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Respuestas e historia

¿Cómo que la humana no estaba allí por el corazón de Tamlin? ¡¿Cómo?! No tenía ningún sentido, y Rhysand, el muy malparido, parecía poco interesado en lo que ella le estaba diciendo. Amarantha necesitaba sacar la furia, las ganas de matar que nacían desde su pecho. Tomó un espejo de mano y lo lanzó contra la pared más cercana, dejando que todo estallara en millones de pedazos. Rhysand la contemplaba en silencio, con esa mirada impenetrable que siempre tenía, incluso cuando se suponía que estaba teniendo placer con ella. No solo que había vuelto con una herida en el brazo, sino que habían acabado con el Bogge. Más tarde le recordaría a quién respondía, le recordaría su lugar. Tamlin. Tenía que ser Tamlin quien hubiera decidido buscar una salida, huir del destino que podrían tener juntos. Tamlin, Tamlin, Tamlin... 

Chilló y las ventanas temblaron violentamente.

—¿Estás seguro de que no es un peligro? —Su pecho subía y bajaba con fuerza, como si tuviera que eliminar el fuego que tenía dentro.

—Morirá en cualquier momento —fue su respuesta, con ese maldito tono indiferente, esa tranquilidad que le ponía los nervios de punta. El gesto la enfureció más aún. Sí, la humana podía morir en cualquier instante, bastaba con desnucarla, echar un poco de poción en su comida y bebida, destruir su mente, convertirla en una simple marioneta... Tan simple... Pero ¡no! Tamlin tenía que estar como un halcón sobre ella, atento incluso a si iba al baño, si respiraba. Si no estaba así, si no había nada que lo atara a ella, entonces de nada servía meterse en el medio.

Miró las cinco muñecas que le había regalado Stryga, una por cada regalo que le había enviado. Quizás podría tener una sexta, pero si Rhysand estaba convencido de que no era una amenaza... Lo miró, estudiando su contextura de guerrero, con los hombros anchos y los brazos fuertes que podían dejar enloquecida a cualquier fémina que se preciara, ella se incluiría, de no ser porque él había lastimado a Tamlin, él había hecho daño a su querido. Además, no tenía el cabello sedoso de Tamlin, ni sus ojos que parecían contener a las praderas más puras, tal como las había dejado la Madre en un principio, como se suponía que las habían mantenido sus padres hasta antes de la Guerra Negra. Jugó con el anillo en su dedo, respirando hondo, ignorando la sensación de descontrol que la consumía por dentro al pensar en el dueño del ojo que tenía con ella.

Tamlin regresaría a ella, voltearía una vez más en su dirección, las cosas volverían a ser como siempre, como sus padres lo habían pensado en un primer momento. Él despertaría, vería la verdad que había en todos los pútridos corazones humanos, y volvería a ella. Era cuestión de tiempo.

Lucien dejó salir un suspiro mientras se acomodaba para seguir leyendo los informes, sintiendo que empezaba a costarle enfocar la mirada. Con Tamlin saliendo constantemente a patrullar, Faye yendo y viniendo de lo que sea que hiciera en su tiempo libre, y la humana al borde de convertirse en una estatua de la tristeza misma; encargarse de la aburrida administración era el mejor pasatiempo que podía tener. Había algunos reportes de avistamientos de nagas cerca de las fronteras con las Cortes del Verano e Invierno, incluso algunas cartas de emisarios que contaban un poco cómo estaba la situación en dichos territorios. De todas las Cortes Estacionales, la Corte de la Primavera parecía estar sufriendo menos, comparativamente, pero bien podía ser obra de Amarantha.

Echó la cabeza para atrás masajeándose los ojos mientras pensaba en qué podría hacer para que las cosas siguieran relativamente tranquilas. «Tamlin consideró el retirar a todos los centinelas del Muro, pero bien podríamos necesitar saber si tenemos otro flanco que cubrir», gruñó en su interior. No era el Señor de la Primavera, pero que lo hirvieran vivo en el Caldero si no estaba actuando como uno ante la dificultad de Tamlin. Casi se arrepentía de haberse saltado las clases de política, economía y seguridad. Tampoco era como si Jesminda pudiera aceptar un no por respuesta cuando le solía proponer ir a un paseo o similar. Y él jamás había podido decirle que no a ella.

Ni siquiera cuando le había costado su vida.

—¿Lucien?

Abrió los ojos de golpe, encontrándose con Norrine, quien llevaba un vestido sencillo, con el corsé marrón contrastando contra la tela verde oscuro. En cierto modo, los colores le quedaban casi como si hubiera nacido para usarlos. 

—¿Necesitas algo?

Ella pareció dudar un momento antes de asentir. Se veía como una niña perdida, una que deseaba preguntar algo en medio de la lección, pero tenía miedo de lo que fueran a decir los demás. No le sorprendía, si apenas debía estar cerca de la veintena de años, el mundo recién estaba recibiéndola.

—Quisiera... —Las palabras se atoraron y no se le pasó por alto cómo hacía un esfuerzo para formularlas una vez más—. Quisiera que me cuentes más... Sobre Prythian —terminó en un murmullo. Lucien la miró de pies a cabeza, preguntándose por un momento a qué se debía tal cambio. «Idiota, ayer casi se muere y seguramente le han dicho que no tiene forma de volver», se dijo por dentro. Esbozó una sonrisa de medio lado, dejando con gusto los papeles a un costado.

—Seguro, ¿por dónde quieres que empiece? —Cerró el libro que había sacado antes y guardó la pluma en el tintero. Norrine miró a los alrededores, como si intentara encontrar algo curioso en el estudio, o quisiera estar segura de que no había nadie más que ellos. Al final, su vista pareció fijarse en algún punto a su izquierda. El Mural, un adorno que todas las bibliotecas de las casas de los Señores de Prythian debían de tener, en menor o mayor tamaño. Si bien el de la Corte del Otoño era más bonito, de tonos cobrizos y un poco más de animales, le gustaba contemplar de vez en cuando el de allí.

Norrine, como una polilla atraída al fuego, caminó hacia ahí.

—¿Qué son todos esos nudos?

—Una buena forma de contar una historia tallada en piedra y metal —contestó él, caminando hasta quedar a un paso por detrás de ella. La pared tenía a la Madre en el centro, con los brazos extendidos sobre el Caldero y el Libro de los Alientos para las Siete Gran Sacerdotisas que la rodeaban. Las raíces de los siete árboles salían de ella, creando una forma similar a Prythian, Hybern y el Continente unidos por finos hilos que se trenzaban hasta unirse a los otros en un patrón perfecto, idéntico en cualquier dirección que se mirara. Una ida y vuelta constante, perfecta.

—¿Me podrías explicar mejor?

Lucien se paró al lado de ella, observando los detalles sin saber cómo arrancar, sintiendo que cualquier modo era correcto, que había mucho para abarcar. Se mojó los labios antes de dejar salir un suspiro, avisando que su versión de la historia era bastante vaga, pero que podría preguntarle a una Sacerdotisa, si es que alguna vez se cruzaba con una. Centró sus ojos en la figura central, quien miraba hacia el Caldero con ojos cerrados.

—Esa que está en el medio de todo, con el Árbol de la Vida a sus espaldas, es la Madre, nuestra diosa y creadora —señaló y luego fue mencionando a las Siete Sacerdotisas, quienes se encargaban de hacer llegar las palabras de la Madre a los gobernantes. Se suponía que vigilaban el Libro de los Alientos, pero tras la Guerra Negra, Lucien desconocía el paradero de dicho libro. Lo último que había escuchado es que lo habían sacado del Templo de Sangravah.

Norrine asintió, quedándose un momento en silencio antes de señalar otra parte del muro.

