La Dama Plateada
Se podía sentir el temblor descontrolado de la magia que irradiaba Amarantha, no había que ser ningún genio para darse cuenta. Tamlin cerró los ojos, sabiendo que su amigo seguía pagando las consecuencias de sus propios actos, pero eso no quitaba el hecho de que había intentado lo que estaba a su alcance para que no fueran ellos quienes la pusieran en ese estado. No podía decir lo mismo de Rhysand, quien miraba todo con esa sonrisa inocente que no engañaba a nadie. Su piel tiraba sobre los músculos, como si pudiera verlo de nuevo frente a él, con las manos chorreando sangre de su familia, condenándolo a un puesto que no había querido. Oyó el sonido de cristales rompiéndose desde el interior de la habitación contigua, y se preguntó si era un espejo o algún adorno lo que había sufrido tal trágico destino.
No que él no quisiera hacer exactamente lo mismo al ver al Señor de la Noche, a Rhysand Rionnag, en la misma habitación. Su sangre hervía y le estaba costando lo suyo no perder la compostura, más sabiendo quién de los dos tenía más experiencia en combate cuerpo a cuerpo.
—Deja de acercarte a Norrine —gruñó por lo bajo. Rhysand lo miró, alzando una ceja, cruzando una pierna mientras se recostaba en la silla. Su sonrisa se ensanchó peligrosamente, como si fuera un gato jugando con un ratón entre sus patas.
—¿Y si no quiero? ¿Qué harás, Tamlin? —preguntó con una especie de ronroneo en sus palabras, claramente disfrutando de su reacción—. La humana es entretenida, casi diría que de mi tipo.
Lo iba a matar, de la misma forma que su padre lo había hecho con su familia. Abrió y cerró los puños, dirigiendo momentáneamente la aburrida mirada del Señor mestizo hacia allí. No tenía oportunidad, lo sabía muy bien, pero eso no impedía que quisiera intentarlo. Amarantha debería ser una amenaza suficiente, pero no, la mesa presencia de Rhysand, el saber que incluso en ese momento tenía más magia que él... Esa era la verdadera razón por la que mantenía las manos a sus costados. Sentía que le hervía la sangre, que las espinas empezaban a brotar entre sus cabellos y sus manos empezaban a mostrar garras. Nada de ello hacía que los ojos violetas tuvieran, aunque sea, una sombra de miedo. Él fue quien echó un vistazo rápido a la puerta antes de volver a hablar, con los dientes apretados.
—Ya tienes a Faye en la palma de tu mano, no necesitas también a mi hembra —gruñó, como si así pudiera evitar algo.
—Eso lo decido yo —respondió él, sin alterarse, arrancando otro gruñido grave de su garganta. «Será un hijo de la gran puta», pensó, antes de que Amarantha los llamara a ambos dentro. Lamentablemente, tendría que ver al desgraciado que estaba junto a él entre las sábanas, complaciendo a la única loca que ambos parecían querer evitar a toda costa.
Norrine sonreía a más no poder y batallaba contra una risa histérica que burbujeaba en su pecho y garganta, incluso cuando las volvieron a encerrar y habían pasado, al menos, unas cuantas horas. Faye tenía una expresión similar, como una euforia que la hacía temblar.
—¿Segura que no me quieres ayudar con mi adivinanza? —preguntó por... ya había perdido la cuenta, incapaz de creer que seguía viva. Que ambas lo estaban.
—Por la Madre y el Caldero benditos, no —rio Faye—. He dejado toda mi suerte en ese acertijo de mierda.
Se quedaron un buen rato en silencio, procesando todo lo que había pasado en la segunda prueba. Era una pesadilla, no había otra forma de verlo. Como varias veces a lo largo de su encierro, volvió a ver a Tamlin en su memoria, con su rostro vacío, sin el brillo de sus ojos verdes como las esmeraldas. Su corazón se retorció ante aquello, matando por completo la alegría desenfrenada que había estado sintiendo hasta entonces.
—¿Estará bajo otra maldición? Tamlin, quiero decir —preguntó, ya con las mejillas adoloridas e incapaz de ver al mundo con optimismo. Escuchó a Faye suspirar, quizás en un estado parecido al de ella, o más realista. Difícil de saberlo.
—No creo que sea una maldición. —Estaba segura de sus palabras—. Conociendo a los machos y a Tamlin, me parece que es todo lo que puede hacer para mantenerte a salvo —había un deje de pena en sus palabras, como si de alguna forma fuera su culpa. Las dos sabían que no era así—. Amarantha es capaz de causar daño con tal de obtener una reacción de él, ya viste lo que hizo conmigo para obtener tu nombre. Y no quiero ni imaginarme cómo lo pagó Lucien por ayudarme en la primera prueba, así fuera algo leve. Supongo que es su forma de mostrar su despecho por el rechazo de tantos años atrás.
Con eso quedaron en silencio por un buen rato. Una parte de sí se retorcía como un gusano agonizante ante el recuerdo de la mirada indiferente de Tamlin, también estaba al borde de encontrar la manera de forzar la cerradura de su celda e ir a abrazarlo o aniquilar a Amarantha. A veces tenía la impresión de que Faye también batallaba con un sentimiento similar, soltando maldiciones como si no hubiera un mañana y caminando de un lado a otro. De vez en cuando la escuchaba golpear los barrotes, haciendo que estos produjeran un sonido cavernoso que resonaba por un rato, seguido de más insultos y sonidos que eran extraños para sus oídos. Estaba pensando en todo aquello, intentando recrear momentos alegres e inventar otros tantos, cuando el conocido sonido de pasos que le recordaban a una marcha fúnebre se hizo escuchar en el silencio del lugar. Su cuerpo se tensó al ver pasar a Rhysand por el pasillo, tenía el rostro mortalmente serio. Detrás de él, con su cabeza en alto, iba la Reina, con una expresión cadavérica, aunque Norrine creía ver cierta satisfacción tirando de la comisura de sus labios. Estaba lista para saltar hacia el cuello de la Reina cuando la mirada violeta de Rhysand la mantuvo quieta en el lugar.
Tardó un momento en caer en la cuenta de que Amarantha había dicho algo con una sonrisa.
—Traigan a la elfa también, que vean lo que les depara —dijo la reina, haciendo un gesto con la mano. Por un momento, le pareció que los ojos de Rhysand se abrían ligeramente, un movimiento tan sutil y rápido que creyó haberlo imaginado. Esta vez, fueron dos elfos, de piel tan oscura como el carbón, los que las sacaron de las celdas a los empujones, poniéndoles grilletes pesados, especialmente a Faye. Como si una fae que apenas podía conjurar su propia magia fuera un peligro—. Trae al rebelde, Rhysand.
Escuchó que una tercera puerta se abrió detrás de ellas, pero no pudo girarse para verlo, por mucho que quisiera. Raras eran las ocasiones en las que veía a alguien más siendo llevado como prisionero, tampoco era como si pudiera mantener la cuenta o recordarlo por completo. Un gruñido y un golpe bastaron para que mantuviera los ojos en lo que tenía al frente. Avanzaron por los ya más que conocidos pasillos hacia el Salón, donde Amarantha no tardó en ocupar su lugar como un ave en un nido ajeno. A ellas las obligaron a arrodillarse con un golpe, mirando fijamente al fae que Rhysand tenía en frente. Norrine notó que los ojos del fae estaban ligeramente vidriosos, idos.
—Comencemos —anunció Amarantha y un escalofrío recorrió su espalda al ver cómo el fae, de piel ligeramente verdosa, con orejas terminadas en pequeños mechones de pelo erizado y ojos enormes, se retorcía. El pánico, visceral, tironeaba de sus rasgos. La Reina sonreía ampliamente—. ¿Realmente creías que podías conspirar en mi contra? ¿Acaso la Corte del Verano no sabe cuál es su lugar?
El fae empezó a negar con la cabeza furiosamente, haciendo que sus orejas se sacudieran graciosamente a los costados de su cabeza, gruesas lágrimas caían por sus mejillas mientras intentaba balbucear una respuesta coherente. Amarantha, sin embargo, miró a Rhysand, cuyos ojos empezaron a emitir un ligero destello violeta mientras se enfocaba en el fae que sollozaba con más fuerza. Un escalofrío le recorrió la espalda al recordar la sensación de las garras heladas que habían entrado en su mente.
—Actuó solo, sin nadie más. Un simple duendecillo que tiene nostalgia de su hogar, en otras palabras, un llorón que es incapaz de soportar el mínimo encierro —reportó, encogiéndose de hombros, como si no hubiera escarbado en la cabeza de alguien y expuesto todo. Uno de los Alto Fae, de pelo blanco y piel más oscura que la de Rhysand, ubicado en línea recta a ella, pareció relajar los hombros. Norrine frunció el ceño.
—No hagas ningún gesto —le murmuró Faye, sin apartar la mirada del frente. Por un momento, Norrine creyó que había imaginado las palabras.
—Destrózale la mente, que viva las consecuencias de sus actos —ordenó Amarantha con una sonrisa mucho más tenebrosa que la de Rhysand. Había un deleite en la forma de pronunciar las palabras, regodeándose en las lágrimas que seguían cayendo por las mejillas del duende. Rhysand volvió a enfocarse en el duende, con el rostro indescifrable, como nunca lo había visto Norrine antes; no había rastros de la picardía, de la sonrisa peligrosa que nunca sabía qué ocultaba, y esa expresión seria, resultaba mucho más aterradora que la de Amarantha. De nuevo, él era el lobo feroz, Amarantha un perro rabioso. Los ojos de él brillaron una vez más antes de que el duende cayera al suelo con un golpe seco y sangre saliendo a borbotones por su pequeña nariz—. ¡Te dije que destruyas su mente, no el cerebro!
Ahora sí hubo una reacción que conocía muy bien, volvía a estar esa sonrisa perezosa en los labios de Rhysand.
—Vaya, parece que estoy perdiendo el toque. Mis disculpas.
Estaba segura de que no había perdido ningún toque ni que lo sentía.
Luego de que las dejaran unas horas más en las celdas, las sirvientas de Rhysand volvieron a buscarlas, las cambiaron y las dejaron en la habitación de siempre, con los vestidos ya listos y los tarros con la pintura a un costado. Norrine ya conocía la rutina: las sacaban de la celda, les ponían los vestidos que únicamente cubrían sus estómagos y parte de las tetas, las pintaban de pies a cabeza con elaborados diseños, Rhysand las llevaba a la fiesta y ella caía en el olvido absoluto. No se quejaba, menos cuando Faye le respondía qué habían hecho durante la noche y usualmente estaba sentada a un costado, un par de veces Rhysand la había sacado a bailar, especialmente cuando alguien más pedía bailar con Faye. Esas veces, Norrine podía notar un ligero tono helado en las palabras de su amiga, como si la estuviera poniendo en su mira, conteniéndose para no deshacerse de ella de un zarpazo.
Esa noche, Faye se veía taciturna, con los ojos fijos en la nada mientras terminaba de acomodarse el vestido y pintarse. Norrine había intentado averiguar qué le preocupaba, a lo que ella había respondido que eran algunas dudas personales, nada que debiera molestarle. Las dos sirvientas no dijeron nada mientras acomodaban las cosas en un armario antes de marcharse.
Norrine iba a sentarse junto a Faye cuando notó que las otras dos se quedaban tiesas como estatuas junto a la puerta. Oyó pasos pesados que se acercaban a la habitación y las dos sirvientas se mimetizaron con las sombras. Su amiga rio entre dientes, murmurando algo antes de quedarse en silencio, sin alterar su posición.
—Los preparativos están casi listos, el rey dijo que el trato estaba cerrado.
—Excelente, ¿ya eligió qué parte del mundo mortal planea usar como primer impacto? —preguntó una voz rasposa, grave, como si le costara articular las palabras. Le llevó un momento reconocer al ser, el mismo que las había arrastrado hasta Amarantha cuando llegaron, quien pasaba frente a la puerta en ese momento. Apartó la mirada justo cuando le pareció que el monstruo iba a mirar en su dirección. No escuchó la respuesta, y pronto Rhysand hizo su usual acto de presencia para llevarlas. Si había visto o no a la criatura de piel cadavérica, no lo hizo saber.
Esa noche, por alguna razón que desconocía, Rhysand le dijo que tenía que hablar unas cosas en privado con Faye, que fuera al baile y no aceptara ninguna invitación ni comida hasta que regresaran. La dejó en el lugar que solía ocupar y se marchó con su amiga a otro lado, cubriéndola momentáneamente con esa capa de sombras que llevaba a su espalda. Por suerte, parecía que los otros faes o temían los suficiente a Rhysand como para no acercarse o simplemente no pensaban rebajarse para estar con una humana. De todas formas, era fácil seguir las instrucciones del Señor de esa manera. Apoyó su mejilla contra un puño, mirando sin mucho interés al baile que se desenvolvía frente a ella. Era elegante, los pasos con más gracia que los de muchos humanos, casi como si imitaran a la naturaleza misma. Tan concentrada estaba en verlos que no supo en qué momento Tamlin apareció a su lado, no parecía interesado en ella. Tragó las ganas de llorar, segura de que varios faes disfrutarían de verla quebrarse por completo. Estaba por hacer algo, lo que sea, cuando un ligero roce en su mano detuvo su mano, la cual acercaba una uva que había tomado entre sus dedos. Levantó la mirada, rogando mantener una expresión neutral mientras dirigía sus ojos hacia arriba. Hubo un destello verde en los ojos de él antes de que se marcharse por otra puerta.
Su cabeza giró de inmediato hacia el trono, el cual estaba vacío, sin rastros de Amarantha. Parpadeó, como si estuviera terminando de comprender un mensaje en otro idioma. Había quedado en blanco, incapaz de articular un pensamiento coherente mientras seguía con la mirada a la espalda de Tamlin. Echó una ojeada disimulada a la fiesta antes de seguirlo, intentando no llamar tanto la atención, aunque seguramente nadie lo haría hasta que Rhysand y Faye empezaran a hacer escándalo. Respiró hondo, escabulléndose como si fuera un ratón por la puerta por la que se había ido Tamlin, apenas abriendo una rendija por donde pudiera caber su cuerpo.
Del otro lado había una especie de escritorio o habitación abandonada, con una cama casi tan grande como la que ella había tenido en la Mansión. Estaba en la semi penumbra, dándole un aire más macabro que otra cosa. Ni bien la puerta se cerró tras de ella, sintió que tiraban de su muñeca hacia una puerta contigua, apenas iluminada por la luz de la luna que entraba por unas cortinas destrozadas. Su corazón latía con fuerza, no sabía si por el susto, la adrenalina o lo que sea que le causaba Tamlin al arrinconarla contra una pared.
—Tardaste mucho —lo escuchó decir contra su cuello, dejando un rastro de besos que le quitaron el aliento. Su cuerpo y mente reaccionaron casi al mismo tiempo, haciendo que sus manos fueran hacia sus hombros.
—Te seguí de inmediato —logró pronunciar, deslizando las manos hasta el pecho, tirando ligeramente de la tela para acercarlo más. Él se movió, atrapándola con su cuerpo y haciendo que el calor aumentara casi de inmediato. Las manos de él acariciaban su cintura, apegándola más a su cuerpo haciendo que el frío se notara más allí donde no había contacto o donde sus manos ya no estaban.
—Sigue siendo mucho tiempo —murmuró, recorriendo su mandíbula antes de besarla en los labios. Se sintió como reclamar algo que le pertenecía por derecho, algo que iba más allá de su simple condición humana. Podía notar cómo ambos reaccionaban a los movimientos del otro, haciendo una danza que solo ellos conocían con total naturalidad. Era como en Calanmai, solo que sin esa sensación de estar sellando algo, sino que calmando a una bestia que había estado encerrada por los dioses sabrían cuánto. Tamlin la alzó contra la pared, arrancándole un gemido ante el roce en sus caderas, sabiendo bastante bien qué había bajo la tela. Mejor dicho, la falta de algo. Se escuchó gruñir, ¿o fue Tamlin? ¿Importaba acaso?
—¡¿Están locos?! —La voz de Rhysand resonó por el lugar como un trueno. Tamlin emitió un gruñido y, antes de que dijera nada, el Señor de la Noche siguió—. ¿Tienes idea de lo mucho que le gustaría a Amarantha verlos así? ¿Quieres que la siguiente maldita prueba sea incluso peor que la anterior? ¿Quieres que tu emisario y la elfa también paguen las consecuencias? —Sus ojos brillaban casi de un rojo violento al decir aquello—. Acomódate los pantalones y vete al Salón del Trono antes de que rueden cabezas.
Para sorpresa de Norrine, Tamlin le dio un último beso y susurró un "yo también te amo" antes de dejarla de nuevo en el suelo. Podía sentir el enojo de él, una bestia a la que le volvían a poner la mordaza mientras se alejaba, acomodándose el cinturón y susurrando algo que solo Rhysand escuchó.
—Y tú —Rhysand se volvió una vez Tamlin desapareció por la puerta con un chasquido apenas audible, sus ojos estaban pasando a un nuevo tono de rojo, la oscuridad misma parecía estar consumiéndolo todo—, ¡¿qué mierda tienes en la cabeza?! ¿Te haces una idea de lo que está en juego?
—¡¿Qué te importa?!
Rhysand la miró con los ojos como platos, más alterado de lo que nunca lo había visto. Su pecho subía y bajaba, frenético, completamente descolocado.
—¿Qué me importa? ¡¿Que qué me importa?! ¡Pedazo de...! —Se detuvo de golpe, miró sobre su hombro y lo siguiente que Norrine supo es que él estaba casi en el mismo sitio que Tamlin—. Ni se te ocurra pensar que esto es por ti.
E inmediatamente después estaba abrazándola y rodeándola con esa capa extraña de oscuridad que siempre lo seguía a todos lados. Se sentía helado, desagradable, especialmente allí donde Tamlin había estado momentos antes, dolía incluso. Intentó apartarse, pero un siseo y una de las garras heladas de Rhysand fue lo único que le alertó del agarre imposible de romper y que debía seguirle lo que sea que fuera toda aquella mierda.
—Oh, vaya, mira lo que tenemos aquí.
Rhysand se apartó como si quemara, con el pecho agitado, al tiempo que Norrine se cubría con los brazos. En la puerta estaba Amarantha, sonriendo satisfactoriamente, seguida por Tamlin, quien volvía a tener su rostro inexpresivo y Faye. Norrine tembló al ver los ojos de su amiga, quien apenas podía mantener la compostura, pero se podía percibir una furia contenida en sus labios apretados como una línea fina y en los ojos tan fríos que podían congelar todo lo que veía. Sí, Rhysand era peligroso, pero la mirada de Faye era incluso peor, se había metido en su territorio y no iba a tener remordimientos en destrozarla si volvía a hacerlo.
Feyre iba a matar a alguien, necesitaba arrancar cabezas. Podía notar el fuego ardiendo bajo su piel, haciendo que sus alas se extendieran peligrosamente a los costados y sus labios tirando para revelar los colmillos. No se quedó a escuchar lo que pasaba, ni siquiera quiso mirar a Rhysand, simplemente se fue, con las manos apretadas en puños mientras intentaba calmarse. Se sentía incapaz de seguir manteniendo la calma, de guardarse el secreto que la unía a él. Dos meses sin consumir una semilla de amarra, y no había forma de que estuviera cerca de una época fértil, o quizás sí... Poco importaba. Regresó sola a la celda, yendo entre las sombras para que nadie la viera.
Ni bien estuvo sola, dejó salir el rugido que tenía dentro, haciendo que las piedras mismas temblaran ligeramente. Sintió que su garganta ardía, mientras el eco resonaba hasta algunos pasillos cercanos, pero no llegaría a la fiesta, no lo escucharía Norrine ni Rhysand, pero sí lo harían los prisioneros, lo harían las bestias que merodeaban por allí. ¿Y qué? Nada ni nadie en su sano juicio iba a meterse con una hembra que estaba a punto de ir y marcar su territorio, costase lo que costase. Intentó pensar en la conversación con las espías de Rhysand, aquellas dos gemelas que habían estado actuando como sirvientas. Estaban un par de meses atrasados en información, y se lo habría dicho de no ser porque su garganta amenazaba con hacerla toser hasta que la dañara.
Respiró hondo, intentando relajar el nudo en su pecho y garganta, relajar las uñas que amenazaban con convertirse en garras. Tenía que hacerlo, no existían los elfos con garras. Tampoco illyrianos. Volvió a intentar respirar, en vano. En algún momento irían las gemelas a traerle sus ropas, pero hasta entonces tenía un buen rato, con suerte, ninguno de los otros dos bajaría hasta dentro de un buen rato. O eso esperaba.
—Buenos pulmones.
«La puta madre, ¿ahora tiene que venir?» Ahí estaba él, parado con total tranquilidad cerca de los barrotes. Sus ojos la miraban con cierta preocupación y extrañeza.
—Ahora no, Rhysand —gruñó, volviendo a sentir que empezaba a arder por dentro al sentir el olor de Norrine en su ropa.
—Ahora sí, elfa —respondió de igual forma. Caminó hasta quedar frente a ella, las alas tensas a pesar de que tenía el rostro relajado; los ojos ardían, dejando a la vista vetas ligeramente rosadas y rojas—. Acabas de moverte entre las sombras, Amarantha no se habrá dado cuenta, pero yo sí. No tienes ningún rastro de furia, y sé que los poderes duran hasta dos generaciones si no hay otra cruza.
Feyre, en otras circunstancias se habría interesado por aquella información, pero en ese momento, donde apenas podía mantener sus manos (y emociones) quietas, le importaba lo mismo que nada. Dudaba que Rhysand notara los celos, la furia, de la misma forma que ella podía notar todas las emociones de él.
—Es mi problema, mi Señor —dijo con los dientes apretados, en un vago intento de poner algo de distancia. Rhysand apretó ligeramente la mandíbula, sacudiéndola por dentro con una ráfaga de malhumor. Una parte de sí, una que conocía tan bien como las demás, quería acariciar con cuidado las mejillas de él, calmar la tormenta que tenía dentro, así como también sabía que cualquier contacto le haría doler. Su cuerpo entero ardió de furia.
—En cuanto todo esto acabe, vienes a mi Corte. —No había una pregunta, era una orden.
La idea sonaba tentadora, por varios motivos, pero bien sabía que ir a la Corte de la Noche de inmediato sería meterse en una inmensa tela de araña que no quería seguir extendiendo alrededor de Rhysand, pero debía hacerlo. No dudaba de que, en una semana, donde los dos compartieran varias horas en un mismo sitio, terminaría por sacarle todas las verdades si se lo proponía. «Todavía no», se dijo, respirando hondo con los ojos cerrados, apagando por la fuerza todo lo que tenía dentro. No podía seguir perdiendo el control.
—Cuando todo esto acabe, tendré que ayudar a Norrine con la Corte Primavera.
—La humana tiene al zorro y al maldito de Tamlin —señaló él, mostrando ligeramente los colmillos, haciendo que Feyre inclinara la cabeza, fingiendo algo de curiosidad ante la tirantez de su voz.
—Ellos son machos, el juego es distinto para las hembras.
Él estudió su rostro, vaya la Madre a saber qué buscaba ver allí, pero no parecía muy contento con lo que encontró. Fue él quien rompió el contacto visual, caminando con la gracia que solo él tenía, con la misma fluidez con la que se movía el viento y los suspiros atrapados en su pecho.
—El contrato sigue en pie.
—Y yo te dije que no soy una hembra de la que te vas a deshacer tan fácilmente —replicó Feyre, sin saber, ni molestarse en averiguar, si era un recordatorio, un coqueteo o una queja. Quizás las tres cosas a la vez. Rhysand la miró con una ceja alzada, una chispa fugaz de diversión apareció en su rostro antes de marcharse, todavía con los hombros tensos y el pecho cerrado por la furia.
Norrine sentía que había una extraña tensión en el aire. Faye apenas le había dirigido la palabra desde que se habían vuelto a encontrar en las celdas y, según le había mascullado, era un tema delicado que no quería hablar estando encerrada allí. Rhysand también había estado tenso el resto de la noche, luego de haber desaparecido tras Faye, a pesar de que su rostro mostraba una sonrisa cordial. Los ojos, sin embargo, estaban de un color más claro y su agarre había resultado mucho más incómodo de lo que ya era.
—¿Cuánto faltará para la siguiente prueba?
—Si mi sentido de las horas no está tan jodido como creo que está... puede que una semana o menos —respondió Faye. Norrine se abrazó las rodillas, ocultando parte de su rostro en ellas, tratando de mantener un poco del calor que tenía. Temblaba ante la idea de volver al laberinto con Faye en aquel estado, la primera vez había sobrevivido el poco tiempo que había estado sola gracias a que la elfa apareció justo antes de que sus piernas se hubieran cansado. Casi había sido devorada por el dragón de Middengard cuando le clavó un hueso, particularmente afilado, por el paladar, y los dioses sabrían cuántas criaturas había esquivado por los pelos la última vez. Si Faye no hubiera resuelto el acertijo, dudaba que la hubiera encontrado. De hecho, ¿habría sobrevivido si Faye no hubiera decidido ir a por la muerte segura, protegiéndola? Una sensación de ahogo empezó a apoderarse de ella ante la idea. ¿Cómo diablos iba a superar la tercera prueba? Si se guiaba por las anteriores, iba a ser devastadora, y muy probablemente sería Faye quién la hiciera pasarla. Si es que estaba todavía con intenciones de ayudarla.
Un sollozo se escapó de sus labios sin que pudiera evitarlo.
—Ey, ¿qué pasa? —preguntó Faye, con una voz más suave de lo que había esperado.
—Nada, estoy bien.
—Siento el olor de las lágrimas, Norrine, y puedo escuchar bastante bien los sollozos que ahogas —replicó, con una voz suave, casi maternal. Repitió la pregunta y, esta vez, Norrine no pudo responder por las mismas lágrimas—. ¿Necesitas un abrazo?
Apenas logró pronunciar el sí. No le interesó saber cómo fue que Faye lo hizo, pero su brazo la rodeó por los hombros, dándole un poco de confort y calor. Lloró hasta que le ardían las mejillas y gran parte del nudo en su pecho se había aflojado. Costó ver a Faye a los ojos cuando se apartó, mirándola con los brazos rodeando las rodillas, sentada de tal forma que se mecía ligeramente hacia adelante y atrás.
—Que las pruebas las superaste tú, no yo.
Los rasgos de la elfa se suavizaron aún más. Incluso le pareció que había una ligera sonrisa en sus labios.
—Norrine, yo llevo siglos en Prythian, conozco sus reglas, y soy una fae, por eso quise ayudarte —dijo, todavía con esa voz dulce, acomodando un mechón de cabello tras su oreja—. Considera que estás ayudándome a no cometer una locura más grande.
—¿Cómo cuál?
—Ir a por la cabeza de la puta demente —respondió sin pelos en la lengua, encogiéndose de hombros. Norrine apenas pudo contener la risa, limpiándose la nariz y mejillas con la manga—. Te puedo enseñar todo lo que necesites en cuanto pases la tercera prueba. Manejo de armas, historia, lucha cuerpo a cuerpo...
—Pensé que tu padre era mercader.
Ahora había un brillo de diversión y picardía en sus iris pálidos.
—Lo es, y por eso mismo me enseñó a que no me puedan raptar sin que les deje varios huesos rotos a los captores. —Otra risa por parte de Norrine.
Se quedaron en silencio hasta que Faye dijo que tenía que volver a su celda y desapareció como si se hubiera vuelto parte del viento o la tierra la hubiera tragado. Poco tiempo después aparecieron unos goblins, quienes abrieron la puerta de la celda de Faye y se la llevaron de mala manera, obligándola a caminar rápido por delante de ellos. Norrine se asomó a las barras, viendo cómo su amiga le dedicaba una última mirada insondable antes de que se quedara sola, completamente sola en medio de aquel sitio.
Dos comidas después, Rhysand apareció frente a ella.
—¿Dónde está la elfa? —preguntó, el rostro tenso y las manos firmemente metidas en los bolsillos.
—¿Podrías dejar de decirle así? Tiene un nombre —gruñó, dejando el pequeño trozo de pan con queso duro en la bandeja. Escuchó que el hombre bufaba.
—Uno que no conozco —masculló, haciendo que Norrine arqueara una ceja, pero él no dijo nada más al respecto—. Responde a mi pregunta.
Resopló ante el tono mandón antes de contarle que había visto a dos goblins llevársela, no sabía a dónde. Lo escuchó soltar un sonido gutural antes de empezar a caminar de un lado a otro de la celda, murmurando algo sobre para qué se la habrían podido llevar, un ligero insulto hacia la testarudez de ella y uno muy largo hacia Amarantha. Norrine no le prestó atención, limitándose a terminar de comer el pan y queso mientras el fae seguía con su ir y venir.
—¿Por qué te enojaste con Tamlin la otra noche?
Eso pareció como darle una cachetada, sacándolo de golpe de lo que sea que hubiera estado pensando. La miró fijamente, apenas parpadeando un par de veces hasta que pareció entender a qué se refería.
—Odio admitirlo, pero si quiero volver a mi hogar, necesito que él mate a Amarantha —dijo, poniendo las manos en los bolsillos de nuevo—. Eso y porque realmente me interesa que la elfa deje de andar como perro faldero en esa Corte. El jueguito de ustedes dos, tórtolos, casi nos cuesta la libertad a todos. —Norrine lo miró, inclinando la cabeza hacia un costado y Rhysand soltó un suspiro exasperado al tiempo que mascullaba un "hembras"—. Negociaste por la libertad de la Corte de Tamlin, todos tenemos la esperanza (algunos más que otros) de que él sea el que acabe con esto. Si tú mueres... —hizo un sonido como una explosión—. No libertad, no Prythian y sería cuestión de tiempo para que pase algo peor.
Faye le había dicho algo parecido, y sospechaba que Rhysand habría sido quien la hubiera ayudado, o tal vez no, a pasar las pruebas de no haber sido por su amiga, o quizás no lo habría hecho. Ni bien terminó de hablar, el fae soltó un suspiro que la dejaría tranquila y se marchó, volviendo a dejarla sola con una bandeja vacía.
Una comida más tarde, volvieron a aparecer los goblins y la arrastraron hasta la Sala del Trono. Se reían entre ellos, con una emoción enfermiza y repugnante de lo que sea que fuera a ser su última prueba, casi podía sentir como sus nervios estaban bailando a flor de piel con cada paso que daba. Era un alivio no tener que bajar de nuevo al laberinto, pero su estómago seguía retorciéndose al ver a la multitud. Todo el mundo observaba desde los costados. No había nada en el centro de la amplia sala, salvo por un poste de madera, el cual probablemente le llegaba a la altura del busto, ubicado justo enfrente a Amarantha y Tamlin.
La sonrisa y la crueldad que había en los ojos de la Reina hicieron que todas las alarmas se prendieran dentro de Norrine. Buscó a Faye por doquier, incapaz de encontrar su distintiva máscara entre la multitud. La detuvieron justo al frente del poste, sus ojos no dejaban los de Amarantha.
—¿Últimas palabras?
Miró a Tamlin, tomando aire antes de decir lo que esperaba que no fuera lo último que dijera. Las palabras ardieron en su pecho al verlo a los ojos.
—Te amo, a pesar de que te conocí por poco tiempo, a pesar de que empezamos mal. En esta y en cualquier otra vida, te seguiré amando, Tamlin.
No hubo ninguna respuesta de su parte, pero sí de Amarantha, quien hizo una burlesca imitación de sus palabras antes de hacer un gesto con la mano. Una puerta a su izquierda se abrió estruendosamente.
—He visto cómo tu sirvienta te salva el pellejo a último momento —empezó, mientras dos troles llevaban a un fae descalzo, con una túnica que cubría su cuerpo y otra su cabeza. Su corazón empezó a acelerarse a medida que se acercaban y lo ataban al poste, obligándolo a caer de rodillas frente a ella—. No me gusta mucho el tema de una victoria robada, no merecida incluso, y, ¿qué mejor forma de demostrar tu amor por Tamlin que yendo hasta los límites? Córtale la garganta, un tajo limpio, y habrás terminado con la tarea.
Uno de los troles se acercó hasta ella, dejando caer una pequeña daga enfundada en su mano. El otro, a la orden de Amarantha, puso una de sus manos sobre la túnica que cubría la cabeza de la víctima.
—No olvides de verle a los ojos antes de hacerlo —rio Amarantha al tiempo que arrancaban la tela, dejando a la vista una cara con una máscara de murciélago blanco, cuya dueña parpadeaba para ajustarse a la luz que ahora la rodeaba.
Su cabeza dejó de captar los alrededores, dejó de comprender qué estaba ocurriendo. Faye miraba a los costados, como si necesitara comprender la situación antes de fijarse en ella y en lo que sostenía en su mano. Hubo un momento de confusión antes de que su expresión se aclarara, única señal de que lo había captado todo, como si no hubiera estado escuchando todo lo que decía la Reina hasta entonces. Norrine quiso lanzarla lejos, sintiéndose como una niña atrapada haciendo una travesura, pero era incapaz de aflojar sus dedos, por mucho que lo intentara. Ella la miró a los ojos antes de cerrarlos, respirando hondo, como siempre que hacía cuando necesitaba serenarse u ordenar sus ideas. Cuando los abrió, había una determinación férrea, una ferocidad en su mirada que la retaba a hacer lo que tuviera que hacer. Era capaz de escuchar un "por el bien de Prythian" al verla.
La adivinanza. La puta y mil veces condenada adivinanza.
Su mano iba sacando la daga de la funda, ignorando el grito desesperado que daba en su cabeza.
«Son dos sitios, representados por dos animales que se muerden la cola», pensó mientras la hoja salía de la funda con un siseo. Recordó a los grabados de las Uniones Divinas, pero no parecía algo cíclico, sino como un círculo que entrelazaba a dos seres, aunque hubiera pensado algo diferente. Su mano tiró la funda lejos, los ojos de Faye no abandonaban los suyos, desafiándola a cortarle la garganta, a matarla a sangre fría de la misma manera que lo habían hecho con el dragón. No podía hacerlo.
Siguió buscando una respuesta.
«¿Las estaciones? No, esas son cuatro y no hay diferencia de cantidad de gente», pensó mientras su brazo iba ascendiendo, la hoja lista, brillando contra la luz del sol. «No es el día y la noche, porque tenemos el mismo asunto de los que hay en uno y otro momento», empezó a bajar la hoja.
Momento. Estado...
Todo cobró sentido cuando la daga estuvo a centímetros de que tocara el cuello de Faye.
—¡La vida y la muerte! —chilló.
Todos se quedaron quietos, Faye seguía con sus ojos fijos en ella, pero empezaba a haber un rastro de esperanza pese a que todavía estaba el desafío. Levantó la mirada hacia Amarantha, sintiendo que la alegría empezaba a extenderse por su cuerpo, intoxicándola.
—La vida y la muerte —sentenció y lo último que pudo ver fue el rostro contorsionado de Amarantha por la furia antes de que todo se volviera negro.
Rhysand sintió que volvía a respirar al escuchar la respuesta que rebotaba por todo el lugar. Cerró los ojos, agradeciéndole a la Madre por no haberla perdido, cuando un golpe seco, seguido de un grito desgarrador hizo que levantara la vista una vez más. Tamlin se había lanzado contra Amarantha, cortándole la cabeza de un zarpazo; en medio de la frente tenía clavada la daga que la humana había sostenido para matar a la elfa. ¿En qué momento había terminado allí?
—¡Norrine! Por favor, Norrine, responde —chillaba la elfa, sacudiendo a la humana antes de que Tamlin la apartara con más fuerza de la que probablemente pretendía. Ahogó un gruñido antes de salir de donde estaba. Corrió hacia la elfa, quien parecía estar a un paso de quebrarse para el momento en el que la rodeó con sus brazos—. No pude... No llegué...
—Ey, ey, ey, tranquila...
—Si hubiera sido más rápida... —Lágrimas caían por sus mejillas al tiempo que se dejaba vencer por su propio peso. Estaba por rodearla también con sus alas, pero antes de que pudiera hacerlo, dos elfas más aparecieron, rodeándola en un abrazo y apartándolo casi de inmediato. Trastabilló un poco al retroceder. Sintió una sensación de vacío ante el gesto y los cada vez más fuertes sollozos de la elfa. Volvió a mirar hacia Tamlin, quien acunaba el cuerpo sin vida de la humana entre sus brazos, llorando desconsoladamente. Había un brillo extraño saliendo de su cuerpo que entraba en el de ella. Sus cejas se juntaron. «¿Es real?»
Quizás lo hubiera comprendido antes si su cabeza no hubiera estado embotada por las emociones que difícilmente eran suyas, pero para cuando logró comprender, la humana y Tamlin brillaban de igual forma.
Una bocanada de aire entró por la boca de la humana.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro