Mensajes en la noche
Cuando Gwyneth le comentó que tenía que buscar la mitad del Libro de los Alientos, Nesta no estuvo del todo contenta ante la idea de ir a obtenerlo en persona Si hubiera podido elegir, habría dicho que quería ir a cualquier sitio menos a la Corte del Verano. Suponía que el odio era natural, siendo ella de un sitio tan frío como Oorid, pero ella tenía tanto control sobre dónde se mantenían las mitades del Libro de los Alientos como lo había tenido sobre su nacimiento. Quizás por eso simplemente se limitó a acompañar a Gwyneth hacia el Cuartel y luego preparar todo para transportarse a la casa de su padre en la ciudad de Adriata.
Gwyneth, a su lado, miraba nerviosa a la bolsa que tenía atada a través de su pecho, sus manos demasiado rígidas alrededor de las tiras que rodeaban su cuerpo, sus ojos fijos en la distancia y respirando hondo. La miró, sabiendo que el preguntarle si estaba segura de su decisión haría que, por una extraña y peligrosa terquedad, la Sacerdotisa se obligaría a asentir y a enderezar la espalda, levantando la frente mientras sus ojos buscaban todas las salidas posibles. Nesta no sabía si sentir admiración o temor ante aquello.
Caminaron en silencio hasta salir de las paredes que rodeaban al Cuartel como una muralla, sintiendo cómo las barreras mágicas iban quedando atrás hasta que llegaron a un estanque. Nesta miró a la Sacerdotisa, quien cerró los ojos, su concentración brillando del mismo color que sus ojos en las runas que tenía a lo largo del cuerpo. Tomó su mano, caminando hacia el interior de las aguas mientras se concentraba en mantener su magia tranquila, encerrada dentro de su cuerpo, y visualizó la fachada del frente. Entreabrió los ojos, contemplando el portal que se empezaba a formar en la superficie del agua, como si la misma estuviera vibrando hasta aquietarse en un reflejo perfecto. Avanzaron en silencio, los ojos de Nesta fijos en lo que tenía enfrente mientras el agua se iba apartando. Sintió que sus pies no tocaban el suelo húmedo, sino un camino de piedras; sus ropas no estaban mojadas, ni siquiera uno de sus cabellos fueron tocados por el agua cuando se sumergió, apareciendo del otro lado como si hubieran estado caminando hasta allí.
—¿Segura de que el Señor del Verano nos dejará acceder al Libro?
—No hay nada que un negocio no resuelva —dijo, sintiendo que su cabeza empezaba a traer todos los datos que tenía de Tarquin, considerando lo que le faltaba que podría traer Feyre y lo que Elain podría necesitar para que tuvieran un plan concreto. Hizo todo lo posible para no lamentar su suerte, hacía tiempo que no podían hacer el juego de las tres. Suspiró, mirando de reojo a Gwyneth, repitiéndose que sería capaz, que podrían encontrar la vuelta; podrían lograr ganarse la confianza del Señor del Verano o encontraría una forma de acceder al Libro.
Entraron a la casa por la cocina, donde se podía notar las runas sobre los hechizos que su padre había lanzado cuando había empezado su imperio mercantil. Gwyneth la seguía, mirando con atención a cada detalle, sin decir ni una palabra. Pese a que sus padres no se habían aventurado mucho fuera de la Residencia Ieth desde que Amarantha había empezado a caminar por Prythian, especialmente cuando nació Andrew, la casa se veía limpia y en condiciones. Una parte de Nesta sonrió al recordar las veces que su madre había dicho que no había nada como llegar y encontrar a la casa limpia y en condiciones. Limpieza que solía durar poco cuando ella y sus hermanas eran chicas.
