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Peligros en el Bosque

Había pasado una semana desde la llegada de la humana Norrine a Prythian, una semana donde las piezas apenas se habían movido, y eso era más que suficiente para poner en alerta a todas las Valquirias. Feyre observaba la guarida de Amarantha con demasiadas emociones bullendo por debajo de su piel. Si no había entrado a cortarle el cuello y desmembrarla, era por pura fuerza de voluntad. Y por órdenes de sus hermanas.

A su lado, una de sus subordinadas la acompañaba, ambas vestidas con pieles y telas negras, el uniforme de la División, el mejor para ocultarse en la oscuridad.

¿Cuánto tiempo queda para que se cumpla la maldición de la Corte Primavera? —escuchó que susurraban las telas de su acompañante, moviendo las manos para que el ligero brillo de las garras de los guantes reflejara los rayos de luna con movimientos que hacían sus manos.

Debe de quedar poco menos de siete estaciones —respondió de igual forma—. La Reina ya debe de saber que hay una humana allí, probablemente mandó al Señor de la Noche para empezar a barajar sus opciones.

Apenas se escuchaba el susurro de sus telas y las cotas al hacer los gestos. Más abajo, trasgos afilaban los huesos de la criatura que habían cazado ese día, troles bebían de sus enormes jarrones y algunos goblins se divertían molestando a los elfos que pasaban por allí, tirándoles restos de comida, lodo y porquerías. Ambas estaban mudas, esperando, como si se hubieran convertido en piedra con la noche.

¿Logrará deshacerse de la Reina? La humana.

No queda otra alternativa.

No quedaba tiempo para otra alternativa.

Y eso fue lo último que dijeron, quedando en completo silencio donde Feyre recordó vagamente a las humanas anteriores, todas con potencial perdido. Quería chirriar los dientes ante la sensación de cansancio, la frustración que la recorría por dentro como faebana, pero se contuvo. Aguardó hasta que el amanecer se hizo presente en el cielo, el momento en el que el reemplazo de vigilancia apareció, dando la señal de que estaban en posición. Con eso, se sumergió en las sombras y se dejó caer sobre la cama en la Mansión de Tamlin, dando un suspiro de alivio al dar un pequeño rebote. Sus ojos se cerraron de inmediato, dejando que un prado verde, en medio de las Montañas Illyrianas, con Ramiel a la distancia, se recortara contra el cielo nocturno. Admiró las nieves eternas y podía jurar que había un dulce aroma aire que anunciaba la pronta llegada de la primavera.

Como en todos sus sueños, caminó por el prado, sintiendo el paso acariciar sus pies descalzos, el susurro del vestido que llegaba hasta sus tobillos. Lo divisó a lo lejos, reconocía su espalda ancha, las alas que salían de sus omóplatos, más oscuras que las de un illyriano normal, más alto que cualquier fae. Corrió hacia él, abrazándolo por la espalda, sintiendo su risa grave que le hacía pensar en todas las cosas que podrían hacer, todo lo que estaban destinados a ser. Él se giró, invitándola a estirarse para poder dejar un tierno beso en sus labios...

Estaba en una caverna, sola, tan oscura que le costaba saber si se encontraba entre sombras o en la realidad, llena de chasquidos y risas que la dejaban con la piel de gallina. Avanzaba despacio, abriendo ligeramente las alas para captar cualquier movimiento de aire con ellas, afinando sus oídos cuanto podía y rezando a la Madre para que no le pasara nada. Caminaba hacia adelante, completamente desarmada, con los hombros tensos a pesar de que se obligaba a estar relajada. Tenía que apresurarse, buscar a Norrine antes de que fuera demasiado tarde.

«¿Tarde para qué?»

—¡Señorita Faye!

Su cuerpo entero saltó de la cama, enredando las alas con las sábanas y haciendo que cayera al suelo con poca gracia. En su cabeza, varios insultos en illyriano y otros tantos idiomas aparecieron, listos para salir como si fueran flechas y atravesar a quien sea que la hubiera despertado.

