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Prados y mazmorras

A Rhysand le gustaba pensar que era alguien capaz de ver más allá de lo evidente, que era difícil sorprenderlo, por eso había preparado varias formas para pedirle a la elfa que por favor se fuera con él a su Corte, con argumentos más o menos variados en base lo que se encontrara. Había ido a la Corte Primavera siendo consciente del rumor de una boda, esperando encontrarla casi que pegada a la humana, aferrada como una garrapata; nada más lejos de la realidad.

Para empezar, no había nadie más que Tamlin pegado a la susodicha jovencita, cuyas orejas empezaban a verse más terminadas en punta y había un pequeño resplandor en las marcas que tenía en el rostro, seguramente era la famosa transformación por la Unión Divina. Rastros de la elfa no habían por ningún lado.

Todavía tenía bastante fresco el recuerdo de la última vez que la había visto, lo tranquila que había estado, vigilando a la ahora Dama, hasta que había reparado en su presencia y los nervios habían podido con ella. Había contado los días que faltaban para que pudiera volver a aquellos ojos azul plateado, incluso su cabellera que parecía oro fundido. En su lugar, encontró una illyriana, una que dejó a su mente en silencio, con rasgos afilados, pero no sin cierta elegancia, su cabello caía en ondas pesadas por sus hombros, una belleza clásica de Illyria, sin duda.

Por un momento creyó que estaba bajo una ilusión potente, o quizás sería alguno de esos casos de familias que habían migrado a otras Cortes. Pero había estado enviando magia a la marca y podía ver que ella era la que la tenía, brillaba con claridad en su clavícula el sello de un pacto con forma de un ojo hecho con rizos que se perdían en los tatuajes que Rhysand poseía. Tuvo que obligarse a no bajar la mirada para poder apreciar el vestido rojo salpicado de plateado. Cerró los ojos brevemente, recobrando la compostura tan rápido como le fue posible, acallando cualquier idea que no fuera el seguir adelante.

—Esperaré a que esté lista, entonces —le dijo, intentando mantener un tono cordial pese a que todo su cuerpo estaba tenso. Ella lo miró, mordiéndose el labio antes de mirar sobre su hombro y luego ir hacia la humana, murmurando algo rápido que los dos anfitriones asintieron. Tamlin tenía la mandíbula apretada a más no poder, y la humana parecía desilusionada ante lo que le dijera la hembra. Ni bien terminó el intercambio de palabras, la illyriana volvió su atención a él.

Rhysand estiró la mano, dejando que ella la tomara cuando estuviera lista. Parte de sí quería creer que era la illyriana de sus sueños, más aún al reparar en los tatuajes que decoraban sus hombros, parecidos a los que él llevaba, pero que no pertenecían a ninguna de las tres estrellas de Ramiel. «Si tan solo pudiera verle los ojos antes de que llegara la parte de Amarantha...», apartó la idea en el momento que la manos de ella rozó la de él. Esperó sentir el contacto electrizante que su madre le había descrito alguna vez cuando le había contado lo que había sentido al conocer a su padre, pero apenas fue algo cálido, una pequeña flama que se quedaba allí donde su piel rozaba la de él. Cerró los ojos, concentrádose en ir hacia la pequeña casa que tenía entre las montañas, una corta parada antes de ir a Velaris. Con suerte, Morrigan la habría dejado en condiciones y no se encontrarían con el desastre de cincuenta años de abandono.

Solía notar que aquellos que no estaban acostumbrados a las transportaciones se aferraban a su persona como si su vida dependiera de ello, la hembra no lo hizo. Ni bien sus pies tocaron el suelo de madera, ella puso una distancia prudencial, como si el tener que estar en contacto con él le resultara doloroso. La miró con ojos entrecerrados, todavía notando la barrera al querer entrar a su mente.

—Supongo que esta es la parte en la que me dices la verdad —dijo Rhysand, sentándose en la silla más cercana, mirándola con una expresión vacía, tranquila incluso. La vio tensarse y tomarse un momento para recomponerse antes de empezar a retorcerse los dedos, mordiéndose distraídamente el labio, con la mirada clavada en el suelo. Aprovechó el silencio para poder ir tomando más notas de su apariencia, como si así pudiera terminar de decidir si estaba inventando cosas o no.