—Estos de aquí parecen estar entrelazados, ¿son una raza fae distina?

Lucien casi tuvo que entornar los ojos para poder comprender qué miraba ella. Inclinó la cabeza, intentando comprender qué veía, porque todo lo que estaba frente a él eran las especies que conocía de memoria. Le pidió que le señalara en dónde estaba y ella lo hizo. Eran dos cuerpos, una especie de un lobo y un gato, persiguiéndose con un hilo que empezaba y terminaba en ellos. Entrecerró los ojos, intentando ver si había algo que le diera una mayor claridad sobre lo que era.

—Si me guío por lo obvio, creo que son la Madre y los Dioses Viejos. El gato suele ser la Madre, eterna, con la capacidad de salirse con la suya por medio de la astucia. O también puede ser una Unión Divina, hecha por la Madre para que los fae pudiéramos completarnos entre nosotros. Desconozco si ustedes tienen algo similar en su panteón o lo que sea que tengan por religión.

Norrine hizo una mueca antes de decirle que tenían el concepto de flamas gemelas, las cuales recreaban el amor de Harníth y Zërrena, quienes habían creado al mundo como producto de su pasión. Lucien hizo un esfuerzo monumental para no reírse ante la idea de que era necesario tener sexo para que el mundo existiera. Hacía que las cosas sonaran más... sucias, mundanas, caóticas incluso.

—Disculpa que nuestros dioses tengan un poco más de actividad que la de ustedes, quien parece que vive tejiendo y haciendo nada —replicó Norrine, haciendo que él negara con la cabeza mientras respiraba hondo, tratando de ignorar la sensación de ofensa que empezaba a reptar por su garganta.

—Ahí no me voy a meter a discutir sobre más o menos actividad, pero ciertamente es una idea muy limitada la que propones —replicó, todavía luchando contra las ganas de bufar y señalarle que ellos no mostraban respeto a sus divinidades, que las abandonaban como si nada fuera a pasar—. Encontrar a quien te vuelve uno, para nosotros, es... una bendición, una forma de ser lo que la Madre quería que fuéramos. No hay nada que pueda reemplazarlo, y un matrimonio es nada en comparación.

—¿Conoces a una pareja así?

—Mmm... creo que los padres de Tamlin eran una Unión Divina. No estoy seguro, porque llegué mucho después de su muerte y él no habla mucho del tema. Cuando le preguntaron dijo algo sobre que su padre había sido un tirano, pero que su madre lo había amado de todas formas —contestó, frunciendo el ceño mientras intentaba recordar lo que le había dicho a Clina. Pensar en esa humana le hizo estremecer. Aún recordaba la locura en sus ojos verdes casi gris, de no haber sido por Faye...

—¿Puede no haber amor en esa Unión? —La pregunta lo sacó de sus cavilaciones. Frunció el ceño y la miró como si fuera mucho más tonta de lo que probablemente era—. O sea, que no se amen, sino que sea simplemente para estar juntos y tener hijos.

—Si te refieres a que uno dañe al otro porque disfruta de hacerlo, es un sacrilegio supremo. A ningún fae, en su sano juicio, se le ocurriría dañar aquello que es único e irrepetible. Podemos enamorarnos de cualquiera, sí, pero esto —señaló el grabado una vez más, sintiendo que una chispa empezaba a arder entre sus costillas—, es más raro que... no sé, dime algo raro de encontrar.

—¿Gemas?

—Bueno, es encontrar una gema única y que nunca más puede volver a aparecer. Atrévete a romperla, a dañarla, para que sea una más del montón.

Norrine se quedó en silencio un momento, mirándolo a él y luego volvió al mural. Le pareció ver una sombra de algo salvaje, antiguo incluso, pero fue tan rápido que apenas tuvo tiempo para procesarlo. La vio apartar la mirada, con los labios apretados y ojos fijos en los grabados, como si quisiera leer algo en ellos.

—¿Cómo la reconocen? A esta Unión.

