Partidas y cicatrices
Elain se tomó un momento para acomodarse la capa y ver su reflejo por última vez, sintiendo que el corazón estaba al borde de empezar a correr. Tenía que ser rápida, cortante. Feyre había dejado el Veritas con Nesta, por lo que le había dicho en un mensaje rápido. Había pasado antes a buscar aquel antiguo artefacto del cuarto de su hermana y ahora le tocaba seguir con su parte. Respiró hondo, envolviendo la esfera de cristal en una bolsa de cuero llena de runas, bien sujeta entre sus garras, saliendo de la Mansión con un batir de alas. Voló por encima del Muro, bajando en picada en el bosque del lado humano, lejos de cualquier posible avistamiento de los mortales, y caminó hasta lo de Graysen por el camino, como si viniera desde la villa Archeron.
Al igual que la otra vez, sentía el tirón de la magia hacia Prythian. Y estaba segura de que sus hilos empezaban a adquirir un color ligeramente amarillento.
Graysen la esperaba en la puerta, con los ojos brillantes de emoción al verla llegar. Elain forzó una sonrisa al saludar, siguiéndolo con una al salón que había usado la primera vez, respondiendo vagamente a la conversación que estaban teniendo. Sus manos se cerraban con fuerza sobre el cuero, el cual había llamado ligeramente la atención de Graysen. «No debería notar nada», se repetía una y otra vez hasta que quedó a solas, con la puerta cerrada a sus espaldas. Recién cuando hubo un ligero clic de la manija, volvió a sentir aquella magia que le hacía cosquillas sobre su piel. Hubo un chasquido y aparecieron las mismas Reinas de antes, con sus rostros serios. Sentía las manos ligeramente sudorosas, pero se aseguró de mantener la compostura al sentarse donde le correspondía, poniendo su mejor expresión.
—Traigo algo que podría demostrarles cuánto aprecio la confianza que podemos tener entre los dos mundos —dijo, mirándolas una a una, como si quisiera asegurarse de que estaba haciendo lo correcto. Hubo un momento en el que todo se cubrió como de un manto oscuro. Parpadeó, apartando la imagen de una mano que salía de un montón de agua anormalmente quieta, queriendo agarrar unas cadenas. Las cinco reinas se reclinaron hacia ella, interesadas y pidiéndole que prosiguiera. Se aclaró la garganta mientras subía la bolsa de cuero a la mesa—. Prythian tiene muchas maravillas que ofrecer, y hay sitios que son imposibles de encontrar —comenzó, quitando poco a poco la tela que cubría al Veritas—. Dicen que los sueños provienen de las estrellas, y estas han bajado a la tierra para construir a Velaris, la Ciudad de los Sueños.
Su voz sonaba lejana incluso para sus oídos, como si algo más estuviera controlando sus labios y lengua. Movía las manos sobre la superficie de cristal, como ordenando el humo que había dentro, tejiendo la imagen de la ciudad.
Las cinco Reinas miraron al interior de la esfera, por un momento antes de intercambiar una mirada que dejó con una sensación de inquietud en su estómago. Antes de que pudiera usar alguno de sus trucos, engatusarlas, habló la más vieja de todas.
—Sinceramente, fae, esperábamos algo mucho más valioso que una simple ciudad —empezó y Elain tuvo que respirar hondo para no empezar a decirle que no era cualquier ciudad—. Si esto es todo lo que tiene Prythian para creerse tan altaneros como para creer que formaríamos una alianza...
—Se hacen llamar sabios —se mofó una de las más jóvenes.
—Sus altezas, si me permiten... —intentó decir.
—Tu tiempo se ha acabado, fae —la cortó la que vestía de negro—. Márchate y deja de perder tu tiempo.
"Y el nuestro", pareció querer añadir.
Elain guardó el Veritas antes de plantar ambas manos sobre la mesa, sintiendo que su interior ardía y una sed de sangre que no había sentido en años la consumía. Su vista alternaba entre ver las costuras, cada hilo que podría crear, y una visión normal, donde había gente viva, donde no había pieles que ella tendría que unir.
—Es su pueblo el que va a salir perdiendo si hay una guerra entre los fae —dijo, haciendo acopio de toda la fuerza de voluntad para mantener su magia bajo control, por muy difícil que fuera.
—Nuestro pueblo es fuerte —rebatió la segunda más joven, barbilla alzada y ojos que la retaban a seguir adelante—. Ustedes son los que están debilitados, por lo que tengo entendido. Sino no estarían pidiendo de rodillas nuestra colaboración.
