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Lo que callan las estrellas

El ambiente seguía siendo tenso al día siguiente. Lucien, para sorpresa de todos, fue quien se atrevió a sugerir un paseo, salir de la Mansión por un tiempo. Tamlin decidió que irían al Lago Estrellas. Feyre se sumó a la propuesta casi de inmediato, con más entusiasmo de lo que uno pensaría creíble. Norrine, quien todavía tenía rastros de sueño, tardó más tiempo en responder que también quería ir. Desconocía qué pasaba por las cabezas de todos ellos, pero los que peor parecían estar eran los dos machos; Tamlin tenía una expresión sombría (tan sombría como podía ser una cara de lobo), y Lucien parecía estar a punto de encerrarse en algún sitio y no salir hasta que las enredaderas su hubieran apoderado de todo.

Unos sirvientes ensillaron los caballos y Alis les acercó una pequeña canasta que Feyre tomó con una sonrisa de agradecimiento.

—¿Por qué le dicen Lago Estrellas, en plural? —preguntó Norrine cuando se encontraban yendo hacia allí, ya sin rastros de sueño. Feyre se encogió de hombros, sintiendo que la curiosidad empezaba a surgir también en ella. Tamlin, quien iba al frente junto con Lucien, les dijo que era porque tenía magia relacionada con las estrellas, las cuales podían verse incluso a plena luz del día o en una noche cerrada. La emoción que invadió a Feyre ante lo último fue casi imposible de ocultar, una alegría nostálgica, como si el tiempo estuviera a punto de regresar a épocas más felices, más tranquilas.

Observó los alrededores, queriendo detallar todos y cada uno de los rincones, todo lo que le permitiera ir por su cuenta más tarde. Iban por el conocido camino que llevaba a la Aldea, hasta que Lucien señaló hacia la izquierda, adentrándose en el bosque, más cerrado, donde la luz apenas atravesaba las hojas. Feyre supuso que era producto del tiempo que había pasado lejos de los territorios de la Corte de la Noche, pero el camino le resultó tan nostálgico como la idea del lago. Inhaló hondo, encontrándose con el olor a arces y sol que caracterizaba a la primavera, en lugar del aroma a pino y nieve que solía encontrar allí.

El lago se encontraba en medio de un inmenso claro, un gran espejo donde ninguna brisa alteraba su aspecto. Las aguas eran de un azul profundo, casi negro, puntos blancos bailaban en la superficie, como si cayeran gotas de una lluvia que no había. Feyre se sintió hipnotizada de inmediato, como si una cuerda tirara de ella, llamándola a su hogar. Quizás podría ver el pico de Ramiel, con Arktosian, Oristian y Carynthian brillando tenuemente sobre él. Lamentaba no estar para verlas resplandecer durante esa semana, pero sabía mejor que nadie que ella no debía estar en los territorios illyrianos, a menos que quisiera participar en el Rito de Sangre. Sacudió la cabeza, volviendo a centrarse en el lago y bajó del caballo. Caminó hasta la orilla, sintiéndose de nuevo como una niña. Una ligera punzada de nostalgia le recorrió el pecho. Definitivamente no estaban las tres estrellas sagradas, ni ninguna constelación que ella conociera, pero seguía siendo agradable de ver.

—¿Sintiendo el llamado de tu hábitat natural? —preguntó Lucien, apareciendo de repente a su lado. Había una sonrisa burlesca en sus labios, a lo que Feyre rodó los ojos. Echó una mirada a los alrededores, viendo cómo Tamlin y Norrine se lanzaban al agua, apenas perturbando su superficie, chapoteando como si fueran niños, y volvió a centrarse en Lucien.

—Me crie en cualquier sitio menos en la Corte de la Noche —replicó, intentando no sonar tan a la defensiva como se sentía. Él esbozó una sonrisa de medio lado—. A mis hermanas y a mí nos encantaba, solía pedirles a mis padres que fuéramos allí para mi cumpleaños. —Frunció el ceño, recordando mejor algunas de aquellas visitas—. En realidad, a mi hermana mayor, Nesta, y a mí nos gustaba ir. Mi otra hermana prefería mil veces las Cortes Estacionales.