Debía ser una illyriana de pura raza, si se guiaba por los brazos musculosos, más marcados que los de las hembras que había visto en toda su vida, las alas, preciosas y en buen estado, se veían en condiciones. Resistió el impulso de extender las suyas, o de acercarse para ver si la membrana sería tan suave como parecía serlo. Inclinó la cabeza hacia un costado, como si así pudiera verla desde un nuevo ángulo. Era petisa, no debía pasar la altura de su pecho, y vestida tan elegantemente hacía que uno pensara en alguien de una posición donde las batallas eran verbales, no físicas. Graciosamente, sabía muy bien lo que había visto en el palacio de Bajo la Montaña, lo que le había dicho que ella era alguien en quien se podían poner grandes apuestas y se saldría ganando con creces.

Empezaba a tener sentido que hubiera sabido pelear de aquella forma, aunque...

—Estaba al tanto de que el Señor Tamlin gozaba de más libertad que los otros Señores de Prythian —empezó, cortando sus cavilaciones de golpe—, y quería hacer todo lo que estaba a mi alcance para poder ayudarlo y liberar a nuestra Corte, Alteza —continuó a toda prisa, haciendo que Rhysand quisiera soltar un bufido molesto al escuchar el tono formal que había regresado en sus palabras. Se obligó a relajar la mandíbula al hablar.

—Ya te dije que podemos dejar las formalidades a un lado...

—Feyre —respondió a su frase sugerente, casi podía ver el "Señor" saliendo por sus labios. Lo que le sorprendió fue que quisiera probarlo, intentar ver cómo quedaría aquel nombre si lo decía él, cuál sería la reacción de ella. En su lugar, asintió, volviendo a enfocarse en lo que le competía.

—Y usaste un glamour para verte como una elfa de bosque —añadió, entendiendo el motivo de querer ocultar su apariencia, esa era la parte más fácil, el misterio menos complicado de resolver. Por supuesto, nadie hubiera permitido que una integrante de su Corte estuviera en cualquier otro sitio si no era para pensar que Rhysand estaba intentando ser como la última reina fae. Una chispa de admiración bailoteó por su pecho, y no contuvo la sonrisa divertida al ver que las mejillas de ella se sonrojaban—. Perdóname la indiscreción, pero tus ojos no son los de un illyriano.

—No lo son. Nací con ojos marrones, esto es... producto de mi crianza.

La estudió un poco más, como si así pudiera sacar algo de que arrojara un poco de luz sobre aquella frase, de la misma forma que descifraba los libros con las lenguas perdidas de Prythian. El color le recordaba a los ojos de Amren, pero los de su segunda al mando no tenían tanta tonalidad azulada, sino que eran de un gris metálico sacado de las mejores armas, en Feyre eran más como si hubiera congelado su ser y los ojos intentaban ser una prueba de ese evento. Al final, dejó salir un suspiro por la nariz, enfriando un poco el repentino calor que amenazaba con consumirlo, esperando poder conseguir respuestas. Tendría que haber imaginado que no sería tan simple.

—A menos que haya alguna forma de que tengas el poder para cambiar tu apariencia a voluntad, cosa que solo sería posible si fueras hija de un Alto Fae —señaló, haciendo que ella riera por lo bajo. Había una segunda forma de tener aquel poder, pero era menos probable y no podía considerar esa opción sin que algo se retorciera en lo más profundo de su ser.

Ella sonrió, negando con la cabeza, diciendo que era mucho más simple que eso. Con voz cuidadosa, como si temiera que la fueran a escuchar, empezó a describir unas gemas que funcionaban de manera similar a los Sifones que llevaban casi todos los guerreros oristian y carynthian. Cuando le preguntó dónde las había conseguido, ella se limitó a decir que las había encontrado. Dejó que hubiera un silencio entre ellos mientras terminaba de guardar la información para más tarde y formulaba la siguiente pregunta.

—¿Has entrenado en un Campo de Guerra?

Feyre lo miró con una ceja alzada y una sonrisa sarcástica que hizo locuras con su organismo. La pregunta era estúpida, no importaba cuánto quisiera evitarlo.

—¿Has escuchado de algún Campo que estuviera entrenando a las hembras? —Y Cassian le había dicho lo mismo, pero lo que había visto eran técnicas de Illyria, ligeramente modificadas y todo, seguían siendo parte del estilo de combate que él había aprendido. Ella negó con la cabeza al añadir—. No, me entrenó mi padre.

—¿Un illyriano?

—Un elfo de bosque —corrigió, haciendo que las cosas dejaran de tener sentido una vez más. Ningún elfo de bosque, por muy cercano a los Campamentos de Guerra que fueran (lo cual era asumir muchas cosas), no podían ni siquiera ver los entrenamientos, mucho menos el enseñarles a sus propios hijos lo que sea que vieran, si es que lograban ver algo. Habían métodos y los illyrianos eran un pueblo que podía definirse como celoso de sus costumbres.

Alguien de esos Campamentos debía de haberle dado clases, enseñarle cómo moverse para que los golpes fueran certeros y las alas siempre estuvieran lejos de peligro. Un recuerdo, fugaz, pasó por su cabeza, lleno de guerreras que peleaban con armaduras de plata y se podían equiparar (o incluso superar) a los ejércitos illyrianos y al de la Oscuridad en las batallas. Pero era imposible, todas habían caído durante la Guerra, específicamente en la Batalla del Ocaso y, según le habían comentado varios en sus sus informes, las que habían sobrevivido habían preferido sepultar toda la vergüenza de la caída con la muerte.

Una pena.

—Aún así, peleas como nosotros...

—Casualidades de la vida —dijo ella con una risa demasiado tensa que Rhysand no encontró convincente. Siguió viéndola de pies a cabeza, sacando cada pequeño gesto que estuviera haciendo, pero no había nada más que uno que otro temblor en las alas y la voz que parecía estar traicionándola. Como si ella supiera que él era consciente de que no estaba siendo clara, empezó a mirar a todos lados, a remojarse los labios con la punta de la lengua y se volvió casi evidente que estaba librando una batalla interna—. Espero que sepa... que entiendas que mis intereses se alinean siempre a favor de la Corte de la Noche y de Prythian.

—Eso puedo verlo por mi cuenta, Feyre. —Tomó nota de cómo el cuerpo de ella parecía tensarse ligeramente ante su nombre, haciendo que una sonrisa peligrosa tironeara de sus labios. Se obligó a no mostrarla, a mantener la compostura.

Por fin Feyre le dirigió la mirada antes de asentir y tomar asiento frente a él, manteniendo cierta postura de elegancia y moviendo las alas, no sabía si era para acomodarse en el mobiliario o estaba queriendo cubrirse con ellas. Esperaba que no fuera un miedo hacia él, porque lo último que necesitaba era perder todo el avance que habían tenido en los tres putos meses que estuvieron Bajo la Montaña. Qué lo parió, de no haber sido porque tenía principios y la memoria de las lecciones de su madre, se la habría llevado antes de que la humana despertara. Peor aún, sabía muy bien qué habría hecho su padre de haber estado en su lugar.

—Solo quiero estar seguro de que cuento con tus habilidades para llevar adelante un... digamos proyecto a largo plazo.

Los ojos de Feyre se iluminaron y sus hombros se relajaron, una sombra de una sonrisa tironeaba de sus labios finos, dándole un aire que quitaba el aliento. Era como si frente a él no estuviera la espía o la guerrera que había estado haciendo su parte, sino con una noble, alguien como Morrigan. «Caldero bendito, podría sacarme cualquier cosa con esa sonrisa», pensó, mordiéndose disimuladamente el interior de la mejilla. Los ojos de Feyre adquirieron un brillo divertido por un momento antes de volver a una expresión afable.

—Juré prestarte servicio cuando llegara el momento, Rhysand —le recordó, y él estuvo seguro de que había imaginado el tono juguetón con el que dijo esas palabras. Abrió la boca para decirle algo cuando la puerta de la cabaña se abrió, dando paso a una ventisca helada de afuera que bailaba por los cabellos rubios que conocía muy bien.

