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Las aves salen del nido

Tarquin los recibió con un montón de soldados de Hybern atados por las manos y los pies, la mayoría de ellos mirando al suelo, moviendo los labios, otros tantos estaban con la vista y la frente en alto, como si no hubieran hecho nada malo. Feyre vio que le susurraba algo a uno de sus propios soldados y este avanzaba entre las filas hasta tomar a tres soldados al azar, arrastrándolos con la ayuda de unos cinco soldados.

Contempló en silencio cómo se los llevaban antes de que la mano de Tarquin se cerrara repentinamente en un puño y todos los soldados que quedaban empezaron a retorcerse como si estuvieran intentando nadar hacia la superficie. Apartó la mirada, apretando con más fuerza su hombro contra Rhysand, quien todavía estaba intentando recuperar la respiración. Esperaron un rato hasta que todos los soldados enemigos cayeron al suelo, recién entonces ganando la atención del Señor del Verano.

—Señor de la Noche —saludó con una inclinación de cabeza, lanzando una mirada curiosa hacia ella.

—Y Señora —logró decir Rhysand, haciendo que los ojos de Tarquin se ampliarán ligeramente antes de verla como si fuera la primera vez. Feyre hizo un gesto con la cabeza—. Esperamos no haber humillado a su gente, han luchado de forma admirable —añadió, intentando pararse recto por un instante.

—Agradezco el cumplido, pero debo admitir que sus tropas han hecho posible que no perdiera a todos mis soldados —dijo, mirando hacia donde empezaban a formarse tiendas de primeros auxilios—. ¿Qué desea la Corte de la Noche a cambio de la ayuda que me han prestado hoy?

—Nada más que buscar unión contra un enemigo común —intervino Feyre, mirando de reojo a Rhysand antes de seguir—. Si bien nuestras tierras están lejos de Hybern, no por ello deseamos que el resto de Prythian sea conquistada.

Tarquin los observó un momento de hito en hito, como si estuviera intentando de leer algo más allá de lo que estaban diciendo. Una vez más, sus ojos recorrieron el campo antes de asentir con la cabeza y ofrecerles un sitio donde descansar antes de que partieran de regreso.

Ambos agradecieron el gesto y Rhysand le dijo a Cassian que reuniera a los que quedaban para que descansaran y se atendieran las heridas lo mejor posible. En cuanto recibieron un asentimiento de su parte, siguieron, con los pies de él casi arrastrándose por el suelo, al anfitrión hasta un cuarto de invitados. Rhysand le dio las gracias y Feyre lo llevó hasta la enorme cama, donde él se desplomó y se quedó dormido en poco tiempo.

—Lamento la indiscreción e incomodidad que pueda causar, pero, ¿no es usted una de las hijas del Príncipe Mercader? —Feyre volvió la cabeza de inmediato, sintiéndose como si fuera una niña atrapada en medio de una travesura. Asintió, mirando con cautela al Señor del Verano, quien simplemente asintió con la cabeza, un gesto que era más para sí que otra cosa—. He oído poco de usted y sus hermanas desde que empezó lo de Amarantha —confesó, mirando a Rhysand. Feyre estaba lista para cubrirlo con su cuerpo si era necesario—. Los últimos rumores que me llegaron era que se habían desvanecido en el aire.

Feyre se rio ante el comentario.

—El negocio de nuestro padre no era el camino que teníamos para seguir —dijo al final, sentándose en la cama y tratando de mantener una postura relajada—. Hay otras cosas que nos permiten llegar a donde debemos y queremos estar —añadió, sintiendo que volvía a entrar en esa faceta que ya creía olvidada. Casi podía notar el hábito de ver cada gesto, cada reacción y no reacción, el cambio en la respiración, en los ojos y en la magia, lo que sea que le dijera cuáles eran las palabras correctas para que el sujeto frente a ella hiciera lo que ella quería que hiciera.

