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Un monstruo en la niebla

En algún momento Norrine se había dormido, de eso no le quedaban muchas dudas, no así en qué momento lo había hecho. Recordaba haber regresado a su cuarto después de que algo o alguien la arrastrara al bosque, luego un hombre había entrado por su ventana... Frunció el ceño al notar su desnudez y giró para encontrarse a Tamlin, profundamente dormido, apoyado de costado, con la cabeza parcialmente oculta entre sus peludas patas, casi dándole una sensación de ternura y vergüenza a la vez. Poco a poco los recuerdos de la noche empezaron a volverse más claros y los colores subieron a sus mejillas, haciéndola chillar.

Los ojos de él se abrieron de golpe, su pelaje rubio erizado al tiempo que se caía por el costado de la cama.

—¿Norrine? —Tamlin parecía tan confundido como ella, mirándola con el ceño fruncido antes de que el sueño lo abandonara por completo y apartara la mirada de su figura, pidiendo disculpas reiteradas veces antes de salir pitando del cuarto. Norrine no sabía qué de todo lo que sentía la dominaba, iba desde la absoluta satisfacción hasta la vergüenza que la invitaba con brazos de hierro a ocultarse entre las sábanas.

Sacudió la cabeza, como si así pudiera olvidar lo que había ocurrido la noche anterior, y se levantó. Fue hacia la bañera, la cual se llenó de agua antes de que siquiera supiera en qué temperatura la quería, y se sumergió hasta dejar solo el rostro sobre la superficie. Alis entró al cuarto con una expresión extraña, pero no le dijo qué pasaba por su cabeza, limitándose a ayudarla a limpiarse y elegir el vestido del día. Una mirada rápida al espejo le hizo optar por uno que cubriera casi toda su piel, incapaz de tolerar la idea de que alguien viera los vestigios de la noche que iban desde debajo de su mandíbula hasta sus pechos. Abrochó una capa al corsé, trenzaron delicadamente su pelo para que no le cayera sobre la cara, pero ayudando a tapar el cuello.

Con las manos hundidas en las mangas y los ojos desenfocados, salió del cuarto, entrando al comedor, donde ya estaban desayunando los demás, incapaz de soportar la mirada de Tamlin, quien también la miró antes de girar la cabeza y fingir concentrarse en su plato. Ocupó su lugar en absoluto silencio, tomando las frutas que se le antojaron, siempre evitando a los otros dos presentes que parecían estar teniendo una conversación silenciosa, pese a que todos se veían destruidos por la noche anterior. Faye la había saludado con los ojos casi del todo cerrados y Lucien apoyaba su cabeza sobre las manos, evitando que esta cayera en el plato por poco. La usual coleta prolija estaba amarrada sin mucho cuidado y las ropas de cacería estaban con los lazos a medio hacer, no levantó la mirada más que para dedicarle un rápido asentimiento de cabeza antes de volver a su posición original.

—A ver, es temprano y no tengo la cabeza despierta, ¿qué mier... diablos pasó entre ustedes dos? Apestan a... —preguntó Faye, dejando caer los cubiertos sobre el plato cuando su cabeza pareció terminar de comprender. Norrine no sabía que era capaz de sonrojarse más por la vergüenza, como si la hubieran atrapado haciendo una travesura, porque eso parecía ser si se guiaba por la expresión maquiavélica de Faye—. Oh... ¡Oh! ¿Acaso saliste de tu habitación, traviesa?

—No por voluntad propia —murmuró Norrine, sintiendo que se encogía en su sitio con las miradas de los otros dos sobre su persona—. Fue... ehm...

—Parece que alguien estaba intentando llevarla al bosque, la encontré sola, pero había rastros de magia, muy tenues —aportó Lucien, ambos ojos con ojeras más que marcadas. Resultaba chocante verlo así, y era más extraño que incluso en ese estado pareciera mantener cierto aire de finura que nadie más parecía tener. Faye rozaba la apariencia de no conocer la palabra "aseo" y ella con Tamlin... Bueno, había conocido a jóvenes con más madurez para soportar la falta de sueño.

—¿Magia? ¿Qué tipo de magia, Lucien? —preguntó Faye, repentinamente tensa y con esa mirada peligrosa que había visto ante el fae muerto. Los ojos violetas brillando en medio de la oscuridad aparecieron de repente en la memoria de Norrine, una amenaza silenciosa que no pensaba hacerla realidad. La había salvado y era todo lo que importaba, ¿verdad? Quizás era como los faes que la habían atacado cuando fue a por el suriel, de esas que no se doblegaban ante ninguna Corte o de esos extraños seres que bien podían ser de la época de los dioses. No tenía por qué ser como los nagas, ¿cierto? Contuvo un escalofrío y se obligó a volver a la realidad. Tamlin y Lucien estaban hablando sobre ir al bosque, considerando las opciones y lo que podrían hacer para cubrir más terreno. El pelirrojo mencionaba ir hacia los territorios que delimitaban con las Cortes del Otoño y del Invierno, el rubio de ir al Muro.

Un grito resonó en medio de la conversación. La sangre de Norrine se heló al tiempo que todos se levantaban de inmediato, corriendo en dirección a la entrada, haciendo que las sillas soltaran un chirrido al apartarlas. A duras penas logró seguirles el paso sin enredarse en sus propios pies.

Afuera hacía un sol radiante, el mundo entero parecía estar ligeramente más vivo, como si una fina lluvia hubiera pasado para quitar la poca tierra que había sobre las plantas. Todo habría sido bello, una imagen digna de recordar, de no ser por los dos espantapájaros que habían dejado justo frente a la puerta. En Archeron solían dejar a los cuerpos de los bandidos que habían sido colgados o empalados en la entrada del pueblo o en las plazas, dependiendo dónde los habían capturado haciendo sus fechorías. De vez en cuando escuchaba a alguna que otra mujer sollozar si el criminal era un amante o un conocido, otras mascullaban con alegría que los hubieran atrapado. De haber estado en su villa, habría bajado la cabeza, dado que no tenía conocidos ni interés en conocer a los condenados, pero no estaba en su villa, y los muertos la miraban con sus ojos lechosos.

Apenas eran reconocibles las facciones, desfiguradas por lo que parecían ser marcas de garras que iban por todo el cuerpo, los dedos retorcidos en posiciones extrañas, y rastros de sangre que todavía goteaba sobre el verde pasto. En medio de ambos, como si fuera una cruel marca de ganado, habían hecho un grotesco dibujo que, en un primer momento, pensó que era una flecha con tres curiosos puntos encima. No averiguó más porque la voz de los faes la sacó del trance.

—Si serán salvajes... —gruñó Lucien mientras caminaban hacia las dos víctimas.

—Dudo que sea obra de ellos... —replicó Faye, casi inaudible, como si le costara comprender la imagen frente a sí. Norrine la miró de reojo, notando que la boca de la elfa estaba en una línea tensa, los ojos fijos y los brazos cruzados, como si estuviera abrazándose a sí misma. Tamlin la miró sobre su hombro, más peligroso que nunca.

—Tiene su símbolo, Faye, no podemos siquiera considerar que esto no es obra del peor de todos los illyrianos —dijo él con el pelaje del lomo erizado, como si el tono duro, peligroso, no fuera indicio suficiente de lo que pasaba por su cabeza. La elfa no dijo nada más, apretó incluso más los labios, asegurándose de seguir manteniendo su silencio, antes de asentir con la cabeza y tomarla por el brazo. Norrine no se opuso a ser llevada a la biblioteca y estudiar cualquier cosa con tal de eliminar a los dos muertos de su memoria. Sonaba más fácil pensarlo que lograrlo.

Rhysand estiró las alas al despertarse con la lejana luz del sol que entraba tímidamente por la ventana de su cuarto. La única ventaja de que Amarantha fuera una especie de vórtice que devoraba gran parte de su magia, era seguir manteniendo el control incluso durante la noche de Calanmai. Seguía sintiendo que sus músculos estaban tensos y la necesidad corporal de eliminar aquel exceso que había acumulado a lo largo de la semana, pero era algo que podía resolver por su cuenta. Los peores habían sido los primeros años, cuando Amarantha lo había obligado a descargar la magia en ella, algo que ni siquiera las Gran Sacerdotisas que ofrecían sus servicios durante esa noche habían pensado en hacer. Como si los días normales no fueran suficientemente malos.

Estaba solo en su habitación, dejando de lado la bandeja vacía del desayuno, preguntándose qué podría hacer para volver a salir de allí por un tiempo indefinido, cuando sintió un ligero ardor en el pecho. Bajó la vista, encontrándose con el nuevo rizo de sus tatuajes que parecía emitir un ligero brillo. Suspiró, acercándose a la chimenea y encendiéndola con un chasquido de sus dedos, preguntándose qué podría querer la hembra tan temprano, suponiendo que no hubiera tenido que atender a algún macho. Apartó el pensamiento antes de que empezara a imaginar sombras donde no las había. Las llamas brotaron de los leños parcialmente consumidos y pronto se juntaron hasta tomar la forma de la elfa, apenas más grande que su antebrazo, con aquella curiosa máscara que seguía distorsionando un poco la forma incluso en aquel medio.

—¿Y bien? —inquirió Rhysand, cruzándose de brazos y sentándose en una silla que acercó con el movimiento de su mano.

—¿Y bien? —repitió ella, su voz tensa y con una ligera nota de reproche—. Señor, han dejado a dos sirvientes de Tamlin empalados y con el símbolo de su Corte claramente grabado en el torso.

Rhysand se aseguró de mantener su rostro calmado pese al frío que lo empezó a devorar por dentro, esbozando una sonrisa perezosa antes de responder.

—Entonces todo va en orden —dijo, cruzando una pierna sobre la otra—. Intenta seguir con el bajo perfil, avísame si ves al Attor o a otro esbirro de la Reina. No te olvides de mantenerme informado de lo que hace el niño de las flores y sus secuaces.

La hembra pareció querer decir algo, desafiarlo incluso, pero se limitó a asentir rígidamente y se esfumó con un último chasquido de las llamas, dejando un ligero rastro de humo que pronto se disipó por la garganta negra. Rhysand siguió a la pequeña columna por un momento antes de dejar salir un largo suspiro. Se puso de pie, tomando una de sus camisas y un chaleco, atando los lazos de la parte inferior sin dificultad, obteniendo un reflejo que mostraba a un macho elegante, pero con los ojos inyectados en sangre y ojeras marcadas. Metió las manos en los bolsillos del pantalón, ocultando la tensión que había en sus dedos y el ligero sudor de sus palmas.

Por pura casualidad había salvado a la humana de Tamlin, casi había querido ir a la mansión y tirarle una silla por la cabeza al imbécil ante el descuido, ¿es que no pensaba el idiota? Cuatrocientos años y seguía siendo el mismo crío de entonces. Él había tenido que salvarla, actuar como si realmente le importara, gastando una cantidad absurda de magia para mantenerse oculto y luego borrar su rastro lo más posible. Después de dejarla para que el zorro no lo descubriera, había ido a vagar por los pasillos de la Mansión, por simple curiosidad (se repetía una y otra vez), encontrándose con la puerta de lo que parecía ser el cuarto de la elfa. Había intentado entrar, saludarla o ver cómo estaba pasando aquella noche (había ido a por eso, nada más), pero era como cuando quiso adentrarse en su mente: una pared, con el picaporte puesto del lado de afuera como un adorno. Ni siquiera cuando quiso deslizarse por debajo de la puerta pudo acceder a lo que hubiera del otro lado. Había llamado antes de todo eso, por supuesto, incluso apoyó la oreja y la tocó hasta que creyó que alguien se acercaba, mas no había habido más respuesta que un silencio absoluto.

Estaba dirigiéndose hacia una de las tantas salidas de aquel viejo Palacio Bajo la Montaña que habían usado para las reuniones, cuando escuchó que lo llamaban por uno de sus títulos menos preferidos.

—Perra de la Reina, Amarantha quiere verle —bufó un goblin, mostrando sus dientes amarillentos y deformes. Rhysand supo ocultar perfectamente el desagrado ante aquello, incluso mantener la compostura.

—Por supuesto. —Sabía que su sonrisa no había llegado a sus ojos. No tenía mucha prisa por llegar a esos aposentos; es más, gran parte de sí quería ignorar la orden, seguir su camino y huir, quizás ir a donde estaba la elfa.

—Podrás ganar, pequeño príncipe, pero siempre pierdes algo, por pequeño que sea. La victoria tiene un precio, y a mayor sea la victoria, mayor es el precio —le habían dicho durante sus años de entrenamiento como soldado. Y, si se guiaba por eso, ya estaba pagando el precio por una de sus mayores victorias, pero pagaría eso y mucho más para poder obtenerla.

—Entonces, tenemos las Cortes Estacionales o del Sur, donde cambia la posición del sol, pero no las estaciones —repitió Norrine, frunciendo el ceño.

—Correcto.

—Luego están las Cortes Celestes o del Norte, donde cambian las estaciones, pero no la posición del sol. —Faye volvió a asentir y Norrine, sintiendo que el mundo estaba dando vueltas sin sentido, la miró con el ceño fruncido hasta doler—. ¿Cómo es eso posible?

—Ni idea, así son las reglas y nadie tiene ni el poder ni la capacidad para entenderlas o cambiarlas —replicó Faye, encogiéndose de hombros y sin alterarse—. Ahora, ¿cómo se llama la tierra que los separa?

—Sinceramente, tienen poca creatividad para los nombres —masculló por lo bajo—. El Medio —respondió con la voz más clara, anotando con cuidado cada letra en ogam. Faye rio por lo bajo, admitiendo que realmente no habían podido pensar en nombres más complicados e impronunciables, quizás podría sugerirlo en alguna reunión con los Señores de Prythian. Ante aquel comentario, Norrine consideró que quizás los fae eran tan vagos que no se habían molestado en pensar en nombres que no tuvieran sentido, sino en unos que fueran lo más prácticos para sus fines. De cualquier forma, seguían sonando poco mágicos. «Los fae tienen sus propias reglas, Norrine», se repitió—. ¿Qué me puedes contar de la Corte de la Noche? Has estado allí y dices que es bonita, pero luego de lo de hoy...

La sonrisa de Faye decayó ante la pregunta y el tono. Norrine sintió un aguijonazo de culpa al ver aquello, por lo que estaba por cambiar de tema, decirle que lo olvidara, pero la elfa negó con la cabeza y empezó a contarle. Le dijo que, si bien a ella le encantaban las vistas y algunas cosas de la Corte, que casi la sentía como su hogar, no era secreto que tenían una de las mayores fuerzas militares, rivalizada por la Corte del Día. Aparte de una reputación de crueldad que pocos Señores de la Noche, y otros de Prythian, se atrevían a desafiar. Cuando le preguntó cómo era eso posible de saber sobre las fuerzas militares, Faye se limitó a decir:

—Porque los humanos tienen su mundo. Era muy pequeña cuando estalló la Guerra, al igual que Tamlin y Lucien, debíamos tener unos veinte años, así que todo lo que sé es lo que me han dicho mis padres y lo que vi en los años posteriores. —Se encogió de hombros, creando más preguntas en la cabeza de Norrine—. Lo que no me queda ninguna duda es que, si la Corte de la Noche hubiera elegido el bando de los Leales, quizás ustedes seguirían siendo esclavos de Prythian.

Norrine se tomó un momento para procesar las palabras, sintiendo que la cabeza empezaba a dolerle al pensar que Faye se consideraba chica cuando había tenido su edad, y peor todavía al ver que aparentaban tener la misma cantidad de años. «Tamlin dijo lo mismo en el Lago Estrella.»

—Entonces... ¿quiénes son los Leales? —preguntó al final.

—Otro día te pongo al corriente —aseguró Faye, relajándose en la silla—. Ahora, tengo una duda que quiero ventilar antes de que empecemos con el repaso de palabras: ¿qué tal la noche con Tamlin?

—Vaya, esta parece una palabra complicada —dijo de inmediato Norrine, tomando un libro al azar y abriéndolo en una página cualquiera al mismo tiempo que sus mejillas adquirían un tono carmesí. Faye rio entre dientes e insistió un poco más hasta que la puerta de la biblioteca se abrió, dando paso a nadie más que el mismo hombre del que hablaban. Él miró a la fae, pidiéndole que los dejaran a solas un momento, usando ese tono que no dejaba lugar a réplica o lo que sea.

Faye asintió, manteniendo una expresión seria mientras les pedía que no hicieran tanto ruido, lo cual hizo que Norrine quisiera enterrarse viva o huir lo más lejos posible, pero no había forma de salir corriendo sin que la atraparan antes. Ocultó la cara entre sus manos, esperando que quedaran solos, con toda la incomodidad que había hasta entonces aumentando como si fuera el calor de una olla. Tamlin se removió incómodo antes de ir hasta donde estaba ella y sentarse a una distancia prudencial.

—Sobre anoche... —empezó, como si estuviera queriendo decir algo importante. El pánico la consumió antes de que pudiera retener las palabras.

—Fue solo sexo, nada más —cortó de inmediato Norrine, arrepintiéndose ni bien vio la reacción de él. Todo en él pareció oscurecerse, marchitarse como las flores que había en abundancia en su corte.

—Podemos dejarlo en que fue eso, Norrine —accedió él, hablando con un tono letal, haciendo que se arrepintiera más de sus palabras—, pero quiero que sepas que, para mí, no ha sido algo tan banal. —Ella apretó los labios, enfocándose en sus manos, en la mesa, en los trazos que iban a convertirse en letras, cualquier cosa menos él. No había sido nada del otro mundo, ¿no? Había tenido sexo con hombres antes, donde ella, ellos o ambos habían querido algo más, pero eran promesas que duraban lo que un suspiro. Quizás lo de anoche había sido con un poco de magia de por medio, sin embargo, seguía siendo lo que era: un encuentro casual donde ambos habían tenido lo que querían. Tamlin dejó salir un suspiro, sacudiendo la cabeza mientras se volvía a poner de pie, como si pudiera intuir lo que pasaba por su mente—. Era eso, le diré a Faye que regrese. Y, cualquier cosa, realmente lamento el haberme colado en tu habitación sin permiso, no volverá a suceder.

Norrine estuvo a punto de decirle algo más, aunque ya no tenía ninguna palabra que fuera a ayudarla y Tamlin no se volteó para verla de nuevo..

Feyre consideraba que tenía la paciencia entrenada, que podía soportar muchas idioteces seguidas, pero estaba segura de que el pelo se le aclararía en cualquier momento de la cantidad de canas que iba a sacar. O iba a tirar algo por los aires. Las dos posibilidades eran altas y con la misma causa: en cuanto el idiota dos salió de la biblioteca con la cabeza gacha y un malhumor más que palpable, se encontró con la idiota uno que parecía estar más perdida que un niño en un campamento militar. Tuvo que recordarse las palabras de Gwynreth y Elain para no ir y sacudirla por los hombros, como si así pudiera meterle un poco de claridad. «No sabe qué está en juego, yo no puedo decirle qué mierda está en juego, ni desquitarme porque ando con la frustración por las nubes, y nadie más en Prythian puede siquiera mencionarle el problema con Tamlin», se recordó con un bufido. Mucho menos podía contarle acerca del lío amoroso de la impresentable "Reina de Prythian" con dicho Señor y su propio Señor. Le hirvió la sangre de solo pensar en ello.

En cuanto estuvo de nuevo en un relativo estado de calma, dibujó una sonrisa y regresó a Norrine, quien se veía a punto de romper en llanto. Le dio unas palmaditas en la espalda mientras volvía a acomodar las cosas, mordiéndose la lengua para no soltar todas las palabras hirientes que tenía preparadas.

Ya había despejado gran parte de la mesa, decidida que ninguna de las dos estaba en condiciones para pensar con claridad, cuando la pregunta de la humana la dejó helada.

—¿Cómo supiste quién era tu pareja destinada? Tu Unión.

Feyre la miró de reojo, estudiándola, tratando de comprender a qué venía aquella curiosidad. Una parte de ella, quizás la que había estado a punto de estrangularla, reconoció aquel brillo, ese miedo que probablemente también había tenido cuando se enteró sobre Rhysand. Dejó que una sonrisa amarga escapara de sus labios ante el recuerdo.

—Soñé con él y lo vi cuando era chica... No, fue el revés, lo vi a la distancia cuando era una niña ingenua, creo que estaba por los ciento cincuenta. En su momento era como casi todas las chicas de mi edad que fantaseaba con ser su "querida", luego fue... —Sintió que sus mejillas se sonrojaban un poco y un fuego agradable se instalaba en su pecho, casi arrancándole un ronroneo. Y luego, al recordar cuándo se había enterado, después de la visita a la Sacerdotisa, se extinguió, dejando un fuego hambriento, feroz, en su lugar—. Fue un día que no voy a olvidar, las cosas se complicaron demasiado rápido como para que pudiera decir o hacer algo. —Cerró un libro con más fuerza de la que pretendía, a lo que Norrine murmuró una disculpa, y Feyre negó con la cabeza, diciendo que no había nada que perdonar. Como si se le hubiera ocurrido en ese momento, se volvió hacia Norrine—. Ahora, esto es lo que tienes que saber sin falta de esa Corte.

Le contó especialmente los mitos que solían rondar sobre los illyrianos, sobre las furias, los draws y cuantos seres recordaba. Intentó dejar un poco de esperanza, la puerta abierta para que ella quisiera saber más, especialmente si las sospechas que tenía resultaban ser ciertas.

Para la noche, antes de la cena, Feyre se encerró en su cuarto, encendiendo la chimenea al tiempo que intentaba contactar a Rhysand, sintiendo que sus dedos temblaban, como si la charla con Norrine hubiera vuelto a alterar sus ya de por sí agotados nervios. Nesta le diría que era una estupidez, que estaba poniéndose en riesgo, Elain también le desaconsejaría, pero necesitaba escucharlo, así fuera una voz lejana, apenas audible por fuera del crepitar de los troncos. Aguardó, tal como siempre hacía, sintiendo que el corazón latía con fuerza contra sus costillas, pero no obtuvo ninguna respuesta antes de que el fuego se consumiera por completo, dejándola con una sensación de vacío. Apretó las manos sobre su regazo, intentando controlar el dolor que empezaba a invadirla desde el pecho, uno que solía convertirse de inmediato en una furia descontrolada si no lo detenía a tiempo. Se puso de pie y tomó un pequeño saco que contenía a las semillas de amarra y comió una, ya acostumbrada al sabor amargo que tenía al morderlas. Esperó un momento antes de comer una segunda, recién entonces notando cómo el nudo en su pecho se aflojaba, como esa ira que la consumía se enfriaba de la misma manera que los leños en la chimenea. Y sabía que era pasajero.

Se quitó la máscara, dejando que las lágrimas que quedaban atrapadas terminaran de caer y un poco de aire las secara. Limpió la humedad tanto de su rostro como el de su disfraz con la falda del vestido, asegurándose de no dejar rastros que el glamour no pudiera tapar. Un último sollozo se escapó de sus labios, antes de que se tirara un poco de agua helada en el rostro, mirando su reflejo tembloroso en la pequeña palangana que tenía en el tocador. Reunió fuerzas, tomó la máscara, y salió de nuevo en dirección al comedor mientras se acomodaba el cabello sobre las tiras de cuero. Un pequeño esfuerzo, un sacrificio más antes de que las cosas empezaran a mejorar.

Tenía que pensar en el futuro, no quedarse en el presente.

El sol estaba empezando a caer cuando el attor apareció en su balcón e hizo una reverencia de inmediato. Amarantha apretó los dientes antes de apartarse del macho que tenía debajo de ella, echándolo con un gesto de la mano antes de dirigirse al fae, apenas molestándose en ponerse algo sobre su desnudez. Vio a la criatura, más grande y alta que ella, achicarse para que no se notara tanto la diferencia de altura.

—¿Qué te llevó tanto tiempo? Hace tres semanas que te mandé a que cumplas con el encargo —gruñó la Reina. El attor se encogió un poco más, plegando sus alas hasta casi hacerlas desaparecer.

—Empezó a darme resultados, incluso sacó a la humana durante Calanmai —empezó el attor, casi convertido en una inmensa bola para el momento en el que estuvo a un paso de distancia. Olía a orina—. Hubo un inconveniente y les quité cualquier otra oportunidad de causar un desliz. Hoy los han encontrado muertos y con el símbolo de la Noche.

Amarantha abrió y cerró las manos, al tiempo que todo en el cuarto parecía temblar ligeramente. No era lo que había pedido, había sido más que clara, y nada le haría más feliz que reducir a aquel inferior fae a una nube de polvo rojizo, pero lo necesitaba, le gustara o no. Con los dientes apretados, le ordenó que le dijera todo lo que sabía sobre la humana, sin omitir ningún detalle y el attor empezó a narrar.

Cerró la puerta y se aseguró de mantenerse lo más oculto entre las sombras que pudo. Rhysand no se consideraba el mejor para escuchar a escondidas entre las sombras, ese era Azriel. Pero ese no era el momento, ni el lugar, para lamentarse por acciones pasadas. Esbozó una sonrisa de medio lado a medida que seguía escuchando el informe de Attor, a la vez que una parte de sí quería gruñir ante el nuevo trabajo que aparecía frente a sus ojos. Aguardó un rato más hasta que Amarantha empezó a hablar sobre el Caldero, que tenía que buscar el Libro de los Alientos y algo sobre tener a un bandido dando vueltas en Hybern. Consideró que había oído suficiente, apartándose de la sombra con total tranquilidad, fingiendo que no había cometido una locura, ni que moría por correr de regreso a su cuarto. Había notado el ligero ardor en la marca del pecho, y tembló por dentro, rogando que la demente no notara el brillo que probablemente había allí. Nunca se había alegrado tanto de que apareciera Attor.

Avanzó por los pasillos con una expresión estoica, echando una mirada de reojo a los seres que se alegraban de estar bajo el mando de aquella tirana. Tenía que frenarse varias veces, como si su cuerpo estuviera siendo arrastrado por un hilo.

Ni bien llegó a su habitación, cerró la puerta y encendió los leños, los cuales ardieron sin mostrar ninguna silueta como antes. Dejó salir un suspiro, apagando todo con un movimiento de su muñeca, tragando la sensación de tener un nudo en su pecho. Rogaba que no fuera nada urgente, cosa difícil, más considerando que la elfa parecía estar siempre a un paso de mover piezas que Rhysand todavía quería entender. Bufó ante aquel pensamiento.

Paseó por la estancia, deteniéndose para ver el cielo nocturno por la única ventana que tenía, probablemente la peor tortura que podría darle Amarantha, pero que llamarlo en el equinoccio de otoño. Sus ojos recorrieron los puntos pálidos, reconociendo fácilmente a la constelación del Rey, el Dragón y las Tres Sacerdotisas; podía trazar sin dificultad las líneas que unían a las estrellas, formando nuevas constelaciones que solo él nombraría. Una punzada de añoranza se instaló en su pecho mientras dibujaba rostros en el firmamento, un hábito que no sabía si era doloroso o sanador. Parte de él deseaba que pronto fuera la Caída de las Estrellas, a pesar de que allí no era posible de verlo, apreciarlo de la misma manera. Se concentró en los recuerdos, en los festejos y las velas que solían decorar las calles de Velaris. Por un momento, fue capaz de recordar las risas de Sorena, poco antes de que se perdieran para siempre. «Una pena que Amarantha haya descubierto nuestros encuentros, hermana», suspiró para sus adentros mientras tomaba una camisa de su armario, preparándose para partir y tratando de contener las lágrimas.

—Mi Señor —murmuraron dos voces desde las sombras, justo cuando terminaba de anudar el lazo a la altura de su cadera. Miró hacia un costado, reconociendo a Nuala y Cerridwen, las gemelas que lo habían seguido y de vez en cuando le hacían algunos favores. Por un instante, casi se sintió de regreso en Velaris, en la Casa de Pueblo. Sonrió, terminando de acomodarse la chaqueta, apartando el recuerdo. Ambas lo miraron en silencio, sin hacer ningún movimiento más que para salir de donde estaban.

—Llegan justo a tiempo —dijo mientras se abotonaba las mangas, seguro de que estaba con las mejores galas para lo que tenía que hacer—. Asegúrense que nadie entre a mi habitación y averigüen cuanto puedan sobre la mano derecha de la Reina.

Ambas asintieron con una reverencia. Y, con eso cubierto, dejó que su cuerpo se volviera cenizas, un rastro del viejo polvo de estrellas, aprovechando el manto de la noche para atravesar toda la distancia hasta la Corte Primavera.

Norrine no encontraba la manera de conciliar el sueño. Su cabeza recreaba una y otra vez la noche anterior. Podía sentir con total claridad allí donde sus manos callosas habían recorrido su piel, dónde sus labios habían dejado un rastro de besos húmedos. Mordió su labio inferior, apretando las piernas a medida que los recuerdos seguían desarrollándose. Los ojos verdes con un anillo dorado cerca de la pupila, apenas visible si no era de cerca.

Enterró la cabeza en la almohada, intentando ahogar un gemido, antes de dar la batalla por perdida. Apartó las sábanas de una patada y se dirigió hacia la ventana, concentrándose en el frío que le mordía la piel. Tardó un momento, pero su mente se aclaró al final, eliminando casi todos los fantasmas de las manos de Tamlin.

Convencida de que no podría dormirse, especialmente si volvía a meterse en la cama, se sentó frente al fuego que casi había dejado de arder. La conversación con él se repetía una y otra vez en su cabeza, así como la impresión de que había metido la pata hasta el fondo. Ocultó su cabeza, abrazando sus rodillas, como si así pudiera encogerse y comprender algo de lo que estaba pasando en su pecho.

Dos meses. Ese era el tiempo que llevaba dentro de las fronteras de los fae. El tiempo que llevaba conociendo a Tamlin. Si tenía que ser honesta consigo misma, la idea de quedarse allí era tentadora, realmente le agradaba pensar el poder tener alguna vez una pequeña casa para sí, donde pudiera llevar una vida tranquila, quizás cazando o aprendiendo algún oficio. Y así como debía seguir siendo honesta, tenía que reconocer la realidad: si se quedaba en una casa para ella, la matarían en cualquier momento. Vivir bajo el ala de Tamlin habría estado bien si lo conociera desde antes, si hubiera algo entre ellos que justificara tal cosa, pero era su prisionera técnicamente, una humana que estaba allí por haber matado a uno de ellos.

Una sensación amarga se asentó en su pecho y no la soltó.


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