Las palabras se agolparon en la boca de Elain, pero antes de que pudiera siquiera pensar en lo que iba a decir, las cinco desaparecieron con un chasquido, dejándola completamente sola. Durante un momento, el mundo a su alrededor tembló, pero lo detuvo al sentir un ligero tintineo. Se puso de pie, mirando a los asientos vacíos, encontrándose con unas placas de metal unidas por argollas de oro. Todo hecho con patrones que podían pertenecer a una época de las Primeras Cortes, mucho antes de la Guerra Negra. Y un trozo de papel encima de todo eso. Lo tomó con cuidado entre sus dedos, recordando que allí había estado sentada la más joven de todas las reinas, la que parecía un león, y empezó a leer su contenido.
"Tienes mi confianza. No deseo más que proteger a mi pueblo, pese a que las otras reinas no estén de acuerdo. Haz buen uso del Libro.
P.D: la reina Vassa no estaba enferma.
- Demetra."
Un ave de fuego cantó a sus espaldas y escuchó la risa de su tío resonar en el fondo de su cabeza, como si pudiera ver lo que estaba haciendo y disfrutara de su confusión. Estaba por recobrar la compostura cuando las puertas se abrieron a sus espaldas de par en par. Graysen y su padre entraron con miradas parecidas, pero distintas a la vez. El mayor la miraba con un desprecio absoluto, mientras que en el menor había una especie de traición que bailoteaba en sus ojos, como si la hubieran atrapado con las manos en la masa.
—Realmente carecen de vergüenza los de tu especie —escupió el viejo Nolan. Elain pasó la mirada de uno a otro y luego a los guardias que empezaban a apuntarle con lo que parecían ser ballestas. No necesitaba sus sentidos para sospechar que eran flechas de fresno ribeteadas de plata—. Vienes aquí, juegas con mi hijo y, para colmo, utilizas mi hogar para engatusar a las Reinas con tus trucos baratos.
Antes de que Elain pudiera siquiera defenderse, dispararon la primera flecha cerca de su cabeza. La esquivó con facilidad, un movimiento que tenía que agradecerle a Feyre y sus años de práctica, sus ojos se fijaron en la punta que se había clavado en la pared, como si no pudiera terminar de entender cómo... «El temblor, o me han tendido una trampa», pensó antes de esquivar otras flechas que hiban hacia ella y corrió hacia una de las ventanas, tomando la mitad del Libro de los Alientos y el Veritas. Saltó, quebrando el vidrio y estirando la piel antes de tocar el suelo.
Voló. Sus garras sujetando con firmeza el orbe y las anillas, trazando rizos en el aire para evitar las últimas flechas, dejando que la magia de Prythian tirara de ella como una soga en medio de un naufragio.
Gwyneth los guiaba por un bosque con pasos ligeros, apenas alterando la hojarasca por la que pasaba. Rhysand le había preguntado si podían ir volando, a lo que ella había negado con firmeza, alegando que era imposible a menos que tuviera tiempo como para hacerles unas marcas a cada uno. Lo bueno era que el cabello rojizo de la hembra resaltaba contra el verde del entorno, por lo que era fácil seguirla, si es que no se distraían.
—Ya casi llegamos —dijo ella en un momento, deteniéndose frente a una pared de piedra. Los tres aprovecharon para tomar unas cuantas bocanadas de aire. Estaban en el Medio, efectivamente, con un bosque que tenía algunos jirones de niebla en algunas zonas, pero bastante vivo, incluso le parecía divisar a lo lejos la frontera de la Corte del Día—. Con suerte, las cosas no estarán tan mal —escuchó que decía antes de atravesar la roca como si no estuviera allí.
Abrió y cerró la boca, siguiéndola de inmediato, encontrándose con un cañón que iba casi pelado, con puentes que cruzaban de un lado a otro cuales telarañas. Había siluetas que se movían de lado a lado, como si quisieran ocultarse de su vista o buscando refugio. Le dedicó un momento a ese pensamiento antes de volver a enfocarse en el frente. Gwyneth seguía moviéndose con una gracia casi envidiable, saltando las rocas como si nadara sobre ellas, atravesando el camino entre los árboles con tal rapidez que Rhysand se encontró casi batallando por mantener el ritmo.
Casi estaba por pedirle que los esperara para recobrar el aliento, cuando frenaron de golpe contra una barrera. Su cuerpo entero parecía querer seguir adelante, fue como golpearse contra una pared, solo que mucho peor. Retrocedió un par de pasos, sujetándose la nariz y gruñendo de dolor. Cassian y Azriel no parecían haberse salvado de también sufrir el choque, porque estaban soltando todos los insultos que conocían y más.
Miró en todas las direcciones, pero no había rastros de la cabellera rojiza. Estaba por mascullar un insulto, cuando oyó su voz.
—Ah, estaba aquí... Perdón —dijo Gwyneth, apareciendo de la nada antes de soltar un suspiro. Rhysand le pareció ver un ligero temblor en sus hombros antes de recuperar la compostura—. Cuando terminen de quejarse, agárrense a mí —añadió, mirándolos con una mirada indescifrable, casi que ida. No hizo falta que el dolor pasara para que los tres se enderezaran y tomaron las manos que Gwyneth les ofrecía. Rhysand vio que se tensaba ligeramente antes de dar un paso hacia atrás, arrastrándolos a través de la pared.
Fue como pasar por una cortina de agua, revelando un paisaje que era esperable, pero a la vez no. Estaban todavía en el bosque, aunque ya podía distinguirse el final del cañadón. La hembra los soltó y retomó la guía, caminando con pasos cada vez más apresurados.
Poco a poco comenzaron a comprender la construcción que se iba recortando contra la luz del sol. Habría sido una vista sobrecogedora de no ser porque frente a ellos había lo que parecía un campamento de primeros auxilios. Gwyneth los dejó atrás al salir corriendo en dirección a las hembras sentadas en el suelo, quienes la miraban un momento antes de volver a sus asuntos. Rhysand podía sentir todo su cuerpo tenso y la mano yendo hacia la espada que llevaba en el cinturón mientras seguía a la sacerdotisa. El aire apestaba a sangre y podía sentir la magia enloquecida contra su piel. Plegó sus alas contra su espalda, casi sintiendo un calambre, pero era mejor que la locura que amenazaba con consumirlo.
Al menos podía sentir el pulso de Feyre todavía contra el suyo.
Avanzaron por lo que parecía ser un patio de entrenamiento, siempre siguiendo a la pelirroja. El interior estaba vacío, salvo por una que otra hembra que miraba hacia el pasillo desde la comodidad de un escondite. Pocas se molestaban en mirarlos, y si lo hacían, era casi con vergüenza. Las estatuas que sostenían las paredes los miraban con expresiones serias, duras.
Estaban subiendo unos pocos escalones cuando una figura emergió desde la construcción.
—¡Gwyn! —saludó una hembra que cargaba lo que parecía ser una ballesta. Era una illyriana, pero sus alas se mantenían tan plegadas a su espalda, completamente quietas. Su mandíbula se tensó ligeramente. ¿Hacía cuánto que no veía alas mutiladas?—. Pensé que tenías que quedarte en Velaris por unas semanas más.
—Surgieron otros asuntos —replicó Gwyneth, quitando hierro al asunto—. ¿Y las Capitanas?
—Limpiando los niveles más bajos —informó, dándoles una mirada de reojo y una ligera inclinación de cabeza—. Vamos, los acompaño. ¿Tienes armas contigo?
—No, las dejé en mi cuarto sin darme cuenta —rezongó la primera y la hembra soltó una risa entre dientes antes de sacar algo de su bolsillo y entregárselo. Hubo un destello de metal que pasaba entre ellas y Gwyneth parecía estar revisándolo—. ¿Un prototipo?
—Diría que es casi la versión final. Tienes que darle un pequeño chispazo de magia y... —Un palo apareció frente a Gwyneth después de un brillo turquesa—. Debería ser capaz de funcionar como los Sifones, aunque sin el tema de almacenar magia.
La pelirroja movió un poco el arma a sus costados, haciendo que el aire silbe a su alrededor, antes de retraerla con un segundo destello y darle las gracias. Con eso, volvieron a quedar en un silencio absoluto, apenas interrumpido por el sonido de las hebillas de sus ropas.
Caminaban por pasillos cada vez más oscuros, iluminados con lo que parecían antorchas llenas de marcas que le recordaban a las Runas Arcanas. Avanzaban con los oídos cada vez más alertas con cada pasillo que atravesaban. Había cuerpos desmembrados, algunos charcos demasiado grandes como para que fuera sangre de un solo ser, y manchas de hielo que crecían por todo el sitio. El aire estaba cargado, de la misma manera en que solía estarlo antes de una tormenta.
—¿Cómo las atacaron? —preguntó Cassian al cabo de un rato.
—Encontraron una forma de atravesar la barrera que impide el paso —empezó a responder la illyriana—. Los primeros signos los notamos a la mañana, pero la Capitán Ala-Blanca los descubrió ayer a la tarde, cerca del atardecer, creo. Puede que incluso los haya detectado a la mañana...