—¡Oh por la Madre! ¿Esta es la hembra de la que tanto hablabas? —Por supuesto, su querida prima tenía que aparecer justo cuando iba a soltar la lengua. No sabía si agradecerle o si pedirle sin sutilezas que se fuera. «¿Qué mierda estás pensando Rhysand?» La voz en su cabeza logró aplacar lo que sea que hubiera despertado Feyre en ese momento. Antes de que pudiera decirle algo, los brazos de Morrigan estaban rodeando a la illyriana, quien parecía estar dividida entre pedirle ayuda o lanzar contra la pared más cercana a su prima, cosa que no tuvo tiempo de decidir sin que ella se apartara para poder verla—. Al fin puedo conocerte, Rhys ha estado volviéndonos locos a todos. Aunque... no esperaba que fueras illyriana —dijo, tenía las manos firmes sobre sus hombros, todavía sonriendo de oreja a oreja—. Perdón por interrumpir, aunque dudo que haya cortado algo, este infeliz está fuera de forma en el trato a las féminas.

—Morrigan... —gruñó, intentando no sonrojarse ante la mirada divertida de Feyre.

—Amargado —resopló la rubia, sacándole la lengua y Rhysand, por simple dignidad, se contuvo de devolverle el gesto; con el rabillo del ojo pudo ver a la illyriana apretando los labios y su cuerpo temblando para no soltar una carcajada—. Como sea, si te aburres de este macho, no tengas dudas en llamarme.

La sonrisa que le dio Feyre fue cordial, asintiendo una vez con la cabeza.

—Lo tendré en cuenta.

Comparar a dos hermanas, que de hermanas tenían lo que una rosa con un roble, era inevitable. Norrine había empezado a apreciar la transparencia con la que Feyre parecía mostrar sus sentimientos, en comparación con Elain, quien nunca parecía dejar de tener toda clase de sonrisas, así como un control perfecto de sus expresiones. Sin embargo, las dos tenían esa capacidad de mantener sus emociones a un nivel moderado, utilizándolas con una maestría que resultaba letal.

Elain resultaba mucho más agradable a primera vista, con un aire de elegancia que la hacía parecer una reina incluso cuando estaba con atuendos sencillos, resultaba imposible el estar enojada con ella cuando parecía que los problemas los arreglaba con sonrisas y una taza de té caliente. Sin embargo, no era menos exigente que Feyre cuando se trataba del control de la magia. Norrine la consideraba incluso más exigente. Cada momento frustrante, cada vez que era prácticamente imposible centrarse (ya fuera porque su cabeza volvía a la alcoba con Tamlin o porque simplemente pensaba en él), Elain parecía adivinarlo y la traía de regreso al presente con un ligero toque de sus dedos.

—Estás dejando que tu cuerpo te domine —repitió mientras seguía trenzando unos hilos que parecían surgir de sus mismos dedos. La capa sobre sus hombros, una mezcla de pelaje de lobo, oso y plumas de búho, cubría sus hombros y hacía que su cuerpo se ocultara del mundo cuando se inclinaba hacia el frente—. Hay que ser consciente del cuerpo, pero también hay que saber controlarlo.

—¿Y qué mier... qué se supone que eso significa? —se corrigió ante una mirada de advertencia de Elain, quien arqueó una ceja. La vio parpadear dos veces antes de dejar la pulsera a un costado y sentarse con las manos relajadas sobre sus piernas cruzadas bajo el vestido de un rosa pálido que se mimetizaba con su piel.

—Piensa en tu cuerpo como un telar, donde los hilos se mueven a su propio ritmo, manteniendo un precario equilibrio. Tu mente es la mano que los mueve para formar un tapiz, acomodándolos para que sean más efectivos —dijo, mostrándole la pulsera que había estado haciendo, un complejo patrón que formaba flores y hojas con una habilidad que muchos envidiarían—. Pero si el cuerpo es quien toma el control... —Los hilos parecieron deshacerse, romperse uno a uno hasta que no quedó nada de aquella belleza.

—No entiendo, mi cuerpo hace lo que yo quiero. Funciona como yo quiero.

