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Fin de una era

Las palabras de Gwyneth le habían dejado helada. No esperó a que Crole y Nesta montaran, simplemente se lanzó hacia el cielo, sus ojos ya fijos en lo que había más allá de las montañas que separaban al Medio de las Cortes Estacionales, lista para encontrarse con lo que bien podría ser un caos.

—La magia está cambiando —le había dicho Gwyneth, haciendo que sus ojos se agrandaran—. Es demasiado grande como para que sea algo como lo que han descrito, debe ser algo más grande.

—¿El Muro?

—Es posible.

Escuchó los relinchos de los pegasos por detrás de sí haciendo que sus nervios aumentaran, pese a que tenía una ligera sensación de tranquilidad a la vez. Sus ojos estaban en el horizonte, como si pudiera ver bien a aquella pared inmensa de viento que era difícil de cruzar. Aleteó con fuerza, intentando encontrar cada corriente de aire que le permitiera ir más rápido, ver cuanto antes cuál era el disturbio que había dejado a Gwyneth pálida respecto a un tema como lo era la magia.

Pasó sobre la Corte del Invierno maldiciendo ligeramente el eterno frío, volando más rápido, aleteando con más fuerza, intentando mantener el calor como fuera posible. Voló entre las Cortes del Otoño y Verano, de la misma forma en que lo había hecho con Norrine tantos meses atrás.

A lo lejos, más allá de la Corte Primavera, se podía distinguir el característico brillo dorado que marcaba al Muro, apenas visible si no se sabía qué había que ver. Voló hacia allí, notando por el rabillo del ojo que la General la alcanzaba, su rostro congelado en la nada misma, con una determinación que resultaba un poco contagiosa.

Aterrizaron en el mismo punto donde ella había dejado a Norrine la primavera pasada. Increíble que hubiera pasado un año desde entonces, parecía mucho más. Esperó a sentir el típico pulso que la mandaba de regreso a Prythian como si fuera una inmensa catapulta, más ahora que el poder de la Noche también residía en ella, pero todo lo que captaba era un malestar que le hacía retroceder, volver a Rhysand, a la zona más alejada de aquel espacio.

—¿Notan el cambio?

—Es demasiado tenue —dijo Nesta, desmontando mientras miraba al Muro como si fuera la primera vez—. El Caldero no debe funcionar bien.

—¿Cómo sabes eso?

—Lo sé —dijo, con esa voz etérea que le daba escalofríos por todo el cuerpo—. Mi... patrona no está contenta.

Feyre miró al Muro, luego a Nesta, como si así pudiera comprender qué tenían que ver la señora de Oorid, aquella que le había perdonado una vez la vida, con Hybern.

Azriel había estado a punto de seguir a Feyre ante la orden silenciosa de Rhysand, antes de que ella misma le dijera que se quedara, era una simple misión de reconocimiento de terreno. Con una mirada a su hermano, terminó haciéndole caso.

—Es inaudito —estaba diciendo Beron, sus mejillas ya rojas de tanta furia que parecía estar queriendo sacar de sí, como fuera—. ¿En serio piensan confiar en un ejército que se formó en la sombras? ¿Uno que nos mantiene a ciegas cuando se trata de información?

—¿Y no sería sensato eso mismo? Aliarnos para poder obtenerla —replicó Rhysand, su voz volviéndose cada vez más tensa con los comentarios que iban y venían. Beron bufó. De no ser porque Azriel sabía demasiado bien quién era su padre, habría creído que eran parientes lejanos, con lo caliente que sentía la sangre por sus venas. Una mirada de reojo a Cassian y las que eran sus superiores en la cadena de mando, bastó para ver que no era el único molesto.

—No vengas a darnos lecciones de moral y lo que es correcto. Tú que has ido en contra de tus propias tradiciones. ¿Qué clase de imbécil nombra a una Dama como señora de su Corte? Las hembras no son para gobernar, ese es el rol nuestro.

Aparte de Rhysand, Kallias parecía estar también molesto por el insulto.

—Más respeto a mi Señora —gruñó Azriel antes de que pudiera contenerse. Los ojos se volvieron hacia él, haciendo que deseara ocultarse con sus sombras, las cuales no paraban de ir y venir de un lado a otro, reportándole que no habían muchos cambios, aparte de que la Sacerdotisa Gwyneth se había marchado en dirección a aquella montaña donde estaban las Valquirias, mientras que las otras tres habían partido hacia el sur de inmediato.

No eran buenas noticias.

Los códigos son desconocidos para nosotros.

Algo sobre la magia.

Mantuvo el rostro firme mientras lo escrutaban.

—Por supuesto, un bastardo defendiendo a una hembra que claramente ha manipulado...

Azriel no lo dejó terminar aquella oración. Su mano ya tenía a El Que Dice la Verdad en la mano, lista para lanzar la hoja con la advertencia de acertar la próxima vez que se le ocurriera soltar algo similar. Cassian lo detuvo, antes de que pudiera siquiera terminar de acomodar el brazo para lanzar y soltar los dedos.

«Suficiente, Az. Yo me encargo de aquí en adelante», le dijo Rhysand, levantando una mano que hizo parecer que los había detenido a todos de saltar al cuello del Señor, quien los miraba con tanto agrado como lo haría con un insecto.

—Beron, tengo el derecho a hacer con mi pareja divina lo que considere más justo.

—La magia en mi Corte se ha vuelto más fuerte al permitir que mi Dama estuviera conmigo en el trono —añadió Kallias, mirando con cierto frío letal en sus rasgos. La hembra en cuestión (Viviane, le informaron sus sombras), se posicionó a su lado, apoyando una mano en el hombro de él, con expresión igual de glacial, sino mayor.

—Las Damas son cruciales si se les deja su lugar —añadió Tamlin cuando, la antes humana, Norrine se puso a su lado, entrelazando sus dedos—. Sin ir más lejos, mi Dama ha sido quien nos liberó de Amarantha —remarcó y Azriel se regocijó internamente al ver que las mejillas de Beron se ponían rojas.

—Los cambios vienen, Beron, los dos lo sabemos, junto con Thesan. Hemos visto lo que era Prythian antes y después de la Guerra —dijo Helion, mirándolo sobre sus manos entrelazadas, completamente serio.

Después de lo que parecieron horas eternas, terminaron sacando un "lo pensaré" por parte del Señor del Otoño. Azriel simplemente podía sentir que respiraba una vez más cuando Rhysand se puso de pie para marcharse. Morrigan, a su lado, caminaba casi pegada a él y su corazón dio un ligero salto, haciendo que su cuerpo entero se tensara.

Sería un viaje largo de regreso a la Corte de la Noche, y sabía, por experiencias demasiado seguidas, que Morrigan no le dejaría llevarla. Eso no impedía que parte de él quisiera seguir deseando por una esperanza, así fuera mínima, una idea demasiado fugaz e improbable. Soñar era posible, era una forma de mantener las estrellas en el cielo, según le decían sus hermanos de vez en cuando, pese a que los tres habían pasado hacía tiempo la mayoría de edad y las prioridades eran otras.

—Las estrellas escuchan, Azriel —le había dicho Connie una vez, entregándole una galleta luego de revolverle el pelo. ¿Qué había dicho en ese entonces? Quizás había dicho algo sobre sus hermanos o había mencionado algo que hacía Marcus con él. Tampoco era algo importante, ¿verdad?—. Los deseos se vuelven realidad en algún momento, es cuestión de saber reconocerlos.

Graciosamente, el deseo de que Morrigan le diera una oportunidad no era uno que fuera a cumplirse, si se guiaba por lo que veía. Amren se acomodó en sus brazos, sin darle más importancia al asunto que subirse a un animal de tiro. Un cuerpo frío y ligero que le daba exactamente llegar consigo.

Sus ojos fueron hacia donde sabía que estaba la guarida de las Valquirias, casi seguro de que a lo lejos había un caballo alado de color negro que los seguía por un momento antes de seguir su camino. Volvió a su mente una sonrisa deslumbrante, no de las que dejaban ciegos, sino de las que comenzaban pequeñas fogatas, esas que dejaban una sensación agradable en el pecho; regresaron unas pecas que formaban nuevas constelaciones con los gestos y se obligó a regresar a la realidad antes de tirar a Amren sin querer. Las ensoñaciones podrían esperar.

El viaje en barco era relativamente nuevo, sentir el aroma salado del mar no, tampoco lo era el dormir en el barco por varios días o situaciones similares, el ir hacia el Continente sí. Se aferró a la barandilla, mirando de reojo a los navegantes que no dudaban en gastar una que otra mirada en su dirección al pasar cerca de ella. Habían tardado un poco en tener la nave lista para zarpar, pero en el instante que el capitán del navío se presentó en la cabaña que tenían en las costas, subió a cubierta, vestida con un conjunto que su madre le había dado.

Cada tanto miraba de regreso a Prythian, a la orilla cada vez más y más lejana, sintiendo que el corazón se le estrujaba. Mordió su labio inferior, regresando la vista al continente, pensando en todas las veces con las que había soñado con ver aquellas tierras. Parte de su sueño parecía estar volviéndose realidad, aunque se asemejaba más a una pesadilla.

Aterrizaron de regreso en el Cuartel bastante entrada la noche. Nesta desmontó sintiendo que sus piernas estaban tan dolidas por el recorrido como su cabeza. Horas enteras recorriendo el Muro, viendo cómo la magia parecía estar esfumándose. Por no mencionar el encuentro que seguía dándole vueltas en la cabeza.

—Quiero un informe respecto al informante cuanto antes. Si puedes conseguir sobre las bestias de Hybern, mejor —dijo Crole, con sus ojos cansados. Se limitó a asentir antes de dejar el pegaso en su cuadra, quitándole la montura y las brindas antes de marcharse directamente hacia su cama, donde se tumbó cuan larga era. Quedó dormida al cabo de un buen rato, un alivio para el dolor de cabeza palpitante que le había estado privando del descanso.

Las dos camas por encima de ella estaban vacías. Feyre se había marchado a la Corte de la Noche luego de recoger a Gwyneth, diciendo que necesitaba su ayuda para deshacerse de unas runas. Tenían que mover a los humanos, relocalizarlos a los habitantes de la aldea antes de que fuera demasiado tarde, ¿no?

Contempló la luna que se colaba entre las nubes hechas jirones. Por un momento recordó aquella vez que se volvió roja, dándole un aspecto tan encantador que se había quedado viendo hasta que volvió a la normalidad. En la reunión había tenido que usar toda su fuerza de voluntad para no quedar como idiota mirando al General de la Noche, cómo los Sifones de su pecho y hombros arrancaban todos los destellos rojos del sitio, convirtiéndolo en esa luna carmesí que la había acompañado por un tiempo.

La mañana empezó antes de que el sol siquiera hubiera empezado a levantarse. Los pies de Nesta ya recorrían los fríos pasillos del Cuartel, comiendo una manzana que le había ofrecido una de las encargadas de la cocina. Fue hacia la División Illyriana, la segunda más alta que había en la construcción, y la que más en las sombras parecía vivir. Rachel, una soldado de carrera impecable, la recibió cuando apareció en el rellano. Sus alas eran un poco más grandes que las de la mayoría, y sus rasgos bien podrían haber pasado por los de un macho, si no fuera porque su musculoso cuerpo tenía claras curvas que pertenecían al sexo opuesto.

—¿Quienes de las división están disponibles para trabajo de campo? —preguntó, dando un mordisco a la manzana, disfrutando del sabor que se deslizaba por su lengua. Rachel la miró en silencio, con esa expresión de desagrado que era difícil de saber si estaba molesta o si esa era su cara normal. Nesta no se movió, había visto sujetos, de ambos sexos, con expresiones mucho peores y modales que podrían espantar incluso a un salvaje.

—Iré a despertar a las integrantes que están disponibles, Capitán Ala-Blanca —dijo al final, marchándose con sus pasos pesados por el pasillo. Nesta aguardó, terminando la manzana en ese tiempo, congelando el carozo mientras esperaba que regresara. Jugueteó con el nuevo trozo de hielo hasta que lo rompió entre sus dedos, viendo en silencio cómo las esquirlas de hielo iban cayendo hasta el suelo, derritiéndose de inmediato al dejar de estar en contacto con su piel.

Ni bien tuvo a unas cuantas frente a ella, la gran mayoría del mismo tamaño que tenía Feyre en ese momento, lo que era una cabeza más petisa que Rachel, les indicó que la acompañaran a su oficina.

Los registros contaban que Jurian había sido un gran soldado, un hombre al que habían admirado varios de los faes que apoyaban a su bando, aquellos que habían decidido que era hora de dejar que los mortales y los inmortales siguieran caminos distintos. En efecto, la leyenda era enorme, una sombra gigantesca que lo acompañaba como la muerte misma.

Caminaba por Prythian con la cabeza gacha, tapada por la capucha del atuendo de aquellos que recordaba haber cortado en trozos. Su piel ardía mientras miraba de reojo a su compañía. Tan bonita como una serpiente, tan venenosa y letal como una araña. Cómo le gustaría poder quemarla con una de las antorchas que tenía cerca, pero bien sabía que sería una segunda muerte asegurada. Si es que lo suyo podía ser llamado como tal cosa.

Delante de ellos, silenciosos, avanzaban los soldados, la magia zumbando por doquier, haciendo que las costuras sobre su piel, la única marca que le recordaba lo que le había hecho Amarantha antes de convertirlo en adornos que portaba con orgullo. Miraba a la sacerdotisa a su lado, si es que el hábito de color turquesa era real y no un engaño, preguntándose por qué. ¿Por qué? Quizás la idea de volver a tener a los humanos como sirvientes, en lugar de las razas inferiores de fae, fuera lo mejor. Los dioses sabrían qué pasaba por la cabeza de seres cuyas vidas sobrepasaban la de los humanos.

Miraba hacia las sombras y hacia el cielo, como si esperara encontrarse con un pájaro demasiado grande o alguno de los pegasos. Nada más que nubes y el sol, un firmamento tranquilo que poco tenía que ver con lo que estaba pasando con ellos.

Gwyneth soltó un bufido mientras cerraba otro de los tantos libros que había estado consultando. A su lado, Feyre parecía estar a punto de volver a quedarse dormida sentada en aquel pasillo donde la luz realmente no era la mejor. Le ardían un poco los ojos y podía escuchar el hambre rugiendo en sus entrañas, haciendo que la illyriana se despertara con un sobresalto, casi tirando los libros que tenía al lado.

—Deberíamos parar por un momento —dijo, parpadeando para quitar un poco del sueño que había en sus ojos. Gwyneth no podía estar más de acuerdo, o eso le hizo saber su estómago con un nuevo gruñido. Una sonrisa divertida se asomó en los labios de Feyre—. Podemos ir a la Casa de Pueblo y pedirle a Rhysand que nos dé algo de comida.

La idea bailoteó un momento por su cabeza antes de negar.

—Aprecio la oferta, pero creo que mejor utilizo las facilidades de la Biblioteca —dijo, sonriendo con toda la disculpa que podía poner en aquella expresión cansada. Feyre soltó un bostezo, diciendo que era libre de hacer lo que quisiera, que volvería en un par de horas, y se marchó en un montón de sombras. Gwyneth también dejó salir un bostezo mientras volvía a enfocarse en el libre frente a ella.

Feyre había dibujado lo mejor posible los símbolos que había visto en la guarida de Bryaxis. Si no se equivocaba, era una lengua que bien podría haber sido contemporánea a la del Libro de los Alientos, aunque proveniente del Continente. Cerró el libro con cuidado y lo dejó a un costado, pasando al siguiente, esperando que este sí tuviera al menos una idea de qué podrían significar las runas.

Sus ojos bizqueaban y las palabras bailoteaban frente a sus ojos, como diciéndole "vamos, ve a dormir y luego volvemos a ponernos al día". Era tentador dejarse llevar por esa melodía, dejar que su mente se apagara por un instante, aunque había todo menos descanso cuando lo hacía; las últimas noches se habían convertido en un paseo de recuerdos que no le hacían más que desear dormir menos, pese a que traía alucinaciones.

«Como el Maestro Espía parado frente a mí», pensó, conteniendo otro bostezo a duras penas.

—¿No deberías estar durmiendo?

—El sueño puede... esperar —bostezó, acomodándose contra la estantería y parpadeando un poco, pese a que volver a levantar los párpados se volvía cada vez más difícil.

—La Señora dijo que...

—No interesa, hay cosas que hacer y dormir no es del todo bueno.

Sería gracioso pensar que había arrancado una especie de sonido divertido de alguien tan frío como el Maestro Espía, el macho que parecía haber nacido para cargar con esas experiencias que marcaban incluso a los más resistentes. Sí, seguramente estaba tan privada de sueño que estaba empezando a crear algo para compensar la sensación de locura que la acompañaba en sus períodos. «¿Estaré a punto de? Tendría sentido», pensó mientras sentía que la cargaban en brazos.

Se acomodó contra el pecho, preguntándose cómo haría para volver a encontrar los libros, porque estaba segura de que alguien los iba a ordenar y no recordaba en qué recovecos se habían metido con Feyre. «¿Sección tres del piso siete? Tenía la marca del Reino, treinta y siete mil años antes de la fundación de las Cortes, ¿o eran cuarenta?»

Oyó una risa mientras la acomodaban en una superficie mullida, haciendo que su cuerpo entero se retorciera como si fuera agua vertida, adaptándose al nuevo recipiente que la mantenía en una pieza. «El otro que me faltaba revisar tenía el escudo del... ¿Cómo se llamaba el fundador de los Rionnag?». Hubo una voz que le susurraba su nombre, antes de que una mano distinta, que no podía ser del mismo individuo que la había cargado hasta ese lugar, acariciara sus cabellos. Inhaló una vez y su cuerpo se rindió al sueño.

Las páginas pasaban entre sus dedos, con las letras que directamente era incapaz de reconocer. Habían sombras bailoteando a sus alrededores, cantando para que las siguiera como lo hacían los fuegos fatuos en algunas zonas del Medio o incluso de Illyria, donde los terrenos traicioneros se habían convertido en los hábitats de aquellos fantasmas. Estas eran lo opuesto, en cierto modo, y lo sabía demasiado bien como para que siquiera pudiera cuestionarse, en el sueño, por qué las seguía como burro a la zanahoria.

Un ser hecho de sombras, no tan antiguas como otros, pero impresionante y aterrador de todas formas, la recibió, mostrándole una sonrisa desdentada y que iba acompañada por ojos negros que lloraban sangre. La piel estaba flácida, cayendo como enormes bolsas sobre unos huesos gigantes. Tenía ocho extremidades, todas chasqueando en cualquier dirección.

¿Puedes buscar la llave? —preguntó en un idioma que definitivamente no conocía. «Locura de los sueños», lo catalogó, manteniendo la compostura a duras penas—. Vamos, vamos, sabes dónde está. ¡Allí mismo! Anda, ve, busca la llave.

Por supuesto, cuando despertó se encontró en una de las camas de la Biblioteca. Un momento más tarde le bastó para saber que era la que utilizaba en sus períodos en Velaris.

Se restregó los ojos, mirando hacia la ventana, maldiciendo por dentro el hecho de que las Cortes Celestes no tuvieran el precioso método del cambio de luz como para saber en qué maldito momento del día estaban. Era la tarde. Soltó una maldición por lo bajo mientras salía de la cama, poniéndose la túnica que alguien le había quitado en algún momento, lo cual envió unos cuantos escalofríos por todo su cuerpo, como si manos rasposas y nada agradables estuvieran pasando por su piel, incluso con todas esas capas de ropa. Apretó los labios, ahogando el grito que quería salir de su pecho, y volvió a donde creía que había dejado todo.

Ah, Gwyn, despertaste antes de lo esperado, escribió Clotho en una hoja que flotó hasta quedar frente a su cara.

—Sí, ehm...

Lamento haberte cambiado la túnica, pero parecías estar acalorada y... mil disculpas, añadió, dándole aquella mirada que Gwyneth no podía hacer más que sonreír. Un nudo se aflojó en su pecho. Clotho. Lo había hecho alguien como Clotho, no un macho desconocido con un uniforme lleno de placas metálicas. Y el Maestro Espía está aquí, dice que tiene que hablar contigo. El ceño de la sacerdotisa se frunció antes de darle las gracias a Clotho, yendo hacia la mesa donde le dijo que la estaba esperando.

Si le preguntaban qué pensaba del macho en cuestión, uno que realmente no tenía ni idea de cómo verlo, probablemente se quedaba en el hecho de que agradecía estar del mismo bando que él si la guerra estallaba. Sus recuerdos más rojizos paraban cuando él llegaba, pero que la Madre le castigara si no había visto lo que era capaz de hacer él por sí solo. Los soldados de Hybern no habían tenido ni siquiera tiempo para formular un pensamiento.

Estaba sentado en el cuarto nivel, el último al que la mayoría de las sacerdotisas que vivían allí solían llegar, en una de las mesas más recluidas, de esas que había que saber que estaban allí para poder verlas. Obviamente, esas eran las que solían atraer a Gwyneth cada vez que Merrill se ponía insoportable. Estaba leyendo algo, no podía terminar de distinguir el título a la distancia y estaba bastante segura de que las sombras estaban oscureciendo a propósito dichas letras.

Antes de que pudiera hacer algo para hacerle saber que estaba allí, él levantó la cabeza.

—Lamento interrumpirte, me dijo Clotho que estabas buscándome —dijo, mirándolo ligeramente de costado, como si pudiera estudiarlo mejor así. Él asintió, despacio y en silencio.

—La Señora me manda —contestó. «Tenía que ser de pocas palabras... ¡¿Qué mierda esperabas Gwyneth?! ¡Es el Maestro Espía!»—. Avisa que la vendrá a acompañar más tarde. Cerca de la noche.

—¿Cuánto más cerca de la noche piensa venir? —masculló, sintiendo que un ramazo de malhumor trepaba por su estómago y se acomodaba momentáneamente en sus hombros. El macho arqueó una ceja, único gesto que le hizo caer en la cuenta e inmediatamente se obligó a retomar el control—. Gracias, lamento el exabrupto. Quizás debería ir a comer antes de... Ya vengo —dijo, sintiendo que sus mejillas se empezaban a colorear a medida que una especie de sonrisa empezaba a crecer en aquellos rasgos que sabían mantenerse inexpresivos. Dio media vuelta sobre sus talones, maldiciendo por lo bajo.

«Tiene que ser el hambre», se dijo más tarde, cuando ya estaba terminando de comer una hogaza de pan que le habían dado en la cocina. A la vuelta, no había rastros del Maestro Espía, ni siquiera una nota o el libro que había estado leyendo hasta ese entonces. Se encogió de hombros internamente, regresando al piso séptimo, donde ya las sombras parecían cobrar vida y, de vez en cuando, Gwyneth se encontraba varias horas investigando sin que se diera cuenta de ello.

Recorrió la sección, tomando los libros que creía recordar, y los fue dejando en una mesa aparte, rogando poder encontrar algo que fuera útil. En cuanto tuvo al menos unos veinte libros, apenas dejando espacio para poder apoyarlos en la mesa y tomar notas, se sentó, encendiendo la vela con un movimiento de su mano, y empezó a leer al mismo tiempo que la Corte del Verano escuchaba un lejano clamor de metal contra metal.


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