantenía cerrado. Lo inclinó, sacando su contenido que cayó en la palma de su mano, casi resbalando hacia el suelo. Era una cadena de hierro hecha con sumo cuidado, con el símbolo de la Corte Primavera: unas astas con un crisantemo (como le había dicho Tamlin en algún momento) grabado en una pequeña placa de metal en el centro. La contempló, sintiendo que le salían lágrimas de los ojos mientras pasaba los dedos sobre la superficie lisa—. Para que no te olvides de lo que aprendiste aquí —le explicó Faye pese a que Norrine no preguntó nada.
—Gracias —fue todo lo que pudo musitar.
La aldea Archeron la esperaba más allá del laberíntico bosque, lo conocía bien, como la palma de su mano. La nieve ya se había derretido por completo y pronto empezarían las lluvias, por lo que habría lodazales casi en todos lados. Acomodó el bolso sobre su hombro sintiendo una ligera mordida del metal de la cadena que rodeaba su antebrazo, como si fuera una serpiente, y reanudó la marcha, no queriendo ver sobre su hombro. No sabía cuánto le duraría la fuerza de voluntad para no correr de regreso a Prythian si veía a Tamlin y a Lucien, así fueran las espaldas. Sabía que flaquearía y caería de rodillas, lloraría incluso, para poder quedarse.
Sus pasos resonaban en la hojarasca mezclada con barro y algunos charcos que todavía no se habían secado. Todo se veía muerto en comparación a lo que recordaba, como si sus ojos se hubieran acostumbrado al constante brillo que había del otro lado del Muro. Allí los árboles no parecían querer estirar sus ramas hacia ella, invitarla a que pasara tiempo entre sus raíces o instando a las aves cantar. Incluso los sonidos se sentían mucho más ásperos, demasiado chirriantes y no tan melodiosos como recordaba.
Caminó el sendero que llevaba a su casa, deteniéndose a una buena distancia de la misma en cuanto divisó el tejado, en muchas mejores condiciones de las que recordaba. Allí seguía la cabaña, como un bloque de madera apilado con parches de piel entre las tablas, con una chimenea hecha de barro y piedras que soltaba un fino hilo de humo. No había cambiado mucho, pese a que Tamlin le había asegurado que había enviado plata para que así fuera. Asumió que el dinero había pasado a otras manos, considerando que era feérico y los rumores eran más que coloridos al respecto.
Vio que la puerta se abría y apenas pudo moverse antes de que Nadya se asomara por esta, quedando ambas congeladas al caer en la presencia de la otra. Su hermana se veía en los huesos, con las clavículas marcadas y la piel tirante, como si estuvieran absorbiéndole la vida misma. El vestido que llevaba le quedaba algo suelto, probablemente ocultando un torso igual de esquelético que el resto del cuerpo, si es que se dejaba guiar por lo que veía y el recuerdo de su vida allí. «Apenas fueron dos meses», se recordó, pese a que se sintió como una eternidad. Sin saber qué hacer, empezó a caminar en dirección al pueblo, bajando la cabeza mientras se alejaba.
—¡Norrine!
Se detuvo, encontrándose con que Nadya corría hacia ella, recogiendo la desgastada falda del vestido marrón, lleno de salpicaduras de grasa y carbón, para no pisarla. No tenía idea de qué esperaba exactamente, pero por supuesto que no era el abrazo que Nadya le dio en cuanto estuvo al alcance. Mucho menos la impresión de nostalgia y alivio que parecía venir a raudales de ella. Retrocedió un par de pasos antes de devolverle el gesto, dudando de si realmente podía hacerlo.
—¿Cómo es que...? Mamá y papá asumieron... Cuando el fae te llevó... —No parecía capaz de terminar ninguna de las oraciones que decía, como si su mente siguiera pensando a toda velocidad y su lengua se había quedado tiesa. Como si pronunciarlo fuera a cerrar algún ciclo, o incluso atraer algún espíritu del inframundo para volver realidad todo aquello, terminando con lo que parecía ser un sueño. Norrine se apartó, mirándola de pies a cabeza—. ¿Qué te hicieron? Pareces... como si hubieras crecido —añadió.
Se miró a sí misma. Podía entender que la viera distinta por el peso que había ganado o incluso por el aspecto limpio que tenía, pero definitivamente no había crecido. No físicamente, que ella supiera. Sin embargo, ¿siempre había habido casi una cabeza de diferencia entre ambas? Quizás Nadya había empezado a encorvarse por el trabajo que ella no había hecho, arruinando su perfecta postura, pero no parecía ser el caso.
—Dudo que haya crecido algo, Nadya —dijo, pese a que también estaba viéndose a sí misma, buscando algún cambio significativo.
Ella asintió, despacio, mordiéndose el labio y mirando hacia cualquier sitio menos hacia Norrine. La vio jugar con sus dedos, considerar varias veces cómo empezar antes de dejar salir un suspiro de derrota.
—Me casé hace una semana —dijo, despacio. Norrine asintió, sin sentir más que una pizca de sorpresa y murmurar un "felicidades" antes de quedar en un incómodo silencio—. Mamá y papá están de viaje, haciendo unos negocios en Beddor. Podrías quedarte en la cabaña y recibirlos —añadió, sus ojos brillando de ilusión, como nunca lo habían hecho. Norrine apretó los labios, considerando las palabras de su hermana—. ¿No vas a quedarte?
—No. Digo, sí, vine a quedarme —se corrigió, asintiendo con la cabeza, con la sensación de que se le cerraba la garganta ante aquellas palabras y seguía a su muy feliz hermana. Echó un vistazo más al bosque y casi pudo jurar que oía a los árboles de Prythian llamarla a través del Muro.
Feyre disparó la flecha y acertó en el blanco, exactamente en el centro. Había esperado sentir rabia, furia, su sangre hirviendo bajo la piel, todo lo que siempre parecía estar a punto de salir a la superficie a la mínima oportunidad, pero no había más que una sensación de cansancio, casi que de resentimiento. Tamlin había sido tajante con sus palabras antes de partir a la guarida de Amarantha, llevando a toda la Corte de la Primavera con él. Ella los había acompañado hasta casi entrar al camino que llevaba directamente al callejón sin salida, hasta que distinguió el sitio donde no habría punto de retorno y se esfumó, apenas dedicándole un gesto con la cabeza a Lucien antes de desaparecer. No sabía qué había pensado él al verla partir, pero no le sorprendería que la considerara una traidora o algo peor. Años de amistad y parecía que seguían en el punto de partida.
Disparó otra flecha. Dio al lado de la anterior.
—Capitán Ala-Roja, ¿cuáles son sus órdenes? —preguntó una subordinada.
Feyre recargó otra flecha, inhalando ampliamente antes de exhalar al mismo tiempo que soltaba la cola y la punta de hierro se clavaba en el centro de la cabeza del muñeco de paja. Casi podía ver los ojos negros y el cabello de un rojo oscuro en aquel blanco. Le habría gustado que así fuera.
—A seguir preparándose para la guerra. Hybern podría venir en cualquier momento —dijo, apretando el arco en su mano y mirando hacia el cielo, como si allí pudiera encontrar alguna respuesta o el siguiente paso, pese a que ya lo conocía. Cerró los ojos, tal como Gwyneth le había enseñado a hacer, concentrándose en lo más profundo de su ser, intentando alcanzar a la Madre, pidiéndole que tuviera piedad por ellos. Rogó por un milagro, porque lo posible ya estaba lejos de su alcance.
—¡Oh, qué alegría! Hacía mucho que no teníamos una nueva cara en las reuniones.
—Gracias, pero sólo quiero escuchar —dijo Norrine, sintiendo que sus mejillas empezaban a arder.
—Por supuesto, ven, ven, siéntate aquí —asintió una chica, de cabellos un poco más oscuros que los de ella. La siguió hasta ocupar el lugar que le ofrecían.