Rhysand lanzó una mirada a Azriel, quien asintió con la cabeza discretamente antes de que las sombras salieran de su espalda y desaparecieran por los pasillos. Respiró hondo mientras desenfundaba su espada, atento a cada sonido que hubiera.
—Por suerte, Fey..., digo, Ala-Roja llegó antes de que las cosas se salieran de control.
Gwyneth soltó una risa entre dientes, a la vez que negaba con la cabeza y empezaba a mover el palo metálico entre sus dedos con destreza. Rhysand esbozó una sonrisa, aunque sus ojos iban de ver en cuando a Azriel, quien miraba en todas las direcciones, armas desenfundadas y alas ligeramente abiertas. Cassian estaba a su lado con una postura más relajada, pese a que sabía que estaba igual de alerta a cada movimiento que hubiera. Siguieron bajando hasta llegar a lo que parecía ser la zona de los dormitorios. Su hermano ya levantaba el filo de la espada y amagaba con ponerse delante de las dos hembras que todavía guiaban la marcha, pero un gesto del Maestro Espía lo hizo desistir.
No había amenazas cerca.
Sus botas seguían pateando restos y cada tanto le parecía que estaba caminando sobre un montón de hielo quebradizo. El aire mismo parecía estar mucho más helado, denso por una neblina que le lastimaba el interior de la nariz, como si estuviera en medio de las montañas y no bajo tierra. Para ese entonces, las hembras ya avanzaban con cuidado, casi sin producir ni un sonido, pegadas a las paredes y los cuerpos anormalmente relajados. Rhysand se encontró con una sensación contradictoria al verlas así, como si fuera en parte su culpa que Feyre hubiera seguido un camino de guerra en lugar de tener una vida tranquila, segura, a la vez que le hacía querer hinchar el pecho de orgullo.
Él dejó que la oscuridad estuviera cerca de ellos, a punto de cubrirlos. Los Sifones de sus hermanos siendo apenas una ligera luz en el medio de la noche que salía de él.
Siguieron avanzando hasta llegar a un pasillo donde todo se veía congelado, con columnas que tenían algo viscoso detenido en el tiempo, manchas rojas por doquier y varios cuerpos con cortes por todos lados. Ni siquiera en sus escasas visitas a la Corte del Invierno había visto un hielo tan... agresivo.
—Parece que Nes se quedó sin misericordia —murmuró la illyriana al pasar cerca de una columna, pateando uno de los cadáveres que estaban prácticamente congelados por completo. Rhysand podía distinguir la silueta de un elfo, así como la armadura negra con la bandera de Hybern. Gwyneth parecía estar a punto de decir algo cuando una especie de rugido, grave y lejano, resonó por el sitio.
Sus oídos captaron el sonido e inmediatamente cerró con fuerza sus dedos alrededor del mango de su espada. Estaba listo para saltar hacia un costado o cortar lo que sea que viniera en su dirección, cuando notó un pequeño por debajo de sus costillas, desplazándose hasta quedar detrás de una estatua que había quedado irreconocible. Oyó pasos amortiguados y se encontró con los otros que estaban haciendo un esfuerzo para mantenerse quietos y en el lugar. No ayudaba la superficie resbalosa. Estaban expuestos, en medio del pasillo, cuando un nuevo rugido se hizo oír.
Volvió la cabeza hacia el frente, encontrándose con un reptil de cuatro patas y escamas anchas a lo largo de su espalda. Era casi tan grande como un oso, con dientes que se asomaban por su mandíbula superior, de un color rojo oscuro y dos ojos que brillaban. Sangre parecía caer por sus costados.
Fue un latido en el que lo vio sacudir una cola llena de púas, detectando su posición antes de empezar a correr hacia ellos con las garras extendidas.
Sin pensar, salió de donde estaba, apenas logrando mantenerse firme sobre el hielo. Apretó los dientes, respirando hondo, con el arma lista para al menos desviar el ataque.
En medio de la carrera, una ráfaga de aire helado golpeó a la criatura contra una pared violentamente. De las sombras de una antorcha vio que surgía una especie de tormenta que cortó las escamas superficialmente antes de volver a desaparecer.