Los pasillos eran como los recordaba: con los colores cálidos, parecidos a los de la Corte del Otoño, pero mucho menos agresivos, como si invitara a dejar la tensión lejos de los hombros. Nesta los odiaba, especialmente cuando el olor a mar y calor le revolvía las tripas. Avanzaron por el pasillo con las talladuras que la casa había ido añadiendo a medida que sus padres así lo querían, a veces dejando que Feyre practicara en las paredes. Quizás eso era lo único que le agradaba de la casa, una compañía mientras subían hacia el estudio de su padre y Nesta empezaba a buscar documentos. Gwyneth la dejó revolver los archivos que hiciera falta mientras curioseaba las estanterías, no la mayor colección de libros que su padre tuviera, pero casi todos estaban relacionados de una u otra forma a lo que había en la Corte.
—¿Podría ser posible que tengan una copia sobre el Libro? —preguntó Gwyneth. Nesta ni siquiera levantó la cabeza, sacando una hoja, tintero antes de mirar rápidamente algunos viejos negocios de su padre.
—No, no hay copias —respondió mientras empezaba a escribir prolijamente una carta para el Señor Tarquin Dyfroedd, pidiendo una audiencia—. Y de haberlas, no estarían aquí.
Gwyneth apareció por el otro lado de una estantería, mirándola con sus ojos abiertos de par en par mientras caminaba hacia ella.
—Pero tienen que haber copias —dijo de repente, mirando una vez más a las estanterías. Nesta paró por un momento, releyendo lo que había escrito hasta ese momento.
—O no las hay —añadió, mirándola fijamente.
—En Sangravah teníamos apéndices que contaban algo del Libro. Una pena que se perdieran —suspiró, abrazándose a sí misma. Nesta asintió, mirándola con cuidado, esperando que sus ojos se volvieran opacos por las lágrimas o empezara a mostrar un temblor en su voz.
Asintió, sin saber qué más añadir aparte de "una verdadera pena" y empezando a buscar cualquier tema de conversación.
—¿Qué tal estaba Merrill?
La Sacerdotisa soltó un bufido que no podía terminar de decidir si era de malestar o diversión. Sintió sus pasos y luego su peso cayendo en la silla frente a ella, apoyando su cabeza sobre su mentón, murmurando que la Gran Sacerdotisa de Velaris estaba empezando a resultar insoportable.
—Entiendo que soy una de las pocas que se anima a ir a los niveles más bajos de la Biblioteca, pero Merrill ya está empezando a pedirme información sobre el ejército de la General.
Los hombros de Nesta se tensaron de inmediato, frenando la pluma a mitad de una palabra antes de mirar a su amiga. Había cansancio y también ese nerviosismo que parecía estar siempre listo para saltar ante cualquier mención de las Valquirias, especialmente las de la Batalla del Ocaso. No había nada que decirle a Gwyneth, menos sabiendo que probablemente ya le había informado a la General y esta estaba definiendo las medidas a tomar.
Pasó un momento antes de que Nesta decidiera tragar y enterrar cualquier pensamiento al respecto. No había nada que ella pudiera hacer, no era su área y su amiga no había sido enviada a Velaris porque casi todas las Sacerdotisas de Sangravaha habían encontrado refugio allí. Siguió escribiendo la carta, tratando de ser la Nesta de hacía cien años, la que seguía aprendiendo a manejar una espada, la que tosía casi todo el tiempo por la marca de su muñeca, la que había tratado con colegas de su padre cuando había sido necesario.
En cuanto terminó, la releyó, intentando pensar como un Señor de Prythian, ver si había alguna falta de respeto a su título, a su persona o si sonaba inapropiado. La dejó a un costado, sintiendo que su cabeza se había enturbiado y el estómago empezaba a rugir. Miró a Gwyneth, preguntándole si quería probar alguna comida local, ganándose un asentimiento casi inmediato y la magia de la casa se despertó con un movimiento de mano.
Más tarde leería de nuevo la carta y, de ser posible, recuperar algo de sus costumbres de hija de mercader, ocultando con cuidado la faceta de la Capitán Ala-Blanca de las Valquirias.
Cassian miraba atentamente a Feyre, quien se encontraba tallando algo en un trozo de madera con tanta concentración que estaba seguro de que no estaba prestando ni un poco de atención a lo que pasaba a su alrededor. Tenía el pelo atado por dos trenzas que dejaban su rostro libre de cualquier mechón de cabello, la boca relajada y los ojos inquietantemente fríos fijos en lo que trabajaba. No tenía idea qué había pasado para que estuviera enseñando los colmillos los últimos días, pero no iba a ser el ingenuo que pusiera el pie en aquel terreno peligroso.
