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Un sueño y una pesadilla

Las leyendas poco sabían sobre Bryaxis, así como pocos conocían de la existencia de la criatura que habitaba en las profundidades de la Biblioteca de Velaris, la sombra que reptaba entre las estrellas. Por supuesto, valientes e imbéciles habían visto en demasía a este ser, ninguno capaz de decir algo más que balbuceos mientras la piel pasaba a ser de un color mortífero, como si la sola mención del nombre les quitara la vida.

Algunos escritos, aquellos que estaban en las secciones más cercanas al fondo donde habitaba este peculiar ser, intentaban dar una explicación académica a lo que era, incluso algunos se aventuraban a intentar ponerlo en la misma categoría que la de los Dioses Antiguos que habitaban en Prythian. Aquellos seres que tenían una magia que parecía provenir de algo más antiguo que la Madre misma, o algo completamente diferente que nada tenía que ver con dichas tierras. Su poder, aseveraban unos dos o tres académicos que se habían negado —o no habían podido— a dejar rastros de sus nombres en sus trabajos, se asemejaba al del Tallador de Huesos, aquel ser que Odharan de Rionnag, el primero de su línea, había logrado llevar a la Prisión cinco siglos antes de que su descendencia alcanzara el Trono de la Noche.

Gwyneth Berdara no era precisamente la académica que estaba mejor versada en seres antiguos, así como tampoco lo era su temporal mentora, Merrill Whinder, la única académica que convivía con las sacerdotisas que habían elegido quedarse en la Biblioteca tras el asalto del Templo Sangravah, poco más de un siglo después de la Guerra Negra. Sin embargo, la Sacerdotisa Berdara sí contaba con cierta afinidad a la zona donde dicho ser vivía, así como un vago conocimiento de los estudios mencionados que buscaban explicar o describir, en el mejor de los casos, sobre el vigilante sombrío.

Contaban en la Corte de la Noche, especialmente entre las filas de los Ejércitos Nocturnos, que el General Cassian el Rojo había bajado hasta sus profundidades y se había enfrentado a esta bestia, saliendo invicto del enfrentamiento que había tenido lugar. Nadie entre las filas se atrevía a bajar, no cuando la mirada del General se opacaba y parecía estar listo para un nuevo ataque, haciendo que incluso los más experimentados retrocedieran. En el Círculo se conocían vagos detalles que él había compartido alguna vez, antes de que la voz se le quebrara y su piel se volviera del tono de la cal.

Si algo se podía resaltar sobre Bryaxis, era su poder de mantener incluso su existencia resguardada cuando habían conocedores de la misma. Algo que Hybern, cuando envió a sus Cuervos a encontrar la forma de capturar a la reciente Señora de la Noche, podrían haber sabido antes de que el ser, siempre hambrienta, dejara los huesos pelados en la entrada de su guarida, donde Berdara los encontró meses después.

Cuando Nesta le había dicho que deseaba aprender a volar, Feyre no creyó que fuera a recibir una nota secreta pidiendo que fuera al Cuartel, más si podía ser discreta. Rhysand regresó a Velaris, sabiendo esto, haciendo una excusa para el resto, alegando que debía hacerse cargo de unos asuntos importantes.

Su hermana la esperaba con un arnés que se aferraba a su pecho como si fueran brazos, con alas esqueléticas que se mantenían plegadas de una manera en que le hacía doler de solo verlas. Emerie y Gwyneth las acompañaban, la primera explicando brevemente cómo funcionaba, la segunda simplemente estaba para ayudar en caso de que hubieran lesiones, así como el tomar notas para el momento en el que ella pudiera tener algo parecido.

—Habrá que hacerlo distinto, considerando que Nesta tiene esa protuberancia rara en los omóplatos —señalaron tanto Feyre como Emerie. Añadiendo la última que probablemente necesitaría un año o más para poder perfeccionar el modelo y poder adaptarlo a alguien como la Sacerdotisa.

Empezaron intentando mover las alas despacio, abriéndolas y cerrándolas en distintas posiciones. La imitación no era perfecta, pero Feyre admitía que se parecía lo suficiente como para funcionar, aunque algo le decía que lo mejor era no hacer ninguna prueba de vuelo hasta que estuvieran seguras de que podían sostenerla. Abrieron y cerraron, movieron como si estuvieran por lanzarse hacia el cielo en aquel instante, así hasta que Nesta pidió que descansaran.

Estaban por sentarse cuando las rodillas de su hermana cedieron y estuvo a punto de caer de rostro al suelo. Requirió de Emerie y ella para poder mantenerla de pie hasta alcanzar la roca más cercana donde sentarla, quitándole el arnés con cuidado. Marcas rojas había allí donde habían estado apoyadas las varillas, dejando una piel irritada que parecía estar a punto de lastimarse. Gwyneth se concentró en trazar algunas runas, eliminando cualquier marca que hubiera allí.

—No creo que estén listas para el momento en el que estalle la guerra —confesó Emerie. Feyre miró a Nesta y estaba segura de que ambas pensaban lo mismo: incluso si estuviera listo, Nesta sería como una cría al momento de maniobrar.

—Lo mejoraremos cuando se pueda. —Las cuatro se miraron, negándose a pensar que no habría un momento después de la guerra donde estuvieran todas vivas. Feyre apartó el pensamiento, pese a que algo en ella estaba retorciéndose desde que había guardado el espejo Ouroboros entre sus cosas—. De momento, ¿qué aliados tenemos?

Nesta negó con la cabeza, lo que no sorprendió a ninguna.

—El Tallador puede que esté de nuestro lado en cualquier momento —dijo, a lo que los hombros de Nesta se relajaron, como si hubiera temido algo peor. Preguntó si sabían algo de Elain, y la respuesta de su hermana fue que seguía en negociaciones.

—Hybern es tentador para ellas —casi escupió, mirando al horizonte, como si pudiera ver a la isla que estaba más allá del mar que los separaba. El recuerdo de las muñecas pasó por la mente de Feyre, apenas conteniendo el escalofrío y las arcadas que le causaba el recuerdo. Parte de sí se alegraba que Elain no fuera parecida a su madre en lo más mínimo, así como entendía por qué seres así preferirían el otro bando.

—Seguimos cortos de aliados, considerando que Hybern tiene al Caldero en su posesión —comentó en un suspiro.

—No estoy segura..., pero creo que en la Biblioteca hay otro ser que nos puede ser útil —dijo Gwyneth, con sus labios apretados y abrazándose a sí misma. Todas las miradas estaban sobre ella, aguardando a que continuara—. Es un rumor, Merrill cada tanto se queja de que hay escándalo cuando alguien va a los niveles más bajos. Sobre todo cuando es de noche y ya han terminado los turnos de vigía. —Mordió su labio inferior—. No tengo idea de qué es, pero creo que podemos encontrar alguna forma de tomarlo como un aliado, ¿no?

—Si es como los otros posibles candidatos que hemos considerado, puede que sea más una amenaza —murmuró Feyre, aunque una parte de sí ya estaba empezando a pensar cómo bajar hacia allí, encontrar lo que hubiera en aquellas profundidades. Bastó una mirada con Nesta para que volviera a mirar a Gwyneth—. Peor es nada, ¿no? Veré de ir hoy o en cuanto tenga tiempo de escaparme de las tareas que me tenga que dar Rhysand.

Cassian miraba a Rhysand con curiosidad, observando cómo sus ojos pasaban de un papel a otro, probablemente ordenando todo antes de que las cosas fueran a un punto de no retorno. Lo sentía en sus huesos, una sensación de que la guerra estaba demasiado cerca, respirando en su nuca, empezando a afinar sus instrumentos. Para peor, no paraba de ver a su hermano como si fuera a desaparecer de la misma forma en que desapareció para ir tras Amarantha.

La Guerra Negra los había marcado. Aunque su título de "el Rojo" lo había ganado en sus años previos, sentía que se había hecho parte de su ser en aquellos campos. Incluso ahora, cuatro siglos después, era capaz de ver la sangre y los cuerpos que la Madre ya había enterrado en las entrañas de la tierra, cubierto los lagos rojos con flores y pastizales verdes. Sus ojos se pasaron brevemente por las marcas que había en la base de las alas de su hermano, unas cicatrices que no se veían, pero las recordaba más que bien, cuando lo habían capturado y... Madre no quisiera que él y Azriel volvieran a entrar en el frenesí de aquella vez. Ni qué decir cuando Marcus perdió la cabeza, literalmente, tras la Guerra y Rhysand tuvo que tomar con brazos cansados a la Corte, intentado llevar adelante el luto de Connie y Sorena. Todavía sentía una oscura satisfacción cuando recordaba cómo se había enfrentado a Kier enseñando los colmillos después de que se atreviera a insinuar que Rhysand no era capaz de llevar adelante lo que claramente era su mayor herencia.

Lo que sí, no terminaba de estar del todo contento con que su Señora estuviera por allí, así fuera en el Cuartel de las Valquirias. Su mente recordó a la hermana, aquella que había caminado con la confianza de quien domina el campo de batalla, no importaba cuáles fueran las condiciones, iba a salir ganando. «Mierda», pensó al recordar la espada que la había visto colgar en su cinturón. No era enorme, ciertamente hecha para que ella la pudiera blandir con facilidad, pero Cassian reconocía que la espada le hacía más justicia a su portadora que al revés; ese brillo plateado que le recordaba a la niebla matutina, los ojos que parecían ver más allá de cualquier armadura...

—Espero no estar siendo objeto de alguna extraña fantasía tuya —rio Rhysand, sacándolo de sus cavilaciones de golpe. Cassian sacudió la cabeza, cayendo en la cuenta, demasiado tarde, que había estado con la vista clavada en su hermano mientras recreaba a la hembra que se había abierto un lugar en su mente con tan solo dos o tres apariciones.

—Oh, si no fuera porque tienes a una hembra que complacer, creería que lo quieres, hermano —bromeó, haciendo que el rostro de su hermano fuera una mezcla de diversión y rechazo. Como si alguno de ellos fuera a pensar siquiera en algo más que una sólida hermandad luego de tantos años—. Simplemente estabas en mi línea de vista en un mal momento.

—Deberías al menos intentar hablarle, en lugar de seguir babeando con los ojos en otro lado —le dijo, sonriendo de medio lado mientras terminaba de leer unos informes que seguramente le había dado Azriel antes de partir de nuevo hacia Cretea. Soltó un bufido sin darse cuenta.

—Con una guerra tocando la puerta, no suena muy sabio de mi parte tener la cabeza enfocada en un futuro que podría perder —las palabras salieron más densas de lo que había pensado, haciendo que los hombros de su hermano se tensaran visiblemente, así como sus ojos se endurecieran. Conocía esa expresión, la misma que había desarrollado durante la Guerra, cuando tenían que enfrentarse contra enemigos; la expresión de un soldado que no tenía problema en cortar gargantas y brazos.

Una mirada bastó para que Cassian supiera la orden que su hermano quería darle, no como su Señor, ni ninguna estupidez de jerarquía, sino hermano. La misma que él le dio, porque ni muerto iba a perdonarle si hacía alguna estupidez como la de Bajo la Montaña, llamaría a Azriel si era necesario.

Feyre se detuvo en el borde exterior de la Biblioteca, mirando hacia el foso que se extendía hasta lo más profundo de la montaña. Una parte de ella estaba segura de que había un par de ojos que la miraban desde allí abajo, retándola a ir, a echar una mirada desde un sitio más cercano. Esperaba que fuera una sensación propia y no la realidad. Tomó una bocanada de aire y descendió hasta uno de los pisos donde todavía se podía encontrar a varias de las Sacerdotisas que trabajaban y vivían allí. No faltaron los pares de ojos en su dirección, queriendo saber qué era lo que la había llevado hasta allí. Echando una mirada sobre su hombro hacia el fondo, se acercó a una de las hembras que estaba cerca, preguntándole cuál era el camino para llegar hasta el sitio donde quería. Con el rostro desencajado y la piel adquiriendo cierta palidez, le señaló una sección, diciendo que bajara por las escaleras espiraladas hasta el fondo.

Sus ojos necesitaron poco tiempo para acostumbrarse a la oscuridad repentina que hubo en cuanto cerraron la puerta por detrás de ella. Podía escuchar su respiración y el eco de los pasos rebotando en las paredes. A veces incluso le parecía oír un lejano siseo y chasquido, o un susurro como de telas que se arrastraban contra el suelo de piedra.

Al final de las escaleras había una puerta, pesada y con marcas de garras por doquier. Respiró hondo y la empujó con cuidado, rogándole a la Madre que no fuera una de las últimas cosas que hiciera en su vida. Si Rhysand se enteraba de la locura que estaba haciendo... bueno, razones para estar molesto tenía de sobra. «Es por el bien de la Corte», se repetía mientras avanzaba entre lo que creía reconocer como viejas estanterías. Había algo viscoso en el suelo que no pensaba averiguar, menos cuando los siseos y lo que parecía una risa infantil la rodeaban como una especie de depredador.

Mantuvo la cabeza en alto, tratando de parecer lo más posible a una Señora, a la autoridad que encarnaba y que estaba actuando por el bien del futuro de su pueblo.

—Vaya, vaya, vaya —canturreó la voz por detrás de ella—, una visita de la cabeza de la Corte misma, la Señora de las Estrellas —añadió, con un toque de diversión que Feyre no sabía si tomarlo como burla o no—. ¿A qué debo tal placer?

—Parece que sabes muy bien con quien tratas.

—Oh, no, no, en lo absoluto, pero es difícil no escuchar lo que dicen las sombras cuando es todo lo que hay para escuchar. Así como escuché sobre su tiempo Bajo la Montaña, e incluso antes de todo eso.

Intentó no parecer alterada, ni siquiera cuando una garra fina y huesuda se movió por la periferia de su visión.

»Desde su nacimiento que estoy esperando su visita, Señora de las Estrellas —la curiosidad empezaba a dominarla poco a poco—. Una herencia peculiar, sin dudas, pero nada como la marca que le dio vida —añadió el ser, pasando sus garras cerca de sus ojos, como si quisiera acariciarlos antes de decidir que no era buena idea—. Pero no estamos aquí para hablar de pasado, ¿no es así, Señora? Usted quiere de Bryaxis algo en particular, ¿a que sí?

Costaba no dejar que el pánico empezara a trepar por su cuerpo, mantenerlo a raya, a medida que el ser se iba acercando y ocupando un sitio frente a ella. Era un ser de gran estatura, con los huesos saliendo por debajo de la tirante piel, alas como las de ella que se apoyaban en el suelo como un segundo par de patas. Un inmenso hocico lleno de dientes afilados y ojos lechosos que la miraban fascinados.

—Sabes bastante para estar encerrado en este lugar —observó, inclinando la cabeza hacia un costado, manteniendo sus manos temblorosas dentro de los bolsillos, sin duda el ser podía oler su miedo sin problema alguno—. Quisiera saber si puedo contar con tu lealtad, Bryaxis, para la guerra que se avecina.

Bryaxis emitió un sonido que sonaba a emoción apenas contenida.

—Oh, una guerra, hace tiempo que no estoy en una —dijo, más alegre de lo que se podría considerar seguro—. Si me permite, Señora, quisiera poner una condición para mi lealtad. —Feyre asintió con la cabeza—. Verá, deseo poder ver las estrellas que usted tanto cuida, que las marcas que me mantienen en este sitio sean removidas y pueda salir de este sitio.

Una parte de su ser le dijo que era una muy mala idea, pero quizás podía hacer algo para que no fuera un desastre más grande del que parecía ser.

—Solo si juras no atacar a nuestros aliados y a los habitantes de la Corte de la Noche una vez libre.

Con una sonrisa afilada, Bryaxis asintió, estirando una de las manos huesudas en su dirección. En el instante que sacudió el dedo índice, lo único que podía agarrar sin problemas, sintió que la piel de su espalda empezaba a quemar con la promesa. Ni bien dejó salir la garra de su agarre, fue capaz de ver las runas y símbolos que decoraban algunos pilares que habían por detrás de Bryaxis. Levantó la mirada hacia arriba, esperando ver el cielo estrellado que le indicara qué hora era, pero todo lo que vio fue una nebulosa oscura. Mordió el interior del labio mientras se concentraba en reconocer los símbolos que estaban a su alcance, diciéndole a Bryaxis que lo liberaría en cuanto supiera cómo anularlos, a lo que él dijo que no había problema, que podía esperar cuanto hiciera falta.

Arreglado ese asunto, dejó la Biblioteca, sintiendo que todos miraban en su dirección con los ojos abiertos como platos, incapaces de creer que estuviera intacta, con la frente en alto y avanzando con tanta calma que parecía como si hubiera caminado por el parque en lugar de enfrentarse a un ser que claramente estaba más allá de su control. No se permitió aflojar al salir de la Biblioteca. Tampoco mientras volaba de regreso a la Casa del Pueblo, maniobrando entre los tejados antes de aterrizar frente a la puerta, la cual Rhysand abrió casi de golpe. Recién cuando sus ojos violetas se clavaron en ella es que permitió que sus rodillas cedieran y sus manos se aferraran a su camisa.

Las manos de él la rodearon de inmediato, sujetándola con fuerza antes de mirarla a los ojos, todo en ella, como si estuviera buscando el origen del terror que le había estrujado el corazón hasta casi paralizarlo. Murmuró que necesitaba estar dentro, cosa que él cumplió de inmediato, llevándola en brazos hasta el salón de té, pidiéndole a las mellizas que prepararan algo para ella. Él se sentó en uno de los sofás, acunándola contra su pecho, besando su frente con tanto cariño que se sintió relajar casi de inmediato.

—¿Dónde has estado, Feyre? —preguntó Cassian, quien estaba sentado en uno de los sillones individuales, casi opuesto a donde estaban ellos—. Rhysand ha estado al borde de un ataque de pánico por un buen rato.

Se relamió los labios, tomando una larga inhalación antes de sentarse en el regazo de Rhysand, intentando organizar sus pensamientos.

—Fui a buscar un poco de ayuda —empezó, cerrando los ojos antes de tomar una bocanada de aire—. Mis hermanas están buscando aliados y hasta ahora no teníamos ninguno.

—¿Qué clase de aliados?

—Seres como el Tallador de Huesos —murmuró, fijando la mirada en la alfombra que había a sus pies—, aquellos que podrían aliarse con Hybern si la oferta es lo suficientemente tentadora.


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