Marcas y secretos
El aburrimiento le hacía lagrimear con cada bostezo. Se reclinó contra el respaldo, acomodando las alas como podía para poder encontrar una postura cómoda, sus ojos escaneando el cielo nocturno con atención.
—¿Cuándo era que volvía Rhysie?
—En tiempo exacto, no sé, pero probablemente quiera asegurarse de que la hembra es de confianza antes de traerla a Velaris —le respondió Morrigan con un encogimiento de hombros—. Si es que no pasa algo más antes.
—Dudo que Rhysie esté pensando en eso, Mor —replicó Cassian ante el tono sugestivo que había utilizando en sus palabras, estirando la mano para aceptar la copa de vino que le ofrecía la hembra rubia. Ella lo miró con una ceja alzada y sonriendo con picardía brillando en sus ojos, con una inocencia que solía utilizar en las discusiones. Él sacudió la cabeza, dando un sorbo a su bebida mientras admiraba la vista que ofrecía el salón de espera de la Casa de Pueblo, donde Rhysand les había dicho que lo esperaran—. ¿Qué te pareció la hembra?
—Encantadora, definitivamente su tipo, especialmente cuando vista de negro.
Iba a preguntarle a qué se refería, pero prefirió dejarlo no seguir averiguando. Ya casi había pasado una semana desde que Rhysand se había marchado, casi al mismo tiempo que la inquietante sirvienta había desaparecido, para su alivio. Una parte de sí, esa que solía salvarle el pellejo en una que otra ocasión, le decía que las cosas estaban empezando a moverse. Saboreó otro sorbo de vino, paladeando tanto el sabor dulce como el gusto del alcohol.
—¿Azriel recogió la información que le encargaron?
—Supongo, ha estado más silencioso que de costumbre —respondió, agradecido por el cambio de tema. Se reacomodó, como si pudiera sentir la rama en la que había estado sentado durante horas, mirando al frente hasta que pasara algo—. Algo me dice que está esperando a conocer a la hembra de Rhysand, más que nosotros.
—Puede ser...
Ninguno dijo nada más, sumidos en un silencio de compañía.
El enojo de la joven era casi tan evidente como cuando Rhysand besó a la humana Bajo la Montaña. No había menguado en esos tres días.
—Agradecería que no rompieras la copa —murmuró Rhysand, dirigiendo una mirada significativa a sus nudillos blancos. Feyre parpadeó, como si no hubiera notado lo que estaba haciendo, balbuceó una disculpa, sacudiendo la cabeza antes de bajarse lo que quedaba de la cerveza. Dejó la bebida a un lado, soltando un suspiro mientras retomaba lo que parecía ser un tallado. No tenía idea de qué era lo que estaba sacando con cada movimiento de su cuchillo, y ella había estado esquivando la pregunta con habilidad.
—Supongo que es normal, ¿no?
—Si lo dices por lo de mis pesadillas... creería que no —dijo él, acomodándose en el asiento donde estaba. Después de aquella noche donde le había dado la pesadilla, Rhysand había estado dándole vueltas al asunto. Sí, aliviaba tener alguien con quien hablar y que pareciera entender perfectamente todo lo que sacaba, pero seguía mirándola con cuidado—. ¿Juras no decirle a nadie lo que estoy por contarte? —Feyre dejó de escarbar con la punta de la daga para mirarlo, alzando una ceja. Él se encogió de hombros, preparándose para todo el baile que solía venir luego de aquella pregunta.
La vio estudiarlo en silencio, dejando el trozo de madera en la mesa, estudiando las vetas con suma atención. Sus ojos iban y venían, considerando sus opciones, hasta que volvió a fijarse en él.
—Juro, por la Madre y el Caldero, que no revelaré los secretos que me sean concedidos —dijo con la misma voz solemne que había usado ocho meses atrás. Hubo un ligero destello, mostrando una estrella de ocho puntas con un ojo en el centro en el interior de su antebrazo izquierdo. Suspiró, sintiendo que sus hombros se relajaban ligeramente, pese a que una parte de él se sentía ligeramente culpable por ponerle una nueva marca. Ella lo miró un momento antes de esbozar una sonrisa, poniéndose de pie al tiempo que guardaba tanto el cuchillo como la madera en sus ropas—. Una marca más en mi cuerpo no me hace daño.