Al parecer, estaba más que atenta a los alrededores.
—Si quieres decirme algo, Cassian, te pediría que lo digas antes de que tenga un agujero de tanto que miras—dijo ella, sin apartar los ojos de la madera, más que para echarle un vistazo rápido con sus ojos helados. La vio girar el trozo de madera entre sus dedos al tiempo que una maldición salía en un susurro, apenas pudo contener el escalofrío de su espalda.
Decidió que mejor iba a sacar algunas respuestas.
—El otro día, cuando te fuimos a buscar y no quisiste vernos...
—Que se encontraron con mi hermana, sí —completó ella, dejando de tallar por un momento, soplando para quitar lo que sea que hubiera y estudiando de nuevo los resultados—. No te recomiendo meterte con ella si no quieres que salgan secretos a la luz.
—Dudo que ella conozca algo importante —sonrió, confiado, aunque el gesto murió ante la expresión divertida de Feyre. Una parte de sí sintió que una presencia se movía a sus espaldas, haciendo que un escalofrío le recorriera de pies a cabeza.
—Oh... seguro que no conoce ninguno —rio, sin perder la expresión de diversión—. Mira, sé que no estoy en posición de confianza, pero sé que tengo sus ojos incluso cuando estoy a solas. Simplemente..., necesitaba un momento sin ruido alrededor —añadió, encogiéndose de hombros y mostrando algo del cansancio que parecía estar conteniendo. Cassian entrecerró los ojos, como si así pudiera leerla de la misma manera que lo hacía Azriel con sus sombras, incapaz de negar lo primero y tratando de comprender lo segundo. En realidad, no era difícil, pero Amren no era la única que miraba por el rabillo del ojo a cada gesto y escuchaba con atención cada palabra que decía. La contempló en silencio, incapaz de encontrar un recoveco, algo que le permitiera ver más allá de la cuidadosa fachada que tenía encima. Ni siquiera Azriel en sus años de recluta había sido tan... cerrado, menos aún Rhysand, el cual era el maestro en mostrar una apariencia completamente distinta. Por la Madre bendita, Amren era un libro abierto en comparación a lo que tenía enfrente, pese a que sonreía y hablaba tanto o más que Morrigan.
—No es que me quiera meter con tu hermana —dijo, recordando el rostro delicado y feroz a la vez, mirándolos con aquellos ojos que advertían de algo mucho peor que la muerte si llegaban a caer en su lista negra. Intentó buscar las palabras, organizar las ideas que fuera a decir a continuación, pero todo lo que venía a su cabeza era nada. Al final, terminó yendo por lo único que se le ocurría, pese a que en el instante que soltó las palabras, sintió que era demasiado obvio—. Es... ¿Son hermanas en sentido figurado o...?
—Somos huérfanas de la Guerra —murmuró Feyre, sus dedos se detuvieron un momento, sus ojos se desenfocaron y Cassian estuvo seguro de que podía ver cicatrices por doquier—. ¿Algo más? —dijo, haciendo que sus ojos se parecieran a los de la otra, no tan helados, pero con la misma intensidad. Cassian dudó por un momento y Feyre pareció ser capaz de leer lo que pasaba por su rostro—. Si todavía quieres averiguar más sobre mi hermana, te diría que lo dejes.
—¿Y si no quiero?
Feyre lo miró extrañada por un momento antes de encoger los hombros.
—Tu te lo buscaste —contestó, justo cuando el resto del Círculo entró en el salón. Nadie dijo nada mientras se acomodaban en sus lugares, Feyre poniéndose de pie y guardando lo que había estado tallando en un bolsillo de su pantalón. Cassian la imitó, dirigiendo una mirada hacia sus hermanos, quienes parecían estar encerrados en sus propios pensamientos. Feyre se mantenía tensa, como un soldado esperando la orden para atacar. Morrigan seguía con su aspecto jovial, pese a que se podía ver con las ojeras cada vez más pronunciadas y los ojos cada vez más enfocados en la nada.
