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La sonrisa del Búho

Asarur se consideraba alguien educado pese a sus simples orígenes de familia mercante, y sabía de sobra que mirar a un pasajero era de mala educación, mucho peor si este era de los importantes, esos que podían hacer su tranquila existencia en una miseria con tan solo decir las palabras correctas. Todo eso lo sabía, sin embargo, allí estaba viendo a la sacerdotisa que viajaba con él, incapaz de apartar la mirada, seguro de que estaba babeando pese a que se obligaba a mantener la boca cerrada. Iba vestida con ropas de un azul pálido que cubrían gran parte de su cuerpo, pero era fácil adivinar una silueta preciosa por debajo de todo aquello. Como muchas veces, lamentó las condiciones de su nacimiento, desde su raza hasta la clase social, porque esa sacerdotisa que estaba haciéndole perder la cabeza era de alta alcurnia, un Alto Fae si no le engañaban las proporciones más grandes que la mayoría de los que eran como él. Incluso le parecía que había un ligero bulto en la capucha que correspondía a sus largas orejas.

—¿Todo en orden, señor?

Asarur tuvo que recordar cómo debía respirar y hablar, parpadeando tanto como podía para volver a concentrarse en el camino que había frente a sí. Sabía que sus mejillas estaban rojas, que las pecas de sus mejillas se notaban en exceso y que estaba siendo más consciente que nunca de su cuerpo ligeramente rechoncho.

—Sí, su Santidad, lamento haberle incordiado —logró decir, sintiendo que su cuerpo entero se tensaba y el corazón empezaba a latir con fuerza, intentó limpiarse las manos sudorosas con disimulo. Se concentró en los árboles blancos que habían reemplazado a las colinas de nieve cercanas al puerto de la Corte del Invierno. El eterno manto blanco de la Corte pronto daría paso a las hojas caducas de la Corte del Otoño, donde su contacto lo estaría esperando para recoger a la sacerdotisa y continuar hacia donde sea que tuviera que ir. Realmente no debía estar siquiera mirándola de reojo, pero era casi imposible no querer hacerlo, era preciosa, como todos los de su raza y estatus.

—¿Qué puedes contarme sobre los eventos del último mes?

Tenía una voz suave, tentadora. Asarur tuvo que aclararse la garganta antes de poder responder, seguro de que iba a soltar un chillido si no lo hacía.

—No tengo muchos detalles, su Santidad, pero sé que estamos volviendo a nuestras vidas gracias a una humana. —Sentía que le empezaban a arder las orejas, aunque la Sacerdotisa no parecía estar muy interesada en él. Sin embargo, le pareció que la voz de la hembra se volvía tan fría como el aire que los envolvía, delgado como una capa de hielo a punto de resquebrajarse.

—Háblame de la humana.

El cansancio que invadía a Tamlin era demoledor, más ahora que Norrine parecía estar regresando a la normalidad... dentro de lo que se podía llamar normalidad. Su cuerpo se sentía agotado, como si todo lo que hiciera requiriera un doble esfuerzo. Tamlin suponía que debía ser un efecto secundario de toda la locura que habían sido los últimos cincuenta años, entre esos tantos efectos secundarios, uno de lo más peliagudos era tener a la illyriana frente a su escritorio.

Feyre lo miraba con los brazos y piernas cruzados, las alas ligeramente abiertas a los costados para poder estar cómoda en la silla, aunque también lograba hacerla ver más grande de lo que era. A pesar de la calidez de su sonrisa aparentemente amistosa, sus ojos mostraban la misma firmeza que había mostrado frente a Rhysand cuando apareció cuatro meses atrás. Intentó no dejar entrever la incomodidad que le invadía al estar tanto tiempo bajo ese par de ojos celestes que rozaban el plateado.

—Sabes muy bien que es por el bien de ella y otros, Tamlin —dijo, con una voz suave que le recordó al bastardo desgraciado con el que estaba en deuda, para su desgracia. Tampoco ayudaba que era probable que Feyre, por mucho que hubiera estado dando vueltas en su Corte, fuera o una espía o algo de Rhysand Rionnang.