Sonrió para sí, regresando la vista al lago, reviviendo esas épocas. Lucien no dijo nada por un buen rato, como si estuviera intentando comprender sus palabras. Una carcajada de Tamlin hizo que ambos giraran para ver a la pareja que la pasaba en grande. Feyre se permitió esbozar una sonrisa, dejar caer por un momento la fachada y simplemente verlos con cariño; dejar que ese momento de ignorancia, donde el mundo parecía ser como antes, se extendiera, engañándola. Cuando Lucien habló fue casi un susurro:

—Tenía... tengo miedo —Feyre tardó en entender a qué se refería—. Supongo que son los años y todo esto... Sé que no tienes problema en verlas pasar, en tratarlas como un destello de esperanza y admiro que tengas esa entereza —dijo, sus ojos adquiriendo un tono más oscuro, su propio cabello, de un vivo rojo, parecía estar apagándose pese al sol radiante—. Las anteriores también mataron a algún amigo mío, fingieron amar a Tamlin y luego resultó que trabajaban para Amarantha.

Feyre asintió, despacio, comprendiendo perfectamente a qué se refería. Casi todas habían estado al borde de matar a cuanto fae se apareciera en su camino, disfrazado de una sonrisa. No le resultaba extraño, ni imposible, el imaginar que Amarantha había hecho uso de todos sus recursos para mantenerlas con el corazón cerrado a cualquier cambio de parecer. En el caso de Norrine, el odio parecía ser como el de tantos fae que había conocido en su vida, el mismo odio que había entre las Cortes del Norte y del Sur. Cruzaba los dedos para que fuera la última, la que acabaría con todo aquello, por el bien de todos en Prythian.

—Yo también —admitió. Lucien pareció sorprenderse un poco ante su afirmación—. Da un poco de pena ver cómo Tamlin lo vive, cómo crece su ilusión al comienzo, y luego el dolor que lo rompe cuando todo se desmorona.

Tamlin sonrió mientras se echaba sobre la verde hierba, con el sol calentándole el lomo. Norrine también sonreía, recostada bajo la sombra del árbol, más relajada de lo que nunca la había visto. Había una nueva belleza en ella de esa forma, un brillo que lo hacía incapaz de apartar la vista. Parte de sí se alegraba de verla en ese estado, con los ojos iluminados y los labios listos para elevar sus comisuras, dejando a la vista un pequeño hoyuelo. Así como también la tela mojada invitaba a que sus ojos bajaran por allí, viendo la silueta que había bajo el vestido verde que dejaba los hombros tentadoramente descubiertos y la cintura más que definida. Cruzó las patas y acomodó la cabeza sobre ellas, obligándose a mirar hacia el lago, donde Faye y Lucien seguían conversando en voz baja.

—¿No te parece que se llevan muy bien ellos dos? —preguntó Norrine y Tamlin necesitó un momento para pensar sus palabras. No entendía por qué las hembras pensaban en formar parejas ajenas.

—Dudo que puedan ser algo más que amigos, no creo que Faye tenga un interés romántico por Lucien, ni él por ella —respondió, encogiéndose de hombros. «Y dudo que mi amigo quiera alguna relación en estos momentos», añadió para sí—. Ahora se llevan bien, pero antes... —rio entre dientes al recordarlo—. Tendrías que haber visto cómo casi se arrancaron los ojos cuando se conocieron.

Recordaba muy bien la primera vez que pasó, cómo Faye se había plantado frente al pelirrojo. Nunca había visto a Lucien tan furioso como aquella vez, mucho menos había visto alguien que pudiera hacerle frente. No tenía idea cómo habían pasado esos dos de estar al borde de arrancarse las cabezas de cuajo a ser como compinches de travesuras, pero no iba a quejarse.

—Muchas parejas empiezan no queriéndose —empezó ella—. Mis padres no se tenían mucho cariño cuando se casaron. Dudo que lo tengan ahora —añadió, encogiéndose de hombros.

Tamlin bostezó, agitando la cabeza para espantar el sueño repentino que lo invadió.

—Ahí ya no puedo opinar, aunque tampoco es un tema ajeno para nosotros el matrimonio por conveniencia, o cosas por el estilo.