—¿Quién me busca? —logró decir en su lugar, con la voz ronca de sueño. «Mierda, desgarré otro par de sábanas», pensó mientras las dejaba a un lado, intentando encontrar una forma de acordarse de arreglarlas más tarde. Mientras hacía eso, sus manos batallaban para quitarse el uniforme sin hacer tanto ruido con las hebillas y piezas de metal.

—El señor Tamlin me ha pedido que venga a preguntarle si desea desayunar —dijo un criado. «Gracias a la Madre que nadie puede entrar a mi cuarto», suspiró en su cabeza, agradecida por la precaución de poner las runas en los marcos y picaportes. Se puso de pie, diciendo que iría en un momento a la vez que tiraba unas prendas ya usadas por encima de la armadura. Se puso la máscara con algo de dificultad, mientras se dirigía a un baúl con sus ropas y buscaba algún vestido para ese día. Ni bien terminó de anudar el corsé (agarrándose algunos pelos en el proceso), sacó un vestido azul que le dejaba casi toda la espalda al descubierto, con un lazo que se ataba por detrás del cuello y con las piernas libres para moverse. No tenía idea, ni le importaba, si era o no demasiado atrevido, por lo que salió de su cuarto acomodándose el cabello mientras intentaba no soltar las lágrimas ante los tirones.

En cuanto entró al comedor, no sin sentir varias miradas sobre su piel, se encontró con Norrine preparándose para salir, Lucien desayunando con una calma imperturbable y Tamlin parecía estar pidiéndole auxilio con la mirada. A simple vista, no veía nada raro en todo aquello.

—¿Interrumpo algo?

—No, no interrumpes nada, Faye —dijo Norrine, terminando de levantarse y con su cara tan molesta como las otras veces.

—Norrine, no quise...

—¿Me acompañas? Necesito escuchar a alguien con sentido común —interrumpió ella, sin dirigirle siquiera una mirada a Tamlin. Feyre asintió despacio, dejando que la arrastrara y observó a los otros dos con la esperanza de poder comprender algo, por mínimo que fuera, pero no podía leer mentes. Derrotada ante aquello, dejó salir un suspiro cansado mientras se preparaba para interrogar de la manera en que se hacía en todos los eventos.

Norrine la llevó hasta los jardines y se sentaron junto a unos rosales con flores tan grandes como los dos puños cerrados de la humana. Inhaló hondo, tratando de centrarse en la dulce fragancia que la rodeaba, dándole tiempo a Norrine para que se calmara un poco. Y para que su propio corazón se aquietara.

—¿Qué ocurre, Norrine? Entiendo que extrañes a tu hogar y justo el poco tacto de Tamlin no sea el adecuado para...

—No extraño mi hogar —le cortó de golpe. Feyre aguardó, poco sorprendida por sus palabras, las lágrimas estaban acumulándose en los ojos de la humana—. Puta, me siento una pésima hija por decir esto, pero realmente lo único que quiero es no verlos nunca más. —Feyre hizo un esfuerzo monumental para no envolverla con el ala, por lo que la rodeó con un brazo, dándole un ligero apretón y Norrine inmediatamente apoyó la cabeza sobre su hombro, dejando salir un sollozo ahogado—. Extraño el no tener una cadena, cuando mi familia no me mandaba a cazar, cuando no sabía cómo mierda despellejar animales o tirar una flecha. Y ahora... ahora estoy atrapada por no sé qué mierda y en cualquier momento me pueden devorar a mí.

Feyre acarició su cabello, dejando que las lágrimas y mocos salieran de la humana sin molestarse, sin decir nada al respecto. Esperó a que la humana terminara, que sacara todo lo que tenía dentro, antes de decir lo que probablemente serían palabras duras. La habría comparado con las anteriores, pero cada una tenía una historia distinta, desde la que estaba aliviada por estar en Prythian hasta la que amenazaba con matarse en cualquier momento...

