La Noche y la Estrella
La luz que se colaba por la ventana caía directamente sobre los ojos de Feyre, y parte de sí (una muy importante) quería mover las alas de tal forma que la cubrieran de nuevo, pero otra le recordaba que el tiempo apremiaba y había estado en situaciones más molestas. Rezongando, se lavó la cara y estuvo un momento intentando ordenar las ideas antes de salir al mundo, lista para seguir con una guerra que no sabía cuándo estallaría. Respiró hondo, cerrando un momento los ojos, ambas manos apoyadas sobre la mesada. Tenía que volver para dar el informe a la General, escuchar lo que había hecho Elain y en qué estaba la Corte de la Noche, empezar a planear con Nesta los siguientes pasos y seguir dando clases a Norrine. Si se organizaba, no tendría muchas dificultades en lograr todo. Podía seguir con su agenda estúpidamente completa.
Soltó un suspiro, viendo que sus ojos estaban oscuros probablemente por la falta de sueño, los tatuajes negros que recorrían su piel como una especie de recordatorio y un rizo que parecía un reclamo silencioso. Negó con la cabeza, apartando el pensamiento mientras se ponía un vestido verde, cerrando con cuidado la espalda y colocándose la máscara antes de salir, cerrando la puerta detrás de sí. Algunos sirvientes la miraron de reojo al pasar antes de volver a ocuparse de sus asuntos. Suponía que debía tener una de sus tantas caras de mal humor matutino y ni el glamour podía ocultarlo, ya se le pasaría luego de un buen desayuno.
Entró al comedor, el cual habían abierto para que pasara la brisa con un fuerte olor a flores. Contuvo las ganas de arrugar la nariz. No tenía idea cómo, pero Lucien ya estaba a punto de perder la paciencia, apenas logrando contener sus movimientos para enfatizar lo que decía.
—Yo qué sé, regalarle flores o algo por el estilo. Tamlin, por el amor de la Madre, ¡tienes de todo para que al menos considere darte una oportunidad!
—¿Hablan de alguna chica en particular o en general? —preguntó Feyre, con sincera curiosidad, mientras se sentaba en la mesa. Lucien hizo un gesto de hartazgo antes de apoyar los codos sobre la mesa y suspirar dramáticamente con la cabeza apoyada en sus manos. Tamlin rodaba los ojos y Feyre se limitó a servirse unas cuantas frutas y algunas rodajas de pan.
—Este idiota —dijo el pelirrojo, bajando la voz ante la palabra idiota y señalando a Tamlin con la cabeza—, está preguntándome qué puede hacer para que Norrine le preste un poco de atención.
Feyre pasó a mirar a Tamlin, quien parecía estar dividido entre molestarse o escuchar lo que le había dicho el emisario hasta entonces. Había una plegaria oculta en los ojos del Señor de la Primavera, como si ella supiera qué podía hacer él para que Norrine le diera una oportunidad. De haberlo sabido, ya se lo habría dicho, sin duda alguna, pero las hembras humanas eran un misterio incluso para ella. Se empezó a devanar los sesos, pensando en cada una de las conversaciones que habían tenido hasta entonces con la joven, buscando cualquier detalle. Sabía que tenía algo para ayudarle, así fuera un pequeño empujón, pero se le escapaba como agua entre los dedos y Norrine no tuvo mejor momento para aparecer que ese. Feyre contuvo un sonido molesto a tiempo, manteniendo la calma.
Una sonrisa de aprobación se extendió por sus labios al verla, así como una idea empezaba a formarse en su cabeza. Echó una mirada de reojo a los otros dos antes de saludarla con una respetuosa inclinación de cabeza. Norrine llevaba un largo vestido azul, con una falda de color dorado en el interior, lleno de bordados que parecían emitir destellos con cada movimiento que hacía. Casi parecía uno de ellos, pese a que Feyre podía ver el deseo de querer ocultarse bajo una roca o ponerse una capa para taparse ante la mirada que le debían estar dando los otros dos. Lucien fue el primero en salir del trance, aclarándose la garganta antes de murmurar un "buenos días" y volver a su comida. Tamlin, por otro lado, parecía estar perdido en un trance.
—Vaya, alguien se levantó y eligió ser elegante hoy —halagó ella, logrando que las mejillas de Norrine se pusieran más coloradas, si es que eso era posible. De haber estado cerca del rubio, le habría dado un pequeño puntapié para que reaccionara, o incluso un codazo. Una mirada rápida al pelirrojo bastó para que él lo hiciera por ella, juzgando por la ligera mirada molesta que le dirigió Tamlin antes de aclararse la garganta.
—Te vez preciosa hoy, Norrine —logró decir él antes de fijar la vista en su plato, seguramente con las mejillas rojas. Intercambiaron una mirada con Lucien de "peor es nada", antes de retomar el desayuno con absoluta tranquilidad. No se escuchaba nada más que el sonido de sus cubiertos contra los platos y el ligero susurro de las cortinas contra el suelo. Feyre apenas se habría molestado por tal silencio si no fuera porque Tamlin parecía congelarse de un momento a otro—. Oculten a Norrine. ¡Ahora!
Lucien fue el primero en reaccionar, saltando sobre sus pies y llevando a la humana hasta detrás de unas inmensas cortinas que solo estaban de adorno entre dos columnas. Tamlin hizo un movimiento con una de sus patas y Norrine desapareció de su vista. Frunció el ceño, mirando de un lado a otro. Lucien intentó relajar sus hombros, aunque había una ligera tensión en su expresión, al igual que en la de Tamlin. Su corazón se disparó en su pecho, sus oídos se afinaron en busca de cualquier amenaza.
Estaba por preguntar a qué se debía el escándalo cuando lo notó, una sensación cálida contra su piel allí donde se encontraba la amatista de su collar, probablemente un estallido de magia que habría dejado a varios con la guardia en alto. Pronto el corazón empezó a galopar, un ritmo distinto al de antes, haciendo que una parte de ella empezara a pensar en su apariencia, en el pelo que no se había arreglado como para que no fuera tan salvaje como era por debajo del glamour. «Ay no», suspiró por dentro, apretando el tenedor con un poco más de fuerza mientras los pasos empezaban a resonar por la estancia. Seguros, tranquilos, como si aquello no fuera más que una alegre caminata en un día tranquilo, un silencioso recordatorio de lo poderoso que podía ser. No levantó la mirada de su plato, continuando con su desayuno, como si no estuviera deseando girar en dirección al recién llegado.
—¿Qué quieres, Rhysand? —preguntó Tamlin, enseñando los colmillos. Una risa grave resonó en sus huesos, como una melodía que estaba hecha para que su cuerpo respondiera.
—Relájate un poco, Tam —canturreó él, con esa voz grave que le ponía la piel de gallina, no importara cuántas veces la escuchara. Feyre se atrevió a echar una mirada de reojo en su dirección—, solo mis prisioneros y enemigos me llaman así. —Una sonrisa peligrosa adornó sus labios. Un bufido a su derecha hizo que volviera la atención hacia el pelirrojo, quien se sentaba con toda la naturalidad que podía—. ¡Lucien! Viejo amigo, realmente te favorece esa máscara de zorro. Me agrada. —Una expresión molesta se dibujó en las finas facciones de él, añadiendo un gracias y lo que supuso que sería un insulto entre dientes. Feyre estaba debatiendo internamente si se alegraba o no de que Rhysand no hubiera dicho nada sobre ella, pero no tuvo mucho tiempo para decidirlo por su cuenta, dado que cuando los ojos violetas se posaron en ella, brillaron—. Y parece que tenemos una admiradora de mi gente, aunque el negro suele verse mejor.
Quedó confundida por un momento antes de caer en la cuenta de que estaba hablando de la máscara. Hizo acopio de todos sus años de entrenamiento para poner una cara molesta, casi ofendida, ante el comentario, intentando no sonrojarse ni parecer mínimamente halagada ante el comentario. O soltar una carcajada.
—El negro no combina conmigo, Rhysand —dijo, intentando que no le fallara la voz al pronunciar su nombre, ni qué decir de la risa que era cada vez más incontrolable. Una sonrisa divertida y peligrosa bailoteó en los labios de él mientras murmuraba que eso podría arreglarse. Costó, pero logró que su cuerpo no la traicionara, del todo.
—¿Qué haces aquí?
La voz de Tamlin la sacó de la burbuja en la que estaba.
—Oh, nada importante, quería saber si les había llegado mi regalo por Calanmai —respondió, con la misma sonrisa perezosa que le había dado a ella ayer y la misma expresión relajada. Tamlin gruñó, pero eso no impidió que Rhysand siguiera hablando como si estuviera dando una lección—. De cualquier forma, muchacho, ¿cómo va tu Corte con la Plaga? He oído que en la Corte del Invierno han perdido a una docena más de niños, y aquí están: todavía festejando como si las cosas funcionaran.
—¿Y tú qué sabes? Eres la puta favorita de Amarantha —saltó Lucien. Feyre se tensó y tuvo que encerrarse en su mente para poder controlarse ante el latigazo de furia que la invadió. «Maldita sean las festividades y reuniones inesperadas en tiempos de guerra», pensó por dentro, contando hasta mil tantas veces como fuera necesario para no perder los estribos. Escuchó la risa de Rhysand, una risa que le resultó aterradora, pese a que parecía ser despreocupada.
—¿Esa es la manera en la que le hablas a uno de los Señores de Prythian? —preguntó de repente, y su voz sonó como una amenaza vedada, congelando el aire mismo. Lucien tuvo el buen juicio de mantenerse callado—. Como sea, venía a saludar. Ella te está esperando, Tam, ¿sabes? Tiene todo un comité de bienvenida para recibirte —añadió, sonriendo por completo.
Norrine casi iba a dejar salir un suspiro de alivio al ver que el enorme fae estaba por marcharse de una vez por todas. Casi podía cortar la tensión del aire con el cuchillo afilado que había logrado agarrar de la mesa antes de que Lucien la ocultara. Sin embargo, antes de que terminara de abandonar el salón, el hombre pareció fijarse en un detalle de la mesa. Sus ojos violetas (¿dónde los había visto antes?) recorrieron a los presentes, como si estuviera intentando comprender algo que acababa de recordar. Lucien, que había ocupado su lugar poco antes de que el Señor de la Noche apareciera, pareció estar al borde de saltar. No se parecía en nada a como se lo imaginaba en base a lo que le había contado Faye; era un sujeto de hombros anchos y piel de un tono amarronado, de largas orejas puntiagudas como Lucien, y claramente no tenía nada de murciélago. Ella había esperado encontrarse con un monstruo chupasangre, con una armadura y más cuchillos de los que podría esperar.
Estaba tan concentrada en su escrutinio y la comparación que no notó en que los ojos de él se habían posado allí donde ella estaba y barría el aire con su mano bruscamente. Por un momento le pareció que algo golpeaba su mejilla. El rostro de él adquirió una expresión entretenida de repente.
—Oh, así que estas eran tus amigas —remarcó lo último, haciendo que sus mejillas se tornaran rojas, ampliando aquella muestra de dientes ligeramente más afilados—. Linda, me sorprende tu capacidad para meterte en problemas. ¿No deberías estar regresando a tu hogar?
—Es mi prometida, Rhysand, no te entrometas —gruñó Lucien, poniéndose de pie. El illyriano lo miró por un momento antes de decir que no le creía en lo más mínimo, siempre con esa sonrisa que le crispaba los nervios. Cuando los ojos del fae volvieron a posarse sobre ella, caminando con la calma de un gato que tiene acorralado a un ratón, Norrine casi se quiso convertir en un pequeño ratoncito y salir huyendo de su mirada. Lamentablemente, sus piernas estaban firmes en el lugar. Veía cada paso que él daba como una advertencia, un anuncio de mal agüero. En cuanto estuvo a la distancia de un brazo, sacó el cuchillo que tenía oculto bajo la manga e intentó clavárselo en la yugular.
Rhysand no parecía ni siquiera molesto o sorprendido al frenar su brazo.
—Linda, no juegues con armas, mucho menos entregues cuchillos por el filo, es de muy mala educación —dijo él, volviendo a tirar los labios en una sonrisa, tomando dicho utensillo de sus manos sin problemas antes de dejarlo sobre la mesa con un repiqueteo. Norrine lo miró anonadada, completamente perdida ante la facilidad con la que le había quitado su única defensa—. Ahora, en serio, bonita, ¿no deberías estás corriendo de regreso a tu hogar?
—No es tu problema si me quedo o no —logró decir, sintiéndose ridícula al intentar intimidarlo cuando había una distancia considerable entre ellos.
El fae pareció divertido ante su respuesta y dirigió la mirada a Tamlin.
—¿No le has dicho?
—Márchate en este instante, Rhysand —gruñó Tamlin, apartándose de la mesa, con el pelaje del lomo erizado. Fue un instante, antes de que sintiera que algo parecía estar entrando en su cabeza, como una especie de presión helada que recorría cada parte de su ser, tomando cada gramo de su persona.
—Ya me había olvidado lo delicadas que son las mentes humanas... —dijo la voz de Rhysand, con una tranquilidad que le puso los pelos de punta—. Tan frágiles como una cáscara de huevo... Sería una pena que terminara destrozada sin querer, ¿no lo crees, Tam?
Un nuevo gruñido salió de la garganta del mencionado a la vez que una silla se caía al suelo. Todos se voltearon sorprendidos en su dirección. Norrine habría jurado que el frío en su cabeza cedió durante un momento.
—Suficiente, Rhysand. —La voz de Faye se abrió paso como si fuera capaz de hacerle frente, apartando cualquier amenaza que pudiera suponer Rhysand. Con esas palabras, dejó de sentir aquella presencia helada dentro de sí—. Ya has dicho lo que tenías que decir; ahora, vete.
Norrine no podía parar de temblar, si no se había caído de rodillas era por puro milagro y la mínima dignidad (y orgullo) que le quedaba. Por un momento, pareció haber una especie de guerra de voluntades entre Faye y Rhysand, donde ella mantenía la mirada y la misma expresión de cazadora que le había visto antes. Rhysand simplemente estaba firme, serio e igual de letal.
El aire pareció cargarse de una nueva tensión, mucho peor que la que había antes. Nadie parecía estar dispuesto a interrumpir lo que sea que estuviera pasando, hasta que Tamlin lo hizo.
—No le cuentes a Amarantha sobre ella, por favor, Rhysand —dijo de repente, su pelaje ya relajado e inclinando la cabeza hasta tocar el suelo, el cuerpo tan rígido que le había quitado toda elegancia que hubiera en él antes. Norrine sintió que el corazón se le hacía trizas al verlo así, repitiendo que no le dijera nada, que lo dejara pasar. Caminó hacia él, rodeando su cuello con los brazos, como si así pudiera bajar un poco la pena que lo consumía, aliviar la carga que había en ambos.
Rhysand no dijo nada, como si estuviera disfrutando de todo aquello.
—Consideraré no decirle, aunque mi silencio es caro, Tam. —No le gustó cómo sonaron esas palabras—. Por cierto, ¿cómo te llamas, linda? —dijo, volviendo a enfocar su atención en ella y parecía estar riéndose de algún chiste propio, Faye parecía haber sido olvidada de momento. Norrine le llevó dos respiraciones decir con toda la seguridad que podía:
—Clare Beddor.
—Hm, lindo nombre —comentó, antes de dar media vuelta sobre sus talones—. Bueno, no los entretengo más, ¡los veo Bajo la Montaña!
—Hay algo aquí abajo.
—¿Cómo que algo? Maldita sea, Irra, no me pongas peor. Este lugar ya es una mierda de por sí.
—Shh, ¿quieres atraer a lo que sea que duerme aquí?
—Creo que ahí está el nicho, mira, la alimaña ha dejado toda su mierda por aquí.
—Volvamos, Ala-Blanca y la General han dicho que es mejor no tener bajas —dijo Irra. Puas asintió y ambas desaparecieron justo antes de que un aullido iniciara y acabara de manera repentina, varios pasos más abajo.
Un trasgo había decidido aventurarse más allá de su sitio, ahora no quedaban más que sus restos que se sumarían a las incontables pilas de huesos que se destruían con el paso del tiempo y del dragón de Middengard. La bestia olfateó un poco el sitio donde habían estado las dos nuevas presas, pero el rastro llevaba a nada y pronto regresó a las zonas más oscuras de aquel laberinto. No valía la pena arriesgarse a dejar de recibir comida si subía más.
Rhysand regresó a sus aposentos sintiendo que su cabeza seguía en la Corte Primavera, casi como si estuvieran tirando de él varios hilos. Los cuerpos claramente tenían marcas que el idiota de Tamlin confundiría con heridas que él provocaría, especialmente por el símbolo de su Corte grotescamente grabado en aquellos sujetos. Vamos, que él al menos la habría hecho con fuego de haber estado en la Guerra, y si hubiera sido tan imbécil como para dejar rastros de sus pasos. Pero definitivamente no era la manera en la que él hubiera dado un mensaje, mucho menos aquel que carecía totalmente de sentido.
Hasta donde sabía, el Attor no tenía conocimiento de la humana, o quizás sí, dado que Amarantha lo tenía como paloma mensajera. Sin embargo, tenía pocas cartas en su mano y no pensaba hacer un movimiento que le pusiera en jaque a las únicas piezas que disponía en aquel maldito juego. Masajeó el puente de su nariz mientras intentaba pensar en lo que podría hacer a continuación, ordenando cada pieza que había recolectado. La humana no amaba a Tamlin, por lo que había observado, no de la manera en la que podría romper la maldición y serle útil. Y la elfa... Esa era un caso en sí mismo, vaya que se estaba ganando a pulso su lugar; eran pocas las hembras, y machos, que lograba sostenerle la mirada sin perder los estribos o rehuir al cabo de un instante. Un poco más y él habría sido quien declaraba la derrota, de no haber sido por la ligera escena que habían tenido la humana y Tamlin. De todas formas, con o sin ella, tenía que poner una buena excusa para cuando Amarantha fuera a preguntarle el por qué de sus escapadas.
Las gemelas no tuvieron mejor momento para aparecer que aquel.
—Seguidores del verano están empezando a alterarse, ¿qué hacemos? —preguntó una de ellas. Un insulto estuvo a punto de salir por sus labios.
—Esperar —contestó, sintiendo que la palabra sabía a bilis a pesar de que era la mejor de todas para ese momento. Solo podía rezarle a la Madre para que todo terminara jugando en favor de Prythian, que las cosas terminaran en cualquier momento. Sus ojos se dirigieron a la chimenea, como si allí pudiera ver las llamas formando una figura difusa, una con alas y garras.
—¿Qué ha sido todo aquello? —preguntó Lucien en cuanto estuvieron solos en la biblioteca. Faye abrió y cerró la boca antes de dejarse caer en una silla cercana, repentinamente vacía de cualquier rastro de energía como para poder protestar—. Entiendo que juegues un poco con nosotros, pero lo de recién ha sido exponerte sin razón alguna.
—Él estaba revisando su mente, Lucien —masculló, cansada y con una nota peligrosa en su voz. Aquello no era nada nuevo, el mismo infeliz de Rhysand lo había dicho cuando fijó los ojos en Norrine—. Hice lo que creí mejor para que la dejara tranquila.
Soltó un suspiro, pasando una mano por su rostro, incapaz de quitar la frustración de sus facciones.
—Y te estás poniendo en riesgo innecesariamente. Ya viste cómo quitó el glamour que puse yo, si él hubiera hecho lo mismo contigo...
—No es lo mismo —lo cortó—. Ustedes están debilitados, la gema funciona de manera distinta. Rhysand podría haber hecho que se vea algo confusa mi apariencia, pero de ninguna forma habría podido quitarme el glamour.
La estudió en silencio, ignorando cualquier sentimiento de ofensa que estuviera reptando por sus entrañas. Ciertamente, la illyriana se había comportado de manera casi que impecable en cincuenta años, al punto en el que empezaba a preocuparse cuando no hacía una aparición por varios días seguidos. Incluso había estado esperando el momento en el que ella aparecía, con los ojos cansados, pero entera, para poder soltar un suspiro de alivio. En general, mantenía la compostura, aunque estuviera al borde del colapso; sin embargo, en ese momento, parecía estar a punto de echar fuego por la boca y matar a alguien. Una idea empezó a formarse al verla, como si las palabras que habían intercambiado a lo largo de las décadas por fin terminaran de tener sentido, sumando a cómo el cuerpo de ella se había tensado cuando Rhysand había prestado un mínimo de atención a Norrine.
Trató de que su pulso no le fallara cuando formuló la pregunta.
—¿Es tu pareja? —Faye lo miró confundida por un momento antes de asentir, despacio, casi avergonzada, pero no sin cierto brillo de alivio en su mirada. Lucien frunció el ceño—. ¿Por qué no te ha notado? Debería estar queriendo llevarte con él o enviarte a la Corte de la Noche. Espera, ¿él lo sabe?
Faye negó con la cabeza antes de extender la tira de cuero que siempre llevaba puesta, combinara o no con su atuendo, de esta colgaba un dije con una amatista que parecía estar brillando con luz propia. Faye empezó a explicarle que eso ocultaba gran parte del reconocimiento, una manera de despistar a la magia, pese a que algo llegaba a ella. Ver aquella piedra le hizo querer bufar y temblar de miedo a la vez.
—Quizás Rhysand sospeche algo, quizás no, pero de momento no puedo permitirme, ni permitirle, que la Unión tome lugar —dijo, volviendo a guardar la piedra en su escote.
—Te va a estallar en la cara...
—Es un precio a pagar, Lucien —sentenció, con la misma voz helada y firme que había utilizado antes. Casi imponía tanto respeto como cualquier Señor de Prythian, si no fuera porque no tenía la naturaleza ni el título que implicaban tal cosa. «Aunque la veo ocupando el trono y mandando en lugar de Rhysand», admitió para sí—. No creas que no me estoy enloqueciendo por ir a sacarlo de allí.
—Por eso me preocupa que lo estés ocultando, Faye —suspiró, caminando hasta ponerle las manos sobre los hombros, mirándola fijamente a los ojos—. Ahora estás al borde de saltarle al cuello a cualquiera, ¿qué harás si lo de Amarantha no termina?
—Encontraré la manera.
—No puedes contra ella.
—No sola —masculló, como si ya hubiera tenido aquella conversación incontables veces. Lucien dejó salir un largo suspiro antes de darle un ligero apretón en el hombro y apartarse.
—Sabes que puedes contar conmigo.
—Lo tendré en cuenta —dijo, esbozando una sonrisa de medio lado. Lucien le devolvió el gesto, pese a que podía ver con absoluta claridad que sus palabras no iban a tener el peso que le habría gustado que tengan.
Se sentía mal el paseo, como si toda la belleza que había frente a él fuera una antesala para una cruel despedida. Tamlin se dio cuenta de que no podía protegerla, y era un ingenuo si creía que iba a conseguir que lo amara con todo su corazón antes de que se acabara el tiempo que le había dado Amarantha. A pesar de que tenía esperanza por el abrazo, por respuestas como la que había tenido antes, apartándose de su lado cuando más lo necesitaba, no creía que funcionara del todo, no sin perder otro poco más de sí en el proceso.
—¿Qué tienes que decirme?
La pregunta lo dejó totalmente desorientado por un momento, antes de que quisiera salir corriendo tras Rhysand y arrancarle las alas de un mordisco. Si él no hubiera aparecido, si él no hubiera dicho nada... «Bien sabes que se te acaba el tiempo, Tamlin», gruñó en sus adentros.
—Es parte de la razón por la que te traje aquí: por el tema de la muerte de Andras —respondió en lugar de todo lo demás, intentando mantener el tema de la maldición, la suya, lo más lejos posible. Sin embargo, que le hirvieran vivo en el Caldero si no le dolía el pecho como si estuvieran arrancándole el corazón—. Norrine, escucha, no importa lo que pase, quiero que sepas que lamento las condiciones en las que nos conocimos. —Un pinchazo le recorrió el pecho y se apresuró a explicar sus palabras, temblando y sintiendo que las lágrimas empezaban a picar en sus ojos—. No lamento el conocerte, jamás, pero sí las circunstancias. Especialmente después de lo que pasó hoy.
—Tamlin... —Su voz parecía estar a punto de quebrarse, temerosa de salir de aquellos labios que recordaban a los pétalos de las rosas. Casi se arrepentía de lo que iba a decir a continuación, pero no pensaba seguir exponiéndola cuando Amarantha estaba a poco tiempo de dañarla. El solo pensar en lo que podría hacerle hacía que aquella parte en duda se acallara y otra saliera a querer arrancar cabezas hasta eliminar a la verdadera responsable. No, no iba a permitir que eso ocurriera si podía evitarlo.
—Vuelves al mundo mortal, Norrine.
—Pero...
—¡No puedo protegerte, Norrine! —La verdad de sus palabras le golpeó como una corriente de agua helada, desnudándolo por completo. Intentó mantenerse entero pese a la sensación de que todo el mundo se desmoronaba a su alrededor—. Amarantha es algo que no puedo detener en mi estado.
—Entonces te ayudaré. Pero, por favor, no tomes decisiones por mí.
Sus ojos de canela estaban llenándose de las lágrimas que él contenía. Requirió de toda su fuerza de voluntad el no ceder ante ellas, no dejar que su lado más iluso ganara a la realidad. No podía quedarse con él, tenía que aceptarlo. Si lo permitía, por muy feliz que lo hiciera, no aseguraba que su Corte estaría a salvo y él recuperara sus poderes. Por la Madre bendita, ni siquiera sabía si ella estaría segura a su lado.
—Norrine, apenas puedo mantener mi verdadera forma en Calanmai, cuando la magia está en todo su esplendor —dijo y, para probar su punto, intentó que los arbustos cercanos a él florecieran y los capullos soltaran un poco de polen dorado al abrirse, pero apenas logró hacer que sus pétalos se vieran más brillantes. Su mente iba de un lado a otro, dividida entre el cansancio y el dolor que parecía provenir de Norrine como un río incontrolable—. Estoy quedándome sin fuerzas, am... Norrine, y no estoy dispuesto a permitir que mueras si puedo evitarlo.
Pasó un momento, dos. Aguardó, esperando que lo comprendiera, que lo aceptara, pese a que los dos estaban destrozándose. Ella tomó sus mejillas entre sus manos y juntó sus frentes, como si así pudiera decirle todo lo que guardaba dentro. Intentó memorizar su olor, aquella fragancia a rosas y mirto, que parecía perseguirlo hasta en sueños y muy probablemente sería su único consuelo a partir de entonces. Se obligó a recordar aquel momento, a grabarlo a fuego en su memoria, al menos para poder soñarlo cuando pudiera, junto con la noche de Calanmai.
—¿Volveré a verte? —preguntó ella, haciendo que su corazón amenazara con partirse en millones de pedazos. No recordaba que hubiera sido igual antes, quizás había sido la maldición o no, pero no importaba, la amaba de todas formas.
—No lo sé —dijo en un suspiro, abrazándola como podía, deseando tener su verdadera forma para poder acariciar su cabello, su espalda, acurrucarla contra su pecho—. Realmente no lo sé.
Con eso se quedaron por el resto del día, echados en el jardín, ella dormitando contra él mientras Tamlin se dedicaba a recorrer y memorizar cada detalle de su cuerpo con la mirada. Intentaba recordar las cicatrices que se extendían como ramas contra su pálida piel, algunas más visibles que otras; cómo era la forma de su mandíbula, su perfil, la nariz ligeramente respingada. Todo aquello que se negaba a perder, por más que aún quedaran tres días más. Acarició su frente con el hocico, dejando un beso en la frente.
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