El Lobo de Oorid
Era sencillo atacar a un enemigo que de puro culo podía mantenerse en sus propios pies. Lo sabían muy bien en Hybern, por eso eran una fuerza a tener en cuenta, por eso eran una amenaza que en Prythian no podían acabar. Todos los generales lo sabían, y el Comandante Haecar no era la excepción a esa regla. Su lengua humedecía sus labios a medida que su nuevo ejército atacaba de nuevo aquella... aquel insulto a los faes.
—Recuerde lo hablado, Comandante.
—No hace falta que una sacerdotisa me diga qué hacer —dijo, mirando con la nariz fruncida y enseñando los colmillos en su dirección. De no haber sido de una tierra tan espantosa, tan infame, la habría considerado mínimamente entretenida como para quitarse las cosquillas de sus pantalones. Ni siquiera el hecho de que gozaba con cierto aprecio de su Rey bastaba para cambiar los hechos: pertenecía a aquellas tierras, por lo tanto, cualquier cosa que tuviera que ver con ella era una desgracia.
El humano al lado de ella, un rehén más que útil, se mantenía sereno, servil. «Como las cosas deben ser», decía para sí. Tomó un trago de su cantimplora, mirando al resto del campo de batalla, disfrutando del espectáculo. Un poco más para sacudir el hormiguero y ellos podrían sacar a las reinas de sus guaridas, un festín que las bestias del Rey disfrutarían sin problema alguno. Dio otro trago.
Dejó que el humo se elevara más allá de las construcciones abandonadas que atacaban, que sus soldados arrasaban, algunos aprovechando la ocasión, otros simplemente cumpliendo órdenes. Resultados eran resultados, no había más vueltas que darle. Por eso sopló el cuerno que llevaba en su mano libre, empezando a marchar hacia el interior de aquella isla que podría ser un buen avance, un mejor territorio que el que tenían.
Los muertos lo seguían, haciendo castañear sus mandíbulas de diversión, chocando entre ellos con un ligero eco metálico. Los vivos iban por detrás, temerosos de darles la espalda a criaturas que podían devorar carne con la misma facilidad con la que ellos quitaban los trapos que cubrían a las hembras. Quizás con el mismo placer. «Bah, los muertos son muertos», pensó mientras miraba a las montañas que se alzaban a unos cuantos kilómetros de donde estaban.
Un trago más a la cantimplora bastó para que acabara su contenido.
—Tiene que ser una puta, jodida broma. —La voz de Feyre no había alcanzado el grito, pero todos en la Casa de Pueblo habían escuchado bastante clarito. Cassian la vio salir del cuarto donde se había metido, ya renegando con las ropas que terminaba de acomodarse mientras salía sin molestarse en mirar a nadie mientra anunciaba—. Atacaron a la Corte del Verano y las tropas de Hybern avanzan hacia El Medio.
Azriel apareció desde la esquina en la que solía estar cuando no tenía ningún trabajo que hacer. Había llegado con las manos vacías de Cretea, y Rhysand estaba reacio a enviarlo de nuevo, no cuando todo parecía indicar que estaban ya en pie de guerra. Una parte de sí, sabía Cassian, odiaba reconocer el cansancio en los ojos de su Señora, apenas un siglo más joven que ellos. Había crecido en un mundo relativamente tranquilo, con tiempo para ser una niña, una jovencita y luego... bueno, la adultez le había tocado la puerta con la espada ya en mano.
—¿Las Valquirias actuarán? —preguntó Rhysand.
Feyre dudó un momento.
—Están esperando a que la Corte del Otoño se decida, así como conocer más sobre los movimientos de Hybern. —Entonces no, no actuarían. Mejor, consideraba Cassian, eran su arma secreta, una defensa contra la repentina invasión—. Es probable que la General espere hasta que estén cerca de las fronteras para utilizar el terreno a nuestro favor. Yo lo haría, al menos —dijo con un encogimiento de hombros, terminando de atar las fundas de las espadas y colocando las mismas en estas.
Una mirada a Rhysand bastó para que Cassian asintiera, notando como su espalda se tensaba mientras el rol del General de los Ejércitos se abría paso por su ser. Siguió a Feyre hasta el exterior, despidiéndose con un asentimiento de cabeza antes de partir hacia la torre de vigilancia más cercana a Illyria, donde un inmenso cuerno se mantenía solo, resguardado de tal manera que nadie más que él podía acceder.
Sopló dos veces. El sonido vibró por todo su cuerpo, por la construcción y viajó por el aire. En cuanto terminó, contó hasta diez, escuchando una respuesta.
Eran pocos, poquitos. Probablemente una avanzadilla que exploraba el terreno. No quería sonreír, porque mostraría los dientes y estos la delatarían. Era una sombra, un inmenso búho que contemplaba todo desde una rama, entre las hojas. Observó cómo avanzaban, entreteniéndose con la idea de ver cómo empezaban a perder el sentido, caminando en cualquier dirección hasta que acabaran en uno de los pantanos, en el territorio de la Tejedora o en el inhóspito pueblo de Oorid. A varios metros más allá, tapado por la naturaleza misma, como si la Madre que tanto adoraban los faes quisiera evitar lo peor, estaba el camino que llevaría a aquellos soldados a Bajo la Montaña.
Se quedó quieta, tanto como le era posible, inclinando la cabeza mientras pensaba en cómo podría obtener su piel. Aunque... nah, no valían tanto la pena, se la veía algo gastada, carcomida por gusanos en algunas partes. Sus manos pasarían con una facilidad asombrosa por la piel, la cortaría sin mayores dificultades por el frente, desde la cabeza hasta la ingle, donde podría abrir con naturalidad y limpiar el interior.
Torció la cabeza, mirando y pensando en su hermanita. Entendía el punto de sus otras hermanas, captaba la necesidad de mantener la distancia, de no echarse a perder como lo había hecho la pequeña Elain. Consideró las opciones antes de chasquear silenciosamente la lengua, empezando a saltar entre las ramas, sin producir ningún sonido.
Podía escuchar a los soldados que se tensaban por debajo de ella, como desenfundaban sus espadas y estudiaban con ojos abiertos de par en par, esperando encontrarla. Bajó hasta posarse detrás de un tronco caído, apenas asomando la cabeza por encima del mismo. Podrían verla, si así lo querían, pero lo mejor era que no. Sacudió su cabeza, dejando que una piel de jabalí se abriera paso. Avanzó hasta que estuvo a dos pasos del claro, dejando que los instintos del animal jugaran un poco.
Los guió lejos, a las entrañas del laberíntico Medio. Saltaba entre los troncos, desapareciendo de la vista lo suficiente como para luego poder ponerse detrás de ellos. Los hilos estaban gastados, pero nada perdía, nada. Sus garras se abrieron paso, justo antes de que saltara e hiciera los cortes pertinentes.
Shis, shis, shis, shis.
Gusanos blancos salían de aquellos cuerpos cuando los abrió, haciendo que los lanzara hacia un costado. No, no valían la pena los muertos; no daban piel ni carne. Un verdadero desperdicio.
Miró hacia la entrada, relamiéndose sus labios ante la idea de probar a los vivos. La verdadera comida. Con eso, se sacudió hasta que la piel de un cuervo se abrió paso, permitiéndole volar de regreso, su pico ya afilado y listo para arrancar la carne que pudiera. No lo diría, pero entendía por qué su madre había dejado que Elain se marchara, así como ella entendía por qué había aceptado cualquier idiotez que le hubiera propuesto. Simplemente, no se le podía decir que no a la dulce Elain.
—La situación podría empeorar —estaba diciendo Nesta cuando Feyre entró, acomodándose en su silla. Su hermana estaba con el pelo atado en una rápida coleta baja, ni rastro de aquellos intrincados peinados que siempre se las parecía ingeniar para hacer en tiempo récord. Las noticias iban rápido, llegando a sus oídos al mismo tiempo que había puesto un pie en la entrada del Cuartel.
Estaban en la Garganta Mayor, la que daba paso al Medio y era la más septentrional de todas, una que estaba suficientemente cerca de Hybern como para que hicieran el desembarco en la Corte del Verano y avanzaran por allí, quemando todo a su paso. Los Señores debían estar ya movilizando sus tropas para contener la amenaza. Rhysand lo estaba haciendo, y seguramente tanto Tarquin como Kallias lo estaban imitando.
—Va a empeorar —sentenció Crole—. Tenemos que proteger al Cuartel, considerando que han logrado vulnerar las barreras una vez —dijo, mirando al mapa de Prythian, sus ojos fijos en el Medio.
—Deben de estar queriendo ir hacia Bajo la Montaña —comentó Feyre, mirando sin mucho interés el mapa que podía recordar de memoria. Podía tirar dardos con los ojos cerrados y sabría a qué Corte le había pegado en base al sonido que hiciera el blanco. Crole la miró con una ceja arqueada, pidiéndole que siguiera—. No tenemos idea si Amarantha era consciente o no de la movilidad que tenía el laberinto que había bajo la construcción.