Una joven que deseaba libertad no era una historia nueva ni tan grave.

—Prythian está en una situación delicada; el lobo que mataste, Andras, estaba buscando la cura para la Plaga que nos acecha. Tamlin cree que la respuesta está en el lado mortal del Muro —dijo al cabo de un rato.

—¿Plaga? Pero... no se ven enfermos.

Feyre esbozó una sonrisa y negó con la cabeza, enternecida por sus palabras e inocencia. Le recordaba a su hermano menor, Andrew.

—Lo notarás mucho más en Tamlin pasado un tiempo, o quizás no, no tengo idea. Hay una pérdida del poder mágico desde hace... casi cincuenta años —dijo, intentando que el nudo en su garganta no se notara en sus siguientes palabras, que las lágrimas no subieran a sus ojos y su voz se quebrara. Respiró hondo y se obligó a mantener la mente fría, centrada en lo que estaba haciendo, luego soltaría todo en la tranquilidad de su habitación—. La magia es casi como el aire para nosotros, sin magia, no hay fae. ¿Entiendes?

—¿Y cómo algo así podría curarse del lado mortal? No tenemos magos, hechiceros o nada que haga lo que ustedes hacen.

Feyre se encogió de hombros, gruñendo por dentro al pensar en lo mucho que quería dejar de hablar a medias con la información que la humana necesitaba saber de inmediato, pero las reglas eran claras y el recordatorio en su muñeca empezaba a darle un ligero picazón. Una grandísima estupidez y pérdida de tiempo, por usar palabras suaves, aunque cualquier movimiento en falso podría hacer que la espera, el trabajo, las décadas de esfuerzos, se fueran al inframundo. Y ella se negaba a ser quién metiera la pata.

—No soy la más capacitada para explicarte cómo es la anatomía básica de todo fae, menos sabría explicarte por qué Tamlin piensa lo que piensa y hace lo que hace —dijo en su lugar—. Ahora, ¿por qué quieres volver a tu lado del mundo? No creas que no escuché a Lucien reírse porque te pillaron dos veces cerca de los lindes de la propiedad en los últimos días.

Norrine se puso colorada, si es que era posible distinguir el sonrojo de las mejillas paspadas por las lágrimas, y bajó la vista, jugando con la tela de su vestido verde claro que la hacía ver más femenina, casi como si fuera uno de ellos. Desconocía cómo eran los gustos de los machos en las Cortes del Sur, pero en la Corte de la Noche, sobre todo entre illyrianos, quizás la considerarían una belleza, con rasgos filosos, las cicatrices que casi todos tenían a lo largo del cuerpo, sin perder la delicadeza que tanto anhelaban.

«Ojalá seas quién nos saque de esto, Norrine, ojalá Tamlin te encuentre hermosa».

¿Por qué quería volver? No había nada que la atara a su villa, ningún hombre, prometido o alguna de esas estupideces. Ciertamente, Norrine no consideraba que fuera a volver por su desastrosa familia, quizás era simplemente un deseo de regresar a donde las cosas tenían sentido, donde la magia era aborrecida y las bestias eran bestias. Un mundo donde los únicos que seguían intentando convencer de que los Fae eran buenos eran los Hijos de los Bendecidos, un culto al que probablemente evitaría como la peste al regresar.

Porque iba a regresar, ¿no?