—Eh...

—Depende de la situación. —La voz de Faye interrumpió en el sitio, casi dándole un susto de muerte a la vez que alivio por no tener que responder. Lucien no tenía idea si era por su naturaleza illyriana o alguna otra gema que llevase encima suyo todo el tiempo, pero era espeluznante el silencio con el que se podía mover, casi como si saliera de las mismas sombras. Ella miraba con expresión insoldable al mural, no sabía si al grabado en cuestión o a toda la imagen—. Los más románticos te dirán que es un saber a primera vista, otros que es forjado con el paso de los años y un día simplemente te das cuenta.

—¿Y vos has descubierto la tuya? —preguntó Norrine, despertando la curiosidad de Lucien.

Una expresión fugaz e indescifrable pasó por el rostro de Faye antes de regresar a la serenidad que solía aparentar. Creyó ver un rastro de furia contenida, añoranza y deseo, todo eso combinado hasta el punto en el que resultaba doloroso e incómodo de ver.

—Podría decirse que sí —dijo, esbozando una sonrisa que tiraba un poco de una tristeza más profunda de la que probablemente se podría intuir.

Entrar era sencillo; eso lo sabían todos, era una obviedad que se tiene desde el momento de nacer. Nesta lo podía ejemplificar con las armas que solía usar su hermana, las cuales penetraban con facilidad la carne, haciendo un corte perfecto allí donde tocaban, y arrancaban todo lo que quedara atrapado en el serrado filo. Y si lo llevaba a una partida de ajedrez, era posible convertir a un peón en reina si se llegaba al otro extremo, siempre y cuando el otro no supiera de sus intenciones y no matara al peón antes de tiempo. El problema siempre era salir de los embrollos sin arrancar cosas que solo causaban un mayor daño o que desbarataban planes que estaban en un precario equilibrio. A veces creía que arruinar los planes era incluso más fácil que entrar.

Nesta leía los reportes de la División de Feyre, anotando los pasadizos y criaturas que Amarantha estaba utilizando para sus fines. Nagas, troles, duendes, e incluso seres propios de El Medio que nadie había visto jamás en Prythian. Una parte de ella quería saber cómo había hecho para ganar control sobre ellos, cómo había obtenido una especie de lealtad. ¿Quizás les había prometido libertad? ¿Poder? ¿Comida? ¿Humanos? Las posibilidades eran múltiples, pero ella sabía muy bien que esas criaturas eran salvajes, libres de cualquier comprensión de la historia, política y convivencia.

Una pila de libros apareció frente a sus ojos, sacándola de sus cavilaciones. Elevó la mirada, arqueando una ceja hacia la hembra que se había acercado con el silencio de una sombra.

—Esto es todo lo que pudimos encontrar de las transcripciones —dijo Gwyneth con un suspiro, sentándose en la silla frente a ella. Tenía el hábito blanco con la capucha echada sobre su cabellera roja, sus ojos turquesa tenían una sombra de cansancio, como todas las sacerdotisas que estaban allí—. ¿Qué cuenta Feyre? ¿Hay avances en la Corte Primavera?

—Difícil saberlo —contestó Nesta, volviendo a concentrarse en las notas y el mapa, señalando las distintas ubicaciones con una cruz, tratando de recordar las últimas noticias que había tenido en la rápida visita que hizo su hermana menor—. Casi muere la humana ayer —comentó, haciendo que Gwyneth ahogara un grito, la única reacción posible para aquel momento—. Tamlin la salvó. Anoche estaba decaída, según comentó Feyre.

La sacerdotisa asintió con la cabeza, como si comprendiera más allá de sus palabras, y soltó un suspiro de alivio. Nesta no se molestó en preguntarle qué pensaba, tenía un mapa que acabar y muchos otros problemas que atender. Por suerte, Gwyneth era una compañía que hacía más llevadero todo.

—Parece que pronto podremos salir y volver a visitar las Cortes, ¿no es maravilloso?