Y quedaron en silencio. Resultaba agradable, especialmente luego de haber tenido que estar recorriendo las fronteras de las otras Cortes los últimos dos días. No era algo imposible o que le resultara agobiante, pero tenía ganas de descansar un poco antes de que la tormenta inminente estallara. Estaba quedándose dormido cuando la voz de Norrine volvió a hablar.

—¿Qué hay de tus padres? Dudo que seas muy viejo.

—¿Cuántos años crees que tengo? —rio, a lo que ella entornó los ojos, como si pudiera calcular la edad viéndolo a medias. Al final, soltó un dudoso veintitrés, lo que hizo reír a más no poder a Tamlin—. ¿Tan infantil me veo? No, tengo quinientos dieciocho —dijo, sonriendo ampliamente al ver cómo la mandíbula de ella parecía querer tocar el suelo y sus ojos se abrían de par en par—. Mi padre y hermanos mayores murieron durante la Guerra Negra, no participé en ella por ser menor de edad, y mi madre estuvo a cargo de la corte hasta que no pudo más con la muerte de mi padre. Supongo que ella lo amaba a él, pese a que no le dedicaba mucho tiempo.

—Lo lamento —murmuró ella cuando logró salir de su sorpresa. Él negó con la cabeza, realmente sin sentir ni una pizca de pena por el recuerdo. Su madre había sido lo mismo que una niñera, y su padre era mejor dejarlo como un recuerdo amargo que no hacía más que recordarle qué era.

—Podría haber sido peor —dijo al final, notando cómo los otros dos empezaban a regresar—. Cada uno tiene sus espinas, pero es por ellas que estamos aquí.

Elain creía en que el sol iba a salir para todos en algún momento, metafóricamente hablando. Había visto suficientes casos en sus años de vida como para estar segura de ello, siendo su propia naturaleza un recordatorio de aquello. Pero, esa visión no era más que una inutilidad cuando se trataba del inmenso tablero que se desplegaba en la sala donde se suponía que no debía estar, casi una idea infantil cuando se pensaba en la guerra que se avecinaba cual tormenta eléctrica. Cerró la puerta con cuidado, limpiándose las manos sudorosas contra el frente del vestido mientras caminaba hacia la mesa que tantas veces había visto en sus visitas a la Casa de Pueblo (un nombre algo ridículo y sin gracia, en su humilde opinión). Echó una mirada sobre su hombro, acomodándose la capa que sostenía con un simple gancho a la altura de su clavícula, temerosa de que las sombras la traicionaran.

Volvió la vista al frente, a la enorme mesa de caoba donde había un mapa de Prythian, con todas las anotaciones que habían hecho los miembros del Círculo Íntimo del Señor de la Noche hasta ese entonces. Ciertamente, había algunos errores, si se guiaba por la información que sus hermanas manejaban y le hacían saber en las reuniones, pero no estaban tan mal como uno podría llegar a creer. Si no se equivocaba, tenían información que ellas habían obtenido alrededor de dos meses atrás. «Entendible, tienen a la mente brillante encerrada y sus esfuerzos están en mantener a la Corte a salvo sin poder salir de Velaris», se dijo, tentada de pasar la punta de sus dedos sobre aquel papel.

Miró de nuevo sobre su hombro, atenta al sonido amortiguado de voces y pasos que se acercaban. Sin perder la estabilidad de sus latidos, se apegó a un costado de la sala, justo para ver entrar al General Cassian y al Maestro Espía Azriel, ambos vestidos con sus armaduras de guerra illyrianas. Guardó silencio, escuchando todas y cada una de sus palabras, pero nada de lo que decían parecía ser algo que debiera preocuparle. Cuando entró Amren al salón, se ocultó lo más posible contra la esquina, rogando que ninguno hiciera uso de sus sentidos. En momentos como aquel era cuando más envidiaba a Feyre y su habilidad para irse de una habitación a otra por medio de las sombras, pero allí, en la Corte de la Noche, eso era como tirar una piedra al agua quieta con alguien como el Maestro Espía tan cerca.

—¿Noticias sobre el Señor?

—Aparte de que parece haber vuelto a salir por razones que no podemos conocer, no —dijo Cassian en un gruñido. Sus Sifones emitían un ligero destello.

—Mis subordinados no encuentran mucha información —añadió Azriel con su voz monótona—, algunos creen haber visto a alguien más vigilando a la Montaña.