Tarquin asintió con su cabeza una vez más antes de murmurar una felicitación por la unión y se marchó, cerrando la puerta detrás de sí. Recién entonces Feyre se dejó soltar un suspiro de alivio, volviendo a ver a Rhysand, acariciando su cabello que apenas era dos dedos de largo. Lo escuchó suspirar y luego se acomodó mejor, dejando que las alas cayeran a sus costados, ocupando casi toda la cama. Una risa divertida bailoteó por los labios de ella antes de mirar hacia la ventana, donde el sol seguía ascendiendo en el cielo.

—La reunión debería ser mañana —dijo Amren, mirando a Feyre por medio de las llamas de la chimenea de su sala de estar. La Señora de la Noche asintió, añadiendo que ella se quedaría con Rhysand hasta que estuviera mejor y luego tendría que irse a atender unos asuntos de los cuales el Señor ya conocía los detalles. Un asentimiento fue todo lo que obtuvo como respuesta antes de desaparecer con una pequeña columna de humo que subió por la chimenea recién limpiada.

Sus ojos se dirigieron a las mitades del Libro de los Alientos, luego a la hoja que ella había empezado a anotar, especialmente luego del mensaje que le había enviado el Tallador, y por último miró hacia afuera, donde la ciudad de Velaris seguía su curso. El ataque a Adriata había hecho que su pseudo corazón se encogiera, una pregunta carcomiéndola por dentro por más que sabía que no podría obtener respuestas sin que aparecieran varias preguntas más; preguntas que no estaba con ánimos de responder.

Mordisqueó su labio inferior sin darse cuenta, saliendo de su hogar para ir a donde vivía Morrigan. Los asuntos que la ataban a ese mundo podían, no, debían esperar.

Nesta no creía que pudiera ponerse nerviosa, pero Feyre se suponía que iba a anunciarles esa mañana la fecha en la que se reunían los señores de Prythian, le diría exactamente qué temas tenía que resolver para confirmar a los dos posibles aliados y terminar de decidir si debían o no ir a por la opción de buscar a Styrga. Elain le había avisado que tenía que ir a buscar a Koschei para hacer un trato. No le gustaba ni un pelo todo aquello.

Soltó un gruñido y la silla donde estaba sentada empezó a congelarse.

—¿Quieres que salgamos a practicar de nuevo? —ofreció Gwyneth cuando regresó con unos cuantos libros para su investigación personal. Nesta no tenía idea, todo lo que había recibido como respuesta era que tenía un asunto que averiguar y quería estar segura antes de compartirlo. Consideró la idea por un momento; no le apetecía del todo, pero no iba a negar que era una excelente forma de mantenerla ocupada en cualquier cosa menos en los asuntos que estaban por fuera de su alcance.

«Koschei, Feyre, Elain...», era todo lo que pasaba por su cabeza en ese momento. Asintió.

Volvieron al punto de encuentro después de buscar a Emerie, diciéndole que iría a practicar. Ella respondió que iba a seguir haciendo unos ajustes en su nuevo prototipo, todo eso en medio de martillazos y jadeos. Tomaron el que habían estado usando hasta entonces, y lo colocaron con toda la delicadeza que podían. Se sentía pesado, tanto que había empezado a desarrollar cierto malestar en los abdominales y en la espalda, como si el mantenerse erguida ahora fuera algo casi imposible de lograr. Sentía que su espalda se arqueaba hacia atrás, que sus hombros no terminaban de estar bien puestos y definitivamente iba a empezar a dormir panza abajo en cualquier momento.

Repetía los ejercicios, imaginando que tenía carne uniendo los muñones de metal y aquella extraña protuberancia en su espalda que parecía estar creciendo cada día más, pese a que Gwyneth le dijera lo contrario. Podía imaginar a las alas moviéndose cada vez con mayor facilidad, enviar aquellos impulsos mágicos para que respondieran a sus órdenes, que hicieran lo que ella quería. Seguía sin sentirse tan confiada como para saltar de la misma forma en que lo hacía Feyre, trazando una curva en el aire y desplegando las alas para salir disparada hacia arriba o frenando la caída antes de que el daño fuera mayor.

—Por lo menos no tienes que preocuparte por lo enloquecedor que puede ser tener las alas —le dijo la última vez, cuando apenas había logrado coordinar para lograr una extención y mantenerla por cinco segundos. Cuando le interrogó, arqueando una ceja e incapaz de hablar del cansancio, ella le añadió que eran como tener unas segundas orejas. Por supuesto, también sabía qué cosas más podía pasar si llegaba a tocar las membranas, su madre le había dado unos cuantos golpes en la mano cuando lo intentó y luego Feyre le confesó, en susurros y lejos de los demás, lo que le pasaba.

Apartó el recuerdo de su cabeza, concentrándose en lo que tenía que hacer, en el momento presente. «Arriba y abajo». Como si fueran manos que embolsaran el aire, le había dicho Feyre. Bueno, parecía más palos golpeando el agua a manos o algo remotamente parecido. Para el atardecer, momento en el que distinguió la silueta de Feyre a su lado, con ojeras y arrastrando los pies, así como la armadura, que claramente no era la de las Valquirias, a medio sacar.

—Atacaron a Adriata. La Corte de la Noche fue en ayuda y apoyo —informó, desplomándose junto a Gwyneth, dejando caer sus alas a los costados, como si el simple hecho de mantenerlas pegadas a la espalda fuera agobiante en ese momento. Una mirada larga bastó para que le contara que había estado cuidando de Rhysand hasta que tuviera la suficiente cantidad de magia como para volver a la Corte sin problemas—. Morrigan pactó la reunión para la semana que viene, en la casa de papá.

—Elain está yendo al Continente —comentó mientras se quitaba las alas, casi emitiendo un suspiro de alivio al dejar de sentir las cintas que le raspaban la piel y el metal que ya le estaba haciendo doler los huesos. Feyre la miró por un momento, como si necesitara procesar las palabras antes de seguir adelante.

—Habrá que buscar una nueva representación para la División Terrestre —dijo, más como una forma de recordárselo a sí misma que probablemente para hacerle saber a Nesta. De todas formas, era cierto, pero ese problema lo resolverían luego, en presencia de Crole.

Ni bien terminó de quitarse todo el armatoste, lo plegó y emprendieron el regreso al Cuartel. Dejó las alas en el taller de Emerie y fueron las dos, dejando a Gwyneth en la biblioteca, hacia el despacho de Crole. Feyre no tardó mucho tiempo en contarle lo ocurrido en Adriata, haciendo que la cara de la General se pusiera pálida a medida que iba describiendo a las criaturas.

—Desconozco si la magia de los Señores de las otras Cortes puede hacerle daño, pero las runas que utilicé, las de refuerzo, filo y resistencia, permiten que el daño sea considerable —decía, espalda recta, ojos fijos en el frente. Nesta retorcía los dedos de los pies dentro de las botas—. Son criaturas que podrían con un ejército sin problema, ha sido un milagro que lográramos hacerlas retroceder, pero me temo que volverán.

—Y estarán con más ganas de matar —murmuró Crole, dejándose caer contra la silla, su rostro con cicatrices lleno de preocupación. Quedaron en silencio por un momento, como si tuvieran que rumiar la información.

—¿Serán creaciones del Caldero?

—Podríamos investigarlo con el grupo de Sacerdotisas, así como encontrar una mejor explicación a todo el asunto —asintió la General, sus ojos todavía desenfocados y mirando en dirección al mapa que habían estado usando no mucho tiempo atrás—. Y sobre la reunión... Algo se nos ocurrirá cuando llegue el momento. Enfoquemos las energías en el enemigo, en contar con información para que los Señores nos acepten como una fuerza aliada a tener en cuenta —sentenció, sus ojos volviendo a fijarse en ellas, esta vez, viendo sus reacciones.

