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La Corte de la Noche

Esta vez, la nada parecía ser lejana a Norrine, casi imposible. Tenía la impresión de que no solo el hilo dorado entraba en ella, sino que su propio cuerpo parecía crear un hilo a partir de tantos otros que iban y venían hacia ella.

Abrió los ojos, reconociendo el dosel del cuarto de Tamlin, solo que estaba... demasiado brillante. El mundo parecía haberse vuelto incluso más nítido que la última vez, seis meses atrás. Oía todo con una precisión que se preguntaba cómo no había notado las palabras que murmuraban su nombre una y otra vez, cómo no había visto a la magia que bailoteaba entre sus dedos con gracia, capturando parte del sol al hacerlo. Intentó sentarse y sintió que su cuerpo entero reaccionaba con más fuerza de la que necesitaba.

—Despertó —dijo una voz aliviada desde su izquierda. Elain la miraba con la sonrisa de siempre, vestida con aquella capa de pelaje y plumas de un tono más blanco, acompañando a las telas más claras del vestido simple que tenía puesto.

—¿Qué...? Pensé que me había muerto.

Las facciones de Elain se dulcificaron a medida que caminaba hasta ella y se sentaba en el borde.

—Casi, Tamlin estuvo al borde de la locura —dijo, apretándole con cariño la mano—. Odio admitirlo, pero que te metieran al Caldero quizás es lo mejor que podría haberte pasado.

Norrine frunció el ceño, inclinando la cabeza hacia un costado. Ciertamente, no era la clase de palabras que utilizaría para describir todo lo que había pasado, y así se lo hizo saber a Elain.

—Por supuesto que no —negó, sacudiendo la cabeza antes de mirarla de nuevo fijamente—, pero estaban muriendo los dos, tú y Tamlin. La unión los mantenía apenas a flote, ahora... Será mejor que veas por tu cuenta —dijo, sonriendo antes de levantarse y caminar hacia el tocador que tenía. Removió un par de cosas antes de sacar lo que reconoció como un pequeño espejo de mano y se lo entregó.

No tenía idea de qué esperar, quizás algo como lo había visto la última vez, cuando sus cicatrices se habían vuelto más como raíces y sus ojos a veces parecían tener algunas manchas verdosas, pero lo que tenía enfrente de sus ojos era otra cosa. Su piel se había vuelto mucho más pálida, haciendo que las marcas que recorrían su piel fueran más opacas, algunas más rectas, otras terminadas en elegantes rizos. Todavía tenía esas manchas verdosas, pero estaba segura de que podía notar muchos tonos de marrones en los iris.

Respiró hondo, tratando de acomodar un poco las ideas que no paraban de ir de un lado a otro cual enjambre de abejas. Miró a la mujer junto a ella, con la pregunta más que clara en sus rasgos.

—Fuiste hecha como un Alto Fae, Norrine —remarcó, haciendo que el mundo se volviera más caótico. ¿Cómo que había sido hecha? ¿Acaso los faes podían ser creados a partir de un humano?

La mano de Elain se cerró sobre la suya, sacándola momentáneamente del torbellino en el que estaba sumergida. Un susurro de parte de la mujer le aseguró que las cosas estarían bien, justo antes de que la puerta de la habitación se abriera. Lucien las miraba desde el umbral, los ojos abiertos de alivio cuando notó su persona. En pocos largos pasos llegó hasta donde estaba ella, rodeándola en un abrazo.

—Bienvenida de nuevo, Norrine —murmuró y estuvo segura de que había una sonrisa de alivio en su rostro. Le devolvió el gesto, mirando de reojo a Elain, quien se había tensado ligeramente pese a que la sonrisa jamás había flaqueado.

Como si también hubiera sentido la incomodidad, él se apartó, dirigiéndose a la mujer que mantenía aquella expresión, pese a que sus ojos tenían un brillo peligroso. «Depredador», pensó, no sin sentir cierta familiaridad con aquella idea.

—Feyre dice que quiere hablar contigo —dijo Lucien casi de inmediato, sacándola de su trance cuando Elain apartó la mirada, asintió y se marchó, con la capa rozando el suelo por detrás de ella.

—¿Hay algo entre ustedes dos? —preguntó cuando la puerta se cerró y creyó que estaban con algo de privacidad. Si ella podía escuchar tanto, ¿qué le aseguraba que los demás no oyeran lo mismo o más?

Lucien la miró con las cejas alzadas y lo que podía sospecharse como un ligero rubor.

—Simple amistad, ¿por qué?

Norrine se encogió de hombros, diciendo que probablemente no era nada. Él la miró con una ceja arqueada antes de soltar un suspiro, diciéndole que Tamlin estaba en su estudio, que iría a buscarlo. Su corazón latió con un poco más de fuerza ante aquello, de inmediato apartó las sábanas, casi lanzándolas al otro extremo de la cama por completo. Ignoró la mirada divertida que tenía del pelirrojo mientras se ponía de pie, pero de inmediato volvió a donde estaba antes. Diciendo que iría a buscarlo, se marchó. Consideró volver a levantarse o buscar alguna prenda que fuera más alegre que lo que llevaba puesto, pero sus piernas parecían estar a punto de fallarle y dudaba poder dar un paso sin que eso implicara un buen golpe.

Estaba por resignarse cuando notó cómo unas ramas brotaban del suelo y se extendían hasta el armario, abriendo las puertas de par en par. Inclinó la cabeza y las raíces parecieron seguir su mirada. Respiró hondo, tratando de que el miedo que empezaba a trepar por su estómago no siguiera creciendo, cuando Alis abrió la puerta de golpe. Norrine no necesitó voltearse a ver para saber que se había quedado congelada, y casi soltó un grito de terror cuando las ramas se voltearon hacia la ursik.

—Mi señora, por favor... —empezó la sirvienta, con una voz tranquila que Norrine habría usado con un niño. De a poco, sin alterarse en ningún momento, la fae le fue indicando cómo controlar su respiración, cómo relajar su cuerpo para que las raíces volvieran a su lugar—. ¿Tiene algún vestido en mente que quiera usar?

Algo aturdida, respondió que quería uno marrón con dorado y verde. Como si no hubiera pasado nada, la fae asintió con la cabeza y fue hacia el armario abierto. Con cuidado, la ayudó a quitarse el camisón y ponerse la nueva prenda. Era mucho más holgada, salvo por el cinturón que tenía a la altura de la panza, pero podía respirar con facilidad.

Ayudada por Alis, recorrió los pasillos antes de detenerse frente a la puerta de madera con el escudo de la Corte grabado allí. Recorrió los bordes de la flor con la vista, como si, de alguna manera, el símbolo se hubiera vuelto más personal, suyo. Levantó la mano para tocar cuando las puertas se abrieron de repente, dejando a la vista a Tamlin, más radiante de lo que jamás había visto.

Ambos parecieron estar congelados ante la presencia del otro. Norrine estaba segura de que se le había atorado el aire en los pulmones, y solo cuando se lanzó a sus brazos, casi llorando de la alegría al sentir el calor de él contra sus costillas, en su espalda y cabeza, fue que pudo respirar de nuevo. Lo escuchó murmurar su nombre, al tiempo que retrocedían y las puertas se cerraban.

Se separó para verlo a los ojos, esos ojos verdes con algunas vetas doradas que tanto amaba y cada vez encontraba más y más familiares. Estaba segura de que en cualquier momento podría pintarlos o dibujarlos en el suelo mismo. Él también la miraba, acariciando su mejilla como si no pudiera terminar de creer que estaba allí, que estaba viva de nuevo. Se reclinó contra el tacto, cerrando los ojos momentáneamente antes de volver a abrirlos.

—Me sorprende tu capacidad para ser más bella cada día —dijo y, pese a que había un ligero tono de humor, sus ojos se habían opacado ante sus propias palabras. Supo qué pasaba por su cabeza en el instante que su corazón se encogió, como si se le hubiera clavado una espina. Una sonrisa amarga se abrió paso hasta sus labios, siendo su turno de acariciar la mejilla de Tamlin—. ¿Cómo te sientes?

—Como nueva.

Elain se encontró con una imagen que resultaba tan familiar como ajena al asomarse por la puerta que daba a la galería.

Feyre estaba sentada en un banco de la galería bajo una columna llena de orquídeas, tallando una figura que parecía ser una criatura de cuerpo sin sentido, como si fuera hecho de sombras. Tenía el cuerpo delgado y con unas alas membranosas con las puntas terminadas como en garras, como un murciélago gigante. Elain la vio soplar y pasar la uña una última vez antes de dirigirle la mirada y ponerse de pie.

—¿Está mejor? —preguntó en cuanto estuvo a un paso de distancia, los nervios más que evidentes en sus ojos celestes. Elain asintió, preguntándose si Feyre había crecido unos centímetros más o eran imaginaciones suyas. Su hermana se relajó, como si hubiera temido que esa vez sí hubiera fallado miserablemente—. Hay que hacer una mejor vigilancia ahora.

Mantendré los ojos sobre Ianthe, ha estado... rara los últimos días —comentó en un dialecto que se parecía un poco al illyriano. Los ojos de Feyre adquirieron un frío glacial ante el nombre de la Gran Sacerdotisa, pero asintió—. ¿Cómo está el resto?

Sabía que habían atacado al Cuartel, que Nesta estaba buscando la causa junto con las sacerdotisas de Sangravah, pero sabía lo mínimo e indispensable, un precio a pagar por estar en donde estaba. Su hermana miró hacia los costados, con una tranquilidad que habría convencido a cualquiera, salvo por las alas tensas a su espalda y la mandíbula ligeramente apretada. O la forma en la que parecía estar a punto de morderse el labio.

—Normal, siguen ocupándose de sus asuntos —contestó y Elain contuvo un suspiro molesto—. Nesta está considerando hacer una limpieza profunda. Cree que hay alimañas o comida podrida en el almacén.

Asintió una vez, contemplando la nada mientras su cabeza empezaba a mover las fichas, queriendo acomodar para que las cosas funcionaran como ella quería.

—¿Han podido averiguar algo más?

Feyre negó con la cabeza, aunque, ¿qué iban a descubrir en un día? Definitivamente, no mucho más de lo que ya habían hecho. Resopló y ahogó la sensación de frustración que escalaba por su garganta; ya habría tiempo para dejar salir todo. No había mucho que ella pudiera hacer. Ianthe ya era más que suficiente trabajo, además de que había que ver cómo iba a actuar la magia en Norrine, quizás no tanto como antes, pero seguían siendo tareas a tener en cuenta. Echó una última mirada a su hermana, sonriendo al ver que sus hombros estaban menos tensionados, que sus ojos tenían un brillo que los hacía parecer como dos estrellas.

—¿Qué piensa Rhysand sobre lo que hacemos?

Hubo un ligero silencio antes de que Feyre soltara un suspiro y contemplara todo con la mirada perdida.

—De momento, no tengo idea, pero supongo que las cosas... Supongo que irá para mejor —respondió con una sombra de sonrisa y Elain no pudo evitar una sensación agridulce en su pecho al escuchar aquellas palabras. Debería estar alegre, feliz porque su hermana por fin estaba consiguiendo lo que había estado luchando durante medio siglo. Como si hubiera leído sus pensamientos, Feyre la miró con una ceja arqueada y una sonrisa de medio lado—. ¿Y tú? Ya vi cómo miras a cierto macho que parece estar viniendo en nuestra dirección.

La pregunta estaba lista para salir de sus labios antes de mirar sobre sus hombros, encontrándose con Lucien. Como empezaba a ser costumbre, su corazón saltó dentro de sus costillas y habría hasta sonreído como idiota de no ser porque la piedra que colgaba de su cuello ya estaba adquiriendo un color rojo y amarillo intenso. No tenía idea de cómo era posible, pero no era quien para hablar sobre imposibilidades.

Iba vestido con una camisa blanca por debajo de un saco verde bordado con dorado, pantalones de montar y botas igualmente marrones, terminando con el cabello recogido a medias; era un peinado simple, pero Elain no era capaz de formar una oración coherente al contemplarlo. Oyó la risa divertida de su hermana detrás de ella, aunque no le prestó atención, concentrada en ver cómo se marcaba la mandíbula de él al alzar la barbilla, como si pudiera oler el aire, cuando giraba el rostro hacia un costado y contemplaba el bosque. Por un momento, se imaginó corriendo hacia él, enredando sus dedos en la cascada roja que caía por su espalda y desarmar el lazo que dejaba su rostro despejado de todos los mechones de seda.

—¿Quieres que te deje babeando en paz? —preguntó Feyre por lo bajo, casi inaudible, apenas un paso por detrás de ella. La cabeza de Elain se despejó de golpe, rompiendo la burbuja donde había estado, lanzándole una mirada molesta en su dirección, ganándose una sonrisa traviesa que solo era el anuncio de una tormenta.

—Un poco de empatía vendría bien, Fey-fey —masculló.

Feyre se encogió de hombros, dando un ligero paso al costado después de echar una mirada hacia el frente. Su cuerpo supo antes que su mente quién era el dueño de la voz.

—¿Interrumpo algo?

—No, para nada Lucien —contestó la muy granuja de su hermana menor, conteniendo una risa que era demasiado sospechosa como para volver creíbles a sus palabras. Una mirada rápida hacia ella bastó para que muriera cualquier gesto de su rostro y garganta—. Ya terminé de hablar con mi hermana. ¿Vengo en una semana a ayudar con Norrine?

Elain lo pensó un momento antes de decirle que le avisaría, por lo que Feyre asintió con la cabeza, todavía con un brillo travieso en sus ojos, y se marchó en medio de una sombra. Una vez solos, el silencio se instaló sobre ellos como un pesado manto, no llegaba a ser asfixiante, pero seguía siendo notable.

—Supongo que irás de cacería —se encontró diciendo Elain, mirando de reojo el atuendo, captando el ligero destello de un cuchillo en su cadera. Lucien asintió antes de mirarla a los ojos, robándole el aliento antes del baldazo de agua fría.

—¿Cómo te transformaste? —preguntó, haciéndola parpadear dos veces y quedarse sin palabras repentinamente—. Si es que puedo saberlo, por supuesto.

Intentó no dejar que su cuerpo se tensara, que sus dedos no retorcieran los hilos sueltos, o las plumas que en cualquier momento podrían desprenderse si les daba un ligero tirón. Sus dedos acariciaron distraídamente la capa que llevaba con ella en ese momento, como si pudiera hacerla su nueva piel. No era tan cómoda como la que ella había creado, pero en ese momento no podía tolerarla, no sin sentir que las plumas quisieran clavarse en su piel.

—Herencia de mi madre —casi escupió la última palabra. Apartó con fuerza el recuerdo de las pequeñas criaturas que había corrido por el Medio, sus aullidos de dolor mientras los usaba para su tarea, contentando a su madre y hermanas—. No disfruto mucho de usarlo, pero sería ingenuo de mi parte negar mis propios dones, ¿no te parece?

Lucien la miró por un buen rato, su ojo mecánico emitiendo un suave chasquido antes de que asintiera y le ofreciera el brazo que ella contempló por un momento. El gesto era, cuanto menos, inesperado, pero lo tomó con gusto, sonriendo en agradecimiento antes de que él la guiara por los jardines de regreso a la Mansión.

Ianthe mordió el interior de su mejilla, luego sus uñas, siempre caminando de un lado a otro de la habitación, pensando, retorciéndose los dedos, sintiendo que el corazón estaba al borde de salir por su garganta. Afuera paseaba la única forma que tenía para participar de Calanmai, de no ser porque estaba harta de sentir que su cuerpo entero estaba a punto de ser diseccionado bajo la dulce sonrisa de la puta Elain.

Se había logrado contener cuando vio que Tamlin entraba con una cada vez más fuerte Norrine, una humana miserable, cuanto menos. No había forma de que supieran algo sobre su papel en todo aquello, pero algo en la mirada de la illyriana y la joven que conocía una forma de crueldad que sabía a miel, que le decía lo contrario. Ellas sabían, o al menos lo sospechaban. «No tienen pruebas», se repetía una y otra vez, como un mantra. No había rastros de su comunicación con Hybern, de los acuerdos a los que habían llegado.

De las muertes y ventas que habían realizado.

Volvió a mirar por la ventana, encontrándose con que Elain sonreía a Lucien, saludándolo con una mano antes de que éste se marchara, probablemente hacia los establos, y sus ojos se fijaron en ella, como si supiera que estaba espiándola, viéndola. Ianthe no dudaba de que podía notar su silueta a la perfección, incluso si hubiera corrido las cortinas para ocultarse, la habría visto con la misma seriedad con la que lo hacía en ese momento. Como si ella fuera la presa y ella la cazadora. Retrocedió hasta que no pudo ver más el jardín y maldijo al notar que empezaba a lastimarse las manos de tanto clavarse las uñas. No iban a encontrarla. No había pruebas para que pudieran incriminarla.

¿Verdad?

Nesta chasqueó la lengua, sintiendo que empezaba a congelar todo lo que estaba cerca de ella. Sus ojos pesaban y todo lo que encontraba eran pistas que llevaban a un camino sin salida. Había buscado indicios hasta en sitios que probablemente no tenían sentido, a horas que no eran por asomo sanas, pero los resultados tenían que aparecer. Su cuerpo le dolía al volver a la forma más física, volviendo a encerrarse en aquel contenedor que a veces le resultaba ajeno. Masajeó sus sienes, intentando ordenar sus ideas y aliviar un poco de la presión que le hacía ver estrellas.

—El rastro es de una sacerdotisa, pero ninguna de las del Sangravah o del mismo Cuartel, iría allí por voluntad propia —le afirmó Gwyneth por lo bajo, evitando que incluso Azriel y Cassian escucharan sus palabras—. La magia no tiene rastro de una raza o una Corte en particular, lo cual nos deja con esa única opción. Falta averiguar quién.

Nesta se dejó caer contra el respaldo de la silla, sosteniendo su cabeza sobre el puño que tenía al costado, como si desde ese ángulo pudiera ver mejor las cosas, sostener su propio peso por un momento. Tamborileó en el apoyabrazos contrario, apenas pudiendo contener las ganas de pellizcarse las manos o hacerse tronar los dedos. Le vendría de perlas tener a alguien con el poder de Rhysand para poder entrar en la mente de otros, sin embargo, Feyre ya le había comentado que era casi imposible que no notaran la intromisión. «Aparte de que todas tenemos entrenamiento para detectar cualquier invasión, por discreta que sea», bufó para sus adentros, mirando la marca que tenía en el interior de la muñeca. Una V con alas atravesada por un palo, como si formara una A invertida.

Definitivamente era más importante saber cómo habían encontrado el sitio. Los túneles de Bajo la Montaña no daban directamente al Cuartel, pero si la magia del Medio era tan impredecible como sus habitantes...

Su cuerpo entero se puso tenso, antes de reacomodarse en la silla, apretando los dientes ante una puntada de la herida de la espalda. Que ella recordara, eran unas pocas hembras las que iban y venían de un lado a otro de Prythian. Feyre, Elain y Gwyneth eran las primeras que se le ocurrían, pero ninguna de ellas tres era capaz de hacer aquello, mucho menos Gwyneth, por muy capacitada que fuera. Feyre estaba con la cabeza cada vez más y más metida en la Corte de la Noche y Elain casi parecía tener aversión a la magia.

Se puso de pie, apartándose de la silla, contemplando el mapa que colgaba al final del pasillo principal de la biblioteca, hermosamente tallado sobre una plancha de hierro. A veces se quedaba a contemplar los tallados, pero en ese momento, sus ojos pasaban del antiguo Palacio Real, al Cuartel y luego a Hybern. Amarantha había elegido Bajo la Montaña como su base, sitio que no estaba lejos de ellas y el peso que tenía históricamente era sin duda más que importante. Sus ojos pasaron de un lado a otro, siguiendo las líneas sin fijarse realmente en ellas.

La geografía de El Medio era extraña, cuanto menos, pero tenía ciertas reglas, y Nesta se negaba a creer que no había forma de que alguien se hubiera encontrado con algún atajo o camino que eventualmente llevara a las zonas más profundas del Cuartel.

Solo, que no se podía dominar al Medio si no eras algo mucho más poderoso que la mismísima magia salvaje que lo habitaba.

Algo, o alguien.

Contuvo un escalofrío cuando sus ojos se dirigieron hacia el Continente.

Era relativamente fácil encontrar a Gwyneth. Más alta que la mayoría de las Sacerdotisas, y el cabello rojo como el fuego también ayudaba. Cassian era incapaz de no mirar hacia las escaleras que iban más abajo, a las profundidades de la Biblioteca, sintiendo que su corazón amenazaba con salir volando por su garganta en cualquier momento. Respiró hondo, avanzando casi corriendo hacia la Sacerdotisa que se encontraba acomodando unos cuantos libros que llevaba en su carrito.

Inmediatamente notó su presencia, ofreciéndole una sonrisa amable.

—¿En qué puedo ayudarlo, General? —preguntó, dejando uno de los libros al ponerse de puntillas y empujándolo con la punta de sus dedos hasta que el lomo quedó alineado con el resto. Cassian estuvo a punto de ofrecerse a ayudarla con el siguiente, pero ella simplemente soltó un suspiro de alivio al dejar de estirarse. La observó sacudirse las manos, con toda su atención sobre él. Necesitó de un momento para recordar lo que le había dicho Amren sobre lo que tenía que averiguar y se apoyó con cuidado contra una columna.

—Estamos queriendo entender mejor el Libro de los Alientos y creo que lo tenías bajo tu cuidado, ¿no? —Ella asintió despacio, contemplando los libros a su alrededor, pese a que sus ojos parecían estar desenfocados—. Puedo ayudarte con los libros que te falten, si no es molestia —ofreció, ganándose una sonrisa por parte de ella, aunque negó con la cabeza.

—Ayuda a descansar un poco. Podría usar la magia, como hace el resto, pero hay algo relajante en hacerlo a mano —dijo, empujando el carrito hacia la siguiente estantería. La siguió sin decir nada, con las manos cruzadas por detrás de la espalda.

La siguió por todos los pisos y pasillos, siempre con un ojo en las profundidades de la Biblioteca, y el otro asegurándose de que la Sacerdotisa no se hiciera daño al acomodar los libros. Sus alas empezaban a dolerle de lo firmes que debía mantenerlas contra su espalda, asegurándose de que no lanzaran ninguna estantería o pila de libros por los aires. Ya de por sí era un macho grande, al menos el doble de tamaño que las Sacerdotisas que merodeaban por aquellos pasillos, una ventaja que se volvía en su contra cuando sentía que necesitaba relajar las alas por un momento.

En cuanto el carrito quedó vacío y empezaron a ascender, para su fortuna y alivio, se dirigieron hacia un pasillo por detrás de una puerta más estrecha que la mayoría, la cual le hizo soltar un ligero quejido ante el roce y el calambre de sus alas. Gwyneth lo miró sobre el hombro y, sin que le dijera nada, caminó hasta él.

—Perdona, no consideré tu tamaño para la puerta.

—No hay problema, Gwyneth —contestó, sintiendo que su cuerpo entero se tensaba cuando ella se acercó a las alas.

—Hay un raspón cerca de las membranas, puede que te haga gritar de dolor cuando vueles. ¿Quieres que te ayude con eso? —preguntó, mirándolo con los ojos abiertos de par en par. Lo consideró por un momento antes de asentir y plegar una vez más una de sus alas para dejarla pasar hasta poder ver su espalda. Hubo un momento en el que sintió como si lo hubieran sumergido en agua helada antes de que todo acabara, sin rastro alguno del ardor.

Con una sonrisa satisfecha, volvió al frente, guiándolo hacia un pequeño cuarto que estaba abarrotado de libros, mapas, notas y Cassian no sabía si habría alguna que otra alimaña que acomodara las cosas que había por allí. Pese al aparente orden, era posible caminar y notar cierto patrón en las cosas que tenía la Sacerdotisa. Observó un mapa de Prythian con distintas marcas y símbolos al costado de cada Corte, con líneas que las conectaban como si fueran una telaraña. Algunas iban hacia el Continente y Hybern. Habría contemplado un poco más, pero Gwyneth apareció por su costado, enseñándole el pesado Libro de metal.

—Aquí está, y, si le hace falta, aquí tiene parte de la traducción que empecé a hacer —contestó una sonriente Gwyneth, entregándole unas cuantas hojas llenas de garabatos que para él eran una mezcla rara de las runas con cualquier otro sistema de escritura que no recordaba haber visto. Miró a la sacerdotisa con las cejas arqueadas. Ella simplemente lo miró, sus ojos cada vez más y más orgullosos cuando él pasaba la vista de los papeles a ella.

—¿Todo esto lo hiciste por tu cuenta?

—La mayor parte, pero confío en que la señora Amren y el Señor Rhysand son más fluidos en el idioma de las Eras Antiguas o tienen una mayor capacidad de traducción —dijo con las mejillas algo sonrojadas, inclinando la cabeza como si él fuera su hermano—. Además, apenas tengo tiempo para poder traducir correctamente, estas son las palabras que he encontrado difíciles y tuve que buscar en otras fuentes.

Cassian asintió, fascinado, que ella sola hubiera hecho no diez, sino unas treinta hojas, escritas en ambos lados, por su cuenta. Estaba seguro que si se tomaba un momento, encontraría la versión actual de los textos en medio de aquellas notas. ¿Cuánto sería capaz de hacer ella si tuviera tiempo para poder estudiar todo el Libro?

Con eso en mente, la siguió por otra puerta, más amplia, que lo llevó hasta la parte trasera del predio donde él y Azriel solían entrenar. Se volvió hacia la Sacerdotisa, dándole las gracias a lo que ella respondió que era lo correcto.

—Mis Capitanes trabajan con ustedes, una guerra no se gana sin información —respondió antes de mirar sobre su hombro y volver a enfocarse en él. Le dio una ligera reverencia con su cabeza antes de cerrar la puerta y marcharse.

Se dio vuelta encontrándose con su hermano que miraba la puerta cerrada con una expresión totalmente vacía de cualquier emoción. Vestía su armadura de espionaje, con los Sifones emitiendo el usual brillo frío.

—¿Az? ¿Todo en orden?

—Sí —contestó a secas, sin mirarlo en ningún momento. Cassian lo observó detenidamente antes de detectar algunos moretones que se asomaban por el borde de la armadura, así como marcadas ojeras y una nueva cicatriz en su ala derecha. De no conocer mejor a su hermano, habría pensado que estaba queriendo ahogar las penas o se había metido en una pelea callejera, pero sus ojos no parecían ser precisamente los de alguien que estuviera en ese estado. Y si había sido lo segundo, no tenía forma de saberlo. Apretó los labios antes de decidir arriesgarse.

—¿Mor...?

—No metas a Mor —gruñó, por fin apartando los ojos de la puerta para mirarlo a él, y consideró que esa era la señal para levantar las manos en son de paz. Los ojos de su hermano se dirigieron rápidamente hacia los papeles que tenía en su mano, así como el Libro que parecía emitir un ligero tintineo ahora que prestaba algo de atención—. Supongo que te tienen de mensajero.

—Amren me pidió el Libro, Gwyneth me lo dio con algunos apuntes que hizo —comentó, apenas conteniendo una sonrisa divertida al ver cómo el ceño de Azriel se fruncía ligeramente—. Dice que no tiene mucho tiempo, pero esto me hace creer lo contrario. Asombroso, ¿no te parece?

Azriel no contestó, simplemente asintió con la cabeza una vez y se marchó, regresando al maniquí que ya mostraba signos de ser el objetivo de lo que sea que estuviera consumiendo a su hermano por dentro. Cassian abrió la boca para al menos soltar un comentario que lo haría estar al borde de ganarse unos cuantos puñetazos, pero decidió que eso podía esperar, y no tenía ganas de tener que soltar todo, considerando que en cualquier momento podría levantarse un viento nocturno y llevarse las valiosas notas. Extendió las alas y voló hacia la casa de Amren.



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