Sin embargo, lo que le comentaba Faye sonaba a un problema que, de alguna forma, se había convertido en su problema. Todo por matar a un tonto lobo que había estado cerca de una cazadora hambrienta. Apretó los labios y puños, maldiciendo el día en que su madre decidió que no le enseñaría a su hija mayor a ser una dama sofisticada porque no tenía un aspecto refinado, el día en que la había llamado "salvaje". Ni hablar cuando volvió a casa con la cara llena de cortes porque se había internado en el bosque por una tonta apuesta que había hecho con los hijos de unos visitantes. Jamás le dijo que tenía la cara deformada porque la habían empujado contra un arbusto lleno de espinas y, de casualidad, un extraño la había ayudado a sacárselas. Si no hubiera sido por eso, le habría enseñado a leer, a comportarse e incluso buscarle algún pretendiente, pero no, se había centrado en Nadya y sólo en ella.

Tamlin le había dicho que les había enviado recursos como para que vivieran sin problemas, y eso solo hacía que quisiera gritar, saltar dentro de un pozo de agua, con una piedra encima atada a sus piernas, para ocultar la falta de cualquier sensación de malestar, odio o lo que sea que debería tener. Se suponía que tenía que importarle, eran sangre de su sangre, los únicos que la habían visto crecer, ¿no? Sin embargo, allí estaba: queriendo chillar ante la injusticia. Ella era la que podía morir en cualquier momento, la que había dejado todo, no ellos.

Ella había sido la que había entrado a aquel bosque y en ese momento se encontraba lidiando con los Fae.

—¿Tu... volverías con tu familia? —preguntó, deseando salir de sus pensamientos, abrazando sus rodillas, mirando a las rosas que crecían frente a ella como si así pudiera olvidarse de la tormenta que tenía dentro—. De tener la posibilidad, y mi situación, ¿irías con ellos?

Quizás alguien más comprendería.

—Sin dudarlo ni un segundo. Abrazaría incluso a la insufrible de mi hermana mayor, luego de quitarle el libro que hubiera estado leyendo y escapado de sus amenazas de muerte —respondió Faye y Norrine pudo ver una sonrisa divertida en sus labios a la vez que el estómago se le encogía. Le resultó extraño aquello, ver cómo incluso con aquellas palabras había un deje de cariño que hasta le resultaba tan doloroso como una picadura de víbora.

—No suena muy lindo de su parte.

La sonrisa de Faye aumentó con el encogimiento de hombros.

—Es un ida y vuelta, ella me molesta, yo la molesto, pero ni loca me quedaría de brazos cruzados si está en problemas. Mataría por mis hermanos, y ellos lo harían por mí. Sin duda.

De nuevo, esa sensación venenosa la recorrió por dentro al escucharla, como si estuviera demostrándole algo que no le había pedido.

—¿Y tus padres? ¿Nunca tuvieron preferencia? —escupió, sintiendo que el veneno empezaba a salpicar sus palabras. Faye la miró antes de pensarlo un poco.

—No, a las tres nos daban los mismos castigos. Si una quería algo, tenía que pensar en las otras dos. Con Andrew no puedo decir lo mismo porque es... trescientos setenta años menor que yo, aparte de que ya no estamos en casa la mayor parte del tiempo —dijo, sin alterarse.

—Como sea —bufó, queriendo cambiar pronto de conversación—. ¿Qué poderes tienes por ser una elfa del bosque? —Faye pareció dudar por un momento antes de decirle que ella era algo torpe con la magia, alegando que se había dedicado más a tallar figuras en madera que a practicar sus poderes, pero en su mayoría, podían hacer que las plantas crecieran o se movieran a su placer.

—A mí apenas me hacen caso, creo que no tengo una voluntad tan fuerte o no soy lo suficientemente convincente como para que me hagan caso, pero sé de algunos que son capaces de conjurar criaturas de las mismas plantas —dijo y sus ojos brillaron nostálgicamente. Norrine apenas pudo esbozar algo más que una sonrisa antes de dejar salir un suspiro y mirar hacia otro lado.

—¿No te aburres?

—¿De qué?

—Estar aquí, en la Mansión, todo el día.

—No, para nada —negó Faye, sacudiendo la cabeza y sonriendo—. ¿Tú sí?