Ambas asintieron y se marcharon ante el gesto de Crole, caminando hacia la biblioteca.

Llegar a la casa del Príncipe Mercante era como entrar en un laberinto. Rumores de invitados no deseados decían que había aprendido a copiar los secretos de Cretea, aquella sociedad que había desaparecido de la noche a la mañana, según decían algunos viajeros que pasaban por el lugar con suficiente regularidad. Al Príncipe podían encontrarlo pocos, porque si algo le habían enseñado los siglos, era que el valor lo ponía el mercado, y su presencia bien podía ser un servicio o un bien que ponerle precio. No de monedas, pero sí de relevancia.

El Medio era imposible de acceder. Los chismosos envidiosos aseguraban que la casa había sido una antigua mansión de la Corte del Atardecer que el Príncipe había robado injustamente, amparado ante la inmunidad que tenía por ser un mercante reconocido. Por el otro lado, las lenguas supersticiosas decían que la mansión había sido construida gracias a la ayuda de seres del Medio, con los que había hecho un pacto para poder tener una casa segura en ese lugar. ¿Por qué? Porque con la corona viene la envidia, cosa venenosa que muchos sentían.

Como siempre, las cosas podían ser tan ciertas como que el cielo era violeta, o tan falsas como que en Prythian habían siete Cortes. Pero alto aceptaban todos: si Barnard, el Príncipe Mercante, no quería verte, no lo verías en su hogar. Mucho menos poner un pie en su territorio.

Por fortuna, no era el caso de los Siete Señores de Prythian, quienes llegaron a los terrenos de los jardines con relativa facilidad.

La sirvienta de piel de porcelana los guiaba a todos en silencio hacia el salón que habían preparado para la ocasión. Conscientes de que se debía mantener a las Siete Cortes en armonía, todo el salón tenía un poco de cada una, mezcladas de una manera que parecía armonía caótica, una contradicción agradable a los ojos, en cierta forma. Barnard los esperaba en su mesa aparte, en la cabecera del anfitrión, sonriendo con cortesía y haciendo las reverencias pertinentes mientras señalaba los asientos que habían apartado para cada corte, dejando que los Señores se deleitaran con los vinos más exquisitos de su bodega, unos pequeños bocadillos que había preparado para esperar a que todos estuvieran acomodados, y recién cuando tuvo a los Siete en la mesa, hizo lo propio.

—Bien, ¿cuál es el asunto tan urgente que tratar? —soltó Beron, cuyo hijo mayor, Eris, acompañaba. Sus ojos lanzaban fuego molesto hacia el Señor de la Noche y sus acompañantes, unos cuatro en total.

—Vaya, vaya, un poco impacientes, ¿no, Beron? —empezó Rhysand, removiendo delicadamente la copa entre sus dedos antes de darle un último sorbo con delicadeza—. Ya dije que tengo la seguridad de que estamos a punto de recibir un ataque de Hybern contra Prythian en cualquier momento. Hay que actuar.

Los murmullos se hicieron eco en el lugar. Bernard guardaba silencio, sus ojos estudiando a cada uno de los presentes, acompañantes incluidos. Sus sirvientas iban y venían del salón retirando las bandejas y retirando las copas antes de que varios empezaran a emborracharse antes de tiempo.

—Bueno, ciertamente la Corte de la Noche es la que suele tener mejores recursos para las guerras —masculló el Señor del Otoño.

—Las Cortes Celestes tenemos la misma fuerza militar que las Cortes Estacionales —terció el Señor Helion, haciendo un gesto con la mano para quitar presión—. Pero sí es cierto que la Corte de la Noche parece ser capaz de ir cinco pasos por delante de los demás.