Rhysand apretó los labios, sintiendo que su garganta se cerraba momentáneamente ante aquellas palabras. Apartó la mirada, sintiendo que le ardían las mejillas y el corazón le latía con fuerza en el pecho, sus entrañas retorciéndose al tiempo que dos voces se disputaban en su cabeza. Se obligó a mantener la compostura, asintiendo en silencio antes de ponerse de pie, mordiéndose el interior de la mejilla mientras recordaba cómo ella le había intentado explicar qué estaba haciendo en la Corte de la Primavera. Había intentado presionarla, pero ella le había mirado con el cuerpo sacudiéndose por ataques de tos que paraban al cabo de un rato.
Extendió una mano en silencio, reprimiendo todo lo que pasaba por su cabeza al ver su muñeca derecha. No había nada que pudiera ser percibido con la vista, pero era capaz de notar un pulso de magia que iba desde esa zona hacia la garganta de ella. Era sutil, un pulso que no se percibía a menos que estuviera buscándolo, e incluso así era difícil.
Sus dedos se entrelazaron cuando ambos tuvieron todo lo que necesitaban al alcance. Dejó que su magia los envolviera, borrando al mundo a su alrededor con el dramático efecto de un viento que los envolvía. En otras circunstancias, de no haber sido porque Feyre ya había entrado y salido de la ciudad, habría aparecido junto a la barrera y luego decidiría entre caminar, volar o transportarlos nuevamente hasta la Casa de Pueblo.
Ella dio un paso hacia atrás cuando el mundo volvió a formarse frente a sus ojos, contemplando a la construcción que se asemejaba a las casas que la acompañaban a lo largo de la calle. Admiró su expresión maravillada, cómo sus ojos parecían estar devorando cada detalle, desde los grabados de las columnas con alguno que otro farol hecho de esquirla de estrella que marcaba los relieves. La siguió mientras ella acariciaba con la punta de sus dedos las hojas de las flores que reflejaban la pálida luz de las estrellas en sus pequeños pétalos. Bajo el tenue resplandor de los cristales, Feyre parecía estar emitiendo un ligero brillo en sus alas, sus ojos resplandecían y la sonrisa suave de sus labios era... Apartó la mirada, sintiendo que sus mejillas tomaban momentáneamente un poco más de color.
Caminaron por el porche de la misma madera con la que estaba hecha la construcción entera. Estaba por abrir la puerta cuando se detuvo, girando para verla de nuevo, y esbozó su sonrisa despreocupada cuando lo miró con curiosidad. Por el rabillo del ojo, notó la presencia de Cassian y Azriel en el balcón que estaba en diagonal a donde estaban ellos.
—Dos cosas antes de que entremos y las cosas empiecen a tomar ritmo —dijo y esperó a que ella asintiera antes de retomar el habla—. Eres libre de recorrer Velaris y encontrarte con quien quieras, aunque no te recomiendo a los dos que están por allá. —Hizo un gesto con la cabeza en dirección a ellos. La voz de su hermano le dijo que podía oírlo perfectamente y Feyre apretó los labios ante la queja de Cassian, tragándose la risa que le hacía temblar los hombros ligeramente—. Segundo, en relación con los dos bastardos en mi casa, puedes conocerlos ahora o más adelante, después de que te pongas... —Tenía una camisa vieja de él que había encontrado por ahí, así como unos pantalones que le quedaban enormes— ropas de tu talla. Mientras tanto, tengo que poner un poco de orden con el que se cree capaz de hablarle así a su Señor.
Feyre se miró a sí misma, como si estuviera considerando sus opciones antes de volver a mirarlo.
—Iré a cambiarme entonces, no vaya a ser que se te rebelen los... otros ciudadanos —dijo ella mientras él le dejaba pasar y le señalaba la escalera que daba a los cuartos e indicaba cuál era el de invitados. Ella le murmuró un gracias antes de subir.
No supo cuánto tiempo estuvo allí, al pie de la escalera, mirando como un idiota al espacio vacío.