Norrine no sabía qué tan buena idea era asistir a estas cosas. Apenas habían pasado cinco días desde su regreso, casi había vuelto a la inmutable vida de antes, pero sus ojos no paraban de regresar una y otra vez al Muro cada vez que salía a cazar. Estaba segura de que podía escuchar a los árboles susurrar su nombre, tal como lo hacían en la Mansión, sentir el olor puro y salvaje de Prythian, queriendo capturarla una vez más. Habría mentido si no admitía que había estado a punto de tomar sus cosas y regresar. Solo una especie de deseo de no desobedecer a Tamlin le hacía dar media vuelta y regresar.
Al final, había optado por unirse a los Hijos de los Benditos en un intento de quitarse la necesidad de internarse en el bosque a cada instante. Dudaba que fuera de alguna ayuda, pero no iba a perder nada por intentarlo.
El grupo era pequeño, de unos diez integrantes, aunque, según le había dicho la mujer que la había recibido, a veces podían ser más, especialmente en el cambio de estaciones. Había un tapiz que colgaba de la pared opuesta a la entrada; estaba hecho de tal forma que parecía la versión simplificada, por no decir ordinario, del mural que había visto en la Mansión de Tamlin. Reconoció a la Madre y al Caldero con el Libro de los Alientos que estaba flotando sobre las manos de las sacerdotisas. Vio de nuevo a los animales que se perseguían entre ellos, algunos huyendo otros detrás, cazándolos, aunque no siempre tenían sentido, como era el caso de un ciervo tras una araña. Incluso le pareció ver una vulgar imitación de las Uniones Divinas, parecían mucho más dos bestias queriendo comerse mutuamente que dos fae entrelazados.
—¡Se acerca la fecha! ¡Vienen a buscar a una nueva reina para las Hadas! —chilló una anciana, entrando con los brazos elevados al cielo, como si así pudiera hacer llegar más rápido sus palabras a los dioses o a la Madre. Norrine sintió que todo su cuerpo se tensaba al ver a la mujer avanzar temblorosa hasta el centro del círculo humano que se había formado en aquella cabaña, dándole la impresión de que estaba jugando con algo mucho más antiguo, peligroso. Una figura esquelética se dibujó en el tapiz durante un parpadeo—. Una de nosotras será la afortunada que podrá desposar a un Alto Fae. ¡Lo he visto!
—No le creas ni una palabra a esa vieja chusma —murmuró alguien a su lado. Casi se sobresaltó al notar a un muchacho que debía rondar su edad, con una sonrisa pícara que quizás le habría resultado interesante en otro momento. Era alto y con un cuerpo fibroso, aunque no era, ni de cerca o de lejos, tan interesante como Tamlin. Sin darse cuenta, se quedó pensando en lo poco que duraría su belleza, la fuerza y vitalidad que emanaba, lo fugaz que sería todo en él, mientras que el resto, al otro lado del Muro, seguirían igual durante siglos enteros—. Tiende a decir lo mismo cada reunión.
—Supongo que de algo servirá —respondió, encogiéndose de hombros mientras veía cómo la anciana se acercaban un brasero de bronce y empezaban a intentar encenderlo con unas rocas—, sino habría dejado de decirlo hace tiempo.
Los ojos de él, opacos, se detuvieron sobre su persona, como si estuviera evaluándola.
—¿Tú crees en lo que pregonan estas locas?
Norrine necesitó un momento antes de responder, mordiéndose el labio mientras consideraba sus palabras.
—Creer no es la palabra que usaría para describir lo que pienso respecto a los fae. —El muchacho pareció impresionado por la respuesta, si se guiaba por los ojos abiertos y el brillo de interés que había en ellos. Esbozó una sonrisa de medio lado antes de volver a hablar—. ¿Y tú? Claramente no piensas siquiera en que deberían dedicarle un instante más de su tiempo.
—Así es, pero suelen venir las mujeres más lindas de Archeron —dijo, de nuevo con esa mirada que la estudiaba, y a Norrine no se le pasó por alto la sonrisa galante que le dio—. Soy Isaac.
—Norrine —respondió, casi a secas, estrechando con duda la mano del joven. El tacto resultó helado, pese a que empezaba a hacer calor con el brasero y los otros cuerpos en el lugar.