—Eso no cambia lo que te dije antes.

—Tamlin, Norrine se siente una inútil porque prácticamente le salvé el culo en dos de las tres pruebas. —Su tono dejó por fuera cualquier oportunidad de ser amable, sus ojos con una mirada dura y mirándolo como si quisiera que la contradijera, que no sentía esa sensación de furia contenida que no era suya. A cualquier otro fae le habría dado una lección sobre faltarle el respeto, pero Feyre tenía su agradecimiento y Norrine se seguía apoyando en ella para poder agarrarle el paso a todos los cambios de su cuerpo. Cerró los ojos, viendo la sorpresa momentánea en sus facciones, cómo había corrido para detener a Amarantha cuando Feyre se retorcía por la falta de aire, el pánico en sus facciones cuando lo único que la había mantenido con vida era apartado de su lado. Así como también recordaba el verla en la falda de Rhysand, como él parecía querer jugar con ambas hembras en los bailes que organizaba Amarantha, el terror en sus ojos cuando se había metido en su cabeza—. Ella quiere, ¿vas a impedirle ser capaz de defenderse cuando tú no estés? ¿Cuando yo no esté?

—No es eso.

—¿Entonces? —Sus cejas se elevaron hasta casi la raíz de su cabello—. Porque ambos sabemos que está cagada hasta las patas, ha muerto y gracias a la Madre que era tu Unión, sino no me explico cómo es que sigue viva —soltó en un bufido. Tamlin se removió incómodo ante el recuerdo, bloqueando por completo la sensación helada que lo recorrió. Feyre dejó salir un suspiro, relajando un poco los hombros al hacerlo—. Déjame entrenarla. Tienes mi palabra de que haré todo lo posible para que ambos sean un frente imposible de penetrar.

—¿Y qué hay de la Corte de la Noche?

Feyre lo miró confundida, como si no comprendiera qué tenía que ver lo uno con lo otro. Era su gente, era alguien que seguramente velaba por dejar a su Señor bien parado, que haría todo lo posible por darle el mundo entero, ¿verdad? Por supuesto, Rhysand no necesitaba ninguna esposa que le diera fuerza, él solo era una amenaza muda para todo aquel que osara desafiarlo. ¿Quién iría contra el Alto Fae más fuerte en vida? Ni siquiera él se atrevía a meterse en aquella batalla si no tenía una mínima oportunidad de ganar.

—Mi Señor no tiene a una humana que está mutando a fae, tú sí.

Apoyó los codos sobre el escritorio, dejando salir un largo suspiro mientras presionaba su cabeza contra las palmas. Ni siquiera sabía por qué estaba haciendo tanto escándalo, qué era lo que lo detenía de decirle a Feyre que empezara cuanto antes a entrenar a Norrine. Levantó la vista, encontrando los ojos insondables de la illyriana, quien parecía saber muy bien que estaba poniendo excusas sin razón, así como entendía que no podía seguir adelante sin sacarle el consentimiento para seguir adelante. Se mordió los labios antes de darle lo que quería, haciendo que Feyre sonriera ampliamente y le dijera que iría a resolver unos asuntos, pero que empezaría a entrenar a Norrine a la mañana siguiente. Él la vio irse, pidiéndole que le dejara a él tener la conversación.

Feyre se giró para mirarlo, con la mano ya apoyada sobre el picaporte.

—No tienes nada que hablar con ella, pero si te deja tranquilo... —comentó, dejando que las palabras flotaran en el aire antes de que se marchara por la puerta, cerrándola con cuidado a sus espaldas.