—Cuando pase me alegraré —afirmó la Capitán, dejando a un lado el mapa de Bajo la Montaña para pasar a uno de Prythian. Hizo un punto sobre la Prisión. «Habrá que visitar al tío en algún momento», pensó y anotó la idea en otra hoja.

—Vamos, las dos sabemos que estás deseando volver a la Corte de la Noche cuanto antes —murmuró, apoyando los codos sobre la mesa y sonriéndole con picardía. Nesta se aseguró de no pensar en las palabras de su amiga, todo con tal de mantener sus mejillas pálidas y no dejar salir ni un ligero cambio en su esencia—. Feyre también debe estar deseando que lo de Amarantha acabe.

—Amarantha es el principio —la cortó, apartando a la fuerza los ojos avellana que querían aparecer en su cabeza. No era momento para fantasear ni dejarse llevar por asuntos del corazón, había una guerra que estaba a punto de estallarles en la cara. Feyre lo sabía, Elain lo sabía, ella lo sabía. Gwyneth hizo un puchero, pero no insistió con el tema—. Está al borde de destrozarse. Ayer estaba alterada, apenas podía pegar un ojo.

Y nadie la podía culpar a su hermana. No cuando era un secreto a voces entre las Valquirias quién era su Unión, quien la haría ser más, ser su mayor versión.

—Lo puedo imaginar, saber que tu pareja está allí... La Madre sabrá qué cosas ha visto que le hacen. Por el Caldero, yo quizás habría arrasado con todo sin pensarlo dos veces —suspiró Gwyneth, abrazándose a sí misma, como si pudiera sentirlo en su propia carne.

«Como si no lo hubiera intentado», pensó Nesta, anotando una visita a la Corte del Día debajo de La Prisión. Su cuerpo entero tenía moretones de la última pelea con Feyre, la única forma que tenían para que no perdiera el control, de que el plan siguiera adelante. Elain le había dicho que fuera paciente, que la tratara con cariño y comprensión. Nesta lo intentaba, pero Feyre era una pared cuando las emociones la invadían, y ella no tenía el tacto ni la paciencia que quizás hacía falta. Tampoco era como si su hermana quisiera usar las palabras cuando estaba con la cabeza enfocada en matar y controlar sus propios impulsos.

—No deberías comer tantas —le había dicho Nesta a la noche anterior, cuando vio que Feyre tragaba dos semillas de amarra después de tratarse los moretones. Su hermana había gruñido, diciéndole que necesitaba aplacar todo lo posible las ganas de ir tras él. Esa vez había estado frente a Rhysand, lo había mirado a los ojos y curado una herida, había sentido en demasía todo lo que había en él. Una tortura, así lo había resumido a todo el momento. Tocar el Paraíso con guantes, sabiendo que las Puertas podían abrirse si las empujaba lo suficiente. Nesta no había dicho nada más, sabiendo muy bien que ella haría y pensaría lo mismo. O eso quería creer.

Cerró los ojos, centrándose de nuevo. «Feyre sabe lo que hace», se repitió las palabras de Elain, intentando convencerse. Apretó los dedos sobre la pluma, notando cómo se ponían más blancos de lo usual. Se obligó a aflojar el agarre. Gwyneth pareció darse cuenta y apoyó una mano sobre la de ella, dándole una de sus dulces sonrisas. Tenía la característica mirada que todos los seres como ella y su hermana Elain tenían, esa expresión suave que parecía calmar tormentas enteras con una palabra o gesto, solo que las de su hermana ocultaban tormentas más grandes. Sus dedos se aflojaron por completo y dejó caer los hombros.

—Tranquila, seguro que las dos están bien —le dijo, con esa voz maternal que salía de vez en cuando.

Exhaló despacio, asintiendo para sí. Repitiendo las palabras en su cabeza hasta que quedaran grabadas a fuego.

Feyre hizo un esfuerzo para mantener su voz en el mismo tono tranquilo, recordándose que Norrine era curiosa y que ella misma había sacado el tema a colación. Lamentaba en silencio el no poder ingerir más semillas de amarra, no si quería evitar estar con dolores peores que el período y una desregulación de todo su cuerpo durante meses o años. Norrine la miraba con la pregunta más que clara en los ojos y el tatuaje en su clavícula ardía ligeramente, un recordatorio de su promesa y de la mentira que le pesaba cada vez más sobre los hombros.

En momentos como aquel, detestaba saber que estaba destinada a Rhysand.

—Sé cómo se ve, no tengo idea quién es ni en dónde está —dijo al fin, relajando sus manos.

—Suena contradictorio —señaló la humana, frunciendo más el ceño. Feyre hizo una mueca que pretendía ser una sonrisa.

—No exactamente, hay quienes sueñan con su pareja antes de conocerla, son cosas vagas, quizás el color de ojos, la raza... Algunos van a una sacerdotisa luego de tener estos sueños —dijo sacudiendo la cabeza. Lucien asintió despacio, como si algo en él estuviera considerando aquellas palabras.

Norrine se quedó en silencio, asimilando todo. Feyre la dejó, viéndola con la misma atención con la que había estudiado a las anteriores humanas. No era, ni por asomo, la que más interés había mostrado en el mundo de los Fae, tampoco era la que más resistencia ponía al momento de aprender.

—Cuando dices raza, ¿te refieres solo a los tipos de fae? —preguntó al fin. Feyre necesitó un momento para pensar la respuesta, tratando de no darle demasiadas vueltas al tono con el que lo había formulado. Intentó recordar leyendas o charlas con las sacerdotisas que conocía, sobre todo las que había tenido cuando había cumplido la mayoría de edad de todas las Cortes.

—No estoy segura, quizás también se extiende a humanos, pero eso suena más a un castigo que a una bendición. —Miró a Lucien, quien asintió, todavía sumido en sus pensamientos, los ojos desenfocados y empañados por un dolor lejano. Se mordió el interior de la mejilla, antes de juntar las palmas con fuerza y poner su mejor sonrisa—. Como sea, ¿quieren que vayamos a...?

—¡Un curandero!

El grito se hizo eco por toda la Mansión, haciendo que todos los pelos de su cuerpo se erizaran. Feyre no tardó ni un segundo en reaccionar, dirigiéndose a la puerta de inmediato, con los otros dos pisándole los talones. Salieron de la modesta biblioteca, avanzando como podían por los cada vez menos desérticos pasillos. Casi tropezó con el dobladillo de su vestido a mitad de la carrera. «Ya me había olvidado de la porquería que es correr con estas cosas», refunfuñó al son de los taconeos de sus zapatos. Lucien pasó junto a ella, apenas una mancha roja que se detuvo bruscamente en la puerta. Podía sentir cómo la desesperación de los gritos iba en aumento.

Estaba a punto de estrellarse contra la madera cuando Lucien las abrió con un poco de esfuerzo, dejando a la vista a un montón de sirvientes que zumbaban por doquier. Los vio queriendo apartar todo lo estorbara, o buscando un mejor sitio para ver. En medio del caos, dos elfos parecían estar intentando detener la hemorragia. Una mancha rojiza empezaba a formarse en el suelo. Se detuvo a unos pasos de distancia, sus ojos estudiando al herido y los otros. Pidió que alguien le contara lo que había pasado. Uno de los dos faes que estaba allí, con las manos rojas, levantó la vista, los ojos estaban irritados, había algo parecido a la tristeza más profunda. Cuatro de ellos habían estado recorriendo los alrededores del bosque cuando vieron un montón de cenizas que se abalanzaron sobre ellos. El primero había muerto decapitado cuando intentaron escapar, el segundo tenía la herida en el costado que estaban tratando y los últimos dos, por pura gracia de la Madre, habían logrado salir con poco más que unos rasguños. Feyre entrecerró los ojos ante lo último. Miró al fae que restaba, uno con rasgos filosos y le pareció distinguir un ligero glamour sobre sus facciones. Todo su cuerpo se tensó al mirarlo.

Pasó la vista de un fae a otro. Apestaban a humo, y estaba casi segura de que podía ver una sonrisa tironeando de los labios de los otros dos. Bajó la vista hacia el herido, lamentando no poder entrar a su muerte.

—Está muerto —declaró Lucien. El alma de Feyre se cayó a sus pies, pero por razones muy distintas a las que probablemente se esperaba. El que había gritado casi parecía devastado.

—No puede haber muerto, ¡no puede! ¡¿Dónde está el curandero?!

Feyre se agachó, apoyando dos dedos a los costados del cuello, concentrándose lo más posible, tratando de ignorar las ganas de pedirle que se callara, que dejara de ser escandaloso. Luego, asumiendo incluso más el papel de una noble, apoyó la oreja sobre el pecho antes de negar con la cabeza, comprimiendo los labios. Su cara lo dijo todo, y el chillón dejó salir un grito que bien podría haberle rasgado la garganta, echando sus brazos alrededor del cuello del muerto.

Ignoró las lágrimas derramadas, ignoró el escándalo que estaba viendo, y, con sincera lástima, cerró los ojos.

—Que el Caldero te salve, que la Madre te sostenga. Ve a través de las puertas y siente a la tierra inmortal donde hay leche y miel. No temas al mal, no sientas dolor, ve y entra a la eternidad —recitó en voz baja, tratando de buscar en su interior aquella conexión con la Madre que se suponía que todos los fae tenían. Trazó el símbolo del lazo de tres puntas con el dedo índice sobre la frente del fallecido, haciendo que los llantos y gimoteos del elfo aumentaran. Tuvo que hacer acopio de la poca paciencia que le quedaba para no gritarle.

—¿Qué ha pasado? —La voz de Tamlin se abrió paso entre la multitud, haciendo que todos los presentes se apartaran y corrieran de regreso a sus tareas, fingiendo no haber estado chusmeando sobre el acto que había en torno a ellos. Lucien, notablemente afectado, le contó parte de lo ocurrido, mientras que Feyre siguió escudriñando al elfo que no paraba de murmurar palabras al oído de quien parecía ser su pareja. A cualquier otro habría engañado la artimaña, pero ella sabía bien cuándo las palabras eran una despedida cariñosa y cuándo un simple gesto vacío.

Consideró el fingir darles espacio, de darles el "momento a solas" que se solía dar para estos casos. Se quedó un momento más, debatiendo internamente sus acciones, antes de ver una sonrisa parecida a la del otro fae (que había desaparecido de repente) y tomar su decisión. Enderezó la espalda y entrecerró los ojos, lo suficiente como para que parecieran cerrados. Una sonrisa, un gesto sutil de los dedos, unas palabras murmuradas contra los labios, y Feyre creyó ver cómo la piel del "elfo" se transparentaba. Unos símbolos plateados se dibujaron en las manos, en los ojos, dejando casi a la vista un esqueleto negro con los dientes afilados.

La escena era aterradora. Norrine sentía que sus pies se habían clavado en aquel sitio, como si de la nada hubiera desarrollado raíces. Aquel grito que había soltado el ser de piel pálida y con una máscara marrón, había resultado aterrador, sacado de sus peores pesadillas o de los mismos cementerios. Le había helado la sangre y casi había paralizado su corazón.

Tragó saliva, sintiendo que estaba en el medio, un obstáculo para quienes tenían que ir y venir en medio del alboroto. Faye seguía quieta, mirando al cuerpo con una expresión vacía, como una estatua de mármol.

—¿En dónde dices que has tenido el ataque? —preguntó Tamlin, sacándola del trance.

—Cerca de la frontera con la Corte del Invierno —sollozó el fae, separándose con dificultad del cuerpo. Vio cómo Tamlin intercambiaba una mirada con Lucien antes de salir corriendo por la puerta. Norrine dio un paso al frente, como si así pudiera seguirlo, pero él ya había desaparecido por la puerta, lejos de su vista. Se acercó a Lucien, quien le dijo que volviera dentro. ¿En qué momento había salido de la puerta? Sus pies parecieron volver a quedarse clavados en el nuevo lugar, ojos perdidos en la mancha amarilla que era el Señor de la Primavera. De reojo distinguió al pelirrojo que pasaba con el cuerpo en brazos y se marchaba con el otro fae sollozando a más no poder siguiéndolo de cerca.

Faye se colocó a su lado, Norrine esperaba encontrar pena, quizás incluso un gesto de empatía o tristeza, o incluso con algo que le permitiera comprender la sensación de desesperación de ir tras la bestia que gobernaba aquel sitio. Sin embargo, encontró un muro, una nueva faceta que la dejó anonadada. La expresión de Faye era la de un cazador, serena y con la vista clavada en su presa, aguardando el momento para saltar. Siguió su mirada, sin saber si era a Lucien o a uno de los dos faes que iban con él (el muerto y el viudo) a quién vigilaba. Ambas estuvieron un rato quietas, hasta que el cabello rojo de Lucien fue lo único que podía distinguirse entre los árboles. Allí pareció que Faye regresaba a la vida, la tomó por el brazo y la arrastró de regreso a la biblioteca. Norrine simplemente dejó que la guiara, agradecida por ser sacada de aquel sitio.

—Ten cuidado con ese fan... fae —le dijo en un susurro mientras regresaban a la biblioteca.

—¿Por qué?

—Tengo un mal presentimiento y, de todos los que estamos en la Mansión, eres la que más riesgo corre —respondió, todavía con esa expresión de cazadora—. ¿Quieres que te enseñe nuestro idioma escrito?

Norrine se habría negado en circunstancias normales, pero no encontró una excusa creíble como para rechazar la oferta. Además de que quizás sería una buena distracción. Aceptó.

Se sentaron en el enorme escritorio, apartando las hojas que Lucien había estado consultando antes y Faye sacó unas nuevas junto con lo que parecía una rama con carbón en la punta. Norrine vio cómo hacía unos trazos rápidos en la hoja, como si la cortara con la punta de un cuchillo, pasándosela una vez terminado lo que sea que hubiera hecho.

—Este es uno de nuestros sistemas de escritura.

Las letras no se parecían en lo más mínimo a las que había visto en la villa Archeron cuando había algún decreto o cartel de criminal buscado. Estas eran cinco líneas rectas, como si fueran árboles, de las cuales, las dos primeras tenían líneas que sobresalían de un lado u otro, la tercera y cuarta eran las líneas que atravesaban en diagonal u horizontalmente dichos troncos. La quinta fila era directamente una combinación de símbolos que no se parecían en lo más mínimo, una pequeña paralela, una bandera a la izquierda, una especie de trenza y un espiral a la derecha, con un rombo atravesado por el tronco y una cruz debajo de éste.

—¿Tan pocas letras tienen?

—¿Veintiséis te parecen pocas letras? —preguntó Faye con una risa entre dientes y Norrine sintió que sus mejillas se coloreaban un poco—. Este es el bethluisnion u ogam; es el que se usa casi que exclusivamente en las Cortes del Sur. Esta es la forma en la que suelen dibujarlo cuando quieren mostrar todas las letras juntas, los primeros cuatro se los conoce como los grafias, el último son los forfeda.

—¿Qué necesidad hay de tener tantas especificaciones? —preguntó, sintiendo que la cabeza empezaba a darle vueltas.

Faye sonrió y se encogió de hombros, diciendo que ella no era quién había puesto las reglas de escritura. Norrine dejó salir un bufido molesto.


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