Es difícil el ocultarse
Norrine jamás lo diría en voz alta, pero la vista que tenía en su ventana era digna de varios suspiros. El cielo nocturno en Prythian se veía distinto, como si las estrellas allí quisieran mostrar más su esplendor, brillando con una intensidad que los humanos no podían apreciar en sus tierras. Bajó la vista hacia el bosque, bañado por la escasa luz de las estrellas y lo que supuso que serían luciérnagas, que crecía justo donde terminaban los jardines de la Mansión.
Y, así como el cielo se esmeraba en mostrar sus mejores galas, el bosque parecía lucirse como un montón de sombras, un mundo donde las ramas se movían como dedos huesudos, ojos brillantes que acechaban y ruidos que jamás había escuchado en sus dieciocho años. Estaba lejos, pero de todas formas era capaz de escucharlo, de sentirlo en sus huesos. Inclinó la cabeza hacia un costado, recordando fugazmente a su familia, particularmente los rostros aterrados de su hermana y madre. No quería ni imaginar lo que diría su padre si se enteraba que había decidido ser tan egoísta como para irse con los fae, pero no había forma de que ella hubiera considerado mejor el morir cuando había una opción comparativamente mejor, ¿no? Tampoco era como si él fuera a decirle que regresara, total, era una boca menos que alimentar. Un gasto menos en la casa.
«Apenas ha pasado un día, despierta, Norrine», bufó, sacudiendo la cabeza y corriendo las cortinas. Se acostó sobre el colchón, tan mullido que se sentía hundir en él, de la misma forma que uno se cae al agua. Con eso en mente se levantó, tomando la almohada y un par de sábanas, acomodándolas cerca de la chimenea donde había un fuego crepitando alegremente, lejos de la superficie mullida, asfixiante. Contempló las llamas rojizas, como si su baile entre los troncos le estuviera cantando una nana y se dejó arrastrar por el sueño.
Estaba en un sitio oscuro, apenas alumbrado por la antorcha que llevaba en la mano. No tenía idea cómo, pero sabía que había alguien más con ella allí, podía sentir la mirada sobre su cuerpo como si fueran brasas. El tiempo se le estaba acabando y no había conseguido lo que tenía que encontrar, ¿qué era?
—Norrine —la llamaron, eliminando las sombras de repente. El sitio estaba totalmente iluminado por los rayos de sol, el fuego del hogar estaba apagado y seguía en el suelo. Giró la cabeza, encontrándose con quien creía recordar como Alicia, o Alis... alguno de esos dos nombres era. La fae la miraba incómoda, probablemente sin saber si señalar lo obvio o no. Al final pareció dejar de lado lo que sea que pasaba por su cabeza y se concentró en lo que tenía que decir—. El Señor Tamlin quiere saber si lo acompañarás a desayunar.
Norrine se quedó un momento en silencio, intentando terminar de comprender las palabras hasta que su cabeza volvió a recordar dónde estaba y soltó un insulto bastante pintoresco por lo bajo. Respiró hondo, preguntándole a Alis si tenía opción, a lo que ella dudó lo suficiente como para que terminara aceptando ir, no sin soltar varios improperios más por lo bajo.
Estaba cerca, Feyre podía sentir su presencia como si estuvieran rozándole la piel, una caricia tan sutil que podría pasar desapercibida por cualquiera. Cerró los ojos, respirando hondo, intentando controlar las emociones que empezaban a burbujear dentro de sí. Tocó el collar que llevaba alrededor del cuello, notando cómo la amatista empezaba a adquirir un color ligeramente más intenso. Suspiró, rezando a la Madre para que las cosas salieran bien y abandonó la Mansión de Tamlin con los sentidos atentos a cada movimiento.
—La Reina está alterada, un par de sus subordinadas han mencionado que envió al Señor de la Noche a hacer su trabajo sucio —había dicho en su último reporte, dejándolo al lado de la interminable pila de manuscritos, libros, papiros y hojas que solo su hermana sabría qué orden tenían.
—No deberías ir a la Corte Primavera —le había respondido Nesta al verla esa mañana abandonar el comedor luego del desayuno, sus ojos nunca dejaron la página que estaba leyendo—. Estás arriesgando demasiado.