Con una sincronía aterradora, un brillo plateado apareció por su izquierda, dejando a la bestia decapitada a los pies de quien reconoció, mucho después, como la hermana de Feyre. Nesta. Nada quedaba de aquella insufrible hembra que había visto planear una estrategia sobre un tablero en medio de un salón con una taza humeante y ropas cómodas. Si antes era fría, en ese momento le hizo pensar en la descripción de algunas deidades de la muerte, con el mismo paso relajado, como si el tiempo les perteneciera. Sus ojos estaban completamente vacíos, de otro mundo, tan grises como la plata. Una nube salía de sus labios, congelando el aire a su alrededor, acentuando sus rasgos.
La vio mover los labios, produciendo sonidos imposibles de describir y comprender, una mezcla de chillidos con suaves melodías. Feyre apareció a su derecha, llena de sangre y con los ojos brillantes de adrenalina. Ambas tenían el pelo vagamente atado en una trenza que apenas se sostenía, con las armas todavía desenfundadas y sin armaduras que pudieran protegerlas.
—Feyre —susurró, rompiendo lo que sea que la estuviera manteniendo en trance. La vio parpadear y sus ojos se abrieron de la sorpresa, enfundando inmediatamente las armas, corriendo hacia él. Sin soltar el mango de su propia espada, la rodeó en un abrazo, inhalando su aroma y sintiendo que el miedo empezaba a treparle por el estómago—. ¿Estás...?
—¿Herida? No, la sangre no es de ninguna de las dos —dijo, mirándolo a los ojos. Rhysand sintió que podía soltar el aire que había estado conteniendo al oír sus palabras.
Sin perder mucho tiempo, Nesta chasqueó la lengua, volviendo a tener una apariencia normal, aunque seguía irradiando frío y esa sensación espeluznante.
—Gwyneth, vamos. Hay que buscar cómo entraron —escuchó que decía ella, no sin cierta dificultad, como si tuviera que recordar la forma en la que se debía empujar el aire de los pulmones, mover la lengua y los labios para poder modular. La sacerdotisa pasó junto a ellos, haciendo una leve reverencia antes de seguirla.
—Vamos con ustedes —dijo Cassian, arrastrando a Azriel, quien no mostraba ninguna emoción en su rostro.
Unos segundos atrás había estado listo para encontrar la forma de correr hacia Rhysand y protegerlo, usando su cuerpo como escudo si era necesario. Al siguiente, en el que casi se había sentido gruñir de la frustración porque no llegaba (y seguramente su hermano cometería la estupidez de apartarlo), hubo un estallido de hielo, una sombra que atravesaba la habitación y la bestia estaba desangrándose a los pies de una reina de hielo. Supo que era Nesta antes de verla, de reconocer aquellos rasgos suaves aunque duros, los cuales apenas podían verse incluso con aquella piel que dejaba a la vista un esqueleto plateado.
Estaba como idiota viendo fascinado al ver que se iba solidificando, volviendo a una forma mortal luego de tanto tiempo en un mundo que estaba más allá de su alcance. Siempre con esa expresión controlada.
Cuando llamó a la pelirroja para ir a explorar, se encontró arrastrando a Azriel con él. Rhysand lo había mirado con una ceja en alto, pero no se opuso ni hizo comentarios al respecto, demasiado concentrado en mantener a Feyre entre sus brazos como para soltarla o ponerse en peligro. Lo cual era un alivio para su conciencia.
La illyriana le dedicó un gesto con la cabeza, diciendo que tendría un ojo cerca de la pareja, y luego iría a buscar a la general. Una vez quedaron los cuatro solos, fueron descendiendo hacia lo que parecían catacumbas. Azriel le lanzaba dagas por los ojos, pese a que estaba igual de atento a los alrededores.
Las paredes eran macizas, con las marcas de hielo y sangre demasiado frescas para su gusto. No por asco, había visto campos de batalla que habían sido un verdadero regadero de aquel líquido escarlata. Era algo completamente distinto.
—¿Notas algo? —preguntó Nesta de golpe, sacándolo de sus cavilaciones.
—Creo que por allí —señaló Gwyneth, adentrándose por un pasadizo que gritaba a todas luces "peligro". Entreabrió las alas, captando cualquier cambio en el aire que le indicara que debía saltar al frente. Por la Madre y el Caldero, era el General de los Ejércitos de la Noche, el General Sangriento por una razón, sin embargo, había estado lento. No había podido proteger a su hermano y Señor, en actuar como la primera defensa, pese a que él era más que capaz de cuidarse solo..., en teoría.
La oscuridad era absoluta, dejando únicamente al brillo de los Sifones de él y Azriel como fuente de luz. Rojo y azul por doquier.
—¿Qué estamos buscando exactamente? —se atrevió a preguntar, su mano sujetando el mango de su espada y esperando cualquier movimiento repentino de las sombras.