—¿Pensar una y otra vez en tu noche de bodas es controlar tu cuerpo? —Norrine no supo qué responder, sintiendo que la cara le ardía de vergüenza pese a que mantenía la mirada firme. Elain dulcificó un poco su expresión—. Entiendo que es algo difícil de controlar, Feyre tiene siglos de práctica y, aun así, con Nesta tenemos que ayudarla a regresar a su centro de vez en cuando —dijo con una sonrisa nostálgica—. Lamento si estoy siendo muy dura contigo, pero tienes un título, una posición que es útil, pero puede devorarte viva si no sabes manejarla. Además, no tenemos idea de cómo está reaccionando tu cuerpo, considerando que nosotros nacemos con magia.

Sus manos empezaron a separar mechones de cabello antes de trenzarlos, intentando no dejarse llevar por la incomodidad que la invadió en ese instante, como si pudiera notar que sus propios hilos estaban al borde de romperse y... No quería considerarlo, odiaba tener la impresión de que era como las paredes de la casa de sus padres, parchada con pieles para que no pasara el aire frío del exterior. Manteniendo lo que sea que hubiera notado en ella, Elain dijo que era suficiente por el día, pero que intentara practicar la meditación que habían hecho, no al menos para que las cosas siguieran estando bajo control. Sus mejillas se colorearon un poco más al recordar cómo habían crecido prácticamente un nuevo bosque la última vez que había pasado tiempo con Tamlin. No había sido nada grave, pero Lucien, Elain y Tamlin parecían haber decidido que era mejor no seguir tentando a la suerte.

Parte de la rutina que tenía con Elain era dar una vuelta a los jardines y centrarse en la magia que había a su alrededor, sin embargo, Norrine solía intentar adivinar qué clase de fae era. Sabía que estaba carente de varias razas que existían, como había sido el caso de las nagas, pero seguía intentando ponerle un nombre; la mujer tenía las orejas redondeadas pese a que las ocultaba con su pelo gran parte del tiempo, una elegante nariz y unos ojos marrones que de vez en cuando emitían un ligero destello plateado. Sorprendía cómo Feyre parecía estar con armas ocultas incluso en los pliegues de la ropa interior, Elain era tan delicada como las rosas que parecían seguirlas mientras caminaban. Pese a que tenía unos ojos enormes y redondos, siempre parecía lograr una expresión que tenía cierta inocencia y elegancia por igual. Sin embargo, lo inquietante era que, incluso en un terreno como el jardín, donde la pesada capa que cubría sus hombros debía de hacer un susurro contra el paso, este se mantenía silencioso.

Una mirada rápida de ella bastó para que se concentrara en sentir la magia que palpitaba bajo sus pies, moldeando las plantas y los animales de Prythian. Intentaba visualizarlo de la manera en que lo proponía Elain, pero siempre le daba la impresión de que quedaba corto o raro. Veía a la magia como si fueran raíces, ramas que se extendían entre ellas, ayudándose para formar las distintas formas de vida a su alrededor. Elain a veces le pedía que le describiera todo lo que podía percibir, y de vez en cuando le pedía la distancia y algunas veces lograba captar algo más allá de unos cuantos metros.

Luego del paseo, tocaba las lecciones de historia y política con Lucien en la biblioteca, Elain la acompañaba hasta la puerta y luego seguía con las tareas que tuviera que hacer, rara vez quedándose más que unos momentos para hacer un gesto rápido hacia el fae pelirrojo.

—Dudo que Lucien te haga algo malo —le dijo una vez en el paseo, como si así fuera a convencerla de que pasar tiempo con el emisario no era algo que temer.

—Oh, por la Madre, jamás pensaría que Lucien sería así, no —respondió con una risa educada, negando con la cabeza—. Simplemente tengo muchas cosas que hacer y él es un macho que es difícil de ignorar.

Lo curioso era que, pese a que se podía ver que la mayor era la más diplomática de las hermanas, Elain con Ianthe era incluso peor que Feyre. Las cenas solían ser tranquilas hasta que la Sacerdotisa se reclinaba contra el fae pelirrojo, apoyando las manos en su brazo y batiendo las pestañas. No era hasta que Lucien empezaba a mostrar uno que otro gesto que solo Elain captaba que las palabras empezaban a danzar con la gracia de una daga.