El Príncipe Mercante sonrió por dentro. El precio se ponía en base a la demanda, y la oferta también, por lo que no iba a dar el paso de abrir la boca cuando la demanda seguía actuando por su cuenta, queriendo ver qué deseaban obtener.

—Eso no hace más que señalar que uno de los Señores más jóvenes está actuando como si pudiera ir por delante de sus mayores —gruñó. El Señor del Invierno, de la Primavera, del Verano y el de la Noche se miraron entre ellos, como si estuvieran preguntándose si iban a sacar el tema de la capacidad para gobernar en base a los siglos que tenían a cuestas. La Corte de la Noche había forjado a su líder en el campo de batalla, no solo en el ejército.

Barnard se reclinó contra el asiento, mirando en silencio a todos los presentes. Las Damas conversaban a un costado con su esposa, quien mantenía una sonrisa educada en el rostro y Andrew se mantenía aferrado a su falda, sosteniendo la figura que le había tallado Feyre. Una mirada silenciosa y discreta de su mujer le indicó que las cosas estaban parecidas en aquel frente: habían dudas respecto a la guerra.

Poco a poco, con cada ir y venir de las palabras, el tono de voz iba en aumento.

—Han atacado a mi Corte hace una semana, la Corte de la Noche fue la única que acudió en mi auxilio —terció Tarquin, casi soltando magia turquesa de sus dedos. Sus primos, Varian y Cresseida, estaban pálidos a cada lado de su Señor. Barnard hizo un gesto hacia la dríada, quien asintió con la cabeza e inmediatamente se marchó del salón, seguida en silencio por su compañera.

—Conveniente, ¿no creen? Ya que sabían que iban a atacar...

—No sabíamos —cortó Rhysand, sus ojos tenían un brillo peligroso, así como los dos illyrianos detrás de él, quienes mantenían las espaldas peculiarmente rígidas. Las dos hembras miraban con igual desagrado al Señor del Otoño.

—Si me permiten, sus altezas —empezó Barnard, acomodándose sin prisa en su lugar, haciendo que todas las cabezas regresaran hacia él—. Estamos en pie de guerra, y, como bien saben, los buenos negocios no prosperan en una tierra dividida. Si el Señor Rhysand Rionnang es tan amable como para pedir que todos estemos informados sobre la presencia de Hybern, es por el bien mayor —tomó un último sorbo de su copa con agua—. Me gustaría recalcar que esta guerra puede convertirse en la nueva Guerra Negra.

—Exagera, no tiene ni siquiera idea de lo que está diciendo —gruñó Beron. El Príncipe se limitó a sonreír de medio lado, sin mostrar ni siquiera un ápice de lo que pasaba por su mente, guardando las cartas bajo la manga. Inclinó la cabeza, como si así pudiera ver mejor lo que pasaba por la cabeza del Alto Fae.

—Señor Beron, con todo el respeto, sepa usted comprender que mi reputación no viene porque me he encerrado en una de las zonas más peligrosas de Prythian —dijo, notando que la dríada le hacía un gesto desde la puerta—. Y, si pueden disculparme los malos modales, Señores, me gustaría mostrarles una oferta que armaron mis amadas hijas.

Las puertas se abrieron, haciendo que todos los presentes volvieran hacia allí. La Valquiria estaba vestida con un uniforme de cuero, una capa blanca de plumas la seguía como un susurro, su cabeza al descubierto y el pelo firmemente atado en una trenza que caía por su costado. Detrás de ellas, como dos cuervos, estaban sus dos hijas. Nesta iba con la armadura casi completa, plateada y con la espada al cinto, un pico de pájaro era el motivo de su casco, haciendo que sus ojos se vieran más fríos de lo usual. Irradiaba tanta claridad junto con Crole, que Feyre parecía absorber todo, sus alas plegadas y vestida con la armadura, dos espadas cortas en el cinto, su casco parecía más la cabeza de un lobo, ocultando sus ojos con los colmillos que había enfrente, una máscara tapaba su boca.

Las sirvientas trajeron una silla extra para la Valquiria, quien se sentó, haciendo que sus dos hijas, como las Capitanas que eran, se acomodaran con los brazos por detrás de la espalda, piernas ligeramente abiertas, ganando cuanto espacio pudieran. Una chispa de orgullo paternal podía verse en los rasgos de Barnard.

—Parece que llegamos a tiempo —empezó Crole luego de hacer un gesto cortés hacia los presentes.

—¿Qué es esto? —exclamó Beron. De los presentes, sólo Rhysand no parecía estar afectado, casi parecía estar disfrutando.

—Una oferta —respondió la General sin mucha dificultad, enfrentándose a cada uno de los presentes—. Las Valquirias hemos estado...

—Las Valquirias han caído durante la Guerra Negra —dijo Helion, mirando con los ojos entrecerrados hacia ellas. Una mirada de Crole habría hecho retroceder a varios, más considerando que las alas de Feyre se estiraron a los costados a la vez que los ojos de Nesta emitían un brillo helado.

—Sí, mis hermanas han caído por el bien de Prythian —masculló, retando a que los demás dijeran algo más al respecto. Cuando no fue así, retomó el punto—. Las Nuevas Valquirias, mis hijas, si prefieren (aunque las distinciones son inútiles), han estado trabajando por el mismo objetivo desde hace siglos ya. —Un gesto de su cabeza hacia Feyre—. Una de las Capitanas ha estado arriesgando incluso su orgullo para sacar a las pestes como Amarantha de aquí.

Los dedos de Barnard se pusieron blancos por una fracción de segundo, instante que llamó la atención de su hija, quien le hizo saber con un gesto que hablarían luego. Por supuesto, luego sería sin falta.

—¿Lo hizo? ¿Y dónde estaba, si puede saberse? —se mofó Beron. Tamlin se removió en su asiento, haciendo que el Señor del Invierno lo mirara curioso, al igual que el del Verano y el del Día. El Señor del Amanecer mantenía una expresión completamente vacía, como si nada de lo que ocurría fuera realmente de su interés.

—La Capitana se encontraba junto con la humana —respondió, sin alterarse en lo más mínimo. Barnard no necesitaba ver el rostro oculto de su hija para saber que había un brillo divertido, o que sus labios tenían esa sonrisa que ponía cada vez que se salía con la suya luego de una travesura—. Bajo disfraz, por supuesto.

—¡Imposible! Las alas illyrianas son imposibles de ocultar si no es con un hechizo potente, el cual solo unos pocos de los presentes puede lograr.

—Hay formas de conseguir magia que no conocemos, Beron —cortó Helion, sus ojos emitiendo un brillo amarillo peligroso—. Si hay alguien que gana a mis eruditos en saberes perdidos, son las Valquirias, ¿no es así?

—Las sacerdotisas del Sangravah, diría. Pero sí, la mayor parte de las Valquirias forman parte, en mayor o menor medida, de los servicios de inteligencia —concedió. La dríada le trajo un poco de vino, la única copa que iba a tomar. Crole le dio un sorbo, saboreando el gusto antes de dejar la copa a un lado, retirada de inmediato—. Hemos mantenido el asunto en secreto por razones obvias a nuestro parecer —añadió, enfrentando la mirada de todos los presentes.

Durante un momento nadie dijo nada.

—¿Y qué están dispuestas a ofrecer? Porque dijeron que tenían una oferta, ¿no? —preguntó Kallias, cuyo cabello blanco peleaba tanto contra su piel pálida, el uniforme de Nesta y la capa de Crole. Una sonrisa fugaz apareció en los rasgos de la General.

—La oferta es para la alianza contra Prythian. Tenemos información, recursos, simplemente queremos saber si podemos ser aliados con intereses en común —respondió, haciendo que los Señores intercambiaran una mirada en silencio—. Nosotras pensamos ir a la guerra, con o son sus ejércitos. Pero no pensamos ir si una de las Cortes aquí presentes deciden ir en contra de nuestro objetivo.