Pese a que la reunión era sobre asuntos como la política, terreno que eran para él lo que para Morrigan lo eran tácticas militares y Amren las distintas armas de combate, intentó escuchar un poco mientras mantenía parte de su atención en la hembra que seguía de pie. Ambos se mantenían en silencio, Cassian porque entendía poco, Feyre... parecía estar aguardando el momento para intervenir. Escuchaba a Azriel, Morrigan, Rhysand, y, de vez en cuando, a Amren, mencionar movimientos, desde el asunto de tener que conseguir algunas partes del Caldero antes de que Hybern las obtuviera. Y luego sobre conseguir el Libro de los Alientos, a lo que dijeron que debían enviar una carta para pedir una audiencia con el Señor del Verano y detalles que se le escapaban. Cassian se limitaba a asentir de vez en cuando, mirando a Feyre, quien parecía estar incluso entendiendo más allá de lo que había frente a ella. Era una cazadora esperando el momento para armar la mejor trampa, el soldado que miraba al enemigo y terminaba de decidir si el entorno era favorable.
Su espalda se enderezó y Cassian supo que Feyre había terminado de debatir internamente.
—Puedo conseguir una cita con el Señor del Verano —dijo Feyre, apoyando las manos sobre la mesa.
—¿Y bajo qué nombre lo harías? —preguntó Rhysand, a lo que ella dijo que tenía el nombre de su padre—. Eso desliga completamente a la Corte de la Noche, el Señor del Verano lo vería como un acuerdo comercial más que una alianza o un acuerdo para detener a Hybern.
—Sin ofender, pero la Corte no es precisamente conocida por ser aliada ni la primera opción para forjar una alianza de nadie en Prythian —señaló ella, mirándolo con tanta intensidad que Cassian casi se sintió como frente a la disputa de dos Señores.
Aguardó, mirando de reojo a Azriel, quien tenía la mandíbula tensa, a Morrigan y a Amren, la primera entretenida, la segunda con un deje de aburrimiento. Rhysand, quien parecía estar dividido en, al menos, tres emociones a la vez: irritación, diversión y casi seguro de que había cierta admiración, ¿de qué? Cassian no lo sabía. Intercambió una mirada con Morrigan, quien tenía una amplia sonrisa y le guiñó un ojo, seguramente sabiendo qué había entre ellos o sospechando. Levantó disimuladamente tres dedos, a lo que la rubia respondió con dos, una inclinación de cabeza, y un círculo formado por el índice y el pulgar. «¿Realmente será eso?», se preguntó mientras asentía en su dirección, intentando terminar de realizar que había apostado trescientas piezas de plata contra las cien de oro de Morrigan. La seguridad de la hembra le daba algo de sospecha, pero si ella veía algo que sus sentidos eran incapaces de captar, ¿qué iba a hacer al respecto?
Se acomodó mejor en el asiento, conteniendo una carcajada al ver que Feyre se ponía en pie de guerra para demostrarle a Rhysand que había otra forma, dejando a su hermano más y más al borde de lo que parecía ser una decisión de emociones. «Divide y conquistarás», solían decir entre las filas, Feyre parecía haberlo llevado a un nuevo nivel.
La sonrisa que apareció en los labios de Elain fue al mismo tiempo que soltaba un tembloroso suspiro de alivio. Sus hombros se relajaron, repentinamente llenos de tensión acumulada que finalmente podía salir.
Aplaudió al ver que las ramas de los arbustos se movían ante el gesto de Norrine. Podía ver cierta extrañeza y malestar en los rasgos de la Dama de la Primavera, como si hubiera estado esperando algo más. La contempló, tratando de sentir con la mayor precisión posible los hilos que habían por debajo de capas y capas de piel. No era algo que se le diera tan naturalmente como a algunas Sacerdotisas, pero si con eso lograba que el cuerpo de Norrine dejara de ser una bolsa que perdía agua por demasiados agujeros, bien podría aprender a leer aquello.
Le dedicó una sonrisa, diciéndole que lo estaba haciendo muy bien.
—¿Cómo estás tan segura?
—Norrine, mi hermano menor tiene cincuenta años y controla ligeramente mejor su magia que tu —dijo, tragándose la nostalgia que le pinchó el corazón al pensar en la última vez que lo había visto. La joven frunció el ceño y dirigió la mirada hacia el bosque, como si allí pudiera encontrar una mejor respuesta a sus inquietudes. Elain observó cómo las ramas de los árboles se mecían ligeramente, pese a que no había ni siquiera una brisa, una mirada rápida al suelo mostró a las raíces moviéndose como tentáculos. Las flores la ignoraban definitivamente, y ni hablar de los insectos que revoloteaban sobre estas, pero ¿las fieras y los seres del bosque?—. Ya te dije, tu magia no es la de Tamlin, por más que eso sea lo que te mantenga viva.
Ella la miró de reojo, con las mejillas encendidas, como si la hubiera cazado pensando algo indebido. Sin nada más que hacer, y viendo que ya se acercaba el fin de su entrenamiento. Cada vez sentía que necesitaba más tiempo y su piel se iba poniendo más y más tensa. Veía un destello turquesa seguido de gritos y gruñidos, había perdido la cuenta de cuántas mañanas se había levantado con el regusto metálico a sangre en la boca.
Con la mejor de las sonrisas que podía poner en ese momento, empezaron a caminar de regreso a la Mansión, al mismo tiempo que Lucien aparecía del bosque con una pieza de cacería. Era difícil no mirarlo, como si el sueño de días atrás hubiera quitado una venda de sus ojos y ahora fuera incapaz de ignorarlo. Como si pudiera hacerlo antes. La primera vez que lo había visto así, tuvo que salir del estado de idiotez porque Norrine le estaba haciendo una pregunta y Elain no estaba respondiendo suficientemente rápido. Había sido una vista que muchos calificarían de desarreglada, o impropia de alguien que tenía un cargo importante, ella misma lo habría hecho, pero las palabras y el escándalo de verlo con aquel brillo casi salvaje. Cada día tenía menos dudas de que era capaz de pasar horas enteras viendo al macho con su equipo de cacería, y simplemente mirarlo. «Feyre se entera y no me va a dejar en paz por el resto de mis días», pensó mientras sus mejillas se encendían al notar que, de nuevo, Norrine le estaba hablando y Lucien se acercaba a ellas.
—Miladi, señorita Elain —dijo él, inclinando la cabeza respetuosamente. Tardó un segundo en devolverle el gesto—. Espero no haber interrumpido su paseo o la lección.
—Oh, no, para nada, llega justo a tiempo.
Norrine soltó un bufido divertido y Elain sintió que le ardía la cara a más no poder, requirió todo su esfuerzo en mantener una expresión tranquila y seguir como si no hubiera estado babeando descaradamente. Sintiendo que era incapaz de ser educada, se despidió de ambos con una reverencia, marchándose de allí antes de que sus nervios empezaran a controlarla y la situación se saliera más de control.
Caminaba por los pasillos con enormes ventanales que dejaban pasar la luz a raudales, dándole un aspecto como bañado en oro y esmeraldas. Recorrió distraídamente con la mirada a las ramas de las paredes, siguiendo una como si fuera un hilo y ella estuviera recogiéndolo. Tan concentrada estaba que no notó la presencia de Ianthe hasta que chocó contra ella, retrocediendo un paso.
Vio una runa que ardía, una mano que cerraba unos grilletes y los ojos de Feyre que se volvían más plateados que antes. Le llevó un momento regresar a la realidad, encontrándose con los ojos turquesas furiosos de la Gran Sacerdotisa, frunciendo las fases lunares de su frente.