—Querida, ¿alguna vez te han dicho que tienes unas manos hermosas? —había preguntado Elain, sin levantar la voz y sin dejar de sonreír con dulzura. Norrine juraba haber sentido una nueva fuerza saliendo de la mujer, quien seguía comiendo como si hubiera hablado del clima o un tema menor. Esa noche había parado todo, hasta que Ianthe regresó a sus andanzas, y Elain parecía estar contando en silencio para no perder los estribos en cada ocasión.

Después de aquella cena con las manos, Norrine había visto a Lucien conversar con Elain en los pasillos, luego empezaron algunas miradas y sonrisas cómplices.

—¿Crees que a Elain le guste Lucien? —le preguntó a Tamlin un par de noches después, cuando sus brazos empezaron a rodearla y acercarla a su pecho, mientras sus labios iban dejando un rastro de besos desde el hombro hasta el lóbulo de su oreja.

—No tengo idea, querida, pero no tengo muchas ganas de hablar de eso ahora mismo —respondió él, sacándole una sonrisa tontorrona antes de que su cuerpo empezara a ir por el baile que ambos conocían casi a la perfección. Las manos callosas de él recorriendo su cuerpo, el calor que empezaba a bailotear entre ellos, la cada vez menos existente distancia entre ellos, haciendo que se olvidara de cualquier pensamiento, de lo que sea que hubiera en su cabeza que no fuera Tamlin.

Después del interrogatorio, Rhysand le había dicho a Feyre que podía retirarse a dormir, dado que apenas había pegado un ojo desde que habían abandonado la boda de Tamlin y Norrine. Una parte de la illyriana suspiraba en pena por haberse perdido parte de la ceremonia, de tener que seguir corriendo contra el tiempo porque sabía que las cosas iban a ponerse peor y todo lo que podían hacer era ir avanzando lo más rápido que podían. Hybern se había hecho con el Caldero aquella noche en el Sangravah, cuando las heridas de la Guerra estaban sanando y todas las Cortes estaban con sus alertas al máximo, al igual que los humanos.

No lo habían usado con Amarantha, pero bien podían estar por hacerlo en cualquier momento. Dudaba que fueran a quedarse tranquilos en su isla pese a la derrota.

«Un paso a la vez, Feyre», se recordó mientras se acomodaba en la cama. La habitación que le había ofrecido Rhysand era un poco más espaciosa que la que había tenido en la Corte de la Primavera, con un enorme ventanal que daba a los bosques de hojas oscuras y una que otra flor de medianoche que trepaba por los marcos externos de la ventana. Se sentía como cuando era apenas una jovencita de cien años y lo veía pasar a la distancia, babeando como hacían todas las otras hembras de su edad. Recordaba la emoción desbordante de querer estar cerca, de verlo a los ojos y que él la mirara también, y ahora la veía a los ojos, pero no podía mostrarle todo lo que tenía dentro.

Estaba tirada panza abajo, abrazando la almohada mientras sus ojos se fijaban en algún punto entre las vetas de la madera, creando siluetas imaginarias a la vez que su cabeza recreaba aquel día en el que lo había visto a lo lejos por primera vez, cuando no sabía que sería él con quien la Madre había creado una Unión. Podía recordar, como si estuviera viviéndolo de nuevo, su fascinación por aquellas alas más oscuras que las de cualquier illyriano, los rasgos mucho más finos y las orejas que destacaban. Lo había visto esbozar su sonrisa amable, la que había arrancado tantos suspiros y sus manos habían estado desesperadas por ir a buscar un trozo de madera y empezar a tallarlo. Obviamente, el resultado había sido un espanto para cualquier artista que se preciara, pero en ese entonces había sido su mayor orgullo y una pieza que había intentado mantener oculta en lo más profundo de su armario y contemplarla de vez en cuando, como si así no fuera a gastar el recuerdo.

Y ahora... Ahora volvía a tener esa necesidad imperiosa de tallarlo, de continuar con la figura que había dejado en el otro cuarto, pero probablemente Rhysand notaría su partida, pese a que él no debía sentir casi nada de la Unión. «Mañana, Feyre, mañana», repitió en su cabeza mientras dejaba salir un bostezo, relajando sus alas y cerrando los ojos, presa de un cansancio descomunal.