Norrine tardó un mes en seguir a Isaac a un granero que estaba en los límites de la aldea, intentando quitarse a Tamlin de la cabeza más que por deseo y la necesidad de tener sexo en sí. Intentó concentrarse en la sensación de su cuerpo contra el de ella, en lo que parecía ser una necesidad física y no tanto sentimiento, como había hecho con Tamlin, ¿no? Había sido fácil entonces, nada más sentir que sus manos estaban en sus mejillas, sus labios moviéndose al mismo tiempo que sus cuerpos y todo había seguido su curso.
Isaac era... como un pequeño perro que fingía ser un lobo feroz. Nada que no hubiera probado antes de la Corte, una sacada de ganas y nada más, puede que incluso menos. Ni bien acabó todo, se acomodó la ropa sin mucho drama, ignorando la sensación del semen que caía por su pierna. Salió del granero mientras se acomodaba el pelo en una rápida trenza, probablemente no ocultaba nada. Isaac no se había molestado en pedirle que se quede, él había dicho que tenía a una prometida dando vueltas por ahí, pero no podía aguantar mucho hasta la boda. «Menudo esposo que serás», pensaba Norrine mientras regresaba a la casa, preguntándose si Tamlin haría lo mismo.
Caminó por las afueras, mirando a los cerdos que se revolcaban por allí, a algunas ovejas que pastaban cerca y gallinas. Miraba y tenía la impresión de estar viendo a la Aldea Primavera marchita, como si hubieran terminado de drenar toda la magia que hubo alguna vez allí. Una y otra vez miraba hacia las zonas más apartadas, a las esquinas de las casas, esperando ver alguna mariposa de alas acristaladas o un pequeño punto brillante, pero no había más que ratas, ratones y gatos esqueléticos. Apretó el paso, ignorando el barro que empezaba a llegarle hasta las rodillas.
Tal como antes de irse, su madre la recibió con la expresión que parecía más exasperación que alegría, a pesar de que poco a poco empezaban a tener algunas monedas extras en los pequeños baúles que ocultaban bajo las camas destartaladas. De a poco, Norrine había empezado a notar las miradas que su madre dirigía hacia la zona rica de Archeron, a los mercaderes que traían ropas exquisitas y las joyas más caras.
Nadya iba y venía de la casa constantemente, como si no supiera dejar el nido del todo, su marido era un granjero que parecía venir de una buena familia, cercana a algún caballero que tenía el favor de una de las Reinas. Al mismo ritmo que las monedas iban aumentando, así lo hacía la carne sobre los huesos de su hermana, la calidad de sus vestidos y Norrine empezó a preguntarse si en algún momento quedaría embarazada. Pese a que el marido parecía vivir a un par de kilómetros, jamás lo había visto, y las descripciones que le daba su hermana no eran de las que ayudaban a imaginar a alguien que no fuera Tamlin.
Eventualmente, las pieles y paredes de la cabaña empezaron a verse en mejores condiciones, incluso habían empezado a tener algunos animales en un corral que habían armado con su padre una vez. Su madre empezó a comprar algunos vestidos, así como lo hacía Nadya, pero a Norrine le resultaban como pieles de animales, unas que no la hacían sentir como si estuviera en medio de la magia, o en medio de la realeza. Con el paso de los días, Norrine estaba más tiempo deambulando por el bosque, cazando uno que otro animal, pero no paraba de echar miradas en dirección a los árboles, los cuales seguían emitiendo sus esporádicos susurros. La pulsera de Faye, la cual ya era una parte de su ser y solía calmarla cuando las emociones amenazaban con consumirla, parecía emitir un ligero pulso cuando se acercaba al Muro, aunque Norrine estaba segura de que era cosa de su cabeza. Siempre daba vuelta antes de que terminara cediendo a sus deseos.
Los días en los que sentía aquel tirón con más fuerza, regresaba a la casa y se ponía a cocinar, a amasar un pan o cualquier cosa que requiriera el concentrarse en otra actividad. Todo con tal de mantener la voz de Tamlin lejos de su cabeza.
—¿Cómo era? —le preguntó su hermana una vez, de repente y sin previo aviso. La tierra había subido hasta sus codos de tanto ocuparse de las pocas verduras que tenían en la nueva huerta.
—¿Qué cosa?
—El mundo de los fae —aclaró Nadya, mientras sacaba una papa de la tierra. Sus mejillas ya se habían llenado, así como el resto de su cuerpo, seguía viéndose delgada, pero no era enfermiza. Norrine, por el otro lado, empezaba a notar que sus nudillos y costillas empezaban a ser prominentes y las fuerzas con las que había llegado estaban mermando. Fue un instante, una fracción de segundo, en el que sintió que todo su cuerpo pareció tomar el control y su cabeza se giró ligeramente hacia los árboles, hacia el Muro, escuchando una ligera melodía que la llamaba como en la noche de Calanmai.
—Era... distinto —dijo, apenas pudiendo contener la sonrisa en sus labios y batallando para volver a mirar a sus manos, manteniéndose arrodillada en el lugar—. Todo se ve mucho más vivo y aterrador allí.
—¿Te hicieron daño?
—No, no, todo lo contrario —respondió de inmediato, negando con la cabeza, olvidando por completo a las nagas y a la voz que la había intentado engatusar, así como al Señor de la Noche y a los otros fae—. Me... dejaron volver porque no podían mantenerme a salvo.
—¿A salvo de qué?
—No lo sé.
Las reuniones de los Hijos de los Benditos no mejoraban en calidad ni ayudaban a su propio corazón, tampoco eran de lo más interesantes, pero Norrine solía entretenerse yendo a ver cómo los integrantes buscaban imitar algunas supuestas costumbres de Prythian. Parecían niños queriendo jugar a ser grandes, aunque sin las reglas correctas, sin la verdadera imagen en sus mentes. No que ella conociera la versión original, sino que lo tomaba como una imitación que le hacía perder un poco de la nostalgia, casi con un amor maternal que duraba lo que un chasquido. El tapiz seguía siendo poco elegante, los grabados en el brasero eran rudimentarios, sin sentido incluso, y los cánticos definitivamente no tenían aquella armonía intrínseca que había escuchado allí, pese a que sus comparaciones eran cantos escalofriantes.
De todas las presentes, la anciana era la más divertida de escuchar, la que más en serio se tomaba aquel juego. Las más jóvenes escuchaban y suspiraban, quizás imaginando cualquier realidad menos la verdadera.
—Les digo que lo vi: un hombre envuelto en un manto hecho de hojas y raíces, con una corona que parecía hecha con las mejores ramas de los árboles más bellos. Era un sol de primavera —afirmaba la anciana mientras agitaba un bastón y las pieles con bordados que supuestamente recreaban los de Prythian.
—¿Y qué hacía? —preguntó una de las más jóvenes, con ojos ensoñadores y un ligero rubor en las mejillas. Norrine sospechaba que estaba por sus quince años, lista para el matrimonio y deseando que cualquier ser fantástico la sacara de la pocilga en donde estaba, si se guiaba por los vestidos andrajosos y la cara llena de manchas de cenizas.
—Me dijo que mi belleza le había cautivado y deseaba llevarme a su Reino, pero me negué en aquel entonces. Idiota, realmente idiota de mi parte —se lamentaba la anciana con verdadero pesar. Norrine ahogó una carcajada, tratando de que pareciera un estornudo o un ataque de toz. Los ojos de la anciana, también ensoñadores hasta entonces, adquirieron el aspecto de un demonio—. ¿Te parece gracioso, mozuela?
—En lo absoluto —negó con la cabeza, fingiendo que se limpiaba la nariz con el borde de la remera y borrando cualquier rastro de risa de su rostro—. Por favor, continue.
La anciana la miraba con sus ojos entrecerrados, dándole el aspecto de ser una cara hecha por nudos de los árboles. El fuego del brasero le acentuaba sus arrugas, haciéndola parecer un ser que había vivido incluso antes de que el mundo existiera. Dudaba que hubiera llegado incluso a los ochenta años.