No se movió por un buen rato, viendo en silencio el desplazamiento de la luz del sol que empezaba a ocultarse en el horizonte, arrancando brillos de las hojas y flores que habían tomado colores ligeramente más fríos, el único signo de que estaban en la época del invierno. Miró hacia arriba, a la pared que había sobre la puerta, con el escudo de su familia en el medio. No habían ni siquiera marcas, pero era capaz de ver con total claridad dos pares de alas que chorreaban hilos de sangre hasta el suelo, alas que habían ardido en una hoguera que hizo luego del funeral de su familia. Sacudió la cabeza, apartando por completo las imágenes, viendo a la pared vacía de cualquier mancha. saliendo de su despacho, decidido a encontrar a Norrine.

Ella estaba en los jardines, vestida del mismo color que las ericas tintas y con su cabello color roble cayendo por su espalda en un peinado sencillo. Marcas doradas y verdes habían reemplazado sus cicatrices, dándole un aire mucho más parecido al de una ninfa de lo que hubiera imaginado, quitándole el aliento al verla allí. Cuando levantó la vista de los arbustos que observaba, Tamlin sintió que había vuelto a la vida, mucho más afortunado de lo que jamás se había sentido en sus quinientos años. Esbozó una sonrisa a medida que se acercaba a ella, estrechándola en sus brazos, alegre de sentir su piel cálida y su aliento acariciando su piel.

—¿Cómo vas?

—Sigue siendo extraño poder ver y escuchar tanto —le dijo en un susurro—. Alis y los otros sirvientes ya está volviéndose normal de ver... así —añadió, ocultando la cabeza en su pecho, la punta de sus orejas ligeramente coloradas. Tamlin dejó un beso sobre sus cabellos, inhalando el aroma parecido a las dalias, las rosas y al sauco. No entendía cómo, pero parecía que Norrine cambiaba su esencia cada cierto tiempo, como si el aire mismo decidiera cuál era su esencia según la ocasión.

—Feyre me dijo que quieres practicar el uso de tus poderes —murmuró al final, apretando un poco el agarre de sus brazos. Norrine se apartó, mirándolo con los ojos abiertos de par en par, con una chispa de emoción que no había visto en todo el tiempo que la conocía, incluso la ilusión que había allí, casi tan fuerte como su propio deseo de protegerla, era algo nuevo. Las dudas seguían, pero no iba a permitir que sus propios demonios empañasen aquella mirada tan llena de esperanza. Acomodó un mechón de cabello detrás de su oreja antes de añadir en voz baja, temeroso de romper la burbuja en la que estaban—. Empiezas mañana.

La sonrisa de Norrine, radiante como el sol que ya estaba terminando de ocultarse, dejando que la noche dominara el cielo, fue todo lo que vio antes de que ella lo rodeara en un abrazo y lo besara como si no hubiera un mañana.

No habían muchas cosas que sacase de quicio a alguien como Elain, pero esas pocas ocasiones donde alguien lograba que los nervios se le crisparan, que las manos estuvieran a punto de convertirse en garras, definitivamente, no eran buenas para quien fuera la víctima de su enfado. Curiosamente, la mayoría de las veces que había pasado, solía involucrar a una de sus dos hermanas, siendo Fey-fey quien tenía el récord de hacer que la escasa necesidad de violencia de Elain saliera a la luz.

Había una sonrisa amable en sus labios, tierna incluso, mientras terminaba de acomodar los libros que le habían dado las otras sirvientas de la Casa del Viento. Si bien no era extraño verla así, podía notar que varios se la quedaban viendo, y eso no hacía más que aumentar la risa que contenía por dentro, una que rozaba la locura al recordar las palabras de Nesta y Gwyneth cuando habían hablado.

—Casi se muere —había dicho Nesta.

—Madre bendita, ay, tiemblo ante lo que fue el momento, parecía... —Gwyneth sacudió la cabeza, abrazándose a sí misma.

—Déjale en claro tu punto, Elain. Lo va a necesitar.