Elain contuvo un escalofrío. Por un momento le pareció que una sombra entre las alas del Maestro Espía se volteaba en su dirección, aunque era difícil de saber a ciencia cierta.

—Peculiar, cuanto menos —dijo Amren, arrastrando las palabras, casi como si estuviera saboreando una respuesta mientras decía aquello. Elain empezó a moverse despacio, encogiéndose cuanto podía antes de escabullirse por la puerta, fuera del salón. No cerró la puerta ni se atrevió a caminar rápido hasta que estuvo en la entrada de la mansión, por donde se coló sin hacer ruido. Corrió por las calles de Velaris, aprovechando que era casi la hora de dormir para la mayoría de los habitantes, y se encerró en su casa. Anotó todo lo que había visto y fue hacia la chimenea, dispuesta a comunicarle todo a sus hermanas cuanto antes.

—Esto se supone que es... ¿beithe? —respondió tentativamente, viendo el palo que salía hacia abajo, perpendicularmente a la línea principal.

—Correcto —aplaudió Faye y Norrine dejó salir un suspiro de alivio mientras la elfa escribía el siguiente ejercicio. No era mucho, pero se sintió como una victoria, un avance. La miró, concentrada en los trazos, poniendo el mayor cuidado en la caligrafía porque, palabras de ella, "entre todos los sistemas de escritura, es casi imposible saber cuál estoy usando". Y lo había comprobado, a veces había algunas letras que eran más como flechas, otras eran semejantes a las que había visto en los carteles de la villa.

Observó a la elfa, fijándose en su cabello que caía cual cascada dorada por sus hombros. Piel tersa, apenas más oscura que la máscara que cubría su rostro. Había una tenue sonrisa en sus labios mientras hacía el siguiente ejercicio.

—¿Qué opinas de Lucien? —preguntó de repente, haciendo que Faye se detuviera y mirara a la nada antes de dirigirle una mirada precavida, preguntándole a qué se refería—. Pareciera que se llevan bien y todo eso, ya sabes.

Faye la miró fijamente antes de empezar a reírse como si hubiera contado el mejor de los chistes.

—Oh, por la Madre... No, no, jamás me interesaría Lucien de esa forma, me matan si intento siquiera coquetearle —dijo, negando con la cabeza y apenas pudiendo contener la risa. Norrine frunció el ceño, preguntándole si no era que ella había dicho que había conocido a su pareja, a lo que Faye apretó los labios, todavía con la risa tironeando de ellos, pero había una sombra nueva en sus ojos. Durante un momento le pareció que cambiaban de color—. Sé quién es, y no se parece a Lucien ni de lejos; créeme, mi pareja es mucho más interesante.

—Si sabes quién es, ¿por qué no estás con él? —Se arrepintió en el instante que terminó de pronunciar la pregunta. Ahora sí que la expresión de Faye cambió por completo, vacía de cualquier rastro de alegría, orgullo o lo que hubiera antes. La respuesta tardó un tiempo en llegar, dejando a los ojos de la elfa sumidos en lo que sea que pasara por su cabeza.

Norrine quiso pedir disculpas, pero Faye se limitó a baja la vista, trazando una línea en el papel antes de decir que era una situación complicada, y le pasó la hoja para que siguiera con el ejercicio. Esta vez, fue menos satisfactorio el poder reconocer la letra.

Un mes. Llevaba más de un mes en Prythian, las letras ya no eran imposibles de hacer ni imposibles de leer para Norrine, y poco a poco empezaba a comprender algunas cosas, aunque cualquier lectura le dejaba con la cabeza adolorida. Había llegado a un punto donde intentaba entender las palabras completas y no tanto las letras individualmente, lo cual era un gran avance según todos los demás.

Tamlin la había invitado a pasar las tardes con él en una de las tantas galerías que había en la Mansión, un sitio precioso donde la brisa corría entre las columnas cubiertas por enredaderas con flores de todos los colores y formas. Solían sentarse cerca de una fuente con una mujer desnuda de orejas puntiagudas que sostenía un jarrón sobre su cabeza del que manaba agua. Algunas aves se posaban en la parte más alta de las columnas, cantando.

—¿Lista?