Sus dedos se crisparon a los costados de su cuerpo, ni se atrevía a parpadear o a producir un sonido, conteniendo las ganas de seguir aquel pulso que la llevaba a pasar una garra por el centro del cuerpo frente a ella. Mantuvieron la mirada por un momento antes de que Ianthe se apartara. No necesitaba mirar sobre su hombro, ni siquiera regresar sobre sus pasos para saber que iría a donde Lucien. Iba a culpar al sueño y a lo que seguramente era algo que sólo podía explicarse como una intervención directa de la Madre. La rabia que trepó por su garganta era nueva, y no pudo evitar recordar a Feyre, cómo sus ojos se volvían tan salvajes que la única forma de calmarla era una pelea donde Nesta terminaba con más cortes y moretones que nunca. Solo Gwyneth, cuando estaba en sus días, le hacía frente a ese estado.
—¿Señora Elain?
Parpadeó dos veces, saliendo del trance y volviendo a ver al duende que la miraba con ojos preocupados, cayendo en la cuenta de que había girado y que seguía en medio del pasillo. Esbozó una sonrisa, diciendo que iría a dar una vuelta, y se marchó por el mismo camino por el que había caminado hasta entonces. Sus manos estaban firmemente entrelazadas frente a ella, sus hombros tensos y seguramente los ojos peligrosos, si se guiaba por las reacciones y las miradas de miedo que lanzaban sobre su hombro.
Caminó y se internó en el bosque, repasando lo que había intercambiado en la última llamada con Nesta.
—Tiene viejas conexiones con Hybern —había dicho Nesta respecto a Ianthe.
—Asumo que no de la misma manera que Tamlin.
—Puede que peor —dijo su hermana poco tiempo antes de que Amarantha se declarara la nueva reina de Prythian, cuando la Gran Sacerdotisa salió corriendo como un ciervo del fuego hacia el continente, sin mirar atrás. Movió los dedos en el aire, intentando repasar los hilos que tenía. No tenía algo que fuera tan directo como para decirle a Feyre y a Nesta que aquellas viejas conexiones siguieran vigentes. Soltó un suspiro por lo bajo, empezando a pensar en lo que podría hacer, cómo podría ir moviendo a Ianthe para que esas pistas aparecieran naturalmente.
Soltó una mezcla entre suspiro y gemido, echando la cabeza hacia atrás, como si el cielo tuviera alguna respuesta. Cerró los ojos, obligándose a dejar las manos quietas, y se sentó en una raíz, abrazándose a sí misma. Necesitaba despejar la cabeza antes de que todo se volviera un enredo tan importante que ni siquiera ella fuera capaz de dejar un tablero sencillo para alguien como Norrine.
Por mucho que Elain le dijera que estaba avanzando, Norrine se sentía cada vez más y más arraigada en el mismo maldito lugar. Podía verlo en las expresiones de todos, o la gran mayoría, Elain y Lucien aplaudían sus avances, fuera en la materia que fuera, pero ella tenía la impresión de que esos dos estaban a un paso de empezar a corretear por los pasillos y tener serias dificultades para mantener las manos quietas. O la mentora perdería la cabeza antes de admitir que estaba cayendo ante los encantos del Emisario. Ianthe directamente parecía estar oliendo mierda cada vez que se acercaba a ella, por mucho que insistiera con las sonrisas y la actitud amable. Tamlin tenía reuniones por doquier además de sus patrullajes constantes, y verlo solamente a la noche estaba convirtiéndose en algo... insustancial.
Miró por la ventana, donde el mundo se veía brillante, como si estuviera todavía brotando tras los años en los que Amarantha había estado gobernando y succionando su fuerza como una sanguijuela. Suspiró, volviendo a ver sus manos, donde una carta sellada descansaba entre sus dedos. Le había escrito a Feyre, preguntándole si tenía un momento para verla, a lo que ella le había dicho que vería si podía hacerse un espacio en su agenda. Supuestamente, esa carta era la que le diría el lugar y la hora, si es que había posibilidad, o...