Oh, le dejaría muy en claro su punto; estaba en la cima de sus prioridades cuando tuviera la oportunidad para verla en persona. Sabía que su punto fuerte no eran las palabras, las cuales eran el dominio de la implacable Nesta, tampoco la ternura de Andrew que apaciguaba lo que sea que estuviera ardiendo entre ellas, pero tenía sus métodos para hacerle saber a Fey-fey que se había equivocado. No, que la había sacado de ese espacio donde todavía podía ser razonable. Poco a poco, con el paso de las semanas, había ido juntando trozos de conversaciones, un par de susurros que justo se habían acallado cuando la veían entrar con una bandeja de té, una llamada casual a su hermanita y...

—Creo que es todo por hoy —dijo de golpe al acomodar un gran tomo de espina algo dañada por el uso sobre un idioma que no conocía, pese a sus siglos estudiando gran parte de estos. Se despidió de las dos hembras que solían estar sobre ella, cortesía del Maestro Espía, hizo una reverencia cortés sin dejar de mantener la sonrisa. No hacía falta ser muy inteligente para notar los hombros tensos, las miradas precavidas y los ceños fruncidos cuando entraba a una habitación, y no los culpaba, sabía que su propia magia estaba pendiendo de un hilo antes de que todo se saliera de control. Salió de la Casa con la mirada fija en el suelo, obligándose a no ver a nadie, abriendo y cerrando las manos que estaban listas para empezar a ver cómo debía mover sus manos para cortar los hilos.

Respiró hondo, dejando que el aire otoñal entrara por sus pulmones, enfriando un poco el calor que corría por sus venas. De a poco, a medida que iba bajando los miles de escalones que llevaban a la Casa del Viento, sus puños se relajaron y cuando llegó a la base, se obligó a alzar la mirada para intentar admirar a Velaris. La ciudad relucía con sus cristales que brotaban de la tierra como enormes troncos, permitiendo que incluso los habitantes de otras Cortes pudieran ver sus pasos, recordándoles que era la Ciudad de las Estrellas. «Ojalá pudiera ver el sol de nuevo», pensó con cierta melancolía mientras avanzaba bajo las eternas estrellas, esas que tanto le encantaban a sus hermanas, quienes podían pasar horas enteras tiradas en el suelo, uniendo aquellos puntos, inventando nuevas constelaciones.

Si bien la ciudad tenía caminos, así como en la Ciudad Tallada, claramente estaba pensada para los illyrianos y las furias nocturnas, aquellas razas que vivían allí, pese a que no faltaban los draws que decidían abandonar las profundidades o los elfos de otros elementos que se instalaban allí. Vio a varias hembras caminar a su lado, algunas acompañadas por sus estoicos acompañantes, otras en grupos con las alas plegadas contra la espalda, en un ángulo que Feyre solía encontrar incómodo. Elain contuvo un escalofrío al ver las membranas mutiladas, recordando la alegría de Feyre al volar y las veces que había sufrido heridas allí. Cerró los ojos, tomando un momento para serenarse, obligándose a no mirar descaradamente, a no ver el rostro de su hermana en aquellas hembras que no tenían nada que ver. Difícil, pero no imposible. Por mucho que estuviera en el lado más amable y bello de la Corte de la Noche, seguía teniendo la sensación de que las sombras se movían por su cuenta, que estaban vivas y seguían sus pasos. ¿Cómo era que sus hermanas no tenían escalofríos? ¿Lo notaban acaso? Elain lo desconocía.

Caminó por las calles, no demasiado rápido ni demasiado lento, tratando de admirar las artesanías y a las plantas nocturnas que florecían bajo la fría luz de los cristales. Eran bonitas, pero no solían salir de aquellos tonos fríos, tan pequeñas que era fácil ignorarlas, no como las de la Corte Primavera que la invitaban a acercarse y admirarlas.

La casa de su padre, incluso con las pocas plantas que había logrado mantener en aquel sitio siempre a oscuras, era lo suficientemente acogedor como para que pudiera imaginar que estaba en otro lado, en cualquier otra Corte o en el Medio. Inhaló hondo, como si así pudiera calentar sus pulmones, pero todo era frío, helado, incluso dentro de la casa. Cerró la puerta y fue hacia la sala de estar, caminando hacia la chimenea y encendiéndola con unos cuantos troncos. Estiró sus manos, regocijándose en el calor que poco a poco iba adentrándose en sus huesos, y sus ojos se perdieron en las lenguas que danzaban. Consideró el llamar a Feyre, pero no tenía nada que reportar o algo que le fuera de utilidad, por lo que desistió de la idea.

Estaba relajándose cuando escuchó pasos por detrás de ella. Giró de inmediato, encontrándose con su hermana que se recostaba contra el umbral de la puerta, su rostro ligeramente cansado, pero con una sonrisa tironeando de sus labios. Podía ver las marcas de sueño por debajo de sus ojos, pese a que la iluminación era poca.

—Elain, ¿tienes un minuto?

—Por supuesto, Fey-fey —dijo, empujando a lo más profundo de su ser las ganas de tomar a su hermana por los hombros y sacudirla para al menos tener la satisfacción de dejarle en claro cuánto riesgo innecesario había tomado. Algo inútil, considerando que en la próxima oportunidad haría algo tanto o más arriesgado. Decidida a que debían hablar con una taza de té para que el calor siguiera dentro de su cuerpo, fue a por la tetera y las hierbas que guardaban en la cocina. En cuanto la tuvo llena de agua, regresó a la sala, colocándola por encima del fuego que siseó peligrosamente cuando algunas gotas cayeron.

—¿Cómo van las cosas por allí?

Una mirada rápida le hizo levantar una comisura de su labio, haciendo que las alas de Fey-fey se tensaran ante el gesto.

—Oh, ya sabes, tu marido —Feyre soltó un gruñido ante la palabra y Elain tuvo que contenerse para no extender la sonrisa— anda bastante ocupado y pensando que eres una elfa. —No hubo ninguna reacción por parte de ella, su rostro se mantuvo serio y las alas se relajaron a la fuerza—. Me parece que quiere ir a buscarte, pero los problemas de la Corte son difíciles de poner en orden teniendo una ausencia tan larga como la de él.

—Mejor, todavía tengo que ayudar a Lucien con la Dama de la Primavera. —Elain dejó que hubiera un rubor en sus mejillas, distinguiendo cierta mirada pícara en los ojos de su hermana. Levantó la barbilla, mirándola fijamente, retándola a que jugara a un juego donde la que iba a salir perdiendo era ella. Parte de sí quería creer que esta vez estaba siguiendo bien su instinto, envidiando la capacidad de soñar que el resto de los habitantes de Prythian poseían. Ya había cometido el error con un sátiro, no lo volvería hacer.

—¿Habrá una boda?

—Me sorprendería que no —respondió, dándole una sonrisa que le recordaba tanto a la que daba el Señor de la Noche cuando empezaba a ver cómo las piezas iban a jugar a su favor. Lo había visto poco, pero solía tener el mismo gesto cuando salía el asunto de convencer a Feyre de "unirse" a su Corte.

—Y asumo que ya tienen una sacerdotisa.

—No, pero Tamlin me dijo que no me preocupara mucho por ello —dijo, tamborileando sobre el apoyabrazos de su asiento. Hubo un momento de silencio en el que le hubiera gustado decir que todo estaría bien, que no se preocupara, pero tras sus ojos apareció una luna cambiante que tomaba por el cuello a un lobo castaño que había sido sumergido en un río. Parpadeó y la visión fue reemplazada por la mirada curiosa de Feyre.

—Sigamos con lo que hemos estado haciendo.

Había cosas que se aprendían desde el primer momento en el que un fae llegaba al mundo, empezando por la existencia de la magia. Luego, el lugar de los humanos; estaban creados para servirles, hechos por la Madre como una forma de darles ayuda a todos sus hijos, incluso a los faes de menor categoría, esos que eran tan simples que seguían a los Altos Fae, la verdadera obra maestra de la Madre.