—Y yo pensando que Mor exageraba con que estabas baboso con ella —le comentó Cassian a sus espaldas. Rhysand rodó los ojos.
—Tengo ojos en la cara, Cassian.
—Por supuesto, por eso andas sacando pecho y estirando ligeramente las alas frente a ella.
Le dio un ligero empujón, intentando ignorar el calor en sus mejillas y la risa divertida de su hermano. Azriel miraba con sus ojos insondables en dirección a donde había desaparecido Feyre.
—¿Es de confiar?
—¿Cuándo me equivoqué con alguien?
Azriel lo miró una vez más antes de murmurar un "buenas noches" y salir hacia su casa, seguramente con varios reportes que terminar antes de entregarlos. Cassian le dio una palmada en el hombro antes de salir. Se quedó un momento más a solas, contemplando la nada mientras su cabeza seguía dando vueltas antes de soltar un suspiro y subir a su propio cuarto.
Nesta se echó para atrás mirando el patrón cambiante del techo, necesitaba desenfocar su vista por un momento. Sentía los ojos cansados, secos, y la cabeza demasiado pesada como para poder seguir organizando información sin que sus pensamientos se fueran a otra parte. Por suerte, no había mucha información nueva. El Attor se había escapado, Feyre estaba en la Corte de la Noche, quizás a punto de sumarse al grupo de Rhysand, y Elain entrenaba a la futura Señora de la Primavera en el manejo de la magia. Cerró los ojos, dejando salir un largo suspiro antes de poner la pluma a un costado, tapar el tintero y acomodar los papeles que ya habían absorbido gran parte de la tinta. Guardó todo en una caja y la acomodó en un estante, dibujando la simple runa que mantenía al contenido protegido de manos curiosas.
Salió de la biblioteca en silencio, recorriendo los pasillos tallados en piedra, apenas inclinando la cabeza cuando la saludaban las pocas valquirias que quedaban despiertas a esa hora. La cálida luz de las antorchas con fuego feérico intentaba compensar la falta de sol que había allí, era más tenue, pero a ella le resultaba tan agradable como el resplandor que solía haber en las ciudades de la Corte de la Noche. Siguió avanzando, pasando frente a las estatuas de las Valquirias Caídas que custodiaban las entradas de los pasillos, todas con un rostro adusto y sus armaduras hechas con plumas que se cruzaban sobre su pecho. Parecían guardianas, listas para saltar a la acción cuando llegara el momento.
Bajó hasta las Armerías, casi en el corazón de la montaña donde estaban. El calor era más notable allí, una consecuencia evidente del constante fuego que ardía en los talleres, no importaba qué época del año fuera. Gotas de sudor empezaban a formarse en su frente e inmediatamente empezó a rodearse de un viento helado. Caminó por el pasillo con el sonido de sus botas resonando solamente en sus oídos, hasta llegar casi hasta el final. No llamó a la puerta, simplemente empujó, sabiendo que encontraría a Emerie del otro lado, quizás trabajando en una nueva espada o con el diseño que llevaban trabajando con Gwyneth desde hacía un par de décadas, cuando tenían tiempo. Adentro se sentía como un verdadero horno, una burbuja de calor que inmediatamente le hizo apretar los dientes y soltar un poco más de magia.
El sitio era ordenado a simple vista, hasta que se empezaban a admirar los estantes llenos de trozos de diversos tamaños de metal. En medio de todo aquello, había una illyriana, media cabeza más alta que ella, de brazos robustos y alas firmemente aplastadas contra su espalda.
—No esperaba verte a estas horas, Nes —saludó Emerie al levantar momentáneamente la vista. La vio dejar a un lado el trozo de metal que estaba trabajando en ese momento, limpiándose las manos con un trapo que tenía en otro estante—. ¿En qué te puedo ayudar?
—Venía a ver las alas —dijo, paseando la mirada por todos los cachivaches, armas e inventos que Emerie exhibía por doquier, casi preguntándose cómo no habían cedido los muebles. La herrera asintió antes de desaparecer por detrás de una lona que dejó escapar otra bocanada de aire caliente. Peleó contra las ganas de salir corriendo, o de abrir la ventana que daba al exterior.
—Bien, esto es lo que tengo. Las hice un poco robustas, pero seguro que las iremos mejorando con el paso del tiempo —le dijo mientras volvía a aparecer, despejando la mesa con algo de dificultad mientras sostenía los dos armatostes con cuidado. Algunos objetos cayeron y Nesta los atrapó con una ráfaga de viento, apoyándolos precariamente en los espacios que encontraba en las mesas abarrotadas de los costados—. Sé que tienes la intención de que sean lo más parecidas a las alas illyrianas reales, pero de momento vamos a tener que ir haciendo modelos rápidos que se puedan romper.
Nesta estudió las alas, eran cinco varillas de hierro ligeramente curvadas, unidas por una tela que se podía sacar su deshacían los nudos. Emerie seguía mencionando algunas cosas que eran detalles que solo ella entendía, por lo que apenas le dedicaba algo más que asentimientos de cabeza lejanos. Pasó la punta de sus dedos por las runas grabadas en lo que sería el húmero de haber sido alas reales, sintiendo el conocido zumbido de la magia a través de sus huesos y lucrando que la marca en el metal emitiera un ligero resplandor plateado. Se removió un poco, como si ya pudiera sentir que aquellas protuberancias que tenía en los omóplatos empezaban a doler ante la idea de tener algo presionando contra el hueso.
—¿Todo en orden, Ala-Blanca?
Nesta salió de sus pensamientos con un par de parpadeos.
—Dentro de lo posible —respondió, levantando la mirada. Emerie asintió, aunque había un poco de duda en su expresión. Le hubiera gustado pedirle que la dejara probar las alas en ese momento, deseosa de probar lo que se sentía volar por su cuenta. Sacudió la cabeza, cambiando de tema—. ¿Cuándo podré seguir con Ataraxia?
—Si los necesitas urgente, mañana —dijo su amiga con un ligero encogimiento de hombros y Nesta asintió antes de marcharse, deseándole una buena noche.
Feyre comprobó su apariencia una vez más en el espejo, frunciendo los labios y arrancando un poco de piel de su labio. Era una camisa negra elegante que no necesitaba del corsé que solía llevar, a juego con una falda suelta que llegaba hasta sus rodillas y un cinturón plateado que caía por el frente de su cadera.
«Ni que fueras a conocer a sus padres, Feyre», se dijo por dentro luego de volver a atraparse considerando el ir con algo un poco más formal. «¿A quién engaño? Son casi la familia entera de él», suspiró al dejase caer de espaldas contra la cama. En cualquier momento Rhysand llamaría a su puerta para decirle que era hora de ir, a lo que ella bien podría estar en ropa interior y con el cabello hecho un desastre. «Deja de dar vueltas como una estúpida, ponte algo cómodo y actúa como una illyriana normal, por el amor de la Madre». Volvió a mirarse al espejo antes de decidir que ese era el atuendo que más le gustaba y empezó a dividir su cabello en mechones. Pese a que sus ojos seguían el movimiento rítmico de sus manos, sus dedos se movían por cuenta propia.
A medida que terminaba la primera trenza, despejando la mitad de su rostro de cualquier mechón de cabello, empezó a mirar lo que la ropa tapaba y lo que no. Las marcas que le habían hecho tras la Iniciación parecían asomarse con orgullo por su cuello, así fuera una pequeña fracción. Las mangas acampanadas caían un poco, dejando a la estrella Carynthian con un ojo en el centro de la misma visible para todo el mundo, contrario a las dos alas unidas por una V que rodeaban su muñeca derecha. Podía ver cómo se iban solapando sus años como la hija del Príncipe Mercante con la Valquiria que se encontraba con la lengua cada vez más apretada entre los dientes.
Cuando terminó, oyó que golpeaban la madera, a la cual fue a abrir, sin dar ninguna otra mirada al espejo. Rhysand se quedó en silencio por un momento, contemplándola al mismo tiempo que ella lo hacía con él; iba vestido con su estilo refinado, sin ser excesivo. Llevaba una chaqueta negra sobre la camisa del mismo color, así como pantalones que se perdían en las botas ligeramente altas, nada más que su piel pálida y sus ojos daban un poco de color a su apariencia monocromática. Le tomó un momento a ambos recuperarse y él esbozó una sonrisa que le despertó mariposas en el estómago, incapaz de dejar de ver sus ojos lavanda con algunas pequeñas vetas azules que solían ser más evidentes cuando estaba relajado.
—¿Lista?
—Uh... sí, dame un momento que me pongo unas sandalias —dijo mientras abría el armario y sacaba unas que se anudaban a la mitad de sus pantorrillas, anudándolas con la misma facilidad con la que se había hecho las trenzas—. Ahora sí, vamos.
Rhysand rio entre dientes y salieron del lugar por uno de los tantos balcones que había visto.
Pese a todo el tiempo que había pasado, todavía sentía que Velaris le causaba la misma sensación de maravilla. ¿Y cómo no? Era la ciudad donde las estrellas mismas parecían bajar del cielo, alumbrando cada camino adoquinado, los tejados verdes y detalles en cobre, plata y piedra. Las flores de medianoche abrían sus pétalos cada tanto, como si respondieran a cada estrella que empezaba o dejaba de titilar en el firmamento, dando la sensación de que habían luciérnagas por doquier. Sonrió al distinguir a un par de niños illyrianos y elfos, sintiendo un ligero pinchazo de nostalgia al ver uno que se parecía a Andrew. Podía imaginarlo jugar con las figuras de soldados illyrianos, serafín o alguna de las razas de las Cortes del Día o Atardecer que ella le había dado a lo largo de los años. Quizás jugaría con uno de los niños que saltaban de tejado en tejado, o aquellos que correteaban por las calles, más abajo.
—Admito que la Ciudad Tallada tiene sus particularidades y es asombrosa a su manera —empezó Rhysand mientras sobrevolaban al serpenteante Río Sidra. Feyre casi le preguntó de qué estaba hablando hasta que recordó la conversación que habían mantenido en el palacio de Amarantha—. Velaris es, en mi humilde opinión, lo mejor de mi Corte.
—No lo dudo. —Aunque le echó una mirada de reojo, volviendo al frente antes de que la atrapara en medio de su escrutinio. Rhysand era uno de los pocos machos, por no decir el único, que la dejaba con ganas de tener siempre un trozo de madera para tallar cada gesto, cada postura que hacía. Sacudió la cabeza, volviendo a enfocarse en los niños que iban por allí—. Casi pareciera que nunca ocurrió lo de Amarantha —susurró.
—Sí, pero todos saben lo que ha pasado.
Y Feyre no lo negaba, aunque sabía que nadie la reconocería a ella, nadie sabría que había estado allí, o, si lo sabían, probablemente desconocerían su apariencia. Como debía ser. Norrine era quien cargaba con el título de la Salvadora de Prythian, ella había sido la elfa que la había acompañado en aquella locura.
—Todos saben una parte de la historia, y será mejor así.
—Si con eso te sientes satisfecha...
—No es eso —negó con la cabeza, ganándose una mirada curiosa de Rhysand—, la idea es que sea Norrine quien tenga el mérito, que ella sea quien carga con la gloria. Lo último que deseaba cuando entré e hice lo que hice, era ser reconocida como héroe, pensaba ser de esas caras que pasan al olvido, que nadie recuerda cuando mencionan la historia.
«Porque nadie debe saber de las Valquirias aún», añadió en su cabeza, abrazándose.
Rhysand no parecía estar de acuerdo, pero no dijo nada para contradecirla. Siguieron sobrevolando la ciudad, pasando sobre las casas con balcones que permitían el acceso aéreo, familias y mercaderes que iban de un lado a otro con lo último del día. Recordó las primeras veces que había estado allí, cómo casi se había perdido entre los rincones de la ciudad, y luego sus escapadas con Mark para tontear como los jóvenes que eran. Una sombra de sonrisa se dibujó en sus labios, como si pudiera ver a la joven Feyre de ciento veinte años corretear con aquel joven illyriano.
Pasearon por el Palacio de Hilo y Joyas, uno que ella conocía casi tan bien como la palma de su mano, luego por el Palacio de Hueso y Sal que le hizo rugir el estómago, arrancándole una risa divertida a Rhysand antes de indicarle que descendieran momentáneamente. Encararon hacia el acantilado que daba hacia la Casa del Viento, la cual se alzaba orgullosa sobre una alta colina, con los interminables escalones que daban hacia sus puertas. Nunca había intentado acercarse, menos en la época donde sus alas seguían creciendo y era propensa a caerse. No tenía idea cómo eran los vientos, pero algo le decía que el que hubiera elegido usar vestidos no era la mejor idea. Por el rabillo del ojo, vio una sonrisa pícara en sus labios.
—Hay que volar hasta allí.
—Después de ti —dijo, mirándolo con una sonrisa inocente que hizo que él chasqueara la lengua.
—Una cosa más antes de ir —empezó Rhysand justo cuando Feyre se preparaba para seguirlo, batió las alas hacia atrás, alejándose de la caída inminente. Lo miró con una ceja alzada—, sobre las marcas... Puedo liberarte del juramento que te ata a mí.
—Rhysand, lo hice por voluntad propia —le dijo, arqueando una ceja—. Si no fuera el caso, no habría venido en primer lugar, ¿no?
Y, de todas formas, ella estaba atada a la guerra que se iba acercando con Hybern y sus movimientos. Con o sin la promesa, iba a estar manteniendo secretos. Pero eso no era algo que pudiera hacerle saber a ninguno de los miembros del Círculo. No hasta que Crole le dijera lo contrario.
Dejó que Rhysand, quien no parecía del todo convencido, se elevara un poco antes de asomarse frente al acantilado. Era una buena caída hasta el mar que rompía más abajo, bastante decente, en comparación con sus saltos desde el tejado de la casa de sus padres. Todavía recordaba los moretones y los chillidos preocupados de su madre cuando lo hacía en ese entonces. Dio un paso hacia el vacío, cayendo un poco antes de extender sus alas, atrapando una ráfaga de viento que la elevó hasta alcanzar al Señor de la Noche, quien negaba con la cabeza.
—¿Amante de la acción?
—Te sorprenderías.
En cuanto estuvieron encima de la montaña, a punto de aterrizar en uno de los balcones, Feyre dirigió una mirada hacia Velaris, absorbiendo el frío resplandor que parecía tener, como una enorme estrella que bajaba de las montañas hacia el mar. Sobre sus cabezas, el eterno cielo estrellado seguía su curso, como si asumiera que Velaris volvería a subir, que iría de regreso a su lugar en el firmamento. Negro y plata, los colores de la noche, y de tantas cosas más que acechaban entre las sombras. Sonrió antes de empezar a descender con cuidado, sintiendo que los nervios empezaban a carcomer su ser ahora que Rhysand la miraba expectante.
En cuanto tocó el suelo, alisó la falda, como si así pudiera disimular los nervios que dejaban a sus manos sudorosas.
—Feyre —la llamó el Señor de la Noche, haciendo un gesto con la mano hacia dos figuras que esperaban entre las sombras—, ellos son Cassian, mi General de los Ejércitos, y Azriel, mi Maestro Espía.
Ambos salieron a su encuentro, vestidos de cuero y metal, sacando brillo a los siete Sifones que tenían: uno en el pecho, y los otros seis en los hombros, manos y rodillas. Recordaba haberlos visto a ambos en una de esas marchas que habían hecho con el anterior Señor de la Noche, celebrando la victoria. Cassian se había convertido en un macho enorme, más alto que Rhysand y con el doble de músculos, mandíbula marcada y sonrisa fácil. Azriel era de rasgos un poco más finos, como si todo su cuerpo quisiera desaparecer en las mismas sombras que bailoteaban sobre sus hombros como serpientes. Inclinó la cabeza a modo de saludo.
—Ya era hora de que compartas la visita, Rhysie —comentó el primero con una carcajada, haciendo que el aludido mascullara algo sobre no hacerle pasar vergüenza. Ignorando por completo la mirada molesta, Cassian se dirigió hacia ella—. Algo mencionó este zopenco sobre lo que hiciste Bajo la Montaña —dijo, y sus mejillas se sonrojaron ante el brillo de respeto y curiosidad que había en sus ojos. Una mirada rápida a Rhysand le hizo notar que no era la única ligeramente incómoda con aquel comentario.
—Cassian es el encargado de romper las pelotas a todo el mundo —dijo Azriel con una voz monótona y helada, haciendo que la sonrisa del otro se ampliara, como si le hubieran dado el mayor de los cumplidos—. No te sorprendas si quieres darle una paliza.
—Lo tendré en cuenta —respondió, sonriendo sin saber qué más decir. Cassian la miró con un brillo divertido en sus ojos, seguramente ya pensando en lo que podría hacerle para fastidiarla—. ¿Hay algo de lo que tenga que cuidarme?
La sonrisa depredadora del grandote se ensanchó.
—¿Entrenas a la mañana?
Hizo un esfuerzo inmenso para no poner los ojos en blanco ante la simple mención de entrenamiento matutino.
—No me quejo, pero te quiero ver intentando sacarme de la cama sin que te corte los dedos —dijo, manteniendo la mejor expresión de inocencia que le había enseñado Elain de tantas idioteces que se habían mandado juntas. En cuanto terminó de decirlo, supo que no importaba qué tanto hubiera intentado querer decir un "no y te voy a torturar lentamente si lo haces", Cassian seguramente la sacaría incluso con las sábanas. Por las dudas, decidió que se iría a dormir con las puertas y ventanas trabadas a partir de entonces, o cumpliría con la amenaza.
Él se encogió de hombros, nada impresionado con su bravata.
—Bien, pero quiero ver los movimientos que hiciste Bajo la Montaña.
Era un pedido razonable.
—Seguro.
—Por la Madre y el Caldero, no vale que acaparen a la invitada —chilló una hembra por detrás de los dos machos, apartando a Cassian y Azriel casi a los codazos. No tardó en reconocerla; la rubia despampanante que había estado en la anterior cabaña—. Ven, dejemos a los machos con sus problemas de hombría un rato —dijo mientras la tomaba de la mano, tirando de ella hacia dentro. Feyre rio entre dientes al escuchar murmullos entre molestos y divertidos mientras la arrastraban—. Seguramente te acuerdas de mi nombre, Morrigan, Mor para los amigos. —Hizo un gesto con la mano hacia una hembra que bebía vino en un sillón—. Ella es Amren, la Segunda al mando de la Corte.
De todos los presentes, la Segunda era la que más rumores traía a sus espaldas, y en el instante que sus ojos se posaron en ella, tuvo la misma sensación sobrecogedora que conocía muy bien. La misma que había sentido en Oorid, un par de siglos atrás. Amren inclinó la cabeza hacia un costado, sin alterar sus delicados rasgos que parecían estar en una mueca entre aburrimiento y frialdad, recorriéndola con esos ojos de plata fundida que Nesta solía mostrar de vez en cuando.
—Tienes la Marca de Plata —murmuró y Feyre hizo un esfuerzo por no tensarse, pero Amren no dijo nada más que seguir observándola—. Interesante. Me gustan tus tatuajes, ¿cómo lograste que te los hicieran?
—Uhm... —Sintió que la garganta estaba a punto de empezar a picar—. Rebeldía de una hija de mercader, ¿supongo? —dijo al final, ganándose una mirada extraña por parte de las otras dos hembras, especialmente de Morrigan.
—No parecen producto de la rebeldía —señaló Morrigan, mirándola de la misma forma en que lo había hecho Amren, quien ya estaba dando otro sorbo a su bebida—. Descuida de aquí sale ni una palabra, los chicos saben mantener la boca cerrada, especialmente Cassian —aseguró ella, dándole un apretón de manos. Feyre asintió, aunque bien sabía que, incluso si lo intentara, el tatuaje en su muñeca le impediría decir cualquier palabra—. Cuando te sientas lista para contarnos, ya sabes...
—Gracias.
—¿Y tus ojos? —inquirió la Segunda.
—Tuve un... encuentro con mi hermana. —Apretó los dientes para que su espalda no se sacudiera ante el escalofrío que la recorrió.
—Debió ser jodido como para que tus ojos cambiaran radicalmente de color —señaló Amren, dando un ligero sorbo a su copa de espeso líquido rojo. Feyre se limitó a asentir con la cabeza.
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