—¿Y qué harán en ese caso?

—No es nuestras acciones las que deben preocuparle, Señor Rhysand —dijo.

—Considerando que mi esposa está entre sus filas, sí me preocupan —replicó, haciendo que todos los ojos se dirigieran en su dirección. Barnard miró a sus hijas, a lo que Feyre se tensó, diciendo todo lo que tenía que saber.

—Estoy con el Señor Rhysand, muchas de sus soldados son hembras que están allí por sus familias y cónyuges —añadió, haciendo que la expresión vacía de la General mostrara cierta antipatía ante sus palabras.

—Las Valquirias tienen una regla de oro...

—Una que perdieron en la Guerra Negra —atacó Beron, haciendo que el único gesto de dolor de la General fueran sus dedos, los cuales temblaron ligeramente sobre la mesa—. No quedó ninguna Valquiria, aparte de usted. ¿Qué decían los rumores? ¿Que aquellas que no habían caído honorablemente en la batalla habían seguido a sus camaradas más tarde?

—Oh, la idea ciertamente ha pasado por la cabeza de varias —asintió, el tono helado y filoso como las espadas que estaban a un chasquido de estar en las manos de sus Capitanas—. Como verá, algunas decidimos que la vergüenza de seguir vivas era un insulto a nuestras hermanas. Muchas se volvieron a sus tierras, llevando una vida civil que ciertamente nada podía parecerse a la de la de un soldado. Y tienen su perfecta razón, así como las que ahora están dispuestas a defender a esas mismas familias y las que vendrán —dijo, sus ojos brillando y poniéndose de pie con cada palabra que iba diciendo, cada vez más y más filoso su tono.

A nadie de los presentes parecía gustarle aquello. Solo las dos Capitanas que la acompañaban mantenían una expresión vacía, sin alterarse ni un ápice por el aumento de la tensión que iba creciendo en la habitación.

—Hybern secuestró a mi Dama —empezó Tamlin, despacio, echando una mirada hacia la hembra cuya piel tenía como ramas que abrazaban sus rasgos, dándole un aspecto tan bonito como el bosque en el que estaba su Corte—. No encontramos al responsable por secuestrarla en un primer momento, pero la Corte de la Primavera peleará con gusto junto a las Valquirias.

No hubo ningún gesto, aparte del asentimiento de cabeza, que dijera qué pensaba la General al respecto.

—Como he dicho, mi esposa, y Señora —un silencio absoluto cayó en el salón, haciendo que varios ojos se abrieran como platos—, está en sus filas. La Corte de la Noche no tiene ningún reparo al luchar contra quienes han sido soldados que conocíamos de cerca.

«Por supuesto, las tácticas aéreas son especialidad de Illyria», recordó para sí el Príncipe, aunque su rostro estaba vacío.

—La Corte del Verano ha recibido ayuda de la Noche, nosotros iremos contra Hybern —dijo Tarquin, a lo que Rhysand hizo un gesto con la cabeza de reconocimiento. Pronto se sumó el del Día, el Invierno y el Atardecer. Todas las miradas cayeron sobre la Corte del Otoño, cuyo Señor mostraba una expresión tan malhumorada que Barnard podía ver casi con absoluta claridad el fuego que se negaba a ser domado por otros.

Antes de que pudieran decir algo, la puerta del salón se abrió de repente. Feyre se giró, ocultando con su ala a quien sea que hubiera entrado. Ni siquiera hubo sonido de cuchicheos, sino un ligero susurro de tela y metal que terminó en unos gestos hacia las otras dos, poniéndolas en alerta de inmediato.

—Las Valquirias esperarán su decisión, Señor del Otoño. No tarde mucho —le dijo antes de que las tres salieran por la puerta casi con el mismo silencio con el que llegaron.


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