—No, pero no me queda otra opción —replicó ella con un suspiro. Tamlin sonrió y empezó a dictarle. Trazó la línea principal y luego las letras, dejando un espacio prudencial para que se pudieran distinguir la una de la otra, tal como siempre le repetían Faye y Lucien. Apenas prestaba atención a lo que decían las palabras, simplemente intentaba pasar las letras y sonidos, luego le dirían si se había confundido o no—. Entonces, sería "Belleza de tierras lejanas, una dama en una gruta fue hallada" —repitió y se ganó un asentimiento de cabeza—. Suena demasiado complicado como para las oraciones que sueles dictarme.

—Práctica es práctica, ahora, atenta. "Oculta entre pieles y maderas, control sobre las bestias genera". ¿De qué te ríes?

—¿Qué clase de oraciones son estas?

—No importa, que sigo dictando —gruñó él antes de aclararse la garganta. Norrine casi habría jurado que las mejillas de él estaban casi tan rojas como sentía a las propias—. "Ojos de canela, piel de cera, a los lobos congrega".

—En serio, son muy raras —insistió, conteniendo a duras penas la risa y evitando pensar demasiado en las palabras que escribía, aunque no estaba haciendo un buen trabajo si se guiaba por el calor en su cara. Tamlin resopló y terminó con la última oración: "Una reina, si así ella lo quisiera".

Todo se congeló durante ese momento, como si estuviera a punto de cerrar o abrir algo que no sabía si debía. Una sensación mucho más imponente que la que hubiera esperado sentir en comparación con la vez que la fue a buscar a su casa. «Puede ser algo normal, típico de los fae», pensó mientras dejaba la pluma sobre la tableta donde apoyaba el papel. Miró a Tamlin, quien la observaba atentamente con sus ojos verde esmeralda, había una emoción en ellos, como si hubiera hecho una pregunta importante. Sintió que su corazón daba un vuelco y millones de mariposas empezaban a revolotear en su interior.

—Yo... tengo que irme —murmuró antes de ponerse de pie y marcharse.

«¡Cobarde!», parecía querer gritar una parte de ella, a la vez que la otra decía que era lo correcto. Apenas se conocían, Tamlin había estado yendo y viniendo, patrullando las fronteras, ella había estado en la biblioteca estudiando y repasando los ejercicios que le dejaba Faye o Lucien. Sabía tanto de él como de Prythian, incluso menos aún. Pero eso era lo de menos, sintió que su pecho se oprimía más y más con cada paso que daba lejos de él, como si pudiera sentir la tristeza que guardaba el fae dentro de sí. Luchó contra las ganas de dar media vuelta e ir corriendo a su lado, calmar el dolor que parecía consumirlo.

Decidida a no seguir aquellos pensamientos, corrió hacia la biblioteca, dando un portazo al entrar, sintiendo su cara arder al mismo tiempo que parecía estar ahogándose. «Estoy metida en este lío por haber matado a un puto lobo», se lamentó mientras apoyaba la espalda contra la puerta detrás de ella, soltando un largo suspiro. En cuanto pudo volver a enfocar la mirada, fue hacia el escritorio, dejándose caer en la silla y casi tirando la hoja con lo que le había dictado Tamlin.

Eran demasiados cambios, tantas cosas que seguían apareciendo frente a sus ojos y apenas había pasado un mes. Presionó su cabeza contra la palma de sus manos, como si así pudiera ocultarse, convencerse de que era un sueño y en cualquier momento se despertaría en su anterior cama, dura como la piedra. Todo seguía frente a ella cuando dejó caer las manos. Rendida, acomodó las hojas que había llevado, sin animarse a leer las palabras hechas por su propio puño y letra, pero con la voz de Tamlin resonando en su cabeza si intentaba pronunciarlas.

Debió de pasar un buen rato mirando a la nada, pues cuando Faye llegó, chasqueó los dedos frente a sus ojos, preguntándole qué pasaba. Norrine negó con la cabeza, sin saber si debía o no contarle lo que había pasado. Se sentía... demasiado personal, algo que era entre Tamlin y ella. La elfa era una súbdita de él, y si él le pedía que dijera qué había dicho respecto a lo ocurrido, ¿se lo diría? ¿Podría hacerla jurar para que no dijera nada? Los pactos eran sagrados, ¿no? Quizás...