La Corte de la Primavera no se veía bien, las flores no tenían el brillo que debían, el aire no estaba con esa magia contenida que era característico de un Señor sano y en todas sus facultades. Poco más de un mes había pasado desde que todo "había vuelto a ser como antes", y ese era el estado en el que estaban la Corte que era limítrofe a los humanos. Ianthe podía sentir sus dientes apretados, las ganas de ir y exigirle todas las explicaciones que hicieran falta a Tamlin. ¿Cómo que se había dignado a salvar a una humana? ¡Una humana! De no creer. Su padre no lo habría permitido, la habría dejado muerta.

Bajó del carro con cuidado, acomodándose la sotana para cubrir parte de su cabello. Sus pasos eran calculados, contenía todo su poder para no alertar a Tamlin y Lucien antes de tiempo, obligándose a esbozar una sonrisa tan agradable como pudiera. Debía haber una explicación, seguramente tenía que haberla, una muy lógica y que se adecuara a los principios de la Madre. Tamlin era consciente de la necesidad de la pureza, de la fortaleza que debía mostrar, la responsabilidad de que su descendencia fuera de raza pura, y no una mezcla como lo era el caso de la Corte de la Noche, donde la sangre se había manchado. Por mucha Unión Divina, había cosas que debían quedar en claro: los Altos Faes eran una raza hecha para gobernar, eran el pináculo de los fae, la máxima expresión de la sabiduría de la Madre. El resto, eran súbditos o esclavos.

Entró, manteniendo los ojos fijos en la cabellera rubia que conocía de tantos años. Una que hubiera deseado tener bajo su control, pero había resultado ser más indomable con el paso de los años, demasiado tiempo entrenando para una guerra a la que no iría, con la cabeza en las nubes y haciéndose amigo de los Rionnag. Tamlin pareció alegrarse de verla, esbozando esa sonrisa que podría apartar cualquier pensamiento negativo de su cabeza, de no ser porque las cosas seguían siendo un desastre.

—Es bueno verte, Ianthe —saludó, inclinando la cabeza. Por un momento, se permitió imaginar que había hecho las cosas bien, que había actuado acorde a su posición y ella había recibido una carta para darle el título de Dama. Él se giró hacia un costado, haciendo que la ilusión se desvaneciera en el instante que sus ojos cayeron en la fuente de sus nuevos males. Allí estaba: una rata con marcas verdosas que desfiguraban a un rostro aniñado, ojos marrones que carecían de cualquier sabiduría y recordaban a los de un cervatillo frente a un lobo—. Ella es Norrine, mi pareja y prometida.

Ianthe tuvo que hacer un esfuerzo para no rodar los ojos ante la estupidez.

—Un gusto —dijo, manteniendo la sonrisa, pero negándose a hacer una reverencia. Ella no iba a ser la tonta que se rindiera ante una humana, por muy "pareja destinada" que esta fuera—. ¿No sabes vestir como hembra? —preguntó al notar los pantalones y camisa.

—Por supuesto que sabe, y deja como idiota a su Señor. —«¡Hereje!» quiso chillar, girándose hacia la derecha, donde había venido la voz, pero se quedó congelada y con las palabras olvidadas. Había otra hembra, vestida con un corsé y camisa, dos alas rojizas salían de su espalda, sus ojos eran tan pálidos que por un momento creyó que era ciega. Solo su entrenamiento durante años le permitió mantener la compostura.

—¿No estás un poco lejos de tus tierras, illyriana?

—Sin duda alguna —le respondió, separándose de la pared donde había estado reclinada, caminando como si el lugar le perteneciera—, pero necesito un poco de luz para poder mantener mi piel con este tono tan complicado de conseguir en Illyria —replicó, sonriendo de medio lado e inclinando la cabeza. También iba con pantalones, sus hombros estaban marcados por finas lenguas negras que intentaban simular a las vides y enredaderas que había por doquier en la Mansión. «Insolente», replicó por dentro, volviendo a formar una sonrisa agradable—. Aparte, su Señor me ha pedido que ayude a nuestra salvadora con su magia, ¿no es maravilloso?