Rompió el sello de cera y miró el interior, donde la complicada letra de Feyre, una mezcla de los sistemas de escritura del norte y sur de Prythian, empezaba a responder. Leyó despacio, entrecerrando los ojos por el esfuerzo, mirando a la hoja con las letras equivalentes entre los idiomas, antes de esbozar una sonrisa de alegría pura. Guardó la carta con cuidado en uno de sus cajones, sintiendo que la emoción del encuentro se extendía a lo largo de su pecho y podía empezar a respirar. Apenas habían pasado diez días desde que se había ido con el Señor de la Noche, pero por los dioses que extrañaba a la illyriana, la única que parecía comprender por completo su situación.
Tomó la capa que colgaba en una de las perchas del armario y salió de la Mansión sigilosamente, olvidándose de mirar sobre su hombro y sin preguntarse por qué Feyre la quería ver en el Lago de las Estrellas en medio de la noche.
Andrew saltó de una rama a otra, concentrándose para que ésta fuera hacia él antes de que cayera demasiado y la única opción fuera mover el lento y antiguo suelo. A su lado, Chip y Chop, dos ardillas que había encontrado por allí, saltaban a otra rama, chillando como solían hacerlo, desafiándolo a ir a la misma velocidad que ellos. Andrew ya no sabía cómo decirles que ya los iba a alcanzar, pero sus brazos eran cortos y Mamá le había dicho que no podía volver con cortes graves. Se balanceó en la última rama, abrazándose al tronco poco antes de caerse, sintiendo que el corazón le latía con fuerza en el pecho. Estaba peligrosamente alto, y seguramente Mamá le daría uno de sus tantos sermones sobre trepar árboles si llegaba a caerse. Ni qué decir de Papá.
Respiró hondo, intentando no alterarse, tal como le habían enseñado Fey y Nes.
—Las estupideces son por falta de pensamiento. Mira a Feyre: se mete en líos porque piensa después de actuar.
—¡Mentira! Sí pienso, pero a veces me gana la emoción.
—¿A veces?
Andrew se había reído ante la cara enfurruñada de su hermana, así como en el movimiento gracioso de sus alas cuando se molestaba, haciendo que hubiera un pequeño viento a su alrededor. Le había pedido a Papá viajar por Prythian, visitar a Eli ahora que estaba en la Primavera y a Fey en la Noche. Sus ojos brillaban ante la idea de poder ver a los guerreros alados, los illyrianos, que su hermana no paraba de hacerle, para su máximo deleite. Más que nada, quería conocer al guerrero Rhys, aquel que había ganado todas las batallas en su vida. Lo tenía vigilando su cuarto, asegurándose de que los fantasmas que obedecían a la malvada reina no entraran allí.
Ya había pasado el peligro, ¿verdad? La mala había perdido, ahora sus hermanas podrían visitarlos más seguido, y ellos a ellas, ¿no? Nesta siempre decía que no había que confiarse, que los malos siempre buscaban la forma de volver o de dejar a alguien que hiciera su trabajo sucio. Sea lo que sea que significase aquello.
Sacudió la cabeza y trepó el tronco, pidiéndole al árbol que lo ayudara a subir mientras Chip y Chop chillaban un par de ramas más arriba. La corteza y las ramas se movieron, como si quisieran que llegara más alto, que viera lo que había más allá de las copas de los árboles. Subió hasta llegar a la temblorosa punta, la pesadilla de su madre y, quizás, de sus hermanas, pero Fey siempre andaba subida a ellas cuando jugaban a perseguirse. Si ella podía, él también. Una sonrisa se extendió por su rostro cuando una brisa fría empezó a jugar con sus cabellos, arrancándole una carcajada a la vez que su corazón temblaba ante la sensación de caída libre.
Admiró un poco el bosque que crecía cerca de su casa, distinguiendo la lejana y eterna niebla del pantano, y, si recordaba bien las palabras de Fey, era capaz de ver el palacio de la mala. Se balanceó un poco antes de empezar a bajar, pronto lo empezarían a buscar y eso implicaría que no lo dejarían salir por un tiempo. Él no quería preocupar a Mamá y Papá, pero quería ver lo que había más allá de la barrera que rodeaba a la casa. Bajó con la esperanza de que pronto aparecería alguna de sus hermanas, así fuera para jugar un rato a los soldados.
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