—Ey, estás con una mirada preocupante y Tamlin se lo veía decaído, ¿qué pasó?

—¿Prometes no decirle nada a Tamlin?

—¿Su seguridad está en juego? —Preguntó, con un tono y mirada helados, cautelosos como los de un lobo. Norrine negó con la cabeza y Faye pareció calmarse un poco ante ello, tomando asiento a su lado y diciendo que prometía por la Madre y el Caldero no decir nada a Tamlin. Le contó sobre la galería, cómo él había comenzado dictando algunas frases sin sentido y luego empezó a decir unas que eran bastante raras, terminando con la línea que no se atrevió a pronunciar. Su cara ardía, el corazón estaba al borde de salirse de sus costillas, sintiéndose más y más extraña a medida que iba contando lo que pasó. Faye la miraba con el mentón apoyado en la mano, los ojos abiertos, sin parpadear, atentos a cada movimiento que hiciera—. ¿Y qué le dijiste?

—Nada.

—¡La grandísima puta! —estalló Faye, haciendo que el escritorio temblara al son de todos los insultos que salían disparados de su boca. Aunque Norrine dudaba seriamente que se refiriera a ella, jamás había visto a alguien tan fuera de sí, como si algo más antiguo se hubiera apoderado de su cuerpo. En algún momento Faye pareció recobrar el control y respiró hondo, volviendo a la misma voz suave que solía tener—. ¿Por qué?

—Apenas lo conozco y... Soy una humana, Faye, Prythian no es mi verdadero hogar, por más que intente creer lo contrario —dijo y las lágrimas empezaron a caer por sus mejillas, sin que entendiera el verdadero motivo. No le molestaba estar allí o en el lado mortal, pero el pensar que aquel lado no era para ella, que en algún momento tendría que abandonarlo...—. Tengo miedo, me aterra. El suriel me aseguró que no puedo volver y que aquí podría llegar a estar a salvo, pero... pero no soy de aquí.

Faye la miró en silencio, largo y tendido, con una mirada indescifrable. Casi podía escuchar de nuevo todos los insultos que parecían estar acumulándose por detrás de su mirada fija y las manos temblorosas. De nuevo, la vio tomar una bocanada de aire antes de sentarse y apoyar una mano sobre la de ella.

—Norrine, ya te lo dije antes, Prythian no toma lo que no le pertenece, y tú eres libre de quedarte como de irte, pero debes saber que, en cuanto reclames tu sitio, no habrá vuelta atrás —dijo al final, todavía con esa tensión palpable al hablar. La miró fijo, ganándose una sonrisa tensa que intentaba ser tranquilizadora, añadiendo que no era necesario que lo decidiera en ese instante, que lo pensara. Por un momento le pareció que Faye esperaba que decidiera en aquel momento.

Todo el mundo era posible de tentar, de corromper. Los fae en general eran fáciles si sabías dónde estaban sus egos, cuál era el nudo que se debía apretar; los humanos eran tan ciegos a la verdad, a cualquier cosa que no fueran sus propios ombligos, que era hasta piadoso matarlos. Meras ratas que nunca debieron liberarse, esclavos que debieron ser siempre sus mascotas, como sabían que sería. Sus maestros ya se lo habían demostrado, lo había visto cuando su hermana cayó por aquella inmunda rata que no hizo más que creerse importante y cegarla con su mierda. Si los fae podían ser crueles, los humanos lo eran más, prueba de ello había sido su hermana Clythia y la infeliz rata de Julian que ahora estaba adornando su mano y cuello. Por eso todos tenían que seguir bajo su yugo, por eso tenían que seguir tratándolos como la escoria que eran.

Amarantha giró la cabeza hacia la espalda que reflejaba las luces de las antorchas, más musculosa que la de Tamlin, y con un par de alas que no hacían más que estorbarlo todo. Si había algo que odiaba particularmente de la anatomía illyriana, eran las alas de murciélago. Y sus ojos, de un color tan frío en comparación al cálido verde que tenía el único macho que realmente quería a su lado. Aquel que le había sido prometido cuando la Guerra estaba a punto de estallar.

