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Furia nocturna

Luz crepuscular se filtraba entre las ramas de los árboles que rodeaban a Elain, creando una sensación de estar en otro mundo, pintando al jardín lleno de margaritas blancas de un color cálido, como si estuviera cerca de una fogata; tenía un ramo de más de seis flores entre sus brazos. Sonrió para sí, mirando hacia sus gardenias que se estiraban hacia ella como un gato pidiendo cariño. Dejó el ramo sobre una mesa, cerca de donde estaba, y acarició las hojas de una planta que tenía algunos gusanos en ellas, sacándolos con cuidado para no romper las hojas. Se agacho y empezó a limpiarla usando un paño que tenía atado en su cintura.

Estaba tan concentrada en su labor que no escuchó los pasos acercarse hasta que unos labios tan cálidos como la luz que la rodeaba rozaron su oreja, saludándola con una voz grave y sedosa, diciéndole que no deseaba interrumpirla mientras cuidaba de sus plantas. Apretó los muslos al sentir cómo una de sus manos acariciaba su vientre con cuidado, como si allí estuviera uno de sus mayores tesoros, mientras que la otra recorría su costado. Su corazón se aceleró y pronto sintió que el calor de su cuerpo se ponía en sintonía con el de él. Se inclinó hacia atrás, apoyando su cabeza contra su hombro, sonriendo e inhalando su aroma, uno que no podía recrear con ninguna planta de su jardín. Era de él, y nadie más que él.

—Te extrañé... —murmuró Elain, despertándose en el cuarto. Parpadeó, intentando comprender en qué momento se había ido a dormir, cuándo se había cambiado el vestido que había estado usando por los pijamas. Miró sobre su hombro, encontrándose con nada más que el resto del cuarto lleno de objetos que nada tenían que ver con la jardinería, completamente sola—. Mierda —dijo por lo bajo, ocultando su rostro entre sus manos mientras terminaba de comprender. No sabía si era un sueño o una visión, quizás había sido una mezcla de ambos, lo que la dejó con una sensación de que el mundo estaba conteniendo el aliento. Se sentó en la cama, contemplando sus manos mientras recordaba lo que Feyre le había dicho sesenta años atrás, lo que Nesta le había mencionado hacía un par de meses. Elain no creía que ella fuera a tener algo de eso, no cuando era difícil saber si ella era un fae que contaba con la bendición de la Madre o era un ser completamente diferente.

Soltó un suspiro, casi segura de que podía notar el calor que abandonaba sus pulmones, como si hubiera atrapado incluso el fuego que corría por las venas del macho y necesitaba sacarlo. Retorció los dedos de su mano, como si estuviera desenredando un ovillo, mirando hacia la ventana que tenía a la izquierda, donde podía ver los jardines internos de la Mansión. Podía pasar horas enteras sin que nadie la perturbara, meditando y concentrándose en lo que tenía que hacer. Admiró las plantas que dormían en la noche, envueltas en la oscuridad absoluta, esperando a que saliera el sol para mostrar sus pétalos coloridos.

Apartó las sábanas, se puso una bata sobre sus hombros y la anudó a la altura de su estómago antes de abrir la puerta y caminar hacia las cocinas, decidida a que no había forma de que pudiera conciliar el sueño de nuevo. Faltaba un buen rato hasta que el sol se asomara, y su cabeza parecía estar dando vueltas, deseando que aquello le hubiera ocurrido cuando tuviera a una Sacerdotisa como Gwyneth Berdara y no a Ianthe. Se abrazó a sí misma antes de entrar con cuidado por una puerta que mantenía oculta una mesada limpia y a dos o tres sirvientes que iban de un lado a otro, empezando a preparar las cosas para el desayuno así como para el resto del día. Reconoció a Bramlar, un duende que apenas le llegaba a los muslos, a Alis la ursik y lo que supuso que sería una furia de agua, pero no pudo estar segura. Sus ojos se adaptaron rápido a la luz que había en el lugar, saludó con una inclinación de cabeza que ellos devolvieron antes de ir al armario donde se guardaban las tazas y sacó una. Desconocía los motivos por los que los otros fae se marcharon en silencio, pero se encontró agradecida por estar un tiempo a solas.

Preparar un té era como trabajar en sus plantas, un tarea que le permitía aquietar la mente, organizar lo que la alteraba de la misma manera en la que reacomodaba las macetas. Puso agua en la tetera, la llevó a la chimenea y empezó a preparar la infusión en un cuenco. Un poco de manzanilla para los nervios y dos pétalos de rosas para aromatizar. Aguardó hasta que el agua empezó a hervir y sacó la pava del fuego con cuidado de no quemarse. Esperó un momento antes de servirse y rodear la taza con sus dedos, disfrutando del calor que se colaba de la cerámica y el aroma que bailoteaba cerca de su nariz. Llevó la infusión a sus labios, inhalando la mezcla de aromas antes de darle un pequeño sorbo y volver a ponerla en la mesa, sintiendo que el nudo de su pecho se aflojaba por completo y su cabeza dejaba de zumbar por fin. En cuanto abrió los ojos, se encontró con que se estaba abriendo la puerta frente a ella. Soltó un largo suspiro de alivio, sintiendo que el efecto relajante del té se iba al saber quién era antes de ver sus manos o la sombra que se abría paso, deteniéndose al momento de captar su presencia allí.

—Señorita Elain —la saludó él con una inclinación de cabeza que ella correspondió, poniendo una de las tantas sonrisas amables que tenía más que practicadas—. ¿Problemas para dormir?

—No lo llamaría "problema" exactamente, pero podría decirse que sí, señor Lucien —respondió, dando otro sorbo a su té, esperando que los nervios se marcharan de nuevo. Lo escuchó reír entre dientes, apenas audible a pesar del silencio que había a su alrededor. «Madre y Caldero, benditos sean», pensó al reparar en que la bata de él dejaba a la vista parte de su torso sin camisa y el pelo completamente libre, sin trenzas decorativas.

—¿Le molesta si le pido una taza de té?

Elain tuvo que cachetearse mentalmente para no responder alguna idiotez. Mentira, simplemente para decir algo, aunque sea un desastroso "sí", ¿o un "no"? De no ser por los siglos de estar en situaciones tanto o más incómodas, habría estado boqueando ante la falta de palabras. Lo vio esbozar una sonrisa y removerse incómodo antes de caminar hacia el mismo mueble donde estaban las tazas y recién reaccionó a la pregunta cuando él se sentó frente a ella. Sacudiendo la cabeza ligeramente para salir de su estupor, le sirvió un poco de la infusión en la taza que él había dejado frente a sí.

El silencio que los envolvió mientras tomaban el té era raro. Elain hizo todo lo que estaba en su poder para no mirarlo, sintiendo que el sueño-visión volvía a aparecer en cada parpadeo, el calor de sus manos, el aroma a manzana caramelizada y a leña de pino volviendo a colarse por su nariz. Apretó los dedos alrededor de la taza, concentrándose en el líquido que quedaba para no pensar en todas las implicancias que podía tener aquello, lucha que se encontraba perdiendo cuando contemplaba cómo la luz matutina rebotaba en la cascada de fuego que se convertía su pelo, en la piel tostada que podía ver. ¿Se sentiría suave o áspero aquel cabello entre sus dedos? ¿Sería tan fino como el hilo que ella creaba o grueso como el de su madre?

Su cabeza se levantó de golpe cuando las palabras salieron de la boca de Lucien casi en un murmullo.

—¿Por qué me evita, señorita?

Una vez más, Elain se encontró a punto de boquear como pez fuera del agua. Quiso decir "no te estoy evitando", pero la mentira no era algo que ella pudiera manejar en ese momento. Mordió el interior de su mejilla y tamborileó las uñas contra los costados de la taza, haciendo un lindo ritmo tintineante.

—Supuse que mi compañía no sería de su agrado. —Definitivamente no era la mejor excusa, y no necesitó ver su ceño fruncido, el ojo dorado emitiendo un ligero zumbido antes de hacer un suave click cuando una sonrisa se asomó en sus labios. Intentó no perderse en la mirada bicolor que la estudiaba como ella lo solía hacer a escondidas, cuando nadie notaba su presencia. La piedra en su pecho, una que había creído innecesaria durante tanto tiempo, se sentía cada vez más cálida, como un rayo de luz o una pequeña antorcha que quería latir al mismo ritmo que su propio corazón. Se sirvió un poco más de té, frunciendo los labios al ver que la tetera quedaba vacía.

—De momento la encuentro encantadora —dijo él, haciendo que las mejillas de Elain adquirieran un color como el de las rosas que había en el té. Lucien pareció ahogarse por un momento con su propia respiración, como si hubiera caído en la cuenta de una implicación que no llegó sino hasta después—. Su compañía, aunque usted también lo es.

—Me halagas —respondió, escondiéndose tras un sorbo de té, con las mejillas a punto de arder y el corazón latiendo con tanta fuerza contra sus costillas que parecía que quería salir volando y revolotear sobre sus cabezas—. ¿Qué te parece el té?

Él la miró sin mover un músculo antes de sacudir la cabeza, haciendo que las hebras de su cabello danzaran sobre sus hombros al tiempo que una suave sonrisa se apoderaba de sus labios. Elain tuvo que hacer un esfuerzo enorme para no estirarse sobre la mesa y tomar uno entre sus dedos y responder a la pregunta que volvía a aparecer en su cabeza. Aguardó, estudiándolo con el pretexto de que le había hecho una pregunta.

—Relajante, aunque considero que quedaría mejor con un poco de miel —respondió al fin. Ella asintió, esbozando una ligera sonrisa antes de ver hacia la ventana, donde el sol ya empezaba a asomarse, anunciando que pronto comenzaría la rutina—. ¿Qué te parece la Corte?

—Me encanta, aunque compite con la del Otoño y el Día.

Por el rabillo del ojo notó cómo los hombros de Lucien se tensaron momentáneamente antes de relajarse y asentir con la cabeza.

—Eras hermana de Feyre, ¿no? —Asintió con la cabeza, apartando la vista de la ventana para volver a mirarlo—. ¿También estaban haciendo... recados durante lo de Amarantha? —Elain volvió a asentir, sintiendo que la marca en su muñeca empezaba a arder un poco y la garganta empezaba a cosquillear en advertencia, le dijo que había estado en la Corte de la Noche, pasando el picor con un poco más de té, sintiendo que empezaba a formarse un nudo en sus entrañas—. Lamento si soy un poco irrespetuoso, pero ¿qué clase de fae eres?

Ella sintió que le caía una piedra en el estómago. Bajó la vista hasta su taza, la cual solo tenía las borras en el fondo y nada más, completamente vacía, formando un patrón que no podía leer.

—Eso me gustaría saber a mí también —murmuró.

No era difícil saber cuándo una hembra estaba cerca de sus períodos de fertilidad. Gwyneth y Feyre eran unas de las que más lo mostraban, como si el malhumor fuera un ente que las poseía. Pobre del mortal que se cruzara en su camino si estaban en ese estado. Y eso fue más que evidente para Gwyneth cuando la illyriana apareció en la Biblioteca poco después de media mañana, si bien no estaba tan alterada, la pelirroja podía notar una ligera chispa en sus ojos. Por suerte, la Sacerdotisa estaba segura de que no era su turno, que su cuerpo había decidido tomar uno de los descansos largos que no solía darle tan seguido como al resto de las hembras que conocía. Se mordió el labio antes de acercarse a la Capitán Ala Roja con la mayor tranquilidad que pudo reunir. Feyre estaba con la cabeza oculta entre sus brazos, echada sobre la mesa, en medio de las pilas de papeles que crecían a su alrededor.

—¿Mucho trabajo?

—No más de lo normal —respondió la illyriana, su voz amortiguada por la madera y con una nota de malhumor que reconoció casi al instante. Vio en silencio cómo movía ligeramente las alas, a la vez que soltaba un suspiro luego de estirar los brazos sobre su cabeza y mirarla—. ¿Cuándo regresas al Cuartel?

—Creería que en un par de días. Nesta anda pidiendo actualizaciones casi constantes y... —Mordió su labio inferior, considerando las palabras antes de mirar hacia las sombras, como si pudiera ver un par de ojos que seguían cada uno de sus movimientos—, y Merrill está algo agitada. Tengo que volver rápido; más seguido que antes.

Feyre asintió con la cabeza, contemplando a la nada mientras sus dedos tamborileaban sobre la madera. La contempló en silencio antes de soltar un suspiro por la nariz.

—¿Quieres algo para tu período? —La cabeza de la Capitán se volvió hacia ella casi de inmediato, haciendo que Gwyneth le ofreciera una sonrisa de medio lado—. Creo que Elain dejó algunos de sus tés en la casa de tu padre, puedo ir a buscar alguno.

Feyre rechazó la oferta, masajeando sus sienes.

—Todavía es tolerable, pero te acepto un par de semillas, si tienes. Ah, ¿tienes un collar limpio? El mío sigue algo vacío...

Gwyneth no necesitaba que continuara con aquella oración; estaba casi sin usar, pero iba a empezar a aferrarse a cuanta gota de magia que viniera del macho. Asintió con la cabeza antes de decirle que lo tenía en la habitación que utilizaba en aquel sitio. Feyre soltó un suspiro de alivio y se dirigieron hacia allí, serpenteando entre las estanterías con facilidad. Cada tanto miraba sobre su hombro, comprobando que Feyre la seguía, hasta llegar a la habitación donde estaban algunas de sus pertenencias, especialmente las que había recuperado del Sangravah. Fue directo hacia la mesa que utilizaba como tocador, abriendo una cajita donde varios collares con gemas blancas esperaban. Tomó una y se la extendió a la illyriana, quien ya se había quitado la piedra que había estado utilizando hasta entonces. Contempló en silencio las manchas violetas que había, cubriendo casi toda la superficie, dejando nada más que unas pequeñas vetas blancas.

En cuanto Feyre estaba por marcharse, la detuvo, yendo a buscar una bolsa que tenía guardada. Mientras revolvía el cajón, rompió el silencio que había en la habitación.

—¿Has dormido algo últimamente?

—Sí, aunque el desayuno suele ser algo que se me olvida —comentó Feyre, haciendo una mueca divertida que Gwyneth le devolvió pese a que una parte de ella no pudo evitar preocuparse al notar el cansancio que la envolvía como un manto. Siguió revolviendo hasta encontrar el pequeño saco que tenía las semillas necesarias. Feyre lo tomó, metiendo una de las semillas en su boca y apenas haciendo un gesto de desagrado que rápidamente eliminó de su rostro—. Será mejor que vuelva antes de que nos metamos las dos en problemas innecesarios.

La Sacerdotisa asintió, sintiendo que los pelos de su nuca se erizaban y sus ojos empezaban a escudriñar las sombras, como buscando a alguien allí. Apartó la idea y siguió a Feyre afuera, cerrando con cuidado la puerta a sus espaldas, todavía sintiendo que había algo o alguien siguiendo cada uno de sus movimientos. Se obligó a mantener la espalda recta y una compostura relajada, pese a que sus dedos empezaban a temblar, deseosos de tener al menos una pequeña daga que sostener. En cuanto la Capitán giró para irse al exterior, Gwyneth regresó a donde había dejado los libros que tenía que acomodar y empujó el carrito que había por allí cerca, recorriendo las estanterías con la mitad de su atención en las sombras.

«No hace falta que estés tan paranoica, Gwyenth», pensó mientras seguía acomodando y trataba de buscar los libros que Nesta le había dicho que necesitaba. Sus ojos pasaban por los lomos más o menos desgastados, mordiéndose de vez en cuando una uña al notar por el rabillo del ojo una figura sombría que la observaba desde lo alto de una estantería.

Faltaba tiempo para que la semilla de amarra hiciera efecto, pero Feyre podía notar que gran parte de la tensión en sus hombros se había esfumado. Había incluso logrado aflojar un poco el cuello y las alas para el momento en el que entró a la Casa de Pueblo, encontrándose con Rhysand hablando con Azriel. Acomodó la bolsa entre sus bolsillos, justo antes de que las puertas del estudio de su Señor se abrieran, dejándola al descubierto.

Azriel la miraba con su expresión insondable, con unas sombras moviéndose como hilos negros que iban y venían hasta posarse en sus hombros. Pasó la mirada al otro macho que había en la habitación, sintiendo que el efecto de las semillas desaparecía casi al instante y el cuerpo entero empezaba a tensarse. Habían pasado tres días desde la visita a la Prisión y faltaban unos cuantos para que el período se hiciera insoportable, y si bien Rhysand no parecía tener algo contra ella, sí notaba las miradas precavidas que solía haber en el Círculo. ¿Los culpaba? Ni un poco, pero algo le decía que en ese momento las cosas iban a pasar de castaño a oscuro.

Rhysand se levantó de su silla.

—Feyre, ¿te molesta si te pido que me hagas un favor?

Notó de inmediato que sus labios ya tenían listo un "lo que sea que necesites". Asintió con la cabeza, tratando de mantener sus manos quietas y no andar pasando el peso de un pie al otro mientras estudiaba los rasgos de los machos frente a ella. Rhysand le comentó, con un tono tranquilo y sin prisa, que necesitaba ver algunas de sus habilidades en un ambiente hostil. Le mencionó que tenía un objeto preciado en la Cabaña de la Tejedora, un anillo de su madre.

—¿Puedo preguntar por qué tengo que ser yo, específicamente?

La sonrisa de Rhysand era peligrosa y el rostro de Azriel seguía sin darle una pista de lo que pasaba por su cabeza.

—Si mal no recuerdo, mi madre lo encantó para que yo no lo pudiera sacar —contó él, encogiéndose de hombros, sonriendo con una fingida inocencia. Feyre se abstuvo de decir que podía haber enviado a Cassian o Azriel, incluso Morriga o Amren, si era tan importante. Lo miró largo y tendido, como si pudiera ver los pensamientos que pasaban por las cabezas de ellos dos y pudiera ver lo que no estaban diciéndole. Se masajeó los ojos y el puente de la nariz, respirando hondo mientras se resignaba, diciendo que haría lo que pudiera, mientras se metía por las sombras, concentrándose en el pulso de magia de Styrga. Salió un par de pasos antes de quedar en medio del claro donde estaba su objetivo.

Siempre había visto la cabaña de Stryga desde la distancia, una casita adorable en medio de un claro, con una chimenea humeante y techo de paja que cubría a paredes de madera. Flores de pétalos púrpuras, tan grandes como sus puños, rodeadas de pequeños ramilletes de flores blancas que parecían pelotitas no más grandes que la falange de su dedo índice. Elain había mencionado que las paredes y el techo eran la parte más desagradable de todo aquello, y Feyre le había dicho, no sin cierto tono humorístico, que al menos daba la impresión de que allí dentro había una tierna abuelita que cocinaba galletas. Graciosamente, sabía que allí no había ninguna dulce abuelita que la esperaba con dulces.

La puerta estaba abierta de par en par, invitándola a entrar, un zumbido constante y un tarareo invadían el lugar como una nana. El interior era tan acogedor como podía serlo la guarida de un dragón. Objetos de todas las formas, colores y tamaños se apilaban por doquier, formando columnas y haciendo que algunos estantes parecieran estar a punto de romperse si le ponían siquiera un pelo encima. «Terminemos con esto rápido», pensó mientras pasaba frente a una inmensa rueca que hilaba. No le costó reconocer a la hembra que había del otro lado, moviendo su pie rítmicamente arriba y abajo, la inmensa rueda y el ovillo a un costado giraban casi sin parar al ritmo del tarareo.

Nunca dejaba de sorprenderle lo diferentes que eran ellas dos. Podía ver la belleza que habría sido la Antigua Diosa confinada en aquella cabina, quien no paraba de hilar e hilar sin detenerse, tarareando de la misma forma que lo hacía su hermana cuando se ocupaba de sus plantas o arreglaba sus ropas. Tenía las manos delicadas a pesar de que debía de haber callos en sus dedos, cuencas negras y vacías allí donde deberían estar sus ojos y un montón de pelo grasiento que caía por sus hombros hasta el suelo. Su belleza, no, su vitalidad llegaba hasta los codos, donde la piel parecía apegarse a los huesos, marcando todos los tendones que utilizaba para seguir hilando.

Apretó las alas contra su espalda aun más, volviendo a concentrarse en lo que le había dicho Rhysand, maldiciendo en su cabeza por no haberle pedido que le dijera cómo se veía el anillo. Sabía que la Tejedora no la notaría, había caminado por sitios más traicioneros que aquella cabaña y con seres quizás tanto o peores que ella. Y lo había hecho con menos paciencia y peor humor que en ese momento. Empezó a recorrer las estanterías con los ojos, cuidando de no rozar siquiera por accidente algún objeto, preguntándose cómo podría hacer para reconocer la preciada joya. Pasó la vista por platos, cubiertos, adornos de pelo, estatuillas, capas de pieles diminutas, ollas, y demás cosas varias que no necesariamente pertenecían a ese lugar. Distinguió una puerta que probablemente daba a un cuarto. Por curiosidad, decidió ir allí, aprovechando que era posible entrar.

Nunca se había preguntado cómo era tener a Stryga como madre, mucho menos cómo había sido para Elain sus años allí. Vio montones de capas, pieles de oseznos, lobeznos, pequeños pájaros e incluso creyó distinguir pieles que parecían de niños humanos o fae, difícil de saber. Su estómago se retorció mientras observaba las cuatro camas que colgaban de la pared, con el mismo hilo que la Tejedora parecía estar hilando en su rueca. Tragó saliva, sintiendo con más fuerza el olor dulzón de la muerte que le revolvía el estómago.

Regresó sobre sus pasos, sintiendo que los colores habían abandonado su cara. Una mirada rápida a un espejo que había allí cerca le confirmó que se veía al borde de desfallecer.

Volvió a pasar la vista por los estantes antes de que sus pies se detuvieran frente a uno particularmente lleno, sintiendo que había un ligero cambio en el aire, como si pudiera respirar mejor. Entrecerró los ojos, como si así pudiera ver el pequeño hilo violeta que iba hacia ella, hacia la piedra que colgaba de su cuello. Recorrió uno a uno los cachivaches, concentrándose en la magia que conocía tan bien como la propia. «¡Ajá! Ahí está», pensó al distinguir el pequeño anillo plateado con una estrella de dieciocho puntas que sostenía a una piedra de un violeta tan intenso que cualquier duda de que perteneciera a la familia Rionnag desapareció de su cabeza en ese instante. Miró sobre su hombro, hacia la entrada, mordiéndose el labio al notar que estaba demasiado lejos de la puerta como para salir corriendo y muy poco espacio para que sus alas fueran de ayuda. Con cuidado, trepó la estantería, maldiciendo su baja estatura, y, ni bien sus dedos empezaron a cerrarse sobre el anillo, la dulce melodía que había estado tarareando la Tejedora se detuvo abruptamente. «La puta que me parió», pensó con el pánico empezando a trepar su garganta junto con una energía incesante para salir corriendo. Agarró el anillo y se preparó para salir corriendo, así fuera a salir por una ventana o algo, idea que se perdió por completo cuando las persianas y la puerta misma se cerraron de golpe, al tiempo que la voz de ultratumba resonaba en las paredes.

—¡¿Quién se atreve a robarme?!

—¡Tía querida! No hay necesidad de... —Se agachó a tiempo antes de que un hilo que había estado trabajando Stryga la tocara cuando esta lo envió en su dirección. Cayó al suelo sin gracia—. Mierda —escupió antes de empezar a correr entre las estanterías, patinando ligeramente mientras esquivaba cualquier hilo o rastro de magia que fuera en su dirección, tirando todo lo que podía y lanzando objetos hacia la cara de la Tejedora. Ya no había necesidad de ser cuidadosa.

Nada quedaba de los rasgos más o menos agradables que había tenido hasta entonces la Antigua Diosa. Feyre podía ver claramente un montón de colmillos que se asomaban por su boca, los ojos vacíos dejaban salir un hilo de humo plateado y las manos mostraban unas garras peligrosamente afiladas. Contuvo un escalofrío cuando una estuvo a punto de rebanarle un trozo de ala, agachándose justo a tiempo para rodar lejos.

Un roce era lo que necesitaba Styrga para acabar con ella.

Lanzó un par de cosas más antes de intentar salir por una de las ventanas cerradas, lanzando todo su peso contra esta. Sin éxito. Volvió a agacharse, justo cuando Stryga se abalanzó sobre ella, garras extendidas y boca abierta de par en par.

Maldijo por lo bajo mientras salía corriendo hacia la chimenea, la única salida que esperaba que no estuviera bloqueada. Guardó el anillo en su escote, instantes antes de empezar a trepar cuán rápido podía por el estrecho espacio.

Plegó las alas cuanto pudo a su espalda, parpadeando para ahuyentar las lágrimas de dolor que le nublaban la vista con cada roce y el temblor de los músculos. «Vamos, solo un poco más», se dijo mirando hacia arriba, donde la luz grisácea del Medio se colaba por la chimenea y caía en sus ojos, cegándola. No quería ni saber qué tan cerca estaba la Tejedora, por lo que, usando toda la desesperación y terror que la invadían, se aferró a los últimos ladrillos y se propulsó hacia arriba. No tuvo ni tiempo para respirar antes de que su cuerpo entero, especialmente sus alas salieran y su mismo peso la terminara de sacar.

Cayó sobre el techo de pelos y trozos de piel, frenándose con sus garras al tiempo que sentía la bilis subir por su garganta ante la sensación de pelos secos, grasa y no quería averiguar qué cosas más. Se negó a dejar que el asco la invadiera, especialmente cuando la cara de la Tejedora se asomó por la chimenea en una mueca que terminó por apagar cualquier duda y le hizo temer por su vida. Abrió sus alas, soltando el techo a la vez que se alejaba del mismo y caía al suelo, echando a correr hacia el borde del claro antes de que la persecución fuera incluso en el bosque.

Ni bien estuvo bajo las sombras de los árboles, se sumergió en las sombras, siguiendo ciegamente la magia de Rhysand, tropezándose con sus propios pies y sintiendo que el pulso le latía con fuerza en los oídos. Le llevó un momento comprender que su cuerpo había chocando contra la pared frente a ella y que su cabeza había dado contra el pulido suelo. Gruñó, encogiéndose sobre sí misma mientras intentaba reconocer algo entre las lágrimas de dolor.

—¿Feyre? —La voz de él pareció terminar de aclarar sus pensamientos, haciendo que el dolor se retirara al mismo tiempo que su corazón dejaba de latir con desesperación. Reconoció las decoraciones de la Casa de Pueblo, las linternas de luz feérica que creaban tenues sombras.

—Aquí tienes el anillo —masculló cuando logró sentarse y su mano sacó la joya de donde la tenía guardada. ¿Cómo no se le había caído? La Madre sabría—. Ahora, si me disculpas, iré a bañarme —dijo, poniéndose de pie y soltando un gruñido por lo bajo, sintiendo que todo su cuerpo era una roña andante.

Habría usado el baño de Rhysand, pero necesitaba un momento a solas, sin tener que andar preocupada por él intentando entrar en su mente, sin mantener la fachada de tranquilidad cuando podía sentir que su cuerpo temblaba de energía contenida. Salió al porche y saltó hacia el cielo, sobrevolando la ciudad, hasta llegar a la casa que su padre había construido en la ciudad, no muy llamativa, pero tan segura como podría serlo. Descendió frente a la puerta, sintiendo a las runas que habían puesto con sus hermanas en cuanto aprendieron a usarlas y su padre les expresó sus nervios por los asaltos que había en ese entonces. Entró y cerró la puerta a sus espaldas, sintiendo que parte de la tensión empezaba a irse mientras enfilaba hacia la escalera que daba al segundo piso, pegada a la puerta de la sala de estar.

Entró al baño y tuvo la delicadeza de cerrar la puerta con cuidado, como si pudiera escuchar la voz de su madre diciendo que la casa no tenía ninguna culpa en que ella estuviera de malas. Hizo un movimiento con la mano, haciendo que la bañera se llenara de agua caliente perfumada con lilas. Se quitó la ropa mientras murmuraba el comando para que la casa empezara a preparar un té. Tiró las prendas a un costado, ignorando la sensación de tener pelos en sitios donde no debía, manos tocándola por doquier o fluidos que no quería siquiera pensar en ese momento. Agarró un pan de jabón y se metió en el agua, ignorando por completo la mugre que empezaba a flotar allí mismo. Otro movimiento de su mano y tuvo un cambio constante de agua sucia a limpia, hasta que la superficie quedó cristalina y se permitió echar la cabeza hacia atrás.

Dejó salir un suspiro, intentando no pensar en el calor que recorría su cuerpo entero, en el anillo que le había devuelto a Rhysand, la visita a la Prisión, el informe que tendría que escribirle a su hermana y preguntarle a Elain sobre Norrine. Miró hacia un costado, donde una taza de té esperaba humeante a que ella la tomara de la mesita.

Dio un sorbo, saboreando la manzanilla y el gusto cítrico antes de dejar la taza a un costado.

El aire de Velaris siempre resultaba reconfortante para Nesta, así como el silencio de las estrellas plateadas que contemplaban todo desde el cielo. Había cierta nostalgia que se removía por su cuerpo, haciendo que sus ojos pasearan por las calles que todavía tenían cierta actividad. La elfa intentó recordar cómo debía saber qué hora era allí, pero se encontró sacudiendo la cabeza mientras emprendía el camino hacia la casa. Sus botas resonaban contra las piedras y podía notar el cansancio al borde de consumirla. Parte de sí se preguntaba cómo hacía Gwyneth para lograr hasta tres portales en un día. «Es una Sacerdotisa», pensó mientras subía la pendiente y reconocía la calle.

Estaba a unos cuantos pasos cuando notó al Señor de la Noche y otro illyriano que le sacaba quizás dos dedos de altura. Lo había visto a la distancia, siempre al costado de su Señor, no como una sombra, sino como la bestia que servía de amenaza, el león que se mantenía impasible al lado del trono. Una parte de ella creyó reconocerlo de algún lado, pero apartó cualquier emoción, cualquier sentimiento y enderezó la espalda como si estuviera por caminar frente a sus subordinadas. Internamente, agradeció tener el collar con la piedra, la cual probablemente estaba adquiriendo el mismo color de los ojos del illyriano que reparaba en su presencia y le daba un ligero codazo a su Señor, quien la encontró de inmediato. Se tomó un instante para respirar hondo, puso su mejor cara de desinterés y caminó hacia la puerta con total seguridad.

—¿Qué quieren? —preguntó, quizás con más agresividad de la que hubiera deseado, pero no era la hermana dulce o carismática, esas eran las otras. El Señor de la Noche la miró, la curiosidad bailoteando por sus cuidadosas expresiones que no traicionaban en lo más mínimo. Lo estudió de igual forma, buscando todos los recovecos que le permitieran ver más allá de lo que mostraba. Al final, parecía que él sabía que no iba a obtener nada de ella.

—Buscamos a Feyre, la dueña de la casa —respondió, con una voz que exigía respeto. Nesta se obligó a mantener su rostro inexpresivo pese a que una mueca de fastidio tironeaba de sus labios.

—Me temo que tendrá que esperar afuera —dijo, no sin cierto deleite ante el malestar que pareció brillar en lo más profundo de aquellos ojos violetas, mientras se dirigía hacia la puerta, abriéndola lo suficiente como para que ella pudiera pasar—. Si mi hermana desea verle, se lo haré saber. —Cerró la puerta, aguantando una carcajada ante la idea de la expresión de sorpresa y ofensa que podría tener el macho.

Contempló el interior de la casa en silencio, quitándose la capa que llevaba sobre los hombros y subiendo las escaleras al escuchar que su hermana preguntaba quién estaba allí. Subió las escaleras hasta el baño, encontrándose con su hermana recostada en la bañera que quedaba un tanto chica con ella dentro. La vio abrir un ojo en su dirección antes de producir un zumbido.

—¿Necesitando ver un poco de la Noche?

—Podría decirse —dijo, echando un vistazo rápido a las ropas que había a un costado.

—Volví de una misión hace poco, así que... ¿Algo que deba saber ya?

Los ojos de Nesta seguían observando la ropa, al mismo tiempo que sentía la pestilencia de la muerte como si fuera el olor a mierda. Miró de nuevo a Feyre, quien no se había movido, pero sabía que estaba atenta a cualquier movimiento o palabra que soltara. Su mente intentaba comprender por qué había ido a la Cabaña de Styrga, cuando con Elain ya le habían dado todo un discurso sobre aquel sitio. Ya habían tenido suficiente con la última visita familiar a Oorid.

Consideró el preguntarle, el sacarle un poco de información como lo hacía antes. Incluso consideró utilizar los métodos que existían para que aflojara la lengua y dijera exactamente lo que necesitaba saber. Rhysand no iba a estar en la puerta de su casa porque sí, y algo le decía que Feyre no les había dado la ubicación, considerando que su intención era estar junto a él mientras tuviera la oportunidad. Sus ojos se entrecerraron mientras soltaba las primeras palabras que vinieron a su mente.

—Te buscan.

Feyre se tensó y sus ojos se abrieron de par en par.

—¿Cómo...?

—¿Cómo crees? —devolvió la pregunta, haciendo que su hermana soltara un suspiro cansado y su cabeza se echara hacia atrás con un gruñido. Eso bastaba para que Nesta quisiera dar media vuelta e ir a darles un buen merecido a los machos que esperaban en la puerta. Aguardó, sabiendo que Feyre debía estar sopesando las opciones antes de sacudir la cabeza.

—Hoy no, estoy al borde de asesinar a alguien —le dijo al final. Nesta esbozó una sonrisa de medio lado, haciendo que Feyre rodara los ojos—. Figurativamente hablando, Nesta.

Encogiéndose de hombros, regresó a la puerta principal, obligándose a borrar de nuevo las emociones y sentimientos. Apoyó la mano sobre el picaporte y lo abrió lo suficiente como para que solo pudieran ver su cuerpo contra el marco. Se mordió la lengua para no dejar salir todos los improperios y preguntas filosas que tenía para el Señor frente a ella. Unión Divina de su hermana o no, habían límites que no se debían pasar.

—Los verá mañana —dijo en su lugar y, antes de que pudiera cerrar por completo la puerta, sintió que la frenaban. Bufó por lo bajo. «Machos insufribles», pensó mientras volvía a abrir la rendija.

—Necesito hablar con ella. —La plegaria en los ojos violetas habría sido suficiente para convencer a alguien como Elain o Feyre, incluso Gwyneth o Emerie. Nesta se permitió esbozar una sonrisa peligrosa.

—¿Quieres terminar castrado? Mañana te verá —repitió, cerrando la puerta con fuerza. Se quedó un momento más allí, antes de volver a subir las escaleras, dispuesta a obtener una mejor respuesta de su hermana que una simple "misión". Con suerte, lograría no ir a castrar a su futuro cuñado.



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