—Nes, ya tengo toda una historia allí, no puedo desaparecerme sin que eso se vea incluso más sospechoso que mis ya de por sí extrañas idas y venidas —gruñó, a pesar de que entendía lo que quería decirle—. Aparte, dudo que tú quieras ir en este momento allí, y Elain está completamente fuera de cuestión.
Elain había sonreído a través de las llamas, diciendo que no hacía falta meterla a ella en la discusión, especialmente sabiendo que ella misma había propuesto a Feyre como la más adecuada para ir a los territorios de Tamlin. Ante aquello, Nesta había bufado, diciendo que hiciera lo que quisiera, pero estaba metiéndose en una telaraña que no merecía la pena. Quizás era cierto, pero el estar en la Corte de la Noche, sabiendo que él no estaba allí y que todas las posibles fichas ventajosas estaban en la Corte de la Primavera, era simplemente un dolor que no podía tolerar.
Sacudió la cabeza, quitándose el recuerdo de la cabeza, obligándose a admirar los jardines de rosas, tratando de volver a controlar todo el desastre que tenía en su interior. Estaba por lograr su objetivo cuando escuchó un chasquido de ramas. Parpadeó, notando lo cerca que estaba el bosque en aquel momento. Si se concentraba, podía sentir su aroma a menta y sándalo.
—Oh, Caldero bendito —murmuró, sintiendo un ligero tirón desde el pecho. Siseó un insulto y se obligó a dar media vuelta, caminando lo más lejos del bosque que podía, conteniendo la sensación de frustración que se iba extendiendo por su cuerpo. «Tendré que tomar las semillas de amarra más seguido», sentenció en su cabeza.
—¿Faye? —escuchó que la llamaban e inmediatamente puso la mejor sonrisa que pudo en su rostro. La mortal Norrine la miraba con el ceño fruncido, estudiándola en silencio, como si estuviera considerando qué tan peligrosa podía ser—. ¿Qué haces en los jardines?
—Paseo, me hace bien sentir un poco de sol en la piel, dicen que ayuda a mantener mejor el aspecto con el paso de los siglos —respondió, sin darle mucha importancia a las palabras, sonriendo como lo haría Elain. Norrine no pareció muy convencida por su respuesta, pero no insistió en el tema—. ¿Hoy si quieres acompañarme? Es una bonita mañana.
La humana lo pensó durante un momento antes de asentir y seguirla, no muy convencida, pero Feyre no iba a ponerse quisquillosa. Caminaron un buen rato en silencio, Feyre echaba miradas discretas hacia el bosque, notando el tirón cada vez que lo hacía y reprendiéndose mentalmente por estar poniéndose en aquella situación.
—¿Qué clase de fae eres?
—¿Ah? Elfo del bosque —dijo, sonriendo, volviendo a concentrarse en la compañía.
—Y... ¿qué haces aquí? No te veo yendo de un lado a otro como Alis —comentó.
—Soy una refugiada, amiga de Tamlin. Nos conocimos hace cincuenta años —se encogió de hombros, tratando de ser vaga en los detalles—. Tuve la mala suerte de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado.
Norrine la miró con los ojos entrecerrados, pero no dijo nada más por un tiempo.
—Ahora, te toca, ¿cómo era tu vida en tu mundo?
Los hombros de la mortal se tensaron, las barreras habían aparecido en sus ojos y Feyre se limitó a esperar, manteniendo una mirada lo más serena posible, mostrando solo su curiosidad. Se sentaron en un banco de mármol que había por ahí y recién entonces Norrine pareció comprender que tenía que cumplir con su parte, al menos si es que quería seguir obteniendo información de ella. La vio soltar un suspiro antes de pasar una mano distraídamente por su pelo.
—Nada interesante, cazaba para mi hermana y madre, vivíamos con lo justo para no morir de hambre.
—¿Y tu padre?
—Estaba en un viaje para conseguir contratos mercantiles, la última vez perdió todo por mandar sus barcos hacia Bharat, parece que envió todo lo que tenía, hubo una tormenta y se perdió en el naufragio.
Una genuina sonrisa se dibujó en sus labios, asintiendo a la vez que el corazón le daba un apuntada.
—Mi padre también es un mercante, ahora anda encerrado en su casa por culpa de... ella.
—¿Ella?
—Te voy a volver loca si te cuento demasiadas cosas en tu primer día fuera de la Mansión —dijo, sonriendo y dándole un toque juguetón en el hombro—. ¿Sabes leer? —La expresión de Norrine dijo todo lo que necesitaba saber. Volvía a estar a la defensiva y Feyre se limitó a decirle que, pese a que parecía lo contrario, era normal en Prythian que no se supiera hacer algo más que contar monedas—. Igual, en la Corte de Primavera es mucho más raro, no hay ciudades y producen casi lo justo y necesario para ellos mismos, y dan una pequeña parte al Señor, a cambio de protección.
El silencio se instaló entre ellas durante un momento hasta que Norrine dejó salir un suspiro cansado.
—¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? Era invierno cuando salí de mi casa.
—Unas horas. Las Cortes del Sur siempre tienen la misma estación todo el año, las del Norte son más interesantes en ese aspecto. Si me lo preguntas, la de la Noche es la más bonita cuando nieva, tendrías que ver el Solsticio de Invierno, todo se ve precioso.
Norrine la miraba de hito en hito y Feyre sonrió.
—Si alguna vez podemos, ¿te gustaría que te lleve?
—¿Por qué no ahora?
Feyre apretó los labios. Tratando de encontrar las palabras adecuadas y que el dolor de su pecho no llegara a su lengua.
—Es... peligroso. Conozco los caminos, pero es mejor quedarse en un solo lugar —«y definitivamente no puedo llevarte por mis medios sin correr el risego de matarte en el proceso», añadió para sus adentros—. Oh, parece que Tamlin también tiene ganas de acompañarnos. —dijo al notar las astas entre los arbustos. Él caminaba hacia otro sitio, quizás al pequeño arroyo que corría cerca de la entrada este de la Mansión, sus ojos estaban fijos en la nada y no pareció percatarse de su presencia hasta que Feyre lo llamó—. Tenle paciencia, está con mucho peso sobre los hombros últimamente.
—Como sea, estoy aquí por haber matado un fae, mi vida pende de un hilo. Tú misma lo dijiste.
Feyre rio con ganas ante aquello, diciendo que no, que sus palabras habían sido muy distintas. Norrine no pareció importarle la diferencia, y pronto Tamlin estuvo junto a ellas, mirándolas con una ceja alzada.
«¿En serio, Tamlin? ¿Otra más?», pensó Rhysand, sin saber qué sentía por dentro.
El Señor de la Noche ya no sabía si considerar a Tamlin un idiota, un ingenuo, un idiota ingenuo, o una nueva categoría de estupidez que peleaba con la terquedad. Tampoco era como si pudiera criticarlo realmente, no cuando él también era todo eso y, probablemente, cosas mucho peores. Quizás, la diferencia estaba en que Tamlin tenía una libertad, ilusoria, pero libertad en cierto modo, mientras que él apenas tenía suficiente espacio como para moverse sin que los hilos lo apretaran. O era la compañía, donde todos parecían estar más preocupados por su día a día (y ahora la humana) que por lo que había Bajo la Montaña, mientras él estaba con la mente agotada de las quejas, chillidos y la falta de aire fresco en aquel sofocante lugar. Además de extrañar un poco las salidas durante las horas de sueño, sin el hedor de demasiados cuerpos que no habían pasado por un baño en mucho tiempo. Estirar sus alas por un rato, quizás molestar a sus hermanos...
Miraba todo desde una rama, lo suficientemente lejos como para que las sombras lo ocultaran a simple vista, pero no tanto como para que él no pudiera ver y escuchar. Es más, un par de veces tuvo que moverse porque la hembra de cabello castaño dorado había estado peligrosamente cerca de descubrirlo. Lo curioso, sin embargo, era lo mucho que le costaba terminar de enfocar en ella, como si algo hiciera que sus ojos se desviaran justo antes de que terminara de ver con claridad.
—Por la Madre, Tamlin, ni que me fueran a comer viva las nagas —escuchó a la de máscara blanca. Su voz casi como una melodía que lo hizo entrar en una especie de trance.
—Igual, ten cuidado, Faye.
El nombre sonaba extraño, como si estuvieran arañando un pedazo de metal con las uñas. Sacudió la cabeza, tratando de parar de pensar en nombres que sonaban bien o mal, no estaba allí para ver posibles parejas casuales, tenía trabajo que hacer. Con Amarantha cerniéndose cual sombra sobre Prythian, cualquier pensamiento que no fuera el ver la forma de terminar todo aquello, era una distracción. Y eso incluía a las hembras que le hacían perder el hilo que se suponía que estaba siguiendo.
Para el momento en el que quiso saber dónde estaba la tal Faye, ésta ya no se encontraba por ningún lado. Frunció el ceño. Si era una elfa del bosque, el que desapareciera completamente de sus sentidos era imposible. «A menos que sea una híbrida, pero no parece tal cosa», consideró, frunciendo el ceño antes de volver a observar a la pareja que podía ser su salida o su caída absoluta.
Toda su atención se volcó en la Mansión, donde Tamlin y la humana caminaban en direcciones completamente opuestas. Si se guiaba por el lenguaje corporal de la última, el Señor de la Primavera seguía siendo completamente incapaz de entablar conversaciones, incluso cuando las anteriores cinco mortales habían resultado ser incluso peores. Chasqueó la lengua y se marchó a buscar algo que comer, quizás tuviera suerte y nadie notaría su visita a las cocinas.
Era simplemente incómodo e imperdonable lo de Tamlin. Faye había tenido la delicadeza de, por lo menos, cambiar de tema cuando vio su reacción respecto a la lectura. Norrine no podía decir lo mismo del monstruo que se suponía que los gobernaba a todos los de allí, quien no había hecho más que entorpecer todo y hacer gala de sus capacidades.
—No es difícil, puedo enseñarte —fueron sus palabras, mirándola con un brillo de superioridad en sus ojos que le hizo hervir la sangre.
—Paso, estoy bien —había gruñido y Faye había intentado, en vano, poner paños fríos sobre el asunto. Y, como si hubiera decidido terminar de molestarla, metió la pata hasta el fondo.
—Bueno, Tamlin, no hay que andar señalando las carencias de los demás... —Norrine estuvo a punto de gritarle de qué lado estaba, pero ella parecía saber mejor el peso de sus palabras—. Será mejor que me vaya, creo que tengo algunos recados que atender.
Y así se fue la mujer de máscara blanca, dejándolos a Tamlin y ella completamente solos en un silencio que parecía crepitar como las brasas recién removidas. Lo cual terminó en otro "quiero estar sola" por su parte antes de marcharse en la dirección completamente contraria al fae; todo con tal de no verlo ni un momento más. Había estado apreciando los jardines, con flores que tenían colores asombrosos, formando patrones que se escapaban de su saber. La fachada externa de la Mansión era como un complemento de los arbustos y canteros que había a sus alrededores: más de esos patrones que parecían enredaderas, ramas o lo que sea, tallados en las paredes blancas con manchas de los mismos colores que las flores a su izquierda.
Caminó con las manos metidas en los bolsillos, queriendo irse, abandonar aquel sitio de ser posible. En algún momento debió de llegar a lo que parecían ser los establos, con caballos con la misma sensación de elegancia y finura que todos los faes que había visto hasta entonces; estaban bien cuidados y le parecía que eran un poco más grandes de lo que ella consideraría normal. Dio un paso hacia el frente, queriendo acercarse y verlos con un poco más de detalle, o incluso acariciarlos. Se acercó a uno, de pelaje blanco inmaculado, con las crines trenzadas y el pelaje brillando, como si la hubieran cepillado hace poco.
Estuvo a punto de tocarla cuando un destello rojizo apareció a su izquierda, haciendo que saltara hacia atrás. Oyó al caballo soltar un resoplido, como si estuviera riéndose de ella. Lucien la miraba con una sombra de sonrisa en sus rasgos.
—¿Qué te trae por aquí?
Norrine necesitó un momento para poder pensar en una respuesta que sonara ligeramente coherente. Supuso que decirle que no quería saber nada de la bestia que parecía estar a cargo del lugar no era una buena idea.
—No sé, estaba pensando en que me gustaría cabalgar, quizás ver los alrededores.
—¿Sabes cabalgar? —preguntó Lucien con una ceja alzada, midiéndola sin decirlo en voz alta. Norrine asintió, aunque era una verdad a medias: sí, había cabalgado alguna vez, cuando era pequeña y su familia no estaba tan mal con la plata, pero de eso hacía más de diez años y no era algo que el fae necesitara saber—. Supongo que podrías acompañarme por un trecho —accedió al final.
—Puedo salir de la Mansión, ¿no?
—Que yo sepa, Tamlin no tendría dificultad en encontrarte si te escapas —respondió, sin molestarse en darse vuelta para ver su cara de malhumor, subiendo con una gracia a la silla que casi le arrancó una carcajada—. Si me preguntas a mí, yo no te recomendaría ir al bosque sola, Faye ya te dio una idea de lo que puede haber allí.
—¿Lo hizo? —preguntó, volviendo a ver al caballo blanco, sospechando que sería una hembra tras una rápida mirada. Tuvo que dar unos cuantos saltos hasta que la misma yegua decidió que necesitaba un poco de ayuda, por lo que salió, se echó al suelo. Con las mejillas ardiendo a más no poder e incapaz de ver hacia el fae, se subió a la silla y la yegua se puso de pie, sacudiéndose la tierra y casi tirándola a ella.
—Si serás lenta... —le pareció que murmuraba Lucien entre risas—. Así como ustedes nos tienen odio, nosotros también lo tenemos hacia ustedes. Veces en las que nos han robado objetos importantes no faltan. Empezando con algunas armas y adornos familiares.
Norrine hizo una mueca de fastidio y lo siguió sin decir nada por un buen rato.
Si bien a la noche había considerado que el bosque parecía querer estirar sus manos hacia ella, durante el día no era el caso, pero seguía sintiendo que había ojos observándola desde las sombras, detrás de los troncos y entre las ramas. Tenía la piel erizada a pesar de llevar una camisa manga larga y pantalones, consumida por una sensación de ser el ciervo acechado por un lobo. Se apegó más a Lucien, quien no parecía afectado en lo más mínimo por el ambiente. «Lo raro sería que sí, Norrine», bufó en su interior.
—Y, dime, ¿qué clase de fae eres? ¿Un elfo, un hada? Faye me comentó que es una elfa del bosque.
Lucien pareció atragantarse ante lo último, ¿con qué? Era un misterio, pero lo escuchó murmurar algo incomprensible para sus oídos antes de volver a enderezarse. Casi parecía ofendido a muerte por lo que había dicho, o insinuado. Había un gesto de orgullo herido, el mismo que ponían los nobles que había en su aldea y debían hablar con ellos, por suerte, eran pocos, pero seguían existiendo.
—Nací como Alto Fae, la misma raza que Tamlin —empezó y, antes de que ella pudiera decir algo, continuó—, pero, como renuncié al trono de mi padre y juré lealtad a Tamlin, estoy en algo parecido a un elfo, aunque definitivamente no soy uno de ellos. No vuelvas a decir la idiotez que acabas de soltar, varios podrían cortarte la cabeza por menos.
—¿Qué los diferencia? A ustedes de los otros.
—Primero, los elfos no pueden cambiar de forma, controlan un elemento, aunque solo si este está relacionado con su Lugar de Origen. Segundo, un Alto Fae no tiene todos sus poderes si no asciende, podemos transformarnos, sí, pero, así como tenemos los poderes, los perdemos; un elfo es un elfo siempre, ascienda o no a un trono. Tercero, son dos razas distintas, es como decir humano y rata, se parecen, pero definitivamente un humano jamás será una rata y viceversa.
Norrine hizo el intento de no bufar ante el insulto nada sutil que se había colado en la explicación. Lucien sonreía, no sabía si porque le hacía gracia su propio chiste, o por algo más que se escapaba de su conocimiento, pero de todas formas parecía ser algo que no iba a serle agradable de saber. Decidió dejarlo pasar, luego le preguntaría a Faye mejor sobre los elfos, por lo menos no parecía tener el ego tan delicado como para ofenderse por preguntar.
—¿Siempre insultas a los humanos?
—Solo a los asesinos —contestó con un encogimiento de hombros y una seriedad que no llegaba a ocultar la risa que amenazaba con soltar. Una patada en el estómago quizás hubiera dolido menos que escuchar aquello—. Ustedes nos matan a la primera oportunidad que tienen, piden ayuda y luego olvidan rápido los favores.
—Como si los fae no nos hubieran tratado como menos que escoria.
—¡Vaya, para esas cosas sí que tienen buena memoria! ¿Quién lo diría?
Norrine sacudió la cabeza, dejando salir un suspiro molesto. ¿Por qué se molestaba en seguir con aquello? Cierto, porque era el único que podía darle respuestas en ese momento, por muy hijo de puta que fuera.
—Bien, de acuerdo, pero la palabra asesina suena demasiado fuerte. —Lucien la miró, probablemente arqueando una ceja. Su ojo castaño rojizo tenía un sinfín de emociones que parecían estar a punto de llegar a su lengua, pero las contenía. Que tuviera la máscara de zorro no ayudaba tampoco, haciendo que esa mirada fuera una advertencia antes de que todo se convirtiera en una masacre. Aunque la de Faye seguía causándole una sensación más pavorosa si se la imaginaba en la oscuridad, un fantasma que en cualquier momento podría ir a por su sangre—. Olvídalo. ¿Por qué tienen máscaras? ¿No se las pueden quitar o algo así?
—Puedo, pero me gusta tener un aspecto encantador, gracias.
Norrine apenas logró contener la carcajada.
—¿Qué? ¿Tan feo eres que te ves aceptable con la máscara puesta? Dudo que esa cicatriz sea tan mala como para afearte.
—Lo voy a tomar como un halago —dijo Lucien al cabo de un momento, señalando que giraran hacia la izquierda—. No, la máscara me permite mantener mi forma real, si me la quito... digamos que, entre una fiera y yo, la diferencia sería tener inteligencia y más fuerza.
—¿Inteligencia? ¿La tienes ahora? —La sonrisa desapareció de sus labios ante un simple gesto de él, así que cambió de frente—. ¿Por qué me lo cuentas? —preguntó al final, volviendo a ver hacia el frente. Podía sentir la mirada de él sobre sus facciones antes de que dijera con total aplomo.
—Porque si vas a hacer alguna estupidez, al menos quiero tener la conciencia tranquila. Tamlin mantiene su capacidad de razonar y hablar, pero yo podría convertirme en una bestia que no dudaría en matarte. ¿Entiendes la diferencia?
—Dramático —murmuró, aunque no pensaba poner a prueba su curiosidad.
—Si hubieras vivido lo que yo viví, humana —su voz adquirió una nota que le recordó al tono que había usado Tamlin con ella, el mismo frío que imponía respeto y la obligaba a enderezar la espalda—, no tomarías una advertencia a la ligera.
Ninguno de los dos dijo nada por un buen trecho, concentrados en cualquier cosa menos en seguir con la plática. Lucien iba con los hombros tensos, y Norrine se habría reído al ver que giraba la cabeza como si fuera realmente un zorro, de no ser porque no tenía ganas de otras miradas peligrosas. Consideró el seguir preguntando, aunque las palabras parecían no querer cooperar, manteniéndose lejos de su lengua.
—¿Es cierto que ustedes solo dicen la verdad? —soltó al final.
—Puede ser, pero depende qué quieras entender por mentira. —«Hijo de puta, que te den por culo», gruñó en sus adentros.
—¿Y lo de objetos hechos de plata? Ya sabes, que les encanta y la prefieren por encima de todo lo demás.
—Es bonita, pero personalmente me gustan más los adornos con cobre y oro. Los colores del otoño son bonitos si sabes apreciarlos —dijo, aunque parecía más algo para sí mismo que para ella.
Y la mente de Norrine dejó de ser capaz de poder seguir formulando más preguntas o verdades que ella conociera sobre ellos. Dejó caer la cabeza en un suspiro, sintiendo que poco a poco se iban desmoronando cosas que creyó posibles salidas o herramientas para salir.
—¿Algo que sea cierto?
—Ay por la Madre, ¿mataste o no a un fae? —exclamó Lucien, casi perdiendo la paciencia.
—Sí.
—¡¿Y bien?! Ahí lo tienes —bufó, con el ojo castaño rojizo emitiendo un ligero resplandor peligroso.
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