Soñó con un prado de margaritas, con el cielo nocturno libre de nubes y luna sobre su cabeza. Reconoció a las tres estrellas sagradas que brillaban sobre los tres picos de Ramiel: Arktosian, Oristian y Carynthian. Apenas se las podía distinguir de las otras, pero había pasado suficiente tiempo yendo y viniendo de la Corte de la Noche como para reconocerlas incluso cuando no era época del Rito de Sangre. Se miró a sí misma, vestida de negro, con un cinturón bordado de violeta y plata que caía hasta casi tocar el suelo. Su ceño se frunció al momento que quiso dar un paso sin éxito, algo que pocas veces había ocurrido. Una sensación fría le recorrió el cuerpo al pensar en lo que podría significar, pero antes de que pudiera siquiera terminar de prepararse mentalmente, aparecieron los pasos de Rhysand por detrás de ella.

—Ahí estás, querida —escuchó que susurraba la voz de él, tentándola para que girara el rostro y lo viera, pero el cuerpo seguía sin responderle—. ¿Piensas seguir ocultando tu nombre?

«Mi nombre es Feyre», quería decir, pero sus labios estaban sellados. Sintió las manos cálidas de él acariciando sus costados antes de apoyarse sobre su vientre, se escuchó soltar un suspiro antes de cerrar los ojos y reposar su cabeza sobre su hombro, dejando que la sensación se expandiera por todo su cuerpo. Inhaló, sintiendo su aroma cítrico y sal marina enloquecerla poco a poco, despertando un instinto más primitivo, tirando de su pecho como un hilo, directo hacia él. Podía notar los pulgares de Rhysand trazando círculos sobre la tela, sus labios apoyados en el hueco de su cuello, casi haciéndola gemir. Su boca empezó a subir, rozando la piel de su garganta con la punta de la nariz, delineando la mandíbula, invitándola a girar la cabeza en su dirección, un roce que podría ser apenas una sombra de lo que realmente se sentiría en la realidad. Casi podía sentirlo, una chispa que brillaba más que Carynthian en su noche más esplendorosa.

Y todo cambió con un chasquido.

Rhysand dejó escapar un grito desgarrador que la empujó lejos, golpeándola contra una pared que le hizo ver estrellas del dolor al aplastarse las alas. Ahora su cuerpo sí le respondía, se movía como ella quería y lo que veía frente a ella le hizo hervir la sangre. Él estaba lleno de rasguños, moretones y marcas de mordidas que Amarantha iba dejando a lo largo de su cuerpo, reteniéndolo pese a que él la superaba en tamaño y fuerza. Gruñó e intentó ir hacia ellos, pero sus manos atravesaron a ambos, como si estuviera hecha de aire. El terror y la furia se arremolinaron en su pecho, arrancando un rugido que hizo temblar a las paredes.

¿Cómo se despertó de aquello? No tenía idea, pero no dudó en patear las sábanas a un costado y salir hacia el pasillo, corriendo hacia la habitación de Rhysand, a dos puertas de distancia. Su corazón palpitaba con fuerza contra las costillas cuando la abrió de par en par, sin preocuparse mucho por el ruido. Podía verlo tenso, la oscuridad enloquecida, ocultando por completo lo que había allí, incluso para sus ojos; solo la cama permanecía a la luz de las estrellas. Se adentró, casi saltando sobre él al notar algunos cortes superficiales, llamándolo a gritos.

—Rhysand, ¡despierta! ¡Rhysand!

Apenas podía separar su dolor del de él, una marea de emociones que amenazaba con arrastrarla a un estado de desesperación que no podía describirse. Se subió a la cama, primero sentándose a un costado, intentando despertarlo con sacudidas de hombros, ganando nada más que gruñidos amenazadores y uno que otro golpe de las alas. Con las lágrimas corriendo libremente por las mejillas, se subió a horcajadas de él, sacudiéndolo con más fuerza, rogándole que despertara, casi con un hilo de voz. Vio un destello violeta antes de que, en un movimiento fluido, fuera su espalda la que estaba contra el colchón. Rhysand tenía los ojos brillantes como la luna llena, los colmillos descubiertos, alas entreabiertas y una de sus manos la sostenía por la garganta.