Norrine asintió, diciendo que estaba más acostumbrada a estar fuera de la casa que dentro. Una vez había logrado pasar un par de días internada en el bosque, apenas dejando pequeñas raciones de comida en la casa antes de ir a buscar una presa que les permitiera aguantar por más tiempo. A la vuelta le habían reclamado su ausencia, diciendo que era una irresponsabilidad de su parte el irse tanto tiempo. Faye pareció considerar sus palabras por un momento antes de hacerle una oferta que la hizo sentir que la energía volvía a su cuerpo:

—¿Quieres que te muestre la Aldea de la Corte Primavera?

—¿Ahora?

Faye rio entre dientes antes de asentir y dirigirse a los establos. Ni dudó en seguirla. 

La Aldea era preciosa, como todo en Prythian, o en lo que conocía hasta ese entonces. Norrine tenía vagos recuerdos del lugar donde habían vivido durante su infancia y luego de la aldea Archeron donde ella vendía algunas piezas de caza. Aquellos parecían sitios tristes, caídos en desgracia, comparados con lo que tenía enfrente. Las casas tenían techos con glicinas y tallos de plantas, desconocidas para ella, que caían como cortinas, hiedras que crecían elegantemente por las paredes, enredándose en las columnas que había a su paso, reclamando todo como parte de la naturaleza. Flores brotaban en cada rincón que miraba, mariposas revoloteaban por el aire, junto con lo que supuso que serían alguna especie de pixies o hadas en miniatura de las que había escuchado hablar entre las niñas más ingenuas.

—Es... hermoso —murmuró, mirando a los alrededores con los ojos lo más abiertos que podía, deseando abarcarlo todo. Sin embargo, algo no terminaba de cerrarle al ver a los faes que caminaban por allí, quienes les prestaban poca o nula atención—. ¿Por qué hay tan poca gente?

Faye la miró con el ceño fruncido un momento antes de hacer una mueca de comprensión y decirle que, con la Plaga, muchos se encontraban en sus casas o se habían marchado tras el ascenso de Tamlin como Señor de la Primavera. Los pocos que seguían allí eran aquellos que podían seguir sosteniendo a la Aldea, aunque no eran suficientes, añadió.

Repentinamente, el encanto del lugar pareció menguar un poco, como si las palabras de Faye hubieran señalado los sitios donde las flores parecían empezar a marchitarse, las hojas se veían un poco quemadas o secas y las mariposas simplemente se desvanecían en el aire. Seguía estando ese encanto inicial, pero las sombras estaban allí, reptando cual serpientes. En cuanto terminaron de recorrer la calle principal, emprendieron el regreso y Norrine se mordió el labio inferior, recordando algunas respuestas que había obtenido de Lucien.

—¿Eres capaz de mentir?

—¿Por qué preguntas? —Los hombros de Faye seguían relajados, pero había un tono peligroso en su voz, como si Norrine hubiera tocado un mecanismo que podía activar la trampa mortal que había bajo aquella máscara. Intentó no dejar que el miedo repentino la consumiera, pero incluso ella sabía que no estaba haciendo un buen trabajo.

—No vale responder una pregunta con otra pregunta.

—Siempre se pregunta cuando la respuesta acarrea consecuencias graves.

—Ya —dijo, dejando salir un suspiro y retorciendo las riendas entre sus manos—. Nosotros creemos que ustedes no pueden decir mentiras, pero sí verdades a medias.

—Es... parcialmente cierto —empezó, como si estuviera tanteando un terreno peligroso y Norrine quiso inclinarse en su dirección—. Hay formas para que nosotros no podamos mentir, así como las hay con los humanos, creo, pero, si te refieres a la mayoría de los fae, en circunstancias normales, sí, podemos mentir.

—¿Hay algún fae que no pueda mentir?

Los ojos de Faye la escudriñaron por detrás de la máscara, dándole un aspecto de ser un depredador evaluando a la presa. Como si estuviera leyendo sus pensamientos.

—Hay un fae... los suriel. No son muy agradables de ver, así como algunas verdades —añadió, esbozando una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. No te recomiendo que lo busques, siempre que algo se revela, puede haber consecuencias indeseables. Aparte, hay cosas en el bosque que pueden matarte si sales sola.

En cuanto Faye desapareció en el corredor que daba a su cuarto, Norrine se fue deprisa a buscar a Lucien, convencida de que él le diría todo lo que quería saber. Lo encontró en lo que asumió que era la biblioteca de la mansión, si se guiaba por la cantidad de libros y estanterías que había allí dentro. Había evitado poner un pie en ese sitio, pero si quería respuestas, pues tendría que meterse en donde no debía, ¿verdad? Estaba sentado frente a un pequeño escritorio, con el cabello rojizo atado en una impecable coleta que caía por uno de sus hombros. Él la notó acercarse mucho antes de que estuviera unos pocos pasos de distancia y la observó en silencio, con sus ojos de dos colores completamente impasibles.

—Resulta extraño verte en un lugar como este, creí que era tu némesis —le dijo a la vez que inclinaba la cabeza, mientras dejaba el libro a un costado, cerrándolo con un sonido sordo. Norrine decidió dejar pasar el comentario, por el bien de su propia cabeza.

—Escuché por ahí que los suriel son una especie de fae difícil de encontrar, ¿hay alguna forma de atraerlos?

Lucien arqueó las cejas antes de esbozar una sonrisa zorruna de medio lado, murmurando que estaba loca por intentar atrapar a una criatura de aquella calaña. Un brillo peculiar se apareció en sus ojos.

—Hay una manera. Tienes que ir a los Bosques Occidentales, donde estuvimos la última vez, deja un pollo muerto en el suelo y trata de atraparlo. Ah, cuanto más fresco esté el pollo, mejor. Son viejos, pero aprecian una buena comida.

Y allí estaba ella, terminando de armar una pequeña trampa que, si tenía suerte, capturaría a un ser que jamás había visto. Lucien estaba a una distancia prudencial, en caso de que ella necesitara ayuda. En cuanto estuvo todo en orden, dejó al cuerpo del animal muerto y se trepó al abedul más cercano, abrazándose una de las rodillas.

Esperó, sintiendo una punzada de nostalgia al acomodarse entre las ramas, mirando a los alrededores con los oídos atentos, recordando sus largas salidas de cacería. Habían pasado un par de horas hasta que escuchó un susurro de hojas que se movían. Apenas era audible, por lo que creyó haberlo imaginado al principio, y al cabo de un momento, totalmente quieta en el lugar, fijó los ojos en el suelo, donde la criatura aparecería.

Si le preguntaban cómo se imaginaba a un suriel, habría dicho que sería como un elfo, quizás un poco más parecido a una bestia, debido a la trampa que había armado. Pero estaba bastante más lejos de la realidad: parecía un humano, envuelto en una capa andrajosa que dejaba al descubierto unas manos nudosas que se estiraron hacia el pollo muerto. Ni bien lo tomó, la trampa emitió un chasquido y la soga que estaba en el suelo se ciñó sobre las muñecas del ser, quien soltó un aullido que le dejó los pelos de punta.

Bajó de un salto, tratando de mantener una apariencia tranquila al flexionar las rodillas. Se sacudió los pantalones y luego miró a la cara del suriel, arrepintiéndose al instante. Poco faltó para que soltara un grito ella también: era la cara de la muerte misma, con apenas una pequeña capa de piel que mantenía a la mandíbula unida al resto de la calavera, sus ojos, de un blanco aterrador, mucho más inquietante que el blanco de la máscara de Faye, la observaban. Sus dientes, completamente descubiertos, apenas se movían, dejando pasar un ligero siseo que volvía a la situación incluso más inquietante de lo que ya era.

—La humana traída por el Señor Tamlin.

—La misma, y tengo un par de preguntas. —El ser emitió un chasquido que Norrine no supo interpretar—. ¿Puedo volver a mi mundo?

—No, el Muro mantiene a los humanos de un lado o del otro, pasar es posible solo con el permiso de los Señores de Prythian. Y si vuelves, morirás, así como matarás a todo humano del otro lado, quédate con el Señor y estarás a salvo, salvarás a ambos mundos.

«Ah, demonios», suspiró por dentro. Su mente empezó a buscar desesperadamente alguna otra pregunta que necesitara saber. El recuerdo de una conversación que habían tenido con Tamlin durante los últimos días la fue arrastrando poco a poco.

—Si hay tantos peligros en el bosque, ¿por qué no tienes a un montón de guardias moviéndose por doquier?

—Porque yo soy suficiente, a pesar de que no lo parezca.

—¿Qué quieres decir?

—Entrené para ser un soldado, es todo lo que necesitas saber —le había dicho Tamlin en un gruñido antes de salir del comedor con el pelaje del cuello erizado. Le costaba imaginarlo con una figura similar a la de Lucien, pero no le dedicó un segundo pensamiento.

—Si eres tan suficiente, como dices ser, ¿por qué no es seguro que salga?

—Simplemente... Hazme el favor de no correr riesgos innecesarios. Con la Plaga tengo demasiados problemas, no quiero que tú también seas uno.

—¿Hay algo que se pueda hacer respecto a la Plaga? —preguntó al fin. El suriel abrió la boca para contestar. Tenía una voz que sonaba extraña, como si cientos de seres utilizaran aquella boca sin labios, de todas las edades, tanto femeninas como masculinas, tan melodiosas como rasposas.

—Quédate con el Señor de la Primavera, mantente a su lado y nadie correrá riesgos innecesarios. No entres en donde no debes, no busques respuestas que no necesitas, como lo has hecho hoy, mantente lejos de la flor que nunca se debilita, deja que el Señor te proteja, así como la sombra que te vigila día y noche, y la Plaga será eliminada.

El fae sacudió la cabeza, como si quisiera dejar salir algo más de su huesuda garganta. Norrine estaba apretando los puños, sintiendo que estaba empezando a encerrarse en una caja, una mucho más pequeña que la cabaña donde había vivido con su madre y hermana. El suriel parecía listo para decirle algo más cuando de su boca salió un chillido que bien podría haber sido el de todos los muertos.

—¡Suéltame! ¡Vamos a morir los dos! ¡Corre! —chillaba, forcejeando contra la soga frenéticamente. Norrine sacó un cuchillo que había tomado prestado de la cocina y cortó la soga que mantenía al suriel suspendido en el aire. En cuanto sus pies nudosos tocaron el suelo, desapareció a una velocidad que no creía posible.

El corazón le empezó a latir con fuerza y, por simple e ingenua curiosidad, giró ligeramente su cabeza sobre su hombro, encontrándose con una criatura que parecía ser la hermana perdida del suriel. Escamas negras cubrían por completo su cuerpo, una mezcla perfectamente aterradora entre rasgos serpentinos y cuerpos de hombres. Los brazos, claramente fuertes, capaces de partirla en dos, terminaban en garras perfectamente afiladas. Unos ojos ambarinos, grandes y con forma de almendra, la miraban a la vez que sus lenguas plateadas cortaban el aire.

Echó a correr.

Sus piernas se movían cuanto podían, estirándose lo más posible, cubriendo el mayor terreno que era capaz. Saltaba las raíces que podía, apenas lograba cubrir su rostro de las ramas.

—Norrine... —Una voz dulce, melodiosa, la llamaba—. Oh, Norrine...

Corrió más rápido, sintiendo que su cuerpo entero pensaba en una única cosa: salir de allí.


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