—Es un laberinto cambiante. No se extiende —cortó Nesta.
—Gwyneth dijo que había una marca que parecía conectarlos.
—Vió una marca hecha por una sacerdotisa, basándose en que la magia no pertenecía a ninguna de las razas de Prythian —corrigió la General—. Pero, es posible. Si cuentan con una sacerdotisa que es capaz de crear runas de teletransportación, con lo complejas que pueden ser, es posible que busquen ese sitio.
—Oorid posee un mejor terreno mágico —suspiró Nesta, sabiendo muy bien por qué no estaban considerando aquel pueblo fantasma. La General asintió de todas formas, volviendo a enfrascarse en lo que estaba viendo en su cabeza, así como lo hicieron ellas dos.
—Podemos reforzar los muros y esperar un ataque tanto desde las celdas como desde afuera —comentó Feyre al cabo de un rato. Ni bien las palabras terminaron de salir de su boca, cayó en la cuenta de los problemas logísticos que eso causaba. La División Illyriana era la única capaz de transportarse dentro del Cuartel, limitado al piso donde estaban los dormitorios de las mismas y a la entrada principal. Si tenían un ataque en las celdas, tardarían demasiado tiempo, algo más que valioso y crucial para una batalla.
—Runas de alarma —sugirió Nesta, mirándolas a ambas con sus ojos inexpresivos—. Sabremos de dónde vienen. Dejemos a la División Aérea y cerca de la entrada. Illyrianas en las celdas. La División Terrestre vigila desde las Murallas.
Las tres intercambiaron una mirada antes de asentir con pesar. Fuera de la oficina, empezó a sonar la alarma. Aquellas hembras que fueran menores de edad, las que no hubieran completado el entrenamiento, regresaron de inmediato a sus hogares. No valía la pena tener una carnicería que se podría evitar.
Ambas se pusieron sus respectivas armaduras, mucho más simples y funcionales que las ornamentadas. Feyre contempló la suya, ajustada a último momento por Emerie para que le cubriera gran parte de los puntos débiles. Los parches de metal parecían un exoesqueleto sobre la malla anillada. Acomodó las tiras que mantenían a las protecciones de la espalda en su sitio, sintiendo que su hombro producía un ligero chasquido al darle un tirón al lazo, dejándolo tan firme como podía.
Sus ojos se veían casi del todo grises en el reflejo.
Corte. Desgarro. Penetración. Un giro y rodaban dos cabezas.
Arriba, un momento para tomar aire antes de volver a atacar.
Cayó en picada, lanzando una onda de poder que convirtió a varios de los enemigos en un montón de cenizas que un viento inexistente se las llevó. Una pirueta al aterrizar y cortó más cabezas, brazos y piernas. Sintió el poder de Cassian a sus espaldas justo antes de que hubiera un ligero temblor. Una mirada y el atacante perdió la cabeza por completo, sangrando profusamente por la nariz.
Parpadeó, recuperando de inmediato la compostura mientras daba otro tajo. El frío del Invierno era algo secundario. Su aliento bailaba a su alrededor de la misma manera en que lo hacían las sombras de Azriel. Una finta y esquivó otro ataque.
Feyre estaba bien. Podía sentirlo. No iba a caer. No iban a dar otro paso cerca de El Medio si podía evitarlo.
Más cabezas y cuerpos se fueron acumulando, aunque Cassian era la bestia que iba dejando un bosque lleno de sangre roja y negra a su paso.
—Un placer conocerla —comentó Barnard desde el exterior de la cabaña. Styrga maldecía por lo bajo, hambrienta. ¿Cuándo había comido algo por última vez? Fuera de la cabaña sería imposible conseguir algo, lo sabía, pero él era quien se había quedado con su pequeña, la más prolija de las cuatro.
—¿Qué quieres? —siseó, casi escupiendo las palabras.
—Nada más que ofrecerle algo que puede ser beneficioso para ambos —dijo el elfo, sonriendo con tranquilidad, como si ella no pudiera invocar a sus tres niñas y pedirles que lo trajeran adentro—. Usted sale de esta pequeña cabaña y Elain tiene la oportunidad de ser feliz.
La risa no era algo que Styrga hiciera, o sintiera, pero lo habría hecho de ser ese el momento, de ser capaz. ¿Feliz? La cría no tenía ni idea de lo que había heredado, qué poderes tenía ni lo que su verdadera naturaleza era. Vivía entre sus presas siendo la cazadora. Sin embargo, había que admitir que las cuatro paredes de la cabaña eran bastante... bueno, habían más cosas que le impedían ver las paredes propiamente dichas.
—¿Y por qué he de aceptar?
La sonrisa del elfo creció más.
—En la guerra, la muerte no es algo que falte, ¿verdad, Styrga? Seguro que conoces el asunto. —No le dio ninguna respuesta—. Mire, la oferta es así: usted puede salir de su cabaña, matar a cuantos faes quiera, siempre y cuando pertenezcan a Hybern.
—¿Y por qué solo ellos? La muerte va en todas las direcciones. No favorece a nadie, ni siquiera a sus heraldos, por mucho que los tenga en alta estima —rebatió—. Hybern me dio comida cuando estuvo la Reina aquí. Prythian tiene a quien fue mi hija una vez.
Las cosas estaban parejas. Ambos lados habían tomado y dado algo.
Para su sorpresa, si es que realmente podía sentirla, Barnard el elfo, el que parecía tener una propuesta para cualquiera, rio, diciendo que si cambiaba de opinión, que le hiciera saber.
El informe llegó a su mano en el instante que estaba por salir volando hacia su puesto. Feyre lo leyó, tan rápido como pudo, antes de pasárselo a Nesta, diciendo que iba a ir a saldar unas cuantas cuentas. La sangre le hervía mientras recordaba las palabras.
La humana es posible de capturar. Ha muerto y se mantiene viva únicamente gracias a la magia de Tamlin. Puedo asegurarte que la magia de la Corte se debilita ante aquello, con una Dama tan frágil y un Señor que es incapaz de mantenerse de pie por tiempos prolongados.
Asegúrese que puedo tener acceso a la Corona de Prythian y le entrego sin problemas a lo que es una desgracia para Prythian.
La firma era más que suficiente como para que sus ojos se enfocaran en el frente. El viento aullaba a su alrededor, como si el clamor de la batalla estuviera yendo hacia ella. Sobrevoló el lugar, bajando en picada antes de abandonar el bosque que empezaba a crecer en el Medio. Viajó entre las sombras, buscando aquella presencia que conocía tan bien como la palma de su mano, apareciendo en una de las ramas que estaban por encima de ella.
No había nada más que ramas cubriéndola, caminando sin rumbo alguno. Sus ropas de Gran Sacerdotisa se perdían un poco contra la nieve. Miró sobre su hombro, encontrándose con que había una buena distancia hasta el valle por el que ella había salido. Metió la mano en un bolsillo, sacando una gema de glamour y concentrándose en la imagen de Norrine, en cómo la había visto por meses. En cuanto estuvo segura, encastró la gema, no más grande que su dedo pulgar, en el pequeño espacio que había en su armadura. La magia la envolvió de la misma forma en que lo había hecho por décadas.
Saltó, aterrizando con un mínimo ruido por detrás de Ianthe.
Como si la hubiera escuchado, la hembra giró hacia ella, mirándola con ojos como platos durante un breve instante antes de esbozar una cálida sonrisa.
—Dama Norrine, no esperaba verla por aquí —dijo, inclinando la cabeza hacia un lado.
—Ianthe... —empezó, y dejó que su labio temblara, que una falsa sensación de tristeza se reflejara en sus ojos y expresión—. ¿Qué haces aquí? Quiero volver, volver a la Mansión —sollozó, abrazándose a sí misma.
—Oh... ¿A la Mansión?
Feyre asintió con la cabeza. Una sonrisa salvaje empezó a formarse en los labios de Ianthe.
—¿Acaso no sabes dónde está Feyre? Ella debería estar más cerca.
—¿Cerca?
Una sombra de desagrado recorrió las facciones de la Gran Sacerdotisa. Miró hacia todos lados, antes de negar con la cabeza. Ianthe insistió, diciendo que la había llevado cuando se había sentido mal, cuando la desgraciada dama de compañía, Elain, la había raptado junto con Lucien.
—Ellos te quieren como un simple cordero —decía, haciendo que las lágrimas siguieran cayendo con cada palabra que decía. Se iba acercando. Feyre podría alcanzarla con una de las espadas cortas que tenía—. Feyre no es mejor. ¿Una aliada con Rhysand? Ellos son la peor escoria de Prythian.
«Recuerda cuando viste a Rhysand quedar atrapado. Recuerda la primera noche», repetía una y otra vez, dejando que las lágrimas cayeran por sus mejillas, que su piel se volviera pálida. Se mordió el labio, asintiendo, antes de decirle que la llevaría a donde estaba Feyre.