Ciertamente no lo era, pero Ianthe sabía tan bien como cualquiera que a un bruto no se le podían explicar cosas de un ilustrado. Era una salvaje, incapaz de comprender cosas tan complejas y delicadas como la política y la necesidad de la pureza de sangre, la que estaba enseñando algo tan importante y sagrado como la magia, la Fuente misma de la Madre. Si tenía suerte, la mataría sin darse cuenta, no había forma de que un cuerpo humano soportara el mínimo control de algo tan esencial para la vida como aquello.

—Sí, lo es —dijo en su lugar, volviendo a mirar a Tamlin—. ¿Podemos hablar en privado?

El Señor asintió, haciendo un gesto con la cabeza que hizo que las otras dos hembras se marcharan. Las ignoró por completo, fijando los ojos en el macho frente a ella, quien miraba con ojos de borrego degollado a la humana que se marchaba luego de besarlo en los labios. Tuvo que recordarse que Tamlin era de su edad, que había estado cincuenta años con Amarantha presionándolo a humillarse, ya se le pasaría. Reprimió un gesto molesto antes de seguirlo al despacho, tomando asiento mientras él llenaba una copa con vino. Dejó que el aroma de las uvas añejadas se colara por su nariz antes de darle un pequeño sorbo, relajándose al dejar el recipiente sobre el escritorio de roble.

Se relamió los labios, conteniendo las ganas de gritarle.

—¿Estás seguro de tu decisión?

Tamlin pareció sorprendido por la pregunta, pidiéndole que fuera más clara.

—Es una humana —señaló, siendo que era el detalle más obvio, lo que le haría ver el problema.

—El término era se acerca más a la realidad —replicó el muy canalla, sentándose e invitándola a que hiciera lo mismo. Arqueó una ceja, esperando a que le aclarara mejor lo que quería decir con ello. El Señor de la Primavera pareció algo dudoso de lo que iba a decir a continuación, pero Ianthe no sabía si era en base a la humana en sí, a lo que estaba por confesarle u otra cosa—. Nuestra magia fluye, Ianthe, puedo notarla como si fuéramos uno solo. Aparte, ya la has visto, parece más un fae que un simple mortal.

Abrió la boca para decirle que estaba demasiado borracho para pensar con claridad, hasta que cayó en la cuenta de un detalle que había estado ignorando hasta entonces; pareció revelarse ante sus ojos en ese instante. Quizás estaba loca, o quizás estaba en lo cierto, pero Tamlin parecía estar enfermo, con una sombra bajo los ojos apenas podía ser percibida, incluso se veía menos brillante de lo que uno esperaría.

—Has perdido magia.

Una sonrisa algo amarga apareció en sus labios, haciendo que su propio pecho se hundiera ante aquel gesto.

—He dado lo que hacía falta para que ella siguiera conmigo —dijo él, sonriendo con una amargura que no hizo más que reforzar su punto. La humana era un parásito que drenaba la vida de su viejo amigo de la infancia.

—No estás concentrada —la reprendió la illyriana. Norrine soltó un bufido, en parte sorprendida y en parte molesta. Ahora escuchaba mejor, veía mejor, pero Feyre parecía estar incluso por encima de ella, captando detalles que no podían ser percibidos—. Mirarme con ganas de matarme no va a hacer que te concentres más rápido.

—Maldita sea, ¿qué clase de habilidad tienes?

—Años de entrenar faes que eran incluso peores que tú —dijo con un suspiro dramático antes de esbozar una sonrisa que dejaba a la vista unos dientes afilados. Norrine rodó los ojos antes de enfocar la vista en el suelo, incapaz de quitarse a la sacerdotisa de la cabeza. Apenas habían estado fuera unas horas, recién la conocía (y había puesto todo su empeño en verse lo más amable posible), pero ya sentía un deseo casi imposible de parar todo e ir a donde Tamlin y aferrarse como garrapata a su brazo o protegerlo—. Norrine...