—Los faes son seres sabios, capaces de ver la Verdad, y por eso mismo no mienten ni aprecian el hierro, porque esas cosas destruyen a la Verdad misma. —Sonaba tan convencida de sus palabras como cuando ella había llegado a Prythian, antes de que Lucien y Faye le tiraran por la borda aquello. Era una verdad a medias, si es que podía decirse tal cosa.
Norrine estuvo a punto de arremangarse y demostrarle que no eran más que inventos, pero no había ido a aquella reunión para convertirse en la nueva cara de los Hijos de los Benditos ni tenía una forma convincente de demostrar sus palabras. Se mordió el labio y se acomodó en el lugar. La anciana siguió hablando, no sin cierto brillo de victoria en sus ancianos ojos, repitiendo todos los mitos que le habían dicho, y probado, que no eran verdad. Miró al tapiz, como siempre lo hacía cuando las cosas empezaban a ser demasiado descabelladas, entreteniéndose en seguir las líneas, formando nuevas en su cabeza, completamente ajena a lo que estaban diciendo. Casi había logrado recrear el mural cuando alguien apareció a su lado.
—¿Tú los has visto? —La pregunta la sobresaltó, cayendo en la cuenta de que estaba sola en el salón, aparte de una muchacha de mejillas y cuerpo regordete que la miraba con los ojos serios, con una sencilla chispa de curiosidad en el fondo de sus pupilas. Una gruesa trenza castaña caía sobre su hombro derecho—. Perdona, no pretendía asustarte.
—Descuida, estaba pensando. ¿Me preguntas si he visto a los fae? —Se puso de pie, acomodando disimuladamente la manga que tapaba el brazalete y tratando de calmar su corazón, sin mucho éxito. La muchacha asintió con la cabeza, la chispa aumentó un poco más en sus ojos—. Sí, los he visto y he... conversado un poco con ellos.
—¿Y son como Lara los describe? —Se reclinó hacia ella, como si estuviera escuchando un secreto y quería captar hasta el más mínimo detalle.
—La belleza sí es algo que no le falla la memoria, si es que dice la verdad —dijo, riendo por lo bajo—, y el resto es difícil de asegurar.
—¿Por qué no dices nada, si tanto sabes sobre ellos?
Norrine se tomó un momento para pensarlo antes de encogerse de hombros. Recordó las miradas furiosas de la anciana y las que le daban aquellas que eran sus mayores seguidoras, como si estuviera arruinando su entretenimiento.
—No vengo aquí para que los que creen en los fae sepan todo sobre ellos —dijo al final, dando una sonrisa en su dirección.
Norrine había trepado a un árbol y miraba hacia donde estaría el Muro, de nuevo. En el pueblo empezaban a hablar sobre la fiesta del comienzo del verano, algunos ya habían empezado a pintar las casas con motivos de enredaderas y luces. Si no se equivocaba, faltaban siete días para eso. Siempre se celebraba durante dos días seguidos, siendo el primero especialmente para los hombres jóvenes que habían alcanzado la mayoría de edad y el segundo día era para celebrar el comienzo de un nuevo año, algunas parejas se casaban en ese momento o festejaban de nuevo su boda, como si así fueran a tener mayor fertilidad. «Ya casi han pasado tres meses», suspiró para sus adentros, abrazando la pierna que mantenía flexionada y apoyando la cabeza contra el tronco. Una lágrima amenazaba con salir de su ojo, imaginando a Tamlin acariciando con una de esas manos que solo había sentido en Calanmai.
Veía al bosque y trataba de imaginarse a Tamlin, con su pelaje dorado dándole un toque de vida a aquella tierra que parecía estar al borde de la muerte, un rayo de luz en medio de tanta oscuridad. Su corazón se estrujó ante la imagen. Sacudió la cabeza, concentrándose en la trampa que había puesto, aguardando a que cayera alguna presa, acomodándose para que no le molestara tanto la espalda. Ni bien el conejo quedó colgando de la soga, lo mató de un corte limpio y regresó a la cabaña.
Sus pasos se detuvieron al sentir la voz de su madre al otro lado de la puerta.
—No entiendo por qué volvió.
—Nora, querida, por favor.
—Hablo en serio, Nathan —le cortó su madre, terminando de rebanar algo con más fuerza de la que probablemente requería, el sonido del cuchillo golpeando contra la mesa era más fuerte de lo normal—. Ya de por sí era una carga cuando nació, imposible de casar y ahora, que está en mejores condiciones, ¡se la pasa mirando al bosque! Ni siquiera sirve como una posible futura esposa.
Sus dedos empezaron a estrangular al conejo ya muerto. La sangre empezaba a pitar en sus oídos y casi podía jurar que hubo un ligero temblor en la tierra.
—Nora, pueden aceptar su mano en Beddor sin problemas, tengo un socio...
No aguantó más, simplemente abrió la puerta con fuerza, casi sacándola de sus goznes.
—Sigan intentando desposarme y me voy a vivir al bosque —gruñó, incapaz de seguir soportando el escuchar a escondidas como si no fuera ella la que estaba con la cabeza dividida en dos mundos. Su madre dio un golpe a la mesa, justo al mismo tiempo que Norrine dejaba caer al conejo que había cazado, ambas echando fuego por los ojos.
—Puta madre, Norrine, ¡vas a morirte si no te casas pronto! No puedes vivir toda tu vida en medio de las fieras.
—¿Ahora resulta que te importa tu hija mayor? —escupió, con más odio que el que había querido usar contra los fae en un principio.
—¿Cuándo no me importaste? —chilló y Norrine ni se molestó en intentar parecer civilizada.
—Oh, no sé, ¡nunca! Padre perdió su fortuna y me mandaron a mí a cazar para mantener a esta familia mientras que él vaya uno a saber dónde putas estuvo. ¡Te centraste en Nadya mientras a mí me dabas menos atención y cariño que a nada! Tu puta madre, ahora te jodes y aguantas que quiera estar en medio de los árboles y las fieras.
No esperaba la cachetada que su madre le dio, su padre tuvo que interponerse entre ambas para que ninguna de las dos se abalanzara sobre la otra. Apenas era consciente de las lágrimas que caían por sus mejillas y salió de la casa, esquivando a su hermana, quien la llamó, en vano. Regresó al bosque, corriendo hasta que estuvo a unos pasos del Muro, de los susurros que la llamaban. Consideró cruzar, mandar todo al demonio y volver, pedirle de rodillas a Tamlin que la dejara vivir allí, así fuera como una sirvienta o una simple amante, lo menos de los menos en su Corte. Estaba por dar un paso cuando volvió a escuchar que la llamaban con voz estrangulada.
—Nadya —murmuró, sorprendida de verla allí. Su hermana tenía el rostro pálido y el vestido más o menos se le había arruinado por las ramas y el barro. Ella la miraba con ojos suplicantes mientras intentaba recobrar el aliento.
—Por favor, no te vayas —dijo entre jadeos y sollozos—. No quiero quedarme sola, no quiero volver a escuchar a mamá y papá gritando todo el tiempo. —Norrine la contempló de pies a cabeza, como si así pudiera comprender qué estaba pasando por la cabeza de su hermana. Nadya se enderezó, lagrimones caían por sus mejillas y tembloroso mentón—. Sé que no he sido nunca una buena hermana, ni siquiera espero que lo seas ahora, pero, por favor, te lo pido, no me dejes de nuevo.
Quizás fueron las lágrimas, quizás fue algo que había dentro de ella, quizás sí se había preocupado por su hermana menor todo ese tiempo, a pesar de que lo único que había recibido de su parte eran escupitajos e insultos. Le recordó a Faye, cómo había mencionado la extraña relación que tenía con sus hermanos, ese cariño envuelto con un malhumor como una capa sobre los hombros que era pesada, pero abrigada. Abrazó tentativamente a Nadya, cayendo ambas al suelo, de rodillas. «Podría intentar conocer a mi hermana», se dijo, acariciando la cabeza de ella, intentando calmarla, pese a que ella también quería deshacerse en lágrimas.
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