Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Flechas Venenosas

Elain se mordió el labio inferior al ver la llegada de los príncipes por la puerta principal. Sus manos estaban apretadas sobre su regazo, apenas ocultando sus nudillos blancos con la postura relajada que tan bien sabía utilizar. Notó la presencia de Lucien a su lado, también tenso pese a que buscaba mantener las formas.

—Bienvenidos a la Corte Primavera —dijo ella con su mejor sonrisa, haciendo una estudiada reverencia. A su lado, Lucien hizo algo similar.

—¿Dónde está el Señor de aquí? —inquirió el príncipe, de rasgos tan duros como los del Rey de Hybern, ojos igual de negros. A su lado, la princesa echaba un vistazo no muy halagüeño en dirección a Lucien. Tuvo que contar en silencio hasta cien para no cubrirse con la capa y enseñarle los colmillos.

—El Señor Tamlin los espera —dijo Lucien con un gesto para que lo siguieran. En cuanto estuvieron los dos de espaldas a los príncipes, intercambiaron una mirada que parecía decir todo lo que pasaba por sus cabezas. Ambos caminaron hasta la sala del trono, colocándose junto a Norrine y Tamlin respectivamente. Solo Ianthe parecía algo contenta por la visita.

Elain los vio hacer un leve gesto de cabeza en reconocimiento a ambos, sin disimular el gesto de desagrado hacia Norrine. Supo que Lucien había interferido sutilmente para que Tamlin no saltara sobre el cuello de ambos, así como ella se había frenado una vez más. Dejó que hablaran, que intercambiaran los saludos protocolares, mientras ella estudiaba a Ianthe con la mayor parte de su atención, tomando nota de cada gesto, de su cuerpo, de las miradas y las palabras que utilizaba. La veía inclinada hacia ellos, sonriendo ampliamente, completamente relajada mientras respondía con diligencia las pocas preguntas que le hacían.

Tamlin le pidió a Alis que le enseñara a los invitados sus aposentos. Ianthe parecía lista para añadir algo más pero sus labios se cerraron antes de que pudiera decir una palabra más; hizo una reverencia, murmurando que tenía que ocuparse de unos asuntos como Gran Sacerdotisa, y se marchó. Elain no apartó la mirada de ella, incluso se quedó un tiempo más observando el punto por el que se había marchado, como si todavía pudiera verla a través de las paredes.

—¿Alguna idea sobre el motivo de nuestras visitas? —inquirió Lucien, mirando a Tamlin en busca de respuestas.

—Dejémoslo que es un acuerdo con el rey de Hybern —masculló él, con los nudillos tan blancos como los de Elain al recibirlos.

No había nada como salir a cazar temprano en la mañana, cuando el sol recién empezaba a asomarse por el horizonte, perfilando todo con un tono rosáceo. Soltó la flecha, clavándola limpiamente en el cuello del animal que cayó secamente contra el suelo; una muerte rápida y silenciosa. Detuvo al caballo y desmontó en un mismo movimiento, recuperando la flecha que había utilizado. Observaba los alrededores, atento a cualquier movimiento, por inocente que se viera. Una mirada rápida a Elain había bastado el día anterior para saber que no era el único con la impresión de que algo más grande se estaba acercando.

Cargó el ciervo en la parte posterior del caballo, regresando justo cuando las criadas y sirvientes salían de sus habitaciones de servicio para empezar con los quehaceres. Dos recibieron al ciervo ni bien pasó frente a las cocinas. Soltó un suspiro cansado antes de ir de regreso a su cuarto, dispuesto a cambiarse las prendas transpiradas y poco formales por unas adecuadas. De no haber estado los príncipes, habría quizás bastado con cambiar el chaleco y la camisa, pero esta vez se aseguró de buscar unos pantalones que combinaran con el chaleco sin mangas verde con bordados en oro. El escudo de la familia de Tamlin estaba en su espalda y pecho, como si necesitara demostrar que era el Emisario.

Salía de su cuarto, abotonándose las mangas y con el cabello suelto, chorreando agua del rápido lavado que había hecho, cuando chocó contra alguien. Instintivamente rodeó la cintura de quien sea que hubiera atrapado, enfocando los ojos en una sonrojada Elain. Casi se le secó la boca al verla vestida de rojo y verde, también con el escudo de la Corte prolijamente colocado en el centro de su pecho, como una estrella guía. Tragó saliva disimuladamente antes de soltarla y esbozar una sonrisa de disculpa.

—Debí ver mejor cuando salía —dijo, haciendo una ligera reverencia.

—No, descuida, iba cerrada en mis pensamientos, también es parte mi culpa —terció ella, con esa sonrisa que seguía resultándole más dulce y encantadora que nada que hubiera conocido en su vida. Se aclaró la garganta, como si así pudiera retomar el hilo de la conversación—. ¿Te molesta si te acompaño?

Negó con la cabeza, ofreciéndole galantemente el brazo para acompañarlo. Ella lo tomó encantada, deslumbrándolo con una sonrisa que le daba más color a sus mejillas. Parecía imposible imaginar que esa misma hembra que caminaba a su lado, haciendo que su corazón latiera con un poco más de fuerza al verla, fuera la misma que se había transformado en una criatura que inspiraba tanto o más terror que Feyre.

En el salón estaba Ianthe, acomodándose en un costado de la mesa. No parecía interesada en su presencia, pese a que tanto ella como Elain parecían haber entrado en esa danza que las seguía como una tormenta. Lucien apartó una silla para su acompañante, sentándose a su lado, simplemente porque Norrine había ocupado el sitio en el que él antes solía estar. Ahora estaba a la izquierda de Tamlin, en lugar de a su derecha. Tampoco se quejaba, no cuando podía estar cerca de Elain, quien parecía comprender todo lo que pasaba por su cabeza con una mirada y viceversa.

Como en ese momento, en el que le sonreía, pero sus ojos parecían seguir cada movimiento de la Gran Sacerdotisa. Sus ojos se dirigieron hacia el usual collar que caía por debajo del escote de la hembra a su lado, sintiendo cierta mezcla de malestar y emoción a la vez. Estaba seguro de que había visto la misma cadena, con el mismo largo, en Feyre, lo único que le preocupaba era el final de la misma.

Poco tiempo después de que se sentaran, aparecieron Tamlin y Norrine, ambos vestidos con atuendos que parecían más adecuados para salir a una reunión de guerra que para un simple desayuno. Detrás de ellos, con expresiones más controladas que la vez anterior, estaban los invitados, quienes se sentaron —para sorpresa de nadie— cerca de Ianthe. Ni bien terminaron de acomodarse, empezaron a aparecer las bandejas con los platos y las bandejas con distintas frutas y bocadillos, casi todos dulces. Tomó unas cuantas, ofreciéndole a Elain un plato, el cual aceptó con una sonrisa controlada. Norrine y Tamlin intercambiaban platos, como era costumbre.

Comieron en silencio, cada uno centrado en su propia comida, hasta que los nudillos de la hembra a su lado parecieron ponerse blancos por una fracción de segundo. Le pareció ver que sus manos cambiaban ligeramente antes de que los dos príncipes apretaran los labios y pusieran una expresión de malestar. Había una expresión de victoria disimulada en el rostro junto a él.

Llamó a Nesta, quien le contestó de inmediato.

—Hybern tiene a dos espías aquí —informó. Nesta no dijo nada, pese a que sabía que estaba sorprendida—. Ianthe los está acompañando como sombra por doquier, aparte de que pareciera haber un poco de faebana en la comida.

—¿Pruebas?

—Es sutil, seguramente nadie lo ha notado aparte de mí —dijo, mirando hacia la puerta con los dientes apretados—. Hubo un ligero tambaleo en mis escudos mentales esta mañana.

Nesta se mantuvo un rato más en silencio, procesando sus palabras.

—¿Y sobre la Sacerdotisa?

—Sin pruebas contundentes —gruñó ante aquello—. No realiza magia de runas, y si nos están dando faebana, entonces es probable que no pueda usar tampoco su amuleto.

—Bien. —Nada estaba bien.

Una mirada rápida hacia la puerta hizo que su estómago se retorciera, no sabía si como una forma de tolerar mejor la faebana o algo más. Quería creer que era un presentimiento, pero sus visiones eran las primeras en desaparecer. Mencionó que irían con los príncipes a ver el Muro, en busca de "huecos" donde el Caldero pudiera funcionar. No podía ver los ojos de su hermana, pero las dos parecían estar pensando en lo mismo ante sus palabras y las llamas del brasero se extinguieron casi al instante que dio un paso atrás.

Salió del cuarto vestida con pantalones de montar, un vestido que le llegaba a las rodillas y botas altas. Tomó una tira de cuero y se ató el pelo ni bien cerró la puerta detrás de sí, murmurando un encantamiento extra antes de separar sus dedos del pomo. «Por si acaso», se dijo en silencio, juntando su voluminoso cabello en una coleta alta. A mitad de la acción, cuando sus dedos rozaron las puntas cada vez más prominentes de sus orejas, se detuvo, dejando que la cascada de pelo volviera a caer contra su espalda.

No era como si alguien pudiera deducir en el instante por qué tenía orejas así, cuando las suyas eran redondas al nacer. «No seas ridícula», bufó y volvió a recogerse todo el cabello, sin importarle que las orejas quedaban al descubierto. Dio un tirón al lazo justo cuando llegó a las puertas de la caballerizas. Lucien ya estaba allí, terminando de ensillar los caballos que utilizarían, y se perdió viéndolo actuar con tanta diligencia al poner las sillas y las bridas, así como las palabras que susurraba a los animales. Su mente regresó a la mañana, cuando habían chocado, y estaba segura de que estaba volviendo a sentir aquellas manos cálidas como el fuego en su cintura una vez más.

—¡Ay por la Madre! —masculló Lucien cuando reparó en su presencia, por poco no saliéndose de su propia piel. Elain se rio al verlo de aquella forma, pidiendo perdón pese a que no lo sentía realmente.

—Espero no haberte quitado unos cuantos siglos de vida —dijo mientras caminaba hasta quedar cerca de él, sonriendo ampliamente. Lucien negó con la cabeza, divertido ante lo que decía, antes de mirarla de pies a cabeza.

—¿Vas a estar cómoda así?

—¿Hay algo malo con mi atuendo? —preguntó, pasando los dedos por la falda amplia, como si estuviera buscando alguna mancha o rotura que se le hubiera pasado por alto—. Es... lo más cómodo que tengo para cabalgar —añadió, sintiendo que las mejillas se le enrojecían. Nesta y Feyre eran las que mostraban comodidad en usar ropas puramente masculinas, Elain prefería mantener algunas partes a oscuras.

—No, no, para nada, simplemente... —Apretó sus labios, tomando un momento para reorganizar sus pensamientos—. Me sorprendió, es todo —dijo, dándole esa sonrisa que la desarmaba en millones de trozos diminutos—. ¿Necesitarás ayuda para montar?

—Te lo agradecería. —Una mentira que ninguno de los dos iba a señalar ni refutar. Lucien le ofreció su mano para subir, apoyando la otra en su espalda baja cuando se impulsó hacia arriba, pasando la pierna al otro lado de la montura. Ambos se quedaron viendo a los ojos cuando terminó de acomodarse, las manos de él permaneciendo por un momento más sobre ella.

—¿Piensan quedarse todo el día haciéndose ojitos? —saltó una voz a espaldas de ellos. Elain habría enseñado las garras al príncipe de haber podido. Iba vestido con ropas para montar, y, por más de que fuera un atuendo parecido al de Lucien, en él se veía mal ajustado; tampoco ayudaba que su expresión estuviera fruncida de malhumor.

—Estábamos esperándolo a usted y su hermana, Alteza —respondió Lucien, haciendo una leve inclinación. La respuesta no parecía ser del agrado del príncipe, pues frunció la nariz antes de dirigirse al caballo más alejado de ellos. No necesitaba poderes ni magia para intuir lo que pasaba por la cabeza de él, podía ver el malestar en sus movimientos rápidos y no tan gráciles al subirse al caballo. La princesa llegó poco después, vestida como si fuera a dar un paseo por los jardines. Elain respiró hondo, repitiéndose que no tenía que andar preocupándose por esos asuntos, ni siquiera sentir molestia, pero era como enojarse con Andrew porque había actuado como un niño de cincuenta años.

Respiró hondo, volviendo la vista al frente, en el destino de aquella improvisada excursión, en lugar de los quejidos que venían de su derecha. Lucien en algún momento desmontó, y tuvo que enfocarse en los árboles, animales y la magia que empezaba a recuperarse poco a poco con tal de no gruñir. En cuanto estuvieron listos, empezaron la marcha, encabezada por Lucien.

El bosque empezaba a verse un poco más verde, más vivo incluso de lo que recordaba de sus años más tempranos. Iba cerca de la princesa, detrás del príncipe, quien iba detrás de Lucien, viendo de reojo en su dirección; estaba sentada con las voluminosas faldas cayendo por los costados como un inmenso mantel. No le cabían dudas de que iban a paso lento porque el calzado que llevaba ella no era el más adecuado para cabalgar, sino para andar en un terreno llano con los pies de uno mismo.

Avanzaron durante casi toda la mañana hasta que llegaron al Muro. Estaba un poco menos potente de lo que recordaba, con las corrientes de aire no tan fuertes como para enviarla de regreso. Recorrieron unos cuantos metros, donde todo estaba prácticamente igual, hasta que los mismos príncipes dijeron que era mejor regresar, aburridos de ver raíces y árboles por doquier.

—¿Crees que esto es seguro?

—¿A qué te refieres?

—Estamos en lo que se supone que es un terreno seguro, el más seguro de Prythian, y resulta que alguien fue capaz de vulnerar las barreras.

—Ya oíste a Ala-Blanca, el sospechoso huyó durante el ataque ó se encuentra entre nosotras.

Guinea asintió con la cabeza, como si las palabras fueran alguna especie de intento de consuelo. Siguió afilando la espada mientras sus compañeras de División continuaban entrenando con los muñecos y blancos disponibles.

—Dudo que sea alguien de aquí dentro.

—Yo también, pero ya viste, siempre hay una rata asquerosa que se cree elegante —le dijo Ansa, chasqueando la lengua mientras evaluaba con ojo crítico el arma que había estado ocupando. Guardaron silencio por un buen rato, sin saber qué más comentar para llenar el silencio. No había chismes, no había comentarios que pudieran hacerse sobre el resto. Todos sabían que si estaban en las Valquirias era por alguien más, como era el caso de la Capitán Ala-Roja. Pocas se habían sorprendido al ver al Señor de la Noche en el ataque con sus soldados, guiados por la sacerdotisa que pasaba más tiempo junto a las Alas que nadie más.

—¿Piensas regresar a tu Corte cuando esto termine? —Era una pregunta retórica, pero solía ser la que todas respondían por el simple hecho de que las entretenía durante las esperas.

—Sí, creo que incluso voy a conseguir que uno de mis pretendientes por fin pida mi mano —contestó, con una sonrisa que varias podían comprender. Una que mostraba ilusión y pena a la vez, como si las cosas estuvieran acomodándose en su sitio, pero sabían que había algo más pulsando en las entrañas de la tierra, que aún habían ganado la guerra que las podría liberar del contrato.

Terminaron de afilar y ocuparon los sitios vacíos, atravesando con precisión los blancos y simulaciones de articulaciones.

Norrine cerró la mano en el aire, sintiendo que estaba conteniendo una pelota en su puño firme. Podía sentir el pulso, pero no tan fuerte como lo recordaba, no tan salvaje.

—Cada vez lo controlas mejor, amor mío —dijo Tamlin, acercándose por la espalda y frotando sus brazos con cariño. Ella le sonrió con cariño, recostándose contra su pecho. Inhaló con ansias su fragancia, dulce como las flores que parecían brotar allí donde él mirara.

—Todavía no soy capaz de transformarme —le respondió, cerrando los ojos, sumergiéndose en su calor. Él le dejó un beso en la frente—. Tanto Elain como Lucien dicen que tengo que saber controlarla cuanto antes.

—Sería lo ideal, sí.

Sus ojos fueron hacia el espejo más cercano, donde sus propios ojos le devolvieron la mirada, cansados, muertos. Tenía la piel más pálida, resaltando las marcas que bailaban sobre esta como si fueran ramas marchitas. No le dio mucha importancia, considerando que Tamlin también tenía aquellos rasgos, como si estuvieran drenándolos a ambos a la vez.

Las comidas se habían vuelto cada vez más incómodas, salvo para Ianthe y los dos invitados. Norrine incluso estaba segura de que volvía a sentir como si Rhysand estuviera queriendo meterse en su cabeza, toqueteando cosas que no debía. Una mañana, cuando se encontraba con Elain, ambas meditando para controlar el flujo de la magia, empezó a buscar en su interior aquella luz que parecía salir como de una semilla, allí donde la magia dorada de Tamlin iba y de la que salían raíces verdes en todas las direcciones. Su ceño se frunció, concentrándose más en ello, tratando de percibir el usual susurro de los árboles, aquel pulso que se había vuelto el que la mantenía viva.

—No está...

—¿Cómo que no está? —preguntó Elain. Surostro se mantenía impasible, pero Norrine creyó detectar un tono de pánico en sus palabras.

—O sea, sé que en algún punto puedo acceder a mis poderes, pero es como si... —Se relamió los labios—. Como si me hubieran puesto una puerta donde había un pasillo.

La vio murmurar algo antes de empezar a caminar de un lado a otro. Lucien, Ianthe y los príncipes estaban viajando de nuevo hacia el Muro, en busca de alguna fisura, y Elain, aunque reticente, se había quedado con ella, diciendo que tenían que mejorar pronto en el control de la magia. Sus ojos castaños iban de un sitio a otro, las plumas de su caba parecían erizarse con cada segundo que pasaba.

—¿Has notado algo más? ¿Cansancio? ¿Dolor?

Norrine frunció el ceño, asintiendo despacio.

—Maldita sea... ¿Sabes si tu período se acomodó?

—Creo que quedamos en que no podríamos saber hasta dentro de un año —respondió, sintiendo que los nervios empezaban a carcomerla por dentro. Elain asintió una vez, y Norrine no supo si era para ella o si la había escuchado realmente—. ¿Acaso podría ser...? —Sus manos se dirigieron hacia su vientre de inmediato, así como una especie de esperanza empezó a brotar en su pecho.

Elain la miró con una disculpa evidente en sus ojos, negando suavemente con la cabeza.

—En otra situación, podría ser, pero no deberías sentirte debilitada, sino lo contrario —le dijo, aplastando con fuerza aquella ilusión. Apartó la imagen de un pequeño de cabellos castaños claros que correteaba por aquellos mismos jardines, sonriéndole mientras intentaba atrapar algunas mariposas—. Veré si hay algo que pueda hacer desde aquí. La otra opción no es muy de mi agrado. Por cierto, ¿cuándo se suponía que debían regresar de las expediciones?

Volvió a fruncir el ceño, haciendo algunas cuentas rápidas antes de decir que debían haber vuelto para el mediodía.

Era la tarde, a punto de comenzar el atardecer.

Los ojos de Elain se abrieron por completo y en un parpadeo se envolvió en su capa, dejando a la vista a una bestia tan grande como un oso, de pelaje marrón con algunas plumas que nacían en las puntas de las orejas y en las articulaciones de las piernas.

—Súbase, ¡ahora!

—Pero, ¿por qué?

—Porque la voy a necesitar, mi Señora —dijo, bajando las patas delanteras, mirándola a los ojos, con una plegaria muda que Norrine no pudo negar.

Tendría que haberlo imaginado. Cuando Norrine comenzó a mostrar síntomas, consideró más oportuno fortalecer todo lo posible la magia para que no volviera a quedar en la situación de antes: con ella encerrada en una celda al borde de la muerte. Avanzaba por el bosque lo más rápido que podía, dejando por detrás a los terrenos de la Mansión, seguramente alertando a Tamlin en el momento que notara la ausencia de ambas.

Ese sería un problema para después. Primero necesitaba asegurarse de que Lucien estaba bien. Tenía que estarlo.

Sus patas se movieron con mayor velocidad, saltando troncos y casi convirtiéndose en medio de un salto, recordando a último momento que tenía a Norrine en su espalda. Recorrió gran parte del Muro, deteniéndose en el sitio donde el rastro dejaba de seguir la pared de viento y doblaba hacia los árboles. Lucien sabía el camino de regreso, sabía moverse en aquellas tierras con la misma facilidad que ella lo hacía en ese momento. Siguió el rastro, sintiendo que su visión empezaba a volverse roja al notar que el olor de Ianthe se empezaba a mezclar con el de Lucien.

A los dos príncipes podía atraparlos luego. Primero Lucien.

Reconoció a los caballos, los cuales se encabritaron al verla. No le importó, sus ojos estaban en la pareja que se encontraba a pocos pasos de allí. Los dientes de la bestia que la cubría se mostraron, gruñendo amenazadoramente hacia la Gran Sacerdotisa. Creyó escuchar a alguien decirle algo, pero todo lo que podía ver eran las manos de aquella hembra que había tenido la osadía de tocar a su pareja, al macho que era para ella. La vio echarse a correr y poco faltó para que la cazara como a un conejo antes de que el cuerpo de Lucien se interpusiera en su camino.

—¿Elain? ¿Qué haces aquí?

Su cabeza se despejó, por fin pudiendo comprender qué había frente a sus ojos. Estaba bien, algo desprolijo, pero...

—Tengo que llevar a Norrine. Faebana —dijo, sintiendo que la garganta empezaba a picarle con la conocida tos. Lucien la contempló a ella antes de centrarse en Norrine y asentir.

—Voy con ustedes —sentenció. Elain casi se sintió por las nubes al escucharlo, pero negó con la cabeza.

—Alguien tiene que ayudar a Tamlin con los que quedan. E Ianthe...

—Norrine está que se cae de tu lomo, Elain —señaló y, como si necesitara demostrar su punto, la Dama se aferró con más fuerza a su lomo por un momento antes de tambalearse. Dejó salir un suspiro antes de dejar que Lucien se acomodara sobre su lomo—. ¿Cuánto tiempo nos queda?

—Diría que unas horas —logró decir mientras giraba, concetrándose en la marca de su muñeca—. Espero llegar antes —susurró para sí, enviando un pulso por la marca, rogando que Nesta la recibiera antes de que fuera demasiado tarde.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro