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El pacto de una diosa

El hedor de la sangre estaba por todos lados, incluso entre sus dientes. Tamlin se apartó del cuerpo, tratando de no relamerse mucho los labios. Sacudió la cabeza, como si con eso pudiera despejarse de la nube que amenazaba con quitarle el poco raciocinio que le quedaba, intentando volver a tener los sentidos en su lugar. La naga era muy malas noticias, y, esperaba (rogaba a la Madre), que la sensación de que las cosas iban a estar peor fuera una paranoia suya. Nada más que un fantasma del pasado que no tenía nada que ver.

Estaba dando media vuelta, dispuesto a regresar a la Mansión, cuando le pareció sentir un grito a lo lejos. Hubo un tirón en sus entrañas que casi le arrancó el aire de los pulmones, y luego una especie de grito ahogado en su cabeza. «¿Norrine?», pensó e inmediatamente se internó en el bosque. Sus ojos escrutaban cada tronco, cada sitio donde podría aparecer ella. El corazón se le encogía con cada instante que pasaba. Abrió la boca, intentando captar mejor los olores.

Un grito, agudo. A la derecha.

Corrió, saltó troncos, estiró sus patas cuanto podía. Iba a llegar, tenía que llegar. Que lo hirvieran en el Caldero si no iba a estar allí en cualquier instante.

No pensó mucho cuando se encontró con tres nagas más, casi encima de Norrine. Una furia descontrolada se hizo presente en él, sacando fuerzas de todo su cuerpo. Rugió y se abalanzó sobre la más cercana, arrancando su cabeza de un mordisco. Las otras dos se voltearon en su dirección, cortando el aire con sus lenguas. Gruñó, erizando los pelos de su lomo, enseñando los dientes y las garras.

—No deberían estar aquí —logró decir.

—Tampoco la humana —siseó una, enseñando las garras y sus ojos fijos en él—. Sin embargo, aquí estamos.

Ambas se abalanzaron sobre él, con las bocas abiertas, dispuestas a hacerle lo mismo que él había hecho con la otra. No se molestó en intentar hablar, tampoco era probable que pudiera, simplemente esperó a que estuvieran sobre él. Sus dientes se cerraban en el aire por poco, arañaba. Giró, sobre sí mismo, esquivando una garra que iba hacia él. Notaba algunos cortes que le daban, pero se aseguraba de darles tres veces más en respuesta. Una se detuvo en medio de un salto. Había un palo emplumado que salía por el cuello. La otra siguió, chillando y siseando como condenada.

En cuanto logró mantener a la última contra el suelo, no dudó ni un segundo. Aquella criatura se había atrevido a atacar a Norrine. Consumido por la sensación, arrancó cuanta carne había, dejando un inmenso charco rojo a su alrededor. El sabor de la sangre se abrió paso por su boca. Jadeaba, le temblaban todos los músculos, cómo el dolor empezaba a aparecer en su cuerpo. Pero todo había acabado, ¿no? Todavía sentía los restos de aquella furia mortal, mayor a la que había sentido con el asesinato de sus padres y hermanos. Miró a Norrine, quien mantenía una flecha cargada en su arco. Sus ojos canela llenos de terror, apuntándole. Le sorprendió que no le estuviera temblando el pulso.

—Puedes bajar el arma —dijo, intentando alisar el pelo de su lomo, disipar la niebla de su cabeza. Ella se quedó un momento más con el arco tenso antes de dejar salir un sollozo que le hizo temblar el labio y sacar las lágrimas que tenía retenidas. Verla así, cayendo sobre sus rodillas y mirando al suelo, terminó por hacer que el enojo se fuera por completo, dejando una sensación arrasadora de querer envolverla en sus brazos, estrecharla contra su pecho y besar su cabeza. Caminó hasta donde estaba, ignorando el gusto de la sangre que tenía en la boca, tocando con el hocico el costado de ella, dejando salir un suspiro cuando sus brazos rodearon su cuello, ocultando el rostro en su hombro—. Ya está, tranquila. Estoy aquí.

Un gimoteo se escapó de su garganta al notar que el llanto seguía, anudando su corazón como si fuera un lazo. No por primera vez, sintió el odio más puro hacia Amarantha, a toda la locura que se le había metido en la cabeza por lo que era una vieja riña. O un capricho, dependiendo cómo lo pensara. Qué no hubiera dado por estar en su forma real, por tener la libertad de ser algo más que un simple animal que lo único que podía hacer era cerrar los ojos, ignorando a los otros dos que contemplaban la escena a la distancia.

Feyre dejó salir un suspiro de alivio al verlos a los dos juntos. Tomó un momento para dejar salir todo el aire de sus pulmones antes de girarse hacia Lucien. Ni se molestó en ocultar el enojo, la rabia que estaba al borde de sacar.

—¿Qué te pasa? —preguntó, conteniendo las ganas de rodear su cuello con las manos. Tenía los dientes apretados y le costaba respirar con naturalidad. Él tuvo la decencia de parecer avergonzado, rehuyendo de su mirada furiosa.

—Ella me pidió información y no soy quién para negarla.

«Si no fuera porque quiero y adoro a Elain, ya mismo te desmiembro y te doy de comer a las bestias del Medio», pensó, apretando los labios para mantener esas palabras dentro y se obligó a respirar hondo. Le costó, pero pudo serenar su mente una vez más, aunque todavía notaba esa sed en el fondo de su ser, como un fuego que se negaba a extinguir.

—Es su oportunidad para que esa... para que Amarantha pierda el poco control sobre Tamlin, ¿vas a poner en juego eso? —Él la contempló con el ceño fruncido. Quiso creer que entendía, que captaba lo que ella quería decir entre líneas. Intentó mantener la frente en alto, ignorando el que tuviera que levantar la barbilla para poder verlo a los ojos. Lucien le sostuvo la mirada antes de apartarla, volviendo al frente. Feyre acomodó el arco y el carcaj en su espalda, necesitando un momento a solas—. Iré a asegurarme de que no haya más peligros cerca. Como me vuelva a enterar de que has intentado vengarte por lo de Andras...

—Ve y haz lo que tengas que hacer —gruñó, su cabello empezando a brillar como si fuera cobre fundido y una chispa amarilla refulgió en el interior de su ojo. Con eso, se marchó, apretando los puños con fuerza mientras se alejaba. Años, décadas enteras viendo la decadencia, viendo cómo Prythian se convertía en algo parecido a Oorid, un sitio donde todo lo que quedaba eran huesos y frío. Sobre su jodido cadáver que iba a permitir aquello. Había dejado demasiadas cosas a un costado como para perderlo todo.

No supo cuánto se había alejado, cuánto tiempo llevaba encerrada en su cabeza, cuando escuchó una voz que conocía muy bien.

—Vaya, ¿a qué se debe tanto enojo, linda?

Su cuerpo reaccionó antes que su cabeza, deteniéndose y extinguiendo por completo la furia que tenía dentro. Le faltó un momento para chocarse con Rhysand, quien estaba parado frente a ella, con sus ojos de un violeta tan intenso como los crisantemos y las lavandas. Tenía esa sonrisa que había imaginado tantas veces dormida que podía tallarla sin dificultad en cualquier trozo de madera, añadirla a cada una de las estatuillas que tenía. Y, aun así, no era capaz de captar aquella sensación de misterio, seducción, que había en él. Su cuerpo se congeló, totalmente quieto ante los pasos que iba dando él, estudiando cada movimiento felino que tenía.

—¿Qué haces aquí? —logró preguntar, sintiendo sus labios secos al ver el pecho desnudo, con las marcas de un guerrero Carynthian. Tatuajes que esperaban traerle honor, gloria y éxito en cada pelea que participara.

—¿No es obvio? Miro cómo fracasas en una tarea tan sencilla como esta —sonrió y el corazón de Feyre se congeló de inmediato, sintiendo que le habían tirado un río entero de agua helada. Retrocedió un paso, viendo a aquella inmutable sonrisa y luego a las alas, difusas allí donde las sombras de los árboles lo tocaban, queriendo negar lo que había escuchado—. Tantas oportunidades que tuviste para ir a por mí, para sacarme de las garras de esa hija de puta, y no hiciste absolutamente nada —tenía una voz sedosa, tentadora, una que estaba destrozándola con cada palabra que soltaba. Retrocedió un paso, sintiendo que las lágrimas empezaban a acumularse en sus ojos mientras intentaba negar con la cabeza—. ¿Es que no aceptas la verdad? Que, quizás, lo nuestro, ¿jamás podrá ser posible? ¿Acaso no consideras que esto es un error? ¿Que es probable que no estás a la altura de ser mi pareja, quien esté a mi lado? No haces más que fallar, fallar y fallarme.

Casi podía sentir cómo el aire se escapaba de sus pulmones, cómo el corazón se le trizaba y las lágrimas empezaban a caer por sus mejillas sin parar. No podía ser cierto, pero lo estaba escuchando, era real lo que sucedía, ¿no? No había ninguna otra explicación. Se estaba ahogando, podía notarlo en las bocanadas de aire que daba, en cómo sus pulmones buscaban expandirse lo más posible. Intentaba encontrar una forma de explicarse, de decirle que estaba haciendo todo lo que podía para sacarlo, liberarlo, permitirle volver a Velaris, a casa. Su espalda chocó contra un tronco.

—Eso no es... Yo... —negaba, sacudiendo la cabeza, sin poder apartar la vista de aquellos ojos que parecían regocijarse en su dolor. En la sensación de decepción y desesperación. ¿Por qué no lo había sacado antes? ¿Por qué no se había hecho pasar por una humana y desafiaba a Amarantha? ¿Por qué no era ella quien estaba seduciendo a Tamlin, fingiendo amarlo, para salvar al que era su pareja? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

Cerró los ojos al sentir el contacto frío contra su cuello, una mano helada que no hacía más que llevar lágrimas a sus ojos. Aguardó, sintiendo que le costaba respirar, que el corazón se le retorcía cómo un gusano. Y de un instante a otro, dejó de sentir el contacto de la mano que empezaba a apretar contra su garganta, dejando que el aire pasara a sus pulmones. Sus rodillas se aflojaron, como si le hubieran quitado de encima una enorme nube negra.

Respiró, llenando su pecho de aire. Miró hacia el frente, donde todo lo que había era un ser que doblaba en tamaño a Tamlin, completamente negro, con un par de alas que parecían la oscuridad misma. Una larga cola escamada se retorcía al son de los movimientos del cuerpo. Todo pasó tan rápido que pronto perdió de vista al ser. Oyó un aullido de ultratumba que le heló la sangre. Luego, el gruñido de dos bestias que se revolcaban en el suelo. Con las manos temblorosas, sacó una flecha del carcaj, intentando apuntar. Una parte de ella, la única que parecía estar consciente de la situación, le hizo desistir. Por instinto, dio un paso hacia la sombra del árbol, sumergiéndose en las sombras antes de caer en el cuarto del Cuartel.

Se arrancó la máscara de la cara, dejándose caer sobre la cama que apenas había tocado en los últimos meses, sollozando. «No es verdad lo que dijo, no lo es, no sabe quién eres, no sabe lo que los une, él no sabe», se repetía una y otra vez en silencio, pero no podía negar que la verdad estaba frente a sus ojos. Oportunidades para salvar a Rhysand había en demasía, tantas veces pudo haberse infiltrado en la guarida de Amarantha, tantas veces pudo haberla degollado sin que nadie supiera que había sido obra de su propia mano. «Si es así, ¿por qué no lo has hecho?» La pregunta apareció en su cabeza, primero como un susurro, luego como una pregunta que le haría Nesta para que viera dónde estaba el motivo.

Respiró hondo. ¿En serio había fallado? «¿Qué hubiera pasado si hubiera actuado antes?» Y lo cierto era que sabía perfectamente qué hubiera pasado: ella habría terminado colgada en una pared, muerta, y sin posibilidades de decirle a Rhysand la verdad en algún momento. Apretó los puños al sentir un ligero malestar en el hombro y se apresuró a buscar un bolso que podría necesitar.

Rhysand no había pensado interferir, mucho menos usar el poco poder que había logrado acumular en aquellas semanas para transformarse. La idea era que nadie lo viera, pero al ver cómo la elfa retrocedía y las garras del Bogge estaban a punto de abrirla en canal, simplemente no pudo quedarse de brazos cruzados. No iba a poder dormir sabiendo que había una oportunidad de salvar a alguien, por desconocido que fuera. Que Amarantha se jodiera, podría ser tantas cosas que prefería no decir ni repetir en su cabeza, pero el título de Señor seguía siendo suyo, por más que hubiera una cadena alrededor de su cuello, por más que no estuviera en su Corte y esa hembra no fuera su responsabilidad. Se concentró y dejó que la magia fluyera por todo su cuerpo al tiempo que se lanzaba.

En el instante que el Bogge clavó los ojos en él, pareció querer adoptar una forma concreta. Ni dejó que los pensamientos se formaran en su cabeza, ni se molestó en pensar en algo más que en querer apartarlo de la elfa. Arañó, mordió y rodó en un intento por quitárselo de encima. Rugió furioso cuando los afilado dientes del ser se clavaron en su brazo. «Hijo de puta», pensó, queriendo cortarlo en rodajas con sus propias manos. Achicó parte de su cuerpo, atrapando por la garganta al Bogge. Una parte de sí se regodeó en los chillidos y sonidos de dolor que soltaba mientras presionaba su garganta.

—Siempre causando desastres, Rhysand —murmuró el Bogge, tomando la forma de una hembra que no reconocía, una de ojos tormentosos y sonrisa afilada—. ¿Puedes seguir llamándote a ti mismo un Señor de Prithyan?

—¿Terminaste?

No le dio tiempo para responder, simplemente apretó con fuerza la garganta y desgarró el pecho con el brazo herido, arrancándole lo que supuso que sería el corazón. En cuanto la criatura dejó de retorcerse, notó cómo el cuerpo se le relajaba y se dejó caer contra el tronco más cercano, casi incapaz de poder moverse por la falta de magia. Cerró los ojos, maldiciendo por dentro ante el dolor que empezaba a extenderse desde la herida. Una mirada rápida le permitió saber que no era profunda, pero tendría que limpiarla y atenderla. Quizás tardaría más tiempo del usual en recuperarse, pero al menos era algo pasajero, nada que le inhabilitara el brazo.

—Estás herido.

La elfa de antes apareció a su lado, de nuevo dándole esa sensación de que sus ojos se apartaban ni bien empezaba a comprender los detalles. Tenía marcas de llanto y le pareció ver los dedos del Bogge marcados sobre su cuello. Solo sus ojos, del mismo color que un cielo nublado, era lo único que podía ver con claridad. Y le resultaban perturbadoramente parecidos a los que había adquirido la bestia antes de matarla.

—Es solo un rasguño, ya pasará —dijo, esbozando una sonrisa, sintiendo que el corazón le latía con fuerza. Ella lo observaba en silencio, pasando su mirada de la herida a su rostro y viceversa—. No pareces demasiado alterada como para haberte encontrado conmigo —señaló cuando ella terminó acercándose a su brazo y examinando la herida con cuidado.

—Me salvaste, mínimo tengo que darte las gracias —respondió, sacando algunas vendas y echando el contenido de un frasquito que le hizo apretar los dientes ante la sensación de ardor. Incluso con esas palabras, no había ningún deje de miedo o respeto férreo que solían usar los habitantes de otras Cortes. Ninguno de los dos dijo nada más por un rato, ella concentrada en la herida, él estudiándola. Intentaba no tensar los músculos ante el contacto de ella, sin saber si quería manotearla o pedirle que terminara pronto. Mientras ella seguía limpiando y aplicando pociones, Rhysand quiso entrar a su mente, al menos para saber si debía o no hacer algo para que su presencia en aquel sitio siguiera siendo un secreto. Lo intentó, pero todo lo que encontraba era un muro impenetrable—. Le pediría que deje de hacer eso.

—¿Qué cosa? No estoy haciendo nada.

La expresión de la hembra dejaba muy en claro que no le creía en lo más mínimo. Sus ojos se endurecieron como el acero, pero parecía ser ella quién leía su mente.

—No diré nada si promete no contarle a Amarantha sobre la humana.

—¿Y por qué debería hacerlo? Puede que la Reina sea la salvación de Prythian, y yo, como su fiel vasallo, tengo que ser honesto con la Reina.

—Nadie en su sano juicio cree eso, Rhysand —gruñó, con los dientes demasiado apretados, dando un tirón a la venda. Él arqueó una ceja, a lo que ella inmediatamente empezó a explicarse con algunos balbuceos y sonrojándose—. He ido varias veces a la Corte de la Noche, es difícil no escuchar tú, digo, su nombre desde tu ascensión como Señor, sobre todo en los rumores. Es decir... uhm....

—Curiosa historia para alguien de la Corte Primavera —dijo, riéndose por lo bajo. Ella se encogió de hombros, aclarando que no era precisamente alguien de allí. Una chispa de curiosidad bailoteó por su cabeza—. Entonces, ¿qué haces aquí?

—Vi...sito a Tamlin, es un viejo amigo de mi familia —respondió, dando un par de pasos hacia atrás.

—Interesante —murmuró, poniéndose de pie con cuidado—. Me gustaría pedirte un favor: ¿podrías mantenerme al tanto sobre lo que hace el rubiecito y la humana? Y, por favor, nada de revelar mi presencia.

Ella pareció pensarlo un poco antes de sonreír.

—Te serviré si juras no ir a contarle a Amarantha sobre la humana.

Rhysand se pasó la lengua por los dientes, intentando no reírse ante la persistencia de la hembra. Ella se había puesto de pie y lo miraba con una seriedad absoluta. Se hizo la promesa interna de buscarla si alguna vez conseguía volver a la Corte de la Noche.

—Bien, me prestarás servicio cuando el momento llegue.

Ella pareció tener un nuevo brillo en los ojos, uno que le recordó a las Tres Estrellas que brillaban sobre la montaña Ramiel, y las palabras "lo juro por el Caldero y la Madre" sonaron a una promesa mucho más grande de lo que probablemente era. Le estrechó la mano, a modo de cierre de promesa y la elfa se marchó. En cuanto quedó a solas, acomodándose la manga de su camisa, se permitió tener una pequeña chispa de esperanza mientras el ardor de la promesa marcada cerca de sus tatuajes se terminaba de disipar. «Ya era hora de tener a un aliado», pensó antes de convertirse en una sombra.

Tamlin se veía irritado mientras volvían a la Mansión. A pesar de que no le había dicho nada, Norrine podía notarlo en sus ojos verdes, de un tono mucho más oscuro de lo que estaba acostumbrada a verlos. Echó un vistazo a Lucien, quien, a pesar de todo, le había murmurado una disculpa, aunque Norrine no creía que realmente sintiera sus palabras, pero tampoco tenía razones para desconfiar.

Se encerró en el cuarto el resto del día, solamente dejando a Faye pasar cuando ésta llamó a la puerta. No le dijo nada, aparte de preguntarle si estaba bien y tratarle los rasguños que se había hecho, no sabía si durante la huida o cuando la naga la había atrapado por un breve instante, justo antes de que Tamlin saltara sobre ella. Por los dioses, había creído que ese sería su fin, que había visto las alas negras de la muerte por el rabillo del ojo. Pensó que había visto pasar su corta vida frente a sus ojos, sintiendo que necesitaba, quería, más tiempo.

Y el pelaje de Tamlin había aparecido poco después de ese pensamiento, ahuyentando a las sombras alrededor de sus ojos. Pensar en él le causó una sensación de alivio, de furia, gratitud y algo que no supo identificar. Era un fae, un monstruo que había desgarrado la carne de otro monstruo, tan aterrador como una fuerza de la naturaleza, un recordatorio de que ella era nada en Prythian, apenas por encima de un mero ratón. Y ese mismo monstruo la había salvado, la había consolado cuando el miedo la sacudió de pies a cabeza. Había sido un contacto cálido, un abrazo que necesitó más de lo que se quería admitir. Odiaba no entender qué se suponía que estaba pasando en su propio pecho.

—¿A qué Corte pertenecen las nagas y los suriel? —preguntó, con los ojos fijos en la chimenea apagada. Feyre anudaba con habilidad una pequeña venda en su brazo para que la herida no se infectara.

—A ninguna, son seres que jamás juraron lealtad. Tuviste suerte, la verdad.

Norrine tragó saliva, abrazándose a sí misma. Suerte. ¿Podía llamarse suerte?

—Dijeron que iban a comerme —murmuró—, y una voz me decía que me gire, me llamaba.

—¿Volteaste? —Norrine negó con la cabeza y Faye soltó un suspiro de alivio—. Menos mal, habrías muerto sin duda. Era un Bogge; casi me mata a mí.

Cuando le preguntó si ella lo había matado, Faye negó inmediatamente con la cabeza, dudó antes de decir que había sido gracias a alguien más. Había pocos seres en Prythian capaces de matar a un Bogge, Tamlin siendo uno de ellos, añadió la elfa. Norrine se tomó un momento para pensar en todo, desde las palabras del suriel hasta lo que le había contado la elfa. No sabía bien qué meditaba, qué parte de ella seguía intentando olvidar los hechos, pero era lo que estaba haciendo: enterrar sus memorias, olvidarlas en lo más profundo de su ser.

En algún momento debió de quedarse sola, pues Alis la tocó en el hombro, diciéndole que la esperaban para cenar, y no había rastros de Faye. Ya se había bañado al llegar, por lo que no hizo falta esa parte. Dejó que la fae la cambiara, que le peinase el cabello rebelde, sin quejarse ante los tirones por los nudos que tenía. En el reflejo del espejo no se pudo ver, era otra la chica que estaba allí, con un vestido de color celeste y piezas de metal dorado que decoraban la parte superior de las mangas, busto y ascendían por su cuello, como si quisiera llegar a su boca.

—Se ve bonita, señorita Norrine —dijo Alis mientras acomodaba todo en sus respectivos cajones. ¿Bonita? Tenía un rostro con cicatrices más o menos recientes, los ojos como de muerta y se le veían los huesos por completo. «No hubieran encontrado nada jugoso de haberme comido», pensó mientras se ponía de pie.

—¿Qué puedo hacer?

—¿Cómo dice? —preguntó Alis, con su cabello lleno de flores y enredaderas que se mezclaban con los gruesos rizos que tenía. Norrine se contempló una vez más en el espejo. Parecía incluso más un cadáver al ver el reflejo de Alis junto al suyo.

—No puedo irme, es lo que me dicen cada vez que pregunto.

—Ha sido un día agotador para usted, venga, vamos a cenar. El Señor Tamlin, Lucien y la señora Faye estarán contentos con su presencia en la mesa —dijo con una sonrisa algo tensa, guiándola con cuidado por los pasillos. Norrine no encontró razones para poner resistencia, así que la siguió, mirando de vez en cuando a las paredes, casi convencida de que las ramas en ellas eran reales, estirándose para atraparla como dedos huesudos.

En el comedor, como ya era costumbre, Lucien y Tamlin se encontraban degustando la cena en silencio, el primero con una delicadeza envidiable, el segundo directamente como un animal. Faye mantenía los modales, pero había algo tosco en sus movimientos, como si tuviera que contenerse para no comer a todas prisas y salir corriendo de inmediato. La puerta se cerró a sus espaldas y los tres se volvieron hacia ella.

—Oh, ¡te queda precioso! Ya sabía yo que tenía buen ojo para la ropa —exclamó Faye, poniéndose de pie y caminando hasta ella. Antes de que captara qué se proponía, se encontró dando una vuelta sobre sí misma, a punto de caer por enredarse con sus propios pies, haciendo que las telas flotaran ligeramente con el movimiento—. Todo un encanto, ¿no es así, Tamlin?

El mencionado pareció salir de un trance, pues apartó la mirada de repente y tanto Lucien como Faye soltaron una risa por lo bajo. Dejó que la elfa la guiara hasta la mesa, moviéndole la silla para que pudiera sentarse.

Norrine ya había dejado de lado la idea de no comer las cosas elaboradas, especialmente luego de sentir varias noches seguidas el estómago protestando y retorciéndose como una bestia que la comía desde el interior. Ya había ido un par de veces a la cocina mientras el resto dormía, pero tenía la impresión de que incluso las paredes parecían estar viéndola robar algún bocadillo. Se sirvió una cantidad razonable de carne y verduras, comiendo sin apartar la mirada del plato, enfocada en las cicatrices que recorrían sus toscas manos.

—Te ves bien, a pesar del día de hoy —dijo Lucien tentativamente y Norrine levantó la vista justo a tiempo para ver cómo él le dedicaba una mirada furiosa a Faye, quién esbozaba una sonrisa inocente.

—No hace falta mentir —contestó a secas, cortando un trozo más de carne y devorándolo en el acto.

—¿Qué gano mintiéndote? —replicó él. Norrine no encontró una forma de dar un punto válido y acabó guardando silencio, comiendo un trozo de papa con el jugo de la carne.

—Espero que hayas entendido nuestras advertencias —habló Tamlin, y el aire entero pareció volverse denso de repente. Norrine miró su plato, sintiendo cómo todas las palabras que había escuchado del suriel, las miradas con una disculpa escondida en sonrisas que le habían dado a lo largo de aquella semana; todo aquello caía como un balde de agua fría sobre su cabeza. Comer se sintió como una tarea imposible, como si en lugar de comida exquisita tuviera desechos, desperdicios que empujaba porque no le quedaba otra alternativa. Las lágrimas amenazaron con regresar a sus ojos, ahogarla con la comida que se obligaba a pasar pese al nudo que sentía.

Intentó tomar aire, hacer algo para que sus pulmones pudieran llenarse. Echó la cabeza hacia atrás, parpadeando con fuerza, obligando a las lágrimas que se fueran. Supo que Tamlin se acercaba antes de escuchar el sonido de sus garras contra el suelo, sin embargo, se levantó antes de que pudiera rozarla con el hocico.

Prythian la había reclamado, por completo. Así como en tantas leyendas que había escuchado, como en aquellas estúpidas canciones infantiles sobre las princesas bellas raptadas por algún fae que se había encaprichado con ellas.

No podía seguir allí. No quería seguir en ese sitio.

Corrió de regreso a su habitación y se encerró, dejando que todo lo que tenía dentro saliera en las lágrimas que caían sin control por su mandíbula. 

Tamlin se quedó en donde estaba, viendo con los ojos al borde de las lágrimas y el corazón retorciéndose como si le estuvieran clavando un cuchillo. Quizás debía esperar, darle su espacio. Lucien hizo el amago de ir tras Norrine, pero Faye lo detuvo, diciendo que necesitaba tiempo a solas.

—¿Realmente esa es la solución? —preguntó Tamlin, bajando la mirada a sus patas. Luchando contra el impulso de salir corriendo, de ir tras Norrine. Faye no contestó de inmediato y él enderezó su espalda cuanto pudo. Que se pudriera todo, mejor actuar y que lo echara a no hacer nada y cargar con la culpa. Con eso en mente, salió del comedor, elaborando una excusa poco convincente.

Atravesó el pasillo con los pocos sirvientes que quedaban para la noche haciendo una reverencia confundida en su dirección. Uno de ellos, cuando estuvo frente a la puerta de Norrine, tuvo la delicadeza de tocar por él. «Madre mía, ojalá pueda quitarme esta forma en algún momento», suspiró por dentro, obligándose a no dejar traslucir dichas palabras en su expresión. Con el "¡Largo de aquí!" amortiguado por la almohada, hizo un gesto al sirviente, quien le abrió la puerta, dejándolo entrar sin problema.

Norrine se veía destrozada, como las estatuas donde se mostraba a la Madre llorando por sus hijos cuando estos morían. Su rostro lleno de nuevas cicatrices estaba hinchado y con los pómulos rojos como las rosas.

—No vengas a joder, Tamlin —masculló, sin quitarle los ojos de encima, sentándose en la cama, los hombros tensos y una mirada amenazante.

—No sería un buen anfitrión si no atiendo a mis invitados —replicó, sentándose cerca de ella. Habría preferido subirse a la cama, pero no pensaba echarse como un animal cualquiera, esperando que le dejara apoyar la cabeza sobre su regazo. Él era un Señor, tenía principios que respetar y un ego que mantener—. ¿Quieres contarme qué te perturba?

Norrine se mordió el labio y apartó la mirada. Aguardó, manteniendo sus ojos fijos en aquel rostro que parecía cambiar ligeramente con cada pensamiento que pasaba. Podía notar una sombra del lío que había dentro de ella, cómo emociones tan radicalmente diferentes iban y venían de un lado a otro.

—Prithyan no es mi hogar —dijo al fin. Tamlin contuvo el aliento para no ser él el que empezara a tener todas las emociones a flor de piel—, pero no puedo volver a Archeron o al Reino Humano en general.

«Maldita sea», bufó mientras se acercaba hasta apoyar su cabeza en el regazo. Norrine se tensó más de lo que ya estaba, mirándolo con sus ojos opacados e irritados.

—Puedes hacer de Prithyan tu hogar —sugirió, aunque moría por decir que podía hacer de él, de su Corte, su hogar.

—Tamlin, respiro y algún fae quiere matarme, descuartizarme, hacerme su cena... —enumeró con los dedos antes de negar con la cabeza—. ¿Cómo esperas que haga un hogar en un sitio donde se me rechaza?

Odiaba admitir que tenía un muy buen punto y, si era sincero consigo mismo, la única solución que encontraba era encerrándola allí, pero ya había visto que el encierro solo empeoraba todo. Suspiró, sabiendo muy bien cuáles eran las consecuencias si llegaba a hacerlo, no solo por su madre, sino porque directamente "Norrine" y "encierro" eran dos palabras que no podían encajar en una misma oración, párrafo o libro. Casi sonrió ante aquel pensamiento. 


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