—Por cómo está hecha la barrera, debería ser una runa, dudoso, porque Hybern de milagro recuerda algo más que la Guerra Negra, o alguna sustancia venenosa. En el peor de los casos, han encontrado una piedra que... Pero tendría que ser artificial...
—Gwyn.
—Algo raro, eso buscamos —dijo al final, dejando salir un largo suspiro y jugueteando con la daga que seguía llevando en la mano. No estaba seguro, pero le pareció ver que su hermano apretaba los labios y sus ojos tenían un ligero brillo.
Caminaron por un tiempo hasta que la cabeza de Nesta se giró abruptamente hacia un costado, de nuevo dejando que el humo plateado empezara a salir de su cuerpo. Gwyneth parecía saber perfectamente qué quería decir aquel gesto, pues inmediatamente empezó a caminar hacia allí, guardando la daga y descubriéndose los brazos. Su piel pálida estaba llena de marcas que empezaron a iluminarse de un tono azul verdoso. Si bien emitía algo de luz, no era tanta como los Sifones, pero suficiente como para que se mezclara con los tonos azulados de Azriel.
La vio arrodillarse frente a un túnel vacío, palpando el aire hasta que este emitió un ligero destello de todos los colores y ella chasqueó la lengua.
—¿Qué tenemos? —preguntó Nesta, la mano ya apoyada en el mango de su espada, pero sin rastro de aquel humo.
—Un traidor o un infiltrado. La runa parece que ha sido dibujada desde adentro. Pero también hay algo de magia más antigua. Se siente como lo que había en los pasadizos de Bajo la Montaña.
—¿Cómo lo sabes? —La pregunta se le escapó de los labios antes de siquiera pensarlo. Gwyneth se giró hacia él, esbozando una ligera sonrisa antes de volver a mirar al frente.
—Porque las marcas se parecen a las nuestras, es como la caligrafía: por mucho que sean las mismas letras, puedes reconocer el toque personal de quien escribe. —Cassian asintió con la cabeza, despacio—. Esto fue hecho desde adentro o alguien encontró otra forma de entrar. Así como bien pudieron hacerse de aliados que desconocemos.
—Habrá que cortar cabezas —murmuró Nesta sin mucho interés, y Cassian estuvo seguro de que casi había escuchado una pizca de ácido en aquellas palabras.
Feyre se estaba preguntando en qué momento consideró que era buena idea ir al Campamento Windheaven. Gwyneth tenía que volver a Velaris después de avisarle a las otras Sacerdotisas que había que reforzar la barrera pronto. Tras su ligero reconocimiento de la posible infiltración en el Cuartel, Nesta se marchó sin decir mucho, pero sus ojos estaban clamando sangre. Había estado lista para ir y hacerse cargo de lo que tuviera que hacer en aquel sitio, ser la Capitán Ala-Roja por un momento más, antes de que Rhysand la detuviera.
No había podido decir que no a la silenciosa plegaria de sus ojos de mantenerse a su lado, no cuando podía sentir el miedo a un instante de consumirlo. Pero, por la Madre y el Caldero bendito, estaba haciendo uso de la paciencia que había adquirido en Bajo la Montaña para no gruñir al Comandante Devlon cuando la miró con una ceja arqueada.
—¿Cansada de jugar a los soldados?
Feyre estuvo a punto de enseñar los colmillos y soltar un gruñido.
—El deber no se ha acabado todavía —replicó en su lugar, mirándolo con los brazos cruzados y el mentón alzado. Sabía que era una enana contra un gigante, pero no pensaba dejar que su reputación se fuera a pique, por más de que no había mucha reputación que salvar—. A lo mejor encuentro una mejor forma de reclutar a las illyrianas de por allí —dijo, haciendo un gesto con el mentón hacia cualquier sitio—. Estoy segura de que les encantará poder hacer algo sin ustedes gimoteando todo el día.
Devlon la miró con los ojos echando chispas, incluso le pareció que estaba a punto de decir algo más cuando su mirada se fijó en algo detrás de ella y plegó las alas, retrocediendo un paso hacia atrás. Un instante después, el calor del cuerpo de Rhysand estaba contra su espalda, un brazo la sujetó desde la cintura. No hacía falta darse vuelta para sospechar que probablemente estaba dando una mirada peligrosa al macho frente a ella.
—Mira, niña, puedes ser todo lo noble que quieras, pero las hembras también son importantes para mantener una sociedad como la nuestra —gruñó.
—No lo niego, Devlon —respondió de igual forma. Vaya que lo entendía, más que bien, ¿qué no habría dado ella por no tener que andar corriendo riesgos y poder tener una vida tranquila? Pero los tiempos no permitían que las hembras estuvieran tranquilas, no cuando en cualquier momento serían la última barrera entre la vida y la muerte—. Lo único que pido es que sepan defenderse cuando ustedes no estén cerca. Si la guerra estalla, ustedes estarán en el campo de batalla... y aquí están los indefensos, con las fieras que rondan por Prythian.
Oyó como varios empezaban a gruñir a lo lejos, pero no apartó la mirada del soldado frente a ella. No le sorprendía la reacción, estaba segura de que ella también se habría enojado de haber escuchado sus palabras de haber crecido en Ilirya, ni qué decir en aquel Campamento. El agarre de Rhysand sobre ella se hizo un poco más fuerte, y no sabía si era para frenarla o para frenarse a sí mismo. Devlon simplemente miró a su Señor antes de decir:
—Suerte con la hembra que te ha tocado.
—No puedo haber pedido una mejor —replicó él, con lo que parecían ser los dientes apretados y el brazo más tenso contra ella—. Vamos, Feyre.
Dejó que la guiara, pese a que su sangre hervía y en cualquier momento empezaría a cortar cabezas. La sostenía por la mano, su corazón latía con fuerza en su pecho y la sangre rugía en sus oídos, pero el exterior seguía intacto. De un movimiento, la acercó a él, pidiéndole que se sujetara antes de salir disparado hacia el cielo. Intentó protestar, pero una mirada de reojo y un ligero destello en ellos, hizo que muriera cualquier protesta que estuviera pensando. Se limitó a plegar las alas lo más posible.
En algún momento se debieron de separar de Cassian y Azriel, quienes los habían estado siguiendo hasta entonces, y Rhysand viró un poco más hacia el este, a medio camino de Ciudad Tallada.
Sobrevolaron los bosques de pino hasta llegar a una cabaña en medio de un claro. No era la que había visto en un primer momento, nada tenía de ostentosa, sino que parecía más un refugio, un sitio al que nadie podía acceder. Muy probablemente con permiso, si se guiaba por el ligero cosquilleo en la piel cuando aterrizaron. Recién cuando sus alas se plegaron de nuevo los brazos de Rhysand por fin la dejaron sobre sus propios pies, tomando su mano y llevándola dentro. Lo siguió, admirando los interiores, sin encontrar mucho que le hiciera cambiar de opinión sobre que era un refugio en medio de aquel sitio. Había una pequeña chimenea con los soportes para un caldero que ya colgaba en el hogar, a unos pasos había una mesa para seis personas y unos pocos muebles sencillos con platos y tazas. Al fondo había cuatro puertas, y asumió que serían los cuartos.
—¿Por qué me traes aquí? —preguntó cuando terminó de recorrer el sitio con la mirada.
Rhysand pareció congelarse por un momento, a medio camino de apartar una de las sillas de la mesa, antes de reanudar sus movimientos con un suspiro.
—No lo sé —masculló, dejando que su cabeza cayera sobre sus manos al mismo tiempo que las alas caían hasta casi tocar el suelo. Con cuidado, caminó hasta sentarse frente a él, arrodillándose e invitándolo a mirarla a los ojos. Sus ojos violetas se veían brillantes, una mezcla de emociones que hacían difícil saber cuál estaba por apoderarse de él—. Simplemente... Necesito que estés segura. Protegida, sería la palabra adecuada —se corrigió, frunciendo el ceño.
Sus manos se abrieron y cerraron, marcando las venas de sus antebrazos por un momento. De haber sido un poco más ingenua, Feyre habría creído que las cosas eran tal como decía. No que sus palabras fueran un engaño, sino que la forma elegante de decir lo que muy probablemente se repetía en su cabeza una y otra vez. Seguramente era el mismo sentimiento que habían tenido todos sus parientes cuando ella iba a Hybern.
—Entendible, creo —murmuró, soltando un suspiro antes de ponerse de pie de nuevo. Habían pasado tres días desde su regreso y casi muerte, aparte de que ya iba dos (no, tres) veces en las que Rhysand la encontraba cerca en situaciones que podrían haber terminado... definitivamente peor, aunque la última era la menos preocupante de todas. En su opinión.
Luego estaba el que había mantenido en secreto la Unión. Él la miraba, completamente serio antes de estirar una mano para rozar su rostro con la punta de sus dedos, como si todavía no terminase de creer que estuviera allí. Feyre cerró los ojos, inclinándose hacia el contacto, dejando salir un suspiro por la nariz. Cuando los volvió a abrir, él la seguía mirando con atención, estudiando cada gesto, cada movimiento que hiciera.