—¡Es imposible! ¿Cómo quieres que me concentre teniendo... teniendo...? —dejó salir un quejido al no poder encontrar las palabras. Feyre la miraba con las piernas cruzadas y sin alterarse ni un poco—. ¿Cómo hacen para no andar destrozándose mutuamente?

—Depende, en mi caso, una buena pelea de puño limpio con mi hermana mayor suele bajarme los humos —respondió, encogiéndose de hombros y descruzando las piernas antes de ponerse de pie—. Algunas con hacer ejercicios de meditación alcanzan a controlarse, pero depende también del vínculo. Si me lo preguntas a mí, tú estás casi en la misma posición que yo, solo que... —la observó de pies a cabeza con cierto detenimiento—, con más cambios de los que probablemente sepamos.

—¿Qué quieres decir?

Feyre se tomó un momento para admirar los alrededores. La galería, donde había pasado gran parte de su tiempo practicando la escritura en su primera llegada, empezaba a mostrar más plantas, enredaderas con flores preciosas de colores variados. Más allá de ella, a través de las columnas, los jardines de rosas mostraban algunos pimpollos, los cuales iban a tardar un tiempo más en abrirse según le había comentado Tamlin. El sol calentaba, aunque ambas se encontraban con una sombra hecha por las plantas que habían crecido entre las columnas, formando una especie de techo.

—Tu cuerpo está cambiando, adaptándose para ser un fae. —Esa era la explicación más corta y aburrida que le habían dado, pero resumía todo sin entrar en tecnicismos que nadie era capaz de aclararle—. Empezando por la parte en la que nuestros períodos de fertilidad son más largos.

—Pero si me ha bajado hace un par de días —replicó, mirando con el ceño fruncido a la illyriana, quién se encogió de hombros una vez más.

—En general, viene dos veces al año, dura unos días, pero que nos hiervan en el Caldero si no nos ponemos insufribles las hembras un mes antes —rio entre dientes. Fue el turno de Norrine para verla con detenimiento, como si pudiera ver aquel brillo salvaje que le mostraba el reflejo cada tanto. Como si hubiera leído su pensamiento, Feyre continuó—. Terminé mi sangrado una semana antes de que llegaras a Prythian, por suerte, habría sido peor para ambas si me hubiera agarrado cuando estábamos Bajo la Montaña.

—¿Qué tanto peor?

Feyre se tomó un momento antes de responder, retorciendo un tallo entre sus dedos, anudándolo, estirándolo, moviéndolo como si de esa forma pudiera sacar todo de adentro. El recuerdo de la vez que los habían encontrado con Rhysand apareció en su memoria, haciendo que el color de su cuerpo desapareciera momentáneamente.

—Te podría haber matado por simplemente estar respirando en dirección a Rhysand —dijo al fin, haciendo que los ojos de Norrine se abrieran de par en par—. Bien podría haberlo bajado el riesgo si hubiera tenido semillas de amarra, pero no era el caso. Como sea, no pasó y lo único que quise hacer fue querer acogotarte porque él tuvo que cubrirte antes de que Amarantha se diera cuenta que casi tienen sexo con Tamlin.

Las mejillas de Norrine se volvieron de un rojo intenso ante la sonrisa pícara de la illyriana, apartando la mirada antes de que su cabeza empezara a pensar un poco en las palabras. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Era tan claro como el agua..., la primera vez en la Mansión, Bajo la Montaña. Quería darse un cachetazo y suspirar de alivio a la vez.

—¡Mierda! ¡¿En serio es Rhysand?!

—¿Quieres decirlo más alto? Puede que no te haya escuchado él —gruñó, dándole una mirada de advertencia si lo llegaba hacer—. Sí, él, para bien o para mal.



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