Feyre sintió un ligero rastro de miedo, un intento de su propio cuerpo para mantenerse con vida. Sintiendo que la presión iba en aumento, dejó de intentar pensar en él y arañó la mejilla de Rhysand, pese a que su intención había sido darle una cachetada. Recién entonces los ojos de él parecieron enfocarse por fin y la soltó de inmediato, haciendo que tosiera, incapaz de poder respirar con normalidad una vez su garganta estuvo libre.

—¿Qué...? Por la Madre, ¿estás bien?

—Dame... —tosió un poco más, intentando sentarse ni bien Rhysand salió de encima suyo—, un momento —terminó, tocándose distraídamente la garganta, como si todavía pudiera sentir sus dedos cortando la circulación. Sabía que había una diferencia sustancial entre la fuerza de los machos con las hembras, lo había visto, pero definitivamente no lo había vivido hasta entonces.

—Perdóname, yo no...

—No hay problema —aseguró con un movimiento de cabeza que quitaba importancia al asunto, inhalando una última vez, sintiendo que su corazón seguía latiendo con fuerza contra su pecho—. ¿Una pesadilla? —preguntó, intentando sonar lo más casual que podía.

Rhysand asintió, mirando hacia cualquier sitio menos ella.

—Lamento haberte despertado. En general no hago tanto ruido.

Feyre se mordió la lengua antes de decirle que no había sido un grito lo que la había despertado.

—Está bien Rhysand, no hay problema, en serio. —«Es lo menos que puedo hacer por ti ahora mismo», añadió en su cabeza, asegurándose de tener las barreras bien puestas. Él le dedicó un asentimiento antes de soltar un suspiro cansado. Mordió su labio inferior antes de seguir—. ¿Quieres hablar?

—Supongo que sabes tan bien como la mayoría lo que pasaba conmigo y Amarantha.

Apenas logró contener una ola de rabia.

—Puede que sepa más que la mayoría —dijo por lo bajo, lamentando sus palabras de inmediato. ¿Cómo podría explicarse sin decir que era por el vínculo? Una verdad a medias serviría, pero cada mentira u omisión que agregaba hacía que quisiera arañar las paredes y tirar algo por los aires. Lo odiaba, y más que nunca detestaba la marca de su muñeca—. No me enorgullezco de saber lo que te hacía la hija de puta, y no pienso decirle a nadie lo que sé. Tienes mi palabra.

Hubo una sonrisa fugaz de agradecimiento en él antes de que el silencio volviera a caer sobre ambos. Contra su voluntad, Feyre se encontró recorriendo con la mirada el torso desnudo de Rhysand, admirando cómo la piel se tensaba sobre los músculos marcados con cada respiración profunda que él daba. Era más alto que la mayoría de los illyrianos, pero definitivamente no tan robusto a pesar de tener una contextura de guerrero. Habían viejas cicatrices que aparecían casi por todos lados de su cuerpo, desapareciendo por completo cuando llegaba a los tatuajes negros, las marcas que lo señalaban como un guerrero carynthian. Estuvo tentada de acercarse, de recorrer con la punta de los dedos cada trozo de piel, sumergirse en el calor que probablemente irradiaba, hasta que se topó con sus ojos que tenían cierto brillo pícaro.

Apartó la mirada, sintiendo que las mejillas empezaban a arderle.

—Iré a mi habitación —logró decir, incapaz de poder verlo sin que la cabeza empezara a darle vueltas y sus mejillas se pusieran más rojas.

—Vaya, justo cuando pensaba que podría empezar a comentar algo... —dijo Rhysand con cierto tono humorístico en su voz, deteniéndola justo cuando estaba por salir. Feyre se maldijo por ser incapaz de dejarlo, por más que supiera que era un comentario con la intención de ser gracioso, pero había logrado lo opuesto, haciendo que sus dedos se abrieran y cerraran un par de veces. Resopló antes de apoyar la espalda contra la pared, decidida a tener un mínimo de distancia para que su cuerpo no cediera a la tentación, y se giró hacia su Señor, ya llegaría el día en el que no tuviera que preocuparse por lo que sentía o no.



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