Como un fuego fatuo, empezó a caminar entre los árboles, cada tanto mirando sobre su hombro para comprobar que Ianthe la estuviera siguiendo. Sonriendo con todos los dientes, se sumergía en las sombras cada vez que podía, desapareciendo tras los troncos, tras algunas matas, reapareciendo más adelante, apurando a la Sacerdotisa con una falsa voz aterrada. La oía seguirla, maldiciendo por lo bajo el que estuviera avanzando tan rápido, como si los árboles estuvieran dándole una mano.
Pasaron a unos pocos metros del camino que llevaba a Bajo la Montaña, aprovechando que la niebla que envolvía al suelo ocultaba todo lo que estuviera a más de un tiro de piedra. Siguió llamando a Ianthe, cada vez con una voz más y más fantasmal a medida que se iba acercando al claro que llevaba a un atajo que desembocaba en la Cabaña de la Tejedora. En cuanto estuvo allí, esperó por un momento a Ianthe, diciéndole que estaban cerca. La vio resoplar y acomodar los atavíos, pero no le importó mucho.
Se deslizó entre las rocas y las raíces, sintiendo que los pelos de su cuerpo se tensaban por completo con cada paso que daba. Avanzó haciendo todo el ruido que podía, llamando a Ianthe, asegurándose de que la estaba siguiendo de cerca, y luego saltó por debajo de una enorme raíz nudosa, quitando la gema de donde la tenía. La Gran Sacerdotisa salió poco tiempo después, mirando en todas las direcciones antes de empezar a caminar hacia donde creía que la había visto.
Con el sigilo de una sombra, Feyre se movió hasta quedar detrás de un enorme tronco, apareciendo como si hubiera salido de la nada. Los pasos de la hembra se detuvieron en el instante que la reconoció. Si había notado o no el cambio en ella, como lo solían hacer las Sacerdotisas, no lo demostró en un primer momento.
—Me parece que estabas buscándome, Ianthe —dijo, sin mucho entusiasmo, analizándola como la presa que era. Ella la miró con el mentón alzado, como si así pudiera mantener algo de la dignidad que había perdido hacía tiempo—. Es gracioso, en verdad, las coincidencias de la vida, ¿no crees? Justo estaba buscándote a tí, también.
—¿Por qué? ¿Para ir y bendecir tu Unión Divina? —Había una nota extraña en sus palabras, poco importante, si le preguntaban a Feyre, quien rio por lo bajo, quitándose los guantes que llevaba ya arremangandose hasta los codos. Los ojos de Ianthe se mantuvieron impávidos por un momento antes de abrirse ligeramente al cabo de unos segundos—. Parece que no somos tan diferentes en el fondo.
—Oh, lo somos, Ianthe. No hay puntos donde empecemos a estar en un mismo lado —dijo, volviendo a tapar sus brazos—. Y creo que sabes bien cómo se castiga la traición en la Corte de la Noche. Como Señora de la misma, no puedo permitir que alguien como la Dama Norrine deje pasar por alto la ofensa que has hecho. El Señor Tamlin, definitivamente, no tendría piedad.
Le llevó un momento a Ianthe recomponerse del ligero estado de sorpresa, instante que bastó para que Feyre bajara la guardia y el ataque de la Gran Sacerdotisa impactara contra ella, enviándola hacia atrás. Las manos de Ianthe brillaban del característico tono turquesa que seguía a las Sacerdotisas por doquier, haciendo que los instintos de Feyre se dispararan de inmediato. Trazó la runa de desvío justo cuando un nuevo torrente de magia salió de la Sacerdotisa.
Miró hacia el claro, donde la Cabaña esperaba. Podría jugar al gato y al ratón por un momento, ¿no? Volver a darle el lugar de "cazadora".
Corrió hacia allí, manteniendo las alas firmemente plegadas contra su espalda mientras aceleraba cuanto podía, tranzando runas de vez en cuando. Ianthe estaba enfureciéndose, si se guiaba por los, cada vez más, erráticos ataques. Saltó un tronco, el último, y corrió con todas sus fuerzas directo a la puerta que estaba abierta de par en par. Entró como una exhalación, frenando en el medio de la pequeña sala de estar donde la Tejedora dejó de mover su rueca, ligeramente confundida antes de que Feyre divisara a Ianthe a pocos pasos.
—Considérelo una disculpa por lo del anillo —dijo antes de tomar a la Sacerdotisa por un brazo, lanzándola hacia adentro y saliendo un instante antes de que la puerta se cerrara en su cara. No se quedó a escuchar cómo iba a terminar todo para Ianthe.
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