Se levantó, dejando al macho recuperarse un poco de la acción antes de su siguiente encuentro, poniéndose una bata sencilla mientras se asomaba a un pequeño balcón. Prythian podía ser una excelente cuna para un nuevo imperio, el lugar idóneo para que los siervos vieran quiénes eran los amos y señores del mundo. En el Continente los apoyaban los aliados que sabían muy bien el valor de los fae y la grandeza que habían perdido, algunos incluso habían empezado a mandar los informes respecto a las nuevas adquisiciones del mundo mortal. Y ella sería, con mucho gusto, una de las cabezas de ese nuevo gobierno.

Respiró hondo, invocando a Rhysand en cuanto consideró que estaría con la mayor parte de las heridas sanadas. El Medio, el lugar más antiguo y poderoso del que sería el nuevo imperio, con sus tierras llenas de seres que no veían la hora de salir de nuevo, de restaurar su antigua gloria. Una brisa fría bailoteó por sus cabellos escarlatas, acarició su piel como una mano helada y la estremeció de pies a cabeza. Tiró de la correa que rodeaba el cuello del Señor de la Noche, su amante, su juguete preferido, su muñeco de paja, besando aquellos labios que podían llevarla a la cumbre de los sentidos físicos, pero nada más. Arañó, deleitándose en el ligero gemido que emitió el macho, sintiendo que un poco más de justicia caía sobre aquellas tierras malditas.

—Mi Reina —llamó una voz quebradiza, haciendo que Amarantha soltara un bufido mientras despachaba al illyriano con un gesto brusco, quien desapareció casi de inmediato. El attor la observaba con sus ojos diminutos de puerco, moviendo las blancas alas membranosas como único signo de su inquietud—. Ha pasado un tiempo y seguimos sin encontrar al Bogge —informó.

Amarantha apretó los dientes. Ciertamente no había sido su Tamlin, y dudaba que Rhysand tuviera la cantidad de magia, y las pelotas, como para enfrentarse a la mascota de los Dioses Viejos. Abrió y cerró los puños, como si con eso pudiera eliminar algo de tensión.

—¿Y de los dos fatuos inútiles que mandé después?

—Dicen que... —El attor pareció dudar mucho sus palabras—, no pueden acercarse nunca a la humana, siempre hay alguien con ella.

Amarantha gruñó, queriendo destrozar todo lo que había a su alrededor. La habitación empezó a temblar.

—¡Por la Madre y el Caldero que los creó! —chilló, haciendo que un nuevo espejo se quebrara y el attor se encogiera en el lugar—. ¡Ve tú mismo y elimínalos! Si son tan incapaces de hacer una tarea sencilla, ¡mátalos! Dalos como alimentos a los trasgos o sírvelos como raciones a nuestros invitados, que sepan lo que pasa cuando no hacen lo que se les ordena —sentenció, golpeando con un dedo amenazador al pecho del fae, haciendo énfasis en sus palabras. Quería que se grabara con total claridad sus palabras.

El attor asintió, más pálido de lo normal, y se marchó con una profunda reverencia, casi tropezándose con sus propios pies al salir. Amarantha se quedó en el lugar, mirando la puerta que se cerraba detrás de su, supuestamente, siervo más fiel. Con el pecho ardiendo, sintiendo que iba a estallar en cualquier momento, regresó al balcón, mirando al páramo bajo sus pies. «Calanmai, para entonces deberás estar muerta y desapareciendo en la rueca de la Tejedora», sentenció en sus adentros fijando sus ojos hacia el sur, hacia el Muro que se alzaba por detrás de la Primavera.

Pasó por encima de un tronco, sintiéndose el más grande de los idiotas. «¿Qué esperabas que te dijera, imbécil? ¿Que sí?», pensaba Tamlin avanzando casi saltando de tronco en tronco, decidido a patrullar las fronteras, a poner la mayor distancia entre él y la Mansión. Norrine todavía no quería estar en Prythian, y eso era algo que tenía que tener en cuenta, pero... «No hay pero que valga, Tamlin».

Apretó los dientes y saltó otro tronco, acelerando el paso, queriendo dejar el pensamiento atrás. Quizás se había vuelto a equivocar, como había pasado con Namra, Jesse, Zuzanna, Clina y Molly, todas se habían abierto un lugar en su corazón, apuñalándolo al final. No tenía idea cuánto era producto de la maldición o si era él mismo, quizás un poco de las dos. Ya tenía que saber cómo era todo aquello. Siempre le decían lo mismo cuando preguntaba, cuando quería dar el siguiente paso.

—¿Quién amaría a una bestia horrenda como tú, Tamlin?

—Solo me quieres para poder satisfacerte, ¡no te importa nada más! Bestia inmunda.

—Cretino, eso eres, un puto cretino. ¡Me das asco!

—No me conoces, así que no actúes como si fuera diferente, como si lo que hay entre tú y yo fuera especial.

—Un fae es un fae, ¡y yo no pienso estar ni un minuto más en esta tierra maldita!

Debería haber aprendido la lección antes, cuando las señales eran tan claras como la luna. Y, aun así, por cada hembra humana que encontraba con las condiciones para romper la maldición, un fae moría en vano. Andras había dicho que tenía fe en su sacrificio, si es que llegaba a ocurrir, y así se había quitado la máscara antes de emprender su viaje hacia el otro lado del Muro. Sentía que sus patas iban a ceder ante el nuevo peso en su pecho.

Norrine no había sido distinta a las anteriores, incluso había una especie de parecido entre todas ellas, aunque Tamlin no lo comprendía hasta que se encontraba con que habían desaparecido poco después de rechazarlo. Apretó los dientes. Buscó el odio, las ganas de desquitarse, en vano.

En cuanto llegó a la frontera, empezó a caminar a lo largo de la misma, encerrado en sus pensamientos. Del otro lado, la Corte del Otoño se extendía como un manto rojizo, dorado y marrón. Olfateó el aire, centrándose en cualquier olor extraño que no perteneciera a aquellos lares. Incluso así, no podía quitarse la mirada asustada de Norrine de la cabeza. No reprimió el aullido de dolor que nació de su pecho.

Feyre se dejó caer pesadamente en la silla frente a Nesta. Masajeaba sus sienes e intentaba por todos los medios no soltar cuantos insultos se le ocurrían en esos momentos. Sentía que la sangre le hervía en las venas, que en cualquier instante vería a las sombras salir disparadas como agujas en todas las direcciones.

—¿Qué pasó?

Y cualquier intento de control se fue por la borda con esa pregunta.

—¡Estuvimos así...! —hizo un gesto con los dedos, casi dejando que el índice y el pulgar se tocaran—. Casi nos libramos de Amarantha. ¡Put...! ¡Por la Madre y lo bello que existe, casi pude sentir la libertad de ir y cortarle la garganta a esa puta cualquiera!

—No puedes pelear contra ella —señaló Nesta, con su voz eternamente helada, volviendo a centrar sus ojos en los textos que estaba traduciendo—. Recuerda, tiene el poder de seis Señores, casi siete, tú no tienes ni siquiera a Rhysand. O a Tamlin, en el mejor de los casos.

Feyre emitió un sonido que sonaba más bestial de lo que se creía capaz. Para peor, sabía que Nesta tenía razón: ir contra Amarantha era lo mismo que tirarse por un precipicio con las alas atadas. Eso no impedía el querer lanzarse, todo con tal de al menos pensar que lo había intentado, que había aliviado parte del dolor que amenazaba con comerla viva. Tampoco podía esperar mucha empatía por parte de sus hermanas, no cuando sus parejas estaban lejos de las garras de aquella porquería hyberiana.

Abrió y cerró los dedos, intentando recordar los ejercicios para tranquilizarse, pero parecía estar queriendo luchar contra un río embravecido usando una ramita.

—Sabes muy bien que los sentimientos no pueden ser forzados sin consecuencias, Feyre —dijo Gwyneth, apareciendo por detrás de una estantería, con una sonrisa dulce y una disculpa en sus ojos turquesa—. Amarantha casi te descubre antes, así como casi logras que maten a Tamlin.

La vergüenza y culpa atacaron como dos serpientes, estrangulándola hasta que las lágrimas estuvieron a punto de salir. Cincuenta años y parecía no aprender de sus errores. Pasó una mano por su cara, convenciéndose de que tendría que hacer un trabajo extra con Norrine, porque debía hacerlo. O no iba a poder soñar con un futuro alegre.


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