—¿Rhysand?
—Preferiría que me digas Rhys —le respondió casi sin pronunciar las palabras. Feyre se encontró esbozando una sonrisa de medio lado, aunque el intento murió cuando él continuó—. Siempre estás a un paso de irte de nuevo.
Fue como recibir un baldazo de agua helada. Podía sentir el dolor que le causaba aquello, lo notaba en cómo su estómago se contraía en un nudo helado y su corazón amenazaba con pararse. Abrió los labios para decirle que no iba a irse a ningún lado, pero sabía que en cuanto pudiera iba a intentar regresar a Hybern, a por Norrine. Él lo sabía. Y mentir empezaba a darle más cansancio que otra cosa.
Con el silencio que se había apoderado del lugar, empezó a sentir que había una pieza fuera de lugar.
—¿Cómo llegaron al Cuartel?
—Gwyneth —respondió él con total tranquilidad, bajando la mano hasta apretar la suya. Sus ojos se veían lejanos, como si estuviera viendo más allá de ella—. Le ordené que nos llevase.
Feyre apretó los labios antes de dejar salir un suspiro. No tenía idea qué había esperado sentir cuando le dijera a Rhysand toda la verdad, pero definitivamente no era la sensación de que le habían quitado todas las oportunidades para ser ella. Sentía que el pecho se le cerraba ligeramente y sus hombros se volvían demasiado pesados de repente. Había tenido oportunidades, lo sabía muy bien, pero siempre era un mal momento, ¿no? Estaban a poco de entrar en una guerra, en un momento donde no sabía si podría siquiera tener todo lo que quería, si iban a poder hablar de un mañana. «¿Y si no lo tuvieras después?».
—Fey, yo... —Rhysand apretó los labios y Feyre casi se derritió al escuchar el apodo en sus labios, similar a una caricia. Lo vio soltar un largo suspiro—. Sé que hay algo más que viene a por nosotros, pero... No sé cómo es el asunto en las Valquirias, todo el tema de la Unión y eso. Simplemente quisiera...
«¿Y si lo perdiera de nuevo?»
El pensamiento pareció quedarse en su cabeza por un buen tiempo, como si quisiera echar raíces. Los ojos de Rhysand se abrieron de par en par e inmediatamente después estaba poniéndola en su regazo, apoyando su cabeza contra su pecho. Antes de comprender qué lo tenía tan perturbado, su pecho se contrajo del todo, expulsando un sollozo y empañando su vista. Los pulgares de él acariciaban sus mejillas, limpiando las lágrimas que caían antes de que juntara sus frentes. Una mano la sostenía por lo bajo, trazando círculos contra su cadera al mismo tiempo que apoyaba sus labios contra ella.
Por mucho que lo intentara, no podía dejar de sentir que su garganta se anudaba y desanudaba con las lágrimas y palabras. La pregunta, la condenada pregunta, seguía dando vueltas en su cabeza cual ave de carroña, trayendo los recuerdos que había enterrado en lo más profundo de su memoria. Volvía a sentirse como cuando Amarantha se hizo presente, cuando ella lo veía a lo lejos y las olas de dolor la dejaban tumbada y queriendo matar a todo lo que tuviera delante. Se inclinó hacia él, acomodándose a más no poder contra él, deseando simplemente sentirlo. Nada más que tenerlo a su alrededor, cubriéndola con su cuerpo, protegiéndola de todo el mundo que amenazaba con ahogarla, con quitarlo de su lado.
Se separaron un momento. No necesitaba que él entrase a su mente para que las palabras fluyeran entre ellos, era un saber mucho más intuitivo, simple. Feyre dejó que sus rostros se acercaran, que la besara como lo había querido hacer desde que se enteró que era él, sumergiéndose en el contacto cálido y tierno, nada más que ese cariño que esperaba ir alimentando. No había podido protegerlo, ni siquiera había sido valiente como para decirle primero a él cuál era su verdadera identidad. «Vaya manera de mostrarle confianza», gruñó una parte de ella, aferrándose con más fuerza a la espalda de Rhysand, intentando rodearlo también con sus alas. Tardó un momento en notar que él los rodeaba a ambos con las suyas.
—¿Necesitas algo, Fey?
«Volver en el tiempo, arreglar cada metedura de pata que hice contigo...»
—A ti —murmuró, sintiendo que la voz le salía rasposa.
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